Capítulo 62: La cara de la verdad.
¿Que debía reclamar en realidad? ¿Acaso lo que hacia ella estaba incorrecto? ¿En qué se diferenciaba de mis acciones? ¿A que ella tomaba lo que deseaba del sexo y yo de la sangre humana? ¿Era esa la forma de acabar conmigo? Drenando mi energía, distorsionando mis estados anímicos, infectando mi organismo con lo que parecía una enfermedad autoinmune, un cáncer que no solo combatía fisiológicamente, sino, además, psicológicamente. Sus manipulaciones constantes, que no me permitían alejarme, aquellas constantes y desquiciantes muestras de amor obsesivo y posesivo. Era una opción fácil de recurrir para cualquier hombre que desee calmar su libido en el regazo de una mujer, una trastornada; pero innegablemente hermosa.
Como era de esperarse para aquellas horas de la noche, justo después de una larga guardia, era común que Lena se fuera a su casa a darse una ducha caliente antes de dormir.
Sin que ésta si quiera lo imaginara, la seguí desde las sombras desde la salida del hospital hasta su baño. Ciertamente, verla enjabonar sus largas y torneadas piernas era una tentación a la vista. Aquellas piernas que tantas veces recorrí con mis manos y lengua cada vez que cedíamos a devorarnos, sin duda la parte de su cuerpo que me resultaba más fascinante.
Salió de la bañera secando su larga melena y peinándola con devoción frente al espejo. La ducha seguía blanca entre aquella nube de vapor de agua, su cuerpo desnudo cubierto por una bata de seda blanca, casi tan pálida con su tono de piel, distraída, callada, pero nunca pensativa. Como si sus pensamientos fuesen guardados en un lugar diferente al de su mente.
Lentamente escribí letra por letra sobre el vidrio empañado del espejo del baño con mi mente, sin que esta se percatara de mi presencia entre tanto vapor.
"LENA, LENA
SE
LO
QUE
ERES"
Su rostro siempre apacible se petrificó tras ver escritas, letra por letra en el espejo, dejó caer el cepillo en el suelo y sin decir una sola palabra, abrazada de sí misma, dio un lento paso hacia atrás con sus latidos agitados, quizás era lo poco humano que tenía, su corazón.
Salió del baño tan pálida como un trozo de papel, tan solo para llevarse otro susto sobre la cama.
Ahí estaba yo, de piernas cruzadas sentado en la oscuridad, con una de sus muñecas de porcelana en mis manos.
—¿Q-que haces aquí?...
—¿Te has olvidado tan rápido de quien soy? Esta fue por un tiempo mi casa, también, querida. —indiqué con una sonrisa sin apartar la vista de la muñeca, jugando con los rizos de su cabello.
—Pero, la casa estaba cerrada, no te oí tocar la puerta ni el timbre.
—Digamos que, no conoces todos mis talentos.
Eleanor bajó su mirada enfocándola a otro punto de la habitación, se sentía nerviosa, confundida, intentaba evitarme. Poco me importó. Dejé escapar una sonrisa cómplice. Esperando incomodarla.
—Sabes, esta cama es bastante suave. Puedo sentir como si incluso besara mi culo con tan solo estar sentado. Nada que ver con la cama del cuarto de huéspedes donde por tanto tiempo tuve que dormir. —dije revotando un poco sobre el colchón. —Además, no habías pensado que de todas las veces que estuvimos juntos, ¿nunca hubo una cama?
Esta se encogió de hombros como un gato asustado sin dejar de mirar algún punto exacto del suelo. Por mi parte me levanté caminando hasta ella.
—¿A qué has venido? —pude ver como el anillo destelló cuando una vez más pasó su cabello por detrás de su oreja.
—No te lo quitas ni para bañarte—dije presionando su dedo anular el cual atajé en el acto.
—¿Viniste a llevártelo? ¿es eso? Si es así no tengo problemas en dártelo
—Vine por algo que es mío. Pero no esto. —solté el dedo. —Le entregué ese anillo a tu padre como un pacto de confianza, a cambio de la verdad. Y a eso vine.
—¿D-de qué estás hablando?
En ese momento, saqué del bolsillo de mi pantalón la página del diario que Shubert me había dado, extendiéndola frente a ella,
Eleanor la tomó, confundida. Se sentó en la cama leyendo a cabalidad, por el tiempo que tardó, supuse que lo habría releído, además. Estaba incómoda.
Se podían notar sus pechos desnudos a través del pronunciado escote de la bata de baño. Conocía su cuerpo perfectamente. Había sido mi prisión por algún tiempo sin que yo me diera cuenta, mi condena, por el simple hecho de aquella gloriosa sensación de poder y posesión que sentía al estar con ella, siendo ella tan sumisa y maleable. Claro, tenía que pagar un precio por ello.
—Esto...—esbozó con una sonrisa mientras su cabello cubría gran parte de su cara. —Es una preciosa ilustración...—mencionó arrugando la página con su mano volviéndola una bola. —Tiene un gran talento quien la hizo.
—Casi tan preciosa como en la vida real...—mencioné ignorando lo que había hecho. La tomé de la quijada para verla a la cara. Sus ojos como siempre tenían una mirada inocente y sus labios rojos entrecerrados. —Pero un dibujo no podría quitarle la paz a ningún hombre, mi querida Lena.
—Súcubo... ese es el término entonces. —sonrió. —Si es así como me has bautizado, entonces eso es lo que soy. Después de todo, fui creada por ti desde el momento en que me viste, y yo fui tuya de igual manera. Puedes hacer conmigo lo que desees, yo soy tu creación.
No pude evitar fruncir el ceño disgustado. Yo había creado a ese monstruo, tóxico y manipulador. Aquella cara angelical y refinada personalidad me habrían distraído de la cobra devora hombres que yacía bajo su piel.
—¿Hace cuanto sabías la verdad? ¿Qué yo era un vampiro? No me imagino el gusto que te debió haber dado saber que tendrías muchísimo de mí del cual alimentarte. Un hombre sin problemas fisiológicos, como enfermedades, que lo hagan vulnerable a tus encantos. —insinué acariciando su mejilla.
—¡Ya basta por favor! —exigió apartándome—¡No tengo ni una maldita idea de lo que estás diciendo!
—Está bien. Te creo. —Susurré tomándola por ambos brazos. —Te creo, y solo te pediré una cosa antes de marcharme.
De este modo, acorralé a Lena hasta empujarla sobre la cama, aprisionando su cuerpo entre mis piernas y tomándola de las muñecas. Esta chilló asustada. Su expresión había cambiado, sus ojos se abrieron y sus cejas se arrugaron viendo con desesperación sus manos. Ni siquiera hice demasiada fuerza sobre esta. No intentaba sobrepasarme ni mucho menos violarla, sino reafirmar una vieja teoría que alguna vez leí en un libro de demonología.
—Te deseo Lena—expulsé con una sonrisa. Esta me miró aun mas asustada, con lágrimas en los ojos.
—¡Suéltame! ¡Por favor ya suéltame! —gimió
—¿Qué sucede? ¿No quieres que sea tu hombre quien te haga el amor aquí mismo? en la comodidad de tu bella cama, viéndonos a los ojos mientras complacemos al otro.
Las lágrimas salían de su rostro, las cuales limpié con mis labios con tal de calmarla. Su corazón iba tan rápido como un tren moderno, zumbando, casi saliéndose de su pecho el cual había quedado expuesto al caer al colchón.
—Mírame, Lena. Déjame ver tus ojos. Este es tu oportunidad de verme a los ojos y decirme que me amas. —susurré acariciando el lóbulo de su oreja con la punta de mi nariz.
Aun así, esta se tensaba cada vez más. Aun después de haber fornicado conmigo cada noche durante dos años. Aun después de haberme rogado que me quedara, habiendo cortado sus muñecas con tal de no perderme, aun después de jurarme amor al saber mi condición inhumana. Si Lena me convencía de su humanidad, le haría el amor toda la noche y me habría despedido de ella como el idiota que dejó ir a una mujer hermosa y rica.
Eso habría hecho, de no ser porque oí un gruñido gutural de su garganta. Sus ojos aun llorosos me veían enfadada. Pude vislumbrar en sus fauces unos bellos y relucientes colmillos rozando su labio inferior, a ver que hasta eso era perfecto en ella. Solo pude sonreír, sentí curiosidad cómo sería coger a un demonio. Qué tan violentos podíamos ser ambos en la cama, pero lo más probable es que con esos colmillos ésta me arrancara el pene de raíz con tal de quitarme de encima.
—¿Qué te sucede pastelito? —pronuncié con una sonrisa malévola mientras apartaba el cabello de su cara, dándole oportunidad a esta de morderme la mano y clavar sus uñas en mis brazos.
De inmediato me quejé tomando a ésta del cuello.
—¡Te advertí que me soltaras! —sollozó— ¡Apártate de mí ya mismo!
Solo reí de forma burlista apretando aun más mis piernas, entrelazando mis tobillos.
—Yo solo quería hacerte mía una ultima vez antes de irme.
—¿Y por qué así? ¿Por qué sobre mí?
—¿Tienes algún problema con eso? ¿Te da miedo que tu hombre esté sobre ti? En el piano y en cada escondite que nos metimos no te veías igual de asustada. Éramos un par de inmorales comportándonos como animales. ¿Lo recuerdas? Dos ratas en celo buscando calmar sus ansiad por poseer al otro. Pero aquí es diferente, no hay oscuridad, no hay escondite.
Los ojos de Lena se iban oscureciendo y al mismo tiempo enrojeciendo. Sus iris grises se tornaban rojas mientras que su esclerótica cada vez era más oscura.
—No te gusta que nadie te domine Lena. Tu debilidad, eso que te hace rabiar mas que nada, es que se apoderen de ti, tal como yo en esta posición, tomando el control de tu cuerpo. No dejarías que nadie te pusiera un dedo encima en esta posición, ni siquiera yo, así tuviese las ideas más románticas contigo.
—No se trata de eso...
—Porque eres una súcubo, querida. Robas vida y energía a tus víctimas. Pero no estas dispuesta a ser dominada, no en la cama. Eres como esas arañas que esperan pacientemente a que su víctima caiga en su trampa para devorarla, inofensiva en la oscuridad, pero terriblemente peligrosa. Y yo, no soy un insecto del que te puedas alimentar.
Lena me dio un empujón con una fuerza descomunal que logró tirarme de la cama, cubriendo su rostro con sus manos, sus uñas también habían crecido, largas y filosas. Ambos nos miramos desde nuestra posición. Yo con una sonrisa satisfecha, ella impresionada de sí misma y de lo que era.
—Esta no era mi intención...—se excusó cubriendo su pecho.
Sentí pena por ella. Ni ella misma sabía hasta ese momento lo que era. Esclava de sus instintos sin poder controlarlos.
—Siempre, tuve la corazonada de que no era como los demás. Que algo debía ocultar y es por eso por lo que mi padre nunca quería exponerme al mundo. Es por eso que me sentía tan cómoda contigo, tú nunca has demostrado tener problemas con tu identidad.
Me puse de pie y caminé hasta ella. Subí su bata hasta cubrirla. Sus ojos fueron cambiando de tono.
—Cada vez que siento tu tacto, siento un poder dentro, una descarga eléctrica que me atraviesa y me incita a más. Cada vez que me hacías el amor, me sentía una mujer distinta. Más fuerte, más sana, más...poderosa. —gimió acariciando mi pecho, a lo que tomé sus muñecas al instante.
Volví a sonreír al comprobar mi teoría. Si yo hubiese amado a Lena no habría tenido problema en dejarme enfermar por su contacto, habría estado feliz de comprobar mi inmortalidad en brazos de ese demonio, perdiendo toda mi energía.
—Cada vez que estabas triste o molesto, ansiaba estar a tu lado, ansiaba algún día poder besar tus lágrimas, beber de estas, solo ser yo la que pudiese reconfortarte, que vinieras a mi y solamente a mi para sentirte mejor. Y yo poder recomponer tu acongojado corazón. Dime. ¡¿Si eso no es amor de verdad que es?!
Volví a sonreír en esa oportunidad y mencioné.
—Amor tóxico Eleanor.
Aun permitiéndole robarme mi salud tras cada relación sexual, si hay algo que nunca podría permitir es dejarme robar la paz y mi salud mental. Lena tenía una habilidad impresionante para ello, con tal de condenarme y hacerme su títere, se alimentaba además de mi melancolía y rencor, dos factores que no desaparecerían quizás jamás y tal vez fuera por esto que estaba tan apegada a mí, mi resentimiento era mi mejor perfume.
Hace años, cuando me aficioné a leer la divina comedia de Dante, también pasé por una etapa de leer sobre demonología. Mi padre guardaba libros de demonología, donde guardaban algunos de los textos no canónicos de la biblia, uno de estos muy conocidos, la creación de la primera mujer del Edén. La primera mujer de Adán hecha igual que el a imagen y semejanza de Dios. Esta mujer una vez que Adán deseó poseerla, no se lo permitió, alegando ser igual que el hombre, no dejó que Adán se posara sobre ella durante el coito. Entonces me pareció una historia de lo más fantasiosa. La mujer, se volvió la primera Súcubo. He ahí el término. Se convirtió en un demonio por no permitirle a Adán "dominarla". Fue expulsada del edén y terminó volviéndose un demonio. Fue así como dios creó a Eva de una costilla de Adán. Lastimosamente este Adam no corrió con la misma suerte, y al final del día tampoco tuve a una chica sacada de mi costilla.
Observé por ultima vez aquellas muñecas antes de tomar el pomo de la puerta. Lena haló de mi brazo, abrazándose de este, pidiéndome por última vez que me quedara. Volviendo a mencionar los motivos por los que me "amaba".
—¿Qué harás si mi padre te ve salir de aquí?
—Nada. —reí encogiéndome de hombros. —No hay nada que decir que tu padre ya no sepa.
Lena soltó mi brazo para cubrirse la cara con sus manos.
Tras aquellas palabras salí de su habitación, con la definitiva decisión de irme, Antes, pasé por la que habría sido mi habitación, miré la cama por última vez, tan dura como siempre, no cabía duda de que ella había colaborado a mi perdida de cordura en mi estadía en aquella mansión.
—¿No piensas volver, verdad?—preguntó el gobernador parado en el barandal de la escalera sacándome de mis pensamientos. Como siempre, vestido impecablemente, con su sonrisa esculpida a la perfección, inmutable y sereno
—No tengo motivos para estar aquí. Ya Eleanor está mejor.
"Su falta de salud no es física"...pensé
El gobernador rió por lo bajo dejando escapar un suspiro mientras masajeó su nuca con pesadez, no dejaba de reprochar con la cabeza. Si había alguien que sí conocía bien a aquella criatura femenina era ese hombre, lo percibía fácilmente. Estaba consciente de quien era ella. Una mujer que me buscó hasta el cansancio sacrificándolo todo solo para agradar a ese hombre tuerto y refinado que apenas estaba en casa.
—Es una pena que así sea.—esbozó con seriedad. No pude evitar fijarme en el parche de su ojo.
—Pude notar que Lena lleva el anillo que le di.
Este puso una expresión de vergüenza tapándose la boca. Me recordó a ella.
—Se sentía mal cuando usted se fue. No pude quedarme sin hacer nada, no tengo corazón para ver a mi hija llorar doctor, así que se lo di bajo la condición de no volverlo a molestar, no de esa manera. En cambio, se me hace raro volverlo a ver por aquí...
—Si, tiene razón, olvidé advertirle que vendría, pero es que usted y yo quedamos en algo, señor van Monderberg.
—¡Válgame Dios! ¡No sé cómo me pude olvidar de eso doctor!
—No se preocupe. —dije haciendo una seña con mi mano. —Ya es tarde, supongo que habrá tiempo para eso otro día, y en otro lugar. No quiero seguir perturbando a su hija con mis visitas, más bien, disculpeme por venir sin avisar.
—Que va, esta tambien fue su casa, usted puede entrar y salir como le plazca.
Sentí un deja vu con aquella frase.
Van Monderberg exhaló mientras me cedía el paso en las escaleras, y una vez más me siguió hasta la salida. Esta vez explicándome cómo había estado todo desde mi partida y cómo de cierta forma Lena se había podido acostumbrar gracias al anillo. "Cada vez que veas ese anillo recuerda que te amo, y que no debes hacerte daño" fueron las palabras que usó este al darle el anillo.
Al mismo tiempo, yo seguía viendo su rostro. Esa piel lozana y pálida, sin una sola peca o mancha por la edad, y aquel parche. Nada me robaba más la atención de cuando este me hablaba que ese oscuro parche sobre su ojo, haciéndome preguntar ¿cómo un hombre de su posición pierde un ojo, y por qué?
¿Que si sospechaba que el gobernador era otra criatura extraña? ¿Un demonio tal vez igual que su hija? ¡Por supuesto! No hacia falta tener ni dos dedos de frente para sospecharlo. Lo menos que quería era meterme en problemas con otro demonio y quien sabe de cual pudiese ser ese hombre, aquella colección de artículos de tortura en su cuarto rojo, no creo que ni mi padre con toda su ingenuidad hubiese evitado sospechar de ese hombre. Aunque me interesaba esa información que el tuviese, no era el momento ni el lugar, después de desenmascarar a Lena no deseaba pasar mas tiempo en esa casa.
Justamente al llegar a la puerta de entrada, y habiendo ignorado por completo las palabras del gobernador, este comentó.
—Cómo perdí el ojo es uno de mis temas favoritos de conversación.
Dicho esto no pude evitar abrir los ojos sorprendido.
—Ha estado usted observando mi parche durante todo el recorrido doctor, no hace falta leer la mente para saber lo que está pensando. Rió.
—Disculpe mi imprudencia en ese caso.
—No se preocupe, ustedes los médicos tienen grandes preguntas en sus cabezas todo el tiempo, no me ofende en lo más mínimo. Todos tenemos nuestras obsesiones.
Tomé el pomo de la puerta, antes de abrirla, lo observé como lo último que vería de aquella casa, siempre he sido un hombre seguro de mis decisiones, sin embargo, no pude evitar decir unas últimas palabras antes de salir.
—Siempre nuestras obsesiones nos marcan de por vida, señor van Monderberg...—hice una pausa antes de voltear a verlo.— ¿A usted que le parece más lamentable? ¿No poder cumplir nuestros deseos, o el precio que debemos pagar por ellos?
Una vez más este tomó silencio por unos segundos, con seriedad y la mirada fija en la mía. Este sonrió y contestó.
—Obviamente, no lograr nuestros deseos nos deja un sentimiento más amargo...cualquier precio es justo cuando podemos descansar en paz sabiendo que lo hemos conseguido.
Posterior a esto hice una reverencia y salí de aquel lugar.
No la volvería a ver de otra forma que no fuera como lo que era, una asistente en el trabajo, no quería ni pensar que ahora debía redactar un informe para que esta fuese puesta a cargo de otras operaciones, siempre estaba en cada una de mis guardias desde aquel asunto del acoso.
Regresé a mi casa meditando en todo lo que había transcurrido, casi habían pasado dos años desde que llegué a aquel lugar. De haberla amado, habría estado contento de que esta succionara la última gota de mi energía, habría cedido a sus obsesiones y acosos sin problema. Ese era el problema, le había dado falsas esperanzas. Me perturbaba la idea de que su sentimiento hacia mí era más que un amor desmedido, una envidia siniestra y obsesiva con la esperanza de llegar a ser quien yo era. Me sentía fatigado de obligar a mi mente a comprender tanta locura.
—¿Qué otras cosas pasaron por tu mente?...—cuestionó Heissman.
Medité aquella pregunta un par de segundos, la sesión estaba por culminar.
—No lo sé...
—¿No te decepcionó la idea de estar solo? —intervino.
No pude evitar mirarlo con ceño fruncido sin entender que quería decir, que pregunta más ridícula. Sin embargo, a pesar de su sonrisa, podía notar que no había nada de mofa en esta.
Reí por lo bajo.
—Se trataba de eso, ¿no es cierto? Le habías dado una oportunidad de conocerla porque no tenías nada mejor que hacer...sin tu padre, te sentías solo e incomprendido...
—¿En serio te doy esa ilusión de mí? ¿Crees que la soledad me afecta de tal modo para preferir estar con quien fuera? –reí.—No, para nada....reproché.—¿Aburrido?, siempre, ¿incomprendido? Como no, pero mi mejor compañía soy yo mismo, eso no va a cambiar nunca.
—Claro, es más acorde a ti...
Fin de la sesión.
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