Capítulo 17

Desde la noche anterior que la lluvia no daba tregua. Si bien en el interior del bar, Dante apenas lo había notado; desde que se había acostado al amanecer, los truenos no le permitieron un descanso adecuado. Estaba preocupado. La situación laboral en la ciudad era más complicada de lo que había creído antes de llegar y aunque Matías lo estaba ayudando permitiéndole trabajar con él, quería poder dedicarse a lo suyo.

De todas formas, no todo era negativo. Gracias a eso, había podido ver a Lucía en más de una oportunidad y conocerla mejor. Ya la noche siguiente a que llegase a la ciudad, los amigos de ella habían dado un show y como le habían pedido que se encargase de las fotos, había recurrido varias veces a él en busca de consejo profesional.

Desde entonces, solían enviarse mensajes a diario y cada vez que se veían, hablaban por horas, no solo de fotografía. La notaba muy entusiasmada y con muchas ganas de aprender. Sin embargo, también advertía cierto reparo que la limitaba y no le permitía dejarse llevar en lo que parecía ser algo que realmente disfrutaba.

Le había propuesto un par de veces encontrarse para ayudarla a practicar con su cámara, pero ella se negaba alegando que tenía diversos compromisos. Se daba cuenta de que no eran más que excusas, pero no podía entender la razón. Advertía cómo, con cada invitación, sus ojos se iluminaban y sus mejillas se coloreaban. No obstante, siempre terminaba diciendo que no.

Tenía la impresión de que a Lucía la incomodaba la sola idea de pasar tiempo a solas con él. Era como si, de pronto, dudara de él o le tuviese miedo. Pero, ¿por qué? No se consideraba a sí mismo un hombre intimidante. La trataba con respeto y siempre actuaba con cautela. No podía ser ese el problema. Debía haber algo que desconocía y le impedía soltarse del todo en su presencia. Se moría por saber de qué se trataba, pero no podía preguntarle. Era demasiado pronto.

Después de darse una necesaria ducha que le permitió despejarse, se dirigió a la cocina del departamento de su mejor amigo —donde se estaba quedando—, para preparar café. Mientras esperaba que se hiciera, se dedicó a mirar la galería de imágenes de su celular. Tenía guardadas allí algunas de las fotos que le había sacado a Lucía la noche que la había conocido. Era asombroso como la cámara la amaba. Se veía hermosa en cada una de las fotos, sin siquiera tener que hacer nada. La de ella era una belleza natural.

Cuando el café por fin estuvo listo, lo vertió en una taza, le agregó un poco de leche, dos cucharadas de azúcar y lo revolvió de forma automática. Sin apartar sus ojos de aquellas preciosas imágenes, se dirigió a la mesa y se sentó para desayunar. Le daba un poco de vergüenza admitir —incluso para sí mismo— que cada noche se quedaba contemplándolas por un rato antes de cerrar los ojos y quedarse dormido. Nunca antes le había pasado algo similar.

No tenía, ni de cerca, la experiencia y labia que su amigo, pero también había estado con varias mujeres a lo largo de sus veintitrés años. No obstante, ninguna le había atraído tanto como ella, no solo a nivel físico, sino también intelectual. Le encantaba su personalidad, los comentarios mordaces que no podía evitar dejar salir cuando algo no le gustaba y sus firmes convicciones. Se notaba que había crecido en un ambiente amoroso en el que se habían encargado de enseñarle valores que ya no era muy común encontrar y eso la volvía aún más interesante ante sus ojos.

—¿Qué hacés despierto a esta hora?

Se sobresaltó al oír la voz de Matías distorsionada en medio de un bostezo. Estaba tan abstraído en sus pensamientos que no se dio cuenta de que su amigo se había levantado. Lo observó por unos instantes antes de responderle. Pálido y con marcadas ojeras, tenía un aspecto bastante desmejorado. Esa noche habían estado desbordados de trabajo debido a que dos de los empleados se habían ausentado por enfermedad y tuvieron que reemplazarlos. Si bien lo había ayudado lo más que pudo haciéndose cargo de la atención de los clientes, no pudo hacer demasiado con los balances de caja. Los números no eran realmente lo de él.

—Me asustaste —se quejó mientras dejaba su teléfono sobre la mesa.

A continuación, se incorporó y le sirvió un café también a él. Era más que claro que lo necesitaba.

—Solo y amargo, ¿no?

—Por desgracia, sí —le dijo bufando con una media sonrisa.

Dante no pudo evitar largar una carcajada ante su ocurrente comentario. Si había algo que siempre había caracterizado a Matías era su increíble sentido del humor, incluso sintiéndose agotado.

—Permitime dudarlo —lo aguijoneó a la vez que le entregó la taza—. Hasta donde sé, nunca te faltó la compañía de una mujer.

—Puede ser —respondió con poco entusiasmo mientras se encogía de hombros.

Dante advirtió que algo le estaba molestando e intuyó a qué podía deberse —o mejor dicho a quién—. No pudo evitar sentirse identificado. La única diferencia era que, al menos, su amigo sabía cuál era la razón por la que no podía estar con la chica que le gustaba. Él, en cambio, no tenía ni la más mínima idea.

Luego de varios minutos en los que ninguno habló, miró por la ventana hacia el exterior. Notó que la lluvia seguía cayendo sin cesar y una idea cruzó por su mente. Para él sacar fotos era mucho más que un trabajo. Le apasionaba hacerlo y muchas veces le servía incluso de catarsis. Siempre que algo le molestaba o preocupaba, encontraba el consuelo que necesitaba en su cámara.

—¿Me prestarías tu auto hoy?

Matías lo miró arqueando las cejas. Dante no conocía aún los alrededores y aunque no dudaba de su capacidad de orientación —sobre todo teniendo en cuenta la existencia del GPS instalado en su celular—, le intrigó saber a dónde podría querer ir con ese clima. Él debió haber advertido su confusión ya que prosiguió a explicarle sin necesidad de que se lo preguntara.

—Vi un lugar increíble en internet y me gustaría conocerlo. Son unos bosques ubicados no muy lejos de acá. Leí que tienen varios lagos y lugares escondidos que quiero retratar.

—¿Te referís a los Bosques de Palermo?

—¡Sí, esos mismos! Estoy seguro de que, con esta lluvia, las fotos se van a ver increíbles —respondió con evidente entusiasmo.

Matías negó con su cabeza a la vez que sonrió. Estaba de acuerdo con que era un lugar fantástico, pero jamás en la vida se le ocurriría ir con ese tiempo. No le desagradaba la lluvia, siempre y cuando estuviese resguardado bajo techo. Solo su amigo podía disfrutar de mojarse hasta los huesos con tal de captar con su cámara lo que él denominaba la esencia del momento.

—Estás loco, ¿lo sabías? —le dijo mientras se ponía de pie para buscar las llaves de su auto.

—Desde que tengo memoria —le retrucó sonriendo también.

A continuación, lo vio lavar las tazas que ambos habían utilizado y alejarse en dirección al baño. El posterior sonido de la ducha le indicó que estaría un buen rato allí metido. Aun riendo, se dirigió a su habitación para terminar de vestirse y recoger las cosas que necesitaría para la sesión fotográfica. No pudo evitar pensar en que sería increíble poder compartirlo con Lucía y de paso, enseñarle nuevas técnicas que le servirían para días de tormenta como ese o bien para lugares con poca iluminación natural. 

Sol y Lucía se encontraban en la habitación de esta última estudiando para los próximos exámenes. Si bien cursaban diferentes carreras, solían estudiar juntas y hacerse mutua compañía mientras cada una se sumergía en sus libros. Sol se había quedado a dormir esa noche luego de haber tenido una fuerte discusión con David. Tras lo que ella consideraba una larga e incómoda conversación telefónica en la que ninguno cedió y, por consiguiente, no lograron ponerse de acuerdo, le había cortado, furiosa. Después de eso, había guardado en su mochila todo lo necesario para pasar la noche fuera y se había marchado a la casa de su prima.

Lo que menos necesitaba era quedarse sola y culparse a sí misma por algo que ni siquiera entendía que estaba pasando. Hacía semanas que notaba que las cosas con su novio no funcionaban como debían. Él se comportaba raro y seguía sin querer decirle por qué. Por otro lado, estaba demasiado centrado en la banda y su música y si no fuese porque ella se esforzaba por acompañarlo siempre a los ensayos, apenas se verían. En especial después de aquel show que habían dado en el bar el fin de semana anterior y en el que el productor de una discográfica —conocido del hermano de él— los había escuchado y les había pedido que volviesen a presentarse con sus propias canciones. Eso, sumado al estrés que empezaba a experimentar con los inminentes exámenes, la tenía un poco angustiada.

Por lo menos Lucía parecía estar pasándola bien con el amigo de Matías. No sabía bien qué había entre ellos ya que su prima apenas hablaba del tema, pero era la primera vez que la veía tan a gusto con un hombre y eso la hacía sentirse feliz por ella. Dante parecía un buen chico y por lo poco que había podido apreciar hasta ese momento, la trataba con mucho respeto. Como era fotógrafo —y uno muy bueno, por cierto—, le explicaba con paciencia y la animaba a seguir con su nuevo pasatiempo. Además, era amigo de Matías y solo por eso, sabía que no podía ser malo.

Al recordarlo, sus ojos se dirigieron inevitablemente a la foto que su prima tenía sobre el espejo de su cómoda. En la misma, se los veía a Facundo y Lucía en el bar posando para una foto que ellos mismos se habían sacado. Era una hermosa foto, pero lo que más le gustaba era lo que podía verse de fondo. Más atrás y a cierta distancia, Matías y ella habían sido retratados sin saberlo. Ambos reían a carcajadas, como solían hacer cada vez que estaban juntos. Volvió a sonreír al recordar la estupidez por la que se estaban riendo.

Era esa complicidad entre ambos, el reírse hasta las lágrimas, lo que más le gustaba de su relación con él. Nunca le había pasado eso con David, y a juzgar por cómo se estaban llevando en los últimos tiempos, dudaba mucho de que alguna vez llegase a pasar. Sintiendo la necesidad de escribirle, tomó su teléfono para enviarle un mensaje. No obstante, desistió antes de hacerlo. Si bien había agendado su número cuando su hermano le recomendó el bar al enterarse de que estaba buscando un lugar para que la banda ensayase, nunca había vuelto a escribirle después de eso y no se animaba a hacerlo ahora.

Algo había cambiado entre ambos desde hacía un tiempo, pero no sabía bien el qué. Matías siempre le había parecido un hombre muy atractivo, por de más simpático y divertido. Sin embargo, nunca lo había mirado más que como a un amigo. Últimamente, no hacía más que pensar en él como hombre. Pensaba en su maravillosa sonrisa, en sus ojos del color del cielo, en la picardía que siempre tenía al hablarle. ¡Hasta incluso había soñado con él esa misma noche!

—¿Qué estás leyendo que te hace poner así de colorada? —preguntó, de repente, Lucía tomándola por sorpresa.

Sol se llevó una mano a su mejilla para cubrirla y se apresuró a negar con su cabeza.

—No, nada. Solo tengo un poco de calor —mintió a la vez que se puso de pie para abrir un poco la ventana.

Al regresar, posó sus ojos en su libro y no volvió a apartarlos. ¿Cómo decirle que había tenido un sueño de lo más sensual con un chico que no era su novio y que eso acrecentaba, aún más, la confusión que ya sentía? ¿Cómo explicarle que el solo hecho de evocarlo le provocaba un fuerte cosquilleo entre sus piernas? Decidida a quitar de su mente a Matías por completo, continuó con la lectura esforzándose por centrarse exclusivamente en los contenidos que debía aprender.

Lucía se daba cuenta de que había algo que no le estaba contando, pero no se animaba a insistirle. La había escuchado quejarse durante toda la noche de su relación con David y aunque creía que tenía razón, prefirió no intervenir. La verdad era que temía que notara su propio rechazo hacia él y decidiera indagar sus motivos. Ni siquiera ella sabía por qué. No había pasado nada malo entre ellos, pero no podía quitarse de encima la sensación de que este había empezado a mirarla diferente, de una forma que no le gustaba en absoluto.

Al verla concentrarse en sus textos, decidió imitarla. Ella también estaba dispersa y necesitaba concentrarse o de lo contrario, le iría mal en los exámenes. Sin embargo, una extraña e incómoda sensación se había alojado en su pecho desde la noche anterior. A diferencia de los demás días, Dante no le había escrito para nada. ¿Habría salido con una chica? ¿Por qué la sola idea de que así fuese la hacía sentirse tan mal? Frunció el ceño ante ese pensamiento. No quería creer que estaba celosa. Después de todo, él era solo un amigo.

De repente, el sonido de una notificación en su celular, la sobresaltó. Se apresuró a mirar la pantalla y sonrió, aliviada, al ver el nombre que aparecía en ella. Leyó el mensaje y le respondió a gran velocidad. Su corazón se aceleró a la espera de su respuesta. La misma no tardó en llegar, pero hizo que la sonrisa que se había instalado en su rostro desapareciera de inmediato.

—¿Qué pasa? ¿Quién es? —le preguntó Sol con preocupación.

—No, no pasa nada. Es Dante, el amigo de Mati —le dijo con voz apagada—. Me está preguntando si me gustaría reunirme con él para sacar unas fotos en los Bosques de Palermo.

Sol se fijó en la ventana por acto reflejo. Aún llovía, y no suave precisamente. ¿Quién en su sano juicio querría salir con ese tiempo?

—¿Y vos querés ir? —le preguntó al ver la duda en sus ojos.

Lucía la miró por unos instantes y tras inspirar profundo, se reclinó en el respaldo de su silla, resignada.

—Sí, me gustaría, pero no sé...

—Creí que con él te sentías cómoda.

—¡Y lo hago! Es solo que... Nunca salí sola con ningún hombre y no sé, tengo miedo de... Por eso le dije que no las otras veces.

—¡¿Ya te invitó otras veces?! —exclamó, sorprendida.

—Sí. No te lo conté porque la verdad es que me da un poco de vergüenza —confesó, resignada—. ¡No sé cómo actuar! Mejor le digo que no y listo.

Sol atrapó su mano antes de que esta alcanzara el celular.

—¡Ni se te ocurra, Lucía! Si ya te invitó antes y le dijiste que no, puede que no vuelva a intentarlo si lo rechazás de nuevo. ¿A vos te gusta él?

Ella lo pensó unos segundos y asintió con timidez. Sol sonrió entusiasmada.

—Entonces aceptá. Decile que vas para allá. Yo te acompaño.

—Pero si no te gusta la fotografía.

—Pero a vos sí. Si eso hace que te resulte más fácil y te animes a verlo, estoy dispuesta a hacerlo. Además, ya no me da la cabeza para seguir leyendo. También necesito despejarme.

Lucía sonrió de oreja a oreja y sin más, abrazó a su prima con fuerza.

—¡Gracias!

—No, nada de gracias. Esto tiene un precio y en el camino pienso cobrártelo. Quiero saberlo todo, Lu. Todo. Y con lujo de detalles.

Ella amplió, aún más, su sonrisa y asintió a la vez que tecleó en su teléfono.

Dante estaba por salir, cuando recibió la respuesta de Lucía. No estaba seguro de que fuese a aceptar y no quería estar ni un minuto más encerrado en el departamento. Cuando leyó su mensaje, no pudo creerlo. ¡Había dicho que sí! Por fin podría pasar más tiempo con ella en un lugar que no fuese el bar. No le importaba que fuese con su prima. Era un avance y eso lo ponía muy contento. Justo en ese momento, oyó la ducha del baño cerrarse y sonrió ante la magnífica idea que acababa de ocurrírsele.

Sentado en el piso con la espalda apoyada en la columna de la glorieta que estaba ubicada a la rivera de un pequeño lago, Matías se lamentaba por haber accedido a ir. Desde que se había levantado de la cama, no se venía sintiendo muy bien. Ahora que estaba en el exterior, con la incesante lluvia cerniéndose sobre ellos y el repentino aire frío, había empezado a tiritar.

No entendía por qué Dante le había insistido a último momento para que lo llevase. Había utilizado, incluso, el ridículo pretexto de que no se animaba a conducir por una ciudad tan transitada. Sabía que su amigo manejaba desde antes de que tuviese registro y por esa razón, era de lo más ilógico su pedido. No obstante, no iba a cuestionarlo, mucho menos a negarse. Quizás estaba en uno de esos días en los que necesitaba salir y simplemente hacer lo suyo.

Sin embargo, desde que habían llegado, hacía casi media hora atrás, apenas había utilizado la cámara. Parecía disperso, distraído y varias veces lo había visto mirar alrededor como si estuviese esperando la llegada de alguien más. Estaba por preguntarle qué le ocurría cuando, de pronto, lo vio enderezarse y esbozar una sonrisa mirando a lo lejos.

Siguió el trayecto de su mirada y descubrió, por fin, qué era lo que estaba sucediendo. Unos metros más adelante, Lucía y Sol corrían hacia ellos bajo la intensa lluvia, apenas resguardadas por un paraguas rojo. Su respiración cambió nada más verla y se puso de pie como un resorte.

—¿Qué...?

Pero en cuanto sus ojos se encontraron con los de ella, ya no fue capaz de continuar. Una calidez lo embargó por dentro impidiéndole por completo el habla. Advirtió sorpresa en su mirada. Era la misma que él estaba sintiendo en ese momento. Sin embargo, pronto su expresión cambió y sus ojos marrones se clavaron en los de él, atravesándolo como si fuesen capaces de descubrir sus más profundos secretos. Sin poder siquiera moverse solo atinó a sonreírle como un idiota a la espera de que llegara hasta él.  

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