Capítulo 37

Sebastián se encontraba en la agencia revisando nueva información que Mariano había encontrado horas atrás ese mismo día. Si bien esta no era concluyente por sí misma, sumada a la que ya se tenía, le daba un nuevo significado a todo haciendo que el juez no pudiese ignorarlo. Estaba claro que Andrés sabía cómo cubrirse. Sin duda, tener contactos en las altas esferas de la política tenía sus ventajas. Sin embargo, como solía suceder, siempre quedaba algún cabo suelto. Necesitaba ordenarlo todo para llevarlo a la justicia y conseguir así la orden necesaria para que avanzaran con la investigación.

Alzó la vista cuando Natalia Díaz, su mejor agente de campo y amiga, entró en su oficina con dos tazas de café. No le extrañó verla allí. Sabía que tanto ella como su pareja Guillermina —una técnica informática igual que su cuñado—, estaban trabajando en un caso importante de narcotráfico y tenían el tiempo en contra. Por esa razón, aceptó, agradecido, la taza humeante y le hizo un gesto con la mano para que se sentase del otro lado de su escritorio. Le venía bien un descanso y a juzgar por las oscuras marcas debajo de sus ojos, sabía que a ella también. La vio sonreírle sin ganas cuando la evaluó con la mirada.

—Deberías descansar, aunque sea un par de horas —le sugirió a pesar de conocer la respuesta.

—No. Estamos a nada de atrapar a esos hijos de puta y no vamos a parar ahora. Guille dio con unos mensajes que podrían ser la clave de todo. En este momento los está analizando y no quería ser un estorbo. Por eso aproveché y vine a tomarme un café con mi amigo. ¿Cómo va lo de ustedes?

—Demasiado lento para mi gusto —resopló reclinándose en la silla.

—Bueno, ya sabés como funciona esto. Si no me equivoco, es lo mismo que le dije a Nano hoy. Pero igual, entiendo lo difícil que debe ser tratándose de la familia.

—No te das una idea. Gracias por el café, Nati. Realmente lo necesitaba. Ahora, si me disculpás, debería seguir con...

Pero la vibración de su celular lo interrumpió. Frunció el ceño al ver el nombre que aparecía en la pantalla y se apresuró a atender la llamada.

—¿Facu?

—Hola, tío. Necesito tu ayuda —lo escuchó decir con agobio tensándose de inmediato.

—¿Qué pasó? ¿Estás bien?

Su sobrino le explicó, sin darle demasiados detalles, lo que le había pasado a Paula. Cómo había huido de su casa para ir directo a su departamento y también lo que había hecho con su auto para ganar tiempo. Sin embargo, le confesó que no creía que eso fuera suficiente. Andrés estaba al tanto de la relación entre ellos y estaba seguro de que en cuanto descubriese la ausencia de su esposa, iría a buscarla directamente allí. Como no sabía qué hacer para mantenerla lejos de él, decidió llamarlo, en busca de ayuda.

—Hiciste lo correcto en llamarme. Solo dame unos minutos para que piense en algo y te llamo. Mientras tanto, asegurate de sacar el chip del teléfono de ella y desactivá el GPS del tuyo. De esa manera, en el caso de que lo intente, no será capaz de localizarlos.

Cuando estuvo seguro de que lo había entendido todo, cortó la comunicación. Resoplando, se levantó de la silla y comenzó a caminar de un lado a otro. Se frotó la cara en un gesto nervioso. Tenía que proteger a Facundo de ese loco y para ello necesitaba encontrarle, cuanto antes, un lugar apartado en el que pudiese refugiarse con ella.

—¿Qué pasó, Seba? ¿Facu está en problemas? —le preguntó Natalia con preocupación en la voz.

Él miró a su amiga a los ojos. Por un momento, se había olvidado de su presencia. Sin embargo, allí estaba y sin esperarlo, una sonrisa se formó en su rostro. Lo que necesitaba en ese momento para ayudar a su sobrino estaba justo frente a él. ¿Cómo no se le había ocurrido antes?

Facundo hizo lo que su tío le había indicado mientras esperaba su llamado. También se encargó de guardar algo de ropa y sus documentos en una mochila. No importaba dónde, pero no pensaba quedarse allí. Luego de veinte minutos en los que creyó que enloquecería, recibió la tan anhelada llamada. Se sorprendió cuando Sebastián le indicó donde se reuniría con él en una hora. Con los nervios, no había pensado en ese lugar, pero sin duda, le parecía que el mismo era perfecto. No había chances de que Andrés pudiese saber que estarían allí.

Volvió a escuchar sus recomendaciones y aunque le pareció un tanto exagerado de su parte, procuró seguirlas al pie de la letra. Como ellos solían siempre decir, ninguna precaución estaba de más. Luego de despertar a Paula y contarle lo que iban a hacer, abandonaron el departamento.

Una vez en el auto, se marcharon a gran velocidad hacia el norte. Iban en un incómodo y absoluto silencio, sin música ni conversaciones triviales. Ambos estaban ansiosos por llegar a destino y de esa forma, sentirse por fin a salvo. Facundo tomó la salida que lo llevaba al lugar que tantos recuerdos le traía de su infancia y continuó avanzando hacia el muelle. Se detuvo cuando divisó a Sebastián esperándolo de pie junto a una lancha.

—Hola, tío —lo saludó con un afectuoso abrazo—. Gracias por ayudarnos. Ella es Paula.

Este miró a la mujer de cabello rojizo que su sobrino mantenía firmemente tomada de la mano. Notó de inmediato el pequeño corte en su mejilla, así como también su evidente miedo. Aún a pesar del cansancio que podía ver en su rostro, le pareció que era hermosa, pero lo que en verdad le gustó de ella fue la forma en la que miró a Facundo cuando él le habló. Sus ojos azules desbordaban admiración, devoción y eso era algo que difícilmente se podía simular. Por la forma en la que el muchacho no dejaba de tocarla, supo que el sentimiento era recíproco.

—Encantado de conocerte, Paula. Aún a pesar de las circunstancias —le dijo con un asentimiento manteniendo la distancia para no incomodarla.

—Igualmente, señor. Siento causar tanta molestia.

—Sebastián —le aclaró con una leve sonrisa en un intento por calmarla—. Y no te preocupes por eso. Digamos que estoy acostumbrado. Ahora lo importante es ponerlos a resguardo.

—Así que la cabaña del delta. Debo reconocer que es un muy buen lugar —dijo Facundo mirando los alrededores mientras ayudó a Paula a subir a la lancha—. Está apartado de todo y solo se puede acceder cruzando el río.

Sebastián siguió el trayecto de su mirada recordando, como si hubiese sido el día anterior, la vez que había llevado allí a Melina para protegerla del peligro que la acechaba. A ellos los habían encontrado, pero esta vez no pasaría lo mismo ya que no se estaban ocultando de una red de mafiosos. De todas formas, no pensaba perder de vista a Andrés y por eso, antes de salir, se había encargado de enviar a un agente a su casa para que vigilase todos y cada uno de sus movimientos.

—Antes de que se vayan, quisiera comentarte algo —le dijo señalando hacia el costado con su cabeza.

Facundo entendió que quería hablar en privado y lo siguió apartándose unos pasos de la lancha.

—Ponele este chip a tu celular. Está mi número y el de tu papá agendados.

—Hablando de él —lo interrumpió, nervioso—. ¿Podrías no decirle nada de esto hasta mañana? Preferiría llamarlo yo y explicarle lo sucedido. Sé que se va a enojar porque no estaba para nada de acuerdo en que me involucrase, pero la verdad es que no puedo no hacerlo. Ella significa mucho para mí y no voy a permitir que le pase algo si puedo evitarlo.

—Está bien. No te preocupes. Estoy seguro de que te va a entender. Después de todo, él haría lo mismo por tu mamá.

—Sí, pero hay una pequeña diferencia —remarcó preocupado—. Él está entrenado, igual que vos. En cambio, yo...

—Facundo —lo interrumpió con sus ojos clavados en los de él—. Es verdad que nuestra preparación nos da una ventaja, pero creéme que nada nos prepara para ver en peligro a nuestros seres queridos. Sé perfectamente cómo se siente el no poder hacer nada para proteger a la mujer que amás y es por eso que quiero que lleves esto. Espero que no tengas que usarla, pero voy a estar más tranquilo sabiendo que la tenés.

Facundo abrió grande los ojos al ver el arma que le entregaba. Sabía disparar porque su padre le había enseñado hacía muchos años, pero no por eso le gustaba hacerlo. No obstante, no estaba dispuesto a arriesgar a Paula.

—Está bien, tío —aceptó guardando la pistola dentro de su mochila—. Y de nuevo, gracias por todo.

—No hay nada que agradecer —respondió a la vez que lo palmeó en la espalda—. Ahora vayan y quédense allá hasta que les avise que es seguro volver.

Luego de despedirse con otro abrazo, Sebastián los observó alejarse por el río en medio de la noche. Cuando ya no fue capaz de distinguirlos a la distancia, se encaminó hacia su auto. Miró una vez más los alrededores para asegurarse de que nadie los hubiese seguido y se subió al vehículo.

Paula no pudo evitar sentirse nerviosa cuando se adentraron en el río. Era una noche cerrada. Densas nubes cubrían el cielo anunciado la proximidad de una fuerte tormenta. No conocía esa parte del delta, pero le gustó la zona. En especial, la privacidad que la abundante vegetación y la lejanía entre cada cabaña brindaba. Al llegar al otro lado del río y atar la lancha a uno de los troncos de madera del pequeño muelle, se encaminaron hacia la vivienda.

—Está igual a como la recordaba —lo oyó decir mientras contemplaban la hermosa casa construida a lo alto de una estructura de madera—. Es de una amiga de mi familia. Siempre veníamos a pasar los fines de semana cuando éramos chicos. Rápido, vayamos adentro que está lloviznando.

Solo entonces, Paula se percató de las aisladas gotas que comenzaban a caer sobre ellos. Siguiéndolo hacia las escaleras que daban acceso a la cabaña, miró a su alrededor. No había demasiada luz, pero sí la suficiente para alcanzar a ver la hermosa arboleda detrás de la propiedad. A pesar de las circunstancias que la habían llevado allí, se enamoró de inmediato de ese hermoso lugar.

—¿Estás bien? —le preguntó nada más traspasar la puerta de entrada—. Te noto un poco ausente.

—Sí, solo estoy cansada —respondió con una sonrisa que no consiguió engañarlo.

Facundo se acercó a ella y le acarició la mejilla lastimada con suavidad. La vio cerrar los ojos ante su contacto a la vez que inclinó el rostro hacia su mano. A continuación, depositó un breve beso en sus labios.

—Deberíamos comer algo antes de dormir. Voy a ver qué encuentro —susurró mientras le acomodó el cabello detrás de su oreja.

—Está bien. Si no te importa, me gustaría darme una ducha antes.

—Para nada. Ahí está el baño. Dentro del mueble blanco vas a encontrar las toallas. Cualquier cosa que necesites, me avisás.

Podía notar que Paula no se encontraba del todo bien y en verdad la entendía. Sabía que no era fácil su situación y el hecho de estar allí, seguramente lo volvía más real. Por un momento, tuvo miedo de que se arrepintiese, pero pronto desestimó esa absurda idea. Sabía que no amaba a su marido y después de todo lo que pasó, había logrado animarse a abandonarlo. Estaba orgulloso de ella y feliz de que hubiese recurrido a él. Le aliviaba saberla fuera de peligro, pero aún le preocupaba cómo reaccionaría cuando le hablase sobre la investigación de su padre. En especial, lo que había descubierto sobre la muerte de su novio de la universidad.

Era consciente de que eso la lastimaría, pero Andrés era más peligroso de lo que creían y ella tenía que saberlo. Pensaba en eso cuando la oyó cerrar la ducha. Se apresuró entonces a revisar la heladera y las alacenas en busca de algo para comer. Sin muchas opciones, tomó la pequeña horma de queso Pategrás que encontró y procedió a cortarlo en finas rodajas. Luego, sirvió en una compotera unas cuantas aceitunas verdes y abrió un enorme paquete de papas fritas que había visto en la alacena. Finalmente, sacó dos vasos y una botella fría de agua mineral. No era una cena elaborada, pero al menos tendrían algo en el estómago.

Estaba terminando cuando la vio aparecer ante él. Con el cabello aún húmedo y su rostro rosado por el efecto del vapor, se veía aún más hermosa de lo que era. Se había puesto un delicado camisón en color marfil que terminaba justo por encima de sus rodillas y una bata de manga larga sobre el mismo. Nunca la había visto con ropa de cama por lo que fue una grata sorpresa. La vio sonreír por primera vez desde que habían llegado al darse cuenta de lo que cenarían.

—Si no te gusta podría preparar otra cosa, pero me va a llevar más tiempo —le dijo sonriendo también.

—No, esto es perfecto. Gracias.

La cena transcurrió en un ambiente relajado. Conversaron acerca de la familia de él ya que Paula estaba interesada en saber más sobre su vida. Por otro lado, se había quedado impresionada por el porte y la seguridad con la que se había manejado Sebastián. Facundo se debatió internamente cuando ella finalmente hizo la tan temida pregunta sobre a qué se dedicaba su tío. Desde pequeños, tanto él como su hermana y su prima sabían que no debían hablar del trabajo de sus padres. Parte importante de ser un agente de inteligencia dependía de preservar su identidad. No obstante, no quería ocultarle nada a ella.

—Facu, sabés que confío plenamente en vos, pero siento que hay algo que no me estás diciendo y eso me pone nerviosa —le dijo al ver que no hablaba—. Me di cuenta del arma que te dio antes de despedirse y es evidente que sabe lo que hace. Sin embargo, no parece policía. Hasta ahora no hice preguntas, pero necesito saber qué está pasando.

Facundo inspiró profundo para luego expulsar el aire despacio.

—No, no es policía. Mi papá y él son agentes de inteligencia y trabajan para el estado.

Paula arqueó las cejas, sorprendida al escucharlo. Definitivamente no esperaba esa respuesta.

—No te lo dije antes porque no podemos hablar de eso, pero considerando lo que está pasando, creo que es oportuno que lo sepas.

Hizo una pausa para darle tiempo a procesar lo que acababa de decirle. Lo que vendría a continuación sería muy difícil para ella y necesitaba que estuviese lo más calmada posible.

—El viernes pasado cuando me fui de tu casa fui a ver a mi papá para pedirle ayuda. Tenía miedo de lo que Andrés pudiese hacerte y bueno... ya sabemos que no me equivoqué.

Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas al evocar esa noche.

—Él me contó que mi tío le había pedido que investigara a la agencia cuando se enteró de que mi prima empezaría a trabajar allí. Además, se había dado cuenta de que estábamos juntos y le preocupó que pudiese pasarme algo si él se enteraba de lo nuestro. Así fue como descubrieron que Andrés está involucrado con políticos corruptos y hace tiempo fue acusado de evasión de impuestos.

—¿Qué? No, no puede ser. Yo me hubiese enterado —exclamó llevándose una mano al pecho.

—Al parecer, los abogados se encargaron de que nada de eso saliese a la luz y consiguieron librarlo de la cárcel por medio del pago de una multa. Esos abogados son los mismos que te ayudaron a vos hace veinte años cuando estuviste en problemas.

Paula abrió grande los ojos, sorprendida de que le hablase de ese tema. ¿Qué tenía que ver el que fuesen los mismos abogados? ¿Acaso creía que ella era culpable y la habían encubierto? Se puso de pie y retrocedió, afectada por la magnitud de lo que estaba escuchando.

—¿Qué estás insinuando? ¿Creen que yo lo hice y les pagamos para que me...?

—No, Paula —la interrumpió al ver la presunción a la que había llegado—. Ellos están seguros de que fue él quien lo mató.

—Dios mío —exclamó comenzando a llorar—. No puede ser cierto. Él no pudo...

Facundo odiaba verla así, pero necesitaba advertirle qué clase de persona era Andrés. Tenía que entender el peligro en el que se encontraba y la importancia de haberse ido lejos para que él no pudiese llegar a ella. No soportaba escucharla llorar de ese modo, por lo que se dispuso a acercarse. Se detuvo al verla retroceder. ¿Lo estaba rechazando?

—Facu, yo... Lo siento... En este momento necesito estar sola —le dijo antes de alejarse y meterse en la habitación.

Se quedó inmóvil sin poder reaccionar. En verdad la entendía. No debía ser nada fácil de procesar el descubrir que su marido no solo era capaz de forzarla a tener sexo con él, sino que además había asesinado al que era su novio para poder estar a su lado. Años de culpa y dolor que, en solo un momento, de seguro volvieron a atormentarla con esta nueva información. Pero lo que no comprendía era por qué lo alejaba a él. Verla poner distancia entre ellos, simplemente lo destrozó. Quizás se había equivocado al contárselo.

Con una opresión en el pecho, sintiendo impotencia y una horrible angustia en su corazón, caminó hacia el cuarto de baño. Ella necesitaba un tiempo a solas y él, darse una ducha caliente para relajarse. Tardó más tiempo del acostumbrado bajo el agua. Quería asegurarse de que la tensión que se había apoderado de su cuerpo, lo abandonase por completo antes de acercarse nuevamente a ella.

Envuelto solo con una toalla alrededor de su cadera, entró en la habitación iluminada por la tenue luz del velador. Paula estaba acostada de lado con su espalda hacia él. Su respiración era profunda por lo que supo que se había quedado dormida. Se puso sus bóxers y agotado, se recostó a su lado. Necesitaba abrazarla, sentir su calor, tocar su piel. Pero no lo hizo. Se limitó a apagar la luz y cerrar los ojos a la espera de que el arrullo de la lluvia que se oía en el exterior lograse darle la calma que necesitaba para poder conciliar el sueño.

Un fuerte estruendo lo sobresaltó en medio de la madrugada, despertándolo.

—¡Mierda! —murmuró con el corazón acelerado a la vez que se incorporó para ver a través de la ventana.

La tormenta finalmente había llegado. Una cortina de lluvia caía del otro lado del vidrio. El viento sacudía con violencia las copas de los árboles alborotándolos en una danza frenética. Al parecer, el clima se había sincronizado a la perfección con su estado de ánimo. Resoplando, regresó a la cama. Cerró los ojos con la esperanza de volver a dormirse rápidamente, pero entonces, unos suaves sollozos a su lado llamaron su atención provocando que volviese a abrirlos. Se giró hacia ella quien, aún dormida, parecía tener una pesadilla.

—No, no —balbuceó, apenas audible.

La llamó por su nombre mientras le acarició el brazo con delicadeza para calmarla.

—No quiero... No... —murmuró alzando el tono de voz.

—¡Paula! —Intentó despertarla.

—¡No me toques! ¡No! ¡No! —gritó a la vez que se sentó en la cama despertando por fin.

—Shhh, tranquila —le susurró al oído mientras la rodeó con sus brazos—. Fue solo una pesadilla.

—¿Facu? —preguntó contra su pecho aferrándose a él.

—Sí, amor. Soy yo. Todo está bien. Fue un mal sueño, nada más.

No pudo evitar romper en llanto al sentir sus brazos a su alrededor. Temblaba con violencia y su corazón latía desenfrenado por culpa de ese horrible sueño. Lo peor era que no se trataba de una simple pesadilla, sino que en ella había recreado lo sucedido el viernes por la noche. Sintiendo las suaves caricias de él en su espalda, se dejó sosegar por el reconfortante calor de su cuerpo. De pronto, alzó la vista y fijó los ojos en los suyos perdiéndose al instante en su tierna mirada.

—Te necesito, Facundo —imploró con desesperación.

—Acá estoy, preciosa —le susurró sin dejar de acariciarla.

—Necesito que me toques, que me beses —insistió buscando su boca—. Por favor hacé que su recuerdo se vaya.

Se estremeció al oírla. Él también la necesitaba con locura y no había nada que desease más que borrar todo rastro de él en su cuerpo, en su mente, en su alma. Necesitaba volver a sentirla suya y saberse suyo. No obstante, se contenía por temor a que fuese demasiado pronto para ella después de lo que había sufrido. Pero entonces, la sintió acariciarle los labios con su lengua provocándolo, tentándolo y ya no fue capaz de seguir resistiéndose.

Recostándola de espalda sobre la cama, se inclinó de costado hacia ella. Profundizó el beso mientras le acarició la figura con suavidad. Bajó con sus labios a lo largo de su cuello y siguió por su hombro y brazo derecho besando delicadamente cada uno de sus hematomas. Cuando hubo terminado, continuó con el izquierdo repitiendo el proceso hasta el final. Sintió la caricia de sus manos a ambos lados de su rostro y aprovechó para besar también las que le había visto en sus muñecas. Poco a poco, con absoluta dulzura y devoción, se encargó de atender sus heridas hasta que no hubo marca sin cubrir con la miel de sus labios.

Paula podía sentir el delicado roce de su boca sobre su piel sensible. Sin embargo, no le dolía. Por el contrario, le provocaba una sensación de alivio y deleite que le arrancaba lágrimas de felicidad. Le acarició el rostro con las dos manos estremeciéndose al sentirlo hacer lo mismo con sus muñecas magulladas. Nunca nadie la había tratado como él con tanto cariño, respeto y veneración. Facundo la amaba y no se cansaba de demostrárselo. Lo buscó con la mirada encontrando de inmediato sus oscuros y hermosos ojos que la contemplaban con anhelo.

Él la miró por un instante cautivado por el profundo océano de sus ojos y acariciando su mejilla, se acercó para volver a besarla. Lo hizo con deseo permitiéndose saborear la sal de sus lágrimas y la dulzura de su boca. Sin detenerse, deslizó la mano por su cuello, pecho y vientre hasta introducirla debajo de las sábanas. Le acarició las piernas ascendiendo por el interior de sus muslos hasta su mismo centro. La oyó gemir a la vez que se arqueó bajo su toque y aumentando la intensidad de sus besos, metió lentamente un dedo en su interior. Jadeó al notar su humedad y la estimuló con suavidad. Cuando la sintió al límite, se quitó los bóxers y sujetándola de las caderas, la colocó encima de él. De esa forma, podría sentir que tenía el control de la situación.

Paula se deshacía con cada uno de sus movimientos. Saber que era él quien la estaba tocando, besando, penetrando, la desarmaba llevándola al borde del abismo. Pero justo antes de que encontrase el alivio, lo sintió alzarla para sentarla sobre él a horcajadas. Sabía por qué lo hacía. Esa posición le permitía a ella marcar el ritmo y controlar absolutamente todo. Lo adoró por eso, por ser tan atento, por ponerla siempre primero a ella, por cuidarla como nunca nadie lo había hecho antes. Desesperada por dejarse llevar, se elevó lo suficiente para ubicarse sobre su erección y con deliberada lentitud, se deslizó hacia abajo devorándolo poco a poco.

Facundo gimió al sentir el ardiente calor que lo envolvió por completo transportándolo al limbo. La sintió moverse en un delicioso vaivén que lo enardecía más y más. Abrió los ojos para fijarlos en ella. Era increíblemente hermosa. Verla deshacerse de placer sobre él era la mejor sensación que había experimentado jamás. La sintió tensarse a la vez que pronunció su nombre entre gemidos durante su clímax, desencadenando en él, el más delicioso de los orgasmos. La sintió recostarse sobre su pecho y salió de ella con cuidado para rodearla con sus brazos. Ya no había temblores, ni llanto. Solo una maravillosa sensación de paz.

—Gracias, amor —la oyó decir justo antes de quedarse dormida.

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