Capítulo 71: Luna llena invisible
Mi existencia en ese mundo era tan improbable como la de mi hermano. Telepatía, telekinesis, regeneración instantánea, visión nocturna, olfato y oído superdesarrollado, sentido de la ecolocación, prestidigitación, inteligencia superior, fuerza superior a la de veinte hombres. En aquel lugar había superado todas sus pruebas dejándolos estupefactos, mis uñas estaban completamente regeneradas sin signos de agresión previa, había sobrevivido al veneno más fuerte conocido, todo eso sin morir de inanición por un prolongado tiempo de aislamiento. No solo ellos debían sentirse maravillados, se sentían perturbados, un ser como yo debía mantenerse en vigilancia permanente para evitar que arremetiera contra la humanidad.
No pude evitar reír. Heissman me miró casi despavorido.
Soy su amenaza, Gregor. Crecer entre ustedes no me había dejado abrir los ojos del todo. A pesar de lo consciente de mi poder, nunca predije que alguien más que no fuera mi padre se sintiera interesado en mis cualidades, pero mucho menos de la forma de aquellos malnacidos. Deseaban evaluarme para así perfeccionarse ellos sin dejar de ser humanos, ése tenía que ser su motivo. Malditos ingenuos, quizás aun sueñan con la idea de someterme ante sus pruebas.
Aún en la camilla desdoblé mi mente para rastrear la de Skelly, deseaba darle las buenas noticias. Sin decirle una sola palabra, mi mente y la suya se conectaron, entendiendo así mi llamado. Pude sentir la exaltación de su mente al sentir la mía, un pequeño ataque de pánico que me hizo sonreír. En seguida, este quien caminaba por el pasillo se devolvió corriendo hasta la celda donde me hallaba.
No era humano, seguí repitiéndome una y otra vez como la mayor epifanía que había tenido hasta ese momento, mis músculos se tensaron y rompieron sin complicaciones las esposas, masajeé un poco mis muñecas mientras hacía ejercicios de estiramiento en mi cuello, mis músculos seguían tensos y adormilados, pero mi mente estaba muy despierta, lo que vendría a continuación me tenía emocionado, deseaba darle una paliza que recordaría por mucho tiempo a ese maldito bastardo.
Al ponerme de pie me di cuenta de que mis músculos estaban más relajados de lo que creí, casi perdiendo el equilibrio a lo que no pude evitar sonreír. Tuvo que haber pasado más tiempo del que pude contabilizar, sin ayuda de la luz solar me era indescifrable el tiempo transcurrido. Para mí era esa otra clase de tortura, nunca salgo a ninguna parte sin algún reloj. De algo si estaba seguro, el tiempo de irme de aquel lugar lo daría yo mismo, seguir siendo parte de sus experimentos en lo más profundo de mi mente me emocionaba, siempre me ha gustado ser el centro de atención, pero no podía quedarme cuan humano sumiso esperando una nueva tortura.
La oscuridad siempre ha pertenecido a mi mundo, y yo a ella, desde que abrí los ojos por primera vez, solo me rodeaba ella y yo me protegí con esta por mucho tiempo, como un abrigo en invierno, las sombras siempre me han abrazado como un camuflaje perfecto, ni la física ni la biología entenderían jamás como es que al introducir un solo dedo en las sombras éste se pierde en ella dejándolo desapercibido, lo mismo ocurría con todo mi cuerpo, el cual introduje en la profunda oscuridad de la habitación, esperando a mi rival.
Conté los segundos sin parar, conteniendo prácticamente la respiración. Bastaba con volverme uno con la espesa oscuridad para tener acceso y visibilidad a cada rincón donde tocara.
Skelly entró con decisión a la habitación. Su rostro no se veía tan animado como de costumbre, su entrecejo se arrugó casi uniendo así ambas cejas, al cerrar la puerta tras de sí trató de buscar con sus brillantes y amarillos ojos rastro de mi presencia, sin tener resultados.
—¿Te escondiste? ¿Ahora eres como las ratas, querido doc?—mencionó con ironía, su tono era frio y calculador, cada uno de sus músculos estaba preparado y alerta para cualquier reacción.
Reí histéricamente, mi risa hizo eco en cada pared, se veía aún más enojado, nervioso.
—Ustedes los humanos, no deberían jugar con los monstruos...—susurré extendiendo desde sus espaldas mi mano dándole así un tirón de su hombro y golpeando su rostro con todas mis fuerzas.
Skelly sostuvo su mandíbula la cual dejó salpicar en el acto varias gotas de sangre, la más hedionda y oscura que había conocido hasta ahora. Nervioso seguía buscándome entre la oscuridad apenas volteando sobre su eje. Su furia salía por sus poros invadiendo con una absoluta y sofocante tensión que abrumaba el lugar, como una bruma pesada y caliente. Hacía mucho tiempo que no manchaba mis manos en una buena pelea.
Mi sangre hervía mientras viajaba a la velocidad de doscientas pulsaciones por minuto entre mis venas, un humano no podría ser capaz de sobrevivir a una hipertensión de esa magnitud. Mi puño dolía como si hubiese pegado una pared de concreto, era aún más duro de lo que pude pensar. Volví a sonreír. Podía oler su sádica excitación, quizás viviendo el sueño de toda su vida.
—¿Que te pasa? ¿Tienes miedo? ¿Estás rezando a tus antepasados? ¿O te has cagado en tus pantalones?...—intervine sin revelar mi figura, mi voz seguía resonando de forma espectral golpeando las paredes de la prisión.
Con la telekinesis enfocándome en la camilla arrojé esta hacia Skelly que con el impacto se torció el metal de los tubos cayendo algunos los cuales sonaron al leve contacto con el suelo. El tamaño de ese hombre no podía ser de un humano normal, al menos no su fuerza, aquel golpe parecía no haberle hecho ni un rasguño, más si se veía más molesto.
—¿Se te agotó la creatividad? ¿Por qué no te revelas y peleas como un hombre?...—aquello fue suficiente para provocarme.
—Porque como hombre...no peleo con perros incapaces de romper ordenes...—intervine pausadamente mientras salía de la oscuridad. Skelly sonrió limpiando el resto de la sangre que salía de su boca.
Instantáneamente este corrió hacia mí para propinarme un puñetazo en el rostro el cual de no haber esquivado me hubiera partido todos los huesos de la cara. Sujeté su puño en el acto tirándolo al suelo, inmovilizándolo casi de la misma forma que estos habían hecho conmigo tirándome sobre él. Su rostro seguía emocionado, riendo casi histéricamente golpeé su rostro varias veces, su sangre era increíblemente espesa, nada que hubiera visto anteriormente, la menos apetecible de todas con un olor intenso casi tóxico. Éste en su defensa golpeó mi rostro con su puño haciéndome escupir sangre, un agudo pitido me ensordeció por segundos mientras mi visión se oscurecía, hubiera continuado de no ser porque detuve su puño con mi mano, la cual no contuvo la fuerza rompiéndome así todos los dedos, el dolor pudo haber sido mucho mayor, un fuerte ardor corrió por mi brazo hasta mi hombro, aún así la adrenalina no permitió que le diera importancia.
Su fuerza era brutal, monstruosa.
No pude evitar bajar la guardia, este me empujó tirándome al suelo. Con una sonrisa en su sádico rostro, se preparaba para aplastar mi cabeza como si fuese una sucia cucaracha, pude ver la suela de su bota a pocos centímetros de mi cara antes de tomarlo del tobillo y girarlo para tirarlo al suelo nuevamente, esta vez rápidamente lo tomé con una fuerte llave como si mi vida dependiera de ello, enlacé mi brazo alrededor de su cuello mientras sostenía firmemente sus brazos a sus espaldas.
Las venas de su cuello se tensaron mientras su cara se tornaba violeta poco a poco, sus labios se hinchaban y sus ojos parecían salirse de sus cuencas, una delgada línea de líquido negro brotaba de su nariz, aun así, no dejaba de sonreír.
Mi intención era matarlo ahí mismo y escapar, bebiendo la sangre de todos esos científicos que se atravesaran en mi camino.
—Buen intento...—musitó el bastardo como pudo. —Pero...te equivocaste de noche, doctor...—indicó con una sonrisa aún más diabólica.
No dejé de mirarlo con desprecio sin entender una sola de sus palabras. Lo que no sabía era que estábamos en una de esas noches del mes, y que mi rival, no era humano.
De sus fauces largos colmillos brotaron de sus alveolos ocupando cada diente, sus ojos brillaron con más intensidad, y su rostro, comenzó a transformarse, tomando una apariencia más bestial, su nariz y boca se ampliaron como un gran hocico y a llenarse de un pelaje gris, el pabellón de sus orejas tomó una forma puntiaguda y sus ya enormes manos se llenaron igualmente de pelo brotando de sus dedos unas intimidantes garras.
Por más trabajo que me costara mantenerlo en esa posición, su descomunal fuerza había incrementado, mi pelea era contra un maldito hombre lobo que me superaba en fuerza y tamaño. No pude evitar sentirme frustrado, mordí mis labios hasta que estos sangraron y mi cabeza zumbaba a punto de estallar. Mi ritmo cardiaco estaba aún más acelerado, el suyo era también muy elevado, en cualquier momento sucumbiría uno ante el otro.
No resistí más su forcejeo, este logró liberar un brazo y con todas sus fuerzas propinó un codazo a mi estomago que me hizo perder el aire. Como pude me levanté, justo antes que este continuara atacándome. Me apoyé con la ayuda de la columna de concreto del centro de la habitación, todo en cuestión de segundos, justo antes que este volviera a golpear mi cabeza esquivé su puño, golpeando así la columna, haciendo que de esta cayeran pequeñas partes de cemento revotando en el suelo, la ira de Skelly se evidenciaba en su rostro. Instantáneamente tomé su cabeza y la golpeé contra el concreto una y otra vez, esperando que una de las dos se rompiera, sea cual sea la primera me bastaba.
De su frente un manantial de sangre comenzaba a brotar bañando así la columna que temblaba entre cada golpe. Gruñidos bestiales salían de su hocico. Aquella era la pelea que había ansiado desde el momento que llegué a ese lugar. No había la menor duda que ese desgraciado se había convertido en un rival para mí, otro monstruo a quien pudiese golpear hasta el cansancio.
Una vez más, éste detuvo el siguiente golpe, recargando toda su fuerza sobre la columna impidiéndome incluso mover uno solo de sus cabellos, rápidamente tomó mi antebrazo entre sus garras, la sangre no tardó en brotar, incluso pude oír un crujido de mis huesos a lo que un quejido se escapó de mi garganta. Los golpes continuaban uno a uno, uno más fuerte que el anterior, el olor a sangre y a humedad invadía el calabozo como un enfermo y toxico perfume de violencia e ira, ambos sedientos jadeábamos esperando que el otro cayera, nos miramos unos minutos esperando recuperar el aliento y la energía.
Las gotas de sudor caían sobre el mohoso suelo que ya tenía varios charcos con nuestra sangre. Rápidamente este se dirigió hasta uno de los tubos de metal de la camilla y antes que pudiera evitarlo tomé otro telekinéticamente, preparándome para el primer golpe, una danza de espadas dejaba ensordecidos nuestros oídos entre cada golpe, sin embargo, no bastó más que con uno hacia su descomunal brazo para que este se doblara sin hacerle el menor daño. De inmediato este propinó un golpe con el tubo hacia mi cabeza el cual me habría dejado inconsciente sino lo hubiera detenido con mi mano derecha.
Su fuerza era impresionante, no me cansaré de admitirlo, mi vida dependía de forcejear con él y evitar me partiera el cráneo de un solo golpe. De un tirón arranqué el tubo de sus manos arrojándolo a una esquina de la habitación y tirando a este al suelo nuevamente.
Volví a golpear su rostro repetidas veces mientras que con mi otra mano aun fracturada hacia la mayor presión posible intentando estrangularlo. Este abrió su hocico y aplastó mi puño entre sus fauces lo que me hizo gritar del dolor. Un ruido estruendoso me hizo desviar la mirada hasta la puerta, la cual se había abierto con fuerza dejándome ver un científico con la luz resplandeciendo tras de él.
—¿Que es lo que ocurre aquí?—exclamó con seriedad, al escucharle la voz noté que se trataba de Harold, quien en esta oportunidad no llevaba mascara.
Al fijarme en su rostro noté facciones diferentes, del tipo asiático y un cabello negro y corto. Miraba la escena con repulsión.
En ese momento más que nunca debía aprovechar a escapar, aquel maldito animal me retenía entre sus colmillos. De un jalón saqué mi mano envuelta en sangre con grandes heridas causadas por sus colmillos. Volví a golpear su rostro con aun más rabia que antes esperando que este perdiera la consciencia. Antes del último golpe el cual creí el definitivo, Skelly sacó de su bolsillo algo que no identifiqué al instante y rápidamente lo clavó en mi pecho dejándome perplejo y sin aliento en el acto.
Al bajar la mirada y comprobar de qué se trataba, vislumbre una larga estaca de madera atravesando mi pecho. Mi rostro se petrificó, apenas con la respiración entrecortada pude sentir terror atravesar todo mi cuerpo y antes que pudiera arrancar esta de mi pecho, comencé a oír voces graves, como de un tocadiscos mal reproducido. Lo que pude entender de las palabras de Harold eran algo así como "No nos lo haga más difícil, doctor".
El sádico rostro de Skelly comenzaba a transformarse a la normalidad, sin cambiar su maniaca expresión de victoria. Lentamente mi visión se oscureció, no recuerdo que más ocurrió, perdí la consciencia una vez más.
Era lo único que me quedaba, el hecho de desvincularme de mi mente sea por el tiempo que fuese, en ese lugar no era una opción, si a duras penas podía defenderme de sus torturas estando despierto, inconsciente no quería imaginar que harían conmigo. En las manos de esos científicos solo podía esperar lo peor, después de todo yo también era un hombre de ciencia con ambición por entender lo desconocido, y si había algo que desconocía, era el límite de mis habilidades.
—¿Como es posible que no te abrumara cuanto descubrías sobre ti mismo? Para entonces no conocías tu habilidad para incluso controlar la sangre, hemomancia le llaman...
—Buscarle sentido a lo inaudito es más difícil que meter un elefante dentro del ojal de una aguja. Qué te revela que tu trabajo tiene algún sentido siendo la mente algo incalculable e inmaleable, no puedes cuantificar la psiquis de una persona y apenas se pueden modificar sus estados anímicos, pero eso no cambiará lo que es, hay un punto en el que todos los científicos nos damos por vencido y terminamos aceptando los hechos como son. Era a lo que mi padre le quitaba el sueño cada noche, pero yo, desde el primer momento viví en este cuerpo, nunca tuve otro que fuese diferente y aunque no entendiera demasiado sobre él, era obvio que debía tener algún sentido, lo tiene, aunque sea en mi mente.
—¿Tu hermano piensa lo mismo?
—Alexander es un hombre obstinado quien busca el sentido del todo a través de una fórmula matemática, piensa que todo lo calculable tiene un sentido, lo que no es así, simplemente no existe para él. Quizás sea por eso que logré descubrir más de mis habilidades en diferentes momentos de mi vida antes que él. Mi hermano es un hombre mucho más cerrado diría yo.
—¿Qué sentido tiene para ti haber estado padeciendo de todas esas torturas? Si tu mente era y sigue siendo para ti parte tan importante de tus capacidades, ¿cómo lograste mantenerla sana en ese lugar? Si es que consideras que sigue sana...—rió por lo bajo.
—Ja...—suspire con pesadez. —Una mente sana podría definirse como la necesidad y búsqueda del bienestar, ¿no lo crees?
—¡Por supuesto!
—Pues, mi odio por todos aquellos que me habían hecho daño desde hace diez años previos a mi secuestro sigue siendo para mí, al día de hoy una inexcusable necesidad. Era mi rencor lo que me mantenía sano y lo que a su vez me había dotado de tantas cualidades. Casi puedo atribuir mi propio nacimiento al más profundo sentimiento de rencor, como si hubiese nacido para sufrir y darle sentido a mi vida a través de la venganza. La sangre no es otra cosa que la vida de una persona, sus genes, sus energías, sus nutrientes, todo lo que lo hace vivir se transporta en ese líquido que a tantos les causa repulsión, un chupasangre no puede ser otra criatura sino una llena de odio por la vida misma...
—Es verdad...jamás lo había visto desde ese punto de vista, cada vez que bebes sangre bebes también vida de las personas y tú decides si dejarlas vivir o no...ni el cine ni los libros te lo proyectan con ese significado, pero ciertamente ustedes son asesinos peligrosos.
—¿Estas asustado? —sonreí.
—¿Por qué habría de estarlo? Se que tú me cuidarías las espaldas, no te conviene que nada salga de mi boca...—alegó el psiquiatra a lo que me sorprendió su astucia.
—Tienes razón. De algún modo me recuerdas a mi padre, tus reacciones son similares a las de él...—comenté con nostalgia.
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