Capítulo 61: Lo que es igual no es trampa
Al llegar a la oficina de Lorenz para firmar mi turno, pude ver una cara conocida fuera de esta. Era la esposa de aquel paciente que seguía vegetal.
Había pasado más de seis meses de la operación y tres desde la última vez que había reevaluado su caso, era posible que eso sucediera, el sistema nervioso tiene sus misterios, aun así, la presencia de aquella mujer me presionaba, la cual siempre me dedicaba una mirada seria y rencorosa.
—¿Qué has sabido del paciente comatoso de la habitación 204? —pregunté a Lena apenas salí al pasillo.
Lena seguía sin mirarme a la cara, limitándose a ver en otra dirección o al suelo.
—El hombre no ha movido ni un solo dedo desde la operación...—musitó con seriedad. —Pero aún así, ella viene cada noche y se queda parada fuera de la habitación de su esposo. La llaman la viuda del 204.
—Estaba pautada otra operación hace cuatro meses... ¿qué sucedió con respecto a eso?
—Eso no será posible, el hospital informó a la compañía de seguros del hombre, pero esta no puede cubrir otra operación, sugiriendo que en ese caso el médico es el responsable de mala praxis, no quise informarte de nada, no tienes la culpa de que algunos seres humanos sean más débiles que otros...
—¿Mala praxis?.....—inquirí indignado, tratando de mantener la compostura. Había tomado la decisión de correr con los gastos de aquella operación sin importar lo que pensaran, quería deshacerme de aquella psicótica mujer. No hablé al respecto con Eleanor, aquello no era de su incumbencia, conociendo como pudiese reaccionar, yo mismo me encargué de informarlo por escrito a la dirección del hospital.
A la noche siguiente fui directamente hasta la oficina del director a entregar por escrito aquella petición. Casualmente al entrar a dicha oficina, me conseguí con Shubert, al cual llevaba bastante tiempo sin ver. Inmediatamente este me saludo estrechando mi mano.
—¡Doctor Bloodmask! ¡Tanto tiempo sin vernos!
—Shubert.—comenté con fingida sorpresa.
—Doctor Shubert querrá decir, debería usted tener más respeto hacia los veteranos de este hospital, doctor Bloodmask.—intervino el director.
—Por favor, nada de eso, Adam y yo somos amigos de toda la vida, sería el colmo que me llamara de otro modo.
El director alzó una de sus cejas con ironía.
—¿Que se le ofrece, colega?
Tomé el sobre que llevaba entre mi bata y lo coloqué sobre su siempre impecablemente ordenado escritorio.
—Espero que considere esta propuesta...—señalé con la mirada.
—Ojalá no olvides lo que hablamos, Lorenz...—comentó Shubert mientras salía justo al mismo tiempo que yo. Así era la vida de los médicos, lamían siempre la suela del otro mientras desde sus espaldas deseaban que el otro fallara así significara perder la vida de un paciente.—¿Tienes algo que hacer?—comentó mientras tomaba su saco del perchero de la sala.
—Mi guardia comienza dentro de una hora...
—¡Que bueno! En ese caso permíteme invitarte una taza de té, hace tiempo que no te veo, hay mucho que deseo hablarte, Adam.
—Disculpa, Shubert, tendré que decir que no, mi guardia está por iniciar y el té me produce sueño, sin embargo, con gusto aceptaré un café...
—¡Que alivio! Creí que rechazarías mi invitación. Conozco un lugar cercano donde preparan un muy buen café.
Al llegar al lugar, como cualquier otro café de la ciudad, estaba lleno de personas de alta clase, el olor que despedía era delicioso, una combinación entre chocolate y vainilla. Shubert se veía exactamente como ese padre que lleva meses sin ver a un hijo, comentándome que me veía más maduro desde la última vez que nos vimos, lo mucho que se decía de mí en la comunidad de médicos, toda clase de halagos, "nadie habría esperado que el hijo de Andrew siguiera sus pasos a la perfección". Yo simplemente oía en silencio mientras agregaba terrones de azúcar a mi café.
—Hacía mucho que quería verte, en todas estas ocasiones que he visitado a tus hermanos no he podido dar contigo. Me deja sin palabras como han crecido tanto, yo aun me siento como hace diez años, sin embargo, está claro que ya nada es igual...—dijo aquella última frase con extraña seriedad.—¿Cómo te va en el hospital? ¿Demasiados casos últimamente?
Sospeché rápidamente de su tono de voz, había dejado la taza sobre la mesa y no apartaba su mirada.
—No tantos como me gustaría...
—¿Te has fijado de ellos, no es así? De hecho, te mentiría si te dijera que mi visita al hospital fue casual. Deseaba encontrarte, no podría haber otra persona con la que pudiese hablar sobre esto más que contigo Adam. ¿Qué has pensado, sobre estos extraños casos clínicos?
—Lo mismo que tú. No tengo pruebas claras para definir quién o qué es responsable de todos estos casos, fracturas craneales tan complejas que cuesta creer que hayan sido accidentales, ataques de epilepsia incesantes, tengo que hacer cuatro o cinco operaciones semanales, pero como te dije, no soy yo quien deba meterme en eso...
Shubert resopló con decepción.
—Eso no lo aprendiste de Andrew...—comentó mirando por fuera de la ventana. Comenzaba a llover, las gotas escurrían por el vidrio y sobre las chaquetas de las personas que caminaban rápidamente por las calles.—Si él siguiera con vida, estoy completamente seguro que tomaría este caso en sus manos como si le correspondiera, ese Andrew...Parece que nunca aprendería de sus errores...—comentó nostálgicamente.
Yo permanecí callado, este volteó su mirada hasta mí, observando como tiraba el décimo tercer terrón de azúcar en mi café.
—¿Te...sientes bien?—preguntó mirándome de arriba hacia abajo.
—La hipoglicemia es un problema que no puedo omitir antes de una guardia...—comenté dándole el primer sorbo a mi café.
Shubert rió.
—Te comenté que hace poco visité a tus hermanos, sigo sin poder creer que Marie esté comprometida...—comentó. Inmediatamente tragué para no escupir el café por aquella noticia, aún no podía digerir su locura.
—Ese siempre fue su sueño, después de todo. — musité con fingida tranquilidad, me sentí irritado por no haber sabido esa noticia anteriormente.
—Para ser sincero, siempre creí que tú serias el primero en contraer matrimonio...
—No lo creo. Yo si me cuido de no enfermarme, ¿por qué contraería una cosa tan fea?...—opiné con mofa.
Shubert rió a carcajadas reprochando con su cabeza.
—¡Vamos! ¡No seas tan cruel con los casados! Claro está que si me hubiese cuidado de no contraerlo me hubiese ahorrado muchos moretones.
Reí por lo bajo dejando caer otro terrón dentro de mi taza, nunca seria suficientemente dulce...
—Hablando de moretones... hace un momento te pregunté cómo te sentías. Siendo sincero, tu hermano me comentó que no te veías muy sano que digamos, ¿estas bien últimamente?
Ese Alexander...
—No sé de qué habla, me siento perfectamente bien, él es el que debería verse con un psiquiatra, parece un indigente con ese cabello tan largo...
Shubert volvió a reír.
—No digas eso, él sólo se preocupa por ti, además, pienso que se siente feliz con esa apariencia que tiene en estos momentos, ha de sentirse cómodo...
—A lo mejor...
Justo al terminar su café este notó la falta de servilletas sobre la mesa, por lo que tuvo que sacar de su bolsillo su pañuelo, a lo que este dejó escapar una expresión de lucidez típica de quien recuerda algo importante.
—¡Pero que descuido! Estaba por irme y de no ser por mi pañuelo no habría recordado que traje algo para devolvértelo...
Dicho esto, sacó de su bolsillo una hoja de papel amarillenta, doblada varias veces, éste la desdobló y la acercó hasta mis manos.
No pude evitar tomarla confundido. Al darle una detallada observación caí en cuenta de lo que se trataba. Aquello era un dibujo de un demonio femenino con una escritura de referencia al lado de esta, la letra efectivamente era de mi padre, era una de las páginas de su diario.
—No me malentiendas Adam, yo nunca me habría atrevido a arrancar una hoja del diario de tu padre, al igual que cualquier libro que respeto muchísimo, no fue sino tu padre quien decidió entregarme esa página en una de sus cartas una vez que me obsesioné con una mujer estando casado, me apena revelarte esto, pero pienso que esta página debe de estar con las demás entre todas las memorias y escritos de mi querido colega, y tú tienes su diario en estos momentos. Ese Andrew era todo un talento, incluso se le daba excelente los dibujos, a pesar de ser un demonio, esa mujer es bellísima.
Sonreí, sí que lo era. Posterior a eso nos despedimos en las puertas del café, faltaba menos de quince minutos para que comenzara mi guardia de esa noche. Me quedé un momento antes de irme para darle una leída a aquella leyenda que acompañaba aquel dibujo. La figura femenina del demonio estaba llena de detalles acompañada con la palabra Súcubo como título.
Todos hemos leído u oído de ese término en muchas oportunidades, yo apenas me familiarizaba entonces con él. Esa guardia al igual que las demás había estado repleta de casos extraordinarios, unos diez casos aquella noche, de las mismas extrañas manifestaciones y traumatismos.
Al terminar mi guardia fui a casa, subí hasta mi habitación sin siquiera cambiarme de ropa. Había algo que tenía que hacer antes. Volví a cerrar la puerta. Saqué de las gavetas del escritorio el diario de mi padre el cual guardaba bajo llave. Lenta y cuidadosamente corté la figura de la página y pegué en una de las páginas en blanco de tal forma que no se notara la diferencia. Justo al lado copié la redacción de la leyenda del mismo modo que el título. Recuerdo a la perfección las especificaciones de este demonio en particular. Una mujer ciertamente muy atractiva con un cuerpo de bellas proporciones y características como cuernos saliendo de su frente, alas de cuervo, unas serpientes pegadas de su abdomen y lo más llamativo, unas patas de cabra saliendo de sus rodillas, muy semejante a las ilustraciones del macho cabrío común del satanismo.
SÚCUBO
"Palabra proveniente del verbo "debajo de" o ser que se encuentra por debajo. Este demonio está relacionado con la cual se dice en las creencias paganas fue la primera mujer creada por Dios, la primera mujer de Adán. Se trata de un ser devorador de vida y energía vital, robada a través del acto sexual.
Se cree que su belleza, envidiable por todas las mujeres y deseable por cualquier hombre, podría hacer sucumbir al más casto a las más impronunciables fantasías sexuales, sin poder saciar nunca el apetito de sus bajos instintos. Semejante al vampiro, estas mujeres también pueden tomar lo que desean sin ser percibidas durante la noche. Se muestran a los humanos como mujeres de belleza inigualable y angelicales rostros, cuerpos esbeltos, altos y gran encanto y simpatía.
Teorías ofrecen que el origen de estos demonios se debe a ser hijas de prostitutas o mujeres de la mala vida quienes ofrecieron sus vientres al demonio. Sin embargo, solo después de la primera experiencia sexual estas logran su madurez y desarrollo de sus habilidades. Del mismo modo que sus contrapartes masculinas, los Incubo (página 42)
Son estériles, no ovulan ni menstrúan, sin embargo, esto no afecta en nada su femineidad. Esto se podría deber a que son demonios carentes de humanidad desde el momento de su nacimiento."
Los síntomas comunes tras la manifestación de estas criaturas pueden ser desde fuertes dolores de cabeza, palpitaciones irregulares, dolores musculares, petequias o moretones y pérdida de energía.
Aman alimentarse de hombres inocentes, sacerdotes u hombres jóvenes son sus presas favoritas, no obstante, los hombres más mujeriegos y experimentados en el sexo son las presas más fáciles y recurrentes. Otra de sus presas usuales son los hombres con profundas melancolías o pérdidas no superadas, viudos que deseen estar en brazos de sus esposas, las energías negativas que emanan estos individuos son un perfume deleitante al olfato de estas criaturas.
Mis ojos se abrieron con sorpresa, mis labios inmediatamente dibujaron una sonrisa antes de dejar escapar una carcajada, una vez más me reía de mí mismo, de mi estupidez, miré de reojo mi puño el cual estaba clavado con rabia sobre el escritorio, me repetí una y otra vez lo estúpido que era, entonces me di cuenta, que no solo había caído en una tela de araña. Además, llevaba viviendo demasiado tiempo en aquella casa, la mansión del gobernador quien me había tendido la mano, sin pensarlo dos veces había ofrecido su extraña hospitalidad, aquella habitación roja con olor a carnicería, su extraña colección, y su manipuladora hija.
Una vez más mi padre desde su tumba me ofrecía las respuestas a mis dudas, me quedé perdido en mis pensamientos unos veinte minutos, riendo para mí mismo y masajeando mi frente sentado aun sobre el escritorio, a pesar de haber traspasado sus líneas a otra página, sentí preciso el que yo continuara aquel capitulo.
Con mi propio puño y letra añadí.
Cabe mencionar el increíble uso de su fuerza, capaces de levantar cosas mayores de su peso. Capacidad regenerativa extremadamente rápida, así como de recuperación de estados de salud críticos en cuestión de horas. No temen en ocasionar problemas para provocar futuros estados de ánimo negativos y deleitarse de ello. Y por sobre todas las cosas, son expertas en la manipulación mental.
Debilidad....?
Era lo único que desconocía de Eleanor, ¿cuál podía ser su debilidad? ¿Médicos vampiros malgeniados quizás? Todas aquellas características me habían dejado claro una cosa. Cualquiera que me oyera habría creído que me había vuelto loco, pero había tenido tiempo de conocerla, o, mejor dicho, desconocerla. ¿Quién era yo para juzgarla? Seguramente ni ella misma sabía lo que era. Quizás sí. ¿Era por esa razón que no podía leer su mente? ¿Por eso su sangre me era repulsiva al paladar? Algo estaba claro, era cierto, Lena nunca tenía su periodo menstrual. Sin embargo, si su madre la concibió con un demonio, entonces...
Volví a sonreír con amargura. No soy quién para hablar de máscaras, siempre escondido entre las sombras, oculto de cualquier rayo de luz solar, sin reflejo, sin sombra y sin sentido de la humanidad, viviendo de la sangre de las personas, dependiendo de su vida para alimentarme, atendiendo víctimas de casos de criaturas parecidas para disimular mi falta de humanidad y colarme entre la sociedad mientras me aprovechaba de su susceptibilidad, alimentándome de los desahuciados sin familia que morían solitarios en el hospital, regalándoles lo que según mi filosofía era una final amable y misericordioso. Pero no había otra forma de llamar a lo que soy, desde antes e incluso ahora. Un chupasangre.
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