Capítulo 14
Facundo abrió grande los ojos a causa de la sorpresa. La miró por unos segundos sin decir nada. ¿Cómo que no se refería a ese bebé? ¿Había otro? ¿Qué había querido decir con eso de que lo había matado?
—No entiendo nada, Paula.
Ella lloró con más intensidad y aunque se negó a mirarlo, entre sollozos comenzó a contarle lo demás.
—Después de que perdí a mi primer bebé...
¡Dios, esa sola frase, "mi primer bebé", hacía que la cabeza de Facundo se saturase de preguntas! Sin embargo, debía ser paciente y seguir escuchándola para poder comprender.
—...los médicos nos recomendaron no volver a intentarlo por unos años ya que había una gran posibilidad de que lo perdiera también. De hecho, ni siquiera estaban seguros de que pudiese volver a concebir. Igual, para mí eso no era un problema. Mi bebé, el que perdí a mis veinte años, era lo último que me había quedado de él... de mi novio. Lo que menos quería, después de todo lo que me pasó, era volver a quedar embarazada. Entonces, me dediqué de lleno a los estudios. Terminé la carrera en otra universidad ya que no quería volver a la misma y luego hice varios posgrados en el exterior. Centré mi vida por completo en mi trabajo y aunque había veces en las que no podía esquivar a Andrés por las noches, me aseguré de que un embarazo no fuese siquiera una mera posibilidad. A pesar de eso, hubo una época en la que las cosas se tornaron difíciles y estuvimos a punto de perderlo todo, incluida la agencia. Ahí fue cuando empecé a caer en un pozo depresivo...
Paula respiró profundo y lo miró a los ojos una última vez antes de decirle lo que, definitivamente, lo haría sentir rechazo hacia ella. Porque estaba segura de que lo haría. Aún a pesar de que en ese momento la mirara de forma impasible dándole el tiempo que necesitaba para continuar.
—De pronto, sentía que mi vida se había tornado una completa decepción. Estaba atrapada en un matrimonio de mentira. No sentía nada más que un simple agradecimiento hacia mi marido que ya no lograba mantenerme a su lado. Por el contrario, empecé incluso a sentir rencor hacia él. Rencor por haberme hecho seguir adelante e ilusionarme con que podía aspirar a más. La empresa, que era mi único motor, se estaba por ir a la quiebra y yo no podía hacer nada para evitarlo. No podía seguir así. No quería hacerlo. Entonces, tomé la peor decisión de mi vida... Intenté suicidarme.
Facundo estaba esperando un final de ese estilo, pero se sobrecogió de todos modos al oírlo. Tragó con dificultad. Escucharla relatar con angustia los tristes sucesos de su pasado lo hizo sentirse frustrado e impotente. Si tan solo hubiese nacido antes, habría podido ayudarla. Siempre había creído que el suicidio era cosa de cobardes, pero ahora comenzaba a dudar de esa teoría. Si había algo que Paula no tenía, era cobardía. Demasiado había aguantado y había sabido seguir adelante. Estaba por decírselo cuando ella continuó hablando.
—Andrés me encontró en la cama con el frasco de pastillas en la mano. No tardó en darse cuenta de lo que había hecho y me llevó al hospital. Ahí se apresuraron a hacerme un lavaje de estómago, pero mi corazón no lo resistió y terminó por detenerse. Me hicieron masajes de resucitación cardiopulmonar, o sea RCP, hasta que lograron que volviese a latir. Pero la cuestión era que yo estaba embarazada. Por supuesto que no lo sabía. Nos enteramos cuando los médicos nos dieron el informe luego de que me hicieran los análisis de sangre. Lograron salvarme a mí, pero había sido demasiado tarde para salvarlo a él. Al intentar matarme para acabar con mi miseria lo único que hice fue matar al bebé que llevaba en mi vientre.
Paula se quebró en llanto en la última frase y ya no fue capaz de volver a mirarlo a los ojos. Se tapó la cara, avergonzada, sintiéndose la peor mierda del mundo. Ahora Facundo lo sabía todo y seguramente lo que había empezado a sentir hacia ella desaparecería en ese mismo instante. La única persona que había conseguido entibiar su frío corazón, terminaría apartándose de ella debido al desprecio que sentiría por lo que había hecho en el pasado.
—Paula —le susurró él mientras la tomó de las manos para apartarlas de su rostro.
Pero ella se negaba a enfrentarlo y bajó la cabeza asegurándose de mantener los ojos cerrados.
—Por favor, mirame —insistió con voz calma.
Ella no quería ver la decepción en sus ojos. Desde que lo había conocido, siempre le habían transmitido una emoción tan linda que no quería que eso se viese opacado por asco o pena. No obstante, era consciente de que no podría evitarlo mucho más tiempo.
Inspiró profundo para reunir valor y alzó la vista hacia él. Se sorprendió al no encontrar en sus ojos nada de lo que había imaginado. Los mismos seguían siendo cálidos, tiernos y su mirada amorosa y amable.
—Fue un accidente —remarcó de forma pausada.
—Pero...
—Vos no lo sabías. Ignorabas que estabas embarazada y aunque debo reconocer que no me alegra en absoluto que llegases al extremo de querer morir, sé que jamás lo habrías hecho si hubieses sabido que llevabas una vida en tu interior.
Paula volvió a llorar, pero esta vez por sus compasivas y reconfortantes palabras. Facundo, aún sin conocerla demasiado, lograba decirle siempre lo que necesitaba escuchar. Era una persona increíble. No sabía cómo lo hacía, pero de algún modo, conseguía que se sintiese bien consigo misma.
—No, no lo habría hecho —le confirmó entre sollozos.
Él volvió a abrazarla haciendo que apoyara la cabeza sobre su pecho. Su corazón latía con fuerza transmitiéndole a ella su fortaleza. Podría quedarse la vida entera entre sus brazos que jamás se cansaría.
—Ahí empezaron los ataques de pánico, ¿verdad? —le preguntó provocando que ella se apartara para volver a mirarlo.
—¿Cómo... cómo lo supiste?
—Mi prima tuvo algunos cuando era más chica así que sé identificarlos y el otro día en la agencia me dio la impresión de que estabas teniendo una crisis cuando llegué.
—Sí, había tenido una. Hacía tiempo que no las sentía, pero estaba tan estresada que... Comenzaron justo después de eso, ya cinco años atrás y por ellas tomé la decisión de mudarme a otra habitación.
A Facundo le gustó saber que no tenía intimidad con su marido. Ahora que conocía todo de ella —o al menos lo más crucial—, la deseaba aún más, si eso era incluso posible. Paula era extremadamente fuerte, aunque se empeñara en creer que era débil y vulnerable. Se mostraba fría cuando en realidad era el ser más cálido que había conocido y por más que estuviese casada y fuese doce años mayor que él, era la mujer con la que siempre había soñado para compartir la vida a su lado.
—Hay algo que sigue dándome vueltas en la cabeza —dijo, de pronto, con evidente tensión—. Si ustedes ya no duermen juntos, ¿por qué me dijiste que despertaste desnuda en su cama? ¿Él intentó...?
—No, no. Esta vez no.
—¡¿Esta vez?! —preguntó con el ceño fruncido.
A pesar de que no era un tema agradable, a Paula le gustó ver su reacción. En cierta forma, su preocupación la hacía sentirse protegida.
—Una sola vez estuvo a punto, pero se detuvo antes. Nunca llegó a eso.
A Facundo no lo convenció del todo, pero decidió no insistir. Al fin y al cabo, no tenía ningún derecho a meterse. Al menos, no todavía. La oyó contarle lo que había pasado en el yate, desde la invitación a cenar hasta el momento en el que decidió llamarlo esa mañana y le pareció que Andrés lo había planificado todo con mucho cuidado.
Sabía que Paula no estaba acostumbrada al alcohol porque ella misma se lo había dicho. Su marido mejor que nadie debía saberlo. Por esa razón, era más que claro que su intención había sido emborracharla desde un principio para que estuviese más dócil, accesible y pudiese llegar a ella. Eso, sumado a lo anterior que le había dicho —y lo que había omitido también—, lo preocupó. Pero lo peor de todo era ver cómo ella se culpaba por algo de lo cual no había tenido responsabilidad alguna.
—Paula, insisto. No le debés nada a él. Está bien que te sientas agradecida por lo que hizo por vos, pero eso no le da derecho a manipularte con la culpa. Porque eso es lo que hace. Igual sé que no podés verlo porque no hay maldad en tu corazón y esa es una de las cosas que más me gustan de vos. —Vio que sus ojos brillaron al oír sus palabras—. Eso y la fortaleza que tenés. Creo que sos una mujer increíble. A pesar de los golpes, supiste levantarte y salir adelante. Me encantaría que comenzaras a dejar de pensar en lo que ya no pudo ser y te concentraras en lo que tenés en frente.
Se miraron por unos segundos en silencio.
—Facu...
Pero fue interrumpida por un repentino fogonazo de luz que entró por la ventana iluminando toda la sala. Inmediatamente después, un estridente trueno resonó anunciando la inminente llegada de la tormenta. Cayeron en la cuenta de que se había hecho de noche. Tal y como había sucedido la última vez que estuvieron juntos, las horas pasaron volando.
—No puedo creer que sea tan tarde. Creo que debería irme —le dijo, poco convencida.
En realidad, no deseaba volver a su casa. No quería alejarse del único hombre capaz de atravesar su coraza, incluso sin tocarla. La decepción en su rostro le demostró que a él tampoco le gustaba la idea de que se fuera.
—Si querés, puedo preparar algo para que cenemos y después te llevo —sugirió en un intento por prolongar el momento.
Odiaba pensar en que volvería a su casa con él.
Ella lo miró con la duda en sus ojos. Ansiaba quedarse, pero había estado todo el día fuera y su teléfono seguía apagado, olvidado en su cartera. Posesivo como era, a esa altura Andrés debía estar caminando por las paredes.
—Me encantaría, pero no me parece que sea una buena idea —respondió poniéndose de pie.
Fue en ese momento en el que una foto ubicada sobre la repisa del living captó por completo su atención. Su corazón se aceleró a la vez que sintió que el tiempo se detuvo en ese preciso instante. La recogió con manos temblorosas y giró para mirar a Facundo.
Él frunció el ceño al ver su expresión. Su rostro se había tornado pálido y parecía que estuviese por desmayarse de un momento a otro. Se apresuró a incorporarse y caminó hacia ella hasta detenerse a su lado.
—Es de cuando nació mi prima —aclaró al ver que no decía nada—. Mi tía nos la sacó. Yo tenía ocho años.
—Sos vos... —susurró apenas audible sin apartar sus ojos de los de él—. Todo este tiempo eras vos.
—No te entiendo.
—En el hospital, cuando tenía veinte años y perdí a... Estaba en una habitación y te vi. Eras... así —le dijo señalando al nene de la foto—. Recuerdo que me miraste, me sonreíste y de algún modo, la ternura que vi en tus ojos ese día hizo que reuniera las fuerzas necesarias para afrontar ese momento. Vos me hiciste sentir que aún había esperanza para mí.
Facundo exhaló, sorprendido. Ahora comprendía la razón de todo lo que venía sintiendo desde que la había conocido, o reencontrado, para ser más exactos.
—Por supuesto que hay esperanza. Por favor no llores —le dijo con voz quebrada mientras limpió con su pulgar la solitaria lágrima que comenzaba a deslizarse por su mejilla—. Yo también te recuerdo. Habíamos ido a ver a mi prima y me estaba yendo con mis padres por el pasillo cuando te vi. Lo primero que me llamó la atención fue el color de tu pelo, pero después me impresionó la tristeza que había en tus hermosos ojos azules.
Mientras hablaba volvió a acariciarle el cabello en un intento por reforzar sus palabras y, con estas, las imágenes de sus recuerdos. Se acercó lentamente hasta pegar su frente a la de ella y cerró sus ojos. Se estaba conteniendo. Deseaba besarla. Se moría por hacerlo.
—Con razón siento que te conozco desde siempre —susurró recordando todos los años en los que había soñado con ella.
Paula no podía creer lo que estaba pasando. Con razón se sentía tan conectada a él. Abrió los ojos y los fijó en sus labios entreabiertos. Podía notar que su respiración estaba acelerada y un calor comenzó a recorrerla entera. Dios, ¿qué le estaba pasando? Era mucho más joven que ella, pero, así y todo, deseaba besarlo. Quería saber cómo se sentiría una vez que lo hiciera. Con un dedo, le acarició el labio inferior provocando que él se estremeciera. Entonces, llevó la mano hacia su nuca y entrelazando los dedos en su cabello, lo acercó a ella.
Facundo tembló ante el roce de su dedo. ¡Era tan sensual! Sintió la suave caricia de su mano al deslizarse hacia atrás de su cuello y se dejó llevar al sentir que lo acercaba a su boca. Inspiró con fuerza cuando sus labios por fin se encontraron y con un gemido, la rodeó por la cintura acercándola más a él. Abrió la boca hurgando con su lengua y recorrió sus labios con delicadeza hasta encontrar la suya que había salido a su encuentro.
La besó con deseo y extrema necesidad. Una necesidad que no supo realmente que tenía hasta ese momento. Ella se desarmaba en sus brazos y eso lo volvía loco. Sin embargo, sabía que debía detenerse. Paula estaba vulnerable por todo lo que habían hablado ese día y no quería que luego sintiese que se había aprovechado de eso. La saboreó una vez más con movimientos lentos hasta finalizar el beso.
Ambos respiraban de forma acelerada cuando se separaron. Se miraron a los ojos percibiendo el demoledor deseo que sentían el uno por el otro. En ese preciso instante, Facundo supo que sería suya. Quizás no esa noche, tal vez ni siquiera en poco tiempo, pero eventualmente ese momento llegaría. Paula era la mujer que quería en su vida y de seguro, a la que deseaba en su cama.
Contra su voluntad, acordó dejarla partir. No quería que él la llevara porque temía levantar sospechas, pero le aseguró que pronto volverían a verse. La vio caminar hacia la puerta y apretó los puños para contener el fuerte impulso que lo embargó por alzarla en brazos y tomarla allí mismo. Su corazón latió con fuerza de solo imaginar cómo se sentiría en el momento exacto en el que estuviese dentro de ella.
Paula apoyó la mano en el picaporte, dispuesta a irse. En cada paso que había dado, había dejado un pedacito de su alma como si la misma se resquebrajara por el solo hecho de alejarse de él. Se esforzó por no mirar atrás. Si lo hacía, corría el riesgo de perder la poca voluntad que aún conservaba.
Un fuerte estallido en el cielo la sobresaltó provocando que, de forma automática, se diera la vuelta y lo buscase con la mirada. Él no se había movido ni un centímetro y sus ojos, más oscuros que nunca, la miraban con deseo. Una corriente eléctrica la recorrió entera desembocando con una descarga en su centro de placer. Jadeó ante la repentina e intensa sensación. Jamás se había sentido así. Nunca antes había deseado tanto a alguien. No quería irse. Por el contrario, anhelaba quedarse y permitirle adueñarse de su cuerpo como ya lo había hecho con su corazón.
Facundo advirtió el rotundo cambio en sus ojos y ya no tuvo fuerzas para seguir refrenándose. Decidido, avanzó hacia ella aprisionándola contra la pared. La sujetó de la nuca para apoderarse, una vez más, de su boca y volvió a besarla, esta vez con urgencia y desesperación. Enterró los dedos en su cabello, a ambos lados de su rostro, mientras exploró su boca con ansia. Cuando sintió que se quedaba sin aire, se apartó solo un poco, pero mantuvo su frente pegada a la de ella.
—No puedo más, Paula. Necesito hacerte el amor ahora mismo o voy a enloquecer —jadeó contra sus labios.
Ella se estremeció al oírlo y tembló de anticipación. Lo que acababa de decirle había encendido cada fibra de su cuerpo. Sintió que ya no había vuelta atrás e incapaz de pronunciar palabra alguna, lo atrajo con su mano hacia su boca dispuesta a demostrarle con hechos la pasión que despertaba en ella.
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