Capítulo 101: La mano que limpia el mundo
La rata había entrado en la trampa. Una lluvia de sangre seguramente pintaría el tapiz de la sala y la perfecta alfombra recién limpiada. Siempre deseé tener una alfombra roja en casa, que se extendiera de punta a punta en la sala y caminar por ella fuera como caminar sobre un manto de pétalos de rosas. Moría de ganas de que mi alfombra fuese pintada por la sangre de aquellos miserables, pisar su sangre aun descalza y recordar que nadie podría acabar con la familia Malkavein. —D—Doctor Shubert...—tartamudeé con emoción recién saliendo de mi epifanía.
—Marie, querida.—saludó este dándome un abrazo.—¡Hija, hace tanto sin verte!
—Qué raro verlo por aquí doctor Shubert.—comenté con disimulada hipocresía, a ver que me sentía feliz aquella tarde.
—Discúlpame querida, he sido un cretino al no advertirles sobre mi viaje a Alemania. Un lio que ni siquiera vale la pena contarse, leyes absurdas y nuevos tratamientos quirúrgicos que te aburrirían. No sabes lo tedioso que es preparar una tesis para un grupo de científicos estirados. Andrew sentiría alivio de no ser él el que esté en mis zapatos...—comentó colgando su chaqueta en la percha de la entrada. La verdad oí poco de lo que salía de sus labios.
—Siéntese por favor, doctor.
—¡Hace aproximadamente tres meses que no de ustedes! ¿Cómo están las cosas por acá en Viena?
—Nada nuevo que reportar doctor...—suspiré con una sonrisa.— solo gajes del oficio, nada demasiado importante que requiera ser contado...—me encogí de hombros mientras volvía a la cocina.
—Ya entiendo. Me alegro de que todo siga igual. Lo triste de irse es volver y encontrar que algunas cosas ya no son como otras, o algunas personas ya no son como eran...
—Así es...musité sirviendo el café en cada taza.
Este guardó silencio, quizás incómodo. Observando fijamente la madera de la mesa mientras yacía sentado en una de las sillas del salón.
—Que días estos... ¿han estado bien por aquí?
—Si. Gracias al cielo estamos bien.—mentí mientras colocaba la bandeja con ambas tazas sobre la mesa.—Mejor que nunca...—mencioné con malicia.
Este sonrió ingenuamente, sin imaginarse a que me refería. Me pregunto si se hacía una idea de mi enviudes. La noticia de la muerte de Fernand se había popularizado a su momento, seguro le resultaba ridículo a cualquiera ver a una viuda millonaria en una vieja mansión de Viena en lugar de reclamar su herencia y vivir en el palacio del duque de Lafontaine.
—¿Se ha enterado de lo sucedido con los médicos de Viena, doctor Shubert? Aquellos que fueron colegas suyos y del tío Andrew...—intervine con seriedad, pretendí ponerlo nervioso.
Shubert apartó la taza de sus labios lentamente, así como fue bajando ésta a la misma velocidad hasta la bandeja sobre la mesa. Hizo una larga pausa donde su mirada se atribuló. Solo se oía el tictac del reloj del salón, y yo, seguía esperando su respuesta, que acompañara esa reacción seria y preocupada.
—Parte de eso tiene que ver por el que me encuentre aquí, Marie.—comentó con pesadez.—cosas extrañas han ocurrido en esta ciudad, comenzando por la desaparición del gobernador...
—¿Eso cree?—inquirí.
—Vine por un poco de información, seguramente Alexander debe estar más empapado al respecto de este caso.
De inmediato mi sonrisa se desdibujó de mi cara, sin poder meditar demasiado en mis palabras, dejé que mis labios expulsaran de mala manera lo primero que se vino a mi mente.
—No creo que sea así doctor...
—Vamos, no subestimes las capacidades de Alexander...—recriminó.— Te sorprendería lo habilidoso que puede llegar a ser ese ch...—continuaría de no ser porque lo interrumpí.
—Alexander está muerto...—mencioné cortante.
La cara de Shubert se transformó, incluso escupió un poco de café habiéndose ahogado antes con éste. Su rostro que siempre se notaba tan solemne se transfiguró a una expresión de sorpresa y horror. Abrió su boca sin poder dejar salir ni una sola palabra. "Cómo", "Por qué". Todos aun teníamos esas preguntas sin contestar.
—No tiene de que sentirse horrorizado. Alexander decidió acabar con su vida por su propia cuenta y murió de la forma más pacifica que pudo. Dudo que su alma hubiese quedado tranquila de otro modo.
Los ojos del doctor se mecían de un lado a otro tratando de descifrar aquel chiste de mal gusto, su entrecejo se unió en una única línea horizontal y sus labios quedaron abiertos y sin poder articular palabra. A ver qué poema me resultaba ver su expresión.
—Usted conoció a Alexander. Siempre fue muy reservado, con sus planes secretos y pensamientos complicados. Un hombre ensimismado. Ambos hermanos siempre tuvieron esa particularidad de hacer lo que se les da la gana...
Shubert volvió a ver la taza de café sobre la mesa, era un café bastante aromático, fuerte, como la noticia que acababa de oír. No sabía que decir, pero sin necesidad de poseer poderes telepáticos supe muy bien lo que pensaba. "Todo por su culpa", se arrepentía, y yo, por mi cuenta, quería que aquel maldito saliera de mi casa tan arrepentido como le fuera posible. La lluvia ya había parado, el reloj daba las 4 en punto. Había un sol espléndido afuera, podía atravesar las cortinas de la sala con facilidad.
"¿De qué estaba hablando?"... "¿qué clase de broma pesada era esa?", ambas frases apenas audibles saliendo de su boca como una sentencia a su propia traición. Sonreí viperinamente respondiendo con un frío "usted mejor que nadie debe saberlo"... sus manos temblaban mientras volvía a sujetar la taza, apenas mojándose los labios para poder digerir el nudo en su garganta.
Sentí la temperatura descender entonces algunos grados, la lluvia había cesado, el sol de verano irradiaba inclemente y aun así una especie de viento helado se filtraba por las paredes, incluso pude jurar que una delgada bruma bajaba desde el techo, Shubert, también lo había notado.
Su cara se transformó, tuvo que posar de inmediato la taza sobre la mesa, no podía comprender al comienzo a que se debía, pero su expresión de pavor me hizo comprende.
Como si aquel oscuro liquido no hubiese podido pasar por su garganta o se hubiese espesado dentro de esta, el solo boqueaba llevando su mano a su cuello, los sonidos asfixiados salían de su boca tratando de toser sin conseguir resultado. Sentí miedo, pero no me atreví a moverme.
Una huesuda y grisácea mano se posó sobre su hombro.
El seguía igual de empapado con el cabello pegado al rostro y los pies llenos de lodo. Tomó la taza de café de Shubert con una sonrisa en su rostro antes de llevarla a su boca, y beber de esta como un dulce néctar perfumado. Shubert tosió con desespero.
—Éste café siempre me ha parecido particularmente insípido para mis gustos...—comentó con un tono de voz suave, podría decirse que hasta refinado...tanto así que me dio escalofríos.
Shubert tosía con fuerza, inhalando profundamente como si le faltara aire. Aun así, Adam solo siguió bebiendo de la taza de café con mucha paciencia.
—Siempre he preferido los cafés fuertes, cargados...un café suave solo es como agua hervida con sabor extraño...
Una vez recuperado el oxígeno, Shubert miraba de reojo a mi primo, siguiendo todo el camino desde su hombro hasta tu rostro, con un pavor que nunca había visto en los ojos de un hombre. Como si tuviese a su lado nada menos que un fantasma y ninguno de sus músculos fuese capaz de responder para escapar. Adam le devolvió la mirada, igualmente de reojo sin dejar de sujetarlo. Hasta para mí era la primera vez que veía a mi primo en mucho tiempo, y también me costaba trabajo reconocerlo debajo de todo aquel cabello largo hasta la cintura y su figura tan delgada.
"A—dam"...pronunció este sin voz alguna, tan solo moviendo lentamente sus labios. El aludido solo sonrió con su característica socarronería, de este modo tomando su cuerpo con la mente y tirándolo hasta la pared del otro lado de la sala, estampándolo como un trozo de papel.
—¡Adam!—grité asustada en un intento vano de detenerlo.
Shubert no podía moverse, seguía asfixiado entre el poder mental de mi primo, y este caminaba hacia el con abrumadora lentitud, disfrutando de su sufrimiento, con una sonrisa maléfica en sus labios, ensuciando de barro todo a su paso. Vislumbré el espectáculo como si la más horrible historia de terror cobrara vida. Él era la personificación de ese cadáver que sale de su tumba por venganza.
La casa se hundió en una espesa oscuridad y nuevamente la temperatura bajó a quizás unos cinco grados. Shubert luchaba intentando despegarse de su agarre. El apenas acababa de pararse frente a él, a la misma altura. Volvió a posar sus manos sobre sus hombros. Con lentitud acercó su rostro a su cuello. No pude evitar voltear mis ojos asustada. No obstante, este solo se acercó a su oído.
—Tadaima...—musitó en un perfecto japonés que yo desconocía que supiera... "he vuelto"
"Virgen María, mátalo de una vez" repetí incesante con una morbosidad que desconocía hasta de mí misma, pero si bien comprendía por toda la turbulencia de emociones que se desarrollaron a partir de la verdad. Era excitante ser parte de la experiencia, no podía mirar, pero tampoco deseaba irme. Dios me perdone, pero cuanto ansiaba ver mi alfombra roja en la sala. Él lo sabía. Vaya que lo sabía, incluso sentía que era parte de la misma tortura tenerme a la expectativa sin mover un solo musculo. Olfateaba al doctor como un perro a su presa, la respiración de el en cambio silbaba, tal como la respiración de un asmático dentro de una nube de polvo. Shubert seguía estrangulado con el mínimo poder de la mente de mi primo.
En cambio, este solo lo tomó de las mejillas y apretó sus huesudos dedos en estas, no me di cuenta en qué momento, pero las uñas de Adam estaban realmente afiladas como las de una bestia. Comenzó a silbar una sinfonía mientras algunos trazos de sangre corrían por las mejillas de Shubert. ¿Por qué demonios ansiaba tanto mirar? Era aterradoramente cautivante. Así mismo como sentí pintar el mors osculi, pero en este caso, la bella doncella no se sentía agradada ante la parca.
—Verás, colega...—rompió el silencio.—no sabes lo feliz que me siento de verte nuevamente. No sabes lo infinitamente difícil que es salir de día en mi condición. Mejor dicho, sé muy bien que lo sabes. Lo sabes incluso por más tiempo que yo. Eres un experto ya. En eso de esquivar la luz. Las ratas son las más talentosas para eso.
Shubert cerró los ojos sin poder hacer ningún otro movimiento, intentando articular palabra alguna o al menos generar un pensamiento asertivo que calmara la sed de Adam.
Nuevamente con lentitud su larga figura dio varios pasos en retroceso, al comienzo no entendí por qué. La figura de Shubert imitaba muy bien a un crucificado, aun sin los clavos pegados a sus miembros. Una luz comenzó a abrirse camino desde la cortina, primero delgada y tenue, fue agrandándose a medida la cortina seguía desplazándose, persiguiendo el cuerpo del hombre ahí asfixiado, mi primo no necesitó ni voltear a ver la ventana para ello. Apenas el primer rayo de sol tocó la traslúcida piel de Shubert, un fino hilo de humo se desprendió de ésta y un gruñido ahogado salió de su boca.
Adam me haló del brazo para así abrazarme por la cintura, su sonrisa era la misma de quien veía una obra en un museo, se deleitaba en silencio mientras los chillidos de Shubert no me dejaban ni oír mis propios pensamientos.
—Haces tres navidades que no había podido ni enviarte una carta, querida. He aquí mi regalo... ¿Hace cuánto tiempo habías deseado ver la luz del sol Francis? ¿Cuántas veces fue este tu recuerdo más melancólico antes de cerrar los ojos dentro de tu ataúd? ¿No eras tú el que decía que protegerías el legado de mi padre tras su muerte? No me puedo imaginar lo difícil que es dejarse una máscara puesta todo el tiempo, pero tú, eres todo un profesional.
Aquello comenzaba a parecerme una auténtica falta de escrúpulos, "por el amor de Dios, hazlo ya de una vez" pensé con insistencia, el olor a carne quemada me perturbaba, incluso generaba dentro de mi estomago una serie de espasmos que mis labios no resistirían por más tiempo.
—No tienes ni idea de lo que se siente estar tanto tiempo en la oscuridad, dudo que sepas como se siente tener la cabeza clavada al suelo por tanto tiempo mientras rezas una y otra vez por que tu inmortalidad sea solo un mito, y la muerte llegue pronto.
—Adam...—musité nerviosa.
El comenzaba a caminar en dirección hacia la luz. De inmediato traté de detenerlo de sus intenciones, ya era difícil digerir como la piel de Shubert se carbonizaba y sus gritos desgarraban sus cuerdas vocales, aunque había permanecido en silencio ante las palabras de Adam. Este solo me lanzó al suelo sin siquiera tocarme, y aunque hube hecho el esfuerzo de levantarme, no me era posible. Maldita sea su fuerza mental...
—Aún así mírate, recibiendo un castigo totalmente contrario, con la cabeza en alto para verle la cara a tu verdugo e incluso bañado con los tibios rayos del sol del mediodía...
Dicho esto, y comenzando su piel a humear también justo frente a él, sacó de su bolsillo una pieza de madera oscura tallada, una estaca.
Al instante recordé momentos antes, cuando entré a su habitación a buscarlo vi el cuchillo de la cocina sobre su escritorio, y un poco de virutas de madera en el suelo.
Eso era todo. No dejaba de repetirlo. Mis pensamientos sin embargo cambiaron abruptamente al oír golpes en la puerta del salón. Eran fuertes e insistentes, quizás llevaban rato tocando, los alaridos de Shubert me habrán impedido oírlos.
—Y así es como el mundo debe limpiarse de tanta corrupción, colega...—musitó Adam cerca de su cuello levantando el puño con la estaca dentro de este.
Cerré mis ojos con fuerza esperando el inminente final. Justo antes de que esto pasara, el sonido de un disparo me hizo abrir los ojos. Adam se sostenía la mano habiendo recibido el disparo en esta, la veía con tal seriedad que ni siquiera parecía dolerle. El control mental había cedido, Shubert cayó al suelo y sus úlceras comenzaron a cerrarse casi al mismo tiempo que la cortina.
Unos policías habían tirado la puerta. Por esta, entraron una docena de ellos vestidos de negro, todos con revólveres en mano y placas en sus uniformes negros. Mi horror se intensificó. Me paralicé del miedo. Sabiendo lo que iba a ocurrir, y por qué.
Adam se limitó a verlos. Con amargura sonrió y agachó su cabeza. Un policía lo tomó del puño y fijó una esposa alrededor de su muñeca.
Yo solo cubrí mi boca con mis manos. Otro policía se abrió paso entre los demás.
Nota de autora: Adam pudo aprender el japones después de haber bebido la sangre de Harold. El científico japones quien le hacia experimentos en el calabozo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top