Capítulo 20

Facundo iba en silencio con la mirada fija en el camino que tenía adelante. Acababa de dejar a su hermana y a su prima en la casa de esta última y se encontraba regresando a su departamento. Los limpiaparabrisas iban de un lado al otro sin detenerse barriendo el agua que cubría el vidrio de forma incesante. Aun se sentía molesto. No estaba solo cuando Sol lo había llamado para rogarle que fuese a buscarla y aunque jamás se negaría a acudir a su llamado, odió tener que separarse de Paula.

Era muy extraño lo que le pasaba. Jamás le había dicho a una mujer que la quería y con ella simplemente había salido de su boca sin poder evitarlo. Paula era todo lo que él siempre había querido. No obstante, estaba casada y debía atenerse a esas reglas. Le hubiese gustado al menos pasar otra noche más a su lado, pero las circunstancias se lo impidieron y a pesar de haberle insistido para que lo esperase, ella decidió marcharse. No podía culparla. Al fin y al cabo, habían estado juntos todo el fin de semana y ya era tiempo de que regresara.

Ni siquiera le había permitido llevarla ya que no quería correr el riesgo de que alguien los viese y por esa razón, después de un último beso que a ambos les supo a poco, la vio subirse a un taxi y alejarse de él. El saber que volvía a su casa de algún modo lo puso nervioso. La sola idea de que su marido la besara y la tocara como acababa de hacerlo él le revolvía el estómago y lo llenaba de ira.

Intentando quitar ese pensamiento de su cabeza, se concentró de nuevo en lo que acababa de pasar. Todavía no salía de su asombro. Ya de por sí era raro que su hermana lo llamase. Siempre había sido una persona muy independiente —incluso demasiado según palabras de su padre—, pero esa noche algo la había perturbado tanto que había hecho que lo llamase. Por otro lado, no sabía que ella y Matías eran tan cercanos como para verse por fuera del bar. Hasta donde sabía, se llevaban muy bien, pero nada más que eso. Ni siquiera él conocía donde vivía hasta ese momento.

No le gustó la expresión que vio en sus ojos. Parecía asustada. Sin embargo, no tenía la más mínima idea del porqué. Por lo que le contaron, sabía que Lucía había quedado con el fotógrafo para practicar algunas técnicas y como no se animaba a ir sola, Sol decidió acompañarla. Allí se encontraron con Matías que había ido con su amigo y los cuatro pasaron un rato agradable en el exterior. Al parecer, en el transcurso del día, este había empezado a sentirse mal y tuvieron que llevarlo hasta su casa para que se metiera en la cama. Hasta ahí no había notado nada extraño. No obstante, no podía quitarse de encima la sensación de que algo la había alterado.

Esperaría unos días a que Matías se recuperase y luego, iría a verlo al bar. Si su hermana no le contaba qué era lo que le preocupaba, encontraría la forma de averiguarlo por otros medios. Estaba seguro de que su amigo sabía qué era lo que estaba pasando y no dudaría en contárselo si se lo pedía. Por otro lado, aprovecharía para conocer a Dante y descubrir sus intenciones. Podía ver a su prima muy entusiasmada con él y no deseaba verla sufrir en el caso de que éste estuviese simplemente jugando con ella. Pocas cosas le resultaban insoportables en la vida. Las lágrimas de las mujeres a las que amaba era una de ellas.

Resoplando a causa del agotamiento mental que empezaba a sentir, se detuvo frente a su edificio y se bajó del auto con prisa. Subió hasta su piso y se adentró en el departamento que en ese momento se encontraba en penumbras. Inspiró con ganas nada más entrar. Podía olerla en cada rincón de su casa y eso no hizo más que acrecentar la sensación de vacío que sentía por no tenerla a su lado. Como si fuese capaz de invocarla con sus pensamientos, su celular vibró dentro de sus pantalones. Se apresuró a revisar el mensaje. Era de ella.

"Ya me voy a dormir. Gracias por este fin de semana. Espero que esté todo bien con tu hermana."

Sonrió ante la pantalla como si fuese un adolescente embobado y tecleó su respuesta.

"Todo está bien, no te preocupes. Me gustaría que estuvieses acá y poder abrazarte hasta que te quedes dormida."

Esperó unos segundos, pero no hubo respuesta. Se dirigió hacia su habitación y tras quitarse la ropa, se acostó en su cama. Cerró los ojos dispuesto a dormir, aunque dudaba de que pudiese hacerlo. De pronto, la cama le resultaba fría y demasiado espaciosa sin ella a su lado. Se removió inquieto intentando evadir la horrible sensación que comenzó a embargarlo. Justo en ese instante, su celular volvió a vibrar, ahora sobre su mesita de luz.

"No hay nada que quisiese más en este momento. Que descanses."

Facundo inspiró profundo para calmar a su loco corazón que comenzó a bombear con fuerza ante aquellas palabras. Deseó poder ir a buscarla y estar a su lado sin que importasen las consecuencias, pero no podía hacerlo. Volvió a dejar su teléfono a un lado y se giró sobre su costado dándole la espalda. ¡Qué impotente se sentía por no poder hacer lo que deseaba! Cerró los ojos de nuevo para intentar calmarse. Necesitaba dormirse de una vez y apagar así su mente por unas horas.

Paula jamás se imaginó que irse de la casa de Facundo le resultaría tan difícil. Aún después de la indeseada visita de su ex, quien había logrado hacerla sentirse muy mal consigo misma. Él se había encargado de borrar cualquier daño al volver a hacerle el amor como nunca nadie lo había hecho antes. Él lograba que emergieran en ella todo tipo de sensaciones, desde unas que ya creía olvidadas hasta otras por completo nuevas. Él la hacía sentirse hermosa, sensual... mujer.

Aun así, era consciente de que tenía que regresar a su casa y por esa razón, cuando lo vio recibir la llamada de su hermana, aprovechó para marcharse. Si se quedaba, ya no sería capaz de irse y sin duda, eso iba a ser algo que le traería problemas.

En cuanto llegó a destino, se dirigió directo a su habitación. No quería cruzarse con el personal de la casa por miedo a que notaran algo diferente en ella. Encendió su celular y comenzó a desvestirse. Al otro día tenía que levantarse temprano para ir a la agencia y debía descansar para poder tener toda la energía necesaria para el nuevo proyecto.

Mientras se colocaba el corto camisón de breteles que solía usar para dormir, oyó las numerosas notificaciones que llegaron de repente, una tras otra. Todas eran de Andrés. Ocho llamadas perdidas y quince mensajes, entre ellos uno de voz. En el primero le pedía perdón por las cosas que le había dicho estando en el yate y por dejarla sola. También le ofrecía pasar a buscarla. Los demás mensajes eran para saber dónde estaba y por qué no respondía.

A medida que iba leyendo, los mismos subían de tono permitiéndole ver lo alterado que estaba por su falta de respuesta. El último había sido hacía tan solo algunas horas. Ella había decidido apagar su teléfono sabiendo lo que iba a pasar. Ahora simplemente estaba enfrentando las consecuencias. Porque si había algo de lo que estaba segura era que Andrés no se iba a quedar tranquilo hasta no hablar con ella.

Procedió a revisar el buzón de mensajes y se encogió ante la furia que alcanzó a percibir en su voz. El mismo era de la mañana siguiente a la pelea, justo antes de que se fuera de viaje a Francia. En él le avisaba que le había dejado unos papeles en el escritorio de su despacho y le ordenaba que se encargase de tener todo listo en su ausencia. ¿Qué podía ser tan importante que no pudiese esperar a su regreso? ¿Acaso su intención era mantenerla ocupada mientras él estaba lejos?

Nada más terminar de escucharlo, se apresuró a ir a su oficina para ver de qué hablaba. Tal y como decía el mensaje, había una enorme pila de papeles sobre su escritorio. Frunció el ceño al reconocer una carpeta entre ellos y se acercó para leer la nota que le había dejado junto a la misma. "Esto es justo lo que necesita Oscar para tranquilizarse. —Se refería al viejo y quisquilloso cliente que estaba furioso con Andrés por haberle pedido que no dirigiese más su cuenta y se dedicara a ganar el Pitch—. Es perfecta. Rubia y hermosa como a él le gustan. Encargate de llamarla. La quiero en la empresa."

Paula sintió una opresión en el pecho en cuanto abrió la carpeta y la foto que había en ella confirmó sus sospechas. Era el mismo book que había visto semanas atrás. El book de Tamara. Cerró los ojos y respiró profundo en un intento por calmarse. Exhaló el aire despacio, justo como sabía que debía hacer para evitar la aparición de una crisis de ansiedad. Cuando se sintió capaz de moverse nuevamente, salió del despacho y regresó a su habitación.

Se sentó en la cama con la mirada perdida. Estaba furiosa. Andrés jamás se había encargado de seleccionar a las modelos. Eran los directores de cuenta los que buscaban en la base de datos y luego, le pedían al departamento de Recursos Humanos que las llamara. Era evidente el motivo por el que en esta oportunidad lo había hecho. De alguna manera retorcida, quería ponerla celosa. Lo peor era que lo había logrado y aunque no era precisamente por él, así lo interpretaría cuando se negase a llamarla. Porque jamás en su sano juicio aceptaría a esa arpía en su empresa.

No pudo evitar pensar en Facundo y cómo sería su reacción si se enterase de que ella era la responsable de quitarle a su ex la oportunidad de avanzar en su carrera. Sabía que estaba enojado con ella, pero también que era una buena persona y que no le deseaba ningún mal. Exhaló, frustrada. En cierto modo, Andrés y Tamara siempre se las ingeniaban para arruinarle el día, incluso sin proponérselo.

Decidida a no permitir que nada ni nadie estropeara esa noche haciéndola sentirse lejos de él, le escribió un mensaje. Se dio cuenta de que las manos le temblaban y se sintió una estúpida por dejarse afectar de ese modo.

"Ya me voy a dormir. Gracias por este fin de semana. Espero que esté todo bien con tu hermana."

Su respuesta no tardó en llegar y eso la hizo sonreír.

"Todo está bien, no te preocupes. Me gustaría que estuvieses acá y poder abrazarte hasta que te quedes dormida."

Cerró los ojos con fuerza sintiendo el poder que Facundo tenía sobre ella. Era el único hombre capaz de hacerla sentir tanto con unas simples palabras. De pronto, la invadió un fuerte impulso de volver con él, pero tenía que controlarse. No debía ignorar el hecho de que estaba casada y no tenía libertad para ir y venir a su antojo. Debía tener cuidado y no subestimar los rumores que podían empezar a correr entre los empleados de su casa si la veían volver a salir. Solo le respondería para que supiera que ella se sentía igual y después apagaría el teléfono evitando así la llegada de una llamada que no deseaba.

"No hay nada que quisiera más en este momento. Que descanses."

Dos días pasaron desde que estuvieron juntos y no habían vuelto a hablar desde entonces. A Facundo la espera le estaba resultando insoportable. Sabía en parte a lo que se exponía al implicarse sentimentalmente con una mujer casada, pero la realidad le resultaba más difícil de lo que se había imaginado. No había dormido bien desde la última noche en la que la había tenido su cama con sus brazos rodeando su cálido cuerpo. ¿Habría vuelto el marido y por eso no podía escribirle? ¿Se habría arrepentido? ¿Serían sus brazos los que ahora la envolvían hasta quedarse dormida? No. Debía quitarse esos pensamientos de la cabeza o se volvería loco.

Ese miércoles, luego de un desayuno fugaz, se marchó para ir a la agencia. Estaba nervioso y no veía la hora de volver a verla. Solo necesitaba mirarla a los ojos para darse cuenta de que no eran más que sus miedos los que lo mantenían en vela —o tal vez no—. No había vuelto a llover y el cielo se encontraba completamente despejado. Se subió a su inmaculado Camaro y encendió el estéreo. "Highway to hell" de AC/DC comenzó a sonar haciendo que su ánimo se elevara de forma inevitable. Subió el volumen y moviendo su cabeza al ritmo de la música, se incorporó al tráfico a gran velocidad.

Como era su costumbre cada vez que iba, pasó por la oficina del gerente y luego de rechazar el café que siempre le ofrecía la secretaria del mismo, comenzó a revisar cada una de las computadoras. Ese día en particular le estaba llevando más tiempo del habitual ya que se encontraba demasiado disperso. Sabía que Paula ya había llegado porque había visto su auto en el estacionamiento. Sin embargo, no había salido de la sala de reuniones en toda la mañana.

De repente, el sonido de sus zapatos llenó el silencio reinante y se apresuró a alzar la vista para verla. Pero ella iba rodeada de todos los integrantes de su equipo quienes no dejaban de hablarle en todo el trayecto a su oficina. Maldijo para sus adentros al verla encerrarse en la misma sin siquiera darse cuenta de su presencia. Era evidente que se encontraba demasiado ocupada.

Luego de terminar de revisar la mitad de las máquinas, decidió que había llegado el momento de marcharse. Al día siguiente continuaría con las otras, incluidas las de la oficina de ella y con suerte, podría verla. Sin embargo, antes de que llegase al ascensor, un empleado lo interceptó para pedirle que por favor revisara la impresora de la sala de reuniones que acababa de trabarse. Una vez allí, procedió a revisarla descubriendo de inmediato que se trataba de una hoja atascada en el circuito de impresión. Quitó la tapa trasera y extrajo con mucho cuidado los trozos de papel para no averiar el sistema. Después de pedirle al mismo empleado que imprimiera algo y comprobar así que el problema estuviese resuelto, se dirigió por fin a la salida.

Tras subirse al ascensor, marcó el botón del subsuelo que lo llevaría al estacionamiento. Se sentía frustrado por no haber podido ver a Paula y sin darse cuenta, se frotó con la mano el costado derecho de su cara en un gesto nervioso. Resopló al recordar que la tenía manchada a causa del toner de la impresora y, por consiguiente, ahora también lo estaba su rostro.

Caminó hacia su auto con la mirada fija en el piso sin darse cuenta de que alguien lo estaba esperando justo al lado del mismo. Lo primero que vio fueron sus zapatos de taco alto y sus hermosas piernas enfundadas en un jean ajustado, las cuales podía recordar claramente alrededor de su cadera. A continuación, siguió subiendo deleitándose de su entallada y sensual figura hasta llegar a sus ojos centelleantes del color del cielo que lo miraban fijamente.

—Hola —susurró ella con una sonrisa.

—Hola —balbuceó, aun afectado por la sorpresa—. Pensé que no me habías visto.

—Imposible no hacerlo. Solo que estoy atareada con el trabajo. No paré un segundo.

—Puedo verlo —le dijo acercándose un poco más a ella—. Quise escribirte, pero tenía miedo de comprometerte de algún modo. Si tu marido...

La última palabra la había dicho con reticencia. Odiaba la idea de que otro hombre la considerara su mujer.

—No está. Se fue de viaje y no vuelve hasta la otra semana. De todos modos, no revisa mi celular, así como yo tampoco reviso el de él.

Paula había hablado con seguridad. Sin embargo, Facundo no se confiaba. No porque pensara que ella le mintiese, sino porque podía inferir lo posesivo que era Andrés y sabía que era cuestión de tiempo.

—Yo también quise escribirte —continuó ella al verlo callado—. Pero, si te soy sincera, no quería presionarte.

—¿Presionarme?

—Quizás para vos había sido algo casual y...

—Paula, no era mentira cuando te dije que sos la mujer con la que sueño desde chico. No es algo casual para mí. ¿Lo es para vos? —replicó con seriedad ubicándose muy cerca de ella.

No había nadie alrededor y Facundo advirtió cómo se le entrecortaba la respiración al oírlo decir eso. De repente, la vio esbozar una sonrisa.

—Tenés la cara manchada —le dijo a la vez que alzó su mano derecha hacia su rostro.

Pero en cuanto su aroma lo invadió, ya no fue capaz de contenerse. Atrapó su mano en el aire para acercarla a su nariz y deslizándola con suavidad sobre sus labios, inspiró a la vez que cerró los ojos. Era una tortura tenerla tan cerca y no poder saciar su deseo de besarla. Volvió a abrirlos y los fijó en los de ella. ¡Eran tan hermosos!

Paula contuvo la respiración al sentir la forma en la que la había agarrado y lo sensual que ese simple gesto le había parecido. Estaban muy cerca uno del otro y se miraban con intensidad y deseo contenido. Deseaba tanto que la besara. Pero entonces, el sonido del ascensor los alertó de que no estaban solos. Se separaron de inmediato intentando disimular lo que habían estado a punto hacer.

—Lo siento —le dijo él consciente de lo peligroso que podía llegar a ser para ella si los veían—. Es que muero por besarte y hacerte el amor otra vez. Quiero tenerte en mi cama, debajo de mí y ver la forma en la que disfrutás con mis caricias.

—Facundo... yo no...

Pero no se quedó a escuchar su excusa. Sabía lo mucho que le había afectado ese pequeño intercambio. Podía sentir su respiración entrecortada y en sus ojos se reflejaba la misma pasión que él sentía. Si fuese por él la estaría besando en ese momento contra su auto sin importarle nada más. Pero no iba a seguir presionándola. Si ella realmente quería estar con él, tendría que demostrárselo.

—Hasta mañana, preciosa —le dijo antes de subirse al auto y ponerlo en marcha.

¡Dios, eso había requerido de toda su fuerza de voluntad!

Paula se quedó inmóvil observando cómo se alejaba de ella. Se sintió frustrada ante el maldito miedo y la culpa que le impedían dejar de pensar y permitirse a sí misma pasar otra noche increíble junto a él. Comenzó a caminar hacia donde se encontraba estacionado su auto mientras intentaba quitarse la horrible opresión en el pecho que había empezado a sentir nada más quedarse sola.

Se subió con la idea de llegar a su casa lo antes posible y distraerse trabajando en el nuevo proyecto hasta por fin quedarse dormida. Pero en cuanto salió del estacionamiento, abandonando toda lógica, giró bruscamente para el lado opuesto, en dirección al departamento de Facundo.  

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