Epílogo


La mirada de Heissman era de perplejidad total. En cambio, yo permanecí serio. Atento a que este reaccionara.

Después de unos minutos de silencio su expresión de confusión seguía en su rostro grabado.

—Todo es cierto entonces...—comentó.—No se trataba solo de un miedo infundido a las personas. Realmente eres aquel hombre vampiro condenado a la hoguera que narran en los libros de historia del país...

Sonreí con arrogancia.

—Pues ahora sabes la verdad, has tenido la oportunidad de conocer a un verdadero vampiro. Pero como podrás ver, la historia no termina ahí pues, aquí estoy.

Gregor me miraba como un bicho raro, con más desconfianza que de costumbre.

—El infierno no es un lugar interesante, nadie que sobreviva a el te dirá lo contrario, y tampoco es como Dante lo refería en su libro, y un lugar donde no haya nada interesante que hacer, no es de mi agrado, digamos que es por eso que estoy aquí. He vuelto a este mundo porque aun me quedan asuntos pendientes en él.

—Entonces, ¿esto es todo lo que deseabas contar? ¿Qué sucedió con Marie después?

—Bueno, eso es algo que te alegrará saber.

Posterior a mi muerte, gracias a las anotaciones de su diario, pude saber que ocurrió con ella. Nunca creí que esta hiciera caso a mis órdenes, no se como habrá hecho para escapar de casa. Pero pudo llegar hasta mi cuerpo incinerado aquel día, del cual solo quedo parte de él aun encadenado, y cenizas.

En su diario cuenta que mi cuerpo quedó vuelto polvo y que al mínimo contacto, éste se esfumaba reducido en cenizas, me puedo hacer una idea de lo mucho que habrá sufrido, aun así valientemente guardó mis cenizas y las enterró en el patio junto con las de mi padre. Lo único que quedó de mi cuerpo, fueron mis dos colmillos.

Posteriormente atravesó todo el país en búsqueda del cuerpo de mi hermano, tardó meses hasta que al fin pudo conseguir parte de lo que la brisa había dejado en aquel bosque hace tantos años, igualmente calcinado por la luz del sol, esta rescató sus cenizas y también las enterró.

Todo esto estando embarazada de un hijo varón al cual llamó, Ysaac Malkavein, su primer y único hijo, mitad humano, mitad vampiro. Un Damphir como se les conoce, con la inteligencia y ciertas habilidades de nuestra raza, pero con la mortalidad y vulnerabilidad de los humanos. Un corazón latiente y sin sed de sangre.

Del diario de Marie Antoinette Malkavein.

...Ojala estuviesen para conocerlo. Me recuerda tanto a ustedes dos. No me he atrevido a revelarle el nombre de su padre, en realidad, me dejaste claro que era un producto de mi vientre y que tu apenas habías tenido que ver, pero sus facciones son casi idénticas a las de ambos. Con un cabello intensamente negro y una piel ridículamente blanca, sus ojos gracias al cielo, son como los míos, tenerlos como ustedes seria darle más problemas de identidad al pobre quien siempre que descubre alguna nueva habilidad extrahumana corre a preguntarme. No tienen de que preocuparse. Mis ojos se secaron el día en que enterré sus cenizas en el patio y ahora solo brillan de alegría al ver como el pequeño Ysaac va creciendo, debo sentirme similar al tío Andrew con ustedes. Además, la casa está a salvo y no dejaré que nadie intente quedarse con lo que es mío, en parte es por eso que el niño nunca sabrá lo que es tener un padre. Tal como un día Adam me dejó claro, he decidido ponerme los pantalones, literalmente, y sacar adelante a la casa y a mi hijo. Los amo. No saben cuanto los extraño...—

—Y es así como Marie fue la fundadora del centro de investigaciones paranormales para continuar la labor de mi padre de explicar el por qué de tantos sucesos paranormales en las calles de Viena, el por qué de las desapariciones y los cambios de personalidad de las personas. Cuidó de ese proyecto con el celo que puede sentir una madre por su hijo, y del mismo modo Ysaac cuido de este, hasta el día de hoy que ha pasado a manos de Karen.

—Entiendo todo ahora.—comentó Heissman.—Eso quiere decir que Karen es tu... ¿nieta?

—Bisnieta.—aclaré.—Pero eso ya es otro cuento. De mi no tiene nada...Sin embargo, tiene un parecido impresionante a Marie. Son igual de testarudas e irritantes, tengo que decir que la casa quedo en buenas manos.

Heissman sonrió justo antes de ver fuera de la ventana.

—Dios, que tarde se ha hecho. ¡Nuestra hora acabo hace un par de horas!

Reí avergonzado a punto de levantarme, este me dio la mano como despedida y me acompañó hasta la puerta.

—Que rápido pasa el tiempo. Espero no haberte perturbado demasiado.—comenté con ironía.

—Bueno, ya sabrás que tan perturbado me puedo sentir una vez leas el informe final de nuestras sesiones...

Fruncí mi seño, pensativo antes de rascarme la cabeza.

—Pues me temo que no podré leerlo pronto. Dentro de pocos días tendré que viajar a Tokyo.

—¿A Japón?—intervino sorprendido.—Sino es molestia, ¿podría preguntar para qué exactamente viajaras tan lejos?

—Cuestiones de trabajo.

Sonreí encogiéndome de hombros antes de salir. Este asintió con la cabeza.

—¿É—Estas seguro que estarás bien? Hay mucho sol allá afuera...—dijo en tono preocupado abriendo la puerta de su oficina.

—No tienes de que preocuparte. Con el tiempo uno sabe cómo superar sus debilidades...—sonreí.

Ambos nos dimos la mano como despedida, me dedicó una sonrisa a lo que yo solo lo observé con extrema seriedad antes de susurrar a su oído.

—Por cierto, casi olvido darte esto. —mencioné sacando del interior de mi bata, un trozo de papel doblado. —Espero que entiendas entonces por qué he venido.

De inmediato y como era de esperar la reacción de Heissman fue la de desdoblar el papel, a lo que paré con mi mano aclarando que lo hiciera una vez me haya ido.

Una vez en la recepción pude observar el rostro de la secretaria a la cual le guiñé un ojo con picardía antes de salir y hacer un gesto con mi mano susurrándole "llámame" a lo que esta solo puso sus ojos en blanco.

Al bajar justo antes de entrar al auto, oí sonar el teléfono, ya me hacía la idea de quién podía ser. Con pereza contesté esperando su común reclamo diario.

—¿Se podría saber dónde demonios estás?—gritó la pelirroja del otro lado del teléfono.

—Sabes, la manera correcta de preguntar es, ¿te encuentras bien?

—Déjate de estupideces y trae tu pálido trasero de vuelta a casa...

A ver que nunca dejaría de ser una mujer irritante, tuve que colgar el teléfono. Subí la mirada percatándome que Gregor me observaba desde su ventada, de seguro ya había visto de lo que se trataba aquella hoja doblada.

Le había dado a mi terapeuta un regalo invaluable, una de las pocas fotos de mi padre donde se veía su cara. La reacción de Heissman fue un poema tal y como lo espera, al notar pues, que mi padre y el, eran exactamente idénticos.

..."Esta es mi razón por la cual he venido a narrarte esta historia" escribí al reverso de la foto, esperando contestar su pregunta.

Contarle esta historia, era como contársela a mi padre.


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