Capítulo 69: El néctar asesino


Para mi suerte, minutos después de la ida de los científicos, mi querido verdugo había entrado a visitarme. Esta vez silbaba al ritmo de la grabación del gramófono.

—¿Te sientes bien después de esa dura prueba?—interrogó con una sonrisa en su rostro. Su acento ruso hacía que su voz fuese aún más despreciable a mis oídos.

Me limité a respirar lentamente, tratando de calmar mi dolor, sin responderle una sola palabra.

—No habrás creído que todo sería como una visita al pediatra, revisando tus ojos y oídos y admirar cuanto has crecido...—comentó con ironía. —¿No me digas que ya comenzabas a sentirte cómodo y te habías acostumbrado?

Pude haberle contestado alguna de mis ingeniosas y tajantes respuestas, pude haber ideado mil maneras de insultar a todos sus antepasados y darle a entender lo mucho que deseaba cagarme en ellos. Sin embargo, mi fuerza escaseaba tras gota y gota de sangre que me era extraída de mis venas.

—Vaya...—musitó con suavidad mientras echaba el cabello de mi frente hacia atrás como una muestra de su sádico cariño y dominio sobre mí. —Parece que la serpiente se mordió la lengua y no puede hablar esta vez...

No dejaba de ofrecerle mi más profunda mirada de odio y asco. Era repulsivo tener que ver a aquella bestia aria e inmoral cada día de mi vida a partir de ese momento.

—¿Te quedaste sin veneno?...dime, ¿si tuvieses la oportunidad de matarme ya mismo, que es lo que me harías?

—Tal vez...—intervine con dificultad al respirar.—No podría encontrar palabras para explicar lo mucho que te haría sufrir...—dije pausadamente tratando de regularizar mi respiración.

—No te preocupes, doc. Algún día podrás explicármelo con hechos y no con palabras, claro está, si es que por obra del destino llegases a sobrevivir a este lugar.—continuó acariciando mi cabeza.

Este sonrió y miró detenidamente mi cuerpo dando un paso hacia atrás. Como una obra de arte en progreso, pensando lo mucho que seguiría cambiando en aquel lugar. Era obvio que no era el primero en ser torturado allí, lo podía ver en los ojos sádicos que me miraban con diversión y me revelaban que no era su primera vez en eso. Aquella era su razón de existencia, por lo que despertaba cada día y respiraba cada segundo. ¿Quien habrá sido el responsable de la creación de ese monstruo quien obviamente no era humano?

—Veo que...—comentó con curiosidad mientras agarraba mi mano.—Tus uñas han crecido a una velocidad excepcional. Era cierto que tus poderes regenerativos son impresionantes. Puedo imaginarme lo agradados que se deben sentir tus colegas revisando la muestra que te han sacado...—continuó mientras tocaba cada uno de mis dedos.—¿Pero, tendrás la misma velocidad para regenerar tus ligamentos o huesos? ¿Dime, que piensas?...

Una vez más, previne que pretendía hacer con su perturbador interés en mis manos y la manera en cómo miraba mis dedos.

—A ver qué dedos tan largos...¡Perfectos para un pianista!—exclamó.—Y delgados, aun mas perfectos para un médico cirujano...—agregó mientras jugaba con ellos moviéndolos de arriba abajo a lo que evidentemente reaccioné tratando de apretar mi puño para esconderlos, lo que Skelly no me hizo posible.

—Se lo que estás pensando...si esto es parte de tu investigación, puedes cortarle la mano a cualquiera de tus científicos y metértela por el culo...

—¡Que divertido! ¡La serpiente vuelve a picar!—exclamó con ironía. —¿Que no es este tu dedo favorito? ¡El que hace algunos días enseñaste con tanto orgullo luego de haberte arrancado las uñas?...—comentó sujetando con fuerza mi dedo intermedio.

Preparado a lo inevitable mordí mis labios con fuerza antes de gritar de dolor al sentir como mi dedo era llevado hacia atrás lentamente, y no poder contener mis gritos cuando este se partió dejando oír un crac.

—No creas que es parte de las investigaciones de este centro saber cuánto tiempo se llevará ese hueso en regenerarse...a mí también me gusta hacer mis experimentos, pero estoy seguro que tus colegas se sentirán interesados en saber cuánto tiempo te tomas para ello...—dijo retirándose.—Que pase buena noche, doctor.—concluyó antes de cerrar la puerta tras de sí.

No sé en qué momento me quedé dormido, o perdí la consciencia después de eso. Mi mente pedía a gritos algo de cordura y ya estaba cansada de ser torturada día tras día. Aquel dolor era insoportable, pero lo más insoportable era saber que no tenía nada a la mano para aliviarlo ni siquiera una gota de sangre que me ayudara. ¿Cuánto tiempo tardarían mis heridas en curar si mis células regenerativas iban en descenso?

Heissman presentaba una seriedad impresionante. Sabía que estaba pensando en algo no solo por ver como tomaba nota de lo que decía sino como además guardaba silencio espectral en la consulta, los cristales de sus lentes reflejaban la luz del monitor e impedían ver sus ojos detrás de estos. No era yo el único excéntrico en esa habitación.

—¿Entonces fue por eso que decidiste a venir a mi?—intervino.

Sonreí.

—Los pacientes que pasan por una situación parecida a la tuya es común que presenten síntomas de paranoia, psicosis o delirios de persecución. ¿Has pasado por alguno de estos trastornos alguna vez? Debes conocerlos, eres un hombre listo.

Reí entre dientes mientras negaba con mi cabeza.

—No puedo creer que un lugar así no haya dejado secuelas en tu vida, Adam, no mientas por favor...

—Podré ser muchas cosas, Gregor, pero no un mentiroso. No es lo que crees.

—¿Que es entonces? Déjame decirte que cualquier trastorno asociado no tendría nada de extraño, si se trata de prejuicio estas en el lugar incorrecto...

Aquello me hizo reír esta vez de verdad.

—Que ideas se te ocurren a veces...—fingí sentirme ofendido.— Nada más alejado de la realidad, pero si hubo secuelas, muchas tremendamente buenas y otras que con el tiempo aprendí a llevar como una cicatriz de batalla.

—¿Cómo cuales?...

—Muchas cosas... no creerías si te las explico, creo que sería mejor en ese caso que seas tu quien las presencie... Sensaciones como no pertenecer a mi propio cuerpo o desconfiar de mi propia existencia, sentir que soy parte de un todo que me vuelve inmortal y ese todo soy yo mismo.

—¿Como una autoidolatria?— sonrió Heissman a lo que yo también sonreí, oírlo de su boca sonaba aún más egocéntrico.

—Si había algo que era cierto, es que si permanecía en ese lugar mi mente pronto cambiaría. Para aquellos científicos no era otra cosa que el ser perfecto, iban y venían con sus análisis y hallazgos cada día más eufóricos, como quien consigue oro bajo su casa. Todo ese tiempo estuve conviviendo con los de su misma especie sin haber sido investigado mucho antes, ese era un pecado que ellos mismos no podían perdonarse.

Me torturaban físicamente como les daba la gana por la necesidad de sus mentes de comprobar mi fuerza física y mental, para quedar más extasiados y emocionados de cada una de mis reacciones, pretendiendo ver alguna debilidad sin tener éxito. Alguna vez arrojaron agua hirviendo a mis piernas para comprobar lo extremadamente veloz que era mi regeneración aun ante las quemaduras, llevando semanas sin probar una sola gota de sangre. Mientras hubiese al menos un milímetro cubico de sangre en mis venas, no me quedaría sin esta. Mi médula clonaba y reproducía plaquetas a la velocidad más incalculable y las células de mi piel reaccionaban de la misma manera sin dejar una sola cicatriz.

En otra ocasión, intentaron privarme de oxígeno, colocando una toalla húmeda sobre mi cara y presionando una almohada sobre ésta. Tal parece que mis pulmones tampoco se verían afectados por esto, pararon cuando sus brazos se quedaron sin energía al cabo de dos horas. Lo más extraño e improbable eran las quemaduras causadas por objetos bendecidos. Únicamente los bendecidos.

Crucifijos comunes comprados en alguna tienda no dañaban mi piel, sin embargo, religiosos o no, objetos sumergidos en agua bendita o directamente bendecidos por un sacerdote causaban quemaduras aún más graves que las del agua hirviendo, estas tardaban un poco más en curarse.

Día que pasaba, sus sádicas mentes seguían buscando mi muerte, sintiendo envidia e incluso admiración a mis "cualidades" como ellos le llamaban. Por sus mentes una batalla insaciable por creer mi simple existencia no los dejaba en paz. Reconocerla era como reconocer que la ciencia es inexacta y que algo superior a los humanos existía. Era como reconocer la existencia de Dios, una deidad a quien atribuirle los fenómenos inexplicables a la mente humana. Todo en mi era inexplicable. Pero no era un Dios el responsable de mí.

Solo eso le daba sentido a lo que estaba viviendo en aquel lugar. ¿Cómo Dios hubiese permitido que yo pasara por eso? Si existía, ¿por qué no hacia justicia entonces? Cualquier clase de blasfemias escépticas que podría pasar por una mente torturada. Pero tenía sentido, si tanto daño me hacía los signos religiosos y de fe, ¿cómo Dios podría cuidar de mí? Mi biología rechazaba sus señales como si hubiese negado de él desde antes de mi nacimiento. Mi simple existencia es una blasfemia que nunca debió ser, y estaba pagándola de algún modo...

—¿Quiere decir, que justificas todas aquellas torturas? ¿Sientes que te las merecías?

—No. Mi amor propio repudiaba todo lo que ellos hacían conmigo, mi mente sembró una idea de venganza que al sol de hoy sigo cuidando, sin embargo, la idea de que debía sentir algo parecido al sufrimiento de mi padre me tranquilizaba.

Mi visión de aquel lugar con las semanas comenzó a cambiar, eran pocas las demostraciones de dolor que salían de mí. Aquella absoluta oscuridad se transformó en lo que realmente era un cuarto de color cemento con manchas en las paredes, mi visión se había adaptado completamente a la oscuridad haciéndome ver todo como a plena luz del día. Los sentidos se intensificaban para mí, pudiendo oler y escuchar a varios kilómetros a aquellos científicos, incluido el sádico Skelly, el cual me di cuenta tenía un olor diferente al de ellos.

En dos ocasiones más, volvieron a arrancar mis uñas las cuales crecían como las garras que eran, con la esperanza de que en algún momento dejaran de crecer, que estupidez. Con ayuda de un disparo de escopeta rompieron mis tímpanos, pude sentir correr la sangre desde mi oído hasta lo largo de mi cuello, en pocas horas este se regeneró. No volvió a salir un grito de mis labios. Eso los desesperaba. Skelly cada día se veía más fúrico, deseando oír nuevamente mis gritos. Descubrí que no había sensación más gratificante que esa, aun así, me abstuve a demostrar mi gozo.

Pronto sus pruebas comenzaron a ser más invasivas y desesperadas, como quien le queda poco tiempo antes de entregar un examen muy difícil. Aunque las visitas de estos se hacían más frecuentes y duraderas, las del gigante eran menos, pero eso no garantizaba tranquilidad.

Cuando ya me estaba acostumbrando a los traumatismos, un día estos volvieron con su particular silencio y murmullos entre sí. Usando lenguaje técnico que ni yo mismo comprendía, como creado por ellos mismos. Palabras como el "ser" o la "logística" eran las más destacables. Una vez más volví a ver una jeringa en sus manos, con un reluciente líquido amarillento en el interior. El carpule debía superar las dos pulgadas de largo, sin embargo, para mi suerte, la aguja no era tan grande como la última vez, lo que me hizo analizar de que se trataba.

Qué clase de científico morboso usaría una vacuna con su paciente o en este caso el "ser" de estudio. Eso no sería nunca una opción para ellos. A juzgar por el color y la apariencia de quienes llevaban aquella jeringa en la mano no me cabía la menor duda de lo que podría ser. Me iban a inocular algo evidentemente perjudicial para mi salud.

Vuelvo a mencionar al famoso Josef Mengele. Cada día que sale a la luz un nuevo descubrimiento sobre Auschwitz me atrevo a pensar que los archivos y ensayos de los estudios de mis captores llegaron a sus manos, inspirándolo para varios de sus experimentos a los judíos. Si yo hubiese caído en manos nazis, creo que estos hubieran sido más amables conmigo.

Desde el primer día de mi ingreso a ese lugar un claro estilo ocultista vino a mi mente. Las máscaras y la cantidad de pruebas no podían pertenecer a otra cosa que no fuera una secta satánica. Las ideas de superar la raza humana y crear una nueva en base a mis genes, estudiando mi fisiología y buscar mis debilidades para el mejoramiento de estas, no era sino la quimera más grande de todos esos payasos.

—Buenas tardes, doctor.—comentó la misma voz de siempre. Parecía que los demás no tenían las suficientes bolas para dirigirse hacia mí, o debajo de esas máscaras les habían cocido las bocas.

Reaciamente contesté arqueándoles una ceja, qué otra prueba creativa pretendían hacerme aquel día. Ya no seguía la cuenta de cuantos días pasaban en aquel lugar, para mí el tiempo se detuvo desde que perdí la consciencia en el hospital y todo aquello no era más que una asquerosa pesadilla enferma.

—Le pedimos por favor que mantenga la calma...

Reí.

—Yo siempre mantengo la calma, caballeros. Son ustedes quienes dejan oler el miedo que me tienen apenas entran por esa puerta. Nada de lo que me puedan hacer podrá matarme, por eso me temen...

Todos parecieron paralizarse al instante viéndose descubiertos. Ellos también tenían sus métodos de comunicación casi telepática al verse las caras con esas máscaras con minuciosas gotas de sangre salpicadas sobre el metal. Todos sabían cómo tenían que proceder, debo admitirlo, sentí envidia de aquel equipo tan eficiente.

—Le pido que respire profundo.—Ordenó el de siempre.

En seguida apartaron el tubo que drenaba mi sangre, y por esa misma vía, infiltraron ese raro líquido el cual sentí como deslizaba en mi interior quemándome lentamente. Debieron haber sido unos 20cc del líquido, pues la infernal lentitud con el que atravesaba mis venas parecía no terminar nunca. Terminado el proceso, los cinco hicieron una reverencia despidiéndose.

En seguida sentí como mi cuerpo se paralizó. Mis músculos se tensaron inmediatamente mientras el calor viajaba hasta mis extremidades inferiores sin dejarme mover un solo dedo. Entonces apareció el dolor más indescriptible que había sentido hasta entonces. Una sensación de estar quemándome vivo me invadió. Aunque me había mantenido férreo hasta ese momento, no pude evitar gritar agonizante. Era por ello que habían removido la vía que drenaba mi brazo, no les convenía que el veneno se perdiera, necesitaban un medio de transporte para hacer que todos los nervios de mi cuerpo hirvieran.

El sudor no se hizo esperar y por mi piel caigan gotas de transpiración. Debí sentir exactamente lo mismo que un insecto bajo una lupa. Aunque llegué a pensar que era aquel dolor semejante a los síntomas de mi padre, recordé que este convulsionaba frenéticamente mientras que en cambio yo, estaba paralizado.

Sentir semejante dolor sin poder mover un solo músculo tenía que ser no solo un método de tortura física. Por un momento preferí la muerte cuando sentí arder hasta cada uno de mis folículos capilares. No poder moverse ante tal dolor era una muy buena manera de hacerme enloquecer. ¿Qué era aquella sensación?, esa toxina como era capaz de privarme de mis movimientos y encima de eso, calcinarme como un trozo de carne en un asador. Desde la planta de mis pies a cada uno de los folículos pilosos de mi cuerpo ardían y se quemaban al mismo tiempo y con la misma intensidad. Mi presión arterial debió haber subido a más de doscientos, me alegraba pensar que en cualquier momento sufriría un paro cardiaco. Maldita sea mi inmortalidad, pensé.

Comencé a ver borroso y a perder lentamente los sentidos, ya ni siquiera escuchaba el sonido del gramófono ni siquiera mis pensamientos, lo que más ansiaba era que derramaran unas pequeñas gotas de agua sobre mí y quizás eso apagaría mi cuerpo. Solo recuerdo haber estado contando los segundos hasta perder la consciencia lo cual fue después de algunas horas de dolor incesante.


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