Capítulo 112: Un paseo a la carnicería


El fiscal se había quedado en completo silencio, solo se veía como su respiración le hacia subir y bajar su pecho. Shubert sudaba con una mirada clavaba en el suelo y expresión preocupada.

Pasaron unos minutos donde no se escuchó ni el zumbido de una mosca. Los presentes tenían dibujada en sus rostros la más cómica expresión de horror. Otros incluso se sentían emocionados, estaban siendo testigos de un momento importante en la historia de la ciudad, sino es que incluso de la humanidad, y sentían evidente morbo de formar parte de ello entonces.

—¿No va a preguntar acerca de Shippman?...—sugerí con una sonrisa, ladeando mi cabeza, arqueando una ceja.

El fiscal no cambió su expresión, estaba tan cansado de mí como si de una molesta plaga me tratase, lo único en lo que podía pensar era lo mucho que ansiaba verme muerto.

...Matthew Shippman era el primero de mi lista. Aquel malnacido gusano... Había dado gracias al cielo que seguía vivo, así podría hacerlo ver el infierno en carne propia. Fue el único del que no tuve que investigar nada, y qué fácil se me hizo hallarlo. Ya había cumplido su condena por negligencia médica, estaba libre. Libre para sufrir su peor agonía. Lo haría desear volver a prisión, de eso no había menor duda. Como sabrás su licencia fue removida, no podría volver a ejercer por el resto de sus días. Casualmente mi contacto con la señorita Sensemann era seguido, por no decir diario, hasta los últimos días de su vida así fue. ¿Que tiene ella que ver en esto? Pues, como en los memorándum que mi hermano dejó para mi, supe que Shipmann y Leopold eran bastante amigos, información que la señorita me confirmó una tarde. Tras leer una noticia en el diario, decidí llamarla, ese fue el acuerdo.

Aquella tarde habíamos acordado vernos en una gelateria en inauguración en la ciudad, no podía dejar escapar la ocasión, la venganza es un platillo que se debe comer frio además de ser dulce al paladar. La noticia era, Mathew Shipman libre. No podía creer lo rápido que había pasado el tiempo, y me molestaba sentir que no había sido para nada productiva mi investigación. El culpable de su muerte volvía a ser libre y yo aún sin poder hallar la razón de ésta.

—El doctor Matthew y mi padre eran los mejores amigos.—recordó Katrina mientras estábamos sentados en las sillas del local. Lo que más puedo recordar era la gran copa de helado y fresas que mi interlocutora degustaba. —Desde la infancia, tengo entendido, eran inseparables. Cuando él fue a prisión, mi padre hizo todo lo posible por impedirlo, se deprimió mucho por ello...nunca lo vi llorar tanto, ni siquiera cuando murió mi madre...—comentó entre dientes.

Los pensamientos de Katrina fueron turbios, recordó entonces una discusión entre su padre y su madre con respecto al doctor Shipmann, pues éste había planteado hipotecar la casa para pagar un mejor abogado y sacarlo de la cárcel. Esto fue para su mujer un cruel baño de agua fría.

—Tengo entendido que todos eran muy amigos, tu padre, el doctor Shipman, fueron con mi padre a la universidad, ¿no es verdad?—intervine.

—Así es, parece que los cinco eran inseparables, tu padre, el mío, Shipman, Rosenzweig y Schwarchild. Eran los mejores amigos ¡y los mejores estudiantes de la facultad!

Aquello era falso de falsedad. Los queridos colegas de mi padre no eran más que un quinteto de borrachos irresponsables. De hecho logro recordar como Schwarchild siempre hacia el comentario de los días donde copiaba la tarea de mi padre en clase...

—Mi madre murió pocos días después de eso, fue un golpe bajo para mi padre ver partir a su mejor amigo y su mujer casi al mismo tiempo...la extraño tanto...

Sensemann había llorado más por el encarcelamiento de Shippman que la muerte de su mujer. Fue entonces que lo entendí. Los pensamientos de Katrina al tocar este tema eran oscuros, de hecho, también sentía rencor hacia ese hombre, quien en oportunidades, era el detonante de las discusiones de sus padres, no cabía la menor duda. La única persona por la que forense prestaba más que su atención era al traumatólogo Matthew Shippman, Katrina en ocasiones notaba como su padre reía estando a su lado y lo miraba con mucha complicidad, aquel también devolvía la mirada del mismo modo, no cabía duda, ambos eran amantes.

—¿Has podido ver a Shipmann de nuevo después de su tiempo en prisión?—interrogué a Katrina.

—Claro, ahora trabaja en su negocio, una carnicería, mi padre lo visita con frecuencia, pero no me gusta el lugar, es muy lúgubre además de quedar prácticamente en un callejón, la peste es insoportable pero siempre esta muy lleno de compradores...

No pude evitar sonreír, mí querida Katrina era la persona más eficiente que había conocido en muchísimo tiempo.

Aquella relación no era de una simple amistad. Shipmann y Sensemann eran además compañeros de cama, viviendo de una imagen de hombres exitosos y de familia, escondiendo su secreto en el armario de algún cuarto de motel. Ahora me quedaba claro por qué Shipmann nunca se había casado y por qué la esposa de Sensemann "murió" tiempo después del encierro de éste. Katrina me había referido que su madre llevaba tiempo sufriendo una terrible meningitis, no hubo tratamiento que no se le aplicara, sin mejoría, además de esto la pobre tenía que lidiar con la infidelidad de su esposo, que si bien la amaba a su modo, sentía una terrible debilidad por el traumatólogo. Al igual que mi padre, su mujer era una cifra estorbosa en la ecuación que debía desaparecer aunque sabía que se arrepentiría, solo así podría estar con su amante. Es por eso que tomó la decisión de asfixiarla con una almohada mientras dormía y alegar un derrame cerebral por su enfermedad.

Quizá todo esto parezca información innecesaria. ¿Por qué entonces maté primero a Sensemann? Precisamente porque deseaba llegar a Shipman, las cosas se habían dado solas y con mucha facilidad, no debía perder la oportunidad que la vida me había regalado. Al enterarme de su amorío, sabría que éste sufriría por su pérdida. Debía ir preparando su mente, en el fondo, esperaba que la muerte de los cuatro anteriores sirviera de señuelo para llamar su atención. No dejaría que se fuera al infierno sin antes darle un buen "escarmiento".

Tal como Katrina había mencionado, la carnicería de Shippman estaba ubicada en una estrecha y oscura calle. Despedía un olor a cerdo que era casi intoxicante, aun así las personas empujaban y había bullicio para comprar. Se podría decir que tenía un negocio exitoso. Pasé algunos días estudiando el lugar. En ocasiones pude verlo atender personalmente. Llevaba un delantal lleno de sangre, nada que antes no hubiese visto en él, un médico capaz de amputar una pierna sin anestesia sólo es un carnicero... además de un parche donde una vez estuvo su ojo del cual recuerdo haber extraído con ira hace trece años. El tipo seguía siendo el mismo cerdo despreciable y amanerado que conocí entonces en la sala de emergencias. Pude ver como en ciertas ocasiones coincidían nuestras miradas, no lograba reconocerme.

Dejé pasar los días, en este caso, más bien las noches. El doctor, ahora carnicero, tenía una estricta rutina laboral, donde se dedicaba a limpiar la carnicería como si se tratara de un quirófano. Y un día a la semana, se encargaba de recibir las carnes y llevarlas al sótano del local, una especie de bodega por la cual se entraba por una escotilla con escalera. ¿Que como supe de la bodega? Pues, no hay científico que no sea curioso, como pude, logré colarme y ver con mis propios ojos de qué se trataba. Un cuarto con muy poca iluminación, con carnes de reces y cerdos colgadas del techo, con el piso y las paredes manchados de sangre. El escenario perfecto para una película de terror.

No vi mejor oportunidad para ponerlo en sobre aviso, con mucho gusto, arranqué un anca de cerdo y manché mis manos en sangre, con una infantil sonrisa pude imaginar que impresión se llevaría al ver mi muestra de cariño en su pared. "Yo maté a tu amante, y tú serás el próximo". "El infierno te espera junto a Sensemann"— fueron algunas de las frases que escribí en las paredes de la bodega esa noche.

Shipmann ya había terminado de limpiar la carnicería y de cerrarla, a punto de irse a casa. No sin antes dejar la bodega en orden. Lo último que el traumatólogo pensaría en conseguirse serían las revelaciones en las paredes, que si bien no se veía demasiado, la luz era suficiente para leer el mensaje. Apenas terminó de bajar las escaleras, su cara palideció, un mutismo total invadió las cuatro paredes, su mirada seria solo se movía a leer las letras que se escurrían sangrientamente hasta el suelo. El único ruido era aquel perteneciente a las gotas de sangre de la carne fresca cayendo al suelo. Una tras otra. El silencio y la húmeda temperatura de la oscura bodega, ya ofrecían un escenario bastante tétrico, se sentía tenso. De pronto, un cuchillo cayó al suelo haciendo un escandalo. En el acto, sacó un cuchillo de carnicero que llevaba en su cintura. Buscó por los alrededores sin encontrar nada. Nuevamente otro artículo de la carnicería cayó al suelo. Luego un tercero. Éste ya comenzaba a molestarse, exigiéndome que saliera de las sombras.

—Éste cuadro me recuerda a uno ya visto anteriormente...—comenté entre las sombras.

El carnicero sonrió con malicia, pensando de quién me trataba.

—Podría decir que se trata de un deja vu. Así como tú, lucía Sensemann, pero éste lloraba por la muerte de su hija, tú en cambio no tienes por quien llorar...

La expresión de Shippman se amargó. Los años ciertamente le habían caído encima, su aspecto era cadavérico, sus pómulos resaltaban de su rostro así como las líneas de expresión en toda su cara eran más pronunciadas y rudas, lo recordaba como un hombre delgado de facciones finas, afeminado. En cambio, lucía como un muerto viviente, que había vuelto a la vida producto del rencor. Por más que intentara asustarlo psicológicamente, aquel hombre había salido de prisión, no se dejaría intimidar por la simple oscuridad.

—Si crees que me asustas, maldito, estás muy equivocado. A diferencia de ti yo no me escondo como las ratas...—musitó con seriedad.

—¿Me escondo?—intervine encendiendo con mi mente la ultima luz de la bodega sobre mi cabeza. Estaba sentado esperando por buen rato en una silla de metal, con mis piernas cruzadas y mis dedos entrelazados sobre éstas, vistiendo lo que era mi nuevo "uniforme de trabajo" y mi máscara de doctor plaga.—Quizás no te escondas, pero una rata, eso sí que lo eres...

La cara de Shippman se petrificó con una combinación de miedo y rabia, aun así se mantuvo rígido. Reconocía la máscara. La había visto en cierto lugar. Una risa histérica salió de su garganta. La más sonora y escabrosa que pude escuchar. La saliva corrió por su mentón bajando por su cuello como la espesa ponzoña que llevaba dentro. Tomó su cuchillo y comenzó a balancearlo en su mano con mucha habilidad.

—¿En serio has creído que puedes venir a amedrentarme? ¿Que deseas?, ¿robarme? Ya perdí toda mi fortuna hace años. ¡Un hombre que lo pierde todo no puede perder más!—gritó justo antes de lanzar el cuchillo en dirección a mi cabeza, el cual esquivé sin la mayor dificultad.

—En eso no podría estar más de acuerdo...—comenté poniéndome de pie y caminando en su dirección.

El carnicero había sacado un segundo cuchillo, deseoso de enterrarlo en mi garganta, corrió hasta mí con ojos llenos de locura, gruñendo, jadeando, al igual que yo, aquel sentía un profundo rencor que deseaba cobrarse, no sólo había asesinado a su querido colega, además lo había mandado a la cárcel hace trece años, se podría decir que me encontraba frente a mi sombra en ese momento. Justo al primer intento cubrí mi rostro con mi brazo, cortándomelo en seguida. Después un segundo movimiento, cortó mi brazo derecho, entonces sacó un segundo cuchillo usándolo con su mano izquierda, a pesar de seguir el ritmo unas varias ocasiones, los cortes no cesaron, su blanco era mi cuello o mi pecho, su habilidad con los cuchillo no me dejaba nada que desear, era excelente, como quien practica por años para el momento indicado. No obstante, su técnica me fue fácil de aprender, pude prever el siguiente movimiento, tomando un cuchillo por el fijo cortándome inevitablemente mientras clavaba su otro cuchillo en mi brazo, de no haberlo interpuesto seguramente lo habría clavado en mi pecho, fue entonces que pude tomarlo del cuello con mi mano izquierda. Pude sentir como sus vertebras cervicales crujieron entre mis dedos y su cara comenzaba a hincharse, sin quedarle otro remedio que dejar caer los cuchillo al suelo. Posé mi mano libre sobre su cabeza, y este cayó en un profundo sueño.

Habrán pasado horas, quizás días. Fue lo que él pensó al reaccionar a lo que en realidad habían sido veinte minutos de inconsciencia. Mi cuerpo se comenzaba a regenerar poco a poco, sin embargo podía sentirme un poco exhausto, mis niveles de adrenalina bajaban lentamente. A pesar de ser un vampiro, también me regía por una fisiología particular que potenciaba mis habilidades. Lo siguiente que hice fue sencillo, llevarlo a un estado de sedación total donde me tomé la molestia de encadenar su cuerpo a la silla. De nuevo, su expresión de horror se intensificó. Por más que intentara zafarse de las cadenas, aquellas sólo le causaban heridas y feas magulladuras en la piel.

—¡¿QUE DEMONIOS QUIERES DE MI!?—gritó fúrico intentando ponerse de pie, una idea más que imposible.

—De ti nada, tu mismo lo has dicho, un hombre que lo ha perdido todo tampoco tiene nada que dar... —intervine caminando hacia él, poniéndome frente a frente. —De hecho, tú me quitaste algo hace mucho tiempo, algo que no se puede recuperar.

Lentamente subí mi máscara por encima de mi boca. Dejándole ver mi sonrisa y por ende, mis colmillos. Su mente supo imaginar perfectamente que pensaba hacer, "beber su sangre como a su amado colega". No podía estar más equivocado.

—Qué se supone que eres...—musitó con desprecio.—¡RESPONDE! ¿Qué clase de monstruo te crees que eres?—ordenó jadeando, su presión iba acelerada, y el sudor frio recorrió su rostro. A pesar que su mirada era firme, sus pupilas estaban contraídas, aterrado.

Con ironía le mostré mis antebrazos. Arremangando mi camisa, pudo notar que las heridas habían desaparecido. Su expresión de odio se intensificó.

—A mi me gusta que me llamen por diferentes nombres. Erudito, Doctor, Maestro...pero tú, sabes muy bien como me llamo...—dicho esto aparte la máscara de mi rostro.

La cara de Shippman volvió a palidecer. De todos los culpables de la muerte de sus colegas, del último que había imaginado había sido de "ese chiquillo" hijo de Andrew Malkavein.

—Adam...Adam Malkavein...—musitó haciendo memoria.

Hice un chasquido con mi lengua mientras negaba con mi cabeza.

—Mal, mal. Adam Malkavein murió junto con mi padre hace años, gracias a ti y a tus colegas. Por eso estoy aquí. Mi nombre es Adam Bloodmask, espero que no se te olvide por lo poco que te queda de vida...—dicho esto, tomé uno de sus dedos y lo froté un par de veces justo antes de fracturarlo.

Shipmann chilló como cerdo. Maldiciéndome. El traumatólogo—carnicero, aun tenía sus nociones médicas intactas, pues sabía reconocer por el simple sonido, que su hueso estaba fracturado, incluso por su mente había surgido el temor de perderlo si no lo trataba a tiempo. Trece años de prisión no borraron veinte años de experiencia.

—Éste será el primero de veinte en la noche de hoy, pero temo que tendrás que contestarme si deseas que tu muerte sea rápida...—añadí sujetando el segundo dedo.

Shippman acercó su rostro lo más que pudo para mirarme a los ojos, memorizando mis facciones. El suyo estaba lleno de rabia, de furia, desprecio y remordimiento. Arrepentimiento de no haberme asesinado antes. Debía haber acabado con la raza Malkavein para poder disfrutar de su fortuna con su querido forense. Comencé a retorcer entre mis dedos su nudillo y a generarle dolor, éste solo hizo una mueca mordiendo sus labios.

—¿De qué murió mi padre? contesta, y seré benévolo.

Rió por lo bajo, negando con su cabeza. En seguida con un rápido movimiento fracturé su segundo dedo. Una vez más, volvió a chillar, las lágrimas comenzaban a salir así como una risotada sádica.

Tomé el dedo anular y volví a presionar para así volver a preguntar.

—¿Que fue lo que causó su muerte?...Te lo repetiré hasta dejarte sin un sólo dedo en las manos.

—¿En serio el doctor no tiene idea? Tú mejor que nadie puedes suponer que un paro cardiaco por resistir tal dolor es prácticamente normal...—comentó con una sonrisa.

Mi paciencia comenzaba a esfumarse. Si bien era cierto, un paro cardiaco había dado fin a su vida, pero el dolor que lo llevó a eso se debía a lo que habían infiltrado en sus venas. Tomé el cuchillo con el que me había atacado y con un rápido movimiento lo clavé en el dorso de su mano volviendo a gritar, esta vez más desesperado, mirando la escena con tragedia.

—Tú sabes muy bien que no me refiero a eso.—musité entre dientes clavando mis dedos en sus mejillas. —Vas a colaborar por las malas, y me dirás, que fue lo que llevó a mi padre a sufrir tanto ese día...

—¡NO SEAS IMBECIL!...—exclamó entre risas.—¡Tu padre padecía una paresia lumbar hace años, las secuelas de su traumatismo tarde o temprano tenían que aparecer!—comentó con ironía.

Mi paciencia se había agotado, ahora era yo quien lo miraba con desprecio. La sangre se me evaporaba de las venas y mi cabeza comenzaba a palpitar, en un rápido movimiento, tomé el cuchillo y desprendí su mano de un solo corte. Este gritó esta vez horrorizado, su expresión irónica se había perdido por completo y ahora sus gritos eran de completo pavor, las lágrimas rodaron rápidamente por sus mejillas mientras observaba como su muñeca desprendía una horrorosa cantidad de sangre.

—¡¿QUE LE INYECTASTE A MI PADRE?!—grité clavando el cuchillo esta vez sobre su muslo.

—¡NO LO SÉ!—gritó este aun mas asustado.

Su mirada de súplica era la más real que había visto en toda mi vida. No había experimentado un horror similar ni siquiera en sus días de prisión, donde casualmente le maltrataban y abusaban, había aprendido a ser fuerte aquellos días, así como a odiar, pero yo también había sufrido, sin merecerlo, todos aquellos infelices habían conspirado en contra de mi padre, en un intento por hacerlo sufrir y asesinarlo, lo habían logrado, pero lo que no predijeron entonces, fue que, el que más sufriría, sería yo. Nunca pensaron en sus hijos, en nosotros, en como nos dañaría su pérdida, eramos "monstruos" que debían permanecer en la basura. Su rostro se veía horrorizado y suplicante, igual que el de mi padre al momento de que le amputaran la pierna, igual que el mío al ver ese espectáculo en el quirófano, si sufría, yo también había sufrido, y por si fuera poco, también estuve tres años en continuo sufrimiento físico en una prisión similar a aquella bodega.

—En ese caso...vas a sufrir en carne propia lo que el sintió en la sala de emergencias, y me encargaré de que te veas exactamente igual a él.

Este gimoteaba y babeaba aterrorizado, nuevamente le hice la misma pregunta.

—¡Te juro que no lo sé!

Sin atender a su palabra, comencé a cercenar la carne de Shippman y amputar lentamente su pierna. Este decía la verdad. No sabia el contenido de la jeringa, su misión había sido inyectarla. Shubert se la había entregado y él solo siguió sus órdenes. Torturar y asesinar a Andrew Malkavein. Sin embargo, aunque él solo haya sido la marioneta mientras alguien más movía los hilos, también había disfrutado de hacer sufrir a mi padre, lo pude ver en su rostro siempre serio, aunque él llorara y sintiera su carne cocinarse, Shippman se veía indiferente, se había llevado el máximo honor de matar lentamente a Andrew Malkavein, un acto que todos sus colegas se disputaban hacer. Había visto los recuerdos de los demás tras beber su sangre, una tarde casual se habían dispuesto al azar quien entregaría a mi padre a manos de la muerte, incluso algunos hicieron muecas de desagrado cuando el papel asignado cayó en manos de Shippman quien sonrió divertido mientras alardeaba a los demás como una niña presumida. Después de algunas horas de gritos incontrolables, el aspecto de Shippman era lo más parecido al de mi padre en el basurero.

No dejaba de quejarse, me tenía harto, a pesar de llevar un buen rato sin sus extremidades derechas, aún le restaban su pierna y brazo izquierdo, lloraba inconsolablemente pidiéndome que me detuviera a pesar que mis recuerdos golpeaban mi mente sin dejarme pensar en otra cosa, me tenía harto, podía sentir como mi sangre hervía impregnándose en mis ojos, enrojeciéndolos de ira y como mis colmillos crecían dentro de mis alveolos, sentía el deseo de matarlo por más que lo contuve. A pesar de ordenarle que se callara este solo sollozaba más, a lo que una presión en mis brazos hizo que posara violentamente mi mano sobre su rostro.

De pronto un hormigueo viajó por mi antebrazo, caminando, presionando y sobresaliendo por debajo de mi piel, la escolopendra que llevaba aún debajo de mi dermis comenzaba a salir por mi muñeca. Shippman gritó aún más fuerte sumido en pánico, ni en sus más horribles pesadillas en la prisión había imaginado conocer a un monstruo como yo. La escolopendra pronto entró dentro de su boca, atravesando su garganta, ahogándolo impidiéndole respirar o gritar. Pronto mis niveles de furia bajaron y me pude dar cuenta de lo que había hecho. Volteé en otra dirección dejando pasar una repugnante sensación de confusión. Se lo merecían, no dejaba de repetírmelo. Ellos me habían llevado a hacerlo. Aún así no terminaba de recordarme al cadáver de mi padre. Shippman seguía con vida, intentando respirar aún con el ciempiés atravesando su garganta, boqueando sus últimos momentos de lucidez. No permitiría que muriera. Necesitaba que las cosas se dieran del mismo modo. Necesitaba... que viviera el mismo infierno.

Lo tomé entonces dentro de una bolsa del mismo modo que un costal de carne, llevándolo sobre mi hombro, caminé pausadamente hasta el hospital general, tirando así el cuerpo en la entrada, escondiéndome en las sombras hasta ver como tiempo después las autoridades llegaban para llevárselo a sala de emergencias. No pude permitirme asesinarlo. No seria yo quien lo matara, no era mi intención, deseaba acabar con la última esperanza de vida del traumatólogo, quien seguro vería la misma sala de emergencias antes de morir, sin que los médicos pudiesen salvar su vida.

No pude quedarme a ver su fin. Pero tal como lo había previsto, así fue. Horas interminables de transfusiones y de operación en manos de los expertos, para al fin, terminar con un paro cardiaco... de lo más normal....

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