Capítulo 35: Propuesta inesperada


Sin embargo, mi primer mes de trabajo no era lo que yo había esperado, no recordaba haberme aburrido tanto ni siquiera en la biblioteca de la universidad, las jornadas de doce horas más aburridas que se pueda imaginar, parecía que los vieneses sentían grata diversión en caerse de cabeza y partirse el cráneo con la acera, otros simplemente eran internados por ataques epilépticos incesantes que requirieran operación, aquel solo fue un caso aquel mes, eran convulsiones con intervalos de cada cuarenta minutos, tenía horrorizada a su mujer, un tumor que debía ser extirpado.

De vez en cuando conseguía a Eleanor por los pasillos y solo me tomaba un momento para saludarla, ella sí que se veía ocupada, nunca dejaba de correr de un lugar a otro, me imaginaba como podría tener las nalgas debajo de esa falda, seguramente más firmes que las mías, por mucho, yo en cambio pasaba gran parte de la noche oyendo los chismes de las enfermeras y señoras de servicio sobre las perversiones que ocurrían en aquel hospital, nada de aquello me sorprendía, incluso pude llegar a oír que a Lorenz le daba por invitar a las "más guapas" a su despacho para "discutir un posible aumento de sueldo".

También era relativamente normal escuchar de boca de los médicos que los insumos desaparecían poco tiempo de haberlos recibido, lo que me era un lógico tráfico de estos, la corrupción de los hospitales no es algo extraño que no se vea en todos los países, no es de extrañarse de cualquier cargo querer manipular el sistema y salir ganando algo. A mi padre parecía aberrarle todas aquellas perversiones y se quejaba de constantes dolores de cabeza precisamente por eso, tenía un sentido de la moral que ahora no es más que un mito urbano, yo solo veía todo con repulsión no había nada que pudiese hacer si ellos mismos deseaban acabar con su propia raza, si eso era lo que querían, yo no tenía por qué intervenir.

No fue sino hasta un día que pude dar directamente con Eleanor a la salida de nuestro turno; si mal no recuerdo debió haber sido octubre pues las brisas frías se sentían especialmente de noche, acababa de operar a otro de mis pacientes y me sentía realmente cansado, añoraba mi cama mas que a nada en aquel momento, había dejado mi chaqueta puesta sobre la percha de la sala de esperas, no porque la necesitase, el frio no llegaba a penetrar mi piel al igual que la de los humanos, quizás porque por naturaleza mi piel es aún más fría. Justo al tomarla noté que Eleanor había tenido la misma idea, pues la chaqueta al lado de la mía era la de ella, quien al tomarla sonrió nerviosa mientras me daba un saludo frágil.

—Noche larga, ¿no crees? —intervine rompiendo el hielo mientras ayudaba a atravesar los brazos dentro de la chaqueta a lo que ella asintió con la cabeza y me agradeció.

—Supongo que son gajes del oficio, los pacientes parecen no comprender que la salud es importante...

—Ni lo comprenderán nunca, la medicina esta más adelantada que la mente de las personas, el día que tengan consciencia sobre eso tú y yo perderemos nuestros trabajos.

Eleanor rio por lo bajo haciendo una mueca de desaprobación con su cabeza, nunca charlábamos de nada que no fuese de nuestro trabajo, desconocía muchas cosas de ella, y se me hacían banales las que sabia, sin embargo, ella parecía conocerme bien, ya lo había dicho, cuan fanática era de mi música, pero en el fondo, percibía que sabia más allá de mi talento musical, espero no sonar como un egocéntrico, nunca me ha interesado estar en boca de todos de no ser como parte de mi plan para vengarme de los desgraciados de la universidad.

Eran alrededor de las seis de la mañana, el sol apenas comenzaba a vislumbrarse entre los edificios más altos, aun me quedaba tiempo para llegar a casa, sin embargo, Eleanor me había pedido que la acompañara hasta la suya, por más que intenté negarme ella solo repetía...

"Es que no entiendes..."

Por mera curiosidad de saber que era lo que no entendía, decidí aceptar, su actitud entonces cambió, su sonrisa se desvaneció y su mirada se puso seria durante todo el trayecto, sin opinar demasiado de lo que hablaba, tan solo para decir si o no en pocas oportunidades, como de costumbre ella jugaba con su cabello como si intentara ocultar su rostro detrás de este, era un hábito desquiciante, su cabello era largo hasta su espalda y tan lacio como una sábana de seda color avellana, olía de maravilla, no podía negarlo, una esencia parecida a la vainilla, quizás era su perfume o alguna loción.

—...Entonces le dije, sería interesante operarte algún día, y descubrir por qué eres así, pero es una lástima ya que no tienes cerebro...—comenté entre risas una anécdota de la universidad, una de las cuantas conversaciones que había tenido con Wilfred, ahora entiendo por qué no tenía amigos.

Aun así, Eleanor no pareció entender el chiste, pues me miró parpadeando un par de veces con aquellos grandes ojos grises y excusándose.

—Si Wilfred no tuviese cerebro, dudo que pudiese estar vivo...—comentó confundida.

Yo no sabía si darme un palmazo en la frente o dárselo a ella...

—Sólo era un chiste... ¿falta mucho para llegar a tu casa?...—dije con poca paciencia.

—De hecho, esta es...—señaló a punto abrir la reja de la entrada.— Solo caminamos cinco minutos, ¿ya estas cansado?—se mofó.

—N—No, para nada.—me excusé. Su casa seguía asombrándome. Marie moriría por vivir en un lugar como ese, pensé.

Su rostro seguía taciturno mientras cerraba, la curiosidad me estaba matando, estando tan cerca su casa del hospital no necesitaba que la acompañara nadie, ¿qué gera lo que yo no entendía?

—¿Ahora me explicaras que es lo que no entiendo?...—comenté introduciendo mi mano entre la reja para tomarla del hombro.

En seguida un rubor pintó sus mejillas y su boca se entreabrió, tragó saliva en seco, pude notar como su tiroides se movía al deglutir esta y sus ojos miraron al suelo, pero aun así no dijo una palabra.

—Me tengo que ir, Eleanor.—Advertí.— Nos vemos est...— intenté decir siendo interrumpido por ella quien negó con su cabeza de un lugar a otro.

—No deseo volver a ese lugar...—susurró entre lágrimas.

Mi ceño en seguida se frunció, por más que intentara leer la mente de Eleanor siempre se me había hecho imposible, como si no hubiese nada que leer.

—Es embarazoso, no deseaba tener que hablar de esto con nadie, ya advertí al doctor Lorenz sobre esto pero no pareció prestarle atención, y mis compañeras... ni siquiera deseo hablar de ellas ahora...

A partir de esas pocas pistas pude comenzar a deducir que ocurría entonces, en el fondo ella sabia que le sacaría la información de alguna manera, por eso me había pedido que la acompañara.

—¿Que podría ser tan grave como para que desees renunciar?

—Es...son ellos...—murmuró acercando su rostro hasta pegarlo de la reja y sin dejar de fijar los ojos del suelo.—Me acosan, Adam... comenzaron murmurando cosas de doble sentido cada vez que me acercaba a ellos, luego fueron los susurros obscenos mientras hago mi trabajo, piden que les busque objetos de cajones bajos para poder mirarme el trasero y justo esta tarde mientras asistía una operación, me... ¡me han dado una nalgada!... los he amenazado con mi padre y aun así solo se ríen y dicen que es un juego...

Todo aquello no me parecía para nada raro, ella parecía ser la típica señorita refinada que sueña con algún príncipe azul, no imagino lo que las demás enfermeras estaban cansadas de soportar, una sonrisa se dibujó en mi rostro la cual rápidamente borré, de hecho, se me hacía gracioso todo el lloriqueo, pero en el fondo sentí empatía.

—Además, mis compañeras esconden mis cosas, tuve que colgar mi chaqueta en la sala de esperas para que pasara como la de algún paciente pues el otro día tuve que subir al último piso a bajarla de la asta de la bandera del techo, ¿puedes creerlo? Dicen que es parte de la iniciación y que solo las enfermeras fuertes merecen quedarse en el hospital, también me han metido el pie para caerme por las escaleras y derramado café caliente sobre mi uniforme, ¡es una pesadilla! No dejan de repetir que no es un lugar para una niña rica como yo, ¡ya no lo soporto!

Por gracioso que me pareciera, aquello ultimo era un tanto más delicado, Eleanor era una obvia presa fácil para el acoso y las amenazas, comenzaba a molestarme imaginar todas aquellas cosas, pensar que podría ser Marie quien sufriera esa clase de acoso, no quiero ni imaginar cómo podría reaccionar yo en ese caso, ella no era diferente, pese a lo poco que la conocía me molestaban las etiquetas, quizás mi fama me precedía y era por eso que parecían respetarme hasta ese momento, de solo recordar la vez que dejé tuerto a Shippman o aquella vez en la escuela con aquel mocoso acosador. No era buena idea hacerme enfadar.

—¿Que harás entonces? ¿Pedirás transferencia a otro hospital?

—¡No serviría de nada! Podría ser la misma historia en cualquier otro hospital.

—¿Entonces que sugieres? ¿Tiraras la toalla y dejaras de trabajar? ¿Renunciarás a tus sueños para darles el gusto a un puñado de enfermeras?

—No lo sé... si solo olvidarme de todo eso, no deseo tener que trabajar con los pervertidos de ese hospital.

—¿Disculpa? Pero aún no has trabajado conmigo como para afirmar que yo soy también un pervertido...—dije fingiendo sentirme ofendido, la verdad es que seguro les ganaba en perversión a todos en aquel hospital.

—A no ser...—mencionó abriendo sus ojos como platos.

—¿A no ser que?

—Que yo solo trabaje contigo, podrías decirle al doctor Lorenz que necesitas una enfermera de confianza para una labor tan delicada como la tuya.

Mi ceño volvió a fruncirse involuntariamente, aquella idea me parecía un tanto extraña y poco práctica. Eleanor bajó la cabeza una vez y se disculpó, pidiéndome que lo olvidara a punto de irse, una vez más, sentí pena por ella, aquella parecía ser la única solución puesto que ella no parecía saber hacerse respetar.

—Está bien, veré que puedo hacer, no te aseguro nada, pero le haré el comentario al director.—comenté rascándome la cabeza.

Eleanor me lo agradeció y se despidió antes de darse vuelta y marcharse.

Una vez más se me había hecho tarde, ya el sol había salido y no me quedaba de otra que caminar lo más rápido posible hasta mi casa, ya ni siquiera recordaba cuan cansado me sentía tras aquella operación, ahora también debía lidiar con los problemas de Eleanor.

Al llegar a casa, del mismo modo que en otra oportunidad, las úlceras eran evidentes tanto en mis manos como en mi cuello y mi rostro, de ellas salía humo y un insoportable olor a carne quemada. Alexander quien estaba en la cocina leyendo el periódico tenía que trabajar después de las seis de la tarde, sin embargo, parecía haberme estado esperando para comentar.

—Hueles a barbacoa...deberías amarrarte la sombrilla de la bata, así no la olvidarías...—se mofó sin despegar la vista del periódico.

—Gracias por la idea.—comenté con poca paciencia.

No me quedó de otra que hablar con Hubert Lorenz esa misma noche, Eleanor no me había dejado alternativas. Para mi podía ser un arma de doble filo, tener sobre mí a una misma persona podría ser bueno y malo a la vez, las enfermeras siempre rotaban en cada turno, no me había aprendido el nombre de ninguna, cada una más antipática que la anterior, pero todas parecían extrañarse de mi actitud al operar, claro, como no.

Para mí siempre ha sido un gran dilema contener mi sed de sangre y carne, en el mundo animal se le llama instinto depredador, similar a lo que ocurre con los tiburones, el solo contacto con el olor a sangre era suficiente para que me desconcentrara, pero si un artista podía contener la excitación al pintar mujeres desnudas, yo podría contener mis bajos instintos.

Mi método para relajarme, aunque irresponsable, era eficaz, solo tenía que advertir a la enfermera que saldría a tomar un poco de aire o que iría por algo de agua, siempre parecían horrorizarse al escucharlo, se preocupaban demasiado, como si dejara a un niño jugando con un encendedor, pero no me quedaba de otra, mis manos temblaban y mi presión sanguínea hacia quemarme los vasos sanguíneos, así tampoco podía operar.

Quizás mantener conmigo a una sola enfermera evitaría levantar más sospechas y rumores de pasillo, Eleanor aparentaba ser más comprensiva, aparentaba...saber más de mí que cualquiera en ese hospital... mi padre me había tenido dentro de una cúpula por mi seguridad por mucho tiempo, no había tenido que lidiar con ese problema con tanto sigilo ni en la universidad, él se había ido sin antes enseñarme a aparentar ser humano.

Apenas al llegar al hospital fue lo primero que hice, una vez más tuve que esperar casi una hora para ser atendido por el director, no sabía que explicación darle a mi petición, Lorenz podría comenzar a creer que era un quisquilloso de primera, primero el cambio de turno y ahora una enfermera particular, que extraña idea aquella, seguía sin encontrarle sentido.

—Doctor Bloodmask, pase adelante por favor...—invitó Lorenz posterior a despedirse de otro médico.

¿De cuándo acá yo dando la cara por alguien que apenas conocía? ¿Cuándo había despertado en mí tanta empatía? Pude haberle mentido a ella diciéndole que el director se había negado y ahorrarme aquella incomodidad, al fin y al cabo, era solo una sugerencia, un favor que quizás cualquiera hubiese hecho, no era mi asunto si a Eleanor la manosearan al trabajar, ella misma no debía asegurar que conmigo sería diferente, yo podría ser peor que cualquier otro pervertido, pero ella parecía conocerme bien...

—¿Que lo trae por acá? ¿Mucho trabajo este mes?

—No tanto como el que quisiera...—comenté tomando asiento.

—Paciencia, le aseguro que conseguirá lo que busca un día de estos, más bien debería de aprovechar y relajarse, pero usted no es de los que se quejan, ¿hay algo más que necesite?

Guardé silencio, seguía ideando que decirle al respecto...

Me molesta que los doctores manoseen a las enfermeras, creo que yo merezco un poco de diversión también...

—Bueno, para serle sincero no creo que usted pueda hacer mucho al respecto, pero deseaba saber que posibilidades habría de asignarme una enfermera particular...

Lorenz arqueó una ceja y sonrió con incredulidad antes de esbozar una risa siseante, claro, no era para menos.

—¿Se podría saber a qué se debe semejante exigencia? ¿Pasa algo de lo cual deba enterarme? —cuestionó depositándome una mirada de incredulidad.

—No me siento cómodo dándole órdenes a una mujer distinta cada noche, la mayoría me duplican en edad y son lentas y quejumbrosas...—Aquello no era del todo falso. —Necesito asistencia joven y atenta, las guardias nocturnas son duras para el personal de mayor edad, conozco a la enfermera ideal para esto, estoy segura que la licenciada van Monderberg hará un trabajo muy eficaz...

Lorenz cambió el semblante, esta vez por una mirada más seria, se sirvió un vaso de whisky y le dio un sorbo sin dejar de verme a los ojos, fue sencillo leer su mente, sabia cual seria su próxima pregunta y tenía la coartada para ella.

—Las relaciones entre doctor enfermera están prohibidas en este hospital, si esta usted interesado en la señorita Van Monderberg tendrá que pedirle primero permiso a su padre quien tiene fama de estricto, de cualquier caso, es una propuesta ridícula, colega...

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