Capítulo 49: Clímax quirúrgico
Sesión con Adam Bloodmask
Día 5
Estos días no han sido otra cosa que unas vacaciones para mí, no logro recordar cuando fue la ultima vez que conté esta terrible historia con lujo de detalles, pensándolo detenidamente, no se hasta que punto podría contarle mi historia a Heissman, ¿cuanta información podría necesitar un terapeuta para diagnosticar un paciente? No deseo que me de los resultados hasta que llegue el ultimo día, a pesar de haber pasado tiempo sin contarle nada traumático en mi vida, no falta demasiado para que vuelva a tener que sentirme incomodo de recordar mi pasado.
—¿Volverás a salir hoy?...—comentó mi hermano desde la sala.
—¿Que haces ahí en la oscuridad?
—Estoy resolviendo un sudoku, y obviamente leyendo la prensa, ¿sabias que la delincuencia bajó un 85% gracias a las plagas?.—comentó como dato curioso sin levantar su vista del diario.
Como si me importara...
"Plagas"...?ahora así le llamaban? ¿Que sigue después? ¿Epidemia, infestación? Como si no fuesen los mismos humanos los responsables del descenso de su población, ahora nombran a sus propios depredadores como si ellos mismos no hubiesen tenido que ver con su aparición, como si hubiesen caído del espacio, no me hagan reír.
—Deberías probar tú también a asistir a una de estas terapias, muero por saber que pasa por esa loca cabeza tuya...
—¿Eso crees? Sabes bien que no soy tan abierto como tu para hablar de mi pasado, no sabría que decir...
—Entonces di lo que desees, nadie te juzgará.
Alexander volteó a mirarme, meditando por unos instantes mi consejo.
—Suena interesante...
Al salir todo se veía como una película repetida, el dejavu no se hizo esperar, las calles lo suficientemente solas como para no respetar ninguna de las señales de tránsito y manejar a más de 180km/h. Del mismo modo al llegar al consultorio ahí estaba ella, parecía una muñeca de cera, apenas parpadeando un par de veces con su mejilla fija sobre su puño, seguía viendo el monitor con atención, se podían oír los diálogos de aquella telenovela dramática, y antes de mencionar una sobra palabra, ésta levantó su brazo y apuntó a la puerta de la oficina de Heissman.
—Pase de una vez y cállese...
—Veo que hoy estás de buenas, encanto...—insinué guiñándole un ojo justo antes de entrar.
Una vez más ahí estaba Heissman, viendo por la ventana fumándose un cigarrillo con ambas manos posadas sobre su cadera.
—Y pensar que me tomaba una hora para llegar al trabajo por el tráfico, para ser sincero, tu eres mi único paciente desde hace semanas, nadie tiene interés de salir de casa a no ser completamente necesario...—comentó mientras presionaba su cigarro sobre el cenicero.—Por lo tanto, tu eres ahora lo único por lo que yo salgo de casa.—dijo con una sonrisa.
—Descuida, después de todo esto, todos necesitarán de un terapeuta...
Heissman rió a carcajadas, casi podía disimular su frustración a medida que tomaba asiento.
—Y entonces... fuiste a vivir con tu enfermera...—mencionó entrelazando sus dedos.
Fue así, no podría saber si hice o no lo correcto, pero no tenia intenciones de que fuese algo a largo plazo, hasta que Marie recapacitara hubiese sido suficiente, o hasta que consiguiera otro modo de no llegar tarde al trabajo, del resto, no tenia más pretextos que esos, ni tampoco interés en permanecer en aquella casa que me había dado tan mala espina.
Para ser sincero, si hubiera tenido la oportunidad de visitar nuevamente aquella mansión, habría ido directamente a aquel salón rojo, ahora que me hallaba ahí tendría la oportunidad de visitar ese y cada salón de la mansión.
—P—Pasa adelante por favor.—murmuró Eleanor nerviosa, no podía creer lo que sucedía.
—¿Se encuentra tu padre?—pregunté con seriedad.
—¿Cómo?
—Debo que hablar con él si quiero quedarme...—insistí.
Lena meditó un momento mis palabras antes de responder.
—De hecho, creo que está en su habitación arreglándose para irse.
De aquel modo, Eleanor indicó que debía seguirla, la habitación quedaba en el tercer piso de la mansión al final de un amplio pasillo, esta permaneció completamente callada por el camino, al llegar se paró fuera de la puerta explicándome que debía esperar.
Esta entró tras tocar la puerta, dejándola levemente abierta, por la apertura pude alcanzar a ver como ésta hizo una reverencia al verlo, nunca había visto una relación padre hija tan estricta, en ningún momento Eleanor subió la mirada al hablarle, no entendía si se debía a simple timidez al tener que pedirle algo como dejar dormir un extraño en su casa, o en realidad el padre de ella era más severo de lo que su parche permitía ver.
Por un momento éste sonrió y posó su mano sobre el hombro de Lena quien solo afirmó con su cabeza antes de salir.
—Desea hablar contigo.—mencionó al salir.
No sabia a lo que me enfrentaba, pero nunca antes una persona me había intimidado, este no tenía por qué ser el primero, "que estupidez", pensé. ¿Que clase de hombre podía ser para que demandara tanto respeto?
—¡Doctor Bloodmask!.—exclamó apenas puse un pie dentro de la habitación.— Que honor tenerlo aquí. Casi no podría reconocerlo con el rostro desnudo, teniendo en cuenta que lo conocí con media máscara puesta.—bromeó.
—Disculpe mi intromisión a estas horas, señor van Monderberg...
—No se preocupe, Doctor, hace una hora que estoy despierto, salir antes que el sol es la clave del éxito de cualquier profesional, usted debe de saber de que hablo, trabaja a la plena oscuridad de la noche con los casos más delicados que un medico pueda atender hasta altas horas de la madrugada...
—Así es...—asentí con recelo, ciertamente ya comenzaba a olvidar como se sentía atender emergencias.
—Lena me ha comentado por qué has venido...No te sientas incomodo, yo mismo le recomendé que te invitara a quedarte, no ha habido un día que no escuche hablar de ti gracias a ella...—mencionó mientras arreglaba su corbata, no pude evitar reírme.
—Solo será por un corto periodo de tiempo, le prometo que le pagaré cada minuto que pase en su casa...—comenté siendo interrumpido por él quien levantó su mano.
—Doctor Bloodmask, no hay nadie mas consciente de las catástrofes que han ocurrido en la ciudad que yo, desde que comenzó todo no ha habido un día que pueda dormir plácidamente, sabiendo que el estado que confió en mi, tiene cada vez más miedo de salir a las calles, y aprecio desde el fondo de mi corazón la valiente labor de todos los médicos del hospital al arriesgar su vida cada noche con estos nuevos casos inexplicables, además de la policía estatal, nadie ha podido colaborar tanto con esta situación como ustedes. Por favor no piense en el dinero, es lo menos que me importa de usted, doctor Bloodmask, mientras pueda ayudarlo a continuar con su trabajo, a usted y cualquiera de sus colegas, no habría dinero que valga, éste es el mayor favor que me puede usted hacer, por favor disfrute la estadía y siga logrando el éxito como siempre lo ha hecho, es un placer poder ayudar una eminencia como usted...
—De verdad aprecio mucho su amabilidad...—comenté con cierta vergüenza.
—Una vez conocí a su padre, no le ha perdido pisada, hombres como ustedes son los que necesita la medicina para ser laborada, usted haga su trabajo, yo haré el mío, y con suerte todo mejorará...—comentó extendiendo su mano, la cual estreché.—Lena, lleva al doctor Bloodmask a su habitación. Es todo un placer tenerlo aquí, doctor.
—Gracias por todo, gobernador.
Lena en seguida entró a la habitación tomándome la mano con emoción, me despedí como pude del gobernador, pues Eleanor me sacó con rapidez para guiarme hasta mi nueva habitación.
Al llegar nada me pareció fuera de lo común teniendo en consideración el resto de la casa, era una habitación de huéspedes como solo la familia van Monderberg podía permitírselo, era del doble de grande de la mía con la mas fina decoración desde el techo hasta el suelo, incluso sus paredes forradas en un tapiz oscuro con entramados dorados, muy ostentoso para mis gustos, y las ventanas... me tomo un segundo darme cuenta del extraño diseño de la habitación, la cual no contaba con una sola ventana ni nada que pudiese ofrecerle una entrada de luz natural, el armario era grande en combinación con el resto de lo demás hecho de madera de ébano al igual que el librero, el escritorio y la cama. Lo que mas logro recordar con lujos de detalles es aquella cama de postes igualmente refinada pero que al sentarme en esta sentí una inmediata patada en el culo, el colchón era extremadamente duro, ¿acaso los invitados del gobernador acostumbraban a dormir al intemperie en camas de piedra? Al igual que las almohadas, no podía comprender que clase de material podía ser tan rígido, las sabanas, de seda color rojo, igualmente demasiado llamativas para mis gustos.
—¿Sucede algo?.—intervino Eleanor al ver mi expresión de desconcierto por tan incomodo mueble.
—No, no pasa nada...—dije con seriedad, pude olvidarme por un momento de la rigidez de la cama al escuchar el tictac de un reloj en la mesa de noche justo al lado de donde estaba sentado.
Aquello habrá sido lo mas fascinante que había visto no solo en la habitación sino en toda la mansión van Monderberg, una estructura mecánica tan perfecta como increíble, el reloj estaba metido dentro de una campana de vidrio con todos sus engranajes al desnudo haciendo visible cada uno de sus movimientos, si había algo que me había convencido en quedarme era la apariencia de ese reloj, mi fascinación por los relojes incluso hoy día sigue pareciéndome incomprensible.
No pasó mas nada aquella noche, permanecí despierto hasta que aquel artefacto dio las diez de la mañana, tal como había sospechado, la cama era más dura de lo que mi cuerpo pudiese soportar, me quedé dormido sin darme cuenta, lo último que recuerdo fue oír la voz de Eleanor nueve horas después, desde el exterior de la habitación, con ella como despertador me sería difícil llegar tarde al trabajo.
No puedo mentir, la atención de Eleanor era de mucha ayuda, por más que repitiera que todo estaba bien, ésta no dejaba de preocuparse por mí. De camino al trabajo ésta solo contaba anécdotas de su niñez repitiendo una y otra vez lo mucho que le fascinaba ir a verme en el teatro, cuento que la verdad, comenzaba a fastidiarme.
—Supongo que tu por tu parte solo sonreías a todo lo que ella decía...—intervino Heissman.
—Adivino, como siempre...
Esa era ella, esa clase de mujer que sabe decir lo que quieres escuchar, servicial y abnegada y de vez en cuando demasiado modesta, era la típica mujer de alta sociedad digna representante de la política, con una reputación intachable y exasperante personalidad, me atrevería decir que vacía...
—¿Era por eso que no deseabas tener una relación con ella?
—Precisamente... si deseara tener a alguien que obedezca cada orden que le doy iría a la tienda de mascotas a comprar un perro, ninguna persona tan sumisa podría parecerme digna de mi interés.
—Ya veo...—comentó tecleando algo en su computadora.—¿Y que más pasó aquella mañana?
—Pues, ya podrás imaginar mi regocijo al notar lo justo a tiempo que había llegado, algunas enfermeras al verme entrar al hospital me saludaron con emoción al igual que algunos colegas quienes ya creían que no volvería, en poco tiempo una de las enfermeras había llegado corriendo y jadeando para informarme que debía entrar a quirófano lo antes posible.
Justo en aquel momento, llegaba entrando Kampmann quien hervía de rabia al haber llegado tarde.
—Descuida, William...puedes asistirme si lo deseas.—comenté con fingido compañerismo, enseguida notó lo que intentaba, me ofreció una fría mirada y respondió.
—Ni de chiste...se lo que tramas, maldito infeliz...—concluyó con una obscena puñeta por parte de su mano derecha antes de poner su saco sobre su hombro e irse a la sala de reuniones.
No pude evitar sonreír al sentir el dulce sabor de la victoria.
Una vez comenzada la operación, sentí la adrenalina recorrer mis vasos sanguíneos, un traumatismo con exposición del lóbulo parietal derecho por un accidente de coche, al parecer el caballo había perdido el control y el coche se desvió por un barranco encontrando así su cuerpo inconsciente casi a punto de desangrarse. Casi había olvidado la sensación del bisturí atravesando la piel, o de las pinzas abriéndose paso entre el tejido cerebral, pero aun mas importante, el olor a sangre fresca emerger de los vasos sanguíneos manchando así mis guantes y mi uniforme, aquellas pequeñas e inevitables chispas de sangre que caían sobre mi cara haciéndome cerrar los ojos, tuve que bajar el tapabocas para así exhalar un suspiro de éxtasis.
—¿Estas bien?...—interrumpió Eleanor mirándome extrañada del mismo modo que las demás enfermeras.
—¿Que si estoy bien?...—inquirí mientras esparcía la sangre de mi cara sobre mis mejillas, no podía evitar tal excitación, para eso había nacido, no dejaba de repetírmelo una y otra vez en mi mente, Lena sonrió al verme tan feliz como un niño comiendo golosinas, las demás me veían extrañadas.
Cortar la carne, entrar en contacto con las entrañas, vísceras expuestas, el sonido del cráneo al seccionarse, y lo mas importante, el olor, aquel penetrante y enloquecedor aroma a sangre, siempre era el mismo, como el perfume de aquella amante fiel y constante que te persigue y te halla cuando mas la necesitas, penetrándote los poros y encegueciendo los demás sentidos, no era lo mismo que una bolsa de transfusiones llenando la taza cada noche al despertar, aquella dama con su vestido rojo me hipnotizaba, y sentirla atravesar mi garganta al extraerla directamente de algún cuello era sentir el mayor climax de todos, casi lo olvidaba, aquella cirugía me parecía la mas gratificante de toda mi vida hasta el momento, es una pena que tuvo que sobrevivir, en terapia intensiva ese cuello habría sido mi cena... soñaba con la idea de que algún paciente fuese mi cena alguna vez.
—Me pareció un acto muy amable de tu parte haber invitado al doctor Kampmann a ayudarte, es usted muy profesional, doctor Bloodmask...—comentó Lena mientras yo comenzaba a suturar.
En realidad me valía una mierda que ese cerdo lame botas me ayudara, lo menos que deseaba era encontrármelo nuevamente en mi territorio, conocía bien a Wilfred Kampmann, era un hombre predecible como buen rico, su orgullo era casi tan importante como el dinero, había sido criado con la intensión de estar por encima de todos los demás, recibiendo halagos y adoraciones que su cero de confianza le exigiera para sentirse superior a los demás. Asistir al hijo del orate Malkavein, el que se había graduado casi por obra de suerte, era algo inaceptable. Primero se habría metido un tiro en las bolas antes de ser plato de segunda mesa en una cirugía de tan gran nivel.
Al salir del quirófano, me sentía un hombre completo una vez más. Amaba mi trabajo, y sentir como el organismo de una persona obedecía y respondía de la manera como yo se lo ordenaba, ese sentido de poder, y lo más importante, tener el control sobre la vida de una persona al menos por un momento. Aunque siempre corría el riesgo de perderla, era gratificante estirar los músculos al salir del quirófano tal como entonces lo había hecho, con un par de movimientos de mi cuello y hombros, casi parecían piezas metálicas necesitando ser lubricadas.
Justo ahí estaba el, apenas abrí los ojos tras exhalar aun con regocijo por mi trabajo bien hecho, mirándome con odio, no pude evitar sonreír. Este caminó en línea recta intentando ignorarme, sus pensamientos eran claros, podía desear mi muerte sin remordimientos y de todas las formas más crudas posibles.
—Para la próxima, deberías escoger mejor a tus rivales, zorrita malcriada...—comenté sin siquiera darme la vuelta, ambos dándonos la espalda mutuamente. Sin decir una sola palabra, Wilfred se marchó por la puerta principal, tan amargado como había llegado. Sin haber pasado ni un par de minutos, mi fiel sombra apareció, removiéndose de su cabeza el gorro quirúrgico y dejando caer sus cabellos como una cascada color castaño, sonrió al verme y sin decir una sola palabra se lanzó hasta mis brazos.
—Bienvenido a casa, doctor.—susurró a mi oído, no pude evitar sonreír.
—Dicen que los perros fieles siempre vuelven...
Lena y yo nos miramos fijamente por el transcurso de cinco minutos aproximadamente, recuerdo haber escuchado el tictac del reloj del pasillo recordándome que el tiempo pasaba donde yo no dejaba de observar aquellos estanques grises, tratando de descifrar que pasaba por la mente de mi fiel admiradora, cómo una mujer podía pasar toda su vida esperando por un hombre, no podía entenderlo.
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