Capítulo 83: Cara a cara con el creador


Todos habían sido eliminados, de algún modo lograron erradicar a casi un millar de vampiros de las calles de la ciudad, por lo tanto, no tuvo otra opción que recurrir a las medidas drásticas. Cuando de amor se trata, el corazón no conoce límites, aunque esto destruyera lo que él más amaba, debía protegerla, pues de ese modo, encerró a Lilith, atándola y por si fuera poco, invocar un sello antiguo, un hechizo incapaz de romperse de manera sencilla que mantuviese a la vampiresa inmóvil, incapaz de escapar.

Sin embargo, lo inesperado no tardó en llegar nuevamente a su vida. Producto del odio y la alquimia, un ser "no vivo" comenzó a generarse dentro de ella. Lo que nunca nadie pudo explicar. Como o de que forma, su vientre había acogido una criatura inmortal, como un cuerpo muerto podía darle vida a un ser, si es que se le podía llamar vida. Obviamente se alimentaba de un cordón umbilical, podía moverse y hacer sentir terrible a su madre como cualquier niño en gestación. La pregunta era, ¿cómo?

Apenas Arnold se enteró de esto, su sangre se heló, no había manera de que un ser nacido sin ningún gen humano creciera dentro del vientre de Lilith, no podía permitirlo. Él, quien había luchado por lo que era suyo por tanto tiempo, ni en mil años podría deshacerse de su verdadera identidad, de su pasado humano. Si no podía darle explicación a sus poderes, no quería imaginar los que ésta criatura sin un solo pelo humano podía ser capaz de hacer.

La idea de Paole era simple, no deseaba perder a su amada, más sí hacerla abortar. Aquella obstinada fiera no dejaría que por nada sus criaturas se vieran afectadas, fue atada con cadenas a un muro, de brazos y piernas, estas últimas atadas por los tobillos impidiéndole separarlas por si llegase el momento del parto.

Pudo haber descuartizado el cuerpo de aquellos hombres de haber tenido la oportunidad, diciendo las mayores injurias que pudieron salir de sus labios, llorando de rabia y deseando con todas sus fuerzas que aquellos hombres ardieran en las brasas del infierno.

Era una decisión dura, incluso para él, quien tanto la amaba, privar a una gitana de su libertad, lo más hermoso que esta poseía. No podía permitirse que estos nacieran, una vez más, no podía dejar que el mundo se colmara de seres como ellos. Si ellos nacían sin rastro de humanidad en sus genes, entonces, ¿que quedaría para él? ¿Como podría sentirse poderoso delante de dos criaturas inhumanas completamente? Era aberrante, aun no nacían y ya los despreciaba.

—¡Malditos infelices!—exclamó Lilith con todas sus fuerzas.—¡Cuando salga de aquí velaran por un pelo de mi misericordia! ¿Los hare sufrir como nunca lo han sentido ni en sus peores pesadillas!

Un serio Arnold se acercó hasta ella para ponerse en cuclillas, justo a su nivel, tomándola de la quijada con amabilidad.

—Sabes que no me queda otro remedio...—musitó.

La gitana solo contestó escupiendo su rostro. A lo que este solo sacó un pañuelo y se limpió.

—Una criatura así no puede vivir en el mismo mundo que nosotros, Lilith. No en mí mundo.

—¡Infeliz!—Exclamó Lilith con lágrimas en sus ojos.

Arnold solo movió su cabeza con negación, molesto, decepcionado.

—Aún si eso fuese posible, no esperes que nazcan...

Esta rió con malicia antes de exclamar.

—Me encargaré de decepcionarte entonces, así tenga que dar mi vida por ellos, pues ellos serán quienes le darán fin a la tuya...

Arnold sonrió, desoyendo la amenaza de la gitana. Antes de marcharse, encargó a Fluckinger de que pusiera su cuidado a su mujer, estudiara el desarrollo de aquellos seres, y buscara la manera de matarlos.

Lilith miró al médico con más desprecio que a todos los demás. No volvió a verla a físicamente después de nueve meses.

No hubo forma de abortar a las criaturas para la decepción del Hajduk. Sin embargo, el trabajo de parto no fue el momento más feliz para la gitana, quien se encontraba sola, después de nueve meses de recurrentes revisiones médicas, estaba completamente sola, amarrada de piernas, lo que le impedía llevar el parto con naturalidad. Los dolores de las contracciones eran insoportables. Mas de lo que cualquier mujer humana pudiese soportar. Además, algo en su interior sentía que la secaba, las criaturas comenzaban a drenar su sangre internamente antes del nacimiento.

Sangre brotaba de la nariz y boca de la mujer, además de su vagina que estaba preparada para el parto de no ser por sus piernas. Sus fuertes alaridos fueron ignorados. El Hajduk no se encontraba cerca como para oírlos. Lentamente Lilith moría, sintiendo miedo al pensar que sus hijos no se salvarían.

—¡ARNOLD!—gritaba la gitana sin tener respuesta alguna.

Unas doce horas de trabajo habían dejado exhausta a la mujer, la cual solo podía pujar incómodamente, su descendencia venía en camino, no solo uno, sino dos de ellos. Finalmente, una vez oído los gritos de los recién nacidos, esta sintió una última satisfacción. Había traído al mundo los seres que había deseado. Lastimosamente para no verlos crecer. Una última sonrisa maligna de sus labios se fue con ella.

La sed de sangre de aquellas nuevas y espantosas criaturas había sido tan fuerte que fue capaz de matar a su propia madre. Horas pasaron, hasta que el doctor Fluckinger fue a dar su visita médica semanal. Grande fue su sorpresa al ver la escena. Se acercó hasta la gitana para comprobar que no estaba inconsciente, sino más bien muerta. Muerta para siempre. Las criaturas no dejaban de llorar. Este las tomo en sus brazos, subiéndolas hasta la superficie. Ordenó al gigante a traer el cuerpo de la gitana. Montaron el carruaje hasta la casa del nada menos gobernador. Paole, mejor conocido entonces como Amadeus Van Monderberg habría conseguido la segunda oferta de la gitana, la promesa de un hogar para ella, el cual nunca gozaría.

Colocó a la gitana sobre la cama del gobernador y a las criaturas al costado de su madre, aguardando al vampiro quien llegó lo antes posible al saber la noticia, no precisamente con la emoción de un padre primerizo.

Miró la escena con seriedad. Ver a la mujer muerta no le traía ningún desconcierto, ella se lo había buscado, se repetía.

Se acercó a observar a las criaturas quienes seguían llorando sin descanso, irritantemente, haciendo doler los oídos de cualquiera.

—¿Qué hacemos con ellos, señor?—musitó con tono pausado, el doctor.

El hombre no respondió una sola palabra. Ya estaba preparado para lo que ocurriera si las criaturas sobrevivían.

—Tú los hallaste, deshazte de ellos.—ordenó a Fluckinger, quien apenas agachó la cabeza para seguir su orden.

Separó a los gemelos, metiendo a cada uno en un saco diferente y los llevó consigo. La noche estaba en su plenitud, ninguna persona en la calle como era de esperarse.

Se bajó a las orillas del Danubio, en aquel lugar donde solían vender sus artesanías, y lanzó el primer saco sin contemplaciones. Caminó un poco más, hasta un callejón oscuro y muy poco transitado. Sacó a la criatura, tirándola así a la basura. No era otro, sino Tú.—

Un silencio rodeó el calabozo en ese momento. No pude evitar sentirme asteado con tanta información. No podía creer que tanta historia solo se tratase de una mentira muy bien contada. Era cierto, van Monderberg no era un hombre de mentiras.

—Lo más interesante y hermoso de esta historia, no es solamente que tú y tu hermano sobrevivieron, sino que además de eso, volvieron a reunirse en poco tiempo. Debe ser una fortuna que eso hubiese pasado entre tú y Alexander...tu padre se encargó muy bien de atar cabos, sigo felicitándolo por eso, aunque me haya dado el trabajo de separarlos y procurarles la muerte, él te salvó y los reunió. Todo un héroe para ustedes, deberían agradecerle...

No dije una sola palabra, sentí asco de mí mismo, maldije mi genética y toda la basura que me había dado origen. Por primera vez, había preferido no haber nacido.

—¿Por qué tan callado, Adam? No eres tú sino intervienes de vez en cuando...al menos no esperaba que esta fuera tu reacción al saber quién es tu progenitor...

—Siempre he sabido quien es, su nombre era Andrew Malkavein...

Después de eso fue el quien me miraba retadoramente, sonriendo a la vez complacido.

—Lilith fue mezquina incluso para eso. Prefirió tenerlos por su cuenta como si fuesen tumores creados por ella misma, antes de permitir que mi genética entrara en su cuerpo. Te pareces tanto a ella...a tu madre. Por eso ansío matarte... si tuve el poder de darle fin a ella, también lo tengo para hacerlo contigo...

—Entonces hazlo, ¿qué esperas?—contesté retadoramente.

—¿Qué caso tiene matarte ahora que eres un adulto? Ya que has logrado vivir 30 años en este mundo, mejor será sacarle el provecho a eso. —Suspiró antes de continuar—Sin embargo, has abusado de tu irritante juventud, un vampiro de 30 años es igual a un niño en pañales...—comentó mientras daba la espalda.

—A pesar de eso, eres tú el que tiene como enemigo a un niño en pañales...— me mofé, éste rió, volviéndose hasta mí.

En ese momento, Misha Skelly había entrado. Van Monderberg lo había llamado telepáticamente, por lo visto, no me extrañaba en lo absoluto. Como de costumbre iba con una sonrisa en su rostro, esta vez con sus manos vacías.

—Espero cual sea que sea tu plan para escapar, te salga a la perfección, Adam. Si logras primero que nada soltarte de tus grilletes, por supuesto...esa posición no se ve la más cómoda para ti...—alegó mientras se paraba detrás de mí a susurrarme algo al oído.—Pórtate bien, hijo.

Dicho esto, nuevamente recibí un fuerte puñetazo en la cara por parte de Skelly, haciendo brotar sangre de mi boca, una nueva dosis de golpiza para variar, pensé yo. Sentí como este sujetó mi nuca y me hizo recostar la cabeza de la columna. Mi cuerpo se tensó. Por la mirada del gobernador, y la posición de mi cuerpo, no me quedaba demasiado a mi imaginación.

Van Monderberg sonreía al ver la escena. Oí el sonido de una cremallera abriéndose. Mi respiración se aceleró, todo mi cuerpo se tensó, sentí pánico. Con su pierna separaba las mías acercando su cadera a mis espaldas.

Mordí mis labios con furia.

—¡HIJO DE PUTA!

—Soy un hombre de palabra Adam, nunca rompo mis promesas, sea cual sea. Si te fuerzas lo harás más difícil...—concluyó antes de dar nuevamente la espalda e irse.

Skelly susurró una última cosa a mi oído.

—Descuida, prometo ser gentil...

Seguido de eso, no fue difícil de imaginar. No solo estaba violándome, no era eso lo que más me hacía rabiar, sentir como mis piernas se habían dormido producto del dolor y mi cabeza rozaba sobre el concreto. Lo que más me molestaba, era seguir atado. Inmovilizado a la columna. Los minutos se hicieron eternos, incluso pude sentir mi sangre correr sobre mis muslos hasta mis tobillos. Antes de irse este solo sonrió y cerrando nuevamente la cremallera de su pantalón y acarició mi cabeza como si fuese la meretriz más barata se tratase...

Por primera vez desde que había llegado a ese lugar, mis lágrimas brotaron solas, sin dejar de mirar la puerta con rabia, como era posible que estando tan cerca, estuviese tan lejos. Saber la verdad de mi origen tampoco hacia las cosas más fáciles, realmente tanta información me había dejado con nauseas, al menos eso relacioné. Me quedaba claro el objetivo de mi enemigo.

No pude evitar sentir pena de mí mismo. Sin esfuerzo alguno, mi mente viajó a mis recuerdos más gratos, tratando quizás de calmarse de algún modo después de haber vivido todo aquello. Recordar la voz y la risa de mi padre, sus constantes regaños, su expresión de orgullo cuando nosotros aprendíamos algo nuevo, incluso su irritante obstinación por lo sobrenatural. Las ridículas fantasías y vanidades de mi prima, sus fastidiosas quejas y repentinos cambios de humor. Mi hermano, mi gemelo, Alexander, aquel que siempre estuvo conmigo incluso compartiendo el mismo útero y líquido amniótico. No creo que exista al sol de hoy hermanos más desiguales, sin embargo, siempre velé por él y el por mí, a pesar de nuestras diferencias, eran pocas nuestras discusiones, me arrepentí de no haber pasado más tiempo con todos ellos.


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