Capítulo 34: Fiel sombra
Precisamente tiempo después, dos semanas más o menos tras recibir mi título, fui directamente hasta el hospital general de Viena donde me habían citado para una especie de entrevista, el hospital no era diferente de lo que sigue siendo hoy día, un edificio repleto de gente con miradas perdidas en las paredes, con pensamientos negativos y alterados, rememorando las épocas en las que eran felices sin saberlo, otros con las uñas gastadas de tanto mordérselas por la ansiedad de lo que sus médicos tenían que decirles, niños llorando en la sala de espera, obstinados y con hambre, enfermeras caminando de un lado a otro con objetos en sus manos, todas de impecables vestidos blancos y miradas serias e inexpresivas, se podría decir que hasta implacables, no miraban a los pacientes a sus rostros en ninguna ocasión ni siquiera cuando se referían a ellos.
Sabía lo que se sentía estar en su lugar, sentado en aquellas heladas sillas de la sala de espera aguardando noticias del médico, clavando mi cabeza entre mis manos conteniendo la poca paciencia que me caracterizaba, mordiéndome las uñas hasta la raíz, hasta que mis dedos me sangraran y ni siquiera pudiese cerrar el puño por el dolor que me ocasionaba, escuchando alaridos desde el otro lado del pasillo que me hacían desesperar cada vez más, era el mismo cuadro dibujado por otro artista, tal cual, el mismo oscuro edificio con aquellas paredes abrumadoramente blancas, las lámparas de tenue luz en los pasillos que daba sensación de mareo de verlas por mucho tiempo, con sus indiferentes y frías enfermeras, y esos médicos que curiosamente siempre se veían muy despreocupados y sonrientes, haciendo chistes entre ellos, llamándose colegas y halagándose mutuamente, charlatanes, todos miembros de familias acomodadas siguiendo los pasos de otros antes que ellos.
Tener que esperar nunca ha sido mi fuerte, no veo cuando será el día en que mi paciencia aumente o al menos se desarrolle, llevaba dos horas esperando a que el director del hospital acabara su interminable charla en su oficina, mi espalda dolía de tanto esperar sentado en aquellas diminutas sillas, no recordaba que fueran tan pequeñas antes o no me había dado cuenta en qué momento crecí tanto.
—¡¿No te habías dado cuenta de tu estatura?!.—intervino Heissman con sorpresa.—Fue lo primero que noté la primera vez que llegaste, pensé que eras jugador profesional de basketball.
Muy gracioso...
—Mido un metro noventa y ocho de estatura, comencé a ser consciente de mi tamaño cuando debía bajar la cabeza cada vez que hablaba con alguien, y las camillas del quirófano siempre me han parecido muy bajas, era común que terminara con un severo dolor de espalda después de una cirugía.
Caminar de un lado a otro no haría que el director terminara de charlar mas rápidamente, sin embargo al abrirse la puerta para despedirse, entre risas e insinuaciones a su colega el director pareció sorprenderse de mi presencia.
—¡Doctor Bloodmask! Pero si ya esta usted aquí, que pena haberlo hecho esperar, por favor no se quede ahí, ¡pase adelante!.—invitó con educación.
Aquel hombrecillo era el típico medico retirado, gordinflón de mediana edad, con una evidente y desarrollada alopecia, su bata llevaba bordado el nombre Dr. Hubert O.Lorenz, no me era familiar de ninguna manera ni había escuchado nunca alguna referencia de él, quizás había sido transferido de otro estado o incluso de otro planeta, no me interesaba en lo mas mínimo, desconocía la dirección del hospital desde que Shubert la había abandonado, de hecho para entonces había pasado un tiempo sin saber nada de él.
—Puede que no me conozca, soy el doctor Hubert Octavius Lorenz, me transfirieron del hospital Saint Mary de Linz, soy patólogo con master en epidemiologia, o al menos lo era pues ya estoy retirado...—Indicó a medida que tomaba asiento frente su escritorio, al parecer tenia a un telépata frente mis ojos, pues había contestado cada una de mis dudas, por mi mente pasó la idea de que solo faltaba que me dijera su grupo sanguíneo.
—Pues, es todo un placer...—contesté mientras tomaba asiento.
—Espero no se sienta incómodo, pero hacía tiempo que deseaba conocerlo, el doctor Shubert es amigo mío desde hace tiempo y siempre mencionaba a los talentosos hijos del doctor Malkavein...
—¿Conoció usted a mi padre? —pregunté inquisitivamente, tal vez otro se hubiese alegrado al saber que su fallecido padre vivía en la memoria de muchos, al contrario, yo sospechaba de todos los que lo mencionaban.
—No demasiado, solo pude hablar con él una vez, era un hombre muy ocupado, dudo que haya médico en este país que no haya oído hablar de él puesto que adquirió una gran fama por sus logros, sin embargo, no es por él que lo he llamado...
Claro, su fama como el orate Malkavein dudo que no fuera tema de conversación en las reuniones de congresos médicos, donde todos pierden la ética revelando las enfermedades de sus pacientes y beben whisky despreocupadamente...
—Deseaba saber, si podía usted contribuir en nuestro departamento de neurología como cirujano, usted es joven y entiendo que podría estar buscando un cargo menos agotador y menos ingrato, el estado no se ocupa de proporcionarle comodidades a los médicos de los hospitales, por desgracia, pero en vista que su padre trabajó aquí por tantos años creí que usted le gustaría ganar la experiencia de los casos que llegan a este edificio.—propuso Lorenz a medida que servía café en una taza de porcelana que posteriormente me ofreció, yo solo pude verla meditativo antes de darle un sorbo y responder.
—Para serle sincero, ya había tomado mi decisión de trabajar aquí hace mucho tiempo, no por el prestigio, mucho menos por el dinero, lo hago por la ciencia, tómelo como una contribución a cada padre de familia que necesite salvarse para poder criar a sus hijos...
—Pues, no hay mejor sueldo que salvarle la vida a un padre de familia...—musitó Lorenz captando mi indirecta. —Créame cuando le digo que este no es un trabajo fácil, mucho menos realizarlo si se es viejo, usted tiene a su favor su juventud y su mente aún se mantiene fresca, a nuestra edad muchas cosas pasan por alto y además almacenar nueva información se vuelve muy complicado.
—Es natural, las neuronas también se ven afectadas por la senectud al igual que cualquier célula, el cerebro humano no es perfecto y tiene fallas, se estima que a los sesenta años ya habremos perdido más del diez por ciento de nuestras neuronas y eso implica obviamente deterioro de las capacidades cognitivas..
Lorenz rió por lo bajo mientras asentía con la cabeza.
—Francis tenía razón, se nota que comes y respiras tu profesión...—en ese momento las palabras del director fueron interrumpidas por un leve llamado a la puerta. —En ese caso el trabajo es suyo doctor, si es tan buen cirujano como lo es de pianista, me alegra que forme parte de nuestro equipo. —mencionó a medida que se acercaba a la puerta.
Al abrirla sentí una sensación de sorpresa que seguramente se volvió obvia en mi rostro, casi tanto como en el rostro de quien entraba en la oficina...
Fueron sus ojos los que delataban su identidad, detrás de ese inmaculado uniforme blanco era otra persona, sin embargo no pude dejar de detallarla, aquellas largas piernas medio visibles bajo aquella falda que cubría poco mas debajo de sus rodillas, su pequeña cintura y delgada contextura, por primera vez veía su rostro despejado de su cabello el cual llevaba peinado en un moño, pero sus ojos grandes y grises iguales a los de una muñeca de porcelana identificaban a Eleanor en cualquier lugar, no sabía si sentirme aliviado de conocer a alguien en aquel hospital o confundido por los frecuentes encuentros con ella.
El silencio que había albergado la oficina unos segundos se vio desvanecido cuando Lorenz intervino aclarándose la garganta.
—Disculpe la molestia, doctor, pero lo solicitan en la recepción...—musitó Eleanor, sus mejillas se veían sonrojadas y titubeaba al hablar como quien se pone nervioso frente a un jurado.
—Señorita Van Monderberg, le presento al nuevo neurocirujano del hospital...—comentó Lorenz sin terminar la frase.
—Doctor Adam Bloodmask, es un placer conocerla...—dije irónicamente mientras besaba el dorso de su mano.
—El placer es mío doctor. —comentó con complicidad intentando no reír.
Posterior a esto Lorenz se excusó dejándonos solos en su oficina.
Nuevamente un silencio incomodo se hizo presente, Eleanor no dejaba de mirar fijamente el suelo mientras pasaba algunos mechones de cabello por detrás de su oreja, esto parecía ser su hábito más característico.
—¿Y desde hace cuánto trabajas aquí?.—pregunte en un intento por romper el hielo.
—Comencé esta misma semana...
—Ya veo... no creí conseguirte trabajando en un lugar como este...
—¿En serio? ¿Y por qué no?
—Pues las comodidades no son las mismas que si trabajaras en una clínica privada, no te ofendas, pero nunca me has parecido la clase de chica que prefiera pasar largas horas laborales por un sueldo miserable, las chicas que van al teatro a oír música clásica no creo que les interese esta carrera.
Eleanor río cubriéndose la boca con sus delgados dedos.
—Lo mismo podría pensar de ti, un pianista como tú debería estar acostumbrado a vivir con más comodidad y mejores salarios de lo que podría ofrecer este hospital y aun así, henos aquí...
Touché...
Su argumento bastante válido me hizo reír, tal como pensaba Eleanor no era una mujer común, había algo extraño en ella, no lograba asimilar como una joven adinerada podía interesarse en una vida tan poco glamurosa, tal vez intentaba torturar a su padre, era un capricho, o en realidad era toda una filántropa.
—Pues supongo que es algo que tenemos en común, me alegra conocer a alguien en este lugar...
Aquellas palabras, aunque no del todo falsas, las había pronunciado para estar políticamente bien con ella, en el fondo seguía preguntándome si era posible que nuestros encuentros fueran pura casualidad o algo más.
No divagué más tiempo pensando sobre eso, salí de aquel lugar con el mismo sigilo con el que había entrado, no deseaba saludar a más nadie, sabía perfectamente que en aquel hospital trabajaban aun los colegas de mi padre, lo menos que necesitaba entonces era un apretón de mejillas y que me recordaran cuanto había crecido.
Era casi mediodía, siempre se me hacía todo un desafío llegar a casa a esa hora sin que nadie notara las ulceras que se formaban en mi piel descubierta cuando el sol daba con esta, por si fuera poco había olvidado la sombrilla en casa y tuve que cubrirme del sol con mis manos, tomar el turno nocturno del hospital era menester, sin embargo me preocupaba lo lejano que se me hacia este de casa, había entendido entonces las continuas quejas de mi padre en su diario.
Aquel verano parecía ser el más caluroso de todos, el cielo estaba completamente despejado, parecía querer poner en evidencia mi debilidad frente al mundo y quemarme vivo, en el Danubio se podían ver parejas en botes, así como otras sentadas en los parques almorzando, otros en bicicleta y del resto caminando tomados de la mano, todo eso para mí no era más que un concepto que desconocía, ni siquiera logro entender al sol de hoy el concepto de romance.
Apenas llegué a casa pude exhalar aliviado de aun conservar parte de la piel de mis manos y que al echarle un vistazo ésta parecía regenerarse con rapidez. En casa todo era siempre lo mismo, Marie parecía haber desarrollado una obsesión compulsiva por la limpieza y no permitía que ninguno de nosotros nos sentáramos en la sala a no ser que hubiesen invitados, como si alguna vez fuese a haberlos, ella no perdía las esperanzas de hacer vida social algún día, cosa que para Alexander era algo innecesario, más para él que para mí, quien pasaba todo el día en su habitación encerrado, bajando un par de veces para buscar comida, creo que tampoco frecuentaba el baño pues su cabello siempre estaba mugrosamente largo.
—¡¿Pero ¡¿qué diablos te ha pasado ahora?! ¡Mira como traes las manos!.—exclamó Marie horrorizada mientras yo cerraba la puerta del vestíbulo a mis espaldas.
—Parece que olvidas que vives con dos chupasangres...—murmuré fastidiado.
—¡Un día de estos te calcinarás vivo en plena calle! Las sombrillas son para usarse no para dejarlas llevando polvo como todas las cosas en esta casa...—gritó histérica, sus continuas riñas me molestaban cada día más y parecían no cesar.
Llegué a creer que se debía a su síndrome premenstrual pero tal parece que siempre lo poseía, tuve que descartar la idea, falta de marido, eso era quizás, sería posible que su himen comenzara a molestarla, ya llevaba veintidós años con él, seguro era eso...
—¡Te prohíbo que pongas un pie fuera de esta casa a plena luz del día!.—vociferó.
Me había mantenido callado hasta llegar al final de las escaleras, aquel comentario me hizo reír.
—Entonces debo suponer que serás tú quien ponga el pan sobre la mesa en ese caso, tú y Alexander son unos vagos de mierda, búsquense un trabajo y dejen de molestarme...
A pesar de que nunca me había pesado cargar con aquellos dos, deseaba que ellos comenzaran a valerse por sí mismos, no pensaba irme a ninguna parte, pero siempre surgía la idea que algún día no estaría para ellos, y creo que de no haber dicho aquellas palabras, las cosas hubiesen seguido iguales.
A la mañana siguiente Alexander me sorprendió con su largo cabello y su espectral piel blanca despertándome en el medio de la oscuridad de mi cuarto para mostrarme algo que llevaba en sus manos.
—¿Quieres matarme de un susto?—ladré mientras le arrancaba una especie de papel que llevaba en sus manos.
Se trataba de un contrato de la universidad de Viena.
—Ya puedes comenzar a tener más cuidado con lo que dices, vago de mierda...—murmuró Alexander con ironía en sus palabras.
Yo solo solté una risotada, no era común que él se enojara, de hecho, nunca se veía enojado, siempre estaba demasiado serio en casa, sin embargo, fuera de ésta parecía una especie de hormiga intentando no ser aplastada, sin mirar a nadie directamente a sus ojos y no hablar más que lo necesario, la pena lo dejaba mudo y con las mujeres era aún peor, siempre venía a mí el pensamiento de que moriría virgen o se volvería sacerdote franciscano o monje tibetano.
El contrato era para nada menos que el trabajo de profesor universitario en la facultad de ciencias, asignaturas con números, en otras palabras, también era un puesto fijo como investigador en el área de física, no me cabía duda de que mi hermano tenía mucho que aportar, además la paga era bastante buena. A pesar de no tener título universitario, en la universidad no desperdiciarían a un genio como él, no me quedó de otra que felicitarlo y meterme las palabras por el trasero.
Sin pensarlo dos veces ese mismo día llamé a Lorenz por teléfono indicándole que si se sentía tan interesado en tenerme dentro de su equipo de neurología yo solo aceptaría el turno nocturno, sin dar demasiadas explicaciones, solo expliqué que del resto del día estaría siempre ocupado. El director no ofreció ni una queja, al contrario, solo me dio a entender que no habría ningún problema y que el lunes seria mi primer día, casi me sentí ridículo al idearme toda una historia como motivo de mi propuesta.
—¿Te sentiste nervioso? —intervino Heissman.
—No. Posiblemente ansioso, por más siniestro que suene, ansiaba que ocurriera lo peor, deseaba ver los estragos que las personas podrían sufrir si su sistema nervioso colapsaba, todo lo que fuese necesario para comprender la muerte de mi padre. No me malentiendas, no deseaba el mal de ninguno de mis pacientes, siempre sentí la necesidad de ayudarles y sacarlos de sus problemas, pero suturar heridas y operar tumores no atenuaban mi sed de conocimiento.
—Entiendo...
—Es algo parecido a lo que buscaste conmigo...
—¿Cómo? —cuestionó Heissman con fingida inocencia.
—No mientas al decir que no estabas cansado de tu rutina, que clase de psicólogo no le gustaría atender a un ser no humano, más uno con tu trayectoria, debes estar cansado de evaluar adolescentes deprimidos por los divorcios de sus padres o mujeres traumadas por acoso sexual...
—Pues, efectivamente, todos mis pacientes son distintos, pero a veces llego a pensar que la raíz de sus problemas viene todos de una misma parte de su mente y eso es algo que me entristece, me incliné por esta profesión porque me aburre lo monótono y lo repetitivo, espero que tu seas quien le ponga fin a esa percepción.
—Me dejas una gran carga sobre los hombros...yo solo estoy aquí para contarte mi historia, esperemos que eso sea suficiente...
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