Capítulo 53: Sucumbiendo ante el fruto prohibido parte 2
No pude evitar sonreír sardónicamente aun con su pezón entre mis dientes, volteé a mirarla con terrible malicia. ¿Qué me detuviera? Eso no me sería posible. Nunca he sido bueno siguiendo órdenes de nadie, en aquella instancia, muchos menos lo harían. Con mi mano libre corrí a acariciar su sexo. Aquella zona tan caliente y húmeda que comenzaba a desprender un obsceno olor a excitación. ¿Qué clase de criatura angelical podía ponerse tan húmeda? froté mi mano a lo largo de toda su vagina la que se me hacía pequeña en relación con mi tamaño, otro grito volvió a salir de sus labios, pero esta vez, accidentalmente uno de mis dedos se resbaló dentro de su cavidad, Lena dio una pequeña convulsión de dolor mientras me apretaba entre sus piernas.
Seguí inspeccionando aquella región lo más delicadamente posible mientras bajaba mi recorrido entre besos y lametones por su abdomen y ombligo, rítmicamente introduciendo y sacando mi dedo medio con la maestría. Muy probablemente Lena le habría encantado ser una de mis víctimas de aquellos tiempos de concierto, pero para su fortuna me estaba tomando más tiempo con ella que con cualquier otra de mis presas. Su interior me succionaba cada vez que hacía más presión en esta, aun así no pude parar el tour de mi boca por su cuerpo y pronto estaría besando el interior de sus muslos justo para voltear a mirar esa zona acabada de colonizar.
Volteé a ver su expresión llevándome una sorpresa. Era casi de devoción, expectante y desesperado, como de quien ha esperado ese momento toda su vida, con un éxtasis que hacia brillar sus ojos, aunque esa mirada angelical no cambiara, desbordaba un deseo que no había visto en ninguna persona antes.
Sin embargo, aunque me había detenido hace unos instantes, no podía dejar pasar la razón por la que me había metido en aquel lio. El deseo desenfrenado por probar su sangre, lamerla y sentirla llenar mi boca hasta ahogarme con ella, esa sangre hirviendo que deseaba me quemara la garganta y lentamente todas mis entrañas para sentir algo de calor por primera vez dentro de mí.
Estaba enloquecido, no sé ni cómo puedo estar narrándote esto ahora mismo. No obstante, ese momento no es algo que recuerde con mucha gratitud. Su piel era tan suave y delicada que la más suave punción de mis colmillos esparció un caudal ardiente del líquido, sin embargo, mi excitación no me permitió controlar mi sed y atravesé con mis fauces sus músculos con una fuerza brutal que podría compararse a la violencia con la que se puede morder a algún enemigo. El grito de Lena fue ensordecedor, supe que de inmediato las lágrimas salieron de sus ojos y empujaba con sus manos con poca fuerza mi cabeza tratando de apartarme.
Aun así, eso no fue necesario. Sus sollozos y esfuerzo en retirarme de su pierna fueron desplazados apenas sentí el sabor de aquel liquido al que al sol de hoy no se si llamarlo, sangre.
Un fuerte sabor tóxico quemó toda mi boca al instante, mientras ésta más entraba, más sentía que me ahogaba, como si estuviesen haciéndome tragar gasolina y sus gases me quemaran internamente. No pude evitar arrugar mi rostro y apartarme de inmediato, tosiendo y escupiendo sobre mi mano, para darme cuenta que el color de aquel liquido era aún más extraño, de un color negro violáceo, además de espeso y de un fuerte olor, no sabía entonces si por las venas de Lena corría petróleo, no sangre. Sin duda, no se parecía ni de lejos a ningún tipo de sangre que haya probado antes.
Ésta con lágrimas en los ojos y el rostro ruborizado alzó a verme. Se acabó, fue lo que pensé en ese momento. Mi expresión debió haber sido la más seria y estricta que ella había visto, debo admitir que me sentía un poco decepcionado. El busto de Lena subía y bajaba al ritmo de su respiración, su cuerpo brillaba bajo las gotas de sudor que bajaban desde su pecho, seguía siendo exquisito, como la más peligrosa y dañina carne que pudieses llevar a tu boca debía probar esa esencia, ese sudor que resbalaba desde su cuello y empapaba todo su cuerpo. Su mirada aun llena de preocupación era fácil de interpretar, esta vez se sentía preocupada por si algo había hecho mal. No parecía que la herida que le había causado le molestara en lo más mínimo. Dándole un vistazo a esta incluso pude percibir como cada vez goteaba menos de aquel líquido. Mi compañera obviamente no era humana.
—¿Sucede algo? —intervino con dificultad mientras respiraba. Su cuerpo temblaba por la excitación, pero aquel rostro angelical incorruptible seguía intacto.
Sentí como aun la sangre oscura de Lena escurría por la comisura de mis labios, mi respiración también estaba un poco entrecortada, lentamente limpié la sangre de mi quijada, mi mirada seguía severa sobre ella, quien parecía un gatito asustado, mojado por la lluvia. Entonces solo pude decir con dificultad...
—Si quieres continuar desde este punto, solo debo advertir que no hay vuelta atrás...
Esta se tomó unos segundos para pensarlo. Por primera vez vi un poco de duda en ese rostro pétreo, viendo como chasqueaba el fuego en la chimenea, aquel fuego que no era ni parecido a lo que sentíamos entonces. Aquellos segundos me parecieron siglos, al ver como su respiración se tranquilizaba, pude adivinar que se negaría, su mirada se veía muy segura sea cual haya sido su decisión.
—Si...—asintió, haciéndome estremecer. —Deseo continuar, deseo que me poseas. Esta y cada noche si así lo desees...
Aquellas palabras pronunciadas por esos pequeños y rosados labios lejos de excitarme me habían hecho fruncir el ceño. Ahora era yo quien me tomaba unos segundos. Sin embargo, mi sangre corría con fuerza dentro de mis torrentes, impacientándome a la necesidad de estar dentro de ella, nuevamente mi perversión más primitiva me hacía tomar mi decisión.
Sonreí con malicia dejando en evidencia mis intenciones. Lena tembló por un segundo, antes de apartar su rostro, nerviosa. Lentamente desabroché mi cinturón y acerqué mi cuerpo hasta el suyo, que seguía recostado del piano, bajé la tapa del teclado para evitar que este siguiera sonando por cada movimiento que hacíamos. Acerqué nuevamente mi rostro a su cuello volviéndolo a olfatear unos segundos antes de darle otra lamida, degustando el salado sabor de su sudor.
Volví a hacer mi recorrido macabro esta vez por todo lo que mi lengua pudiera tocar en su torso, limpiando y puliendo esa bella piel de mármol sin mancillar. Sus gemidos volvían a hacerse presentes, presioné y froté suavemente mi entrepierna entre la suya, esta volvía a clavar sus uñas sobre mis hombros, sus gemidos eran cada vez más seguidos y frecuentes, casi dolorosos, no me di cuenta de cuan fuerte me había apretado hasta que sentí como pequeñas gotas de sangre se deslizaban por mi espalda, resbalando fríamente, muy probablemente manchando mi camisa del trabajo. Volteé a mirarla con severidad, fúrico, ella en cambio solo me miró con mirada suplicante, volví a sonreír, esta vez mordiendo mis labios malintencionadamente mientras atravesaba con dos dedos su vagina.
Nuevamente Lena se quejó, esta vez tratando de ahogarlo cubriendo sus labios con el dorso de su mano. Una vez mis dedos dentro se movían con libertad, introduje un tercero.
Ella solo apretó sus labios, mordiéndolos para no hacer ruido, como niña buena, decidí que era tiempo de consentirla, besé sus mejillas mientras removía despacio mis dedos. No obstante, me extrañó ver que estos estaban limpios. No presté demasiada atención. Esta volvió a mírame con devoción. No comprendía como era tan receptiva a mi tortura.
Si había algo que amaba de estar con una mujer virgen, las cuales siempre eran en la mayoría de los casos mis compañeras de intimidad, era lo frágiles y hermosas que se veían una vez eran desfloradas. Miedosas, temblaban y pensaban en cuanto querían que todo acabara, cuando apenas era el principio, era por esto por lo que sentía fascinación de regalarles una descarga de lujuria que hiciera borrar sus penas de inmediato.
Con una lenta lamida, limpié su aquella zona, aun así, no presentí el olor o sabor de su sangre. Esta tembló de placer y arqueó su espalda sobre el piano. Si bien no había sido del todo caballeroso con la pobre Eleanor, esa era mi oportunidad de mimarla.
Esta apretó mis brazos con fuerza, sentía como los espasmos recorrían su cuerpo de pies a cabeza como fuertes choques eléctricos. Volví a acercarme a su rostro, esta vez para apartar el cabello que se había pegado de su cara. Esta rodeó mi cuello entre sus brazos y sus piernas alrededor de mi cadera, era un hecho lo que seguiría. Me introduje en ella lo más lento que mi deseo me lo permitiera.
No sabía pues si se trataba de ironía o más bien fortuna, Lena no era virgen. Y aunque eso no pretendía ser un problema para mí, ciertamente me llenaba de curiosidad como la "princesa del gobernador" no era tan impoluta como se veía.
...Nada de esto fui capaz de contárselo a Heissman... nada con lujos de detalles. Pero quién soy yo para negarte esta confesión. Tú quien lees esto, que has llegado hasta aquí porque en el fondo disfrutas del morbo. No puedo negarlo, porque yo también soy como tú. Recuerda fijarte en la oscuridad esta noche, quizás me veas cuidando tu sueño, tú, que eres el único que lee lo que tengo que decir...
—Fue una fuerte tormenta la de esa noche, recuerdo bien que las ventanas chocaban estridentes contra las paredes producto de la brisa. Pero ni siquiera eso logró distraernos. Parecíamos poseídos por un estado de ninfomanía crónico, sin darnos cuenta el paso del tiempo había aumentado la tensión sexual entre nosotros, cosa que por mucho tiempo intenté sosegar, sin conseguirlo, evidentemente.
—Lo que aún no termino de entender, querido doc...—formuló. —es, por qué razón te negaste por tanto tiempo en dar el primer paso, si después de todo terminaste accediendo...
Dicha pregunta me había dejado un tanto frío, seco, sin forma de evadirla, ni siquiera para mí mismo, que por años me había preguntado lo mismo. Me encogí de hombros un tanto avergonzado, sonriendo con ironía, pero después de todo si había una respuesta, quizás no tan realista, pero se acercaba a serlo.
—No nos conocíamos tan bien...de hecho, en mi percepción de vampiro y esa intuición desarrollada, algo en mi me impedía verla como mi objeto de deseo, y no fue hasta esa noche que mis sentidos se agudizaron para darle paso a la lujuria, ya me sentía un poco extraño a su lado, como el despertar de una atracción física, cada vez que chocábamos o rozábamos las manos en alguna cirugía, era como un pequeño cortocircuito que me hacía dudar de mis propias intenciones.
—Y después de eso, ¿podías asegurar que la conociste mejor?
Nuevamente sonreí.
—No. Ni un poco.
Una vez dentro de ella no había vuelta atrás, ya era mía. Había profanado aquel cuerpo de rostro angelical el cual se retorcía y gemía sin fuerzas, como si en cualquier momento fuese a desmayarse. Esta seguía acariciando mis brazos y apretándolos con fuerza entre cada estocada, haciéndola poner los ojos en blanco cada vez.
Me recosté lo más que pude sobre ella para volver a morder sus labios y a partir de ellos dar pequeños mordiscos por sus mejillas y quijada, esta seguía con sus brazos entrelazados a mi cuello intentando mantenerme cerca de ella hasta el final. El sudor de su cuerpo empapaba mi uniforme, sentí como la tela se adhería a mi piel cada segundo que pasaba.
Intensifiqué el ritmo apenas oí sus gemidos aumentar, su corazón latía tan fuerte que podía sentirlo atravesar su piel hasta la mía. De pronto un fuerte orgasmo la paralizó por unos segundos en los cuales volvió a gritar con fuerza y a afincar sus uñas en mi piel, no pude evitar gruñir de dolor. No creo que hubiesen pasado más de quince minutos, Lena ya había llegado a su clímax, de hecho, había quedado tan cansada que su cuerpo temblaba y su respiración era irregular, mantuve mi rostro a poca distancia del suyo, inspirando su cálido aliento y oyendo sus suaves gemidos.
Pude percatarme entonces que seguía lloviendo, el sonido de la ventana volvió a interrumpir mis pensamientos por lo cual subí mi mirada al resto de la sala. El cuerpo de Lena seguía caliente, envolviendo el mío, el cual, de no ser por mi condición de vampiro, podría jurar que se heló de un momento a otro.
Mi rostro tuvo que haberse puesto más pálido de lo que era y mis ojos abrirse por sorpresa al darme cuenta de la figura del padre de Lena quien se hallaba recostado del barandal de la escalera, observándonos con una gélida mirada que hacía juego con su sonrisa de mona lisa. Tenía sus dedos entrelazados, serio y expectante de lo que yo había hecho con su hija.
Mi boca se había quedado entreabierta, con dificultad volví a bajar mi mirada para ver a una adormilada y desnuda Eleanor quien aún me tenía cautivo entre sus piernas.
—Cuando termine con mi torpe hija...—comentó con tono amable—por favor venga a verme a mi estudio...—concluyó dando media vuelta y marchándose.
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