Capítulo 40: Ángel de la muerte


Para cualquier empleado de hospital del estado es más que común acostumbrarse a la idea de la muerte, por duro que suene, poder asimilar la naturaleza humana y la constante lucha entre la vida y la muerte.

Ni yo mismo habría podido soportar aquellas largas jornadas laborales sin comer o dormir de no ser por los pacientes desahuciados de terapia intensiva. No me mires así, te podría jurar que casi me sentía mal por ellos, todos viviendo sus últimas horas alejados de sus parientes, en su mayoría vivían solos y con condiciones tan críticas que ni las mismas enfermeras perdían el tiempo cambiando las bolsas de sangre de sus vías de transfusión, algunos no llegaban a cumplir ni los treinta años y ya sus vidas se habían acabado tras alguna riña de borrachos en un bar a medianoche.

Los turnos nocturnos siempre habían sido los más callados y solitarios en el hospital, no tenía ni siquiera que esconderme tras las sombras o darle explicaciones a nadie sobre mis planes con aquellos pacientes, solo me limitaba a entrar desde aquel pasillo poco transitado, olvidado de la compasión de Dios, iluminado con un único y miserable bombillo que otorgaba a la escena más suspenso de lo necesario, era justamente aquel pasillo sombrío el que una vez albergó los alaridos de Andrew Malkavein.

Yo solo me limitaba a posar mi mano sobre sus angustiados ojos que me miraban sin comprender lo que ocurría, antes de ser envueltos en una agradable ilusión, no era precisamente la sangre más satisfactoria de conseguir, no era la sangre de mis enemigos la que veía salir a caudales, era una simple eutanasia con la cual ellos morirían con una sonrisa en sus labios y lágrimas saliendo de sus ojos mientras yo de uno a uno dejaba la marca de mis colmillos impresa sobre sus carótidas.

¿Que si sentía arrepentimiento? ¿Remordimiento? ¿Insomnio por las tardes?... ¡Para nada! Y tal vez sean esos términos desconocidos para mí, posiblemente sea eso lo que nos diferencia a los monstruos de los humanos, para mí no es necesaria la vida para demostrar compasión, ¿qué tan compasivo podría ser alargando la vida de una persona miserable? ¿Para que esta tenga que volver algún día no muy lejano a aquella sala de terapia intensiva a ser torturado por la arcaica medicina de la época? ¿Sin algún familiar que le interese su estado ni donarle una sola gota de sangre? Viéndolo desde ese aspecto, me parece que el monstruo, no era yo exactamente.

Para aquella temporada curiosamente habían aumentado el caso de epidemias desconocidas, así como varias desapariciones mayormente de mujeres no mayores de los veinte años, a veces se podía escuchar comentarios al respecto en las salas de espera o chismorreos de pasillo entre mis colegas.

Por mi parte, yo no hacia otra cosa que aumentar el número de bajas de aquel hospital y culpar con las epidemias.

Fue entonces que algo que no me esperaba ocurrió...

—Te descubrieron...—interrumpió Heissman con ironía.

—Nada de eso, además, como te lo he mencionado anteriormente, no me preocupa el que se enteren de mi realidad, ese siempre ha sido el menor de mis problemas, en mi caso, el problema comenzaba por la letra W...

—Wilfred Kampmann...—susurró Eleanor justo al verlo parado al lado del director del hospital, ambos sonreían complacidos viendo nuestras caras.

Habían entrado a la oficina de reuniones del hospital donde nos habían citado a todos los médicos de la guardia nocturna, no vale la pena señalar lo poco que me simpatizaba aquella sorpresa, no era para menos, pues dicho sujeto, con su cero de carisma, había logrado colmar mi paciencia en mis días de universidad, no me importaba a quien decidiera adular para conseguir lo que deseara, era un maestro en eso, lo que realmente me enervaba era su rivalidad hacia mí la cual nunca aprobé, más el por su propia cuenta decidió continuar hasta demostrar quién de los dos era mejor en lo que hacía.

—Veo que para muchos de ustedes, la cara de este colega no es para nada desconocida, le he pedido al doctor Kampmann que se integre a nuestra familia en la búsqueda del perfeccionamiento de nuestro servicio en esta prestigiosa institución y garantizarle a la ciudad la salud que merecen sus habitantes y evitar la propagación de estas nuevas epidemias que se nos ha salido de control.— alegó el director.

Para mí era el colmo que no solamente insinuaran que no hacia bien mi trabajo, sino que además tuvieran que recurrir a nada menos que aquel comemierda para asegurar la vida de los pacientes.

¿Perfección? ¿En serio? No me hagan reír...

—No saben cuánto me emociona el poder participar en este equipo de especialistas tan calificados y renombrados a nivel nacional, es un honor para mí trabajar con colegas tan amables como todos ustedes...—comentó Wilfred demostrando su enorme talento para lamer suelas.

No tuve el placer de escuchar la hartada de estupideces que habría estado practicando toda la tarde antes de entrar al hospital, salí en ese momento de la oficina sin prestar ninguna excusa. Fui directamente a la entrada del hospital a tomar un poco de aire, hacia una fresca brisa nocturna, recuerdo que para aquellas frías noches de noviembre la luna estaba en su cenit más llena que de costumbre, era reconfortante a la vez que hipnotizante, raras veces podía fijarme de la belleza del cielo nocturno y las tenues estrellas, por raro que suene siendo yo una criatura de la noche, siempre he vivido ensimismado en mis asuntos para prestarle atención a los pequeños detalles.

Al entrar nuevamente al hospital me aproximé directamente a tomarme una taza de café en la sala de reuniones, ya todos se habían marchado, o al menos eso fue lo que creí, justo antes de colocar mis labios sobre la taza pude sentir como una desagradable respiración tibia aproximarse hasta mi oído.

—Vaya, vaya, es difícil reconocer una rata fuera de su escondite, y tu casi pasas desapercibido vestido con ese disfraz de médico...

Aquella voz no podía ser otra más que la de mi queridísimo rival, entiéndase el sarcasmo.

—Si eres tan ágil operando como lo eres adulando, seguramente has de ser el mejor cirujano del país... pero te advierto que deberías controlar tu aliento, de tanto lamer bolas ya comienza a apestar...—sonreí a medida que daba un sorbo al café.

Kampmann como era de esperarse me dedicó una mirada de desprecio, no entiendo cuál era su idea de acosarme, para mí él no era más que un pedazo de mierda pegada a las suelas de mis zapatos o quizás menos que eso, no representaba amenaza alguna ni le había dado gran importancia hasta ese momento.

—Yo que tu no estaría tan tranquilo bebiendo café, precisamente estoy aquí para demostrar que estoy más capacitado que tu para atender tus casos, Adam... después de todo, no es justo para los pacientes que el hijo de un lunático los atienda...

No esperaba menos de aquel hazmerreir entonces, lo que había evitado hacer desde que sentí su presencia tuve que dejarlo de un lado, lo que era mirarlo frente a frente, para mí, darle la espalda a un sujeto tan odioso era más que suficiente, pero si creía que aquellas palabras eran suficientes para partirle la cara, estaba equivocado, no me botarían tan fácilmente de mi trabajo.

—No sé si entiendo...William...

—Wilfred...—corrigió de mala gana.

—Wilfred...No entiendo como el hijo de un hombre adinerado, con todo un mundo de posibilidades de éxito, y un tremendo cargo en un hospital más grande y prestigioso que este, viene a este lugar, a atender casos terribles en un trabajo ingrato, hay que estar claros que esto no es lo que tú mereces...

—Quizás tengas razón, pero hay algo que hace que todo ese esfuerzo valga la pena, y es que si algún otro paciente a tu cuidado llegase a fallecer, serás tu el que deba irse, ve el lado positivo, a partir de hoy no tendrás que encargarte de estas largas y crueles guardias nocturnas tu solo, Wilfred ha llegado a ayudarte en lo que obviamente no estas apto...

No podía evitar sentirme indignado ante aquella noticia, no solo estaban injuriándome de irresponsable ante el cuidado de mis pacientes, además habían contratado a peor payaso del país para amenazarme, el solo hecho de pensarlo hizo que mi expresión se suavizara y dejara salir una de mis explosivas carcajadas.

—A ver si entendí...—logré formular mientras secaba mis lágrimas, la risa me había producido una incontrolable tos.— Has venido desde el otro lado del país, renunciando a un buen cargo, para amedrentarme e intentar intimidarme... ¿no aprendiste nada durante cinco años en la facultad? Quiero que entiendas una cosa, Wilfred, tengo cosas más importantes que hacer que quedarme parado a escuchar tus fanfarronerías, no podrás con este trabajo a menos que olvides esa ridícula rivalidad y te concentres en demostrar quien dices ser, cuando termines de jugar al médico cirujano, por favor apaga la luz y cierra la puerta...—concluí antes de irme.

Fin de la sesión

Día 5

Nunca me ha gustado ver como las cosas van cambiando, Viena por ejemplo, cada tarde me levanto sin entender por que las cosas buenas deben cambiar, no se puede comparar el paisaje del siglo diecinueve con este nuevo milenio, ni siquiera con el de los años sesenta, a ver que épocas locas ha tenido que vivir el mundo.

—¿Volverás a terapia hoy?— interrumpió con mofa la pelirroja que no se cansa de molestar, ni siquiera cuando estoy en la comodidad del salón tomando mi tercera taza de "elixir de la vida"...

Tampoco recuerdo en que momento Karen creció tanto.

—¿No tienes nada mejor que hacer? Ir a tu oficina a trabajar, por ejemplo...—inquirí en espera de su típica reacción de molestia común en nuestra familia, una arqueada de ceja y un vistazo de arriba hacia abajo, me ha parecido tan adorable que no pude evitar presionar su nariz entre mis dedos.

—Tú eres el que debería estar trabajando, no creí que esta terapia tuya durara tanto y de haberlo sabido no te habría recomendado ir. ¿Que se supone que haces allá? ¿Solo charlan todo el día?

— La ética profesional de un terapeuta es que cada cosa que se diga en la terapia, se queda en la terapia...

—Así es pero el terapeuta no eres tu, te quiero aquí antes del anochecer... ¡¿me estas escuchando?!—gritó alterada al darse cuenta que había salido de la habitación dejándola con la palabra en la boca.

De haber deseado tener a una mujer que me diera ordenes día y noche, me habría casado...

Al llegar al consultorio, conseguí frente a mi quien de verdad pudiese llegar a ser la señora Bloodmask algún día, a ver como me gusta molestar a aquella vieja y malencarada secretaria, esta vez solo he optado por lanzarle un beso y cantarle el coro de aquella canción de kiss, "i was made for lovin you"... casi me ha lanzado el cenicero por la cabeza...

—Tienes al borde de la locura a la pobre Rose...— comentó Heissman debajo del escritorio, he de suponer que ordenando sus casos clínicos.— Tendré que ofrecerle una terapia gratis o harás que me quede sin secretaria...—rió por lo bajo a medida que encendía un tabaco y lo depositaba entre sus labios.

—Cálmate, no se volverá loca por eso, requeriría años para acabar con la cordura de una persona, lo certifico...

—Vaya, vaya, el doctor Bloodmask esta soltando un poco mas la lengua el día de hoy, entonces fueron los años de acoso los que te trajeron aquí, déjame adivinar, ¿tu rival? ¿El tal Wilfred?

No había terminado de poner mi trasero en el diván cuando aquel comentario me hizo devolverle una expresión de incredulidad.

—¿Kampmann? ¿Ese Wilfred? Que va, ni siquiera habría tenido que volver a recordar su nombre antes de estas terapias.

El acoso de aquel enano manipulador era constante y tajante, incluso de haber entrado al baño el lo habría imitado para demostrarme que el podía hacerlo mejor... sea cual haya sido sus verdaderas intensiones por querer joderme la paciencia, jamás las conocí, ese era su afán y quizás lo único que le daba razón a su infeliz vida.

No fue para menos que además de querer atender mis casos, este haya ido unos días después de su llegada a hablar nuevamente con el director y proponer que deseaba asistirme en mis cirugías. Dos cirujanos no eran problema en los quirófanos, pero yo siempre he preferido mantener mi bajo perfil y para mi, un grupo de enfermeras ya era bastante sofocante, todas corriendo de un lado a otro y limpiando mi frente cada diez minutos, como si mis poros transpiraran...

La única que parecía congeniar en mi hábito de trabajo era Eleanor, no puedo negarlo, Lena tenía manos expertas en su labor, quizás un talento innato y aptitudes de cualquier enfermera con muchos años de experiencia.

Después de las incontables insinuaciones de Kampmann hacia el director, no quedó de otra que compartir el quirófano con él.

—Supongo que te habrás sentido dichoso entonces.—comentó entre risas Heissman.

—Si... Bastante...—dije entre dientes, espero que haya entendido mi sarcasmo...

No debe de existir experiencia mas exquisita que trabajar al lado de una persona que solo critica cada movimiento que haces, quizás solo duré una semana haciéndome el sordo, imaginándome una y otra vez que tenia la oportunidad de hacerle una vasectomía sin sedantes, para la época ya se habían practicado en perros, de haber nacido antes, habría recomendado a mi colega para estas practicas, pero no fue sino al inicio de una craneotomía que mi paciencia había llegado al borde.

—¿En serio pretendes abrir ese colgajo tan estrecho? ¿Que no aprendiste nada en la universidad? ¿Acaso deseas matar al paciente?...—eran algunas de las frases que podía entender debajo de su tapabocas, ojala hubiese sido mas grueso para no escuchar mas nada de lo que decía.

—Sabes que...Por que mejor no te encargas tu de esta parte, me siento cansado para refutarte...—propuse mientras depositaba en sus manos el bisturí, de no haber llevado tapabocas muy seguramente el habría sospechado de mi sonrisa y deducido mi plan macabro.

Eleanor inmediatamente volteó a verme incrédula, incluso pude sentir como me golpeaba con el codo confundida. Al fin las críticas habían cesado. Wilfred se veía complacido, como si de una vez por todas hubiese logrado su sueño mas preciado, yo solo pude concentrarme en el movimiento de sus manos y el brillo de aquel afilado bisturí, con mi mirada fija en lo que hacía, viendo prácticamente en cámara lenta el acercamiento del objeto hacia la masa cefálica del paciente, lo inevitable ocurrió, un bruco movimiento mal calculado hizo que Wilfred se auto amputara el dedo índice de su mano izquierda.

El grito no se hizo esperar, música para mis oídos, el dedo de Wilfred había caído por debajo de la camilla, todas las enfermeras quedaron horrorizadas, algunas en el acto corrieron a buscar el dedo, yo solo buscaba dentro de mi la forma de no dejar salir mi característica carcajada explosiva, la telequinesia siempre se me ha dado bien, no era un reto hacerle fallar aquel corte. El solo se dispuso a tomar su dedo y salir corriendo con dos enfermeras fuera del quirófano, para entrar en otro, yo solo alcance a gritar.

—¡PONLO EN HIELO ANTES QUE SEA DEMASIADO TARDE!

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