Capítulo 70: Vals de las escolopendras


En mi mente, tampoco conseguía la paz que deseaba. A pesar de hallarme en mi mundo onírico, en mi estado de sueño más profundo, algo dentro de mí deseaba despertar, recordándome que si dormía mis enemigos podían tener ventaja de aprovechar mi cuerpo o quien sabe que otras cosas más que tal vez estando consciente podría evitar. Un pasillo oscuro sin nada más alrededor que profunda y negra oscuridad me rodeaba. Infinitas risas histéricas y llantos se oían a lo lejos haciéndose más y más fuertes, atormentándome y haciéndome rabiar, seguido de otro fuerte ardor que me hizo gritar y despertar al instante.

Al reaccionar pude enfocar la cara complacida y sonriente de Skelly quien me había pegado un cigarrillo encendido en el brazo. Gracias al cielo eso había sido y no los efectos del veneno. Aunque me costara, y aun sentía mi cuerpo arder un poco, podía mover mis músculos.

-¡Vaya, vaya! ¡Al fin despertaste!-mencionó con cínica alegría.-Ya estaba a punto de rezar sino recuperabas la consciencia, ¿sabes?

Ya no sabía si aliviarme de que sería solo agredido físicamente esa oportunidad. Aquella última tortura me abría un mundo de posibilidades a las que podían proseguir, todas peor que la anterior.

-Pasaste nueve días dormido, doc...-aclaró.-Nueve días después de una faena de dolor indescriptible y has sobrevivido, ¿no te parece maravilloso? Quizás después de todo tu padre te cuida de donde quiera que esté...

-Te prohíbo que menciones a mi padre...-musité con rencor, pude percibir temor en los ojos de Skelly por un instante, como si hubiese caído en cuenta la seriedad de mi orden.

Posterior a eso sonrió y dejo expulsar una carcajada burlista al recordar que solo era un hombre atado a una camilla.

-¡No te pongas así conmigo! He venido a traerte un merecido obsequio después de haber sobrevivido al veneno de una serpiente coral azul. Eso habla mucho de las bolas que tienes, doc...

No hice otra cosa que arrugar mi entrecejo imaginándome la calidad de su regalo. Después de muchos años de búsqueda de información referida a esa serpiente, hace poco leí que es una de las toxinas más mortales, una serpiente asesina de otras serpientes, la asesina de asesinos se hace llamar.

Skelly como comúnmente lo hacía, comenzó a silbar, esta vez otra melodía que nada tenía que ver con la que sonaba una y otra vez. Este se dirigió a la esquina de la habitación y tras de sí arrastró un cuerpo con una profunda herida que no dejaba de emanar sangre. En seguida mis sentidos se agudizaron y todo mi cuerpo se tensó. Quien sabe cuándo había sido la última vez que probé una gota de esa sustancia. Nuevamente mi cuerpo ardió, mas esta vez de frustración y cólera al verme incapaz de alimentarme y acabar con mi sed.

Desde que tenía memoria solo necesitaba ingerir sangre para mantenerme con "vida", la sangre que mi padre me daba, siendo esta la primera que probé en mi vida. Seguían torturándome, como al reo inmóvil a quien le entregan un suculento plato de comida para desesperarlo. Ese hedor característico de los quirófanos que siempre me hacía delirar, enloquecer y por poco perder la calma, como un tiburón que huele sangre. Aun así, mi adrenalina no me daba la fuerza suficiente para romper las esposas y atragantarme no solo de la sangre de ese cadáver sino la de todos esos científicos y la de ese maldito sádico quien solo reía al ver mi expresión de odio.

-¿Que? ¿No te ha gustado mi regalo? ¡Lo he cazado exclusivamente para ti! Que pena que no eres capaz de disfrutar de los pequeños detalles, doc, comienzo a pensar que no tienes sentido de la gratitud...-se mofó.-Si no deseas comértelo por lo menos te lo dejaré para que te haga compañía, tal cual como tú, el tampoco irá a ningún lugar.-finalizó antes de salir tirando escandalosamente la puerta de metal.

Dicho cadáver era de un hombre que tenía pinta de haber agonizado sus últimas horas de vida. Su mirada se veía llena de calma como quien recibe una muerte ansiada. No entendí que clase de herida era esa que atravesaba su estómago, mucho más grande que un disparo o una apuñalada, más bien tenia aspecto de haber sido atacado salvajemente por una bestia con feroces fauces.

Mis venas seguían latiendo con una presión elevada y mi respiración era irregular. Intentaba mantenerme relajado y evitar observar el cadáver. Podía escuchar como gota a gota, la sangre caía al suelo proveniente de un delgado hilo que caía por su quijada. Cerré mis ojos tratando de distraer mi mente, era todo lo que me quedaba. Mi mente, mi cordura la cual no debía perder bajo ninguna circunstancia. Era eso lo que deseaban de mí. Subyugarme, hacerme sumiso a sus torturas y pruebas, las que aunque había aprendido a tolerar seguía odiando y maldiciendo internamente. Tenían mi cuerpo a su merced, en cambio, mi mente seguía perteneciéndome, y una mente atrofiada, no puede vengarse.

Volví a mirar en dirección al cadáver, mas sin embargo, mi mirada se enfocó directamente en el charco de sangre que brotaba de el y se desplegaba en el suelo a diferentes direcciones. Caminando, buscando a quien pertenecer. Jamás había deseado sangre con tanta intensidad hasta entonces, comencé a ordenar en voz alta una y otra vez "te ordeno que vengas", sin obtener resultados. Quizás ya me estaba volviendo loco, pero no tenia otra cosa por hacer.

Habían pasado nueve días desde la última de sus torturas físicas y ahora volvían a aplicar sus torturas psicológicas. Nueve días después de quien sabe cuanto tiempo llevaba ahí. Entonces no me daba cuenta de como pasaba el tiempo de rápido, pero al ver el proceso de descomposición de aquel cadáver que me acompañaba en ese lugar, me di cuenta que entonces habían pasado meses.

Una vez los cadáveres no tenían más sangre que derramar, volvían a colocar en ese mismo lugar uno fresco. Estos del mismo modo causándome unas enormes tensiones y haciéndome perder más y más la calma. Comenzaba a gritar la orden en tono más fuerte y en una ocasión haciéndome llorar de rabia. Sabía que si tan solo probaba una gota de esa sangre, podría salir de ese lugar.

A la quinta ocasión que dejaban un cadáver nuevo, ya habrían pasado un par de meses mas, las torturas físicas habían cesado desde la infiltración de ese veneno, sin embargo, aquella también era una dolorosa prueba de sus estudios que parecía no tener fin. Aquel nuevo cadáver al cual apenas observe con la comisura del ojo me pareció familiar.

-Buenas noches, doc.-saludó Skelly arrastrando nuevamente un cuerpo sin vida.-Veo que una vez mas no has tocado tu comida, ya ni entiendo para que me esfuerzo en que comas, no tiene sentido seguir desperdiciando así la comida...

Las palabras sobraban hacia Skelly. Cuantos insultos ya no había escuchado, siempre obtenía un castigo después de decírselos. No temía a que pudiese pasar si los decía, nada que ya no hubieran hecho o pensaran en hacer, simplemente entendí que, mi saliva no debía desperdiciarse.

-¿Que no vas a decir nada? ¿Estas aburrido?-interrogó, dirigiéndose hacia mí, presionando sus puños sobre su cadera. Mi silencio lo hacía rabiar.-Te hacen falta más experimentos, ¿verdad? Pero descuida, no tienes que esperar mas...-susurró a mi oído finalizando con una macabra sonrisa en su rostro.

Una vez más entraba uno de los científicos, esta vez cargando en sus manos una especie de pecera de vidrio. Al saludarme me di cuenta de que se trataba del que siempre hablaba. Harold, tal parecía que se llamaba según oí murmurar a Skelly una vez.

-¿Como se encuentra, doctor?-saludó.

Permanecí en silencio.

-Déjalo, no ha deseado decir una sola palabra hace días. -comentó Skelly con fingida comprensión.

-Espero que esta vez sí pueda al menos decir algo, doctor, porque necesitaré de ayuda oral para saber cómo ira el procedimiento...

-Ayuda oral te puede dar ese maldito maricón que está ahí parado.- indiqué a Skelly quien solo abrió los ojos con una mueca burlista.

Eso era él, un conjunto de ideas aberrantes que pueden surgir de la mente más insana. No me interesaba saber por qué ese bastardo era el despreciable hombre que era. Pero algo había envidiado de él, y era que se veía que vivía en un sueño hecho realidad de diversión sádica al ver sufrir a los demás, y aun ni siquiera menciono la mitad de las cosas que este hizo, pero lo próximo que me tocaba, me daban la razón a todos mis pensamientos, que no eran simples prejuicios.

-Créame que aunque eso suene divertido, necesitaré que enfoque su mente en el recuerdo mas bonito que posea y nuevamente, se relaje.-mencionó introduciendo las manos dentro de la pecera.

-Ya lo oíste doc, obedece...-ordenó Skelly aun sonriente.

Lo que mis ojos vieron apenas sacó las manos de la pecera, fue un brillante y asqueroso ciempiés de gran tamaño fácilmente comparable con una serpiente. Este a diferencia tenía unas antenas en su cabeza semejantes a unos cuernos.

-Esto doctor, es una escolopendra.-aclaró el científico.-Un noble y bello animal muy discriminado por su rareza...

Aquella aclaratoria no me hacía verlo con menos asco, sus patas se movían por sus manos al mismo tiempo que sus antenas. Lo peor que pude pensar fue que pondrían esa cosa sobre mi cuerpo a caminarme y desquiciarme. Imaginé que por su tamaño y aspecto seria además venenosa. No tenía nada que subestimarles a mis enemigos, una tarántula o un escorpión también habrían servido, pero para su plan era obvio que una escolopendra era una mejor opción.

Skelly inmediatamente me inmovilizó, sujetándome las piernas con su descomunal fuerza tensándomelas. Nuevamente Harold se dirigió hasta mi brazo, esta vez con un bisturí en su mano el cual miré con confusión y angustia. Lentamente hizo un corte prolongado en mi antebrazo un poco más arriba de mi muñeca, dejando escapar mi apreciada y cada vez más escasa sangre. Apreté mis labios conteniendo el dolor, este seguía levantando el colgajo, como abriendo una especie de bolsillo profundo, fue entonces que temí lo que seguía.

-¡NOO!.-grité con horror haciendo el inútil intento de girar mi brazo y apartarlo de la enorme escolopendra que se avecinaba en manos del científico.

-Cálmese doctor, este animal es solo una víctima de las malas decisiones humanas, al igual que usted...-citó.-Además está cargada de huevos y necesita ponerlos cuanto antes.

Skelly se acercó rápidamente a mi brazo y lo tomó con fuerza al mismo tiempo que mi cabeza de modo que no pudiese apartar la mirada de lo que estaba sucediendo.

El gigante ciempiés se introdujo en el interior de aquel bolsillo, y una vez este caminó dentro, el científico se dispuso a cerrarlo con suturas. Pude ver el relieve del cuerpo del animal abriéndose paso en el interior de mi piel a lo que no pude evitar gritar lleno de repulsión y rabia.

Ambos se despidieron, uno más alegremente que el otro. Dejándome a solas con aquel animal, que seguían caminando en el interior de mi piel. Jamás ni en mis más mórbidas pesadillas hubiese imaginado un castigo como ese. Ya había sobrevivido a la ponzoña de una de las serpientes más venenosas, cada picadura que daba ese animal dentro de mi depositaba pequeñas pero relevantes cantidades de toxina y no solo eso me atormentaba, además pondría sus huevecillos dentro de mí.

Seguí mirando la escena, horrorizado, el cuerpo del animal ahora caminaba por debajo de la piel de mi pecho, seguramente pronto volvería a perder la consciencia. Entonces había olvidado que justo al lado de mi seguía aquel fresco cadáver que momentos antes se me había hecho familiar.

Estaba oscuro, sin embargo, mis ojos ya se habían adaptado completamente y logré reconocer perfectamente de quien se trataba. De no ser porque llevaba una escolopendra debajo de mi piel, hubiera pensado que aquel cadáver era lo más bajo y sucio que pudieron hacerme. Era el cadáver de uno de los niños que una vez vi fuera de la ópera, uno de esos niños de la calle quienes sobrevivían comiendo de la basura y de la buena voluntad de pocos de los habitantes de la ciudad.

Mis ojos se abrieron de la impresión, no pude evitar sentir rabia, mi ceño se frunció casi al mismo tiempo que mordí mi labio inferior. Querían humillarme, hacerme rabiar y jugar con mi mente todo al mismo tiempo, conocían cada uno de mis pasos buscando así mis debilidades. Algo era cierto, sentía cierta debilidad por los humanos, por algunos humanos. Mi estomago se encogió erizando cada vello de mi cuerpo, repitiendo para mi mismo una y otra vez maldiciones e improperios.

Su herida era exactamente igual que la de los otros cuatro cadáveres anteriores. Sus ojos aun mas agonizantes, pero con la misma expresión de quien ha perdido la esperanza por la humanidad. Era eso lo que deseaban conseguir conmigo. Doblegarme y humillarme hasta hacerme rogar por piedad.

Sus vidriosos ojos fijos y clavados sobre mi, le daban un aspecto de muñeco, igual al de las muñecas de la habitación de Eleanor. Del interior de sus labios escurría una línea de sangre que se unía al charco de esta misma en la cual el reposaba. Me pareció que nunca antes había visto una escena más tétrica, ni en las largas guardias del hospital donde se cambiaban dos a tres veces las sábanas de los pacientes hemorrágicos.

"Ven a mi"...-ordené en mi mente viendo fijamente a aquel liquido carmesí que seguía destilándose gota por gota.

"Ven...a...mi"...-insistí una vez más dentro de mi mente una y otra vez durante horas.

-Te lo ordeno...-mencioné. La loca idea de que aquella sangre se acercara hasta mí no dejaba de invadir mí mente, nada tenía sentido, debía aprovechar entonces de la locura de ese lugar. No aparté mis ojos ni un solo segundo, la sangre comenzó a escurrirse en mi dirección.

Podrás pensar que estoy loco, que sólo fue producto de mi imaginación, ante la obsesiva idea de que un milagro ocurriera, o simplemente casualidad, quizás todas las anteriores, pero de algo te puedo asegurar, y es que, la mente tiene poderes muy misteriosos.

Un delgado hilo de sangre comenzó a moverse en dirección hacia mí, por lo cual no evité sonreír. Seguí ordenándole a esta como si de mi sirviente se tratase. Obedientemente, el líquido se juntó en una espesa y gruesa línea roja que se acercó hasta la camilla extendiéndose para subir por los tubos de ésta.

Fantasía o no, la sensación de victoria me hizo reír casi estrepitosamente. Alcanzando el líquido mi cuerpo, este entró por los poros de mi piel, siendo yo como el cauce del rio que lentamente seguía subiendo, rompiendo todas las leyes de la física. Pude sentir el éxtasis. Todos mis músculos tensándose de una manera maravillosa y mis sentidos recobrándose poco a poco en su totalidad, drené hasta la más mínima gota de sangre, con tal desesperación como si fuese un oasis en el desierto. Quien sabe en qué otro momento volvería a beber aquel elixir. Una cosa estaba clara. Debía escapar.

Entendí entonces una cosa. Nada de lo que había estudiado antes tenía sentido sobre mí. Siempre fui diferente. A pesar de tener un padre y una prima humanos y comprender su fisiología y anatomía a la perfección, yo no era un humano. Vivía entre sus leyes en un mundo donde ellos parecían ser los regentes absolutos, el último eslabón evolutivo entre los seres vivos en una sociedad supuestamente civilizada, pero yo, ¡no era humano!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top