Capítulo 100: La cura a la soledad


Me siento como una tonta. La más grande que haya pisado la tierra. Ingenua, idiota, ansiosa por ser parte de algo importante. Recuerdo aquellos días en que lo más difícil era idear la trama perfecta para jugar a las muñecas, escoger quien sería la reina y quien la princesa era una decisión importante. Claro está que la reina siempre llevaba el nombre de Marie, no podía haber otro. El príncipe siempre era el peluche que más me gustaba de mi repisa, un conejo de felpa muy mullido y cálido siempre dispuesto a abrazarme por las noches, y el té imaginario de las tazas, el más dulce y aromático de todo el continente. De eso se trataba mi compleja vida. En la búsqueda de mi historia perfecta plagada de fama y lujos que no tendría nunca. Ese mundo donde encaja todo a la perfección y mi familia estaba siempre ahí para apoyarme y sentirse orgullosa de mí. Pero lo más difícil de ser adulto, era tragarme las lágrimas cuando lo que más deseaba era llorar, solo para verme "madura"...Lo más difícil es abrir los ojos y darse cuenta que la familia se va, y estar solo es ley de la vida y no queda nadie para darte un abrazo.

Aun así, lo complicado de cerrar los ojos, era lo tortuoso de mi subconsciente, trayendo a mi mente toda la basura que en realidad era, lo patética e inútil que había sido todos aquellos años, y lo seguía siendo. No por culpa de la sociedad, no había más ningún culpable además de mí misma. Lo dependiente que era de los demás. Mi tío me enseñó a que era la niña más especial y hermosa del mundo, y pronto entendí que solo era una criatura más del hemisferio que no encontraba su lugar. Deambulando, banal y extraviada.

Pronto una fría sensación me hizo reaccionar. Lo primero que vi fue el cielo raso de mi habitación, aunque me haya costado reconocerlo a simple vista, de hecho, ni siquiera recordaba que había hecho momentos antes.

Volteé a percatarme de que se trataba aquella fría sensación, consiguiéndome con la blanca y larga mano de Adam sobre mi frente. Su rostro estaba tan serio que recordé porqué me había desmayado. Al observar mi mano, efectivamente tenía varias puntadas de sutura, seguramente no podría moverla ni mojarla por algún tiempo...diablos...aun duele escribir estas líneas.

—¿Me quedará cicatriz?—inquirí con ironía.

—No tan grande como la que te quedará cuando te jodan en prisión.—advirtió tomando la biblia y arrojándola a la cama como si de una bomba se tratase.

Era fácil entender a que se refería, pero no había forma de que fuera a prisión, no por esa declaración rebuscada.

—¿Crees que es gracioso tomar cargos que no te pertenecen?

—¿Como sabes que no me pertenecen?—inquirí desafiante.—Yo podría ser la asesina, esos desgraciados me deben la vida de mi tío.

—¿Tú? ¿Una asesina? Crees que esto es un juego, idiota. ¿Que se supone que harías si vas a prisión?

—¡Lo mismo que harías tú si vas a prisión! Esperar lentamente por mi muerte y quedarme sola como es seguro que pasará tarde o temprano. Es lo que deseas, dejarme sola, como todos los demás, ¡adelante! ¡No me importa! Eres un maldito egoísta igual que todos los demás. Lárgate de una vez y termina lo que comenzaste, ni siquiera logras incluirme en tus planes, yo no existo para ti.

—Lo que intentas hacer carece del menor sentido de lógica, lo sabes, eres una idiota de primera categoría...

—¿Y tú te crees muy inteligente? ¡Si lo fueras no te hubieses dejado encerrar en ese maldito lugar! Eres tan idiota como cualquiera, vete y sigue haciendo las idioteces que mejor sabes hacer... después de todo, no somos familia como siempre intentamos serlo, solo un par de extraños obligados a convivir sin ninguna relación sanguínea gracias a la idea de un viudo solitario...

—¿Otra vez me estás corriendo? ¿Eso deseas? ¿Sacarme de mi propia casa? ¿Para eso invertiste tanto dinero en investigadores que me rescataran? No me veas la cara de imbécil.

No me quedó remedio que callarme, ciertamente no había pruebas que afirmaran que lo que decía era cierto o lo sintiera en el fondo. Nada que ver, es lo malo en mí, soy un libro fácil de leer y predecir, ni los berrinches me salen bien.

Este acercó hasta mí un vaso de whisky lleno con un líquido bastante oscuro. Sentí repulsión de solo verlo, y al notar el insistente acercamiento entendí que pretendía hacer, mordí mis labios con asco.

—Has perdido mucha sangre, Marie...

Negué con mi cabeza de un lado a otro horrorizada.

—Solo es mi sangre, no tienes idea de lo rápido que te curarás si la pruebas así sea un sorbo.

—¡Estas enfermo!

—¿Yo? Yo no fui quien tomó el cuchillo. ¡No lo pienses tanto y trágala...!

Por más que cerrara mis ojos aun sentía arcadas de imaginarme su sangre bajar por mi garganta, ¿sería fría? ¿O tibia quizás? Su color era semejante al del jugo de uvas, pero miles de veces más espeso.

—Yo nunca te dejaría sola, tonta. —mencionó, apenas pude ver su sonrisa burlona, el resto de su rostro se me hizo extrañamente oscuro.

La verdad es, que aquellas palabras me habían convencido, no entendía de qué forma cumpliría esa promesa, pero confié en que así sería. De un solo trago sin saborear, tragué aquel frio y espeso líquido. Sentí arcadas en mi estómago, aun así me contuve ofreciéndole una mirada molesta a mi primo quien solo rió como quien hace una travesura. No pude evitar sonreír, su risa me contagió y me hizo sentir cierta confianza de que había tomado la mejor decisión.

—Supongo que sientes cierto morbo de ver como las personas beben tu sangre...—añadió Heissman.

—La verdad...—No pude evitar sonreír encogiéndome de hombros.—Ya había visto los efectos regenerativos asombrosos que tenía mi sangre en el organismo de los humanos. No estaba al cabo de saber qué consecuencias traería, quizás fue mi amor por la ciencia lo que me llevó a probar con mi sangre.

Heismann subió sus lentes por su tabique y volvió a leer el diario.

Posteriormente los días pasaron. Al principio sentí escalofríos de ver como mi herida iba sanando, a las pocas horas pude sentir como mi piel se iba cerrando, ahora ni siquiera ha quedado una cicatriz, en realidad no tengo mucho de que sorprenderme teniendo en consideración la rapidez en la que esos dos se regeneraban desde niños. Sin embargo, ciertamente, he sentido un poco más agudizados mis sentidos.

Una vez a la semana salgo a la ciudad, a comprar víveres y pintura, últimamente he sentido muchas ganas de pintar, es de las pocas cosas que puedo hacer felizmente desde la comodidad de mi hogar, además las pinturas se venden bien en la calle, quizás podría ganar unas cuantas monedas y llegar a decorar el hogar de alguna familia.

Ha sido precisamente el otro día que salí de compras que oí una conversación sumamente extraña, no estoy segura de donde provenía, mi oído estaba tan agudizado que seguro pudieron haberlo dicho desde el segundo piso de un edificio con la ventana abierta y yo hubiese podido oírlo.

—"Desde entonces no se le ha visto ni se sabe más nada de él"

—"El secretario de estado le pasó un comunicado a mi marido diciendo que el mismo emperador estaba dispuesto a pagar una cuantiosa recompensa a quien lo encontrara"

—"Había olvidado por completo que tu marido trabaja en la policía, el gobernador siempre fue un hombre muy extraño, ¿crees que se haya escapado con dinero del estado?"

—"Pues eso es lo que todos en el gobierno sospechan y por lo cual el imperio lo tilda de traidor, abandonar su cargo sin dar explicaciones es muy sospechoso..."

—"Él y su hija siempre fueron gente muy rara, apenas se les veía la cara de vez en cuando y solo en actividades nocturnas, pero por lo elegante que siempre iba y lo refinado que se veía nunca pasó por mi cabeza que tenía planes de abandonar su cargo sin decir nada"

No hacía falta oír más al respecto. Si bien era cierto que el gobernador llevaba lejos de su cargo más de seis meses, no sabía que el mismo emperador lo estaba buscando. En el fondo moría de ganas de que fuese hallado, sacado de la ratonera donde se escondía, la horca sería el mínimo destino que se merecían él y Lena...

Lo primero que vino a mi cabeza fue correr a contarle a Adam, pero apenas llegué a casa noté que no se encontraba. Nuevamente el doctor había salido, esta vez dejando una carta que de no ser por su letra pude haber pensado que había sido secuestrado de nuevo, de hecho, aun me parece inverosímil.

"Salí a dar un paseo, vuelvo después".

Un paseo...nunca aquella palabra me trajo tan mala espina desde que el "doctor misterio" comenzó a usarla con regularidad. Salir a pasear en pleno día era algo que no me esperaría de él, no obstante. Podría jurar que inconscientemente comencé a rezar y al mismo tiempo pronunciar malas palabras, los nervios me ponían de muy mal humor y yo tampoco me caracterizaba por ser una mujer de paciencia implacable.

Me asomé por la ventana imaginando que clase de locura había planeado aquel chupasangres.

Relajé entonces mis músculos, la lluvia comenzaba a caer, gota a gota, golpeando con fuerza las ventanas de la casa. Mi mente comenzaba a divagar, a hacerse ideas en mi cabeza, mis sentidos hacían que las cosas a mí alrededor se sintieran tres veces más. Por si mi paranoia fuese poca y comenzara a confundir el sonido de las gotas con disparos a las ventanas, el rechinido de la reja de la entrada me hizo estremecer.

"Tiene sentido, Adam sabía que llovería"—pensé. Fue por eso por lo que decidió salir en pleno día.

Y ahí estaba en el jardín, con toda su ropa empapada, sin un paraguas en sus manos, al final de cuentas no se enfermaría, aun así, sabía que algo no estaba bien. Se detuvo estático frente al árbol del jardín. Ese donde descansaban los restos del tío Andrew.

La imagen ahí parada de un empapado Adam de pies a cabeza me espantaba. Para colmo estaba descalzo. Así había salido. Todo su cabello estaba pegado de su cara del mismo modo que su ropa a su piel. Como un cadáver salido del mismísimo Danubio. Levantó el rostro sin abrir los ojos y fueron las mismas gotas de lluvia las que apartaron su pelo. Como si fuese la primera vez, verle abrir los ojos me hizo sentir una corriente fría recorriendo mi cuerpo, nervios, incomodidad. No eran los mismos ojos bicolores que toda la vida la gente le había llamado tanto la atención. Aquellos iris desiguales se veían tan cansados y fríos que incluso se podía pensar que mi primo rondaba los ochenta años de edad.

Todo era silencio. Apenas era el mediodía, pero el cielo no dejaba escapar un solo rayo de luz dentro de las oscuras nubes. Quien sabe cuál tormenta era peor, si la exterior, o la que libraba Adam dentro de su propia mente. Sus pies se enlodaban, aún parado a pocos pasos del árbol. Tomó asiento sobre sus raíces dejando que el barro manchara sus pantalones. No aguanté seguir viendo esa tétrica escena de aquel "extraño" en el jardín de mi casa.

Yo decidí bajar a preparar una bebida caliente, un café tal vez. La tensión que sentía me enloquecía, además el ambiente se había vuelto realmente frio, mis manos perdían sensibilidad.

Justo al colocar la jarra de agua a hervir, alguien tocó a la puerta principal. El golpeteo penetró fuertemente mis oídos, no podía ser mi primo, el nunca golpeaba a la puerta principal, mucho menos pudiendo entrar a la cocina desde el patio.

Nuevamente la puerta sonó. Con ese clima se me hacía extraño recibir visitas. "Ya voy"— grité dándome prisa, la insistencia cesó, sin embargo, grande fue mi sorpresa al abrir.

Debajo de un fino paraguas negro, estaba parado en la puerta principal, Francis Shubert, al cual llevaba varios meses sin ver.

...El último. La razón de toda la locura.


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