Capítulo 68: Consulta odontológica
Podría ser erróneo definir el tiempo en aquel lugar. Dormía cada vez que me lo permitía mi mente. Era la única manera de mantenerme cuerdo y no pensar en lo que estaba ocurriendo. La grabación seguía sonando incesante. Quizás pasaban tan solo horas, quizás días o semanas enteras. Cada vez que abría mis ojos era por una sola cosa. Mis verdugos me sacaban de mi subconsciente.
En aquella segunda ocasión a lo que puedo llamar, el segundo día de pruebas, fue un balde de agua helada lo que me hizo despertar, evidentemente de golpe. Lo que por algunas horas pude olvidar entre sueños, sintiéndome nuevamente en casa, no duraba lo que yo esperaba. Lo más probable es que aquello también fuese su intención para torturarme. Privándome del sueño.
Nuevamente una resplandeciente y molesta luz tocó mi rostro al mismo tiempo que comenzaba el sonido de otra melodía. Nada menos que la novena sinfonía de Beethoven, su estruendoso comienzo logró ensordecerme por un momento. Seguí maldiciendo para mí mismo, mientras el gigante de Skelly tarareaba con alegría.
—Que día tan largo, ¿no lo cree?—intervino acercándose hasta la camilla.—Por un momento creí que no llegaría el momento de visitarlo. Espero no se haya sentido sólo sin nuestra compañía, doctor.—comentó con ironía.
No dejé salir ni una sola palabra. Sin embargo, mi mirada pudo haber dicho muchas cosas. No podía verlo de otra forma que no fuera con los sentimientos que afloraban cada vez más y se intensificaban apenas veía a aquel animal. Un odio profundo e insoportable.
Anteriormente había tenido una pequeña muestra de lo inmoral y desagradable que podía ser ese hombre. Aquel baile de máscaras donde lo había conocido, aun me dejaba el incomodo recuerdo de su acoso sexual. De que otras cosas sería capaz ese monstruo de dos metros y medio.
Su mirada contestó a la mía con la misma seriedad con un dejo de superioridad. Puso su mano sobre mi mandíbula y apretó de esta enterrándome sus dedos en mis mejillas.
—Tienes unos ojos muy retadores para estar atado a una camilla...—comentó.—Que tan fuerte mandíbula podría tener un ser como tu...
Desde las sombras, otro hombre vistiendo una bata no tan blanca se acercaba mientras se ponía lentamente un par de guantes. Este no llevaba mascara, pero si varias manchas de sangre en su bata. La cara de este otro médico era pálida y seria. Como si hace mucho tiempo que hubiese perdido la sensibilidad por la vida, juzgando por su profesión era obvio por qué se veía tan serio y depresivo.
—Este es el doctor Heizenberg. Nuestro Odontólogo. Espero seas amable y abras la boca para él.
Tal como indicó Skelly, el dentista secundó pidiéndome abrir la boca, a lo que obviamente me rehusé. Una segunda orden solo me hizo apartar la mirada. Sin embargo, la de Skelly comenzaba a irritarse. Una tercera oportunidad en un tono más amenazador tampoco logró dejarme examinar.
En un instante, Misha sacó de su bolsillo una navaja la que clavó sin compasión en mi mano. No pude evitar gritar, a lo que rápidamente Heizenberg presionó con su mano mi mandíbula y evitarme ocluir. Miraba todos mis dientes con la única atención y fascinación que un dentista puede sentir por una boca. Su mirada era de éxtasis como si estuviese viendo una escultura extraordinaria.
—Que bien lo está haciendo, doctor Bloodmask...—mencionó éste.—Todo esto terminará rápidamente. Se lo aseguro.
Mi cara, aunque igualmente seria se relajó un poco. Lentamente, intentando ser impredecible, este metió su mano en el interior de su bata y disimuladamente con la intención de no dejarlo notar, sacó un sucio y manchado forcep. Era antiguo, muy semejante a esas pinzas usadas en herrería. Para la época era lo más reciente en avances dentales, aun así tenía un aspecto escabroso, teniendo en consideración lo próximo en suceder si lo permitía. Aquel instrumento se acercaba peligrosamente a uno de mis dientes. Más específicamente. Uno de mis caninos.
—Lo próximo que haremos será examinar que tan perfectas y fuertes son sus piezas dentales. Desde el momento que supe de la existencia de vampiros, me juré a mí mismo que debía examinar sus caninos. Han de tener un poder impresionante de punción y desgarre único en especies animales y alveolos extraordinariamente grandes...—comentó éste explicándome el proceso con emoción.
Ver aquel instrumento acercarse en cámara lenta hasta mí fue uno de los momentos más escalofriantes que he vivido. No recuerdo haber sentido temor parecido hasta aquel momento. Sin anestesia, sin mi permiso, y sin lo más importante, mi libertad. Aquello no era sino la segunda demostración de lo sádicos y oscuros que podían ser mis captores. Algo así como la punta del iceberg para todo lo posterior, que hasta para el mismo Josef Mengele le hubiera dado envidia.
Lentamente su mano libre se acercó hasta mis labios, antes que el instrumento rodeara mi colmillo. Fue el momento justo para cortar sus dedos entre mis dientes de una sola mordida.
Un grito de su parte no se hizo esperar, su sangre corría entre mis labios y bajaba por mi garganta mientras aún conservaba sus falanges en mi boca. Su sangre no paraba de brotar y la mirada de impresión de Skelly cambió rápidamente lleno de rabia, tomándome del cuello y acercando su rostro lo más que pudo al mío.
Heizenberg no dejaba de gritar tratando de parar la hemorragia, sus gritos casi no me permitían escuchar las palabras de Skelly quien se veía sumamente serio a punto de explotar de rabia.
—Te crees superior a nosotros, ¿no es verdad? ¿Que puedes adaptarte a este lugar y joder con mi paciencia sin pagar las consecuencias?—exclamaba mientras golpeaba mi cabeza contra la camilla. —¿Crees que puedes jodernos a todos aun estando acostado en una maldita camilla?...
En ese momento no vi la mejor oportunidad para escupir los dedos del dentista. ¿Que mejor momento que sobre el rostro de mi opresor? Cosa que lo hizo rabiar a un más, pegándome casi de inmediato un fuerte puñetazo en el rostro que rápidamente me hizo brotar sangre de la nariz.
—Esto es solo el ápice de todo, doc. No tendrás una rápida muerte en este lugar. Me encargaré de que así sea...—susurró
—Supongo entonces que debo esperar lo peor...—mencioné con ironía.
—Esa es la actitud...—sonrió con malicia mientras se apartaba para cederle una venda al dentista quien lloraba desesperado.
—No esperaba que esto fuese lo peor...pero les hará falta mas que batas blancas para asustarme. Por si no lo han notado, llevo mucho tiempo conviviendo con ellas...
—No te hemos subestimado si a eso te refieres. Tú tampoco deberías hacerlo con nosotros, me atrevería a decir que estamos al mismo nivel para ser los perfectos enemigos...
Sonreí complacido al darme cuenta de que de eso se trataban, un grupo organizado de personas que me veían como a su enemigo. Volteé a mirar al dentista quien seguía llorando y exclamando el dolor que sentía por su mano la cual no paraba de sangrar. Ha de ser un compuesto anticoagulante en nuestra saliva la que hace que la herida causada por nuestros dientes se vuelva hemorrágica rápidamente. Eso sería algo que posteriormente descubriría gracias a las pruebas en aquella celda. No pude evitar reír al verlo aún tan desesperado. "Tan sádico y tan cobarde", pensé.
—Escucha niño.—comenté.—tendrás que hacerte más que un torniquete si esperas que esos muñones paren de sangrar y logres sobrevivir. Mas te vale que vayas a una enfermería o les pidas a tus locos colegas te suturen eso, ya es bastante malo que un odontólogo pierda una de sus manos como para también perder la vida...—sonreí.
Este solo me miraba con horror. Mientras permaneciera en ese lugar, aquel tenía que ser mi objetivo. El de ellos era aplicarme todo tipo de pruebas y torturas para quebrantar mi mente y hacerme rendir al temor, lo mismo debía hacer con ellos.
Skelly volvió a mirarme con seriedad apretando su mandíbula y ampliando sus fosas nasales. Estaba encolerizado. Solo se limitó a caminar hasta la puerta y abrirla escandalosamente para que el dentista saliera. Aun no apartaba su mirada histérica. Yo solo sonreía al ver como ambos salían en aquella ocasión, habiendo fracasado en su labor.
Aquel día aquella sinfonía tenía mayor significado. El himno de la alegría que definía la alegría que entonces sentí de mi triunfante travesura y ver como mis enemigos temían y me odiaban. Lentamente me daba cuenta de que era siempre aquel sentimiento el que me caracterizaba, y salía a mayor auge en aquel calabozo. Debía sacarle el mayor provecho a mi astucia mientras permaneciera en aquel lugar. Mientras me tuvieran hay, no les haría las cosas más fáciles, fuera como fuera, acabaría con su cordura de la forma en la que ellos pretendían hacer conmigo.
No todos los días eran tan traumáticos. Parece que se habían dado cuenta que tocarme no era una buena opción, puesto que no estaba tan débil como ellos esperaban. Aún tenía mis dientes, piernas y mente para defenderme. Seguían drenando mi sangre sin falta. A veces no hacían más que cambiar el matraz cuando se llenaba de ésta. En cuestión de dos días posterior a la extracción de mis uñas ya éstas estaban completamente regeneradas sin ningún indicio de violencia previa a su erupción.
Lo que más me enloquecía era el insoportable ruido del gramófono repitiendo una y otra vez la grabación de la sinfonía de mephisto de Liszt. Comenzaba a oírla en mis sueños y se me había pegado a la mente, posiblemente era solo mi imaginación quien la reproducía y el aparato llevaba tiempo apagado sin darme cuenta. Como haya sido, ya comenzaba a darme dolores de cabeza.
Los científicos iban y venían de un lugar a otro, entraban y salían como perros por su casa. Hablaban entre ellos, murmuraban palabras difíciles de traducir bajo aquellas máscaras de metal incluso al ser mi oído tan agudo. Aquello era también parte de su investigación. En una oportunidad tiraron una aguja al suelo preguntando si reconocía algún sonido. En otra ocasión hicieron algo que me hizo recordar a mi infancia, sonar un diapasón, cosa que nunca he podido reconocer su sonido.
Tal como los resultados de los experimentos de mi padre, estos también dedujeron que al igual que el oído de los murciélagos no podía percibir aquel sonido por sus ondas sónicas y por la ecolocación, habilidad con la que yo también contaba. Es decir, una habilidad semejante a la percepción del eco de la voz por la vibración del sonido que me ha permitido en muchas oportunidades determinar la ubicación de personas a varios kilómetros de distancia.
También, adicionalmente a sus estudios, en otra ocasión eran mis ojos los que llamaron su atención. Ya era bastante obvio el uso del término heterocromia al verlos, siempre era tema de conversación cada vez que conocía a una nueva persona. "Que ojos tan raros tienes", "tus ojos son muy llamativos". Incluso había escuchado comentarios con anterioridad de que mi iris brillaba en la oscuridad, como los de un lobo. Este compuesto el cual hace tiempo había escuchado y volvía a escuchar entonces por las bocas de aquellos científicos, la guanina, en mis retinas que sirve como superficie reflectora, solo estando presente en muchas especies de animales nocturnos.
¿Que se supone entonces lo que era? ¿Qué genes predominaban más en mi organismo? ¿O los animales, o los genes humanos? Si acaso poseía algún gen humano. Era aquella la eterna búsqueda de esos científicos. Varias veces intentaron localizar mis signos vitales, palpando mis arterias radiales y carótida sin resultados, así como auscultar los latidos de mi corazón, igualmente sin respuestas.
Todos veían sus caras tras aquellas mascaras sin decir una sola palabra. Por sus mentes todos se hacían la misma pregunta. Como un ser aparentemente carente de ritmo cardiaco y presión arterial podía estar vivo e incluso, respirar. No veían sentido a como mi regeneración era tan ridículamente acelerada, y tal parecía que lo arrojado de los exámenes hematológicos coincidían con un grupo sanguíneo sumamente extraño que combinaba características de los cuatro tipos de antígenos conocidos, sin factor Rh, al cual apodaron mucho después, tipo de sangre ABO negativo por el mismo doctor Karl Landsteiner en un ensayo no publicado al tener acceso a las pruebas de estos científicos.
—Karl Landsteiner...—mencionó Heissman interrumpiéndome.—¿No estarás bromeando? ¿El mismo que descubrió y determinó los grupos sanguíneos? ¿Ese Landsteiner?
—¿Lo conoces? Bueno, no fue sino varias décadas después que este ensayo llegó a las manos de la familia Malkavein y yo mismo pude conocer como le llamaban a mi tipo de sangre. Según su ensayo sería igual al tipo O negativo, siendo también un tipo de sangre usada como donante universal, con la característica de aceptar la sangre de cualquier donante sin repercusiones.
—Eso suena, maravilloso.—comentó Heissman con una mirada de fascinación.
Sin embargo, tampoco podían comprender como era posible que mis niveles de plaquetas fueran tan elevados siendo capaz mi cuerpo de regenerarse en minutos. En ese caso, la explicación debía ser que mi médula ósea producía litros y litros de sangre al día, pero ¿de qué modo? De ser así entonces ¿para qué necesitaba alimentarme de sangre? ¿Y cómo era esta capaz de correr por mis venas sino tenía ritmo cardíaco?
Solo había una manera de evaluar mi producción de sangre, y comprobar de qué modo ésta parecía reproducirse en mi cuerpo. Estos no hicieron ningún comentario además de lo que sus pensamientos me alertaban. Un grupo de cinco científicos caminaron hasta mí, uno de ellos con una bandeja en mano. Justo al rodearme y mirarme fijamente con aquellas tétricas máscaras uno añadió.
—Todo estará bien, doctor. Solo relájese y tenga pensamientos agradables...
Aquellas palabras solo seguían de un procedimiento para nada relajante desde que tenía uso de razón, siempre las enfermeras las usaban cuando el paciente iba a ser anestesiado. No creí que aquel sería el caso para aquellos sádicos. Abrieron uno a uno los botones de mi camisa hasta mi abdomen. La abrieron un poco dejando expuesto mi pecho el cual rasuraron con delicadeza con una brillante navaja. Me temí lo que seguía.
Lo que siguió fue lo más evidente al leer sus pensamientos momentos antes. De la bandeja tomaron un portacarpule de gran tamaño con una aguja aún más intimidante. Sin previo aviso, apuñalaron con fuerza sobre mi pecho, más precisamente, en mi esternón. No podría describir un dolor parecido a ese, dejándome sin respiración en el acto.
—Por favor doctor Bloodmask, trate de relajarse...—ordenó el mismo científico.
Solo podía gritar improperios y maldiciones a esos hijos de puta. Dos de ellos sujetaron mis piernas mientras que uno sostenía mi cabeza, con la intención de que observara atentamente como extraían mi médula para la posterior biopsia.
Es difícil definir o hacer comparaciones de cuan sádicos podían ser aquellos científicos, quienes no velaban por ninguna de las normas de la bioética o sentimiento humano. Siendo yo un vampiro, nunca habría imaginado que los humanos pudieran llegar a ser tan mórbidos. Yo lo había visto entonces. El mundo lo comprobaría después al conocer la verdad del campo de pruebas de Auschwitz, y esa era solo la tapa del frasco.
Terminada la toma de la muestra, este dispuso la jeringa sobre la bandeja, junto la navaja, hizo una reverencia, agradeciendo mi colaboración y de este modo se retiraron. Seguía con el dolor de aquella violenta punción.
Mi mente pesaba de tantas veces que pude haber maldecido aquel día. Solo me había imaginado a los responsables de la muerte de mi padre pasar por un castigo semejante, aun lo ansiaba, si había algo que me hacia arder de rabia mas allá de las torturas a las que me sometían era recordar aquellos días de impotencia y desesperación.
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