Capítulo 6: En los brazos de Morfeo


Si hace algunos días atrás ya tenía la certeza de que se quedaría calva a finales de mes, sus predicciones fueron desacertadas. Barriendo su oficina se había dado cuenta que no tenía que esperar más tiempo, largos rastros de su bonito cabello naranja brillaban en el porcelanato del suelo, su ánimo no podía ser distinto. Albert en cambio se limitaba a ayudarla a recoger los libros que ella misma momentos antes había tirado molesta, entre sus listas de pendientes recordaría anotar comprar una pistola, una con balas especiales reservadas para el vampiro que mejor sabía acabar con su paciencia.

...Momentos antes...

—¿Qué demonios hiciste? —Interrogó a punto de estallar. Eran pasadas las doce de la noche en Viena, apenas había llegado a la mansión, bajándose de una ambulancia que él mismo había mandado a llamar apenas bajaron del avión.

—¿Son ideas mías o tienes más pecas? Recuerdo que Marie cuando se molestaba extrañamente también le salían más pecas en la cara. —Comentó evitando por completo la pregunta. —Llévenla a la UCI, no dejen que nadie se le acerque hasta que recupere el conocimiento...—Ordenó a los camilleros refiriéndose a la chica japonesa quien seguía inconsciente dentro de la ambulancia.

—¿Quién es ella y que fue lo que hiciste allá?

—Pues lo que me ordenaste, traer la muestra. Por cierto, fue toda una oferta, el director del centro no cobró ni un centavo por todas las molestias...

—Lo mataste, ¿verdad?

—No había nada qué dialogar con él, el sujeto era un bicho raro de esos...—se excusó con descaro encogiéndose de hombros.

—¿Dónde está la muestra? —se cruzó de brazos.

—Lo lamento, pero aún no te la puedo entregar. Tendrás que esperar un rato, pero mientras tanto podrías ir haciendo mi depósito. ­­—mencionó con una sonrisa viperina, escondiendo sus iris bajo los cristales de sus lentes de aviador.

Aquello era el colmo del cinismo, por más que deseara estrangularlo siempre hallaba la manera de salirse con la suya. Albert acababa de salir y se limitaba a ver la escena con inquietud, rogando porque su amiga no perdiera la paciencia. Entonces la camilla salió de la ambulancia transportando el cuerpo de la joven, no estaba entonces tan sucia, la sangre había sido limpiada de su rostro lo mejor posible, aunque esta permanecía en completo estado de "inconsciencia" su tez ya era pálida, en su cuello también se notaban dos fisuras a varios centímetros de separación una de la otra. Ambos jóvenes vieron la escena con seriedad, uno más aterrado que la otra quien en cambio solo deseaba clavarle una estaca en el pecho al vampiro.

—Te quiero en mi oficina ahora mismo...—soltó entre dientes dando la espalda, entrando de regreso a la mansión.

Él solo se limitó a sonreír con resignación imaginándose las consecuencias, de hecho, ya era algo en lo que había meditado por todo el camino, no le daba demasiada importancia. Albert en cambio posó su mano protésica sobre su hombro, compadeciéndose de su destino.

"Esto no terminará bien" seguía repitiéndose en sus pensamientos.

—¿Quieres apostar? —interrogó el vampiro tras leer los pensamientos del rubio.

Subió las escaleras con tranquilidad, después de todo, "aquella era su casa". En la oficina lo esperaba la pelirroja apretando el puño sobre el escritorio y la mirada fija en la puerta. Apenas entró quitó sus lentes de sol y tomó asiento, dedicándole una despreocupada expresión. Antes de que ella pudiera decir una palabra éste intervino.

—Aquí está la muestra. —Dijo depositando el tubo sobre el escritorio. —Está algo lleno de polvo, pero está en perfectas condiciones...

Karen ajustó sus lentes antes de detallarlo con detenimiento.

—¿Que sucedió en la ciudad? ¿Cómo explotó el edificio?

—Aún no estoy completamente seguro, pero todo arroja que fue una fuga de gas...

El ceño de Karen se frunció viendo como el vampiro simplemente guardaba silencio encogiéndose de hombros, algo en su expresión cínica no la convencía, como si ocultara algo. Sabía a quién tenía en frente, de hecho, algo le hacía pensar que él tenía algo que ver con aquella explosión. Después de todo, nunca una misión se llevaba tranquilamente si el vampiro estaba involucrado.

—La chica, ¿de dónde salió? ¿Qué hacia fuera de la institución si se supone que todos los estudiantes estaban en la ceremonia?

Aquel guardó silencio unos segundos, sentado con los pies cruzados sobre el escritorio y las manos reposadas sobre su estómago, tan solo observando por fuera de la ventana de la oficina.

—Para estas fechas del año la luna siempre se veía de un tono roja, recuerdo que Marie se quejaba del calor y culpaba a la luna roja del calor y los mosquitos...—suspiró

Sin poder contener más la rabia, tomó uno de los cuantos libros de su escritorio y se lo arrojó encima, haciéndolo no solo devolverle la atención sino casi caerse de la silla.

—¡RESPONDE DE UNA VEZ! ¡No caeré en tus desvaríos! ¿De dónde sacaste a la chica?

—¡Hey, hey! Cálmate, todo tiene una explicación...—pidió levantando las manos en son de paz

—¡Contesta entonces! —exigió lanzando otro libro

—Me encargaste de dos cosas, conseguir la muestra y traerte un científico capacitado para que aportara información y los avances de esa institución, pues he ahí la muestra, y la única científica sobreviviente de la explosión. La conocí de camino al instituto. Llegaba tarde para la ceremonia...es por eso que sobrevivió—se excusó.

—¿Y por eso tenías que beber su sangre?

—Fue testigo de que el rector era un vampiro. —comentó—Él la atacó. No sobreviviría a esa noche, con el toque de queda hasta los hospitales estarían cerrados. No había nada más que hacer. —explicó con tanta seguridad que era imposible no creerle, más bien había manipulado la verdad a conveniencia.

—Maldición... que desperdicio...—comentó sentándose, frustrada. —Tanto tiempo adulándole a esa maldita institución para que nos concediera esta oportunidad y ocurre esto...

—Deberías alegrarte de que haya explotado.

—¿Cómo?

—Ya te había comentado que el rector era un vampiro, no confiaría en las intenciones de un vampiro para este trabajo.

—Aun así, confías que esa chica que trajiste nos ayude, si fue estudiante de esa institución ¿cómo podemos confiar en ella entonces?

—Podrías darle el beneficio de la duda, espera que despierte, si no te convence puedes...

—¿Que cosa?—interrumpió posando su mano sobre el escritorio. –¿Tirarla a la calle para correr el riesgo de que muerda a todos y el problema se agrave?

—Tienes armamento allá abajo, una bala basta y sobra para ponerla a dormir...

—¿Y qué hay del papeleo? Su identificación, registro, pasaporte. ¿También tengo que cargar con esa responsabilidad?

—Por eso no te preocupes. La chica no tiene nada. —Aquello la había hecho fruncir el ceño con confusión. —Salvo su carnet estudiantil...—comentó posándolo sobre el escritorio. —No hay registros de ella en Japón, ni en ninguna parte, como sino perteneciera a este mundo. Dejé a Albert encargado de averiguar algo, no halló nada, solo sabemos su nombre.

Karen tomó aquel misterioso carnet aun manchado con sangre con sumo cuidado y vio con detenimiento, tenía tanto caracteres kanji como romanji.

—Kan Yukari...—leyó la pelirroja. Sus ojos se abrieron con sorpresa. ¿Acaso era...?

Sentía una presión en su cabeza, indecisa por lo que debía hacer. Volteó a ver a Adam por encima de sus anteojos, quien la miraba con suma seriedad. Estaba claro que el vampiro también tenía las mismas sospechas que ella. En su mente algo le gritaba que era una locura, que no conocía a la chica. No obstante, también algo le susurraba que aquello debía ser el destino. No entendía por qué, pero decidió oír aquel susurro.

—Iré a encargarme de que todo esté bien allá abajo.

­—Ni creas que esta conversación se ha terminad...—pudo haber concluido de no ser porque el vampiro, ya se había esfumado...

...Fin del Flashback—

Después de rememorar todo lo que había pasado se dio cuenta que toda su oficina ya estaba en completo orden. Abrió la ventana por primera vez en el día, se detuvo a ver la brillante luna, eso siempre la relajaba, era como ver directamente los ojos de su madre, era la misma luna que veía en sus viajes familiares reflejada en el lago de aquella cabaña en Tirol.

—Que locura todo esto...—exhaló recostándose de su escritorio. –Hay una probabilidad muy alta de que hayamos perdido en tiempo buscando esta muestra, si lo que dice Adam es verdad, posiblemente todo haya sido una estafa, quizás el director pretendía beberle la sangre y quedarse él con parte de nosotros.

—Es primera vez que te oigo preocupándote por Adam. —río el rubio a sus espaldas. –Él siempre ha sabido cuidarse, y trajo lo que le habías pedido. Tengamos fe en que esto será suficiente para obtener información, pronto saldremos de cada una de nuestras dudas. —Alentó rodeándola con su brazo. Ella solo se limitó a posar su cabeza en su pecho, no quería pensar en nada más.

La mansión Malkavein yacía completamente callada, en paz y en absoluta oscuridad. Invitando a cualquiera a tomar un merecido descanso hasta la mañana siguiente. Por mucho que el tiempo había pasado seguía sintiéndose el aire hogareño de siempre. Sin embargo, todo cambiaba cuando recorrías el ala sur y bajabas por las escaleras al final del pasillo.

Debajo se hallaba la famosa área subterránea de la casa, tan grande e importante como un edificio del gobierno, solo que con un penetrante olor a humedad que, de no ser por él, a cualquiera se le olvidaría el hecho de que se trataba de un área bajo tierra. Tres pisos enteros de laboratorios, salones de entrenamiento para la policía, incluso una pequeña fábrica de armas de fuego y balas, con los mejores ingenieros en balística, incluyendo una fragua para la elaboración de armas blancas como navajas y cuchillos de combate. Tan iluminado cada piso y pasillo como para no saber si en la superficie era de día o de noche.

En uno de los laboratorios se hallaba ella. Aún seguía inconsciente.

El laboratorio constaba de una pequeña cabina con vidrio polarizado por el cual se podía observar hacia el interior, pero que no permitía ver de dentro hacia fuera. Su brazo tenía una vía conectada a una bolsa de transfusiones, se había recuperado de sus heridas sin necesidad de cirugías ni suturas, a pesar de que conservara algunas cicatrices como la antes señaladas en su cuello.

Lo que le había dicho a Karen no había sido sino una verdad a medias, pensó mientras cruzaba el pasillo hasta las escaleras del sótano. La pelirroja no necesitaba más motivos para ansiedades ni estrés, y él tampoco tenía tiempo ánimos de dar explicaciones. La verdad, es que ni él mismo comprendía al cien por ciento por qué había tomado la decisión de traerla, esperando que esa decisión no haya sido equivocada y que, en efecto, la joven científica supiera responder por el cargo que debía ejercer en el centro. Pero primero, para eso, debía recupera el conocimiento.

No esperaba ver a nadie por allí a esa hora. Los horarios de trabajo siempre eran diurnos para aprovechar las horas de sueño de esas criaturas, es por eso, que en ese momento se llevó una sorpresa.

Tan callado como siempre, se hallaba ahí parado él, su viva imagen. Aunque ninguno de los dos haya visto nunca su reflejo, podían inferir en el otro cómo lucían. Después de todo, eran hermanos gemelos.

Vestido con un impecable uniforme de policía, negro, con las insignias de las fuerzas especiales en la manga, así como un chaleco con varios botones de condecoraciones y bolsillos en la parte superior, unas botas de cuero también negras y del cinturón del pantalón, caía una brillante cadena de metal. Sobre su hombro, caia una cola de caballo, cuyo cabello llegaba hasta la cintura, y su mandíbula, enmarcada por una perilla oscura y un tanto descuidada. Por más que pasaban los años, seguía sin creer cómo el siempre callado y ensimismado hermano menor, fuese comandante de la policía de Viena.

—¿Aún no reacciona? —intervino sacando al pelilargo de sus pensamientos.

El menor volteó confundido sin entender en qué momento había llegado ni cuánto tiempo había estado ahí a su lado.

—¿Qué tal el viaje? —preguntó ajustando sus lentes sobre su nariz.

—Entretenido. —dijo entre bostezos. —Pude ver con mis propios ojos algunas de esas criaturas que se hacen llamar como nosotros.

—¿Cansado a esta hora? ¿Tuviste un viaje largo?...

—Si, me temo. Aunque también me extraña tener tanto sueño a esta hora. —mencionó acercándose al vidrio del cubículo, mirando fijamente al interior. Como lo suponía, la joven seguía dormida, sin presentar cambios ni mostrar ningún síntoma. —¿Ha presentado alguna respuesta? ¿Qué han dicho los científicos?

—No, solo está en la etapa de fiebre. —comentó sin quitar la vista de la chica. — Aunque, es extraño, cada tanto minuto hace "eso". No me parece haber visto algo así antes con Karen o Albert...—comentó señalando con el dedo.

A lo que Alexander se refería era que repentinamente y de forma violenta, la chica apretaba los puños y la mandíbula, a tal punto de observarse una evidente cianosis o pigmentación violácea en su cuerpo, sus músculos se habían contraídos, rígidos, y temblaban con violencia. Era una visión perturbadora que Adam supo interpretar de inmediato.

—Oxígeno, rápido. —ordenó al menor entrando de inmediato al cubículo.—El cilindro verde.

Al acercarse pudo notar lo que a simple vista era obvio, incluso un hilillo de sangre se deslizaba por la comisura de su boca. Sus músculos estaban rígidos, apretaba con fuerza las sábanas a tal punto que eran visibles las venas de sus brazos. "Posiblemente era producto de la fiebre" al menos eso era lo más lógico en su nuevo estado. Al tocarla su temperatura era extremadamente alta, como era de imaginarse. Posó la almohada a un lado de su cuerpo, recostándola de medio lado sobre el colchón, así como giró su cara de medio lado. Introdujo las manguerillas de oxígeno en su nariz y en unos cuantos segundos la crisis paró.

—Que extraño...—musitó observando la escena de arriba abajo.

El cabello de esta era un desastre, esparcido, y su expresión se veía agotada, con grandes bolsas debajo de sus ojos. Ya había limpiado la sangre que se escapaba de su boca, aun así, dejarla sola sería un error. Verla dormir tan plácidamente lo hicieron sentir envidia, sin contagiado de aquel profundo sueño que le hicieron recordar lo cansado que se sentía.

—¿Estará bien? —intervino Alexander viendo a su hermano quien había permanecido callado, al menos más de lo normal.

—No podemos estar tan seguros. Debería quedarse alguien encargado de vigilarla.—mencionó dispuesto a retirarse del área.—Adviérteles a los encargados de este turno. No retiren el oxígeno y consigan más bolsas para transfusiones. También háganle un electroencefalograma lo más pronto posible.

La cabeza del vampiro se sentía pesada, con una presión en toda su bóveda craneal, muy típica de quien no ha descansado en semanas enteras, signo que le hacía fruncir el ceño extrañado, pues, haciendo un auto análisis, no recordaba haberse esforzado más de la cuenta desde hace mucho tiempo. Incluso su lengua se le hacía pesada y sus ojos se cerraban por si solos. Un viaje no podía ser tan pesado como para provocar esas sensaciones, mucho menos para una criatura como él. "No me sentía así desde mis días en el hospital" pensó sonriendo para sí mismo.

De pronto, el vértigo se apodero de el, sintiendo que tras un paso su cuerpo caería a un abismo, así como la sensación de que todo a su alrededor daba vueltas y se distorsionaba como un caleidoscopio, además de un dolor insoportable en la sien, como si algo estuviese penetrando dentro de su cerebro, por más que su hermano preguntara si se sentía bien este asintió.

—Probablemente no pueda hablar cuando reaccione, no la presionen con preguntas...—fue lo último que dijo justo antes de caer al suelo inconsciente.

Alexander al instante corrió a socorrerlo intentando entender lo que había sucedido.

—¡Adam! —exclamó tirándose al suelo para chequear los signos del vampiro. Este acercó su mano hasta su cara para sentir su respiración la cual era profunda, además reconocía su expresión habitual cuando caía en brazos de Morfeo. —Está dormido. —suspiró aliviado.


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