Capítulo 11: Amando al enemigo


Sesiones con Adam Bloodmask

Dia 2

Apenas terminé de arreglarme puse el pie en el acelerador de mi auto, las quejas de Karen cada vez son más insoportables, no recuerdo cuando mi vida comenzó a girar entorno de aquella pelirroja desquiciada, creí que mantenerme soltero me evitaría pasar por eso...

Una vez más, el día era gris, las calles apenas estaban pobladas por algunas personas trabajando, muchos negocios siguen vacíos, no sé en qué momento Viena dejo de ser una metrópolis, pero daba gracias a que así fuera, nunca me ha gustado los lugares concurridos.

Llegué al consultorio en menos de diez minutos y, sorpresa, el estacionamiento seguía igual de vacío que la última vez, aparqué el vehículo como me dio la real gana, accioné la alarma y subí hasta el consultorio.

Al entrar a éste le dediqué una mirada reprochadora a la secretaria quien volteó su mirada fastidiada.

—Anoche esperé tu llamada...no pude dormir ¿sabes?

—Doctor Bloodmask le voy a agradecer que me deje trabajar en paz, ya estoy algo grande para estos juegos.

—Lo sé, eres una mujer madura, eso me encanta.—sonreí con perversión mientras le guiñaba el ojo, ella comenzaba a perder la paciencia.

—Adam, ¿podrías por favor dejar a la pobre Rose en paz y pasar a continuar la sesión? Tenemos una larga historia que continuar...

Intervino Heissman entre risas.

—¿Rose? ¿Ese es tu nombre? Claro, solo una flor como tú podría tener un nombre tan bello...

No pude seguir impacientando a la secretaria puesto que Heissman me tomó del brazo y me haló todo el camino hasta sentarme en el diván.

—Ahora que estás más tranquilo, puedes proseguir donde nos quedamos...—mencionó mientras entrelazaba sus dedos.

—Pues, a partir de este punto, temo que seguiré narrándole del diario de mi padre puesto que no recuerdo aquellos acontecimientos.

—Descuida, haz lo que te haga sentir mas cómodo.

Del diario de Andrew Joseph Sebastian Malkavein

4 de Octubre de 1867

8:45pm

Este niño no ha dejado de llorar. Solo deja de llorar cuando se queda dormido... agotado de tanto llorar...

He intentado darle de comer, cosa que es realmente complicada, no cuento con biberones por lo que utilicé el mismo frasco de la leche y en la punta até un corte de un dedo de mis guantes quirúrgicos, que horror, que malo soy para la paternidad, a pesar de que mi invención resultó, el niño no se sacia de llorar, le he revisado el pañal unas veinte veces y sigue completamente limpio, lo único que realmente me alarma es su temperatura corporal la cual no llega ni a los diez grados centígrados, y por más cobijas que le coloque la hipotermia no parece ceder.

Mi cabeza parece querer explotar, ¿en que lio me he metido? No me ha quedado de otra que volver a intentar alimentarlo con el biberón improvisado, le he cantado cuanta canción de cuna me sabia mientras lo paseaba por el pasillo, incluso he recurrido a canciones que aprendí en mis días de soltero cuando entraba a bares, esa clase de canciones de amores que terminaron mal y sus letras son entre un tanto graciosas como subidas de tono.

Para completar mi mala suerte de un descuido, la punta del biberón improvisado se ha zafado por tanto peso del líquido que contenía mientras el niño chupaba de esta, toda la leche cayó sobre su cara semi ahogándolo a lo que dejé caer el frasco de leche al suelo.

Levanté al bebe dándole palmaditas en la espalda, el niño esta enrojecido de furia, ¡Dios me libre de este pequeño dictador!

—Por favor cállate de una vez...—gimoteé con cansancio, mis brazos dolían de tanto cargarlo.

Decidí agacharme a recoger el vidrio roto sin dejar de cargar al niño en mi otro brazo, pero tal fue mi mala suerte que me he cortado uno de los dedos con el vidrio.

Maldije para mis adentros mientras me quejaba, sacudí en dedo un par de veces por lo que un poco de mi sangre cayó sobre el inmaculado rostro del pequeño, quien seguía llorando a mares.

De pronto, no sabia si se trataba de una ilusión por mi cansancio, hambre y jaqueca juntos, pero me pareció notar que aquella pequeña gota de sangre desaparecía entre los poros de la piel de sus mejillas, ¡cuan espantado me sentí! Por poco se me escapa un grito, intenté limpiar rápidamente algunas pequeñas gotas que habían caído cerca de su boca.

Parecía que mi vida estaba destinada a ser un manojo de sorpresas y anécdotas bizarras, nuevamente me he quedado desconcertado, pues apenas acerqué mi dedo al rostro de la pequeña criatura, éste lo ha capturado dentro de sus pequeños labios, succionándolo con gran desesperación como si del pecho de su madre se tratase, una sensación extraña de horror y placer albergó mi cuerpo, pues el niño ha quedado completamente enmudecido y en un completo estado de paz hasta caer en el mas profundo sueño.

Ya no se que pensar, muchas ideas asechan mi cabeza con velocidad y confusión, no puedo gritar aunque lo desee, es como si el miedo me hubiese enmudecido, solo levanté mi cuerpo del suelo y me dirigí hasta mi habitación para recostar al niño en la cama.

En su exterior luce exactamente igual que un niño común a cualquier otro, podría pasar desapercibido del resto, de no ser por su albina tez, si me concentraba podía notar cada una de las venas de su cuerpo, era tan pálida ésta que debía ser a la vez realmente delicada, además de esa temperatura sobrenatural, yo mismo sentía frio al estar cerca de él, y no obstante de aquellas cualidades, el hecho de que se haya saciado tras consumir mi sangre me daba escalofríos.

Solo había leído hace algunos meses sobre criaturas como él, con tez tan pálida como la nieve, temperaturas semejantes a la de un cadáver y lo más significativo, consumidores de sangre humana... no habría tenido que leer sobre esos seres si mi vida no me hubiese obligado a hallarle solución a la posesión de Emily, aun conservaba libros de ocultismo y demonología donde habían capítulos enteros de estas criaturas, los famosos vampiros.

¿Habrá sido verdad? No se cuan bien podría ver la iglesia católica a un hombre que crea en todas esas cosas, pero si algo era cierto, es que mi vida ya había cambiado y no volvería a ser como lo era antes.

He aprovechado dormir todo lo que pude, creí desfallecer, pero a la mañana siguiente me tocaría tomar una decisión.

10 de Octubre de 1867

Esta mañana le he dado oportunidad a mi sentido común, haciéndome creer a mi mismo que lo que había ocurrido la noche anterior solo había sido producto de mi fatigada cabeza, así que he llamado a uno de mis colegas para pedirle un poco de apoyo.

Erich Kottom es bien conocido en toda Viena por ser un excelente pediatra, las madres lo adoran, pues es el único en su clase capaz de hacer que los niños tomen sus vitaminas, no logro entender como lo hace, pero si el puede lograr eso, podrá con mucho mas.

Al cabo de una hora Erich ya había tocado a mi puerta, tan jovial y elegante como siempre, parece no teme ensuciar sus sacos mas finos haciendo su labor...

—¡Andrew!—saludó dándome un abrazo.— No te veía desde hace tiempo, apenas me entere que habías salido de la cárcel habíamos planeado visitarte los otros y yo pero por razones de tiempo no se ha podido— se excusó colgando su saco de la percha.

—¡N—No tienes que preocuparte por eso! Sabes que siempre me ha gustado la tranquilidad.

—Pues eso no te lo refuto, desde que te conozco ha sido así—rió con ironía.

Después de un par de minutos de hablar y hacer comentarios de nuestras vidas Erich pareció recordar a lo que lo había llamado.

—Y al cabo de todo... ¿donde esta el pequeño trozo de cielo ese que ocultas?—rió entre dientes.

En ese mismo momento me levanté y subí hasta la habitación para llevarlo en brazos, lloraba como de costumbre pues no había probado bocado de aquel biberón improvisado.

Lo entregué entonces en brazos de mi colega quien lo miró con curiosidad y fascinación.

—¿Oh pero que tenemos aquí?, ¿seguro que este niño no es tuyo? Tiene un gran parecido a ti, piel pálida, cabello negro y... este niño... posee una cualidad bastante peculiar, Andrew, ¿has visto sus ojos? Esta heterocromia no la había visto jamás en mi vida, nunca una tan poco disimulada.

—Nunca antes, salvo de...—inquirí levantando una ceja.

—Hoy en día en Viena se han visto cosas terribles desde la llegada de esos gitanos... ¿crees que podría ser hijo de uno de ellos? todos esos gitanos sufrían de heterocromia, quien sabe, esas escorias pasan sus vidas ofreciendo sacrificios y rituales a sus dioses paganos, este niño ha de ser producto de una cosa de esas.

—¿Que quieres decir Erich? Sospecho algún plan en tu tono de voz.

—N—No, no es eso, es solo que, no me imagino como podrías cuidar de esta criatura tu solo... me has dicho por teléfono que no ha probado bocado y tampoco deja de llorar, ¿no es asi?

—Créeme, ya no se que hacer.

—Ay Andrew...—suspiró con pesadez.—Tu no eres de la clase de hombre que puede criar a un niño, estas solo, y esta criatura te dará grandes dolores de cabeza si pretendes continuar soltero...

—Erich, sabes bien que mi único amor siempre será Emily, yo no podría casarme con ninguna otra.

—Si, si, eso es indiscutible pero... no deberías cuidar de esta criatura, hijo de esos gitanos extraños, ni siquiera sabes que clase de enfermedades pueda tener o...que otra cosa que con el tiempo no te guste descubrir.

Por un momento me sentí ofendido y desconcertado.

—¿Que cosas dices Erich? ¡No hables de el como si de un perro callejero se tratase!

—Andrew se razonable, lo encontraste en un basurero ¿no es así?

—S—Si pero... ¿y eso que?

—Pues, que si su madre no lo quiso, ¿para que tu si?

No podía creer las palabras tan frías que salían de la boca de Erich Kottom, pero pronto entendí cuan iluso había sido al creer que solicitando ayuda alguien me la daría, en el fondo sentí que aquella visita no había sido mas que llevar pan caliente a la boca de la burguesía vienesa, ese montón de aristócratas estirados de la alta sociedad quienes se reúnen los domingos a beber whisky mientras apuestan en las carreras de caballo.

—Esta bien Erich, tomaré en cuenta tu comentario...

Mi colega se despidió con un abrazo, tomó su saco y salió de mi casa tan jovial como había entrado, yo me había quedado con aquella pequeña criatura en brazos llorando desconsolado, apenas y podía oír mis propios pensamientos entre tantos chillidos, pero había cierta razón en las palabras de Kottom.

Si su madre no lo quiso, ¿quien si lo querria? Aunque lo llevase a un millón de orfanatos, ¿quien iba a comprender de la extraña condición de aquel niño? ¿Aun la madre más cariñosa, como podría albergar en su hogar a un niño así? Dejarlo a su suerte era asegurar su devuelta al basurero, o incluso peor, pudiendo también arrojar su cuerpecito al Danubio para que se ahogara lentamente.

El solo pensar todas aquellas posibilidades me hacían sentir el peor, pero al igual como el mundo había abandonado a Emily por miedo a lo desconocido la historia se podría repetir, no podía permitir que eso sucediera nuevamente, menos con una pequeña criatura inocente.

Mordí mi dedo lo más fuerte que pude hasta que brotó sangre de éste, lo introduje en su boca y una vez mas el niño succionó con desesperación, por primera vez pude fijarme bien de su rostro y de aquellos raros pero bellos ojos quienes me miraban con completa inocencia.

Comprendí entonces, que yo era lo único que ese niño tenia en su vida, acaricié su cabecita con delicadeza, su cabello tan negro y fino me recuerdan a las plumas de un polluelo, no dudé en sonreír, acabo de darme cuenta de cuan encantador es, su bellos y puros ojos me han enamorado...

Sin embargo, si pretendía quedarme con el bebé no podía dejarlo anónimo para toda su vida, una criatura como él ameritaba un nombre imponente y significativo, uno grande, representativo y que vaya bien con mi apellido.

—Adam Ludwig van Malkavein...—mencioné tras algunos minutos de pensarlo.—Hmm ¡de hecho suena bastante bien!

Su nombre debía significar lo que era, nunca antes había leído sobre un vampiro nacido no creado y lo más probable es que el fuese él primero, además le he incluido como segundo nombre el de mi compositor favorito, espero que entonces el niño no llegue a ser tan obstinado como Beethoven pero sí que llegue a ser un genio como tal...

—¿Y bien?...—mencioné con curiosidad al notar que Heissman estaba demasiado callado.

—Bueno, supongo que debías ser un pequeño muy adorable para que tu padre se encariñara tan rápidamente contigo, en la psicología no creemos demasiado sobre el amor paternal fuera de los vínculos sanguíneos, pero supongo que el sentimiento de soledad de ese hombre lo hicieron encariñarse rápidamente, viéndote a ti tan solitario como él.

Aquel comentario no me agradó demasiado, dejé fruncir mi ceño con reproche a lo que Heissman rió estrepitosamente.

—Disculpa, me he dejado llevar por la sorpresa, además, el hecho de que tu padre se abstuviese a conocer a otra mujer me sorprende y me hace admirarlo, pues la necesidad de "mantener la especie" siempre esta latente aun mas en los hombres, siempre el llamado de la naturaleza llega a nuestras vidas y es inevitable obedecerla.

—Puede que tengas razón, pues el destino obligó a mi padre a amar a otra mujer aunque no estuviese en sus planes.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top