Capítulo 21: Los sirvientes no dan ordenes

Advertencia: Este capitulo puede tener contenido que puede resultar ofensivo para cierto tipo de público. Esta es una historia ficticia que no busca romantizar ni normalizar los actos de violencia verbal. Si eres ese tipo de público (de cristal), recomiendo no seguir leyendo.

Sintió un golpe gélido en su pecho. De solo pensar de quien se trataban esas largas y frías manos que cubrieron sus labios y le impedían correr. Un millar de pensamientos pasaron por su mente, cada uno peor que el otro. "¡No por favor! ¡Todo menos aquel camerino!" repetía con sus ojos cerrados.

—¿Cuál camerino?—oyó mencionar una voz que ya conocía, lamentablemente. Había leído sus pensamientos.

Al abrir sus ojos, estaba ahí, parado frente a ella, ya no era su reflejo lo que veían sus ojos, sino su misma figura masculina alta y delgada de siempre, con una expresión de confusión y cubriendo su nariz con su mano.

—¡El gas!—mencionó recordando por qué buscaba la salida en primer lugar— Es acetileno, ¡debemos salir de aquí en cuanto antes!

—Esos miserables, seguro planean drogarnos para terminar de extraernos la sangre a todos...—Dicho esto, haló del brazo de la japonesa.

Ambos atravesaron por un pasillo oscuro, llegando a lo que parecía ser una salida de emergencia. Le extrañaba lo bastante bien que el vampiro conocía aquel viejo edificio. Al abrirla, efectivamente habían dado con la salida, y en esta, una escalera metálica que daba con el callejón trasero del edificio. La japonesa exhaló, dejando salir el aire retenido en sus pulmones durante el camino hasta la salida. El vampiro por su parte, no dudó saltar la escalera hasta caer sin ningún rasguño, dejando a la chica impresionada por un breve segundo, sintiéndose tonta de olvidar sus habilidades sobrehumanas. Por su lado no le quedó de otra que bajar a pie lo más rápido que pudo.

Si el causante de aquella fuga de gas se había inspirado de su acto en el instituto japones, entonces pronto sus cuerpos quedarían bajo los escombros.

—¿Que sucede? ¿Te dan miedo las alturas? —inquirió con ironía tras ver como la chica había bajado cada escalón hasta su posición.

Solo se limitó a fruncir su ceño, ignorando la pregunta. Aunque las alturas nunca le habían dado ninguna clase de problemas, tirarse de un tercer piso sin ningún tipo de preparación no sonaba como una buena idea, ni siquiera en los casos más desesperados lo habría pensado. A diferencia de él, quien ni siquiera mostraba ningún rasguño o torcedura. Si hubiese intentado tirarse desde unos diez escalones lo más probables es que se hubiese doblado un tobillo, o directamente la habría hecho besar el suelo.

Pensándolo bien y viéndolo con detenimiento, ciertamente le parecía increíble la capacidad de regeneración de esas criaturas. Hace menos de una hora pudo verlo tirado en el suelo con un puñal en su pecho, con su brazo mutilado, y su cráneo fracturado contra el suelo, y ahora, se veía prácticamente impecable, incluso su ropa seguía igual de blanca que cuando habían entrado. Con la única diferencia de que en el centro de su pecho, su camiseta estaba rota, producto de las veces que fue apuñalado por el cuchillo de Abadon.

Del resto, su cuerpo se veía perfectamente normal, incluyendo su brazo, el cual había sido arrancado. De hecho, fijándose con un poco más de atención, el cuerpo del vampiro no era tan delgado como aparentaba de lejos. Aunque sus rasgos si eran finos y su contextura delgada, su espalda era ancha y sus brazos, aunque no eran demasiado prominentes, si tenía los músculos marcados, su cuerpo era más bien atlético, pero... ¿Por qué un médico tendría músculos definidos?

—¿Ya extrañas verte a ti misma todo el rato?—comentó sacándola de sus pensamientos.

La japonesa parpadeó viéndose descubierta, no obstante, antes de que le diera tiempo de inventar una excusa, un silbido cercano los hizo voltear a ambos. A la salida del callejón, se encontraba un motociclista con su casco puesto y una cola de caballo que le caía por el hombro hasta su cintura. Alexander, evidentemente.

—Saliste corriendo apenas oliste el gas ¿no, canalla?—inquirió el mayor con brazos cruzados.

—Tu tampoco te quedaste a ver qué sucedía luego...—mencionó sin quitarse el casco ni bajarse de la moto. —¿Todo bien Yukari? ¿Lograste ver algo importante allá dentro?

—Más de lo que habría querido ver. Tendré pesadillas todo el mes.— exhaló cansada.

—¿Comiste o probaste algo ahí dentro? —inquirió nuevamente el menor.

—N-No! Para nada!

—Pues debiste.—comentó el mayor con tono serio.

—Puede que no lo notes, pero tus pupilas se ven un poco dilatadas, y brillantes. ¿Sabes lo que eso significa?

Esta frunció su ceño con preocupación, parpadeando un par de veces para que así su mirada cambiara, sin éxito alguno, pero antes de que esta pudiese decir la respuesta, el mayor volvió a intervenir.

—Significa que tienes hambre. Pasaste horas dentro de un matadero, oliendo y viendo sangre, sino bebes sangre, serás esclava de tus instintos. Ya te lo había dicho, eres un monstruo ahora, los monstruos no tenemos libre albedrio.

La japonesa cerró su puño, frustrada, casi al mismo tiempo que toda su expresión se frunció en una mueca de enojo, enojo por tener que oír aquellas palabras de nada menos que el responsable de su nueva realidad.

—Debemos irnos antes de que el gas se expanda hasta los alrededores o el edificio estalle como el centro Fukushida.—intervino el menor antes de que la japonesa dijera algo, evitando asi un coliseo callejero.

El mayor rió con ironía y una expresión de pocos amigos antes de añadir.

—¿Y perder la oportunidad de acabar con la causa de todo esto? ¡Están drogados ahora mismo! —señaló apuntando el teatro.

—No.—recalcó.—No tenemos una orden aun de parte del ministerio de defensa, no podemos hacer esto por nosotros mismos. Necesitamos testigos que corroboren las identidades de los invitados, además, el presidente acaba de llamar al centro, me exigió que vaya ya mismo a buscar a Karin, y no puedo desatender esa orden. Cada situación delicada requiere planeación, hoy debíamos recaudar información y eso hicimos.— el mayor palmeó su frente con impaciencia, interrumpiendo las palabras de Alexander.—Nos vemos en la mansión...—dicho esto, el menor giró la llave de la motocicleta para luego perderse en la bruma fría de la mañana. El sol poco a poco iba pintando el cielo de rosa anunciando el amanecer.

—Siempre aparece Yoko Ono para arruinar la diversión.—comentó el mayor negando con su cabeza, para luego caminar en dirección a su auto, aparcado al otro lado de la calle. La pelinegra se mantuvo en silencio, siguiéndolo, meditando en las palabras que había dicho hace un momento.

Los monstruos no tienen libre albedrio. Aquella frase le hacía sentir un escalofrío que solo llegó a sentir una vez, estando viva, y aunque sonara como una romántica metáfora sacada de algún libro, ella ya lo había vivido. Aun podía recordar lo cerca que estuvo su rostro del zapato de ese vampiro a su lado, sentado ahora mismo en el asiento del piloto. Aunque su rostro denotara seriedad y frustración, como de un niño que le dicen que no juegue con su comida, lo cierto es que, ella lo hacia responsable de que eso fuese así. No había ningún otro implicado.

El auto dio marcha hacia CIH. Las calles se veían empapadas, había llovido y ni cuenta se habían dado estando bajo el techo barroco del teatro. Pudo ver como por el espejo retrovisor, el teatro quedaba cada vez mas lejos a sus espaldas, por lo menos este si tenia reflejo. Pensándolo bien, aquel edificio era como otro vampiro. Antiguo y elegante por fuera, pero lleno de misterio y sangre por dentro.

Aunque no le gustaban las personas demasiado parlanchinas, lo cierto es, que el silencio comenzaba a impacientarlo. Por lo poco que pudo ver por la comisura de su ojo, los puños de la japonesa seguían apretados, mientras su mirada seguía perdida fuera de la ventana, apenas moviéndose su pecho entre cada respiración. ¿Aún sentiría asco por todo lo vivido frente al escenario?

—¿Te divertiste allá dentro? ¿Lograste recabar la información que necesitabas?

El silencio volvió a reinar dentro del vehículo, como si la pregunta del vampiro ni siquiera hubiese tocado el asiento del copiloto.

—Deberías acostumbrarte.—insistió, con una sonrisa en sus labios sin quitar la vista del camino.—Nuestra vida se traduce en cuanta sangre consumimos, y por ende, cuanta sangre hacemos correr. La vida de los vampiros es más sanguinaria que la de cualquier otra criatura del reino animal...

—Los monstruos no tienen libre albedrio­—murmuró en una voz apenas audible, haciendo que el vampiro frunciera el ceño. —Tu eres el culpable de lo que soy ahora...

Adam guardó silencio, ya no sentía necesidad de tocar aquel tema. Seguir reviviéndolo solo daría como resultado una pelea infinita. Un circulo vicioso del que los dos no saldrían jamás.

—Enséñame...—murmuró nuevamente la japonesa.

Él. Quien apenas se había limitado a verla de reojo, le dio una mirada seria. ¿Había oído correctamente? La japonesa apenas volteó a verlo para encontrarse con su expresión de incredulidad, expresión que fue cortada por la sonrisa burlista del vampiro quien rio por lo bajo y negó con su cabeza, sin decir una sola palabra. Ella por su parte entendió la respuesta, aún sin palabras. No esperaba otra reacción distinta, después de todo, era como pedirle un aumento al jefe que te odia. Ella había hecho el intento de asesinarlo, y aunque su idea había surgido viéndolo en la pelea, solo era una idea tonta, igual a esa que la hizo creer que estudiar en el instituto Fukushida sería lo mejor para ella.

—Se parecen mucho tú y él. —pensó en voz alta con una sonrisa amargada, dejando al vampiro con una mueca de confusión. —¿Quién podría divertirse en ese matadero? Pero, tampoco pude aburrirme ni un segundo. Al menos no con el anfitrión que estaba sentado a mi lado durante toda la velada.

La japonesa hizo una pausa para solo continuar diciendo

—Él sí parecía divertirse con cada una de las peleas, las disfrutaba y gozaba con orgullo. Le habría tomado meses organizar todo ese evento. Hablo del padre de la logia. El dueño actual del teatro. Tu y él tienen esa misma aura macabra y el mismo gusto por la sangre, les divierte ver a sus enemigos caer. No los culpo, yo también lo gozaría di pudiese hacerlo, pero no ha estado nunca en mis capacidades hacer pagar a nadie por sus acciones.

—¿Te refieres a ese tipo rubio que estaba sentado a tu lado en el palco?

—En efecto.

Por muy graciosa que le resultara la comparación, lo cierto es que no había podido fijarse muy bien de aquel vampiro, no porque las sombras se lo impidieran, pero por alguna razón, su figura no era visible desde el escenario, no más allá de su sonrisa, que, en efecto, era la de un hombre que disfruta del dolor de los demás. "La intención de ese hombre era que Albert se sentara a su lado a mirar el espectáculo, la pregunta es por qué y para qué..." No obstante, a pesar de que aquellas conjeturas no eran para nada descabelladas, solo se limitó a mirar el camino, no les quedaba mucho para llegar a casa, después de todo, el detective era su hermano.

—Tome, dele esto al señor Alexander. Estoy segura de que le será muy útil.— intervino la japonesa extendiendo su mano hasta el vampiro.

Este retiró su mirada del camino para darse cuenta que entre sus dedos, esta sostenía lo que parecía ser una tarjeta de presentación la cual tomó.

De repente, un fuerte frenazo casi hace que esta golpee la frente del tablero. Justo antes de reclamar por su imprudencia, esta pudo fijarse de la expresión del mayor. Aunque hasta hace poco su expresión había sido de apatía por aquel trozo de papel, sus ojos se abrieron todo lo que pudieron. Sus labios se entreabrieron, y su pulso, aunque la japonesa no lo haya percibido, empezó a temblar. De hecho, si hubiese sido posible, kan habría jurado que su tez incluso lucía aún más pálida.

"Viviene Herodus... FAUST" se podía leer en la tarjeta.

El aura en el interior del vehículo también había cambiado, sintiéndose más pesada, más...caliente. Frente a ellos solo cambiaba la luz del semáforo, pero el auto seguía tan paralizado como su dueño. Este solo apretó su mandíbula, dejando que su cabello ocultara sus ojos.

—¿S-Sucede algo?—cuestionó con sincera preocupación.

Este solo sonrió ladino, sin dejar ver su rostro debajo de su cabello.

—¿Dónde?...—Ahora era él quien murmuraba.

—¿Cómo?

—¿Dónde viste a este hombre...?— prosiguió extendiendo la tarjeta. —Estabas sentada a su lado. ¿Cómo era? ¿Dónde fue? ¿Qué fue lo que te dijo? Contesta.

El tono del vampiro era frío, duro y sobretodo, impaciente. Todo ello acompañado de la expresión más severa que haya visto.

A pesar de aquello. Sus ojos no mentían. Sentía desesperación. Necesidad. Sus pupilas se mecían con intriga y su respiración no era la misma, calmada y apacible del siempre arrogante vampiro. ¿Su talón de Aquiles tal vez? ¿Qué tenía él que ver con el padre del coliseo para cambiar de personalidad con tan solo leer su nombre? ¿Qué importancia tenia ese hombre? Y si la tenía, ¿Por qué no se devolvía él mismo al coliseo para averiguarlo todo? Esto ultimo iluminó su mente, tomando la decisión de hacer algo que no supo por qué entonces lo vio como una buena idea, si aun así sus manos comenzaban a temblar antes de abrir la boca.

—Si es información lo que deseas. Tendrás que enseñarme a ser un vampiro de verdad. ¡Tú eres el culpable de que haya perdido mi libre albedrio, responsabilízate ahora de tus malditas acciones y conviérteme en un vampiro real!— expulsó de golpe casi sin pensar. Retándose a sí misma en el acto, abriendo los ojos solo para darse cuenta de lo que había hecho, tragando en seco. Culpando a aquella orden que este le había dado de decir todo lo que pensaba.

Pero nada que ver con la realidad, pues, aquella demostración de valentía solo había sido capaz de salir aprovechando la vulnerabilidad del hombre frente a ella, quien, tal y como lo esperaba, simplemente se abalanzó sobre esta, chocando su mano sobre la ventanilla del auto, halándola del cuello de su camisa con la expresión más asesina que había visto, incluso de cualquier bestia que esta a punto de devorar a su presa.

—¡Contesta!—gritó colérico sacudiéndola.—¡¿Cómo lucía, qué hacia en ese lugar, DONDE ESTÁ AHORA MISMO?!—mencionó casi tan rápidamente que era difícil responder.

—¡N-no lo sé!—se excusó asustada.

—¡Estuviste sentada a su lado! ¡CONTESTA DE UNA MALDITA VEZ!

—Es rubio! De cabello largo, ondulado, sujeto en una cola de caballo, no es muy alto, un metro setenta tal vez! S-su complexión e-es delgada, de manos finas y sus ojos, parecían los ojos de un gato, amarillos y resplandecientes. Y su voz...su voz era femenina y...—expulsó aterrada por la expresión del vampiro la cual se veía más severa cada vez.

—¿Dónde está ahora? ¿A DÓNDE FUE ESE MALNACIDO?— vociferó pegando su puño del cristal del vehiculo, agrietandolo en el acto.—¡CONTESTA!

—No lo sé...—murmuró con voz quebrada.

—¡ES UNA ORDEN!

—¡NO LO SE! ¡Salió antes de que la función terminará! ¡No pude ver a donde fue! ¡Después el gas me hizo huir y no lo volví a ver! ¡Lo juró! — expulsó cerrando los ojos, esperando lo peor.

Aun con sus pulsaciones aceleradas, este simplemente volteó en dirección al teatro, al que ya habían dejado muy atrás. "Tan cerca y tan lejos..." pensó apretando su mandíbula y su puño con frustración, sin darse cuenta de que incluso había retenido la respiración todo ese tiempo, y fue entonces que pudo expulsar todo el aire de su pecho en una larga exhalación. Aunque todos sus nervios y músculos le gritaran que corriera de vuelta al teatro, solo se conseguiría con una cámara de gas que lo habría puesto a merced de ese hombre. Ahora entendía pues por qué había dejado escapar el gas en primer lugar. No era a Albert quizás a quien deseaba tener. Tal vez en un principio si, pero al verlo a él en el escenario, lo hizo cambiar de plan. Era una maniobra clásica de ese hombre después de todo...

Cerca de su cuello pudo sentir la respiración entrecortada de la pequeña chica a su lado, haciéndolo salir de sus pensamientos para voltear y percatarse de su expresión. Aquella expresión de autentico pavor, bastó para que el vampiro recobrara la razón de sus propias acciones. Tragando grueso al darse cuenta del acoso que había impuesto sobre la japonesa quien honestamente no tenía ni la más mínima idea, ni de quien era aquel hombre ni de la razón de su reacción. Unas lagrimas amenazaban con salir de sus ojos. Lágrimas que retuvo con estoicismo, prohibiéndose a sí misma verse débil frente al vampiro.

No pudo evitar avergonzarse de sí mismo, agachando la mirada para luego recostar su frente del volante. Solo pasó medio minuto de silencio para que, nuevamente, la sonrisa ladina se apoderara de su rostro, seguido de una risa de genuina ironía y amargura. Ella por su parte frunció su ceño en una clara mueca de confusión y desconfianza. "Hace un minuto estaba colérico y ahora se rie..."

­—Ahora tiene sentido de por qué no te aburriste ni un segundo en el coliseo, pequeña...—mencionó acercando su mano hasta ella, quien instintivamente cerró sus ojos.

No obstante, aunque hubiese esperado lo contrario, el vampiro había posado su mano sobre su cabeza, acariciándola, dedicándole una mirada mucho más tranquila y lo que parecía ser una sonrisa sincera.

—No todo el mundo puede sentarse al lado del mismísimo demonio y vivir para contarlo...—apartando su mano de su cabeza y volviendo su mirada al frente—Lo admito. No sabes la envidia que siento por eso ahora mismo.

Esta vez, su sonrisa había vuelto a ser la misma. Esa sonrisa arrogante cargada de malicia, así como podía jurar haber visto un brillo de odio en su mirada, justo antes de poner su pie sobre el acelerador.

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