Capítulo 1

Era madrugada cuando Facundo Rodríguez entró por fin en su departamento. No se lamentaba, jamás lo hacía cuando visitaba a su familia, pero ese día en particular había sido demasiado largo y se sentía realmente agotado. Desde pequeño había tenido una clara inclinación por la tecnología lo cual lo había llevado a estudiar la carrera de ingeniería en sistemas y luego la de redes y seguridad informática.

Gracias a su esfuerzo y determinación, con veintiséis años ya había formado su propia empresa de asesoría informática y comenzaba a irle muy bien. Más aún con la incorporación de su más reciente cliente, una importante agencia de publicidad. La misma había solicitado sus servicios de forma integral, por lo que no solo pasaba a hacerse cargo de la parte de hardware, sino también del desarrollo de software.

Como las noches ya comenzaban a ser más frescas y no se había llevado abrigo, no veía la hora de darse una ducha caliente, sobre todo después de semejante día de arduo trabajo. Dejó la mochila sobre una de las sillas y quitándose la ropa en el camino, avanzó hasta el baño.

Siempre le pasaba cuando estaba debajo del agua que su mente comenzaba a divagar con libertad. Recuerdos, ideas, daba igual. Era su momento de relajación en el que se desconectaba por completo del mundo exterior. Entonces, sin más, evocó los ojos llorosos de su prima. Odiaba verla llorar y esa noche, luego de haber cenado con ella en su casa, se había encerrado en su habitación para escucharla desahogarse sobre sus problemas y contenerla como siempre solía hacer.

Lucía era su única prima y ya desde el momento en el que la había tenido en brazos por primera vez, con apenas unas horas de vida, había experimentado una fuerte conexión hacia ella. Tenía solo ocho años de edad, pero, aun así, era capaz de entender a la perfección la importancia de contar con una familia. Por consiguiente, tal y como se lo había prometido en ese entonces, procuraba siempre cuidarla y estar para ella cada vez que lo necesitaba.

Durante más de seis años habían sido solo él y su madre y a pesar de su corta edad, muchas veces se había sentido responsable por ella. Victoria siempre fue una persona valiente y luchadora y jamás permitió que le faltase nada, pero también era humana y él se daba cuenta de que lidiaba con una pérdida que nadie ni nada podía consolar. Era consciente de que se esforzaba por mostrarse fuerte para que él no percibiera su dolor, pero en ocasiones la oía llorar con desconsuelo por las noches en la intimidad de su habitación.

Facundo siempre había sido maduro, intuitivo y observador. Por esa razón, cuando Mariano apareció en sus vidas, no tardó en descubrir de quien se trataba realmente. Si bien no sabía lo que había pasado entre sus padres o el motivo por el cual se habían distanciado, tampoco le dio demasiada importancia. Solo le interesaba la felicidad que podía ver con claridad en los ojos de su madre y el hermoso sentimiento que le generaba el por fin tener a un padre a su lado. Poco tiempo después, llegó a sus vidas Sol, su pequeña y rebelde hermana quien, con su alegría y espontaneidad, terminó de consolidar su familia.

Algo similar les había pasado a sus tíos Sebastián y Melina, los padres de Lucía. Durante años se habían amado en silencio y por culpa de miedos, inseguridades y traumas del pasado, habían desperdiciado demasiado tiempo antes de por fin permitirse estar juntos. Tanto ellos como sus padres hoy eran felices, pero no les había resultado fácil. Por el contrario, tuvieron que superar difíciles obstáculos y experimentar situaciones muy dolorosas antes de entregarse el uno al otro por completo.

Por supuesto que todo esto lo comprendió muchos años después, ya siendo adulto y en cuanto lo hizo, se juró a sí mismo no permitir que eso mismo le pasara a él. Si alguna vez tenía la suerte de encontrar a su amor verdadero, jamás dejaría que nada ni nadie se interpusiera entre ambos.

No pudo evitar pensar en Tamara a quien había conocido un año atrás por medio de un amigo en común y desde entonces, era su pareja. Alta, rubia y hermosa, había llamado su atención desde un principio y ante la primera oportunidad, no había dudado en llevársela a la cama. Sin embargo, aunque hacía bastante tiempo que estaban juntos, no lograba sentir esa chispa que creía que debía existir. Reconocía que la pasaba muy bien con ella, en especial en cuanto al sexo, pero en todo lo demás, no podía evitar sentir que algo faltaba. Quizás por esa razón, aún no había querido presentársela a sus padres.

Con el cabello todavía húmedo y vestido solo con unos ajustados bóxers negros, se acostó en su cama, dispuesto a dormir. Al día siguiente debía volver a madrugar y necesitaba con urgencia recuperar el sueño perdido. No obstante, el mismo parecía eludirlo y a pesar de su profundo cansancio, no lograba relajarse del todo.

Comenzó a pensar en su prima y todo lo que habían hablado esa noche. La había visto más desanimada que de costumbre y eso lo había preocupado un poco. A diferencia de su hermana, a Lucía le resultaba difícil relacionarse con sus pares y en parte la entendía. Debió haber sido difícil el haberse desarrollado de forma prematura y que su cuerpo de pronto se volviese tan llamativo.

Por culpa de eso, se había tornado un blanco permanente de miradas masculinas, incluso de chicos mayores, cuando aún no estaba preparada para ello. Eso a su vez, había provocado que sus compañeras se volvieran locas de celos y la dejaran de lado, como si la culpa de todo hubiese sido de ella. Entonces, había hecho lo único que podía para protegerse: aislarse y comenzando a verlos como una amenaza, había procurado siempre mantener la distancia simplemente para evitar sentirse expuesta.

Como le avergonzaba hablar de eso con sus padres, sobre todo con su papá, quien era demasiado protector para con su princesa —como solía llamarla siempre—, prefería hacerlo con él. Por supuesto que, al igual que le pasaría a su tío si llegaba alguna vez a enterarse, había veces que le daban ganas de quebrar algunos cuellos. Pero, a diferencia de él, tenía mucho más autocontrol. Además, no quería perder su confianza y que dejara de contarle aquello que le preocupaba.

Por otro lado, era consciente de que, si no fuese por Sol y su novio, no se relacionaría con nadie de su edad y eso era algo que tampoco le gustaba. Amaba pasar tiempo con ella, pero también creía que debía abrirse con sus pares y llevar una vida más acorde a sus dieciocho años. Después de todo, había crecido y las situaciones que antes la incomodaban, no tenían por qué seguir haciéndolo. Por eso, siempre le recordaba que no era necesario aparentar una frialdad que no tenía en su interior y utilizar el sarcasmo como mecanismo de defensa. Tenía que aprender a relajarse y confiar más en sí misma.

De pronto, su celular vibró en la mesita de luz junto a su cama sacándolo bruscamente de sus pensamientos. Abrió los ojos y lo recogió. Era Tamara, una vez más. Había estado enviándole mensajes durante toda la noche, aún después de haberle dicho que estaría ocupado.

La impaciencia siempre había sido un rasgo característico en ella, pero últimamente se ponía insoportable si no le respondía de inmediato. Argumentaba que eso solo podía significar una falta de interés por su parte y le daba igual si estaba trabajando, durmiendo o con su familia, correspondía que la atendiera.

Comenzando a fastidiarse, resopló y esperó a que la llamada se cortase. Luego, apagó el teléfono. Ese día había estado alrededor de diez horas en la agencia instalando nuevos equipamientos y luego, se había quedado con su prima hasta tarde. No tenía ni energía ni ganas para soportar otro de sus reclamos. Ya lidiaría con ella al día siguiente. Enchufó el móvil al cargador y tras acomodarse en la cama, volvió a cerrar sus ojos. Pocos minutos después, se quedó profundamente dormido.

Cuando sonó la alarma, bien temprano en la mañana, sintió un intenso deseo de arrojar el celular contra la pared. Sin embargo, se contuvo a tiempo. Después de todo, tampoco le sobraba el tiempo como para estar yendo a comprarse uno nuevo. Con un horrible y palpitante dolor de cabeza, se puso de pie y se dirigió al baño. Se lavó los dientes, volvió a ducharse, esta vez para despertarse, y se vistió en pocos minutos.

Finalmente, fue a la cocina para preparar su desayuno. Encendió la pava eléctrica, puso el pan en la tostadora y procedió a preparar el mate. Desde que lo había probado gracias a la influencia de su tía Mel, ya no quiso dejarlo y aunque disfrutaba de tomar un buen café de vez en cuando, prefería, por lejos, el mate.

Debía volver a la agencia para terminar de migrar la información a los nuevos equipos y comprobar que todo quedase funcionando correctamente. Si tenía suerte, ese día terminaría temprano y después, solo tendría que ir algunas veces a la semana para hacer el mantenimiento. Por supuesto que parte de su trabajo era estar disponible a cualquier hora por si lo llamaban por un problema o emergencia, pero eso no era algo que le molestase, más bien todo lo contrario. Disfrutaba de lo que hacía y cada inconveniente lo veía como un nuevo desafío.

Abrió la puerta para salir, pero se detuvo de golpe al ver a Tamara de pie frente a él a punto de tocar el timbre.

—Ah, entonces estabas acá —le dijo con tono de reproche en la voz.

—¿Y dónde más iba a estar? —respondió con una pregunta a la vez que se hizo a un lado para que pasase.

—Te llamé siete veces, Facundo. ¡Siete!

Estaba furiosa y aunque su enojo no solía durarle demasiado, tenía que esperar a que terminara de despotricar para poder siquiera intentar meter algún bocado. No obstante, esta vez no tenía tiempo para sus rabietas. Debía salir en ese mismo instante o llegaría tarde.

—¡Tamara! —la interrumpió alzando un poco la voz para que pudiese oírlo.

La vio detener su incesante protesta y mirarlo con sorpresa. No solía confrontarla de esa manera y eso la descolocó por completo.

—Ayer estuve muy ocupado, te avisé que lo estaría y después fui a ver a mi familia —le dijo intentando no perder la paciencia—. No tenía el teléfono encima por lo que no vi tus mensajes hasta que llegué acá. Entonces, era tarde y pensé que ya estarías dormida. Por eso no te contesté. Después me quedé dormido y hoy apenas comienza el día. Te iba a llamar de camino a la agencia. —Tamara entrecerró los ojos con desconfianza sopesando su respuesta por unos minutos—. ¿Qué te parece si te compenso esta noche? —propuso en un intento por apaciguarla.

Supo que había dado resultado en cuanto vio la sonrisa en su rostro.

—¿Esta noche? —preguntó, más tranquila.

—Esta noche —repitió mientras se acercó a ella.

Al llegar a su lado, la sujetó por la cintura y la atrajo hacia él con ímpetu. Tenían prácticamente la misma altura por lo que tuvo que inclinarse solo un poco para besarla. En cuanto sus labios se unieron, Tamara se deshizo en sus brazos dejando a un lado cualquier vestigio de enojo que pudiese quedarle.

—¿Dijiste que ibas a la agencia? —susurró contra sus labios poniendo fin al beso.

Facundo frunció el ceño ante su inesperada pregunta y alejándose unos centímetros, asintió en respuesta.

—Bárbaro. A eso venía en realidad —aclaró con emoción mientras sacaba una carpeta de su cartera—. Traje mi book para que lo lleves. No veo la hora de que...

—¿Me estás hablando en serio, Tamara? —la cortó a la vez que retrocedió unos pasos para poner distancia.

—Por supuesto que sí. Sabés lo mucho que deseo hacer una carrera en modelaje y esto sería una gran oportunidad para mí.

—Lo sé, pero no entendés. Acaban de contratarme, no puedo ir y...

—¡Solo te estoy pidiendo que me hagas un favor! ¡¿Tanto te cuesta?!

Facundo la miró por unos instantes. Era increíble lo egoísta e inmadura que podía llegar a ser a veces. Ya le había explicado cuando se lo había solicitado por primera vez, que no tenía aún la confianza necesaria para pedir algo así. Sin embargo, seguía insistiendo. ¿Cómo podía ser que no entendiera que él no era nadie allí dentro? Solo tenía que tener paciencia y esperar un poco más de tiempo. Pero claro, la paciencia no formaba parte de sus cualidades. Estaba a punto de negarse, una vez más, cuando miró su reloj. Tenía que irse de una vez por todas.

—¡Está bien! —dijo, exasperado, arrebatándoselo de la mano.

—Gracias, gracias, gracias —repitió, sin cesar, mientras se colgó de su cuello para volver a besarlo.

—De nada —le dijo apartándola—. Tengo que irme, Tamara. Por favor.

—Claro, sí. No deberías llegar tarde.

Alzó las cejas, sorprendido, al oír su comentario. Puso los ojos en blanco y caminó hacia la puerta. La abrió de par en par para que ella pudiese salir y segundos después, se marchó él también.

Para su fortuna, no se había encontrado con demasiado tráfico en el camino, por lo que llegó apenas unos minutos más tarde de lo acordado. Se apresuró a presentarse en la oficina del gerente para informarle lo que haría a continuación y retomó sus labores desde donde lo había dejado el día anterior. Luego de aceptar el café que le ofreció, de forma insistente, la secretaria del mismo, se dirigió hacia donde estaban las demás oficinas.

Por lo que podía observar, había diferentes grupos de trabajo, los cuales, a su vez, estaban compuestos por personas especializadas en diversas áreas. Asistentes, fotógrafos, diseñadores y, por supuesto, publicistas. Varios de ellos, los de más trayectoria, tenían el cargo de directores de cuentas y en ellos recaía la responsabilidad de llevar adelante los proyectos de cada uno de sus clientes coordinando el trabajo de las personas de su equipo.

Como era habitual, los empleados de las diferentes empresas no solían prestar demasiada atención a los técnicos de sistemas y esta no era la excepción. Ni siquiera se molestaban en tener cuidado con lo que decían y por esa razón, muchas veces terminaba enterándose de intimidades de personas que ni siquiera conocía. Como nunca le habían gustado los chismes, procuraba aislarse del entorno centrando su atención únicamente en la computadora que tenía adelante.

Bloque de hielo, iceberg, mujer fría, aprovechadora... Eran algunas de las palabras sueltas y sin sentido que alcanzaba a oír cada tanto. No sabía a quién se estaban refiriendo, pero de algo estaba seguro: a esa mujer no la querían en absoluto. Lo peor era que en cada oficina oía el mismo tipo de comentarios descalificativos. Dios, ¿acaso les pagaban para criticar?

De repente, alguien volvió a susurrar aquel extraño apodo, a la vez que el sonido de unos tacones apresurados resonó por el pasillo acallando todos los murmullos. La curiosidad terminó por ganarle y alzó la vista a la espera de encontrarse con una vieja arpía merecedora de semejantes apelativos. Sin embargo, no podría haber estado más equivocado.

La mujer de la que todos hablaban era increíblemente hermosa y refinada. Su largo cabello rojizo caía ondulado por detrás de su espalda y sus largas piernas eran de lo más seductoras. Le pareció arrolladora. Su sola presencia imponía. Madura, sexy y segura de sí misma, caminaba con elegancia y clase. Entonces, la vio detenerse y por un instante, sus miradas se cruzaron.

Sus ojos, de un increíble azul hielo, resaltaban en su blanco rostro como faros en medio de la noche. Se estremeció por dentro al sentir una extraña, aunque a la vez familiar, sensación de calidez. No sabía qué le pasaba, pero, de pronto, no podía apartar sus ojos de los de ella, como si estuviese bajo el efecto de algún tipo de encantamiento o hechizo.

Nunca había reaccionado así con una mujer, mucho menos con alguien a quien jamás había visto en su vida. No obstante, le gustó. Algo en ella, en sus ojos, lo atraía como si fuese un imán. Una extraña sensación de deja vú lo invadió al verla fruncir el ceño ante su intensa mirada, pero antes de siquiera intentar comprender la razón, ella rompió el contacto visual y se giró para entrar en su oficina.

"Paula Garibaldi – Directora de cuentas" —indicaba el cartel en la parte superior de la puerta. Entonces supo de quien se trataba. Era la esposa del presidente de la agencia. Era a quien todos llamaban bloque de hielo. Era la mujer que acababa de enloquecer su corazón con tan solo una mirada.

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