Capítulo 87: El estanque de la rana
Mi esfuerzo por dormir sería en vano, tal como lo había previsto en mis sentidos sensibilizados más que nunca, pude sentir algo interrumpir mi comodidad, una especie de tumulto debajo de mi cabeza que insistentemente sentí sin poder ignorar. Al apartar la almohada, grande fue mi sorpresa al no hallar nada, sin embargo, al apartar el colchón las cosas adquirían sentido. Debajo de este se hallaba más de una decena de periódicos, así como una carpeta abultada por su contenido en el interior. Al sacarla y revisarla fue inevitable sentarme nuevamente. Mi hermano había investigado más a fondo todo lo que necesitábamos saber. Desde fotos, hasta cartas que quien sabe cómo, pudo conseguir. Pasé el resto de la noche revisando aquellos documentos, sin embargo, no sé en qué momento me había quedado dormido.
—No me imagino lo cansado que te habrás sentido...—intervino Heissman con tono serio.
—Sólo imaginé que de ese modo se habría sentido Atlas, cargando el peso del planeta sobre su espalda, cargaba sobre mí más que nuevos poderes, los cuales venían con advertencia en letras pequeñas. Todos mis planes, lo que había previsto para entonces, habían desaparecido irremediablemente. Así como una vez olvidé mis sueños con el piano, también me hicieron olvidar mi plan de hallar la enfermedad desconocida que le dio fin a la vida de mi padre, ya nada me parecía inverosímil. Todo mi sufrimiento y aquellos eventos inexplicables tenían el sello de Amadeus Van Monderberg, Arnold Paole, quien quiera que fuera.
Heissman suspiró con pesadez rascando su cabeza. No era la primera vez que atendía un caso de estrés postraumático, sin embargo, lo que realmente le preocupaba, era involucrarse en lo que parecía ser la más maligna conspiración de un grupo mafioso muy bien camuflado.
—¿Temes que todo lo que sabes ahora afecte a tu seguridad y tu trabajo?—intervine.
Este frunció su ceño viéndose delatado, aún así negó con su cabeza.
—Ya han pasado más de cien años, Gregor. No hay nada que temer...—indiqué con una sonrisa poco convincente.
Quizás pasé una semana entera inconsciente sobre la cama de mi hermano, descansando por aquellos tres años sin descanso, aunque mi mente aún me impedía conseguir la paz, mi cuerpo se negaba a despertar. Llegué a estar incluso consciente sin la posibilidad de mover un solo músculo, lo que entonces me pareció una obvia referencia a la parálisis de sueño, intentando recordar donde me hallaba sin poder siquiera abrir los ojos, pensando que tal vez había vivido otro sueño lúcido en el calabozo y aún seguía condenado a la columna donde en algún momento volvería a ser despertado por alguna tortura. No obstante, mi mente me hizo reaccionar de golpe al sentir un violento azote en mi espalda que me quitó el aliento de inmediato y me hizo saltar de la cama para sujetar mi cabeza y enterrarla entre mis piernas. Mi cabeza zumbaba sin entender como aquella sensación se había sentido tan real. Incluso recuerdo haber llevado mi mano hasta mi espalda y buscar evidencia de sangre.
Una sensación de alerta se apoderó de mis sentidos. Pude oír cómo desde la puerta de entrada giraba una llave a punto de abrirla. Mis sentidos se habían agudizado a tal punto de poder escuchar el mecanismo de la cerradura moverse. Mi estado de alerta me obligaba a ser sigiloso, no podía dejar de pensar que en cualquier momento volverían por mí y no dejaría que eso sucediera, al menos no volvería a ponérselo en bandeja de plata, aquel sonido tan improvisto al oído común había sido lo que me había sacado de la cama como una fuerte sensación de azote en mi piel. Sin embargo, también me negaba a creer que mi enemigo vendría a mí con llaves de mi propia casa.
Silenciosamente, volví a adentrarme en la oscuridad para así bajar a revisar de quién se trataba, el resto de la casa seguía tan oscura que para el que no haya habitado nunca en ella, pudo haberse tropezado con la cantidad de mesas y otros muebles, sin embargo, el recién llegado sabia por dónde caminar. Con paso lento e inseguro, éste observó a duras penas lo que sus ojos humanos le permitieron ver, sus latidos eran serenos a pesar de que su mente formulaba demasiadas preguntas, refiriéndose al abandono del lugar. Lentamente, con el mismo silencio que me había dispuesto, caminé a su mismo ritmo, mis pasos justo detrás a los suyos me habían acercado lo suficiente como para sujetar su cuerpo y cubrir su boca con mi mano. Obviamente su ritmo cardiaco cambió completamente.
Su olor, entrando por mi nariz como las cenizas de unas brazas encendidas, me trajo un sinfín de sensaciones de melancolía, nostalgia hasta incluso remordimiento. Era su olor, su calidez, y sus pensamientos lo que delataron a una asustada Marie quien no podía entender quien se había colado a su hogar y ahora la retenía con violencia.
Esta volteó a verme por la comisura de su ojo, sin embargo, la oscuridad no la dejó ver más que mis pálidas manos y darse cuenta de mi gran tamaño respecto al de ella. Yo cedí mis manos lentamente a lo que esta pudo verlas con precisión, sintió un frio recorrer su cuerpo, no era otro que el frio de mi propio cuerpo transmitiéndose al suyo, con inseguridad e incluso miedo de estar en presencia de un fantasma, volteó lentamente, a mirarme con sus propios ojos.
Nuestras miradas se cruzaron una frente a la otra, una más nerviosa e incrédula que la otra. Mis ojos seguramente solo dejaban ver la frialdad que sentí. Solo pude observarla como si viera mi pasado en un espejo, ambos no nos atrevíamos a tocarnos, por temor a que esa ilusión del otro desapareciera.
Permanecí callado unos instantes, su rostro tan abismado solo me hizo sonreír. Sus ojos y boca estaban abiertos, inmóvil, pálida, de estar frente a un fantasma quizás no se habría sentido así.
—A—dam...—musitó.
—Hola, pecosa...—comenté al darme cuenta de que sus facciones no habían cambiado en nada, pero por el desconcierto en su cara pude imaginar lo mucho que yo si había cambiado.
Un millón de preguntas se formularon en su mente fugazmente, sus ojos no dejaban de reflejar la confusión que sentía en aquellas miles de interrogantes que se formulaban en su cabeza, viéndome de arriba hacia abajo desconcertada, sin embargo su inesperada reacción me hizo comprobar que lo que estaba frente a mí no era un espejismo.
Una fuerte cachetada me hizo querer volver a la prisión, incluso me pareció que la mano de Skelly no era tan pesada, mi cara ardió inmediatamente.
—¿CÓMO SE TE OCURRE DARME ESE SUSTO?
Yo solo volví a sonreír, negando con mi cabeza, masajeando mi mejilla ardiendo.
Su rostro había enrojecido, furiosa.
—¿Desde hace cuánto estás aquí?...
—Podrías cortarte las uñas de vez en cuando...
—¡Contesta!
Por más que miles de palabras competían por salir de mi boca, desde improperios hasta toda la verdad, mis labios parecían estar cosidos.
Esta bajó su cabeza un tanto avergonzada. Siempre había sido una mujer efusiva, de esas que se dejan llevar por sus emociones, en ese momento no sabía cómo reaccionar. La conocía bien. Su mente era un caos, no sabía si llorar o gritar de alegría. Algo la frenaba. Quizás la idea de que todo era una ilusión.
—¿Dónde has estado?...— Su tono era serio, rencoroso.
Nuevamente las palabras no salieron de mis labios, ésta me veía tan escéptica que nada que saliera de ellos le parecería una buena excusa a mi "abandono".
—Te buscamos por mucho tiempo... ¿hace cuánto tiempo estás aquí?
—No estoy seguro.—ésta arqueó una ceja con escepticismo.—Desde hace poco.
Su mirada reflejaba una mezcla de confusión, rabia y por sobretodo incredulidad, me veía de arriba abajo sospechando obviamente que no había estado de vacaciones, o al menos no bajo mi propia voluntad.
"Se parece muchísimo a Alexander..."—pensó ésta. Más que nunca lo había notado.
Volteé la mirada, cansado, sin ánimos de hablarle de nada, comenzaba a sentirme incomodo, "ojalá se fuera pronto" pensé. Fue entonces que, al bajar mi mirada, noté el anillo en su mano izquierda, su anillo de matrimonio por supuesto...
—¿Y dónde hayas estado no había tijeras o al menos navaja de afeitar?—comentó rascándose la cabeza en un intento de romper el silencio, no pude evitar reír por lo bajo.
—¿No te gusta mi nuevo estilo?—comenté con aun más ironía. Ésta solo volteó sus ojos con reproche.
"No soy estúpida Adam..." pensó dirigiéndose hasta la pared de la sala a encender las luces. Sabía que no le daría una respuesta a sus dudas, no aún. Por mi parte ni siquiera sabía cómo comenzar todo. Había demasiado qué contar, no creo que ni un mes de tardes de café fueran suficientes para relatar mis crónicas, y el final de aquella historia era precisamente el más agridulce, terminando con un Alexander sacrificado que ella seguro notaría su ausencia en poco tiempo.
...Descuida, el solo está en el otro mundo. Seguro lo veremos pronto...
—¿Cuánto tiempo estarás por aquí?—intervine. A lo que ella detuvo en seco lo que pretendía hacer.
Aún en la oscuridad su rostro también buscaba la manera de disimular la incomodidad por la pregunta. Había más que contar que mi historia, por lo visto.
—Ésta es también mi casa Adam, el tiempo que me quede no tiene que ser un inconveniente para ti, sino quieres hablar de nada, no tienes por qué hacerlo. Tú y yo nos distanciamos hace años, no esperaría que vengas a confesarte a estas alturas. Si necesitas algo, estaré aquí abajo arreglando el desastre, pudieron haber trapeado un poco al menos...
La frialdad con la que las palabras salieron de sus labios me hizo notar el gran rencor que ésta me guardaba. Marie siempre fue la mujer más complicada y estricta que he conocido, ganarse su confianza no era cosa fácil ni una labor que tomara pocos días. Yo solo di media vuelta pretendiendo volver a la habitación a seguir leyendo aquellos documentos que Alexander guardaba en secreto, sin embargo, nuevamente la voz de mi prima me detuvo a la mitad de las escaleras.
—Ahora que veo el cenicero... ¿Dónde está Alexander? Me extraña que la casa no huela a cigarrillo.
Mis ojos de inmediato se abrieron apretando fuertemente el pasamanos de las escaleras, no pude evitar apretar la mandíbula, solo volteé a mirar a mi prima desde encima de mi hombro, ésta solo reprochó con poca paciencia haciéndose la idea de que este estaría afuera, comprando cigarrillos...
Llegando a la habitación solo dejé escapar un prolongado suspiro mientras removía el cabello de mi rostro y masajeaba mis sienes. Lentamente me desplomé en el suelo como si mis piernas pesaran como un par de bloques de concreto, dejando un brazo sobre mi rodilla a observar el vacío de la austera habitación del "cuatro ojos", como solía llamarlo. ¿Cuántas habilidades debía poseer para dejar de sentir dolor? ¿Por qué me sentía entonces tan vulnerable siendo un ser de completa fuerza sobrehumana? ¿Acaso mis sentidos agudizados hacían que las cosas dolieran más? ¿Se habían encrespado mis emociones y se habían aflorado como a una chica adolescente en sus días? Esa idea obviamente me hizo reír, no era otra cosa que una niña prepuberta sufriendo desconsolada por la incomprensión del mundo. A mis propios ojos, era un ser patético, luchando una guerra interna entre quien intenté ser y el que el destino me obligó ser. Los días de salvar vidas habían quedado atrás así como los conciertos y las carreras. Tanta meritocracia solo había servido para llenar el vacío de ese sentimiento humano que creí sentir alguna vez, el que deseaba sentir. Hasta mis enemigos habían sido humanos, otros los seguían siendo, no obstante, yo había nacido para ser un monstruo, un robavidas. A pesar de que mi naturaleza siempre me haya hecho sentir la necesidad de la sangre y el sufrimiento de mis enemigos, habiendo crecido como un niño con pensamientos macabros llegando a una pubertad hedonista, había abandonado cada uno de mis placeres para ir de la mano con lo que consideré mi deber. Sino pude salvar a mi padre esa vez, al menos debía conocer el por qué de su muerte, y fueron mis estudios quienes me hicieron ver aún más su ambigüedad.
Si una vez creí que el deber tenía que estar por encima de mis placeres, el deber volvía a tomar otra forma, y con suerte, esto me daría placer. Mis venas incapaces de circular sangre pedían desesperadas la sangre de mis enemigos, ardían y evaporaban la poca sangre que quedaba para recordarme que mi vida no estaría tranquila hasta que la venganza le diera sentido. Había vuelto a casa, al menos físicamente. Pero una vez más igual que hacía trece años antes, había salido del hospital para volver a mi casa sin gran parte de mí, pero esta vez se había quedado el resto de mi compasión.
Si bien la habitación de Alexander no era un sitio que frecuentara en toda mi vida conociéndolo, además de ser su santuario y restringirle el paso a la mayoría, contándome, las pocas ocasiones que había tenido de entrar, siempre estaba en abrumador orden, la minuciosa y obsesiva manía de mi hermano por mantener todo en su designado lugar, hacían que su habitación fuese la mas ordenada de toda la casa y quizás incluso de toda Viena, siempre alegando que cada cosa tiene una función y un lugar en el mundo, de ese modo se garantizaba su eficiencia, un trastorno obsesivo compulsivo común en cualquier genio, creo que hasta cada mota de polvo tenia un lugar fríamente calculado. Aun así, su escritorio estaba vuelto un caos. Era escalofriante verlo en aquel estado, si así habría estado el escritorio, su mente estaría en peor situación.
Volví a levantarme y levantar el colchón, tomando algunos periódicos amarillentos y observar sus titulares. Me perdí de muchas noticias en tres años... la noche era joven y no había mucho que pudiera hacer. Seguir pensando en lo que me aquejaba solo me haría cargar con más peso y la depresión no era un estado que aceptaba. En lugar de eso, sonreí con malicia, respirando la dulce esencia del odio acumulándose en mi interior, tomando lugar, y formando pensamientos calculadoramente violentos. Poco a poco me había vuelto en la criatura asesina que soy hoy por hoy.
La sangre es la moneda que el vampiro debe pagar por su "inmortalidad", por sus "talentos" y habilidades, sin embargo, la sangre no es un capital fácil de conseguir, y como buenos delincuentes debemos ir por ella como sea robándola de las venas de los humanos, aprovechándonos de nuestras habilidades y estas a su vez, también nutriéndose de ella. Y no sabes de qué forma deseaba arrancarla y robarla en esos momentos. Como aquellas viejas leyendas de vampiros colándose por las ventanas de las casas, asechando desde las sombras, mordiendo el cuello de sus victimas en su momento de mayor vulnerabilidad, esperando la bella melodía de muerte sonar con aquel último suspiro ahogado. Era como una fantasía erótica para antes de irse a dormir. Sin embargo en aquella noche esos pensamientos solo habían abierto mi apetito.
Había pasado un tiempo indeterminado sin alimentarme desde que llegué a casa y ya mis venas gritaban por el acostumbrado elixir, a pesar de los litros y litros que había ingerido el día de mi escape, mi metabolismo jugaba en mi contra, por lo tanto tuve que bajar a buscar algo en las alacenas, cosa que me resultaba ciertamente inútil, pues apenas con mi llegada ya me había percatado lo vacía que estaban, aun así me decidí revisar. Eran las tres de la mañana según el reloj de la mesa de noche.
Bajé por las escaleras sin percatarme de que Marie se había quedado dormida en el sofá de la entrada, no me resultó extraño teniendo en cuenta que su cuarto estaba completamente vacío y sin una sola almohada en la cama, apenas me acerqué, deposité el saco que llevaba puesto sobre ella a modo de cobija. Que idiotas pueden ser las personas a veces, pensé. Yo también había abandonado mis comodidades para garantizarme un mejor futuro que nunca apareció. Mi visita a la cocina fue tal como lo había predicho, un fracaso, sin embargo, pensando como mi hermano pensaría, éste no se habría ido sin dejar al menos una bolsa en algún lugar, y dando por hecho su lugar especial, pude conseguir una guardada junto a la silla donde solía sentarse a fumar, justo en una gaveta en la mesa donde se disponía el cenicero. "Nada menos"...
Justo antes de subir, sentí una extraña tensión como un disparo directo a las sienes. El ambiente se me hizo extrañamente pesado, como si pudiese percibir un abrumador odio transpirado por los poros de una persona, como si eso fuese capaz. Lentamente pude entender de qué se trataba. Me acerqué a verla con atención, su ceño estaba fruncido así como su mandíbula apretada al igual que sus puños, habrá estado teniendo una fea pesadilla, pues su rostro no reflejaba nada agradable, sonreí agradecido de no ser el único en casa con rencores y asuntos pendientes. ¿De qué estaba escapando la distinguida señorita Malkavein? Sea lo que haya sido, la había alcanzado.
Lentamente me senté en el borde del sofá cuidando no despertar al monstruo de su letargo. Como un acto de generosidad, posé mi mano sobre su frente, cubriendo todo su hueso frontal, acariciándolo lentamente y entrando en su mente, hurgando en ella los males que la hacían revolverse entre sus sueños. Como cualquier sueño, producto de la más profunda proyección del subconsciente en su estado más psicodélico, no pude entender que era lo que la molestaba. Imágenes extrañas y distorsionadas pasaban al azar en su mente resaltando entre éstas una rana, un colorido anfibio con una pinta peligrosamente tóxica y llamativa.
Poco a poco fui removiendo mis dedos de su cabeza, concentrando mi mente en la suya, sintiendo como si entre estos se hubiesen enredado sus pesadillas y yo fuese halando de éstas, como si del sedal de una caña de pescar se tratase. Había puesto a prueba algo que hace tiempo había leído sin oportunidad de probar, el método de la morfeomancia o manipulación de los sueños. Mi prima pronto quedó librada de su tensión, soñando con nada en particular y pudiendo descansar aquella noche, sin embargo, el significado de su pesadilla no tardó en llegar a mí, apenas concentré mis pensamientos en esta pude verlo todo muy claramente.
Di unos pasos hasta sentarme en la silla de mi hermano, dispuesta justo frente a ella. De mala gana con un mordisco rápido abrí la bolsa y la drené lentamente entre mis labios. Me sentí molesto, interpretando su pesadilla, viendo sus recuerdos como una película muda proyectada en un antiguo cine de la época, saltando la imagen de vez en cuando y con una odiosa música de fondo.
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