Capítulo 37: "Asilo Temporal"


Si había lugar más lúgubre en la faz de la tierra era el momento de enseñármelo, pues aquel hospital podría hacerle la competencia. La entrada estaba amenamente decorada por unas angelicales rejas negras con arabescos entrelazados, las puntas de las rejas terminaban en lanza y hacia un sonido infernal al abrir, un chirrido que me indicaba años sin aceitar. El pavimento de la entrada estaba agrietado y salía hierba seca entre estas, estábamos en otoño, pero podría jurar que los jardines llevaban años sin ser regados, el edificio podría pasar desapercibido como cualquier mansión abandonada, también tenía hierba creciéndole del techo y enredaderas secas pegadas de las paredes, de frente podían contarse unas veinte ventanas, todas con rejas que quizás fueron blancas en alguna época, las paredes forradas de principio a fin por ladrillos color gris, creo que a pesar de ser de día en ese edificio siempre parecía ser de noche.

Como si la fachada no fuera lo suficientemente tétrica, la peor pesadilla estaba al cruzar la puerta de entrada, una vez dentro todo era diferente, las tenues luces de los pasillos hacían juego con los aullidos de los pacientes de cada habitación, todos sus pasillos en su totalidad eran de un incandescente color blanco al igual que el suelo el que llevaba tiempo sin pulir y lucía manchado quizás de sangre, vómito y otros fluidos corporales. Todas las habitaciones estaban debidamente amobladas y las puertas eran de metal con pequeñas ventanillas donde se podía monitorear lo que hacía cada loco.

Las enfermeras eran igual de autómatas que las del hospital general, cada una más inmutable que la anterior, con la diferencia de que estas lucían más severas y sus vestidos eran entallados hasta los tobillos, al ojo incauto podían confundirse por kimonos japoneses y sus cofias llevaban una especie de manto de tela blanca que caía sobre sus hombros. También estaban los enfermeros, todos de gran tamaño espaldas anchas y cara de pocos amigos, no podía ser para menos cuando se tiene que forcejear con pacientes como esos.

El hospital contaba con cuatro pisos de veinte habitaciones cada uno y dos regaderas por cada piso, Arnold me había dado la bienvenida apenas puse un pie dentro y desde entonces no dejaba de hablar dándome un recorrido por los pasillos. Había pacientes caminando de un lado a otro con enfermeras quienes los llevaban del brazo, todos con un rostro cansado, no tanto del ejercicio físico, sino de sus vidas, pese a ser enfermos mentales todos en su interior pensaban lo mismo, "ayúdenme".

—Y en el cuarto piso tenemos la sala de control como solemos llamarla dentro de la institución, donde ofrecemos terapia de electrochoques a los pacientes más... cómo decirlo...efusivos, y de no dar resultado, tenemos la última generación en instrumental quirúrgico y ahora que tú estás aquí, podría decir que tenemos además la última generación en cirujanos...

Sonreí hipócritamente ante aquel comentario sin dejar de ver con asco toda aquella situación, era realmente incómodo estar en aquel lugar, era como si hubiesen utilizado el castillo de Frankenstein para fundar un hospital psiquiátrico, no me juzgues, en realidad soy fanático de lo tétrico y lo incomprendido, pero de imaginarme todo lo que se practicaba en aquel lugar podía ponerle los pelos de punta al más apático.

—Espero que no te sorprenda lo que veras, nada menos que uno de los grandes misterios de este hospital, el paciente número 0616, Adolf Howlinski.—Invitó señalando la ventanilla de la puerta de su habitación.

Dentro yacía un hombre sentado en el borde de la cama, completamente ido observando fijamente hacia la pared, su mirada parecía apacible y sus ojos permanecieron fijos por un aproximado de cinco minutos, para posteriormente mirar a su alrededor horrorizado sin reconocer nada, repitiéndose una y otra vez "debo ir a mi casa" daba vueltas sin parar por toda la habitación, fue entonces cuando comenzó a gritar y a llorar desconsoladamente, después de eso se tiró a la cama y se quedó dormido.

—Hace eso unas seis veces al día, siempre es igual, pero cuando sale de la habitación se comporta como si nada hubiese pasado, pese a que le pregunto qué ha ocurrido, el no parece entender de que le hablo, es un excelente actor, fuera de estos muros pasaría desapercibido como un hombre normal, pero lo cierto es que ya no puede trabajar, su jefe lo despidió hace unos meses y su esposa ya no soporta el miedo a vivir con él.

—¿Algún traumatismo previo a ser internado? ¿Su esposa menciono cuando comenzaron las crisis?

—Si, fue una pelea en un bar, bebía con frecuencia y despertó en casa con resaca y una herida en la cabeza, posiblemente por el pavimento.

Por mi mente ya había generado un aparente diagnóstico.

—Creíamos que se podía tratar de un caso de bipolaridad, pero siempre ocurre en forma de crisis, durando menos de cinco minutos como podrás ver...—de pronto Arnold rió eufórico. —acabo de recordar a tu padre que en paz descanse, el solía mencionar que la ciencia no resolvía casos donde se ameritaba un exorcismo, a pesar de ser tan fiel creyente de la ciencia en una ocasión hice lo que tu padre me recomendó y fundé una capilla con misas dominicales, aun así estos hombres no mejoraron...

Mi padre no se equivocaba, no se trataba de exorcizarlos ni encerrarlos en habitaciones acolchadas, el diagnostico era el equivocado, no solo para aquel paciente sino quizás para la mayoría de internos de aquel hospital, que barbaridad.

—¿No eres un hombre de muchas palabras, verdad?—comentó con ironía.—No me lo esperaba, de niño no parabas de hablar, siempre con tu padre, claro, quien diría que te tendría aquí como colega, creí que lo tuyo eran los caballos, eras un excelente jinete... ¿de casualidad no sabes a cuales apostarle esta temporada?

—Llevo más de quince años sin entrar a un hipódromo y sin montarme a un caballo...—me excusé.

—Entiendo, recuerdo bien aquella vez, yo estaba ahí cuando tu accidente, fue realmente traumático, tu padre estaba más asustado por ti que por su fractura, te pareces mucho a él, siempre hemos dicho que si Andrew te hubiese parido no podrías ser más como él.—rió.—Solo te falta estar casado con una señorita fina y diríamos que estas siguiendo los mismos pasos que Andrew, un joven como tú debe de tener un montón de jóvenes interesadas...

—¿Un montón? Para nada, no conozco a nadie, aunque por el tono de voz debo suponer que va a presentarme alguna...—inquirí con hipocresía.

Arnold rió a carcajadas.

—¡Para nada! No tengo hijas ni conozco mujeres jóvenes, sin embargo, conozco muy buenos bares donde conocerías mujeres muy bellas, y de no ser bellas ni jóvenes, unos cuantos tragos te ayudarían con eso...—volvió a reír.

Yo me mantuve escéptico a la vulgar propuesta, apenas asentí con la cabeza con una sonrisa fingida, quería irme de ese lugar lo antes posible. Quizás Arnold notó entonces mi intención pues mencionó.

—¿Cuándo podrías operar al señor Howlinski? Su esposa no deja de preguntar por él y yo no veo el día de que ese hombre se vaya, altera a los demás internos...

—Primero necesito su historial médico completo para poder acordar si es cirugía lo que necesita, de ser así, esta misma semana podría intervenirlo, con la única condición de que su esposa se presente al hospital y usted le advierta de la situación, hágalo firmar un consentimiento y entonces podré operarlo.

—No se diga más, mañana mismo te enviaré por correspondencia el historial, no te preocupes del consentimiento, es un placer tener colegas tan determinados con su labor, Adam, tu padre estaría orgulloso.—mencionó casi con dificultad antes de estrechar mi mano para posteriormente irme.

Si había algo que odiaba, era que mencionaran de mi padre tan a la ligera...

Arnold era un hombre deshonesto y sumido a los vicios como el alcohol y las apuestas, un inmoral tratando de sentirse sano internando a pobres diablos en su hospital, creía valerse de una fama innegable gracias a su "genialidad" medica, científica, para la comunidad médica no era más que un patético hombrecillo, sin embargo no dejaba de ser puntual, pues a la mañana siguiente de haberlo visitado, dentro de la rejilla de correspondencia de la puerta de entrada estaba nada menos que un sobre con el historial médico completo del señor Howlinski más las hojas de consentimiento informado firmados por él y por su esposa, no sé qué tan al tanto podía estar el hombre sobre aquella cirugía, no creo que nadie se sienta cómodo a sabiendas que un completo extraño pondrá sus manos sobre su cerebro.

Aquella mañana me dediqué a leer detenidamente su informe, me senté en la sala con una taza de café y lo leí un par de veces, no decía más de lo que Shwarschild me había mencionado, problemas de alcoholismo con trauma en el lóbulo temporal hace algunos meses atrás, además el informe tenía anexo algunos exámenes psiquiátricos.

Para entonces hubiese dado mi vida por poseer los avances actuales como electroencefalogramas o tomografías computarizadas que ayudaran al diagnóstico, pero dado los síntomas, podía asegurar que se trataba de un caso de epilepsia del lóbulo temporal.

No era algo para alarmarse, ya había leído muchos casos antes incluidos los de muchos escritores famosos, siendo Edgar Allan Poe uno de mis favoritos, sin embargo, era siniestro pensar como esta condición pudiese confundirse con demencia o cualquier trastorno mental, por eso aquel hombre no mejoraba, le habían aplicado electroshock a un cerebro permanentemente electrificado.

La cirugía fue pautada para esa misma semana, un día jueves si mal no recuerdo, no era mas que una lobectomía, nada que no hubiese hecho anteriormente, pero sacar a ese hombre del manicomio era equivalente a revocarle el titulo a Schwarschild por meterlo ahí en primer lugar. Era una idea fascinante. No podía dejar de sonreír ante ella.

De aquel modo el día no tardó en llegar, no me sentía nervioso, ansioso quizás, me habían asignado aquella noche tres enfermeras además de Eleanor, quien no lucia muy cómoda que digamos, no era algo que me agradara del todo, como ya mencioné, no me gustaba trabajar con muchas personas a mi alrededor, además de poder sufrir una de mis constantes crisis de sed de sangre y tener que salir de inmediato del quirófano, lo menos que deseaba era levantar sospechas.

Con Eleanor ya había ocurrido un par de veces, al comienzo parecía asustarle, yo solo terminaba por pedirle un vaso con agua mientras respiraba profundamente frente a la ventana del pasillo, hasta que un día inventé la excusa que me estaba reponiendo de una pulmonía y el aire denso del quirófano me impedían respirar, me estaba volviendo un genio en eso de mentir.

El señor Howlinski no era nada menos que una persona completamente normal a la vista me hubiese preocupado si este no se viera estresado antes de la operación, al contrario, su mirada se veía seria y su ceño fruncido mientras esperaba en la sala de esperas, en su mano llevaba sujetado una especie de dije, su esposa se encontraba a su lado recostada sobre su hombro, también preocupada no dejaba de repetirle que todo iba a estar bien, era un cuadro hermoso pese a las circunstancias.

Por mi mente paso la idea que ambos merecían estar juntos pese a las condiciones en las que se hallaban, la vida escoge a los más fuertes para llevar cargas especiales, de eso no me cabía duda, y una persona con su condición no era otra cosa sino un ser humano diferente.

—Señor, Howlinski...—musitó Eleanor despertándolo de su trance. Por suerte no comenzó a gritar al reaccionar, pues solo se encontraba pensativo sin perder la consciencia.—Venga conmigo por favor...

Él y su mujer se despidieron con un beso antes de que este entrara en el quirófano, pude verlo desde la ventanilla de la puerta el seguía sujetando aquel dije sin contemplaciones, cosa que Eleanor insistió en que este le entregara justo antes de ser sedado, recuerdo bien que este no se dejó a lo que tuve que acordar con ella que el dije se quedaría sujeto en su mano hasta que este lo soltara, en toda la operación no lo hizo, luego pude ver de qué se trataba, era una medalla de plata con una imagen religiosa.

A pesar de no compartir la idea de llevar amuletos como lo eran esas medallas, no tenía nada en contra de ellas, parecían darle una seguridad especial que el paciente necesitaba, además, aunque hubiese querido no hubiese podido, mi condición como vampiro me lo impedía, quizás me hubiese quemado vivo al ponerle un solo dedo encima.

Apenas dimos comienzo con la cirugía jamás me había sentido tan estresado, estaba en lo mío, para mí no existe un lugar más sagrado que el quirófano, es un lugar en donde la meditación y la calma deben guardarse como si se tratara de un templo budista, si me concentraba podía oír mi propia sangre correr por mis venas o los latidos de los corazones de las enfermeras. Sin embargo, Eleanor no parecía muy segura de lo que hacia esa vez a lo que se negó seguir mis órdenes, quizás se encontraba nerviosa por la presencia de sus compañeras, pero comenzaba a hartarme la forma tan insistente en que interrumpía mi procedimiento con sus comentarios.

¿Como estas tan seguro que se trata de un caso de epilepsia y no otra cosa?, ¿cómo supones que este hombre vuelva a tener una vida normal después de todo lo que ha pasado? ...

Eran unas de las cuantas preguntas que me susurraba con tono inseguro.

—¿Esto es una entrevista? Porque no tengo tiempo de responderte, Eleanor.—contesté intentando no perder la paciencia.

Todas las enfermeras salvo ella colaboraban sin objeción, pero ella por una extraña razón parecía más insegura que nunca.

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