Capítulo 110: Destino padre e hija
—Si hizo bien su tarea, sabrás que el neurólogo murió con los cargos de negligencia médica por uso inapropiado de fármacos no probados hacia sus pacientes entre los cuales murieron mas de seis por el uso de estos mismo... ¿que como lo se? El mundo es pequeño, señor fiscal... y mi hermano tenia una mente muy grande.—Intervine en el estrado.
—¿Como mató al doctor?...—susurró el fiscal con tono amenazante.
—Ya se lo dije, yo no lo maté. El mismo decidió partirse la cabeza contra la pared, y no me imagino una muerte mas digna para él...
—Una muerte igual de digna que la de Erich Kottom, supongo...
Sonreí. El fiscal me miraba de la manera más inquisitiva, hasta los momentos no le había soltado prenda mas allá de lo que todos sabían en la corte, Marie me miraba seria, resignada a que no volvería a verme después de ese juicio. La esposa de Kottom seguía apretando el pañuelo entre sus manos con el que constantemente limpiaba sus ojos, tenía a un hombre parado a su lado, un pariente quizás quien la consolaba cada cinco minutos.
—¿Que quiere decir?
—¡Sabe usted bien lo que quiero decir!—gritó.—Dígame que ocurrió con Victoria Kottom.—ordenó con voz impasible.
—¿Disculpe?...—inquirí con fingida inocencia.
—¿Qué pasó con la hija del pediatra? ¿Conteste!—ordenó tomándome del cuello de la camisa a lo que Shubert casi se lanza sobre éste a quitármelo de encima.—¿Qué LE HIZO A ESA NIÑA?
En seguida el juez golpeó su mazo a lo que el fiscal tuvo que calmarse. Todos en la audiencia se habían tensado esperando que ciertamente hubiese un asesinato frente a sus ojos, todos deseaban verme muerto aunque el fiscal no fuera quien le diera fin a mi vida. Con paciencia, arreglé mi corbata y pasé mi cabello tras de mis orejas, ignorando la mirada impasible del fiscal, el juez tampoco me miraba distinto, con una sonrisa, bebí un poco de agua apenas mojando mis labios y volví a entrelazar mis dedos, mi expresión irónica no se había borrado ni siquiera por la tensión de los presentes.
—Para Kottom ciertamente tenia preparada una sorpresa...
—
Erich Kottom era el menos sospechoso de mi lista. El pediatra. ¿Qué podría un pediatra tener que ver con el atentado a mi padre...? Kottom era un hombre muy risueño. Las pocas ocasiones en la que lo había visto siempre una gran sonrisa enmarcaba su rostro, quizás en mayor parte porque su trabajo le obligaba a ganarse la confianza de los niños, era eso o el uso de endorfinas frecuentemente lo mantenían de buen humor a pesar de los múltiples problemas en el hogar que este tenía. No se salvaba de una lista de deudas entre ellas la más importante de todas, le debía un hijo a su mujer. La fama de Kottom de ser un buen tipo se desvanecía apenas recordaba su incapacidad reproductiva, en ocasiones su mujer había frecuentado un abogado por maltrato doméstico, su marido no era especialmente violento, pero siempre culpaba a su mujer del fracaso en su intento de ser padres, el maltrato verbal era peor que el físico, incluso la señora fue tratada psiquiátricamente ante la absurda idea que sus malos pensamientos la hacían estéril a sus intentos de paternidad, es por eso que la señora a simple vista lucia como una paciente con psicosis y solo podía verme con sumisión, al asesino de su hija, un intenso temor que no dejaba su rostro.
A sus cuarentitantos años no habían logrado concebir un primogénito, no me imagino lo vergonzoso que puede ser eso para un pediatra. Si ya lo es para cualquier padre de familia del siglo XIX, para Kottom era como ser veterinario sin haber tenido nunca una sola mascota. Pero eso cambiaría pronto cuando su mujer logró quedar en estado, dando a luz una niña. Repito, Kottom no era el mayor sospechoso de mi lista, nunca pasó por mi cabeza hacerle daño, a pesar de haber sido uno de los integrantes del grupo de amistades de mi padre que a la hora de la verdad lo abandonaron de buenas a primeras, además su nombre estaba en la lista. No podían pagar justos por pecadores. Decidí dejar pasar mis sospechas en esta ocasión. Quizás Alexander también pensó de este modo, pero aun así no se cómo se las ingenió para conseguir su parte de culpabilidad en toda aquella conspiración.
A pesar de que en muchas oportunidades conseguí entre sus archivos, recortes de cartas e información con el nombre de Kottom, no me tomé demasiada molestia en revisar, quizás sólo en leer el titulo. Me tomó poco tiempo descubrir la conexión entre los demás, para Erich tuve que indagar más, supongo que mi hermano hizo lo mismo, la información era muy reducida, hasta que por casualidad conseguí algo.
Alexander era un hombre complejo y encerrado, pocas veces decía lo que pensaba, siempre escondiendo gran parte de sus opiniones y guardándolas para sí mismo. Llevaba una especie de diario, este con poco más de cincuenta páginas. Un hombre que lo ha perdido todo, trabajo, familia, y vida, tiene el tiempo suficiente para leer cualquier cosa, fue lo que ocurrió en mi caso.
23 de Noviembre, marcaba la fecha del diario. Mi hermano había contactado de algún modo con Francis Shubert en una carta anexada a la página del diario. En esta mi hermano explicaba que su afán por hablar con el amigo de mi padre, se debía a un evento ocurrido muchos años atrás, aquel día en el que me caí del caballo, la verdad, no tenía forma de saber sobre aquello, estaba inconsciente al igual que mi padre tras la fractura de su columna. Los únicos conscientes en aquel hospital eran mis hermanos, y el doctor Francis Shubert, quien como ave de la muerte, siempre aparecía velozmente en cualquiera de nuestros accidentes, ya no me parece tan sospechoso como entonces. Aquel día fue el día en que casi la comunidad médica de Viena descubre mi verdadera identidad "sobrenatural", "inhumana", pues había caído en manos de varios especialistas, incluyendo el doctor Kottom, jefe del departamento de pediatría del hospital en aquella época. No había mucho que hacer en mi caso, había llegado "muerto" a la sala de emergencias, habían sido las palabras del jefe. Mi padre estaba igualmente inconsciente, por lo que le tocó a Shubert dar la cara por mí.
La carta además explicaba que no le quedó más remedio que explicarle las cosas a Kottom, no podía revelarle mi verdadera identidad, pero sí le dejó en claro que no podía redactar el acta de defunción y mucho menos entregar mi cuerpo a los forenses, debía revivir a un "no muerto". A Kottom no le costó creerlo, no era cosa imposible puesto que en mi primer día de nacido, él mismo había recomendado a mi padre devolverme del basurero donde me había sacado. Había visto mi peculiaridad y tenia claro que no me trataba de una criatura humana, por lo que pidió una suma de dinero sustanciosa a cambio de su silencio.
Shubert nunca habló de esto a mi padre, supuse que era cierto, pues no creo que mi padre con su sentido de dignidad hubiese podido mantener la amistad con un charlatán. Por lo tanto, Francis Shubert accedió a pagar la suma. Nunca más el pediatra molestó. Todo iba viento en popa, supongo que le debía las gracias a mi atento abogado. Shubert era el único con el poco sentido de humanidad en el grupo, y el único "no humano" de éste.
Sin embargo no fue esto lo que me hizo tomar la decisión sobre que haría con el pediatra. Ya tendría mi momento con aquellos que quisieron joderme. Al final de cuentas, en esa ocasión Kottom no había podido extorsionar a mi padre, y no fue por eso que tomé una decisión.
De igual modo entre las cartas de Shubert a mi hermano, donde explicaba explícitamente el plan hacia mi padre.
No era demasiado diferente a lo explicado por el gobernador. Mi padre era una piedra en el zapato de muchos. La comunidad médica tenía severas opiniones negativas sobre su persona y en lo que había convertido su labor, de salvar vidas a expulsar demonios. Sus colegas por su parte, siempre odiaron el hecho de que mi padre no solo fuese muy bien remunerado, además, su oficio como cirujano dejaba en ridículo a los especialistas quienes apenas hacían bien sus diagnósticos. Era humillante que un hombre con menos años de estudio que ellos les llevara ventaja. Sin lugar a dudas, el blanco era él, quitarlo del camino como fuere, y que el resto tomara su muerte como ejemplo de lo que ocurre cuando un simple cirujano desea expandir sus fronteras. Pero la mente tras aquella lenta y dolorosa muerte, había sido la de Erich Adolf Vincent Kottom, el sonriente y amable pediatra.
—
—Que sucedió con Victoria Kottom...—intervino el fiscal.
En seguida sonreí.
¿Qué podía dolerle más a un hombre? ¿Qué es lo que mas hiere a un ser humano? No es la familia, no es el perderlo todo, tampoco quedarse solo. Lo que realmente podía herir a un hombre orgulloso era que pisotearan su orgullo. Habían pasado más de veinte años de intentos fallidos para que el orgulloso padre tuviese fruto de su virilidad. Una pequeña niña de cinco años de cabello castaño y ojos grandes llenos de alegría. ¿Que más desea un pediatra que un hijo obediente el cual poner de ejemplo a sus pacientes...?
—La niña caminaba de la mano de sus padres aquella noche cuando de repente corrió y entró a un callejón oscuro.—indicó el fiscal.
—Correcto, ¿y que le hace pensar que tengo yo algo que ver con el crimen?—insinué.
Sabía a lo que quería llegar, no era mi intención huir de mi delito, solo ansiaba saber cual era su teoría.
—Según la viuda del doctor Kottom, su cara le parece ciertamente familiar. Llegando a ver su rostro en varios lugares de la ciudad tiempo antes de que su hija desapareciera, incluso esa misma noche pudo notarlo al otro lado de la calle justo antes de la desaparición.
—¡En la declaración la señora nunca mencionó que el doctor Bloodmask la acosara ni mucho menos su sensación de persecución! Usted está trasgiversando los hechos.—interrumpió Shubert.
—Si, seguí en ocasiones a Kottom. Algunas veces intencionalmente, otras veces de casualidad, mi intención no era acosarlo, pero si perturbarlo. Él sabía lo que había hecho, un hombre así no merecía dormir tranquilo, señor fiscal...—comenté.
—
—¿Que fue lo que hiciste?—intervino Heissman.
—Como te mencioné Gregor, herir su orgullo, del mismo modo que el había herido el mío tiempo atrás...
Mi afán por hipnotizar a mis victimas siempre ha sido más poderoso que yo, un viejo hábito del que no me puedo contener. No se puede mentir sobre eso, la niña era la criatura más adorable que habría visto caminando por las calles de Viena. Una pequeña de ojos grandes y pelo castaño por la cintura vestida como toda una muñeca, con las mejillas mas rosadas y vivas que había visto.
Sentí incluso remordimiento de lo que estaba por hacer. Pero una vez más fue inevitable. Por lo tanto, decidí darle la mejor muerte que se le puede dar a un niño, una muerte rápida.
Esta saltaba fingiendo estar flotando sobre las nubes mientras su madre le seguía el paso con ambas manos ocupadas, tal como lo había dicho, caminando por la acera, justo cuando una figura blanca llamó su atención corriendo por la calle contraria. Sus ojos brillaron con emoción y antes que su madre pudiese decir una sola palabra ya ella había cruzado a toda velocidad con emoción.
Tal como uno de mis cuentos favoritos de la niñez, la niña seguía la figura de un conejo blanco, como Alicia en el país de las maravillas. Incluso la oscuridad del callejón se había vuelto un bosque con un sinfín de colores que lograron deslumbrar a la pequeña, quien no dejaba de ver el escenario de alrededor como un sueño hecho realidad, de arboles de colores, ríos de chocolate y flores de dulce. Incluso en dulce olor a las cientas de flores podía captarse en el ambiente, pero esta volvió a fijarse en el animal.
El conejo saltó mas allá hasta toparse con un alta figura, esta vez vestida de negro. Sobre su rostro una máscara de la peste, que pudo ver mejor cuando se agachó a tomar el conejo entre sus brazos. Me quité la máscara justo antes que Victoria quisiera huir, se parecía mucho a su padre, más con su mirada llena de temor hacia mi figura, expresión que se desvaneció apenas aparté la mascara de mi rostro.
Le dediqué una sonrisa amable logrando ganarme su confianza nuevamente. Ésta se acercó a acariciar el conejo devolviéndome la misma sonrisa alegre de antes.
—Sabes...mi mundo está lleno de maravillas...
—¿Y hay muchos conejos?—intervino en tono dulce.
—Todos los que desees acariciar, y su pelaje es de algodón de azúcar...
—¿Que?—rió la niña, a lo que yo respondí con una sonrisa.
—En serio, son los animales más curiosos y adorables que puedas conocer.
—¿Y hay muchas mariposas y ponis y muchos otros animales?—cuestionó con la mirada llena de ilusión.
—Y unicornios y princesas con largas cabelleras doradas...—susurré.
Victoria rió con emoción mientras se lanzaba sobre mi, abrazándome del cuello, por un momento creí caer de bruces. No pude evitar contagiarme de su alegría y reír cargándola en mis brazos. Hacia tiempo que no veía la genuina alegría de una persona. Por un momento me dediqué mi propio odio. Cuanta hipocresía.
Me adentré a la oscuridad con ella en brazos para llevarla a lo que realmente era mi mundo. Uno lleno de escolopendras, ratas y muchos cadáveres. Cada criatura más grotesca que la anterior, y la peor de todas, la ansiedad que me consumía cada día y no me dejaba descansar de mis propios pensamientos.
Las semanas pasaban lentamente, se volvieron un siglo mientras esperaba mi merecida recompensa.
Con mis expectativas en la prensa, una noche desperté con la agradable noticia de que el "Excelentísimo Erich Kottom", se había dado un tiro en su sien...
No había descansado hasta gastar su último centavo en la búsqueda de su hija, de su Victoria desaparecida. Su nombre tenia sentido, era el nombre del mayor éxito que ese hombre tenía en su vida, su hija, su todo, su motivo de obsesión. El amor de Kottom por su hija no era como el de cualquier padre por su primogénito. No me malentiendas, no podría acusarlo de pederasta, pero el tiempo que me había llevado observarlo desde la oscuridad de su casa, pude observar como todas las noches este permanecía despierto viendo a su hija dormir apaciblemente. No me pareció una conducta normal de ningún padre, fue eso lo que me motivó a quitársela. Así le hacía además un favor a aquella niña.
Y motivos suficientes tenía la esposa de Kottom de sospechar de mí, pues, bien puedo admitir que estuve en todos lados, vigilándolos, esperando que Kottom se diera cuenta de mi presencia, sin embargo, su obsesión por su hija no lo dejaba mirar en otra dirección que no fuera la de ella.
Fue entonces en una de aquellas oportunidades donde lo observé desde las sombras, aún cuando su hija seguía desaparecida y su vida parecía derrumbarse a pedazos, que vi otra perspectiva del mismo viejo recuerdo. Otra pieza para la elaborada conspiración en contra del "orate".
La película en este caso no se veía tan desgastada, seguramente Kottom era un hombre con mejor memoria. La fiesta seguía en su mismo carácter alegre y jovial entre la comunidad de médicos, muchas caras donde la única que faltaba era la de mi padre, al menos solo físicamente, pues en la boca y mente de sus colegas seguía muy presente. "Debe haber algún modo de sacarlo del camino", "si tanto le gusta hablar con los muertos, debería estarlo también"... "No le quedaría mucho si por casualidad sufriera algún accidente, después de todo su columna esta mal, un día de estos podría llevarse un accidente"...Dicho esto, los demás voltearon a mirarlo con interés, éste solo arqueó una ceja con cierta vergüenza, y una sonrisa cómplice mientras sorbía de su copa y comentaba la fantasía que llevaba tiempo imaginando y maquinando. Sentía cierta vergüenza de admitir su retorcida mente sádica enmascarada tras el disfraz de pediatra inocente.
¿Cuánto le habrá costado aquellos pasajes para Venecia? ¿Habría salido solo de su bolsillo?, lo más probables es que entre todos hayan recolectado el monto para tan atento regalo. La valiosa intención de arreglar el matrimonio del entrometido Malkavein y su mujer, y las ocultas intenciones de emboscarlos sobre una góndola, ahogarlos quizás en alguno de los canales y dejar que sus cuerpos flotaran junto a los desperdicios. Me imagino la frustración que debieron sentir cuando ese viaje no se llevó a cabo.
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