Capítulo 36: Reviviendo malos recuerdos
Una relación con Eleanor, no pude dejar de sonreír, no podía verla sino como lo que era, una compañera de trabajo, mi relación con las mujeres siempre había sido lo menos involucradas posibles, siempre al grano con lo que deseaba, sexo o charlar un rato, no siento que sea un misógino, no me interesa jugar con los sentimientos de las mujeres y a Eleanor casi la veía como una hermana, quizás, claro, eso era todo...
—Eleanor es pariente lejano de mi familia.—mentí.—Fue ella quien me pidió el favor de que viniera hasta acá a pedirle su ayuda, doctor Lorenz, ella parece estar teniendo problemas con algunos compañeros, algo de acoso sexual y psicológico, si su padre es tan estricto, debería tener cuidado de que esto no siga ocurriendo, ella no ha querido decir nada por consideración hacia usted, tenga en cuenta que no solo se trata de una joven, también es parte de su personal y merece ser respetada...
Lorenz calló en seco, su miraba parecía turbada y su piel había palidecido, el gobernador tal parecía ser un hombre de temer, como no serlo, por alguna razón había vuelto a ganar las elecciones, pero yo nunca me he metido en política...
—La enfermería es una profesión que requiere versatilidad, saber adaptarse a cualquier campo de trabajo y pensar más en el paciente que en sí mismo, pero en vista que la joven no se siente cómoda haré una excepción y pondré manos sobre el asunto, ninguna enfermera debería soportar esos tratos, no en mi hospital, hágale saber eso a ella.
—Gracias por su consideración doctor Lorenz...—comenté antes de salir.
Apenas abrí la puerta de la oficina pude verla a ella sentada aguardando, tal parecía que sabia el lugar exacto donde encontrarme siempre.
De un brinco al verme esta se acercó hasta mí y musitó.
—¿Y bien?...
—A partir de hoy solo me asistirás a mí, con la única condición que deberás traerme una tarta Sacher en agradecimiento cada noche por el resto de tu vida...—bromeé con mirada seria, con suerte me saldría con la mía.
Los ojos de Eleanor centellaron de alegría e incredulidad, de inmediato me agradeció dándome un tendido abrazo, podía sentir como lagrimas atravesaban mi camisa y escuchar algunos sollozos, a lo que la aparte con delicadeza, ella limpió sus ojos y sonrió.
—No creas que por esto te salvaras del acoso, yo soy peor que todos aquí...—bromeé poniéndole una mirada perversa, deseaba incomodarla.
De inmediato su rostro se ruborizó y frunció el ceño.
—¡No juegues con eso!—reprochó con seriedad.
Después de eso volvió a darme las gracias y comentó que aliviada se sentía de poder trabajar en paz al fin. Aquella noche no sucedió nada interesante, al igual todas las noches, los casos médicos que ingresaban eran tan sencillos que me aburrían.
—¿Que tan temible podía haber sido el padre de Eleanor para que el director tomara aquella decisión?—preguntó Heissman.
—Para entonces no tenía idea de cuanto respeto debía dársele a su padre, solo sabía lo que mi padre había escrito de él hace tiempo y yo no había tenido la suerte de conocerlo entonces.
Seria excelente decir que las cosas continuaron llenas de calma, el aburrimiento siempre ha sido una sensación muy propia para mí, ¿que podría temer un vampiro supuestamente inmortal?, las emergencias para las que me necesitasen eran casos muy particulares, como comenté, estaba cansado de suturar cabezas y diagnosticar patologías para posterior referirlas al psiquiatra o el neurólogo, día tras día mi frustración iba en incremento, no dejaba de preguntarme si me había equivocado de carrera o tal vez me había equivocado de hospital.
Ojalá entonces el cielo no hubiese oído mis quejas, puesto que un día más o menos del mes de noviembre sucedió algo que esperaba poder ahorrarme desde el día que ingresé al hospital, creí que el turno nocturno me ayudaría a salir desapercibido, no fue así.
Esa noche recuerdo haber estado jugando póker con uno de los pacientes que se recuperaba de un trauma, una pequeña contusión que no necesito más de una semana para darle de alta, aun no recuperaba del todo la memoria pero al menos reconocía a su esposa, el viejo era un zorro del póker, me hubiese gustado aprender más sobre sus mañas antes de dejarlo ir, Eleanor en varias oportunidades me había pedido que dejara descansar a los pacientes después de una cirugía, sin embargo o era eso, o sería yo el siguiente a quien reanimarían por muerte cerebral, el aburrimiento podría matarme.
En aquel momento verla entrar a la sala pude esperar una de sus quejas, de inmediato Hargensen, el paciente, y yo, ocultamos las cartas como pudimos, Eleanor en cambio venia por otras circunstancias.
—Doctor Bloodmask, lo esperan en la oficina del director.—musitó Eleanor con tono muy profesional, rara vez la oía decirme de esa forma, solo usaba ese tono al referirse a los pacientes y conmigo solía agachar la cabeza y reír de mis ocurrencias.
Intenté mirarla para deducir de que se trataba, ella solo parpadeaba sin dejar salir una sola palabra, por más fijo que la viese su mente siempre estaba prácticamente en blanco, salvo de pocos pensamientos sobre su trabajo, ni una queja, ni un comentario, simplemente recordatorios de lo que debía hacer, era como querer entrar en la mente de un robot.
Al llegar a la oficina vi con atención la puerta, negaría cualquier comentario sobre el uso de las cartas dentro de la institución, como si eso fuese lo más repudiable, como si las cosas dentro no estuviesen peor, como si el acoso y la corrupción no fuesen de la mano.
Al entrar, no pude hacer mas que tragar en seco, guardar la mayor calma que pudiese y tratar de que mis ojos no salieran de mis orbitas, pude sentir mi boca secarse al momento y mis manos empaparse en sudor, como si todo el fluido de mi cuerpo se fuese hacia estas, dentro de la oficina yacía sentado nada menos que Arnold Schwarschil, aquel colega de mi padre director del hospital psiquiátrico.
—¿Aquel que intentó internar a la esposa de tu padre cuando se encontraba poseída?—intervino Heissman.
—Ese mismo...
Apenas cerré la puerta a mis espaldas, Lorenz me dio la bienvenida y lentamente Arnold se levantó de su asiento con sus brazos abiertos y una gran sonrisa en su rostro. Mi peor pesadilla había comenzado.
No se trataba de miedo ni incomodidad, tampoco era vergüenza, para nada, mi estomago había dado un vuelco lleno de rabia y no me quedó de otra que responder a su saludo con un apretón de manos.
—¡Adam! ¡Como has crecido! ¡No le había creído palabra a Francis cuando me lo ha mencionado! Esto es para morirse Hubert, estamos viejos y no nos hemos dado cuenta de cuando pasó...—rió a carcajadas mientras apretaba mi hombro, comenzaba a doler, yo solo sonreía.
Y entonces en las noticias dirán, joven neurocirujano del hospital central de Viena descuartiza a carne viva a psiquiatra, las últimas palabras de este fueron, yo maté a tu padre, demasiado tarde, ¿ahora quién podrá limpiar semejante desastre de las paredes de la oficina? Se solicita personal de limpieza con experiencia que pueda eliminar manchas de vísceras de las paredes de la oficina del director...
Por un momento, involuntariamente mi mente se había desconectado de la conversación, yo solo fingía reír junto con ellos mientras pensaba con que material sería más doloroso para ellos el matarlos, pudieron haber estado burlándose de mi en mi cara y yo no los hubiese escuchado, dentro del bolsillo de mi bata aun llevaba un bisturí completamente sin usar, no recuerdo por qué exactamente lo había dejado allí, pero pude dominar mis instintos al apretar el filo de este contra mi pulgar, ni siquiera pude sentir dolor, aquel par reía con tanta efusividad de sus comentarios que no notaron la sangre traspasar el bolsillo y manchar la bata.
—Lo supe desde que lo vi en el hipódromo, le dije a su padre, Andrew, este hijo tuyo será grande, era imposible no notarlo con su disciplina y su talento, como no, ser el neurocirujano del turno más difícil de este hospital, ¡tu padre estaría orgulloso!
Lo estaría, claro, pero de haber estado con vida ustedes estuviesen buscando la forma de matarlo nuevamente...
—Por desgracia él no está con vida, y dudo que haya venido a alagarme solamente...—esbocé con fingida serenidad sin dejar de sonreír.
—Claro, muy observador, como tiene que ser...— comentó Arnold, aquella noche parecía no querer dejar de lamerme el culo.— He venido a hacerte una propuesta, tómalo como la oportunidad de tu vida...
Qué bueno, había llegado para pedirme que lo asesinara, yupi...
—Le comenté a Arnold que tus noches aquí eran muy rutinarias y que te sentías, como decirlo... aburrido, estas muy joven para desperdiciar tu talento e inteligencia en traumatismos...—intervino Lorenz.
—¿Qué te parece? Necesitaba un neurocirujano de confianza que tratara a mis pacientes con la paciencia que se merecen, eso sí que será un nuevo reto para ti, ¿no lo crees?—propuso Arnold.
Lo que fuera que aquel hombre se tramara no debía ser para nada bueno, su mente solo me pedía que aceptara lleno de miedo y desesperación, como no, estaba a punto de quebrar, la mayoría de internos se habían suicidado y otros ya no soportaban el tratamiento con electrochoques y comenzaban a ponerse cada vez más agresivos, el estado cerraría pronto su hospital, ya no tenía dinero para pagarle a sus abogados, Andrew Malkavein había muerto para seguir prestándole dinero, había escuchado que su mujer ya lo había abandonado, que sabia había sido.
¿Lo ayudaría? ¿Lo sacaría de la quiebra y le salvaría el pellejo de manos de sus pacientes agresivos? Pensarás que me negué de inmediato, me gusta pensar que soy un hombre de pensamiento rápido y por lo tanto tomo decisión con rapidez de las cuales, no suelo arrepentirme. Acepté.
¿Por qué? Andrew Malkavein no había muerto, eso debían entenderlo de una vez por todas, él no se hubiese negado, era demasiado profesional como para dejar la vida de un paciente a cambio de su orgullo, haría el trabajo, lo haría como más nadie lo hubiese hecho, que el hijo de su enemigo se llevase el crédito de lo que ellos no habían podido, en segundo lugar, quizás allí se conseguía lo que había esperado, un paciente con sus mismos síntomas, y en tercer lugar, y lo más importante, debía mantenerme cerca de mis enemigos. Descubrir de una vez quienes eran los implicados.
La emoción y la incredulidad se podía reflejar en el rostro de Arnold quien no solo se limitó a agradecerme sino además se tiró sobre mí con un abrazo, cuanta alegría, le estaba dando un halo de esperanza a un hombre con la vida deshecha, disculpa sino me seco las lágrimas, tanto entonces como ahora, por mi mente solo pasaba la idea de empujarlo al suelo y escupir su cara.
Posterior a eso volví a estrechar su mano, me despedí con una reverencia de ambos y salí de la oficina; por el camino, mi rabieta de adolescente parecía salírseme de los poros, clavar mi dedo en la hoja del bisturí no era suficiente, algunos bombillos de las lámparas de la sala explotaban a medida que pasaba por debajo de ellas, llevaba cara de pocos amigos, las enfermeras que caminaban de un lado a otro se veían horrorizadas sin entender lo que ocurría culpando el cableado del hospital.
Llegando a mi zona de trabajo el cual no era otra que el quirófano, saqué la mano del bolsillo y vislumbré una profunda herida en mi dedo pulgar con la hoja aun incrustada en este, la sangre no paraba de salir y me había manchado parte del antebrazo, no lo tomé en cuenta, apenas saqué el bisturí busqué en la estantería una bolsa de sangre de transfusiones, arranqué el seguro y succioné de esta con la misma desesperación que un recién nacido al pecho de su madre.
No soportaba tanta hipocresía, del solo pensar que seguramente tendría que verle la cara a ese sujeto con frecuencia, me irritaba, sin embargo, no debía dejar que mis emociones sosegaran mi plan o que eso interfiriera con mi profesionalismo, no les daría el gusto de verme fallar, sonará paranoico, quizás solo trataban de ayudarme y de buscar el bien común, pensarás tu, muchas veces hubiese deseado solo pensar eso y así quedarme tranquilo, gracias a Dios, no lo hice.
Días después recibí una llamada del director del hospital, era para informarme que Arnold Shwarschild me esperaría en su hospital psiquiátrico para presentarme un caso que deseaba atender, sin muchas ganas acepté y quedé en ir a eso de las seis de la tarde.
Habían dado las cinco y media, apenas comenzaba a arreglarme cuando Marie avisó que había llegado un coche negro perteneciente al hospital mental Neue Hoffnung (nuevas esperanzas), curioso nombre para un lugar del cual se entra para más nunca salir, era un tétrico coche seguramente amueblado en el interior de la cabina especialmente diseñado para los pacientes, nada más divertido que viajar en un coche para locos.
Puse mi corbata rápidamente y tomé mi bata para irme, Marie no se sentía muy a gusto de que aquel viejo colega entrara nuevamente a nuestras vidas, no era para menos, todos teníamos nuestras reservas sobre él. Apenas entré al coche pude echar ojo por los barrotes que separaban el asiento trasero de la cabina, ojalá hubiese apostado un millón a alguien, había dado en el clavo con respecto a las paredes acolchadas, reí por lo bajo sin ofrecer explicación al cochero y al cabo de veinte minutos llegué a aquel dichoso hospital.
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