Capítulo 81: El héroe que se volvió un monstruo parte 2


Posterior a eso, las pesadillas comenzaron a aparecer, no había sueño la cual estas no interrumpieran. Los aldeanos comenzaron la búsqueda del hijo del carnicero con desesperación. Además, todos se preguntaban por qué el capitán no salía de su tienda durante el día y no lo habían visto comer en días. Era su castigo autoimpuesto. Llevaba más de tres semanas sin probar una sola gota de sangre. Tres semanas sin poder dormir. Su cabeza dolía y sentía cada vez menos energía.

De pronto, como si su estrés no fuese suficiente, pudo oir los gritos de dolor de una mujer. Los gritos alertaron al pueblo haciéndolos salir de sus hogares, no era común que disturbios ocurrieran en aquella ciudad caracterizada por su tranquilidad. La mujer gritaba y lloraba exigiéndole una respuesta al Dios de los cielos con una criatura en sus brazos.

Era la mujer del carnicero, quien al correr a comprobar que le pasaba a su mujer, no le tomó mas de medio minuto para echarse al suelo del mismo modo a soltar un grito de terror seguido de llanto. Aquellos, evidentemente habían conseguido el cadáver de su hijo.

Un frio Paole miró la escena con seriedad desde su tienda, apenas apartando la cortina de la entrada. Sus nervios se encrespaban al oír los sollozos de ambos padres, sin embargo, ya había pasado demasiado tiempo arrepintiéndose. Pronto, tendría una nueva decisión que tomar.

Días después, uno de sus hombres entró a su tienda. Preocupado y agitado.

—Señor...—Intervino entre jadeos, exhausto.—Los invasores...han vuelto.

Paole se hallaba sentado en un sillón de espaldas a la entrada de su tienda. Se mantuvo en completo silencio.

—¡Se aproximan a la entrada de la ciudad señor!—insistió.

—Dejen que caiga la noche...—mencionó con sequedad.

—¡P—Pero, señor están acercándose!

—Dije, que esperen la noche...—mencionó en tono firme.

Sus hombres prepararon sus caballos y armas. Espadas, lanzas, bayonetas y escudos. Una vez más no entendían las decisiones de su líder. Los enemigos se hallaban en la cordillera, preparándose para la invasión del pueblo, los había motivado la cabeza del líder hajduk.

Caída la noche, fue este el primer en montar su caballo y soltar un grito de guerra para llevar a sus hombres a esta nueva guerra. Sus venas pedían sangre y era el momento de complacerlas.

Un nuevo rio de sangre bañó los Balcanes aquella noche. Sin embargo, el espectáculo que vieron ambos bandos era inverosímil ante sus ojos. El responsable de aquel baño de sangre era el líder Hajduk quien sin escrúpulos degolló y arrancó las yugulares de los cuellos de sus enemigos con sus colmillos, drenándoles la sangre. Por más que éstos lo atacaran, las heridas no lo detenían, su fuerza bruta equivalía a la de veinte hombres, instantáneamente su cuerpo se regeneraba, y sus reflejos eran extraordinarios, pudiendo evitar todos los ataques solo dejándose herir cuando quería.

Sus soldados que estaban aterrados, habían dejado de atacar, miraron sus caras con horror quedando paralizados.

La batalla duro poco más que la última, había salido igual de victoriosos, sin embargo, no con la misma moral. Terminado el baño de sangre, un empapado capitán cubierto en sangre de la cabeza hasta los pies volvió a montar su caballo.

—Caso resuelto. Volvamos antes de que amanezca.—indicó.

Estos obedecieron. Asustados, no les convenía hacerlo enfadar. Sin embargo, todos habían pensado en la misma cosa por el camino.

—Entonces...—Intervino uno de los soldados justo al llegar al pueblo.—Un monstruo nos ha ayudado a ganar...

—¿Cuando pensaba decirnos?—Cuestionó otro.

Los soldados habían formado un círculo alrededor de su líder quien apenas se bajaba del caballo sin prestar mucha atención a sus interrogaciones. No le interesaba, no era de la incumbencia de ninguno. Apenas volteó, con cara de pocos amigos, sin intensión de excusarse y dijo.

—Las explicaciones son algo que como líder tengo el placer de ahorrarme. Descansen esta noche, pues la de mañana será larga.—Indicó acercándose hasta su tienda, sin embargo, otro Hajduk bloqueó la entrada. Ya el pueblo quien había notado el semblante de los hombros se había acercado a oír una explicación.

—¡Este hombre es un monstruo!—exclamó el Hajduk que bloqueaba la entrada a su tienda.—No podemos confiar en el!

—¡Se ha devorado a los enemigos!—exclamó otro de sus soldados.

—¿Con que moral te atreves a llamarte un Hajduk? Un monstruo no puede velar por los humanos...—comentó nuevamente aquel que bloqueaba su morada.

El pueblo oía la escena con desconcierto y horror en sus rostros. Ciertamente todo tenia sentido, Paole llevaba mucho tiempo sin dar la cara a plena luz y ninguno lo había visto probar bocado. Su apariencia era muy pálida y con ojeras, digno de un cadáver. Sin embargo, aquellas últimas palabras habían sido la gota que derramó el vaso.

—¿Con qué moral, dices?—intervino Arnold Paole. –¿Quien ha estado defendiendo la soberanía de nuestro territorio por mas de diez años? ¿Quien les ha traído el alimento y los bienes robados a este pueblo? ¡Este ejercito partisano no se pudo haber fundado solo!—indicó en tono alterado. – ¡Ha sido mi dedicación y valor lo que ha protegido el sueño de nuestros habitantes! ¿Ahora reclaman por un enemigo muerto en el campo? De no haber sido por su incompetencia en aquella batalla, no habría sido victima de un monstruo en la nieve. Fui atacado por un ser chupasangres y dejado semimuerto en la cordillera. ¡De no ser por eso hubiese muerto ahogado en un charco de mi propia sangre y quien los hubiese defendido de las líneas enemigas esta noche?! Malditos cobardes!.—Gritó

Todos los aldeanos gritaban que no deseaban monstruos en el pueblo, que Paole debía ser asesinado. El capitán sintió el desprecio de las personas que por tanto tiempo había defendido. El pueblo por el cual el vivió y luchó ahora exigían su muerte. Se dio cuenta entonces que sus días de héroe ya no existían, y todo por un maldito error.

"¡Quémenlo!", "¡Claven una estaca en su pecho!", "¡Corten su cabeza!", "¡Háganlo comer plata!", "¡Él fue quien devoró al hijo del carnicero!"—ordenaron.

—¡Mi hijo tenia marcas de mordidas en su cuello!—Exclamó el carnicero.

Una profunda decepción lo invadió. No hizo más que permanecer parado apretando su puño. Debía huir si deseaba sobrevivir, sin embargo, no creía en la huida, si debía morir, moriría luchando. Una horda embravecida se arrojó sobre él. Aquel que por tanto tiempo respetaron y llamaron héroe, su capitán, su líder, se había vuelto un enemigo mas. Este no hizo otra cosa que defenderse.

Una horda fúrica no podría con la furia que el llevaba en su interior, aquella que salía a la luz cada vez que estaba en el campo de batalla, aquella que lo llevó a drenar la sangre de sus enemigos, a aterrorizar a sus aliados, incluso ahora, por todo por lo que había luchado se hacia a un lado, todo lo que conocía, su mundo entero se había vuelto en su contra.

Tomó los cuerpos de las personas arrojándolas por lo alto quitándoselos de encima, matándolos en el acto al chocar estos contra los muros de las casas. Partiendo sus huesos en pedazos. Cortando las yugulares de otros, su velocidad era inigualable, clavaba sus colmillos en los cuellos de otros, sus garras desprendían su piel y dejaban la carne al rojo vivo. De un puñetazo partía los cráneos y mandíbulas de sus hombres.

Un riachuelo de sangre corría en su dirección, su respiración era agitada, la adrenalina lo enloquecía, sus ojos desbordaban odio y resentimiento. Un último grito dejó salir parte de su furia.

—¡MALDITOS ESTÚPIDOS!—exclamó por lo alto.—¡Pudimos acabar con el enemigo! ¡Pudimos vivir ¡en armonía! ¡Malditos ingratos!—sollozó dejándose caer en el suelo, llorando.

Golpeaba con su puño el suelo como si así pudiese golpear su consciencia, esperando que todo fuese un mal sueño del cual pudiese despertar. Sin esperarse lo que estaba por pasar. A sus espaldas, un sobreviviente, el carnicero se había aproximado con un cuchillo en su mano, apuñalándolo profundamente en su cabeza.

La última expresión del vampiro fue de sorpresa, quedando así con sus ojos y boca abiertos, escurriendo parte de toda la sangre que había ingerido.—

El gobernador tomó un minuto de silencio de contar su historia. Volvió a pararse frente a mí, su rostro seguía sonriente, como el gato Cheshire o la mona lisa a quien nunca se les ha podido descifrar su sola existencia, exactamente así era ese hombre. Por más que estuviese relatándome el pasado, aun así era incomprensible con que intensiones lo hacía. Sin embargo, si me hice una idea del por qué.

—Ya sabrás de quien se trata este vampiro héroe de guerrillas, ¿no es así?...

Le dediqué una mirada de poca paciencia y rencor, antes de responder.

—De ti... ¿De qué otro modo alguien contaría con tanto afán la historia de una persona?—Gruñí.—Tu, eres el vampiro de Medvedja. Tu nombre real es Arnold Paole...

—Conocías la leyenda—afirmó con emoción.

—Solo queda una pregunta por hacer...—intervine.—De tantos nombres, ¿por qué escoger uno tan rimbombante como Amadeus Van Monderberg?...

Este rio casi histéricamente, como era de esperarse. Nuevamente su mano se posaba sobre mi hombro y con voz suave, musitó.

—¿Sabes que es lo más irónico de todo esto?...

Este hizo una pausa que para mí duró más del tiempo estimado, tampoco pretendí responder.

—Que tú, eres un monstruo que nació de los sentimientos de venganza y rencor, salvando vidas en el hospital te ganaste la confianza y agradecimiento de quienes te conocen. Eres un héroe. En cambio, yo soy un héroe que se ganó el desprecio y terror de quienes amaba. Convirtiéndome en un monstruo...es por eso, que eres mi enemigo.

Al oír eso, no tuve otra alternativa que sonreír, mejor dicho, reír, había mucha ironía en sus palabras, pero no por esa deducción. Van Monderberg se vio sorprendido, no esperé menos.

—Puede que la ironía te parezca divertida, Adam. No entiendo como un hombre en tu posición podría verse tan relajado... pero es la verdad que he querido compartir contigo. Solo deseo que este mundo me recuerde por mi sacrificio, como el héroe que pretendí ser y no como el monstruo... El que arriesgó su vida por un sueño de libertad. Y tú que has nacido con poder gracias al rencor de tu madre, debo admitir que para ti solo es un juego. Pero por desgracia debo decirte, que haces trampa...

—¿Crees que me voy a tragar la hartada de basura que sale de tus labios? ¿Todo este tiempo en que he estado aquí era tan solo para que consiguieras tu oportunidad de llenarme la cabeza con tu basura? Me da pena saber que no te he dejado dormir en años, planificando este absurdo plan...

—¿En serio crees que esta historia ha terminado aquí? ¿Tienes suficiente de mentiras dices? Esto solo es un preámbulo...

Evidentemente no fue el fin para Arnold Paole. Tiempo después, con la ayuda de un médico militar enviado por el imperio Austrohúngaro, el vampiro de Medvedja resurgiría con una nueva cosa en mente. Buscar a la artífice de sus males, la misteriosa rondadora de los Balcanes y el resto de Europa.

No hace falta contar más detalles de aquel médico militar, sus hallazgos juntos con los de Glasser están registrados en un adulterado documento que permanece hoy en la biblioteca de Viena. El Visum et Repertum. Un informe médico que siguen haciendo leer en la universidad a los estudiantes de medicina.

No fue difícil formar un nuevo ejército. Esta vez de monstruos chupasangres, conformado por los más leales allegados quienes juraron lealtad al vampiro a cambio de inmortalidad.

No fue tarea sencilla encontrar a la vampiresa. Del mismo modo que ella, se había vuelto un nómada, igual que sus hombres. Vagando con sus carpas por toda Europa. Bebiendo sangre de algunos, robando a otros, desbalijando tesoros y saqueando templos musulmanes, esto último solo para recordarle a los otomanos quienes eran los verdaderos monstruos quienes debían temer.

En una ocasión, varados en el frio páramo de Siberia, desprotegidos de toda luz del sol, pudo hallar una aldea donde refugiarse, conociendo así a un gigante hombre lobo que se uniría a él para jurarle lealtad hasta el final de sus días.

Tiempo pasó, un siglo y medio para ser exactos, para llegar al paradero de la joven gitana quien seguía vendiendo sus artesanías, esta vez en las heladas montañas tirolesas, descalza, solo vestida con su capa y la más bella de sus máscaras, aquella que había dado final a la vida de la condesa sangrienta.

Ingenuamente, la vampiresa llegó hasta el carretón movido por los seis caballos del líder en el cual este descansaba, vendiendo sus obras, simplemente era una treta para acercar incautos y poder beber su sangre cuando tuviesen la guardia baja. Grande fue la sorpresa cuando el líder abrió la puerta de la carreta tirando a esta de un brazo hacia dentro.

—No te imaginas el tiempo que he estado buscándote...—mencionó tomándola del cuello arrojándola al suelo del coche.

Esta no hizo esfuerzo en levantarse, debajo de la máscara podía esconderse una expresión de impaciencia y desprecio.

Arnold arrancó la máscara de su rostro, para ver nuevamente la belleza que había debajo. Nunca dejaría de maravillarse con ella. Quizás no era su evidente belleza lo que lo enloquecía, sino la prepotente expresión poderosa de la vampiresa quien lo miraba con asco y desprecio. Desbordaba poder. El poder que él siempre había ansiado...


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