Capítulo 55: El interior de la habitación roja
Espero que no me malentiendas, Heissman, mi intención no es ir por la vida lastimando a las mujeres, no me considero ni siquiera un adonis, pero si debía algún día sentar cabeza con alguna mujer, también me interesaba conocer el lado más perverso de esta...
La mirada de Heissman en aquella ocasión era de incredulidad absoluta. "eso no te lo crees ni tu mismo"... esa típica frase que se le dice al amigo borracho cuando este jura que no volverá a beber.
No pude evitar soltar una carcajada.
—No crees nada de lo que te he dicho, ¿verdad?...
—De hecho, lo del exorcismo de Emily y la fiesta de mascaras macabras me parece menos irreal.
—Pues, queda a tu libre albedrío creerme— me encogí de hombros... Y ya que mencionas el baile de máscaras, aquella habitación que me tenía intrigado desde aquella oportunidad, la habitación de las ilusiones como la hacían llamar, tuve el placer de conocerla nuevamente...
Cuando no estaba en el hospital solo había un lugar al que podía ir, salir a la calle de día era un impedimento estratosférico teniendo en consideración mi debilidad ante el sol, la casa van Monderberg, el hogar que nunca hubiera aceptado sino hubiera tenido qué, a pesar de ser tan elegante e imponente, escondía un aura de misterio y un silencio espectral digno de investigar, ni siquiera se escuchaba la voz de los empleados que trabajaban en el día, ni una aguja cayendo al suelo, las aves ni siquiera cantaban en el jardín, como si el tiempo se hubiese detenido cuando se construyó la casa del gobernador y ni él mismo hubiera envejecido un segundo más de vida.
Cuatro pisos de incontables cuadros con figuras aun mas bizarras que las de tu consultorio, estatuas con caras de agonía, tantas armaduras como fuera posible, escaleras y mas escaleras con tapetes negros como la noche, ni siquiera el tictac de los relojes de pared de cada pasillo sonaban, aquel sin duda era un lugar al que mi padre hubiera revisado con mucho gusto, y como era de esperarse de una persona como el gobernador, no existía ni una sola imagen religiosa en toda la casa, ni crucifijos, ni alguna estrella de David, ni biblias, Corán, la Torá, ni un buda, ni un mandala. Por esa razón, grande fue mi sorpresa cuando en un pasillo, colgado de una pared, vi un cuadro de gran tamaño que representaba una especie de cristo con cara agonizante, crucificado de cabeza, rodeado de siete cuervos. Pudo haber sido un cuadro de san Pedro quien como se conoce, fue crucificado al revés, pero este hombre llevaba una corona de espinas sobre su cabeza.
A pesar de nunca haberme considerado un hombre religioso, por obvios motivos, aquella imagen era lo suficientemente impactante como para sentir escalofríos. Una vez que di un paso hacia atrás, me di cuenta en que pasillo me encontraba específicamente, aunque en aquella ocasión no había tenido la oportunidad de cruzarlo completamente, aquel pasillo con varios cuartos y salones, tan oscuro y misterioso... Lo mejor hubiera sido regresar a mi habitación, ya estaba a punto de amanecer y debía descansar para otra jornada aquella noche.
Sin embargo, tras atravesar nuevamente el pasillo, noté de reojo como aquella habitación dejaba escapar esa intensa luz roja por debajo de la puerta, al dar un paso hacia atrás, noté que también la puerta estaba entreabierta, tan silenciosa como el resto de la casa y tan macabra como el umbral del infierno, decidí abrir para darle un vistazo una vez mas. Ahí estaba él, sentado en un cómodo sillón tapizado en tela negra, cruzado de piernas leyendo un libro ensimismado, con las gafas de leer puestas, a ver cuan curioso se veía un hombre tuerto usando accesorios para mejorar su visibilidad. No pretendí hacer notar mi presencia, pero el gobernador apenas subió la mirada su rostro se iluminó y dejó escapar su sonrisa.
—¡Doctor! ¡Buenas noches! —saludó levantándose de un salto. Caminó hasta mí pasando su brazo por mi hombro. —¿Que tal estuvo su día? Por favor no se quede ahí parada, siéntese cómodo...—invitó.
—Agotador, como de costumbre.—respondí tomando asiento. Quizá comenzó a hablar sin darme cuenta, yo en cambio observaba la habitación con todos sus detalles.
Un gran librero de madera de ébano estaba dispuesto ampliamente en toda la pared, combinaba perfectamente con los muebles los cuales también eran de ébano tapizados con cuero negro brillante, las paredes, el suelo y las luces reflejaban un color rojo en todas sus tonalidades, en la esquina además había un gran reloj de pared cuya hora estaba fija a las tres treinta. No parecía funcionar, también ubicado al lado de cada mueble habían dos lámparas de pie igual negras y una mesa de mármol en el centro. Parecía el cuarto de algún sadomasoquista o de un burdel para fetichistas sádicos.
—Supongo que los insumos del hospital hoy día tampoco son lo suficiente para el personal...—musitó sacándome de concentración.
—Disculpe, si le soy honesto estaba admirando la habitación y no puse cuidado a la conversación...—me excusé. El rió.
—Hacía tiempo que el hospital no refería estar tan repleto con casos extraños como ahora, hace más de veinte años...
Por un momento medité sus palabras, supuse a que se refería, había leído al respecto.
—¿Habla de la situación de los gitanos? Se algo sobre ese asunto, fue una época dura para la ciudad tengo entendido...
Al fijarme del libro que se hallaba leyendo se trataba nada menos que el código de Hammurabi explicado por la universidad de Oxford...nada mas relajante que leer el manual de la venganza antes de dormir, en una habitación que parecía una salida de emergencias...
—Fue una época dura para mí, todas aquellas infestaciones ahogaban mi oficina con quejas diarias, nunca estuve de acuerdo con que la violencia fuera la solución, ningún ser debería ser sometido a torturas...—mencionó con inquietante detenimiento mientras veía a un punto fijo de la habitación. Pasó un rato callado antes que volviera a decir una sola palabra.
—Lamento haber traído esos recuerdos hacia usted...
—¡Por favor, Doctor Bloodmask! ¿Qué seria de la vida sino nos fortalecieran las adversidades?, ustedes mejor que nadie debe saber de que hablo.—insinuó con mirada maliciosa.—Debemos transformar nuestros temores en tesoros que nadie más que nosotros conozca, y además, tenerlos ocultos en algún lugar cercano...
Al decir aquellas palabras, el gobernador se acercó hasta el librero a guardar así el texto, hubiera creído que solo eso se disponía a hacer, hasta que apartó algunos libros y dejó ver la manilla de una puerta, éste volteó a mirarme con una sonrisa cómplice y giró de ésta, parte de aquel librero consistía en una puerta hacia otra habitación oculta, aquella mansión no dejaba de sorprenderme, sin embargo, me conservé serio.
—Si gusta usted pasar a ver mi colección... pero le advierto que no debería sacar conclusiones aceleradas...
No me quedó de otra que pasar, la curiosidad me devoraba las entrañas, tal vez aquella habitación explicaría varias de mis interrogantes. Una vez di un paso dentro de ésta, lo demás adquiría sentido además de las palabras del gobernador.
—Su cara lo dice todo doctor, debe sentirse fascinado, estoy seguro que su padre se hubiera sentido igual, teniendo entendido lo culto y fanático de la historia que dicen que era, un hombre con buenos pasatiempos, diría yo...
Fascinado no era exactamente la palabra que yo hubiera utilizado, mas bien, confundido, lo que tanto preservaba aquel hombre con tanta dedicación era nada menos que una cámara de tortura con múltiples instrumentos para ésta.
A diferencia de la otra habitación, vistosa, exuberante y perturbadora en un rebuscado sentido, esta otra era deprimente, oscura y húmeda, como cualquier catacumba de la santa inquisición con paredes de cemento sin pintar y muy poca iluminación, además, el olor a sangre atravesaba mi sistema respiratorio como algún tipo de material fijador o solvente químico, era asquerosamente putrefacto, mil veces mas fuerte que el olor que se emanaba el día de la fiesta.
—El toro de Falaris, la doncella de hierro, el burro español...—mencioné mientras reconocía a algunos de los muchos instrumentos en aquella habitación. Otros simplemente colgaban de las paredes como adornos, también habían dos cadenas largas con grilletes colgando del techo, además de una mesa con un mostrador de vidrio con otros instrumentos dentro.
—Conoces algunos... es bueno saber de todo un poco, esos que ves ahí dentro del mostrador son la pera de la tortura, unas uñas de gato y una máscara de asno... muchos de estos artículos pertenecían a museos de la inquisición pero que por varias razones fueron abandonados y ahora los guardo aquí mientras consigo un buen lugar para que se expongan. Vengo aquí cada vez que tengo que meditar sobre mis temores...—concluyó el gobernador con mirada seria.
—Ya veo...—comenté sintiéndome no del todo convencido.—¿Y que hay de esa estatua del fondo? ¿Ganesha o algo así?...—Dije al notar una imponente estatua de metal dorada con muchos brazos en una de las esquinas de la habitación, habría sido lo mas llamativo y lo menos perturbador entre todo lo demás.
El gobernador rió colocando su mano sobre mi hombro.
—Ese es el dios Shiva, Ganesha es el que tiene cara de elefante, pero no estabas del todo lejos... esa estatua es una armadura de oro quizás de algún guerrero de la india, o quizás perteneció al mismísimo dios Shiva y lo dejó como recuerdo, pero al igual que el resto es una reliquia sin hogar que sueña con estar exhibida como se merece...—comentó con tono nostálgico.
Posterior a eso ambos salimos de aquella habitación, este sacó una llave de su bolsillo y cerró la puerta del librero, no sabría que pensar de aquella excursión hacia el pasado, el buen y carismático gobernador tenia un lado oscuro, quien diría que conservara instrumentos de tortura medieval como si fuesen una sala de trofeos, tenia un poco mas de sentido por que aquella habitación despedía un olor a sangre, por mi parte no me sentí tan convencido.
—Sospechaste entonces de algo extraño del gobernador, no es así.—comentó Heissman.
—No me malentiendas, sospeché algo desde el momento en que lo conocí, desde el primer segundo en que miré ese parche en su ojo, un hombre rico no va en esas fachas, como si fuese un pirata o algún delincuente, en que lio pudo meterse un hombre decente para acabar perdiendo un ojo...
—Quizás era por eso que leía el código de Hammurabi..."ojo por ojo, diente por diente"...—volvió a comentar el terapeuta dejándome impresionado, no pude evitar reír.
—Tendría mucho sentido ya que lo mencionas...
El gobernador tenia buena reputación donde se le mencionara, nunca antes se le había conocido ni un solo acto de corrupción, ni siquiera por robar un lápiz en la primaria, era según la boca de todos un hombre integro y educado con un carisma inigualable, quizás esa era su fachada para así ganarse a sus electores como todo buen político, ir escalando puestos hasta convertirse en primer ministro o algún hombre de confianza del archiduque, llevaba muchos años gobernando Viena y no lo había hecho nada mal, quizás era por eso que nadie deseaba experimentar con nuevos políticos y preferían al conocido y adorado Amadeus Van Monderberg.
Este a su vez me había dejado algo en claro, pues aunque reconociera ser un hombre de buena clase social, era bastante exigente con su trabajo y de un carácter innegable, no deseaba que Eleanor siendo su hija fuese una inútil mujer de alcurnia nacida en cuna de oro, estaba a gusto y orgulloso que esta saliera a ganarse la vida, aunque esta no lo hiciera precisamente por él, sino por mí.
Fui a mi habitación a meditar todo lo que había visto, parece que no terminaría de conocer a ese hombre y aquella casa, ¿qué más podría descubrir en mi estadía en esa mansión?, también comenzaba a pensar en el error que cometí aceptando la invitación de quedarme, si bien, no había vuelto a llegar tarde a mi trabajo desde entonces, tampoco podía dormir bien, el colchón era demasiado duro, quizás eso era lo que mas me molestaba de aquella casa.
Al llegar a mi habitación, estaba igual de oscura como siempre, tan solo logré cerrar la puerta para darme una sorpresa al voltearme y recibir un beso en los labios por parte de Eleanor quien me había estado esperando. Esta presionó su cuerpo contra el mío lo más que pudo y me sujetó de las muñecas, inmovilizándose. Una vez más aquel beso desesperado entre gemidos y tomando pequeñas bocanadas de aire logró con su lengua recorrer toda mi boca y parte de mi garganta, provocándome reflejos nauseosos.
—Disculpa, te estuve esperando, creí que no llegarías jamás...—se excusó a lo que yo solo pude toser recuperando la respiración...—Me hiciste mucha falta...
—Es bueno saberlo.—respondí a secas.—Podrías por favor, soltarme...—ordené moviendo mis dedos como pude, Lena tenia mas fuerza de la que podría tener cualquier mujer con su contextura tan delgada.
Ésta reaccionó disculpándose, su rostro en seguida bajo por si solo como siempre lo hacia al sentirse avergonzada, se sentó en la cama y miró mi habitación con tanta concentración como si fuese una obra de arte expuesta en una galería, posterior a eso comenzó a observar sus uñas con una sonrisa de monalisa, nada pasaba por su mente.
—Hay cosas de las que deberíamos hablar...—comenté con seriedad. Ella solo me miró sin borrar aquella taciturna sonrisa, se le veía muy segura, más que de costumbre.
De pronto esta volteó hasta la mesa de noche y extendió su mano para coger el portarretrato con la foto de mi padre, pasó sus delgados dedos por el vidrio, lo veía tan detalladamente como minutos antes estaba embelesada con la habitación.
—Se veía como un buen hombre, puedo notar un poco su parecido contigo...era un hombre atractivo, me habría gustado conocerlo...—pensó en voz alta, me sentí incómodo, no me gustaba que nadie hablara de él, al sol de hoy no logro soportarlo.
—Dime una cosa Eleanor, ¿que intenciones tienes tu con la vida?
—¿Que cosa?
—Tus planes, eres una mujer de clase alta, debes de tener algún plan en mente de lo que te ves haciendo en los próximos veinte años...—comenté, deseaba conocerla, ninguna persona podía ser tan hueca.
—Pues supongo que, casada, quizás con algunos hijos, quizás no, eso no depende de mi...
—¿Tienes novio?
—Sabes muy bien que no...—mencionó ofendida.—¿Que hay de ti? Seguro ha habido muchas mujeres en tu vida...
—Nada de eso, aunque quisiera, ninguna lograría soportarme, no soy un hombre que logre establecerse, de hecho, nunca me ha llamado la atención las relaciones sentimentales...
Eleanor bajó nuevamente su mirada intentando disimular la decepción. Por cruel que haya sonado debía quedarle en claro quien era yo realmente y que reconsiderara sus decisiones.
—Pero no hablemos de mí, cuéntame más sobre ti, ¿te gusta viajar? ¿Que haces en tu tiempo libre? ¿Tienes algún hobbie?—cuestioné sentándome al borde de la cama cruzando una pierna encima de la otra.
... ¿Además de acosarme y tratar de imitar cada una de mis acciones desde que tengo quince años?...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top