Capítulo 12
Cuando Paula despertó esa mañana se sorprendió al ver que su marido estaba sentado a su lado en la cama. Hacía tiempo que cada uno dormía en su propia habitación, por lo que la confundió encontrarlo allí. Se sentó con celeridad asegurándose de cubrirse con el cobertor y lo miró seria.
—¿Qué estás haciendo acá, Andrés? —preguntó mientras presionó aún más la manta contra su pecho.
—Creo que es bastante obvio —respondió con una sonrisa genuina—. Te traje el desayuno a la cama... como en los viejos tiempos.
Arrepentido por lo sucedido hacía casi dos semanas atrás, había empezado a comportarse de forma diferente. Se mostraba más solícito y la trataba con amabilidad en un claro intento por resarcirla. Incluso la había llevado un par de veces al trabajo esperando a que terminase para volver juntos a casa.
Sin embargo, esto ya era demasiado. No había tenido este tipo de gestos en años, por lo que estuvo segura de que algo estaba pasando. Lo miró fijo evaluando su expresión. Sus ojos, de color avellana, brillaban con emoción y en su rostro se había formado una enorme sonrisa que pareció ampliarse bajo el efecto de su mirada.
—¿Qué pasa? ¿A qué se debe todo esto? —indagó con el ceño fruncido.
—Bueno, quería contarte que recién hablé con el CEO de Natural Beauty. —Hizo una pausa mientras apoyó la bandeja en la mesita de luz—. Y me acaban de confirmar lo que yo ya sabía que iba a pasar.
Paula lo miró expectante. Se refería a la marca que se había abierto a Pitch y para la cual había hecho su presentación. Estaba ansiosa por oír las novedades.
—Lo lograste, cariño. El cliente es nuestro —afirmó sin apartar los ojos de los de ella.
—¡Oh, por Dios! ¡No puedo creerlo! —exclamó en un insólito exabrupto.
Fue tanta la emoción que la embargó que, sin pensarlo, se arrojó a sus brazos. Tanto esfuerzo y trabajo, tantas horas sin dormir, finalmente habían dado sus frutos y no cabía en sí misma de la felicidad. Pero entonces, sintió que él la estrechaba con fuerza y, como siempre había hecho cuando estaban juntos, enterraba la nariz en su cuello para oler su perfume.
Incómoda ante la inusual cercanía, se apartó con delicadeza y volvió a ponerse seria. Andrés advirtió el cambio en su actitud y aunque le dolió la distancia que puso otra vez entre ambos, se contentó con haber tenido, al menos, la oportunidad de volver a tenerla en sus brazos.
Se puso de pie y volviendo a recoger la bandeja, la apoyó sobre la cama. Luego, la besó en la frente con ternura. Paula permaneció inmóvil ante tan inesperada demostración de afecto.
—Bueno, te dejo para que tomes el café, tranquila. Está bien caliente como te gusta —aclaró con una sutil sonrisa.
—Gra... gracias —titubeó, todavía confundida, mientras vio cómo se alejaba en dirección a la puerta.
De pronto, la imagen de Facundo ocupó su mente y unas intensas ganas de llamarlo para contarle que su presentación había tenido éxito la invadieron. Era consciente de que no lo habría logrado sin su ayuda. Sin embargo, no podía hacerlo. Había pasado poco más de una semana desde esa noche en la que habían tenido la oportunidad de conocerse más y las cosas no habían terminado muy bien entre ellos.
Ni siquiera había querido responderle el mensaje que le había enviado más tarde esa misma noche para disculparse, aunque fuese tan solo para decirle que había llegado bien. Estaba tan furiosa con él por haberle ocultado que tenía novia que no quiso volver a hablarle. Sabía que no tenía ninguna lógica la forma en la que se sentía. Después de todo, ella también estaba en una relación. Sin embargo, la sola idea de que otra mujer besara sus labios y estuviese con él de un modo en el que ella jamás podría hacerlo, la llenaba de tristeza y desilusión.
La voz de Andrés llamó su atención trayéndola de nuevo al presente. Aún no se había ido y con una mano alrededor del picaporte, la miraba desde la puerta a la espera de una respuesta.
—Perdón, ¿me dijiste algo? No te escuché —confesó, avergonzada.
Él sonrió al verla abrumada pensando que seguramente se debía a la excelente noticia que acababa de recibir. Repitió, con paciencia, lo que le había dicho.
—Te preguntaba si querías ir a cenar fuera conmigo esta noche para celebrarlo.
La proposición la dejó sin palabras. Si bien parecía estar más tranquilo y sosegado, sabía que le molestaba cómo estaban las cosas entre ellos. Nunca había ocultado su amor por ella y aunque siempre había sido más que paciente y comprensivo —sobre todo al principio de la relación—, a lo largo de los años, el no ser correspondido de la misma manera comenzó a tener más peso. Por unos segundos, pensó en negarse. Era consciente de que no podían estar juntos por más de una hora sin que empezasen a discutir por algo. Sin embargo, debía reconocerle el esfuerzo que estaba haciendo por compensar el error cometido días atrás.
—Es solo una cena —remarcó al ver que no le respondía—. Pensé que podíamos pasar un rato agradable. Me gustaría agasajarte por el increíble trabajo que hiciste para que esto fuese posible. Pero si no querés...
—No, está bien —dijo por fin—. Sí, quiero.
La sonrisa que vio emerger en el rostro de Andrés la alcanzó como un rayo y por un momento, sintió que la barrera que había puesto entre ellos comenzaba a ceder.
—Tengo varias reuniones por la tarde así que voy a estar bastante ocupado. Si te parece bien, te paso a buscar a las ocho. —Ella asintió—. Perfecto. Nos vemos a la noche, entonces —afirmó, entusiasmado, y salió cerrando la puerta tras él.
Nada más quedarse sola, volvió a pensar en Facundo. Miró su celular. Allí seguía su mensaje. Lo abrió para leerlo de nuevo y su corazón latió con fuerza al ver la imagen de su contacto. ¡Era tan atractivo! Y esos ojos oscuros que transmitían paz y ternura lograban desarmarla por completo. A pesar de no haberle respondido, le hubiese gustado que él insistiera, que escribiese de nuevo. De esa forma, sentiría que estaba interesado en ella. Sin embargo, no lo había hecho.
A los pocos días, había pensado en responderle, pero no fue capaz de reunir el valor necesario. Mucho menos, después de verlo en la agencia el día que Andrés había decidido acompañarla y mostrarse, ante todos, como el esposo ideal. Había sentido su mirada fija en ella mientras estuvo allí, pero no se animó a devolvérsela. Por el contrario, pasó a su lado sin mirarlo como si su sola presencia no le provocara que su corazón latiera enloquecido.
¡Dios! ¿Cómo podía ser que una persona que apenas conocía le provocara un sentimiento tan intenso? No tenía una respuesta para ello y eso la volvía loca. Estaba acostumbrada a las situaciones en las que tenía el control absoluto y con Facundo eso no pasaba. Ni siquiera lo que sentía solo con pensar en él.
Respiró profundo para serenarse y dejó a un lado su teléfono. Tomó el café, pero no fue capaz de comer nada de lo que Andrés le había preparado ya que sentía que su estómago se había cerrado por completo. Minutos después, se metió en el baño para darse una ducha. Aprovecharía el día para poner en orden el trabajo atrasado de otras cuentas y luego, se prepararía para salir con su marido. Quizás se llevaba una sorpresa y la salida terminaba resultando mejor de lo que imaginaba.
Solo debía encontrar la forma de relajarse y quitarse a Facundo de la cabeza. Con la obtención de ese cliente, era mucho el trabajo que la esperaba. Por esa razón, necesitaba estar enfocada y contar con toda su energía para hacerse cargo de tan importante proyecto. Sabía a lo que apuntaba la marca y para poder darle lo que quería, tenía que hacer un cambio en su equipo. Debía apuntar al común de las mujeres utilizando, para tal fin, modelos que estuviesen por fuera de los estándares. Chicas bonitas, pero reales.
Andrés pasó a buscarla a las ocho en punto. No le había querido decir donde la llevaría porque quería sorprenderla. Lo que no terminaba de entender era que a ella no le gustaban las sorpresas. Las mismas solo hacían que se anticipara a los hechos y eso le causaba ansiedad. Ya de por sí, no estaba del todo convencida con esa salida y el hecho de desconocer el destino de la misma intensificaba sus dudas.
Minutos después y gracias a la ruta que habían tomado, pudo adivinar hacia donde se dirigían. A su marido siempre le había gustado todo lo relacionado a lo náutico, por lo que hacía varios años había adquirido un lujoso yate. Este se encontraba amarrado en uno de los diques del muelle de Puerto Madero, una de las zonas más exclusivas del centro de Buenos Aires.
Hacía mucho tiempo que no estaban completamente a solas, por lo que la idea de pasar la noche lejos con él, activó todas sus alarmas. Sintió el impulso de decirle que se había arrepentido y pedirle que diera la vuelta, pero él estaba al teléfono hablando con un cliente de Francia y no quiso interrumpirlo. Para cuando cortó la comunicación, habían llegado.
Descendieron del auto y caminaron por el muelle hasta su embarcación. Nada más entrar, deseó irse. Tal y como lo recordaba, en el área del living había un largo y blanco sofá en forma de ángulo recto. En un extremo, la barra de bebidas y un poco más atrás, una mesa de madera con cuatro sillas. Por el pasillo se accedía a la cocina, frente a la cual se encontraba el cuarto de baño, y al final del mismo, las dos habitaciones.
De pronto, percibió un delicioso aroma proveniente de la cocina y supo que Mirta —la cocinera de su casa—, había estado allí. Dirigió la mirada a la mesa advirtiendo ahora las cosas que había encima de ella. La misma estaba dispuesta para una cena romántica a la luz de las velas. Había vajilla para dos comensales y en el centro, una frapera con una botella en su interior del más fino champagne.
—Andrés, yo no...
—Paula, por favor, dejame consentirte. Lo preparé todo para que pasemos una noche increíble. No pienses tanto las cosas. Solo vamos a disfrutar de una rica cena mientras charlamos un poco. ¿Puede ser?
Ella lo miró por un instante y luego asintió. Se sentía culpable por seguir siendo tan fría con él cuando claramente estaba poniendo todo de su parte para complacerla. Avanzó hacia la mesa en silencio y se sentó en la silla que él le ofrecía. Luego lo vio alejarse adentrándose en la cocina para volver a los pocos minutos con dos platos de pasta.
Mientras cenaron, Andrés le relató cómo había planificado todo para que fuese una sorpresa y le confesó que había tenido miedo de que ella cancelara a último momento. No obstante, estaba muy feliz de que no lo hubiese hecho. Conversaron también sobre el nuevo cliente y ella pasó a contarle algunas de las ideas que se le habían ocurrido. Todo marchaba bien, sin discusiones y para su sorpresa, se sintió relajada. Probablemente la bebida estaba ayudando.
Abrió los ojos despacio y parpadeó varias veces hasta que sintió que los mismos se adaptaron a la abundante luz que entraba por la ventana. Le dolía la cabeza como nunca y sentía la boca seca. Miró a su alrededor en un intento por entender donde se encontraba. Seguía en el yate. En la habitación para ser precisos y estaba acostada en la cama. Intentó levantarse, pero la cabeza le latió con fuerza provocando que optara por sentarse.
Con un quejido, se llevó una mano a su frente y presionó con sus dedos su entrecejo. El ruido de la puerta al abrirse la sobresaltó haciendo que mirara en esa dirección. Andrés acababa de entrar vestido tan solo con un pantalón de pijama. Sostenía una bandeja en sus manos y por el aroma del café recién hecho supo que se trataba de su desayuno. Él la miró sonriente mientras caminó hacia ella.
—Buenos días, bella durmiente. Parece que esto de traerte el desayuno a la cama se está tornando una costumbre —le dijo con voz suave.
Cuando lo vio apoyar la bandeja sobre su regazo, advirtió que estaba completamente desnuda. Se apresuró a taparse con la sábana. Un escalofrío recorrió su espalda cuando su marido, que parecía el hombre más feliz del mundo, se inclinó y la besó en la comisura de los labios. En ese momento, imágenes sueltas de la noche anterior invadieron su mente. Varias botellas de champagne, caricias, un beso; la ropa de ambos cayendo al piso, ellos recostados en esa misma cama.
—¡Dios mío! Decime que nosotros no... ¡¿Qué pasó anoche?!
Él frunció el ceño y la miró con sorpresa.
—¿No te acordás de nada?
Su voz sonó apagada, triste.
—¡Si lo hiciera no te lo estaría preguntando, Andrés! ¡¿Acaso te aprovechaste de que estaba borracha?!
La expresión de él cambió en una milésima de segundo ante su acusación y la tristeza pasó a convertirse en furia.
—¡¿De verdad pensás eso de mí?! ¡Fuiste vos la que estuvo provocándome todo el tiempo!
—¡Yo no hice eso!
—¡Sí, lo hiciste! —le gritó, exaltado—. Pero no te preocupes. ¡No pasó nada! Antes de terminar lo que empezamos, te quedaste dormida.
Paula supo que le estaba diciendo la verdad y se sintió mal por haberlo insultado. Con razón no podía recordar. Es que no había nada que recordar.
—Lo siento... Pensé que... No quise...
—¿Sabés qué? Creí que había logrado traspasar ese muro que pusiste entre nosotros hace tiempo, que por fin habíamos logrado conectar de nuevo; pero estaba equivocado. Yo sé que lo que te pasó con el bebé fue doloroso.
—No... —intentó detenerlo. No quería hablar de ese tema.
Sin embargo, Andrés continuó, sin importarle la angustia que vio surgir en ella.
—¡Para mí también lo fue! No solo perdí a mi hijo, sino también a la mujer que amaba. Porque esa noche te perdí, Paula. ¿Lo entendés?
Lo miró con copiosas lágrimas en los ojos. Nunca hablaban de eso. ¿Por qué tenía que hacerlo en ese momento? Andrés negó con su cabeza al verla llorar y más enojado aún, comenzó a recoger la ropa del piso para vestirse.
—Mañana temprano viajo a Francia para cerrar un trato y vuelvo en un par de semanas. Vestite por favor que volvemos al muelle —anunció antes de salir de la habitación y dirigirse hacia el puente de mando.
Paula obedeció de inmediato a pesar de sentir que apenas tenía fuerzas. Se sentía una mierda de persona. ¿Cómo había permitido que pasara eso? ¿Por qué no se había detenido cuando las cosas comenzaron a salirse de control? Se sentía culpable por haberlo ilusionado y luego lastimado con su rechazo, una vez más. Andrés no se merecía eso. Siempre había estado para ella. Si no hubiese sido por él, no sabía qué habría sido de su persona. De seguro, no estaría viviendo esa vida. Vida que había empezado a detestar.
Una vez en la ciudad, caminaron por el muelle de regreso al auto. Pero antes de subir, ella se detuvo y se negó a ir con él. Necesitaba un tiempo a solas y no quería volver a su casa. Contrario a lo que hubiese esperado, él no se opuso y sin decirle nada, se marchó. Tras verlo partir, caminó hasta un banco que había en una de las dársenas y se sentó para contemplar el río. Siguió llorando, esta vez por un pasado que volvía a ensombrecer su presente.
Sacó el celular de su cartera y miró, una vez más, el mensaje de Facundo. Necesitaba tanto oír su voz. Sin siquiera intentar refrenarse, buscó su contacto y lo llamó. ¿Estaría enojado y la ignoraría como ella había hecho con él? Esperaba que no. Realmente necesitaba de su contención.
Luego de varios tonos, su esperanza comenzó a derrumbarse. Estaba a punto de cortar cuando de repente, se hizo un silencio al otro lado.
—¿Paula? —preguntó con esa grave y serena voz.
—Facundo —lloriqueó al escucharlo—. Lo siento tanto... No debí ignorarte... Es que... Dios, no puedo.
El llanto le dificultaba hablar con claridad, pero, al igual que la vez anterior, él la entendió.
—¿Dónde estás? ¿Estás sola? —interrogó con urgencia.
Como pudo, le indicó el lugar exacto en el que se encontraba.
—Voy a buscarte.
—No, no quiero molestar. Solo necesitaba oírte —le dijo a pesar de que se moría por verlo.
—Paula, para mí vos no sos una molestia. No te muevas de ahí. Ya estoy en camino —aseguró logrando tranquilizarla de inmediato.
—Está bien. Te espero.
Luego de cortar la comunicación, se reclinó en el banco y posó sus ojos en el horizonte. Las lágrimas continuaban cayendo por sus mejillas, pero ya no sentía la angustia y el vacío de hacía unos minutos. Ahora Facundo estaba yendo hacia ella.
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