Capítulo 32: Talentos inhumanos
Capítulo 32: Talentos inhumanos
Día 5
Sesión con Adam Bloodmask
Día tras día, consigo las calles de Viena más solitarias, no puedo quejarme, de hecho, se ha vuelto mi nuevo hobbie acelerar en cada semáforo en rojo, ni siquiera los policías quieren dar la cara, una vez que la luz del día se ve opacada por algunas nubes, es motivo suficiente para que las personas corran hasta la seguridad de sus hogares, jamás me había sentido mas cómodo.
"Buenas tardes, encanto"...
Era la frase que repetía cada vez que entraba por la puerta del consultorio de Heissman. Esa estirada secretaria algún día me sacará a patadas del lugar y tendrá la razón en hacerlo, esta vez solo tuve que llevarle una barra de chocolate para que esta me mostrara su mirada poco paciente, apenas me dio tiempo de lanzarle un beso entré a la oficina. Gregor se veía mas serio que de costumbre.
—Doctor Bloodmask...—saludó Heissman con un apretón de manos, llevaba cara de pocos amigos.
—Déjame adivinar, acaban de comprobar la homosexualidad de Freud y por eso tienes esa cara...
Heissman sonrió mientras subía sus anteojos por su tabique.
—Las cosas no se le escapan a los vampiros, ¿no es así? Por que mejor no lees mi mente y averiguas la verdad.
—Eso no seria divertido.
—¿El mundo alguna vez volverá a ser como recordamos?—intervino con amargura.
—Los cambios son siempre irreversibles, aunque todo vuelva a ser como antes, nuestra mente se adapta al cambio...
Heissman tomó asiento y mirando fuera de la ventana encendió un tabaco.
—Claro que un hombre con tus habilidades no debe verse afectado con la realidad actual.
—Ya te habías demorado en preguntar por mis habilidades.—añadí con ironía
Te alegrará saber que fue justamente en mi época universitaria cuando descubrí más talentos ocultos. Tengo la teoría de que el estrés me hacia generar nuevas habilidades que antes no tenia o quizás perfeccionarlas.
La primera que pude descubrir si mal no lo recuerdo fue la telekinesis...
Así como mi fascinación con los relojes había surgido, yo mismo comencé a cuidar de todos estos en casa, yo mismo era quien les daba cuerda y reparaba en caso de que lo necesitasen, sin embargo no había objeto mas temperamental en casa que el viejo reloj de madera de ébano, era aquel un antiguo reloj de pared pasado de generación en generación por los Malkavein, mide exactamente dos metros treinta de alto cuyo sonido al dar las doce del día era tan estruendoso como enloquecedor, además tenia la manía de desajustarse justo cuando debían dar las tres de la tarde, a veces ni siquiera me tomaba las molestias de ajustarlo, pues era tan viejo y ruidoso que no dejaba ni escuchar tus propios pensamientos.
Cada tarde, tenia la costumbre de estudiar en la sala frente a la chimenea, no muy lejos de aquel reloj, ya eran pasadas las dos, sin embargo las manecillas hacían un ruido espectral por cada minuto que pasaba, era como si alguien estuviese dando pasos dentro de mi cabeza, no logro entender como mi padre conservaba aquel viejo reloj desquiciante, sin embargo nunca tuvimos en mente tirarlo. Aquel fuerte sonido me enloquecía de minuto a minuto, hasta que me vi en la necesidad de levantarme y acercarme hasta aquel tirano, entonces lo abrí con las intenciones de pararlo, al menos unas cuantas horas, sin embargo, su fuerte tic tac no me dejaba tomar la decisión, a lo que simplemente miré las manecillas con desprecio, encolerizado.
De pronto, antes que el reloj diera un minuto más, el segundero se paró en seco, a exactamente las dos y treinta y cuatro minutos con cincuenta y nueve segundos, recuerdo que solo fruncí el ceño con escepticismo antes de marcharme a la cocina a buscar algo de comer, tal vez solo había sido mi imaginación, ¿cuantas veces te ha pasado que miras un reloj deseando que este se detenga y así sucede? Lo primero que pensé fue que había sido solo una casualidad, una ilusión de mi mente producida por el hambre, daba por hecho que vuelto a ver el reloj ya estaría andando con naturalidad.
Sin embargo, al salir de la cocina, comprobé que las manecillas no se habían movido, tomé esto como la oportunidad de seguir con mis estudios, pero, con que mente iba a poder estudiar ahora que había ocurrido esta novedad, por más que intentara concentrarme en lo que hacia, mi mente divagaba en este hecho.
Tomé mi reloj de bolsillo y caminé nuevamente hasta el salón del reloj, miré la hora y ya había pasado hora y media, nuevamente vi las agujas del reloj de pared, fijamente, y con la seguridad de que mi teoría era cierta y se repetiría aquel sucedo, las manecillas comenzaron a girar solas, hasta detenerse a las cuatro de la tarde, sin darme cuenta mi mente había desarrollado la habilidad de telequinesis por si misma.
A pesar de lo grato que se sentía tener control de los objetos con mi capacidad mental, no era algo que hiciera fuera de casa o presumiera demasiado, solía practicar con objetos mas pesados o diminutos cada vez como agujas o incluso la estufa, pero con el tiempo me aburrí y solo lo usaba en momentos de pereza para no levantarme a tomar un libro de la biblioteca, por ejemplo.
También recuerdo la vez en como descubrí la telepatía, a pesar de lo sorprendido que me sentía entonces, no me pareció nada extraño dominarla.
De costumbre Marie lavaba los platos apenas terminaba de comer, comenzaba a rezongar sobre cuan flojos éramos, que algún día se iría a vivir con su futuro esposo y entonces la casa se caería a pedazos en nuestras manos, entonces yo recogía la mesa cuando respondí ofendido a una de sus frases.
—Pues si tanto te molesta, deberías irte de una buena vez...
—¡¿C—Como?!—replicó ella con tono confundido.
—Tu misma lo has dicho, cito, "apenas consigas al hombre indicado, dejaras esta polvorienta mansión para que nosotros hagamos con ella la guarida que siempre hemos deseado". Como si eso fuese a suceder...
—Y—Yo no dije tal cosa...—tartamudeo con tono preocupado.
Alexander quien hacia lo mismo intervino secundando a Marie.
—Yo no la oí decir nada de eso, Adam...
—No lo dije, pero...si lo pensé.—musitó aquello último.
No pude dejar de sentirme extrañado, sin embargo solo pude dejar salir una risotada, ya ni yo mismo conocía de lo que era capaz, nuevamente aquellas cualidades me habrían un mundo de posibilidades casi ilimitadas y de facultades que nadie mas poseía, pese a que sonaba como la perfecta forma de abrir mis caminos e incluso fuese un regalo del cielo, para mi no eran mas que secretos que debía guardar.
Sin embargo si había algo en lo que me gustaba poner en practica la telepatía, era para saber con exactitud la opinión de la gente sobre mi, cuantos me envidiaban, cuantos deseaban quitarme del camino e incluso cuantos sentían temor o incomodidad al estar cerca de mi, no obstante existían dos personas a las cuales no podía leerles la mente, uno, era a mi hermano Alexander, puesto que sin referirme nada, el mismo había aprendido la telepatía y sabia como proteger su mente de la mía, no me extrañaba en lo mas mínimo, el siempre ha sido un enigma para muchos, incluyéndome.
—¿Que hay de la otra persona?—añadio Heissman.
—La otra persona, era nada menos que Eleanor.
Su mente siempre parecía no pensar en nada, era extraño y abrumador querer entrar en ella, como si cada palabra que saliera de su boca no la estuviese pensando en lo más mínimo.
—Supongo que te habrás sentido mas interesado en ella después de descubrir eso...
—¿Yo?...no te mentiré, cualquiera se siente interesado en lo desconocido, pero para mi era mas abrumador que interesante, por lo que deje de intentar entrar a su mente.
Heissman rió a la vez que negaba con su cabeza.
—Que tentadora es la idea de la telepatía para nosotros los psicólogos... ¿eso quiere decir que has estado leyendo mi mente todo este tiempo?
—¿Por que tendría que hacerlo? Eres tu el que intenta descifrar la mía, no me interesa que pueda pasar por tu mente, ni mucho menos que pienses de mi.
—¡Que alivio!—dijo inescrupulosamente.—Pero, supongamos que te creo... como puedes demostrarme que es verdad si en este caso, mantengo mi mente en blanco...
—Si mi sueldo dependiera de ello, solo bastaría con hipnotizarte para poder entrar a tu mente, pero ya que éste no es el caso ¿te gustaría jugar un partido de póquer?—mencioné sacándome una baraja del bolsillo interno de mi bata.
Heissman rió sobresaltado.
—¿No me digas que llevas un mazo de cartas guardado dentro de la bata por si surge la ocasión?
—Pues, te sorprendería que otras cosas llevo guardadas en mi bata...
De este modo, Heissman repartió las cartas, a lo que yo sonreí al ver la mano que me había tocado, el loquero también se veía confiado.
—Parece ser que usted, doc, tiene una buena mano...—añadió mirando por encima de los cristales de sus anteojos.
—Así es, pero me temo que no mejor que la tuya...—inquirí con ironía.
Me había percatado de la trampa el psicólogo tan solo leyendo su mente, con mucha habilidad, había guardado una carta en el bolsillo de su pantalón, movimiento que no pude percibir gracias al escritorio, con lo cual solo tuve que sacarla telekineticamente.
—Pero que tramposo...—reproché apenas la carta había llegado a mis manos, Heissman no parecía sorprendido, en cambio, si se veía fascinado.—Con esta carta habrías tenido una perfecta escalera de color, sin embargo ni aun así habrías podido ganar...
—¿Y como sabes que pretendía tener una escalera de color? ¿Pudiste ver mis demás cartas gracias a mi mente?
—En realidad, puedo verlas fácilmente por el reflejo de éstas en tus lentes...—me mofé
—¿Y que es lo que escondes ahí tu?
—Una escalera real...—revelé las cartas sin evitar sonreír.
—¡Vaya, vaya! Es cierto que a usted no se le puede ganar, doctor Bloodmask...
Sin embargo eran los libros los que mas parecían ignorar el diagnóstico, aquel librero que decoraba por completo la pared de su habitación y albergaba mas de cien libros diferentes de medicina al mismo tiempo que de exorcismos y atlas de demonología, ni siquiera aquellos últimos me daban la respuesta.
Fue entonces que una tarde lo conseguí, no era precisamente lo que buscaba, mis parciales estaban cercanos, como cualquier estudiante no podía dejar de sentir cierta ansiedad, no buscaba algo así entonces, pero era lo que necesitaba. Tras sacar un libro de neurología sobre mis pies cayeron un par de pesadísimos libros de anatomía, maldije para mis adentros, y fue donde lo conseguí, escondido tras aquellos obesos libros, el diario de mi padre.
Tal cual como ahora, solo que sus páginas no estaban tan manchadas, lo que más llamó mi atención fue la bella cubierta de cuero. Diario de Andrew Joseph Sebastian Malkavein troquelado en la portada con una correa que lo sellaba, no podía creer lo que mis manos estaban sosteniendo.
Siempre fui consciente del amor que mi padre sentía hacia aquel libro, sin embargo creí que la tierra se lo había tragado junto a su carne, habían pasado tantos años y nunca había dado con el.
Inconscientemente mis piernas se flexionaron, sentándome en el borde de la cama, eché un vistazo a la cerradura de la puerta, pasando el seguro con telekinesis.
En el no había escrito nada que ya yo no conociera, mi padre era un libro abierto para cualquiera que llegase a conocerlo, un hombre sin complejos ni secretos mas que la verdadera identidad de nosotros, aun así me sentía inseguro de abrir la correa, no deseaba saber cosas de mi padre que me hicieran cambiar mis memorias sobre él, sin embargo la curiosidad mató al vampiro en esta ocasión.
Tal y como lo había predicho aquellas paginas estaban llenas de no solo hechos sino además, de la esencia de él, no pude evitar sonreír tras leer sus anécdotas sobre mi niñez, ¿cuando había dejado de ser feliz? Claro. Fue tras su muerte...
No era lo que buscaba, pero si era lo que necesitaba, aquellas letras parecían haber estado escritas de manera atemporal, como si en el fondo el hubiese sabido que las necesitaría leer en el futuro o como si su fantasma las hubiese escrito para mi en ese momento.
Mi paz era evidente entonces, pude haber leído completamente el diario en una sola noche, de no ser porque al ojearlo me encontré con desperdicios de roedores pegado de los bordes de algunas páginas, no era para menos, estando la habitación tan abandonada, no nos dedicábamos a limpiar a fondo puesto que deseábamos que aquella habitación estuviese lo mas intacta posible, pero no podíamos dejar que la peste negra invadiera la casa, así que me dediqué yo mismo a poner trampas en cada esquina de la casa.
—¿No era más fácil comprar un gato?—comentó Heissman con ironía.
—Nunca he sido fanático de los gatos, tal vez porque son muy malgeniados, siempre me han gustado más los animales domesticables, y los gatos, tienen mucho en común conmigo, realmente no quisiera tenerme a mí mismo de mascota.
Un día pude oír el sonido de una de las trampas, el animal había caído y yo estaba ansioso con poner en marcha mi nuevo plan macabro...
Bajé las escaleras como lo que era, un depredador a punto de dar con su presa, tal como lo había imaginado el descarado volvería, al verlo pude que se trataba de una rata, bastante grande y gorda, habría sentido asco por ella de no ser porque al contrario sentí amor a primera vista.
—¿D—De la rata?!
—Que te puedo decir, se veía tan pálida e inquieta como yo, al instante se me ocurrió qué hacer con ella.
Por asqueroso que suene, la tome entre mis manos y decidí quedármela, me la quedaría para hacer con ella lo que no podría hacer con los humanos, experimentos. De este modo me quedé con el animal tal como un niño se quedaría con un perro callejero, por más repulsión que mi prima le tuviese, como era de imaginarse, apodé al roedor con el nombre que mi propio hermano me había recomendado.
—Se parece al emperador Leopold quinto...
Nunca entendí que le veía de parecido, pero el nombre me agradaba, no había nada más irónico que una rata con nombre de burgués.
En mis ratos libres en casa, además de estudiar, ponía en práctica ciertas teorías experimentando con Leopold, era un animal sumamente inteligente, con un comportamiento bastante similar al de los seres humanos así como una anatomía y un sistema nervioso muy parecido.
Aquel era mi último año en la facultad y había comenzado con mi especialidad. No solo ya me había aprendido de memoria todos los libros de neurología, para mi, el complicado sistema nervioso no era mas que una selva ramificada que conocía como la palma de mi mano, podía hacerme la idea de las terminaciones dendríticas de los pacientes, tal vez era otra nueva habilidad de vampiro, o tal vez estaba loco, como sea, con Leopold ya había aprendido a hacer sufrir con el uso de mi telequinesis, al menos solo a el, ya lo conocía perfectamente, comprendía su sistema, y el apenas era del tamaño de la palma de mi mano.
Con tan solo colocar mis dedos sobre su tórax, lograba hacerlo convulsionar y retorcerse del dolor, algo muy similar a lo que mi padre experimentó poco antes de morir, sin embargo no supe medir mi fuerza y maté al pobre Leopold en una ocasión, al momento solo tuve que darle un poco de rcp, el logró recuperarse, y seguía tan dócil como siempre, nunca comprendí por que era así, solo esperaba en su jaula todo el día hasta que llegara el momento en que yo lo torturara, sentía pena por el, pero para compensárselo, nunca le hizo falta alimentos. Tal vez de eso se trataba.
Día tras día me había apegado mucho con él, y el conmigo, era común que lo llevase entonces conmigo a la universidad, lo guardaba en el bolsillo de mi bata y el permanecía tranquilo hasta llegar a casa, aunque algunas veces debía sacarlo a hacer sus necesidades.
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