2. Barriles de cerveza en la playa

      

MARK ESTUVO REFUNFUÑANDO TODO EL CAMINO DE REGRESO, y por todo el camino me refiero a todo el camino que casualmente incluye la hora completa que pasamos comprando comida porque la cocina estaba absurdamente vacía. Luego la hora se nos alargó cuando tuvimos que esperar que un remolque sacara un auto del camino porque le cayó un árbol encima, dejando nada más que un destrozado Toyota y un hombre bastante enojado contra la madre naturaleza. Cuando por fin llegamos, Mark y unos vecinos iniciaron la limpieza del patio y recoger escombros y talar los árboles caídos mientras yo organizaba las compras y preparaba algo de comer en el proceso.

Antes de poder hacer las compras salimos del motel para desayunar algo —ya había pasado el mediodía, así que técnicamente almorzamos— y regresamos al motel justo a tiempo para ver a los idiotas entrar en la habitación con bolsas de comida, también decididos a almorzar. Después de ahí Mark y yo optamos por dar por terminada la vigilancia y regresar a los quehaceres más importantes del momento, lo que me deja a mí en la cocina llenando platos de comida para alimentar seis hambrientas bocas.

Siete, si contamos la mía.

El calor en la cocina era inmenso y el sudor me bajaba por el cuello casi como una cascada, así que abrí una mesa desplegable en un lugar del patio que ya no tenía ni ramas ni tierra levantada y esparcí los platos de comida, sirviendo cada vaso con un buen jugo de naranja que me tomó unos buenos minutos en preparar. Y admito que casi me lo bebo todo de la sed que tenía. De todos modos, Mark y los otros vecinos que ayudaban me agradecieron jadeantes y sudorosos y se sentaron a comer.

—Muchísimas gracias. Esto se ve delicioso —me dijo el hombre que era dueño de la casa de al lado, sonriéndome ampliamente—. Ward Cameron —se presentó, extendiendo una mano que estrechamos con gusto—. Esta es mi esposa Rose y mis hijos Rafe, Sarah y Wheezie.

Sonreí cortésmente.

—Es un placer conocerlos.

Mark fue quien construyó el resto de la conversación mientras todos comíamos. Se lo agradecí inmensamente, porque mientras él entretenía a los demás yo tenía que asegurarme que los platos vacíos terminaran en la cocina y los desechables en la basura, y los restos los guardé para calentar después durante mis antojos nocturnos. Hasta me aseguré de servirle un poco a un gato que merodeaba por ahí.

—Para una jovencita de tu edad tienes un toque culinario —Rose Cameron me guiñó un ojo.

—Es cierto —Ward asintió—. Deberías pasarte un día de estos para enseñarles a estos holgazanes cómo hervir agua.

—¿Y quién te enseñó a cocinar?

No dudé ni un segundo. Aleteé las pestañas y mostré una sonrisa melancólica.

—Solía cocinar mucho con mi padre, pero murió de cáncer y no tuve nada más que su diario de cocina.

Rostros apenados. Mentira aprobada.

—¿Y qué hay de tu madre?

—Nunca estuvo —encogí los hombros—. Solo éramos nosotros y el tío Mark.

Ahora los ojos se centraron en Mark. Él ya tenía su máscara puesta, listo para soltar cualquier mentirilla saludable para comprarnos la bondad de los demás. Y los Cameron le hicieron todo tipo de preguntas... bueno, solo los esposos y la hija de en medio, Sarah; Rafe, el mayor, tenía cara de querer largarse y la menor, Wheezie, no despegaba los ojos de su celular y se quejaba en murmullos por la señal que no regresaba.

En todo caso, ya teníamos a los Cameron comiendo de nuestra palma.

Puros nacidos en Outer Banks, pero el único que se ganó la vida y el dinero, convirtiéndolo en un Kook, era Ward Cameron. Me explico. En Outer Banks solo existen dos bandos: el de los ricos, natalmente llamados Kooks, y el de los marginados, pobres o como quieran llamarlos, también natalmente conocidos como los Pogues. Ward Cameron solía ser un Pogue, pero trabajó y tuvo éxito en lo que se propuso y comenzó a ganar dinero. ¿Haciendo qué, exactamente? No recuerdo, Sarah Cameron me contaba lo furiosa que estaba con las gaviotas que se aprovechaban de las madrigueras de ratones para comérselos. El punto es que para cuando Ward se casó y tuvo sus hijos, ya era todo un Kook y se aseguraba de seguir siéndolo.  

La socialización siguió hasta que comenzó a atardecer. Admito que estaba harta y cansada y me hacía falta un buen baño de agua fría para quitarme el sudor, pero tendría que hacer todo eso cuando termine de lavar los platos y limpiar la estufa y barrer el piso. Bien podría decirle a Mark que lo hiciera por mí, pero todavía faltaba activar los generadores, revisar si los botes sufrieron daños y despejar el camino de entrada que estaba hecho un desastre, así que los quehaceres de ama de casa me tocaban a mí esta vez.

Fue Sarah Cameron la que se excusó primero.

—Yo ya me voy, Topper vendrá por mí para llevarme a una fiesta en la playa.

Sus hermanos empezaron a parlotear también.

—Yo también iré, papá —Rafe sonaba más desesperado que otra cosa.

—¡Yo quiero ir!

—Wheezie, tienes trece años.

—¿Y eso qué?

Oh santo Dios.

—Oye, deberías venir también, Olivia.

Espera, ¿qué?

Alcé los ojos hacia Sarah, quien me sonreía amablemente.

—¿Ir a dónde? —pregunté inocentemente, haciéndome la que no escuchó nada. Por el rabillo del ojo vi a Mark tapándose la boca con una servilleta y yo le pisé un pie.

Sarah rodó los ojos.

—Ir a la fiesta, ¿qué más? Serás mi compañía.

Y la tercera rueda.

Maravilloso.

—Sarah, gracias, de verdad, pero el tío Mark y yo tenemos muchas cosas que hacer todavía y...

Mark me pisó el pie.

—Livia, no seas modesta —canturreó y yo quise borrarle la sonrisa de la cara de una bofetada—. Vamos, mira toda la comida que preparaste. Mereces un descanso, ¿no, Ward?

El señor Cameron asintió con energía, también divirtiéndose.

Abrí la boca para volver a rechazar la oferta de Sarah, pero Mark volvió a pisarme y esta vez su mano me agarró la muñeca por debajo de la mesa, obligándome así a mirarlo. Y sé perfectamente lo que trataba de decirme. Ve con ellos y finge ser una adolescente normal. De todas formas, para eso estábamos aquí, ¿no? Para mezclarnos y pasar desapercibidos. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que yendo a una estúpida fiesta hormonal en la playa?

Quiero decir, ¿qué podría salir mal?

Espero que se haya notado el sarcasmo, gracias.

La sonrisa fue difícil de crear, pero logré curvar los labios y sonreírle ampliamente a Sarah Cameron.

—Bien, pero voy en mi propio auto. Ser tercera rueda no va conmigo.

Sarah y su padre se rieron con ganas.

Yo miré a Mark y lo vi afirmando disimuladamente con la cabeza.

Bien jugado, niña.





Ni siquiera me molesté en discutir con Mark sobre el asunto. El tal Topper —novio de Sarah— vivía cerca y, por lo tanto, no tardaría en llegar, así que no tenía tiempo para ponerme a hacer mis berrinches. Saludé a la ventana rota de mi habitación con el dedo corazón y agarré los primeros pantalones cortos que encontré, una blusa casi translucida y la parte superior de un traje de baño cualquiera, y lo único que agradecí fue la bienvenida del agua fría que logró serenar mi mal humor y quitarme el calor, el sudor y la tensión de los músculos.

No uso maquillaje a menos que sea necesario, como por ejemplo para cubrir un moretón indeseado en el rostro o el cuello, y como se trataba de una fiesta en la playa el maquillaje y el agua no parecían combinar mucho, ¿no? Así que no me puse nada en la cara, me deshice las trenzas solo para volver a hacérmelas otra vez y saqué unos flequillos solo porque me gustaba. Me puse unos zapatos blancos que seguramente se llenarán de arena en cuanto pise la playa y solo para estar segura, enganché una navaja al llavero y guardé un pequeño pote de gas pimienta en mi bolsillo.

Mark ya me esperaba al pie de las escaleras.

—Ya sabes cómo es —me dijo en cuanto llegué hasta él.

—Socializar, mentir y de encontrar problemas, irme lo más pronto posible.

Mark sonrió.

—Diviértete, sobrina.

—Hijo de puta.

De verdad que no me sentía de humor ni para saludar el lindo gato que todavía seguía merodeando, así que tampoco me molesté en ir al garaje y sacar uno de los autos que estaban ahí, por lo que tomé la Ford Explorer y esperé frente al portón de la casa de Sarah a que llegara Topper y pudiéramos irnos de una buena vez. Y resulta que el noviecito era exactamente como me lo esperaba: presumido, arrogante y del tipo de niño rico que no sabía ni matar una mosca pero aparentaba que podía escalar el Everest él solito. En todo caso, mantuvimos las presentaciones solo por unos minutos. El chico estaba desesperado por irse y Sarah se disculpó por su actitud, diciéndome que solo debía seguirlos mientras se colocaba el casco y se montaba en la motocicleta todoterreno de su novio.

Juro por Dios...

La fiesta resultó ser una mezcla de los adolescentes de Outer Banks repartiéndose vasos de cerveza y otros tragos que escondían dentro de mochilas y bolsas de papel. Más del tipo de fiesta al que yo asistiría de ser una adolescente normal, si me permiten decir. Y Sarah, sorprendentemente, se negó a alejarse de mi lado y me dijo que sería de mala educación dado que yo era su invitada y la nueva. No quise contradecirla y decirle que en realidad no me importaba si decidía meterse en una cueva para hacerlo con su novio, eso en realidad me daría una excelente excusa para regresarme y acostarme en la cama.

Y entonces los vi.

Los ladronzuelos.

Según tengo entendido, los ladronzuelos y sus dos amigos más fueron los que iniciaron la fiesta en la playa, repartiendo vasos de cerveza a todo el que se unía. Se llamaban John B, JJ, Pope y Kiara, me explicó Sarah cuando le pregunté, y por lo que le dijo Kiara era la única Kook del grupo de chicos, así que los otros tres muchachos eran Pogues.

Y John B y JJ eran los dichosos ladronzuelos.

—¿Por qué preguntas? —quiso saber Sarah cuando obtuve las respuestas que quería. No lo hacía con mala intención, me di cuenta, sino que se trataba de pura y sincera curiosidad.

Me encogí de hombros.

—Nada importante —le di un sorbo a mi vaso.

Sarah Cameron definitivamente era una chica soñadora. Inteligente, también. Me habló de un millón de cosas, cosas que no pensé por podría saber, y me sacó a bailar un montón de veces. También bailó con su novio, lo besuqueó y le dio toda la atención necesaria para que no se sintiera fuera de lugar, pero su atención estaba en mí, la carne fresca. Y como siempre me atuve al plan y socialicé, mentí y guardé toda la información que podría ser valiosa sobre el pequeño Outer Banks, que no era mucho pero aun así podría resultarme necesaria en algún momento.

Eran casi las once de la noche cuando Topper dio por terminada su participación en la fiesta y tomó a Sarah de la mano para irse.

—¿Te sabes el camino de regreso? —me preguntó ella, soltándose de su novio para volver a sentarse a mi lado.

—Descuida, estaré bien. Gracias por invitarme —añadí para no parecer una idiota aprovechándose.

—Bah, eso fue lo de menos. Oye, ¿tienes algo que hacer mañana? Podríamos volver y darnos un chapuzón si la piscina no está limpia.

Di que no, di que no, di que...

—Me encantaría —sonreí—. Gracias, Sarah.

Topper me estrechó la mano.

—Un placer conocerte.

—Lo mismo digo.

En realidad no. 

Como Sarah Cameron ya se iba, era mi momento para hacerlo también. Sin embargo, tenía que cerrar las conversaciones que inicié con otros amigos de los Kooks antes de poder subirme a la camioneta y decirle adiós al tumulto de adolescentes borrachos y hormonales, así que charlé un poco más, me reí cuando tenía que reírme y escuché cuando tenía que escuchar. Después solté el típico "estoy cansada y me espera un día largo mañana" y me despedí de unos amigos de Topper, vi que Rafe se besuqueaba con alguna chica contra una palmera e instantáneamente traté borrar la imagen de mi mente.

El alboroto que estalló luego logró borrarlo todo.

—¡Eres un Pogue de mierda!

Lo siguiente que supe era que Topper golpeaba al tal John B, alías Ladronzuelo #1.

—¡Topper!

—¡Oigan, paren!

Topper pateó a John B y el rodó hacia el agua.

—No me hagas ahogarte como a tu padre, John B.

La alerta era como el aviso dentro de la cabeza de un robot. La palabra "peligro" aparecía en mi visión en letras rojas y parpadeaba, recordándome una y otra vez lo que tenía que hacer en cuanto los problemas explotaran: huir y no meterme en líos. Me dije a mí misma que esto solo era otra típica pelea en una fiesta adolescente, con dos chicos borrachos golpeándose y con un público apoyándolo todo como si se tratara de la WWE. Sarah Cameron chillaba, quería que Topper se detuviera, y los amigos de John B trataban de quitarle la diana de la espalda sin salir heridos, pero la situación ya no tenía vuelta atrás.

No cuando John B contraatacó.

Topper le daba la espalda, así que no esperó ser tacleado y arrojado hacia el suelo, donde las olas que llegaban a la orilla golpeaban, mojándolos. Para este momento todos se reunieron en un círculo alrededor de los chicos que peleaban como bestias, se tambaleaban como borrachos y volvían a pegarse como animales. Yo me crucé de brazos, dándome cuenta que ya era muy tarde para escaparme porque la pared humana no me permitía abrirme un hueco para escabullirme.

Suspiré. En la que me he metido.

—¡Vamos, Topper! ¡Pégame!

Rodé los ojos. Jamás le pongas más leña al fuego si ya está ardiendo lo suficiente. Y como me lo esperaba, John B se tragó una cucharada de su propia medicina. Literalmente.
Topper lo tumbó al suelo y ahora lo estaba ahogando.

—¡TOPPER, YA ESTÁ! ¡GANASTE!

—¡HOMBRE, SUÉLTALO!

—¡LO ESTÁS MATANDO!

Las manos me cosquilleaban. El cuerpo entero lo sentía inquieto, ansioso; prácticamente mis entrañas rogaban para que hiciera algo. Y podía, claro que sí, simplemente tendría que sacar el gas pimienta de mi bolsillo y cegar a Topper con él... o usar la navaja en mi llavero y amenazarlo como toda una callejera. Y aun así no, claro que no podía. Estoy siendo testigo del problema, pero no formo parte de él, no me incumbe y, por lo tanto, no tengo que hacer nada además de observar.

Y ver cómo Ladronzuelo #2, el tal JJ, le ponía la boca de la pistola contra la nuca de Topper.

La estampida fue instantánea. Todo el mundo salió corriendo y yo debía copiar la acción y largarme de aquí antes de que llegara la policía. Si es que alguien se molestó en notificarlo. Sin embargo, me quedé justo donde estaba, de brazos cruzados, ojos entrecerrados y con la intriga matándose.

—¡BAJA EL ARMA, JJ!

—¿Dijiste algo, princesita Topper?

—¡QUE ESTAMOS BIEN! —balbuceó Topper, manos alzadas, retrocediendo lentamente.

No sé qué fue lo que me motivó a moverme, pero mis pies ya me estaban guiando hacia el chico que trataba de respirar. John B simplemente no lograba sentarse de forma derecha, su cuerpo estaba sin fuerzas tras la repentina falta de oxígeno. No fui consciente del intercambio de chillidos detrás de mí hasta que lo escuché.

Dos disparos al aire.

Ahora sí que estoy metida en problemas.

En serio que adoré escribir este capítulo. Me encanta como pude introducir a Livia en la escena y su reacción y todo. Estoy adorando y me estoy enganchando mucho de Olivia y no es bueno para mí, pero sí para ustedes, buenas suertudas.

Volví a verme Outer Banks y les juro que en esta vez pude imaginarme a Olivia en cada escena y me encantó. Sé exactamente lo que quiero de ella, cómo su historia va a girar en torno a los pogues y todo lo demás. Oh, queridos míos, ustedes no están listos para lo que viene.

Muchísimas gracias por los votos y los comentarios. Espero que esta historia siga gustándoles y adoren tanto a Mark y Livia como yo los adoro 😍.

AVISO: el faceclaim de Mark viene en el siguiente capítulo.

Gracias por leer, comentar y votar, y espero que estén salvos y sanos en sus casas.

Hasta el sábado,

Izzy 😍

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