Capítulo 78: La gitana de la que me enamoré parte 1


Sesión con Adam Bloodmask

Día 9

Nuevamente algo interrumpió mis pensamientos, la nunca grata visita del gobernador, quien en esta ocasión más que nunca, se veía contento, como de quien esconde un secreto.

-Una vez más, aquí estamos. Después de todo, solo se vale sumar dos más dos para darse cuenta que no te queda mucho tiempo aquí. ¿Verdad?-Inquirió.

-Si eso estás asegurando, es porque sabes algo que yo no.

-Se muchas cosas que tu no. Es lo idóneo de envejecer. Aun eres muy joven. Pero con una capacidad fascinante de aprendizaje, apenas llevas tres años aquí y has aprendido más que suficiente.

Tres años... habían transcurrido tres años...

-Cada vez que aprendes algo nuevo me siento tan maravillado como horrorizado. Como un padre al ver a un hijo hacer algo de adultos que podría ser perjudicial para su vida. Como tal vez se pudo sentir tu padre al verte montar un caballo por p...

-Le agradecería que no ensuciara el nombre de mi padre mencionándolo con su boca...-amenacé con seriedad.-Miserable hipócrita

Van Monderberg rió. Parece que era lo único que sabía hacer aquel burócrata.

-Solo he venido para dar por terminada la prueba del silencio, Adam. Aunque no has estado tan solo como hubiese deseado, te ha bastado para aprender algo nuevo. Te mereces un regalo de mi parte...-comentó mientras posaba su mano sobre mi hombro.

Nuevamente este sonrió. Esta vez de una manera que nunca hubiese podido esperar. Con una expresión de malicia y emoción que solo se podría comparar a la de alguien que espera que abran su regalo en navidad y mira con ansias la escena. Era estresante como no era posible leer uno solo de sus pensamientos aun siendo sus expresiones tan marcadas y poco disimuladas.

-Mereces saber lo que por años ni tu propio padre pudo ser capaz de explicar...

Este se acercó hasta mi oído desde mis espaldas posando ambas manos sobre mis hombros, muy incómodamente, privándome de mi espacio personal, susurró...

-...Tu origen...

Mi expresión no pudo haber sido otra más que de incomprensión a lo que oía. Mi garganta se secó al instante, así como una sensación de ansiedad invadió mi pecho. Sin embargo, en el fondo me mantuve escéptico. Nadie podía dar nunca testimonio de mi origen al haber sido desechado, abandonado en la basura, esta vez podía estar siendo manipulado.

-No es nada de lo que imaginas. No tengo por qué mentirte. No estás aquí para oír mentiras...-inquirió. Había leído mi mente.

Puedo dar fe de que conocí a tu madre, bastante bien, y siempre ha sido un gran privilegio afirmar que fui el único en conocer más que el nombre de esa mujer. Su nombre, era Lilith.

Es difícil ubicar una fecha exacta a su nacimiento, era tan libre que incluso no se ataba a los modismos de los demás humanos con trivialidades como el cumpleaños ni el de celebrar ninguna fecha en particular. Su país de origen es lo más dudoso de toda su historia. Era una joven gitana cuando la conocí, siempre lo fue, y su patria era ella misma.

Lilith era una mujer de incuestionable belleza y seductora personalidad. De carácter muy complicado y amargo, como la flor que nace en el interior de una cascada. Con un hermoso y lacio cabello negro que estremecía en contraste con su pálida piel. Sus ojos, exactamente igual a los tuyos y a los de tu hermano. Una combinación de fuego y hielo que te congela y enciende el espíritu. Desafiantes y sin miedo a nada, se clavaban como agujas en la mirada de los que se atrevían a verla, entre ellos, un servidor. Su estatura y contextura era tan pequeña y delgada que podía pasar desapercibida entre la multitud, similar a los de una niña que apenas atraviesa su pubertad, sin embargo, al ver su rostro te dabas cuenta de que se trataba de una mujer hecha y derecha que posiblemente había conseguido la fuente de la eterna juventud.

Su origen era incierto para todos, inclusive su nombre era posiblemente un apodo que ella misma había adoptado para causar mayor confusión a quienes la conocían. Lo único que, si era bastante claro en ella, era su labor. Para lo que se dedicaba, y que daba a entender que su corazón si se encontraba en un lugar. Tu madre se encargaba de fabricar las más hermosas mascaras venecianas que cualquiera habrase visto. Siempre las llevaba con ella, debajo de su oscura capa que protegía su delgada figura, rara vez se le podía ver sin ella, salvo para ofrecerte sus artesanías, todas aquellas tan hermosas como su creadora, perfectas y misteriosas, de tés blanca y miradas penetrantes. Si tu madre tenía alguna guía para tallar semejantes obras, debía ser ella misma. Siempre decía que aquellas mascaras estaban poseídas por espíritus melancólicos y deprimentes con el fin de dejar el limbo poseyendo a quienes las pusieran sobre sus rostros.

Tu madre siempre vagó sin rumbo por las tierras más lejanas. Conociendo imperios y reinos que incluso ahora no existen. Personajes importantes que habrás leído alguna vez en los libros de historia. Todos los personajes de la realeza siempre se han maravillado con los carnavales venecianos y los pintorescos bailes de máscaras.

Un día, aquella valiente mujer, cruzó las heladas y oscuras montañas húngaras, viendo hasta el fondo un castillo situado a la orilla de una montaña. Un oscuro y misterioso castillo al que posiblemente atraerían sus creaciones. Había pasado días sin probar un solo bocado de comida apenas parándose a descansar. Era hora de que su pequeño cuerpo descansara, y sabía que en ese lugar conseguiría resguardo solo por esa noche.

Era el año de 1614. Lilith había llegado a nada menos que territorio de una legendaria condesa, conocida por su excentricidad y falta de humanidad. La famosa condesa Erzsebet Bathory. Aquella a la que aun al pronunciar su nombre solo recuerda el apodo, la condesa sangrienta.

Al tocar aquella gran puerta, Lilith no esperaba ser recibida de inmediato, volver a tocarla le había hecho pensar que quizás no había nadie. A un tercer intento, solo se convenció de que era muy tarde para molestar al rico perezoso que viviera en aquel castillo. Sin embargo, no pasó un segundo de haberse dado vuelta, cuando la puerta se abrió tras de sí. El calor que emanaba el lugar era reconfortante aun sin siquiera voltear a mirarlo, más aun así la motivaron a hacerlo. En la puerta, una jovencita más o menos de su edad, con la cara fija en el suelo, apenas le daba la bienvenida.

Tal como otros castillos los cuales había visitado, aquel majestuoso e imponente lugar solo podía ser merecedor de alguien de la realeza, con sus altas paredes decoradas de arriba abajo con cuadros de su señora y apenas pocos candelabros guindando del techo, propiciando solo la luz necesaria para ver por donde caminar. Sin sentirse intimidada por tal estructura, más si sintiéndose como en su casa, Lilith siguió a la jovencita que le indicaría donde estaba su ama.

Tras un largo recorrido por los pasillos, escaleras y balcones, se dio cuenta que en ningún lugar había un solo espejo o crucifijo; dos objetos muy comunes de los aristócratas que nunca podían faltar al menos uno por habitación. Al llegar a su destino, consiguió nada menos una mujer de rojos cabellos y mediana edad, sentada en una mullida alfombra rodeada de grandes cojines, siendo atendida por varias jovencitas. No había captado entonces que en ese lugar toda la servidumbre era femenina.

-¿Y tú eres?-exclamó la condesa dándole un sorbo a su copa de "vino".

-Vengo de lejos, cansada y hambrienta. Podría cambiar una de mis valiosas posesiones por una noche de resguardo y un poco de comida...-contestó sin siquiera bajar la capucha de su cabeza.-Créame que se sentirá atraída apenas verlas...

La pelirroja se alzó del suelo, seguido de sus sirvientas, quienes sacaron de sus hombros una fina bata de seda roja para dejarla así en un translúcido camisón también de seda. Esta se acercó hasta ella, asechándola, detallando lo poco que la capa dejaba ver. Aun así, lo poco le agradó.

-¿Y que se supone que puede llamar mi atención? Como veras...-indicó enseñándole alrededor.-No hay algo que me haga falta...

Lilith sonrió, no era la primera vez que un aristócrata le contestaba de esa manera. Todos eran iguales. Pretenciosos, prepotentes y codiciosos. Todos ansiaban riquezas que les diera poder o al menos hacerlos sentir poderosos. Solo bastaba con engatusarlos para convencerlos de que ella tenía lo que ellos necesitaban. Lo que los haría poderosos con solo verlo.

Esta aparto la capucha de su cabeza y extendió su capa dejando ver el interior. En este guardaba tal como había dicho, sus creaciones. Mascaras venecianas de todo tipo dispuestas a ser vendidas o cambiadas por algo de valor.

Sin embargo, la mirada de la condesa no se detuvo mucho tiempo en sus obras, más sí en el resto de la joven.

-Hermosa.-Indicó.-Joven y con vitalidad como tiene que ser...

-¿Se siente atraída por una en particular?...

-No es la obra lo que me atrae sino las manos de quien las hace, ¿sabes? ¿Por qué mejor no pasas al comedor y posterior a eso vas y descansas con las demás? Después hablaremos de negocios.

-Disculpe que la contradiga, alteza.-aclaró.-Pero, no tengo intenciones de quedarme...

-Insisto, afuera está helando horriblemente. No serás capaz de partir con esta nevada...-añadió.

No le quedó más que darle la razón a lo que veían sus ojos cuando por una de las ventanas del salón se percibían pequeños copos de nieve cayendo.

Sin alternativa, Lilith aceptó la invitación de mala manera. Siempre odió permanecer en un lugar por demasiado tiempo. Una noche ya era demasiado. La condesa de inmediato había indicado a sus jóvenes a acompañarla a su recamara y prepararla para cenar. Nadie se sentaba a la mesa de la condesa luciendo harapos y sucia.

Tal como lo había ordenado, estas llevaron a la joven a su recinto, sacando cada prenda de esta e indicarle que debía tomar un baño. Ya era bastante incomodo tener que obedecer las órdenes de aquellas mujeres, todas pálidas e inexpresivas, además debía permitir que estas la asearan como si de una niña pequeña se tratase. Ninguna subía la mirada más arriba del suelo, cosa que la hacía sospechar de algo extraño en aquel castillo.

Claro está que la fama de la condesa no había salido nunca de las paredes del castillo y no había forma de que Lilith siquiera imaginase el peligro el cual estaba por atravesar. El agua además de cálida estaba perfumada con pétalos de rosas y otras sales perfumadas. Mientras unas lavaban sus brazos y piernas otras se dedicaron a su cabello. Otra masajeaba su espalda. A pesar de lo tentador que era vivir con tales lujos, la estadía en un solo lugar era algo que ella no se podía permitir.

Terminado, estas rodearon su cuerpo en una toalla y la guiaron a la habitación donde siguieron arreglándola para la cena. Rociaron perfume en su piel y la vistieron con ropa limpia dejando su ropa en la cama junto con sus preciadas máscaras las cuales la mantenían vigilante que ninguna faltase.

Al bajar pudo conseguir un banquete típico de una condesa con múltiples platillos de bocadillos tanto dulces como salados, además de varias botellas de vino dispuestas a cual fuera su elección.

La cena transcurrió con la típica conversación de qué podía hacer una chica como ella en ese lugar. Lilith solo mencionaba pocas cosas de si misma como siempre se prevenía de hacer. Era una joven sin familia, sin hogar, sin patria, con el único propósito de dejarle al mundo parte de sus creaciones, sus elegantes máscaras que quizás algún día se exhibirían en alguna galería de arte o en las más opulentas fiestas de la realeza. Al final de cuentas, las almas que rondaban el limbo eran demasiadas como para ella dejar de fabricarlas. Detalle que obviamente omitió decir.

La condesa no arrebataba la mirada de Lilith. Apenas daba pequeños sorbos a su copa con aquel liquido rojo, observando con gran fijación cada movimiento de la joven incluso de su mandíbula al masticar.

-¿Que edad tienes?...-intervino.

-Para algunos miles de años, dicen que soy muy amargada, para otros 9, estos dicen que soy muy inmadura. Pero para mi madre quien me dio a luz, tengo 16 años...-Alegó con sarcasmo haciendo que la condesa soltara una risotada.

-Tu madre debe de estar orgullosa por tu talento con la porcelana...

-Tal vez...-contestó metiéndose un trozo de pastel en la boca.

-¿No te apetece hablar de más nada?-se refirió la condesa.

-No, de hecho, es tarde, espero pueda escoger alguna de mis máscaras como obsequio por su hospitalidad...

-Descuida cariño...-intervino justo antes que esta se levantara de su asiento.-Estoy segura de que podrás recompensarme.

Lilith subió hasta su habitación, nuevamente guiada por las sirvientas de la condesa. Una vez ahí, no terminó de agradecer la hospitalidad cuando la sirvienta había cerrado la puerta sin decir una sola palabra. La gitana solo entonces se dispuso a descansar de su viaje para comenzar otro apenas terminara de nevar.


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