двадцать.
"Oh, escucha al niño llorar
No me dejes solo
Mi guerra ha terminado
Sé mi refugio en la tormenta
Mi guerra ha terminado."
—¿Qué hace? —el concejal británico, Rockwell, se acerca a la mujer parada detrás de la pantalla de cristal de la computadora.
Natasha Romanoff ignora a todos a su alrededor, haciendo todo lo posible para evitar matar al hombre llamado Alexander Pierce. Él ya tiene un arma en la espalda, pero no parece suficiente, ¿verdad? Natasha es muchas cosas, pero hay una que no es: estúpida. Sabe exactamente quién es este monstruo. Es el hombre que impregnó de miedo el corazón de su única hija. Es quien determinó cada momento de Svetlana y quien la golpeó para someterla. Poner una bala en el centro exacto de la frente de Alexander Pierce sería un alivio. Al menos, Natasha lo disfrutaría.
—Inutilizar los protocolos de seguridad y publicar los secretos en Internet —responde Pierce al concejal, mirando directamente a la asesina.
—Incluidos los de HYDRA —musita Natasha, aún escribiendo en el teclado.
—Y los de S.H.I.E.L.D. —recuerda Pierce antes de acercarse un poco más.
La mujer lo ignora, centrándose únicamente en su misión. Está con Steve en esta en particular. El trío de fugitivos no está dispuesto a decepcionar a esa niña. Hicieron una promesa. Acabarán con HYDRA. Se la llevarán a casa. Y nadie se interpondrá en el camino.
—Si lo hace, nada de su pasado permanecerá oculto. Ni Budapest, ni Osaka, ni la Guerra de los Niños —Pierce hace una pausa y añade intencionadamente—: Ni el Plan B.
Las manos de la mujer siguen en el teclado.
Plan B.
Su cuerpo involuntariamente se estremece un poco antes de continuar. Sus ojos se levantan para mirar al hombre y sus labios se tuercen. Pierce la mira con curiosidad, esperando ver qué hará a continuación. Natasha exhala un suspiro sibilante y lleno de ira mientras sus dedos continúan hackeando la base de datos. Sus ojos se entrecierran ligeramente nada más se encuentra con el archivo que tiene el nombre de su hija en el título.
Activo: Plan B.
Sabe que debe haber otros archivos por ahí, circulando a través de las diversas bases de HYDRA que aún acechan en las sombras. Pero este... tiene el nombre de Natalia Romanova en la parte superior. Prueba de que la niña es suya y del Soldado de Invierno; la niña que el Soldado ha llamado Svetlana Anastasiya. Anastasiya significa 'resurrección'; es muy apropiado para ella la vez que pensó que estaba muerta y que pudo sostener hace solo veinticuatro horas. Este archivo es una prueba de que Natasha no está sola en el mundo. Es una prueba de que tiene a alguien por quien vivir, alguien a quien amar. Pero está aquí para que todo el mundo lo vea.
Si Natasha hace esto, si filtra estos archivos, Svet no estará a salvo. Nunca lo estará, no si alguien sabe la verdad. Y nadie puede saberlo. Para el mundo, todavía está sola. Natasha Romanoff nació para estar sola. Sus dedos rebotan en el aire por un momento antes de borrar por completo el archivo en particular, asegurándose de que nadie descubra que tiene una hija.
Y, así, Svetlana está muerta una vez más.
Su mandíbula se aprieta muy ligeramente cuando las palabras de Pierce se cuelan en el aire.
—¿Está usted preparada para que el mundo la vea como realmente es?
Como realmente es. ¿No es esa la pregunta?
Una estudiante. Una asesina. Una madre. Una agente. Una Vengadora. Una amiga.
Ella lo mira con amargura y odio entrelazando su tono.
—¿Y usted?
—Bueno, mire por la ventana —el secretario de defensa hace un gesto detrás de él, donde los tres helicópteros se ciernen—. Ya no importa lo que nuestros enemigos piensen de nosotros.
—Por eso están siendo derribados.
—Muy buena opinión sobre las posibilidades de Rogers.
—Es evidente que no ha estado prestando atención —Natasha ladea un poco la cabeza y señala el final de su oración con una sonrisa.
♛♛♛
—Tus dueños, Plan B.
Plan B.
Eso parece... familiar, tal vez.
¿Es así como la llaman?
Una mano dura se clava en el pelo rojo de la niña, tirando de su cabeza pesada.
—¡¿Lo entiendes?! ¡Somos tus dueños!
Los moretones rodean los ojos de la niña desde donde la golpearon para sacarla de su aturdimiento. Sus costados están adoloridos por ser golpeados y sus encías sangran, haciendo que el sabor a hierro llene su boca. Sus párpados se sienten pesados y su pecho se mueve irregularmente, luchando por respirar por la nariz vacía. Le han quitado la cánula. Pensaron que sería divertido verla confundida. Después de todo, la estúpida niña no sabe que la necesita. No sabe nada en absoluto.
Todo se siente extraño.
—¡Eh! —el hombre ladra de repente, tocando con dureza su ya adolorida mejilla para que sus ojos borrosos se concentren en su rostro—. Nadie vendrá por ti. No tienes a nadie. Solo a nosotros. Solo a HYDRA.
¿Solo ellos?
—¿Y qué haces para HYDRA, cariño? —el hombre cruel se burla, inclinándose cerca de su cara y empujando un mechón de su cabello caído.
Una parte profunda hace que el Plan B se aleje de él, temerosa de estar tan cerca. Su pregunta aún persiste en sus labios y lucha por encontrar la respuesta. ¿Qué hace para HYDRA? ¿Hace algo por ellos? Ella no responde, sin saber realmente qué decir. Su nariz se arruga mientras busca la respuesta que se encuentra profundamente en su mente. Hay extraños destellos de movimiento y rojo. Hay mucho rojo.
¿Es sangre?
¿Es eso lo que hace para HYDRA?
¿Sangrar?
Tiene sentido mientras el líquido carmesí se desliza sobre el borde de su labio inferior y gotea por su barbilla y cuello. Toma una respiración rápida, su cabeza sigue mareada. Siente que le arde el cerebro, le pican las mejillas y que que todo es borroso y distante.
—¡¿Qué haces?! —grita el hombre, poniéndose en su cara.
Ella jadea en otra respiración rápida, tratando de retroceder. Él levanta su otra mano y pellizca fuertemente su mejilla derecha, sacudiendo su rostro solo para mostrar quién tiene el control. Inclina la barbilla hacia un lado, esperando burlonamente su respuesta. Oh, es tan gracioso para él; ver a la chica tan protegida por el Superior y el Activo arrastrándose a sus pies. No dirá que es algo que no está disfrutando.
El plan B hace una mueca y habla suavemente en su lengua materna:
—Net. Prosto ostanovis —no. Detente.
Él lanza una risa profunda ante su expresión aparentemente divertida y temerosa.
—Dios, realmente no te acuerdas de nada, ¿verdad?
Los otros guardias también se ríen, haciendo bromas de algún tipo que la niña ni siquiera se molesta en leer. Probablemente ni siquiera debería intentarlo. Será más feliz así. El Plan B respira con dificultad, su propia mano sujeta débilmente la del guardia que está enterrada en su cabello. Le duele mucho el pecho y parece que no puede pensar con claridad. Hace mucho frío en la sala circular, y todo lo que quiere hacer es acostarse y desvanecerse. Sería pacífico. Morir. No es como si no fuera algo que quiere. Aún así, una parte de ella le dice que sea fuerte y que espere. Simplemente, no está segura de lo que está esperando.
El guardia la arroja de vuelta al trono del que se la ha soltado. La parte posterior de su cabeza y columna se estrella contra la silla de metal. Ella cierra los ojos y muestra una expresión de dolor, apenas teniendo la energía para frotar su mano temblorosa sobre su dolorido cráneo. Hay extraños cortes en forma de anillo que circulan alrededor de sus muñecas; ella solo puede imaginar que son algún tipo de enlaces. No es que tengan que preocuparse por si intenta escapar. ¿A dónde iría? No tiene nada ni nadie. Además, apenas puede mantener la cabeza en alto.
Es extraño sentir la nada dentro del cerebro.
Muy extraño, en realidad.
Por lo general, está muy abarrotada y llena de pensamientos, pero, ahora, el Plan B se siente... vacío. No del buen tipo. No es como si sintiera que le quitaban un peso de los hombros. Es como si hubiera perdido algo importante y le doliera al recordarlo. Se siente mareada, incluso entumecida. Piensa que su cabeza podría estar colgando hacia abajo, con la barbilla presionada contra su pecho, pero no puede estar segura. Le duele incluso abrir los ojos. Lo ha intentado en numerosas ocasiones, pero, cada vez que sus pestañas se agitan, un pulso horrible se dispara en su cabeza y una ola de náuseas la invade. El Plan B gime suavemente, le duelen las sienes y le pican las mejillas desde donde la agarró el guardia.
Respira con rapidez, tratando de abrir los ojos nuevamente. Cuando cuenta hasta cinco, fuerza sus ojos a abrirse y los entrecierra ante la dura luz amarilla. Picaban por alguna razón, pero esto solo lo empeora. Deja escapar un suspiro de dolor y entrecierra los ojos un poco más, viendo que un nuevo hombre se ha unido al grupo. El nuevo hombre y el guardia están enfurecidos. Han estado discutiendo, pero ella no puede escucharlos. Esto todavía no tiene sentido.
¿Por qué no puede escuchar nada?
—¡¿Eres estúpido?! —ella se obliga a leer los labios del nuevo hombre—. ¡¿Las has borrado?!
—¡Se estaba reteniendo! —su guardia responde con un enojo defensivo—. No iba a cumplir...
¿De quién están hablando? ¿De ella?
—¡Casi nunca cumple de inmediato, idiota!
—¡Eh! No soy un idiota, ¿de acuerdo? Sé exactamente qué es lo mejor para eso.
¿Eso? ¿Ahora el Plan B es 'eso'?
Un inquietante par de labios responde a su pregunta mientras araña los recovecos de sus pensamientos para recordar: es todo lo que has sido. Un plan de contingencia. Una cosa. Un medio vicioso para un final que lo es aún más. No una humana. Y lo vas a recordar.
No una humana. Una cosa. Un medio para un fin. Una carta de triunfo. Un plan de respaldo. Oh si. Eso. El plan B supone que se olvidó de eso; ahora recuerda su lugar. Ahora recuerda dónde residen sus lealtades y a quién pertenece: HYDRA. Mata para HYDRA. Hace que los humanos sangren para HYDRA.
Aunque, ¿no es extraño?
—Como cualquier animal, la pateas para que se someta —dice el nuevo y, claramente, igual de despreciable que el otro hombre—. No reelaboras por completo su patrón de pensamiento. Eso es lo que ordena la Superior. ¿Prestas atención? Ya tiene minusvalías, ¿y se te ocurre jugar con su cerebro poco inteligente?
El plan B puede estar un poco confundida en este momento, pero lo sabe: no es poco inteligente. ¡Sabe cosas! ¡Muchas cosas! Bueno, no, en realidad no. Su cabeza se sacude vertiginosamente, intentando convencerse de lo contrario. Puede ser un "eso", ¡pero sigue siendo inteligente! Las palabras del nuevo hombre sacan a relucir este dolor profundo y sembrado en su pecho. No está segura por qué los insultos duelen tanto. ¿Por qué le importa lo que piensen sus dueños? No debería. Solo necesita permanecer callada y ser obediente.
Tal vez el Plan B no es inteligente.
Tal vez el Plan B es un "eso"; un objeto y una cosa para poseer.
Aún así, parece estar... mal.
Oh, ¿por qué todo se siente tan horriblemente retorcido?
—¿Y qué? ¡No es que el Activo vaya a darse cuenta! ¡Ni siquiera la recuerda! —¿el activo? ¿Por qué suena familiar?—. ¿Quién se lo va a decir? —espeta su guardia, señalando al otro hombre de manera amenazante—. ¿Tú?
—Yo.
El Plan B no está muy segura de lo que se apodera de ella mientras habla. Es como si hubiera una parte profunda de sí misma, una parte humana, que exige que la dejen salir. Ni siquiera sabe quién es este activo, pero, claramente, estos hombres no quieren que sepa que la han torturado. Y eso crea influencia. El cabello rojo cae lentamente sobre los hombros del Plan B, forzando su cuerpo a inclinarse. Respira hondo mientras nivela sus ojos en los hombres. Se vuelven para mirarla con las cejas arqueadas y los iris oscuros.
—¿De verdad? —le pregunta su guardia, acercando sus pies.
El Plan B no responde, su cerebro continúa ardiendo y sus dedos temblorosos se enroscan alrededor de los reposabrazos del trono.
Él se acerca aún más, inclinando la cabeza hacia un lado.
—¿Vas a decirle al Activo lo que te hemos hecho?
—Lo haré —escupe con crueldad indagando en su tono—. Él te castigará. Y tú rogarás por misericordia.
Una mano dura se estrella contra su cabeza, haciéndola sentir casi dolorida. Y lo recuerda. Ella recuerda. Es como si volviera de la muerte al recordar que es humana. Oh Dios, el alivio la atraviesa. El resto de su cerebro es nebuloso. Casi no puede recordar nada más, pero tal vez eso esté bien.
—Justo como tú me has hecho rogar —la niña susurra sus últimas palabras, agarrándose de la silla para mantener el equilibrio lo mejor que puede.
No salen gritos de su boca mientras el guardia la castiga con un golpe final. Sus ojos se abren y cierran, y parece que ya no puede respirar. Olvida la voz en su cabeza que le dice que sea fuerte y que espere. ¿Esperar para que? Nadie viene. Nadie. Descubre que no le importa cuando su visión se desvanece y su cabeza palpita. Pueden hacer lo que quieran ahora. Todo está bien, siempre y cuando no sea un "eso". Ser humana es suficiente; ser algo más allá de una posesión es suficiente.
Y, entonces, el Plan B es tragada por la oscuridad.
♛♛♛
El helicarrier arde alrededor de los dos hombres que pelean, acercándose más y más al edificio de D.C. El humo y las brasas flotan en el aire cuando un hombre, justo y bueno, se mueve para liberar al otro, cruel e ignorante. Los ojos del segundo se abren casi con miedo cuando ve al primero saltar desde su posición hasta donde está atrapado. Respira rápidamente, moviendo las piernas, luchando por levantar la viga de metal de su torso. Steve Rogers tropieza y la agarra, esforzándose por ayudar al Soldado.
Tiene que sacar a Bucky. Tiene que salvarlo, así podrán salvar a Svet. Tiene que cumplir su promesa. Tiene que salvarlos. Steve gime, levantando la viga lo suficiente como para liberar a Buck. El Soldado lo mira furioso, no queriendo la ayuda de su enemigo. ¿Por qué no lo ha matado todavía? ¿Por qué lo está ayudando? ¡Así no es como funciona esto! El Soldado gruñe enojado y se libera de la pieza metálica. Los dos hombres se quedan donde están por un momento, respirando pesadamente mientras el helicarrier se desmorona a su alrededor.
Intentando levantarse, Steve trata de razonar con él.
—Me conoces.
El Soldado se levanta lentamente, observando al hombre a través de su cabello desordenado antes de gritar irregularmente y lanzar un fuerte golpe.
—¡No es verdad!
Ambos caen hacia el suelo, débiles, cansados, solo necesitando completar su misión. Luchan de nuevo, jadeando por aire, mirándose con sangre en sus caras.
—Bucky —Steve vacila sobre sus pies, tratando de no caer.
El Soldado respira dolorido y retrocede un poco ante el nombre. Bucky. Dios, ese nombre. Duele escucharlo cuando suena tan agonizantemente familiar.
—Me conoces de siempre...
El Soldado mira brevemente a un lado antes de gritar de ira y golpear a Steve una vez más. Steve vuelve a caer al suelo, sintiendo un dolor aplastante en su rostro. El helicarrier continúa explotando a medida que cae en picado hacia el lago azul de abajo. No hay mucho tiempo. El Soldado reprime su propio dolor, sintiendo que se extiende a través de su brazo dislocado y hacia su torso dolorido. Steve vuelve a tropezar, no dispuesto a rendirse tan fácilmente.
No con su amigo.
No con su familia.
—Tu nombre es James Buchanan Barnes —habla lentamente, tratando de que lo recuerde, aunque sea solo por un momento—. Tienes una hija, Svetlana Barnes.
¡Está mintiendo! ¡El hombre rubio está mintiendo!
—¡Cállate! —el Soldado grita enojado, derribándolo nuevamente.
¡Nada de lo que dice el objetivo es cierto! Y sin embargo, en el fondo, el Soldado puede escuchar la verdad. Las palabras rebotan en las partes más torturadas de su mente y siente que el terror surge una vez más. ¡No es quién este hombre dice que es! Es un soldado. Él sobrevive. ¡No es nada de eso! No es una persona. No es un amigo. No es un padre.
Steve se quita el casco y reza para que ver su rostro ayude a Bucky a recordar. El Soldado se endereza, mirándolo con ojos atormentados.
—No voy a luchar contigo —exhala Steve antes de dejar caer su escudo a través del agujero en el suelo—. Eres mi amigo.
El Soldado se retira un poco, dejando escapar un silencioso gesto de incredulidad.
—Es un amigo —una pequeña voz suena en el fondo de su cerebro.
¡No hay nadie allí! ¡La voz no es real!
Él muestra los dientes con furia, no dispuesto a ceder ante la voz. No otra vez. El Soldado suelta un grito, arrojando su cuerpo contra el de Steve, sujetándolo por el pecho. El cuerpo de Steve emite un sonido repugnante cuando el Soldado lo golpea contra las vigas.
—Eres mi misión —gruñe el Soldado en un tono cruel, alzando su puño de metal y aplastándolo en la cara del hombre con cada palabra—. ¡Eres mi misión!
La cabeza de Steve se echa hacia atrás, la sangre mancha el exterior de su boca al ser golpeado. No se defiende. No es que no sea capaz. Es que no puede. No puede. Quizás la parte más desgarradora es que no se trata de Cráneo Rojo, ni ningún nazi, ni ningún dios o demonio, ni ningún otro villano, sino de Bucky, quien siempre defendió y estuvo a su lado en cada pelea, el que golpea a Steve Rogers hasta la muerte. La agonía grita en la mente del Soldado cuando su puño de metal se detiene. Mira al hombre con miedo, sin saber la verdad y dándose cuenta de que nunca la ha sabido. Alza de nuevo su puño, preparado para dar el golpe final que aplastará la cara del rubio.
—Pues termínala.
El Soldado respira pesadamente, apretando los dientes, aún listo para darle fin.
Con su ojo cerrado por la hinchazón y la sangre cubriendo su rostro, Steve dice:
—Porque estoy contigo... hasta el final.
El brazo del Soldado se mantiene hacia atrás y, sin embargo, se tambalea cuando su pecho sube y baja. Mientras que su cabello oscuro le golpea en la cara, sus ojos se ensanchan y se llenan de lágrimas mientras los recuerdos acuchillan su mente.
Su rostro de rabia se convierte en horror cuando se da cuenta de lo que ha hecho, en lo que se ha convertido y todo lo que ha olvidado.
Steve.
El poste del helicarrier se suelta y se desploma desde arriba, rompiendo el piso. Bucky Barnes se sujeta y, en medio de los escombros y el fuego, Steve Rogers cae al lago. El agua azul acepta al hombre como un amigo y lo empuja hacia el fondo, permitiéndole hundirse en sus profundidades. Toda esperanza para el supersoldado parece perdida, hasta que una mano de metal lo agarra.
Un cuerpo oscuro atraviesa el agua hacia la orilla fangosa, arrastrando a un hombre vestido de rojo, blanco y azul. El agua cae y rueda contra los dos hombres, pero ninguno le presta atención. Steve está pálido e inconsciente cuando Bucky lo pone entre el barro y las malas hierbas. Los escombros se hunden lentamente, los edificios que han destruido arden contra el cielo gris.
—Svet —murmura Steve en su delirio, pensando solo en la otra persona que creía que no podía salvar.
Bucky se endereza, sintiendo una ola de miedo atravesar su pecho ante el nombre.
Svet.
Tropezando un poco, los hombros doloridos de Bucky se tensan y sus ojos oceánicos revolotean con sospecha. Sostiene su brazo dislocado contra su abdomen y toma aire antes de girar lentamente. Su cuerpo se balancea, alejándose del hombre que salvó a cambio de los regalos que le dio. Steve Rogers le dio dos cosas: su propio nombre y el nombre de una niña que olvidó. Su rostro permanece oscuro mientras, dolorosamente, entra en la espesura verde que recubre la orilla.
Ni siquiera mira hacia atrás antes de desaparecer por completo.
♛♛♛
La niña de trece años está doblada sobre sí misma cuando Bucky Barnes la encuentra en el Frente. Las alarmas se activan y sabe que no tiene mucho tiempo antes de que lo encuentre lo que queda de HYDRA. Sabe que tiene que ser estúpido, no solo por no darse la vuelta y correr ahora que tiene una oportunidad, sino por quedarse un rato más. Cuerpos recién ensangrentados caen alrededor de la niña, pero ella no se mueve. Su cabello rojo cuelga sobre su cabeza, cubriéndole la cara como una cortina gruesa. Su pecho y hombros están doblados hacia adelante, inmóvil. Pasando por encima de los cadáveres, Bucky se acerca al trono en el que está inclinada; su pecho está apretado y su mente llena de ira.
¿Cómo la llama él?
¿Plan B?
El nombre que el hombre del río, Steve, la llamó... ¿cuál era?
La llamó... Svet.
Svetlana.
—¿Svetlana? —el hombre suena vacilante mientras se agacha, tomando uno de sus hombros caídos en su mano de metal.
Todos los nombres por los que la ha llamado a lo largo de los años vuelven a aparecer como una canción.
Svetlana.
Svetka.
Lana.
Svetla.
Sveta.
Sus cejas se doblan por el dolor de los recuerdos y respira hondo antes de fruncir los labios. Ella significa algo para él. La chica. Dios, significa algo importante.
Su voz es incierta cuando se obliga a preguntar:
—¿Svetka?
Cuando la niña no responde, él trata de encontrar su rostro entre el mar rojo. Aparta su melena solo para que su garganta se tense al ver moretones. La niña se inclina lentamente hacia adelante, cayendo sin fuerzas en su pecho. El horror estalla dentro del hombre y su rostro se oscurece por la preocupación, dándole la vuelta cuidadosamente. La sostiene suavemente, permitiendo que sus hombros se presionen contra su pecho.
Un rostro joven se ensambla lentamente dentro de su mente, luego puede ver como una imagen enorme cobra forma. Una espalda desnuda en la esquina de una celda oscura. Una niña a la que no parece importarle que él sea un asesino mientras se acurruca en su pecho. La misma niña gritando cuando los hombres la alejan. Ella y sus grandes ojos azules fingiendo una mentira después de recordarla en Odessa. La niña muriendo después de que una bala atravesara su pecho y luego pasa un año sin verla. La azotea. La carretera. El borrado. Sus ojos se abren con horror y se lanzan hacia la chica inerte que yace en sus brazos. La acerca aún más, recordando quién es para él. Su hija. Su pequeña. La única razón por la que no ha encontrado una manera de morir antes de este momento.
La mano de la niña cae aparentemente sin vida al duro suelo de cemento y se ve muy, muy pálida. La sangre ha manchado su labio superior, su piel está partida por los golpes y su cabello húmedo por el sudor. Hay un temblor en sus manos y sus dedos se retuercen en ritmos irregulares. Sus grandes ojos están abiertos y destellan aún con el miedo que la golpeó solo unas horas antes.
—Hey —el hombre agarra suavemente su barbilla, volviendo su mirada distante hacia él—. Svetlana, vy budete v poryadke —se detiene un momento, sin saber exactamente qué decir para que su hija se sienta mejor—. Te lo prometo —Svetlana, estarás bien.
Los ojos de la niña lo encuentran en medio de su bruma, una expresión aterradora aparece en su rostro. Sus labios se separan y sus cejas rojas se fruncen, como si estuviera confundida por quién la acunan. La arruinaron, tal como lo arruinaron a él. ¿Quién sabe si Bucky habría recordado a su hija si el hombre no hubiera mencionado su nombre? Podría haberla dejado aquí y jamás se habrían vuelvo a ver. Entonces habrían hecho Dios sabe qué a su hija, lastimándola aún más. Una ira familiar arde dentro de él y mira sombríamente a los cuerpos dispersos, deseando haberse tomado su tiempo para matar antes a los guardias.
Donde quiera que vaya, donde sea que escape, la llevará con él. La cuidará. Ella no lo conoce, y tal vez nunca lo haga. Pero esta vez se promete hacer las cosas bien.
Lentamente, la niña levanta una mano con cuidado y la apoya en su mejilla tal como lo hizo una vez, en otra situación muy parecida.
Entonces, en apenas un susurro, Svetlana Barnes pregunta:
—¿Papa?
Los ojos del hombre se cierran rápidamente y asiente con alivio.
—Da, Svetka, da, sí, soy yo.
Una pequeña lágrima se escapa de sus ojos y una sonrisa inocentemente emocionada rompe su expresión de dolor.
—¿Volviste a por mí?
Sus ojos brillan con lágrimas y parece temblar un poco menos por el hecho de que ya no está sola, él está con ella ahora.
—Volví a por ti —repite, moviéndose para sostener su cabeza un poco más.
Ella tose repentinamente, sus hombros se levantan y jadea. Su pecho grita de dolor y empuja una mano contra él, esperando calmar la agonía. Con otra expresión de enojo, su padre nota el espacio vacío debajo de la nariz donde generalmente se encuentra su cánula. Sus ojos oceánicos miran a su alrededor, buscando el tubo de plástico que mantiene viva a su hija. Extiende la mano de metal y agarra la cosa antes de deslizarla con cuidado alrededor de su cara. El alivio se filtra a través de ella y sus pulmones se llenan de aire. Lágrimas de dolor se deslizan y ella hace una mueca, aún respirando lentamente.
La voz de él baja a un susurro, diciendo:
—Voy a sacarte de aquí.
Ella asiente levemente, aferrándose a su uniforme mojado.
Todavía acunando su cuerpo, él usa su brazo de metal y el de carne dislocado para levantarla, solo para hacer que la niña suelte un fuerte grito de dolor. Su cuerpo se pone completamente rígido mientras la mira con preocupación.
—Estoy bien —sale como un susurro sin aliento.
Svetlana muerde con fuerza su lengua y entierra su rostro en su pecho, tratando de no mostrar cuánto dolor tiene. No quiere asustarlo. El padre y la hija hacen lo que siempre han hecho: todo lo posible por ignorar su dolor, no queriendo hacer nada más difícil para el otro. No mira mientras su padre se mueve de la sala, pasando por encima de los cadáveres de los hombres que abusaron de ella. La luz blanca del banco vacío arde a través de sus párpados cerrados y se estremece cuando Bucky golpea la puerta trasera del edificio.
Su cuerpo se tambalea mientras camina por los oscuros callejones. Sus ojos están entrecerrados y su expresión es dura sobre la puesta de sol que se extiende ante ellos. No sabe quién es. No sabe quién es el hombre rubio que salvó o quién es la mujer pelirroja que lo atacó. No entiende por qué regresan estos destellos de una vida que parece haber sido suya. No entiende absolutamente nada.
—¿Papa? —Svet susurra, sus palabras salen amortiguadas por mantener su cara presionada contra su pecho.
Él espera que ella continúe, todavía mirando a su alrededor con sospecha mientras sus hombros se balancean y sus botas aterrizan en silencio.
Antes de que ella se detenga para mirarlo, dice con voz temerosa:
—¿Nos van a encontrar?
Se toma un momento para responder, queriendo ser sincero.
—No, Svetka. No dejaré que te encuentren otra vez.
Entonces, mientras sus ojos se cierran y mantiene su rostro adolorido enterrado en su pecho, puede saber que están en camino. Ella no sabe hacia dónde. Tal vez ni siquiera es un lugar. Quizás sea volverse humano otra vez. Quizás sea para... resucitar. Cuando la niña de trece años vuelve a mirar a su padre por última vez, antes de finalmente sucumbir al sueño, ve que sus labios forman dos palabras más.
—Nunca más.
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