Capitulo 27: Caramelo PEZ
Taconeos se oían desde el pasillo del piso subterráneo, pasos presurosos que se bajaban las escaleras hasta los laboratorios. No había podido despegar su mente del tema de Albert, hasta que la japonesa depositó el informe del protocolo sobre su escritorio para que fuese evaluado.
"¿Cómo Kan cree que puedo darle el visto bueno a un protocolo que no conozco?" pensó sin apartar la mirada del folio. "Tendré que darle el beneficio de la duda y confiar en que está bien hecho" exhaló para si misma.
Los pasillos de los laboratorios siempre habían sido poco iluminados, o al menos, tanto como el subterráneo permitiera que la luz de sus lámparas se expandiese. Frente a ella, una puerta de vidrio presurizado, con un mecanismo sensorial a su derecha. con un ligero movimiento, posó la tarjeta que colgaba de su cuello frente a la pantalla, la cual dejó abrir las puertas para darle acceso. En el interior todo cambiaba, la tenue luz del pasillo pasaba a segundo plano en comparación con la fuerte luz incandescente de las lámparas del cubículo, luz precisa para el manejo de los eslabones dentro del área.
—¡Doctora Malkavein!— saludó un chico gordo de pecas en toda la cara.
—¡Herr Doktor!—exclamó casi al unísono, una alta rubia con los brazos abiertos.
Dentro se hallaba media docena de científicos, entonces sentados, conversando, hasta que la pelirroja puso un pie dentro y todos saltaron en su bienvenida.
—No hacen falta los saludos, Hildegard.— interrumpió parando en seco las intenciones de la rubia. Inevitablemente todos voltearon a ver sus rostros extrañados. La siempre formal Karen Malkavein sin duda se veía más seria aquella noche—Esta noche, como bien saben, será la primera vez que se pruebe el protocolo Fukushida dentro de estos laboratorios. —mencionó mientras iba repartiendo dichos informes en manos de cada científico. —Denle las gracias al doctor Timothy Wallner por las copias de cada folio, les pido por favor, lo revisen y memoricen a la perfección antes de que de inicio la prueba. Estoy clara de que es algo apresurado, pero confió en sus capacidades.
—Cómo usted ordene, doctora.—mencionó la rubia ojeando las páginas del informe.—Pero, ¿podría saber por qué tanto misterio? ¿sucedió algo?
La pelirroja exhaló bajo el arco de la puerta del laboratorio, apenas volteando a ver por encima de su hombro.
—Nada de lo que deban preocuparse. El eslabón llegará pronto, les pido que sean ágiles. Mantengan las mascarillas de acetileno preparadas, gradúenlas a la dosis que indica el protocolo, no bajen la intensidad de la luz ni siquiera porque parezca ser demasiado fuerte...—explicó haciendo una pausa.
En ese momento, un sonido familiar llegó hasta sus oídos, así como a los de los científicos, un sonido mecánico. El garaje de la mansión, pensó. Ya estaban de regreso. Por un momento sintió un vuelco en el estomago y sus ojos se abrieron.
—Todos a sus posiciones. El eslabón ya está en casa.—ordenó, haciendo que al instante todos afirmaran con su cabeza.
Por su cuenta no pudo evitar apresurar el paso hasta el aparcadero. Apenas abrió la puerta principal, no pudo evitar sorprenderse. ¿En qué momento había empezado a llover? Grandes gotas de agua habían humedecido el jardín, ya el Mustang estaba aparcándose.
—¡Albert!—corrió la pelirroja en dirección hasta el auto.—¡Albert!, ¡Albert!
No obstante, a pesar de que fría lluvia empapaba su cabello y sus anteojos, no fue esa la razón por la que sus cejas empezaron a fruncirse lentamente.
De los asientos delanteros se habían bajado ambos gemelos, más aun así, la puerta trasera del auto, no se abrió, nadie más bajó del vehículo, salvo ellos. Sus caras, tan serias como dos estatuas de mármol, apenas voltearon en dirección a ella al oír sus gritos, aún así, nadie más bajó del auto.
—¿Qué pasa? —mencionó ya cerca del auto sintiendo fatiga de haber corrido hasta ellos. Los gemelos voltearon a ver sus rostros simultáneamente. —¡¿Contesten maldición?! ¿Dónde está Albert? —su tono se había endurecido, en una mezcla clara de desesperación e inseguridad.
—Los especialistas que enviaste para capturar el eslabón ya vienen en camino. Será mejor que estén preparados. —mencionó el menor con tono serio, ignorando totalmente la primera pregunta.
—¡N...No me cambies el tema! —tartamudeó molesta. —¿Qué pasó en la ópera? ¿Por qué llegaron tan rápido y donde está Albert?
—Ya llegaron. —indicó Adam volteando en dirección al portón principal.
Desde la oscuridad. Unas fuertes luces de faros alumbraron la entrada de la mansión, incluyendo el césped y los árboles. Lentamente, la oscura y reluciente camioneta de la policía se abría paso, acercándose hasta la posición de la directora. En el parabrisas, podía leerse la palabra COBRA. Acrónimo con el que se le conoce al comando de fuerzas especiales de la policía austriaca.
Al instante, un cuarteto de estos especialistas bajó de la patrulla. Todos con sus cascos y uniformes totalmente negros, aun con sus armas colgadas de la espalda, fusiles y rifles francotirador cargados con municiones especiales, todo aquello hecho en la armería de su propia casa. Ni siquiera aquellos hombres se habrían imaginado años anteriores que les tocaría cazar criaturas sobrenaturales durante las noches. Uno de estos especialistas caminó hasta la directora, removiendo su casco de su cabeza, dejando caer una larga cabellera rubia y dejando ver su femenino rostro.
—Misión satisfactoria, comandante. —mencionó la rubia haciendo un saludo marcial.—Los eslabones fueron atrapados con excito para su posterior inmovilización, solo esperan a su orden de ser trasladados hasta los laboratorios.
—Muchas gracias, agente. Permiso concedido. —indicó la pelirroja observando de reojo la puerta del garaje.
Sin mas qué esperar, dos agentes se dirigieron al maletero de la patrulla, cargando sobre sus hombros, a modos de saco, los dos pequeños cuerpos de los eslabones. Ambos chicos, inconscientes, amordazados y maniatados. De este modo, sin esperar otra orden, los agentes entraron a la casa en dirección a los laboratorios. Aun así, había un tema que la pelirroja no iba a dejar pasar y que seguía martillando su mente con insistencia.
Los gemelos ya habían entrado hasta la casa desde el garaje, por lo que Karen no dudó en seguirles el paso.
—¿A dónde creen que van? ¡No hemos terminado nuestra conversación! —gritó a unos metros de distancia.
Instantáneamente, ambos vampiros frenaron el paso. La pelirroja aún llevaba aquella expresión desesperada difícil de ignorar, pero tal como surgió de la mente de uno de ellos, dejarla en ascuas solo la pondría peor.
—¿Por qué Albert no vino con ustedes? —mencionó con tono duro una vez estuvo frente a ellos.
El menor inhaló un segundo, antes de contestar. Los ojos de la pelirroja exigían una respuesta, la verdad.
—No pudimos encontrar a Albert.—expulsó con tono serio.
Automáticamente, sus ojos se abrieron como platos, secándose su garganta en el acto.
—C-cómo? ¡No tiene sentido! ¡Rastreé el teléfono! ¡Estaba en la ópera!—exclamó sacudiendo sus brazos.
—Así es. El teléfono estaba en la ópera. Concretamente dentro de su vehículo. Cuando llegamos, este estaba aparcado al otro lado de la calle, fuera del edificio.
Un silencio invadió el pasillo, volviendo a helarle la piel a la directora. ¿Cómo era posible? ¿Qué había ocurrido con el rubio? Hacía años que no recordaba cómo se sentía estar viva, ese cambio de temperatura producto del miedo, le recordaba mucho a esos años.
—Tus órdenes fueron, rescatar y traer.—mencionó el mayor.—No teníamos autorización de entrar en el edificio hasta que los Cobra llegaran a cazar a los eslabones, tal vez, ese período de tiempo fue suficiente para que Albert saliera del edificio.
Dicho esto, el ceño de Karen se juntó de nuevo.
—¿Cómo pueden decirlo tan tranquilos? ¿Me están diciendo que Albert está desaparecido y ya?
—Apenas llegó el comando especial, no dudamos en entrar al edificio.—inició el menor— Algunos chicos de la logia estaban fuera del edificio discutiendo en el callejón cuando llegamos. Los Cobra llegaron algunos minutos después, pero sus agentes no tardaron en actuar apenas llegaron. Lo mismo hicimos Adam y yo. Bajamos del auto y entramos al edificio desde las sombras. En el hall no había nada. De hecho, nos extrañó que fuese tan fácil, pero lo cierto, es que tampoco encontramos a ningún niño de la logia.
—¿Qué?
—Como lo oyes. Recorrimos cada lugar. Cada habitación. Los camerinos, los baños, el salón, el auditorio, las salidas, el backstage, incluso la cabina de control y la zona de iluminación. No había rastro ni de los niños, ni de Albert. Los únicos niños de la logia, eran precisamente esos chicos del callejón trasero del teatro, así que no dudamos en ir a interrogarlos si habían visto a un hombre rubio entrar. Sin embargo, cuando llegamos hasta ellos, ya los agentes los habían neutralizado y subido a la patrulla.
—Y ahora no podremos interrogarlos, tomando en cuenta de que esos niños no volverán a despertar después de las pruebas de esta noche...—musitó la pelirroja justo antes de bufar enfadada, llegando sus manos a su cabeza.
—Pero no todo está perdido.—volvió a intervenir el pelilargo, esta vez sacando su teléfono de su bolsillo.—Esto... una vez fuera del coliseo recibí este mensaje a mi mensajería de texto.
La pelirroja miró con atención la pantalla del teléfono entre la enguantada mano de Alexander, no obstante, nuevamente sus cejas volvieron a encontrarse una con otra en una expresión de confusión total.
"01001110 01101111 01110011 00100000 01110110 01100101 01101101 01101111 01110011 00100000 01100001 01101100 00100000 01100001 01101101 01100001 011011110 01100101 01100011 01100101 01110010"
Un silencio volvió a albergar el pasillo, tratando de conseguirle una explicación a lo que tenía frente a ella.
—Esto es... ¿un código binario?
—Traducido, este código binario quiere decir "nos vemos al amanecer"—explicó Alexander. —Además. El código numérico del cual provino este mensaje, corresponde al serial de la prótesis de Albert. Por lo tanto, lo más lógico es que el mensaje lo enviara desde su brazo.
Efectivamente, aquella teoría tenia todo el sentido. Si bien Albert era un hombre sencillo, la tecnología era algo que siempre lo había apasionado, su brazo, siendo la prueba de esto, siempre había estado actualizándose con cada función nueva que pudiese asistirlo de alguna manera el dia a dia, no obstante, si había algo de lo que el rubio se negaba, era a cambiar el diseño por uno más actual, teniendo cierto apego a su primer gran éxito, era por eso que algunas funciones, como esa mensajería, solo podía limitarse al uso de códigos binarios, y qué mejor interprete que el perspicaz vampiro.
—Pero...—volvió a intervenir la pelirroja con tono quebrado. —¿Qué tal si fue secuestrado, y su secuestrador mandó ese código haciéndose pasar por el y así despistarlos?
—¿En serio crees que Albert dejaría que alguien tocara su brazo?— esta vez fue el mayor quien tuvo que intervenir.—Y si así fuera, ¿crees que alguien podría entrar en él tan fácilmente? Ese brazo tiene mas mecanismos de seguridad que un banco. Dudo mucho que alguien haya podido encontrar esa función, y mucho menos escribir un código binario para enviárselo a Alexander. Estamos hablando de un depravado traficante de niños, no de un ingeniero en programación.
—¿Y que si entonces fue obligado a enviar ese mensaje? ¿Tanta confianza tienen en su enemigo? ¿Acaso olvidan quien es Albert? ¿Olvidan qué pasaría si el desaparece? Todos los problemas en los que estaremos metidos, el papeleo que habría que hacer en su búsqueda, ¿Qué le diríamos al presidente? ¿Qué dirían los medios?
—¿Te preocupa que se haya perdido tu benefactor? Tal vez para la próxima deberías ponerle una correa y ya está. —rió encogiéndose de hombros. —¿Tú que dices, viejo?
—Digo que soy detective de la policía, no Ace Ventura.
El mayor no pudo evitar soltar una carcajada. Frustrada, la pelirroja solo se limitó a apretar sus puños hasta que sus uñas se clavaran en su carne. Podía tolerar las burlas de Adam, pero qué tan frívola pudo sonar para que también el menor se uniera a la humillación. Aunque no haya sido su intención sonar egoísta, mentiría si dijera que todas aquellas preguntas no le robaban la paz legítimamente, pero, sería una mayor mentira decir, que su mayor preocupación era el papeleo, más aún cuando trataba de imaginar un momento de su vida sin que el rubio estuviese presente.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por la sensación de la fría mano del menor sobre su hombro, robándole su atención con su semblante tranquilo y amable, antes de intervenir.
—Ten fe, esperemos al amanecer, y si Albert no llega, desplegaremos todas las tropas para su búsqueda. Dudo mucho que el doctor Golemann haya decidido salir a enfrentar a ese mafioso sin un plan antes, así como también dudo que el querría verte así de desesperada. Solo ten paciencia, y esperemos lo mejor.
Aquellas palabras, se sintieron como un bálsamo para sus preocupaciones, a pesar de que sabía que no serían suficientes para olvidarse de ello, sabía qué contaba con él para lo que hiciera falta. ¡Que diablos! Contaba con ambos, incluso aunque el mayor solo mirara la escena con una sonrisa, dándole su aprobación desde la distancia, podía estar segura de que ambos saldrían a buscar a aquel hermano menor que la vida les había regalado.
—Ustedes solo digan la hora y donde. Yo iré a ver qué pasó con mi pistola mientras tanto.—mencionó el mayor justo antes de dirigirse hasta las escaleras, hacia la armería.
Por su cuenta, la pelirroja agradeció con una reverencia al menor, justo antes de subir las escaleras en dirección a la oficina.
Preocuparse no cambiaba nada, no es como si mágicamente la ansiedad le hiciera desarrollar una habilidad superpoderosa para resolver todos sus problemas en un abrir y cerrar de ojos. Lamentablemente, no es así como funcionaban las habilidades sobrenaturales. Aquello era algo que Kan no podía entender. Pues si bien la pelirroja tenía que pelear con sus propias preocupaciones, los demonios mentales de la pelinegra tampoco la dejaban en paz aquella noche.
Llevaba unos diez minutos tratando sin éxito de despejar su mente en la mal llamada "sala de relajación del primer piso", sala cuyo nombre comenzaba a dudar de su fama. Con un vaso con agua entre sus manos y sus pensamientos divagando de un lado a otro.
—"...Un laboratorio no puede darse el lujo de tener científicos NO capacitados para el trabajo y exponer así a una catástrofe"
Las palabras de Hildegard Klause no habían dejado de resonar en su mente desde aquella noche. Tarde o temprano tendría que llegar una persona que viera más allá de su pequeño tamaño y diera por hecho sus palabras. O, ¿tal vez todos lo sabían y estaban esperando que fallara? ¿Cuándo había sido la ultima vez que sus manos temblaron como en ese momento? El agua ondeaba y salpicaba fuera del vaso sin poderse contener. Su respiración se sentía entrecortada, solo hacía falta que su corazón funcionara para poder sentir aquellos latidos erráticos incluso en su sien.
—"Si yo no podía graduarme, nadie más lo haría. ¿Y para qué? ¿Para estar muriendo de inseguridad ante mi primer día de trabajo?"—chasqueó su lengua. —"Que patética"
Aquellos pensamientos carcomían su mente, la cual repetía una y otra vez la idea de que no era merecedora de tal cargo. ¿Qué clase de genocida merecía un final feliz? ¿acaso el mundo la premiaba por lo que había hecho? ¿O era que acaso ese era su castigo? Trabajar al lado de su propia inquisidora, la cazadora debía ser cazada en esta ocasión. Todo debía salir bien. ¡nadie podía saber la verdad! Pero ¿Cuál de tantas verdades que escondía?
¿Ser una terrorista? ¿Ser un vampiro? ¿O aquel secreto que la había llevado hasta su mayor error? Aunque entonces aquel era el menor de sus problemas, en algún momento cual fuese su mayor debilidad y generador de pesadillas, aun se escondía en el lado oscuro de su mente.
Ya no quedaba más remedio. Esa era la realidad de la vida adulta, ¿no? Nadie te pregunta si te sientes o no capaz de hacer algo, simplemente, debes hacerlo y pagar las consecuencias en caso de hacerlo mal. De ese modo, bebió del vaso de agua sin dejar una sola gota, esperando que de esta forma, el agua lograra disolver aquel nudo en su garganta que no la dejaba decir una sola palabra.
Lamentablemente, ni aun el vital liquido podría borrar las huellas de la realidad.
Instantáneamente, su garganta sintió un ardor semejante al haber tragado cloro, sensación conocida para aquellos que han intentado acabar con su vida más de una vez, ahogándola en el acto, haciéndola toser inconteniblemente. ¿Acaso ya el agua no era bienvenida en su organismo? ¿son los vampiros débiles al agua? ¿O es que acaso ser neófita la dotaban de más debilidades que de bendiciones?
"Maldita suerte"...
No le quedó más remedio que levantarse e intentar llenar sus pulmones de oxígeno, cosa que por alguna razón le resultaba extrañamente complicado. Su pecho ardía, su vista se sentía borrosa, y lo más importante, su pulso, no dejaba de temblar.
"¡¿CÓMO SE SUPONE QUE PODRÉ TRABAJAR ASÍ!?"
Entrevista al doctor Tsutomu Ichiharu, experto en fisiología vampírica. —vino a su mente una escena vista en la televisión de su país, en un programa de entrevistas cuando aún cursaba sus estudios— "La abstinencia en un cuerpo humano puede ser la experiencia más salvaje y cruda de todas, pero en estas criaturas, puede resultar el desencadenante de las grandes masacres que mantienen a la humanidad hoy por hoy, escondida en sus casas.
Su mirada inconscientemente se fijó en el pequeño refrigerador ejecutivo en la esquina de la sala. Era ESO lo que clamaba su garganta. No, su estómago, ¡no! ¡Su torrente sanguíneo!. Su inerte corazón no bombeaba sangre, sus venas pues se sacaban y sus sentidos comenzaban a gritárselo. Sus pasos, aunque lentos, sabían pues, en qué dirección dirigirse, hasta agacharse a sacar una bolsa aleatoria del interior del refrigerador.
—B positivo...—leyó en voz baja.
No tenia idea de qué diferencia había entre una y otra. Cual era la favorita de los otros en la casa, o qué beneficios aportaba una u otra. No obstante, aquel brillante y espeso liquido en el interior, era le parecía tan hermoso y tan llamativo, que, por un momento, ni siquiera le importó quien era el donador de esta. ¿Sabía terroso tal vez? ¿O metálico como su olor? A sus sobrenaturales labios ¿sabría distinto? Tal vez, y solo tal vez, podría saber a...
No supo en qué momento su mente comenzó a imaginarse un sinfín de olores, un sabor amargo invadió su boca, lo cual comenzó por provocarle una sensación de vacío en el estómago. Pronto, gritos lejanos empezaron a colarse entre sus recuerdos, gritos que comenzaron a tener rostros. Era el comienzo de una de sus recurrentes alucinaciones que daban inicio a un momento de su pasado.
...Meses antes de la explosión—
—"!¿QUE FUE LO QUE HICISTE!? ¡POR TU CULPA SE HA DESPERTADO!"—gritaba iracundo un hombre de unos cincuenta años vestido con gorro y bata de laboratorio.
—¡No está respirando! ¡Hirano no está respirando sensei!— gritaba una alumna sosteniendo el cuerpo del malherido.
—¡Hagan presión en la herida! ¡Llamen a emergencias!—exclamaba otro científico.
Aquella escena se reproducía borrosa en su mente, como si entonces, una nube de gas los cubriera, como si una veladura quisiera cubrir sus recuerdos, pero no lo suficiente como para olvidar el gran charco de sangre que circulaba a borbotones de las piernas de su compañero, no supo en qué momento todo se había salido de control, y en un abrir y cerrar de ojos todo se había vuelto una pesadilla. Los gritos de sus compañeros, los gritos del profesor de turno cerca de su oído, aunque incesantes, no lograban atravesar sus pensamientos, los cuales estaban fijos en ver aquel rio de sangre. Sangre del mismo color que aquella de la bolsa... era así como recordaba su última vez en un laboratorio frente a un vampiro.
—"...De nada sirve el conocimiento, sino naces capaz para el trabajo..."
Dicho esto, fue suficiente para que aquel terrible flashback terminara. Por más que había deseado relajarse unos minutos, el resultado fue todo lo contrario. Su pulso, aun temblando, dejó caer la bolsa de transfusiones en el suelo.
Dispuesta a recogerla, fue entonces que notó que no estaba sola en la sala. Una femenina mano se acercó con la misma intención, alcanzando la bolsa primero. Al levantarse, pudo ver la preocupada mirada de la pelirroja. "¿Desde hace cuánto estaba ahí?"
—¡Yukari... creí que ya estarías abajo preparándote! —mencionó con tono confundido. —Los demás doctores ya debieron haber terminado de repasar el protocolo, la policía ya llegó con los eslabones...
A pesar del esfuerzo que hiciera en prestar atención a su jefa, oía su voz como un eco lejano en el interior de un pozo, imposible de captar, aunque hiciera su vano esfuerzo en reaccionar, a tal punto de no poder evitar posar su mano sobre su frente y tomar asiento, solo para respirar unos segundos.
—¿T-Te encuentras bien? —interrogó, esta vez con evidente preocupación en su expresión.
—S-Sí...—pudo articular. —Solo...fue un mareo nada más. Pero ya estoy mejor.
Karen volteó a ver la bolsa de transfusiones entre sus manos. Pudiendo hacerse una idea de la razón de aquel malestar.
—No es fácil, ¿verdad?—intervino. La japonesa no entendía a que se refería, a lo que ella prosiguió. —Devolver el tiempo es imposible Kan. No es fácil aceptar el cambio en nuestras vidas, pero, negarse a aceptarlo no hará que la realidad sea otra. Rehusarte a beber sangre no te devolverá tu humanidad, Kan.
—Lo sé.—mencionó con tono serio. —No pretendo retroceder el tiempo, pero aun no me hago la idea de hacer pasar ese liquido por mi garganta, mucho menos tragarlo. —comentó frunciendo su rostro con asco.
La pelirroja no pudo evitar reír. Era imposible no sentirse identificada. La primera vez siempre era la más difícil, también la más asquerosa. No podía juzgarla, parte de su incomodidad al beber sangre la había llevado a pensar en el inhibidor de instintos después de todo. Idea que llegó a su mente entonces también.
—Tarde o temprano tendrás que beber sangre. El cuerpo necesita alimentarse para sobrevivir, y debes saber mejor que yo, que la abstinencia solo provocará que tus células se autofagociten, te quedarás sin sangre en tus vasos sanguíneos, y tu mente colapsará.
La pelinegra guardó silencio, admitiendo la realidad de aquellas palabras. De este modo, Karen metió su mano en el interior del bolsillo de su bata, extrayendo un artefacto que la japonesa no veía desde hace años, robándose su atención y curiosidad.
—Esto que ves aquí, son mis "caramelos".
Aquel objeto entre las bonitas manos de la directora, no era otra cosa que un dispensador de caramelos "pes", un tubo largo con la cabeza de un conejo de plástico en la punta. Diciendo aquellas palabras, la directora estiró hacia atrás la cabeza del conejo, exponiendo una pequeña pastilla muy parecida a un caramelo, pero que la japonesa supuso rápidamente de qué se trataba.
—Te parecerá gracioso, pero es la única manera en la que puedo beber estas píldoras en cualquier ocasión sin que nadie me pregunte qué son. La gente da por hecho que solo son dulces.—diciendo esto, la pelirroja sacó del interior del dispensador una pequeña pastilla—Este, es el mayor descubrimiento de nuestro centro, lo que me ha mantenido cuerda durante años, lo que me permite trabajar durante el día y dormir de noche, y lo más importante, lo que me permite parecer humana...
El inhibidor de instintos, por supuesto... Aquel avance milagroso que solo el centro de investigaciones Christ in Heaven había podido desarrollar, y no solo eso, también hacer funcionar. Con un rápido movimiento, la pelirroja introdujo el inhibidor dentro de su boca, y tragó sin problema alguno.
—Por ahora no tendrás que preocuparte. Pero al terminar la jornada allá abajo, no olvides alimentarte, después de todo, este es solo un inhibidor, la sangre seguirá siendo prioridad para nosotros...
Nuevamente, la directora corrió la cabeza del conejo, para sacar una nueva píldora y depositarla en las manos de Kan, a quien solo le bastaron unos segundos para pensarlo. Era imposible que pudiese hacer su trabajo sintiéndose mal después de todo. Quien no habría dado incluso un riñón de tan solo tener una jefa tan amable y comprensiva. La pelirroja solo sonrió complaciente. De un solo golpe, tragó la pastilla sin saborearla. No había nada que temer, si aquella bella directora mantenía sus cabales diariamente gracias a aquella píldora azul.
Esta ultima asintió con su cabeza. Ya nada malo podía pasar, la noche era joven y sus colegas la esperaban.
—Buena suerte.—mencionó posando su mano sobre su hombro, ganándose una reverencia y una sonrisa sincera de la japonesa, justo antes de irse.
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