Capítulo 115: La otra cara del gobernador
Según cuenta la leyenda, ése erudito del siglo XV habría practicado hechizos y pactos satánicos para conseguir la inmortalidad, vendiendo así su alma al demonio Mephistopheles.
Un día conseguimos un grueso libro lleno de pasajes satánicos y ocultismo, un libro escrito en diferente lengua que a juzgar de su extenso material y cantidad de pentagramas, supimos que se trataba de un libro de hechicería antigua. Éste, sin ánimos de ocultar demasiado, había firmado la última página del extenso texto como "propiedad de Johann Fausto", razón por la que sospechamos de aquella loca teoría. Nuestra vida nunca volvería a ser la misma. Al ser descubiertos esa misma tarde, fuimos severamente castigados, el apacible rostro de ahora Amadeus van Monderberg, disimulaba su macabra intención, un terrible destino para Lilith, a la cual mantuvo prisionera por un buen tiempo, y para mí.
Para entonces Lilith vendía máscaras y artesanías con el resto de gitanos vampiros, todos éramos soldados del antiguo Hadjuk, ella necesitaba tanto su libertad como cualquier nómada que nunca se mantiene en un solo lugar de forma estable. Nuestro castigo fue fuerte, habíamos descubierto que la verdadera identidad de ese hombre es nada menos que la de Johann Fausto, quien intentaba, a toda costa, descubrir el secreto de la inmortalidad.
Sin embargo, el resultado no fue el que él deseara, aquel hechizo antiguo de inmortalidad tenía un gran punto débil, y es que, él debe cambiar de cuerpo cada cierto tiempo, cuando lo ve necesario. Primero fue Fausto, después Arnold Paole, luego Amadeus Van Monderberg, no sabemos en qué pueda estar renaciendo en estos momentos, siempre ocupando cuerpos sin vida con la misma consciencia, sin pasar por la tediosa fase del nacimiento humano. Es la maldición con la cual debe cargar, este ciclo no para, a pesar de que creía que así seria al volverse un vampiro gracias a Lilith, la inmortalidad para ese hombre no es como para ti...
—Me estas viendo cara de imbécil, Shubert...—comenté.— ¿De veras piensas que voy a tragarme esa loca historia de reencarnación?
—Me encantaría que fuese una invención, pero no se trata de reencarnar, es más como una posesión, y no hay otra historia que deseaba contarte que no fuera ésta, hijo. Te mereces la verdad.
—No me llames hijo, yo no soy tu hijo...—reclamé.
—¿Como estás tan seguro?...—inquirió Shubert levantando una ceja.
De repente mi ceño se frunció, confundido y tenso a la vez. No pude dejar de sentir un escalofríos recorrer mi columna.
Mi castigo aunque más piadoso, no fue menos doloroso. Van Monderberg me había ordenado a seguir sus ordenes al pie de la letra, de algún modo no podía desobedecer, me había ordenado a ayudarlo experimentar con tu madre con aquellos libros de invocaciones. Conseguir la verdadera inmortalidad, la más sublime y perfecta que desafiara las leyes naturales. La encerramos y encadenamos de brazos y piernas con una figura de sal dibujada debajo de ella. Los improperios que Lilith gritaba y nos decía solo se podían comparar a los de una mujer completamente desesperada, ni su gran poder de vampiresa podría quebrantar aquella barrera mágica.
Algunos días era él quien intentaba la invocación. Otros días debía hacerla yo. Siempre nos turnábamos uno por uno, deseando que todo saliera bien. Pues a partir de entonces, podríamos ser dioses. Y lo logramos. Sin saber quién de los dos lo había logrado, vida inmortal comenzó a formarse en el vientre de Lilith. La condición era, un padre vampiro y un útero vampiro. Simplemente habíamos depositado la semilla de nuestra inmortalidad e invocando la vida dentro de ella para que cobrara forma. Brujería, alquimia, como desees llamarle. Quizás sea por eso que la criatura no salió sola sino acompañada por un hermano gemelo.
Tiempo después, van Monderberg se arrepintió de su decisión, supo que si la inmortalidad le pertenecía a otra criatura, ésta tendría poder sobre todos los demás, incluyéndolo a él. Ni mil años en un cuerpo vampiro podría restarle el poder que poseyeran dos criaturas sin una sola célula humana en su organismo. Habíamos creado una especie de deidades inmortales carentes de vestigios de humanidad como lo éramos nosotros. Debía impedir su nacimiento. Su madre murió en el parto, atada de piernas no pudo con las contracciones, no logro entender como fue que los trajo al mundo, pero la muerte de tu madre fue por culpa de van Monderberg.
—Mi castigo había sido lo que es, hasta para el día de hoy, la cosa mas dura que he tenido que hacer. Abandonarlos. Mi creación, mis criaturas. Como hombre de ciencia hubo un millón de ideas que vinieron a mi mente. Todas los incluía a ustedes ¡Los seres perfectos que ayude a engendrar y ahora debían morir a merced del destino! ¡Mis hijos!...—
Mi rostro debió haberse visto desencajado completamente, pues Shubert, que se veía tan feliz y realizado tras contar todo eso, guardó silencio, me había quedado sin palabras, pero el rencor en mi interior seguía intacto.
—Tienes todo el derecho de odiarme. Pero no sabes cuan aliviado me sentí de que haya sido su padre el que los adoptó...
...Nunca conocí a un hombre como Andrew, era capaz de ganarse la amistad de todos, con su amabilidad y generosidad atraía la atención de mucha gente, tanto buena como mala. Sentí un alivio enorme de que fuera él quien los tuviese, sabía que todo ese amor que había perdido con Emily se lo daría a ustedes sin falta. Además, así estaría un poco de tiempo con ustedes. Me había vuelto muy amigo de su padre, en gran parte se debía a mi necesidad de acercármeles, esperando el día que él les hiciera falta para así correr a protegerlos.
No obstante, como te comenté, tu padre tenia muchos enemigos, sus colegas eran los primeros. Cuando la epidemia sucumbió a la sociedad de Viena, lo primero que firmaron fue un acuerdo del cual tu padre se abstuvo de participar, erradicación a los miembros del viejo grupo Hadjuk, la ira de Van Monderberg fue de esperarse, no hubo nada que pudiese hacer, mas que volverse gobernador e ir controlando nuevamente las cosas a su modo. Para un hombre como él eso era más que simple.
Del mismo modo, un día mucho tiempo después, mis colegas no soportaban un minuto más de la nueva popularidad de tu padre, a pesar de que se hablara de él como un lunático cazador de espíritus, seguía siendo muy bien remunerado aún por sus años de trabajo en el hospital, sus honorarios eran algo que cualquiera desearía tener. Y el hecho de que su sencilla labor como cirujano de turno les haya robado aquel éxito, era suficiente para odiarlo. Cierto día en el hospital comentaron lo ansiosos que estaban por emboscarlo, Malkavein debía salir de sus vidas y darles oportunidad del éxito que se les había negado por su culpa, nunca en mi vida creí oír semejante locura. El primer plan fue con aquel viaje a Venecia, irse de vacaciones con Emily y contratar un asesino para que diera fin a su vida, sin embargo la muerte de Emily impidió tal plan. Años mas tarde volvió a ocurrírseles algo, esta vez vieron la oportunidad aquella noche con el psicópata suelto, ese hombre supuestamente poseído quien en realidad, era un vampiro.
—Y tú participaste en todo eso...—mencioné con amargura.
—¡No tuve opción! No busco justificarme. Las órdenes del vampiro mayor no se pueden romper, aunque lo desee, mi cuerpo siempre hará lo que él pida...
Como obra del destino, ni siquiera ese vampiro pudo matar a tu padre, pero si lo mandó al hospital en un estado grave. Aunque no lo deseara, debía contribuir a su muerte y terminar lo que había empezado diecisiete años antes de aquel acontecimiento. Mi castigo seguía hasta que Van Monderberg así lo deseara y lo siga deseando. Asesinar a mi amigo a cambio de haber roto la orden de matar a las criaturas inmortales. Él sabía perfectamente que no te quedarías tranquilo hasta buscar el método de asesinar a los culpables, de ese modo, la venganza del líder Hadjuk después de que hayan condenado a sus soldados estaría saldada, tú hiciste además el trabajo sucio de él asesinando a los médicos.
—¿Que le hiciste a mi padre...?—intervine a punto de perder la paciencia.—¡CONTESTA! ¿Cómo mataste a mi padre?
—¡Nada de esto hubiese sucedido si Andrew no hubiese sido tan testarudo!
—¡Mi padre sufrió ataques hasta el último momento de su muerte! Sus extremidades se gangrenaron, su sangre le quemaba, las cefaleas lo atormentaban... ¡Que fue lo que le hicieron!
—¡No tengo idea! ¡Te lo juro! ¡La jeringa ya estaba cargada! Esa es la verdad, ni Shippman ni yo lo sabíamos, pero van Monderberg si lo supo.
—No me creerás tan ingenuo como para creerte...—musité molesto.—De una rata como tú no espero nada bueno, eres capaz de cualquier cosa.
Shubert levantó una ceja y se cruzó de brazos, tal parece que se había ofendido, había un cierto tono de reproche en su mirada tan seria, lo que percibí como un gran descaro.
—Tú no te has quedado atrás.—acusó.— Todo lo que hiciste con mis colegas me parece una venganza de lo más indigesta, aunque merecida, no me queda la menor duda de que naciste para hacer correr sangre. Y respecto a eso, tengo que hacerte una pregunta.
Volteé a mirarlo con ánimos de estrangularlo, sin embargo su mirada era seria y reprochadora.
—¿Que hiciste con Lena?
Esta vez volví a sonreír, me había extrañado que su nombre no saliera a relucir antes ni siquiera en mis acusaciones.
—Fuiste tu quien la mató, ¿verdad?
—Merecía morir tanto como tú también lo mereces, seres tan miserables no saben del respeto por la vida, por lo tanto, no merecen vivir...
—La desconectaste...
—Seguí el protocolo del hospital como ella siempre lo hacía. ¿Qué tanto tiempo podía permanecer en coma? La extracción de la bala fue hace años y todo un éxito, ella no deseaba despertar, me parece un destino justo, pero por lo visto, tampoco permitiste que eso ocurriera...
Shubert volvió a voltear la mirada, suspiró sin nada más que agregar y sacó su reloj para ver la hora.
—Ya va a terminar el tiempo de visita, Adam.
—Está bien, puedes irte, eres libre de seguir las órdenes de tu amo como perro fiel...
—Ya no tiene por qué ser así.—comentó.
En seguida di la vuelta sin entender que quería decir. Fue cuando observé como deshacía su corbata y abría los primeros botones de su camisa, me miró con completa seriedad.
—Juraste que me harías pagar antes de irte de este mundo, adelante, supongo que es el último favor que te debo, hijo. Bebe mi sangre, y descubrirás toda la historia sin contar.
Me acerqué entendiendo perfectamente su insinuación. Miré sus ojos con el mayor desprecio que podía sentir por él, observando la insistencia de su petición y la seguridad con la cual la hacía. Aquel había sido su último castigo que merecía experimentar. Morir a manos de su creación.
Clavé mis uñas debajo de su mandíbula, este en seguida tragó en seco, asustado, y golpeé su cuerpo con fuerza contra la reja, ya estaba tenso, aun así se le notaba satisfecho.
Acerqué mi rostro hasta su cuello, y como pude, clavé con fuerza mis colmillos a éste, perforando su piel, sintiendo como la agonía recorría su cuerpo y sus extremidades perdían sensibilidad. Un frágil alarido ahogado intentó escapar de su garganta, la cual poco a poco se iba asfixiando y perdiendo el flujo de sangre. Al cabo de pocos minutos, su cuerpo había sido drenado por completo, cayendo al suelo sin vida.
Guardé silencio el resto de la noche, sujeto a los barrotes de la celda. Apoyando mi frente sobre estos. Indagando en los recuerdos de Shubert que ahora rondaban mi mente como si se tratara de una película, todo lo dicho había sido cierto, por absurdo que sonara, había contado la verdad antes de dejar este mundo. No por eso lo perdonaba, sin embargo, le di las gracias por su eficiencia estando en vida.
Recordé todas aquellas veces que con frecuencia nos visitaba, mi padre y él siempre tuvieron una amistad muy sólida, donde fuera que estuviésemos, estaba él, era cierto. Visto ahora a través de sus ojos, podía entender la frustración que sentía al no poder acercársenos como deseaba, llevarnos con él y estudiarnos, ocupar el lugar y la labor de Andrew Malkavein, él también tenía sus razones para quitarlo del camino y éramos nosotros, a pesar de que van Monderberg no le dejaría nunca cumplir ese sueño fraternal, tuvo que ver crecer a sus criaturas en manos de otro, llamar papá a otro que no era él. Ese había sido su mayor castigo, y como último deseo, prefería quedarse a nuestro lado, formando parte de nuestros recuerdos y ahora de mi propio cuerpo, fusionándose su sangre entre mis venas con la de aquellos a quienes se las robé durante tantos años, directa e indirectamente. Volví a darle las gracias, con una sonrisa, observando su cuerpo tirado en el suelo, inerte, mi padre o no, fue un buen sustituto y apoyo durante el tiempo que lo necesité.
Las horas pasaron sin darme cuenta, en mi ensimismamiento ni siquiera pude oír sonar las llaves del guardia que se acercaba con el resto de los policías y el propio juez en persona. Al acercarse pudieron ver con sorpresa el cuerpo de Shubert en el suelo, así como la horrible escena dentro de la celda, ni siquiera querían pensar en todo lo que debían limpiar una vez que yo saliera de ahí. La clara frustración en el rostro del capitán me hizo sonreír, apenas hizo un gesto con su cabeza uno de los guardias con pulso tembloroso sacó sus llaves del bolsillo, casi dejándolas caer al suelo las tomé en el aire y las deposité en la palma de su mano, empapada en sudor. El capitán carraspeó impaciente justo antes que el miedoso abriera la puerta.
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