Capitulo 19: El nombre del padre
La primera parte del espectáculo había terminado. Los relojes del teatro marcaban las cuatro de la mañana, y con este, el fin de la violencia a la espera del ultimo enfrentamiento de la noche. Kan había bajado junto a los demás invitados hasta el vestíbulo, observando de lejos a los demás. A diferencia de antes cuando aún no comenzaba la primera pelea, los espectadores no reían entusiasmados ni alardeaban en voz alta, al menos no todos, no cabía duda de lo mucho que disfrutaban lo que estaban viviendo esa noche, incluso la orquesta de música tocaba baladas románticas con un cuarteto de cuerdas, todos con oscuros y elegantes smocking, algunos los oían, otros se secreteaban y murmuraban sobre lo que habían visto, tal como lo había dejado claro el narrador, la inesperada pelea había dejado a más de uno con comentarios entremezclados, algunos hacían suposiciones, otros se quejaban en voz baja, decepcionados de no haber tenido la oportunidad de probar la sangre de tan fuerte chico.
—¡Caballeros! Exclamó el vampiro de seda bajando las escaleras extendiendo los brazos, llamando la atención de todos, quienes voltearon a mirar en su dirección. —¿disfrutando la velada? —añadió frotando sus manos mientras se acercaba a uno de los invitados, un hombre de mediana edad con bigote y traje fino.
Este rió apenas el vampiro posó su flaca mano sobre su hombro, de inmediato un mesero se acercó a llevarle una copa de sangre a sus manos que con gusto aceptó llevándosela a los labios, esperando por una respuesta.
—¡Amigo mío!—saludó el hombrecillo de bigote mientras daba una palmada en la espalda del rubio.— Como siempre, tus veladas terminan en éxtasis total, una demostración genuina de tu amor por el arte. Las máscaras, los atuendos, la iluminación, nunca tengo quejas con respecto a estos espectáculos...
¿Arte? ¿Había oído correctamente? Nunca una mala obra de un museo la había hecho fruncir el ceño con tanta indiscreción, ni siquiera aquellas pretenciosas instalaciones de arte moderno como bananas pegadas con cinta de una pared. Llamar arte a aquel brutal espectáculo sanguinario era aun más indignante. Nuevamente recordándole a una corrida de toros, donde todos van a celebrar la muerte de un inocente animal, reconoció pues que aquel coliseo era precisamente un espectáculo para la misma clase de público.
—No obstante, mi querido Fausto, esa última pelea me dejo, aquí entre nos, un tanto... sediento. Sabrás a que me refiero.—Alegó en voz baja el mismo hombre de bigote.
Fausto, ese era el nombre del padre entonces. "No me extraña que alguien con esa pinta de proxeneta tenga un nombre así..."—pensó la morena observando la escena a unos cuantos metros. Aquel tipo delgado que no había dejado de sonreír toda la noche, en esa oportunidad volvió a sonreír, pero esta vez con una evidente expresión de vergüenza, posando su flaca mano sobre su mejilla. "Son cosas que no permito que pasen en mi empresa" recordó.
Volvió a sentir la misma repulsión, ver a todos esos hombres y mujeres con copas en las manos riendo y comentando con naturalidad la barbarie que se festejaba en ese lugar, era asqueroso. ¿En qué manos había caído el mundo? Como era posible que un grupo selecto de la sociedad se reuniera tranquilamente a disfrutar y apostar en una ceremonia de matanza como lo era ese coliseo, no había terminado la noche y había podido contar más de media docena de muertes de jóvenes, vampiros, pero aun así jóvenes, en las circunstancias más mórbidas que ni en las películas slayers más morbosas que el cine haya hecho, una danza de muerte y demostración de habilidades sobrenaturales que dejaban a todos extasiados.
—"Si tan solo hubiera bombonas de gas acetileno..."no obstante esos oscuros pensamientos la hicieron recapacitar, recordando donde se encontraba, si alguno de los invitados tenía la habilidad de leer sus pensamientos todo se iría por la borda, pero permanecer entre ellos como una más no lo hacía menos nauseabundo. Se había enfrascado tanto en sus pensamientos que no había notado que justamente su anfitrión se acercaba con su brazo extendido.
—El doctor Golemann no pudo asistir, pero su bella asistente me ha acompañado durante toda la velada!—exclamó sonriente posando su mano sobre su hombro, haciendo que el resto de los invitados voltearan a verla con curiosidad.
Algunos no dudaron en acercarse a saludar con cortesía, a estrechar su mano y presentarse.
—George Helbauer, dueño de la discográfica Millenium Records.—presentó el rubio mientras la chica apretaba la mano de un hombre de mediana edad. —Chester Richardson, actor americano—volvió a intervenir cuando fue esta vez un joven pelinegro quien apretó su mano.— Karl Polowski, jugador de futbol.—Esta vez era un hombre rubio.—Joseph August Van Heinkell, dueño de la farmacéutica Kleinfield...
Dicho aquel ultimo nombre, aquel hombre apretó su mano con aun más seguridad y fuerza que los otros, su sonrisa era ancha, al igual que su mandíbula. Llamó su atención, pues su tono de voz la hizo dar un respingo cuando este tomó lugar en la conversación.
—¡Ese Albert! Nunca viene a nuestras reuniones, a pesar de lo mucho que le adulemos. —bromeó—No sabia que tuviese una asistente, y menos una tan joven, debes tener la edad de mi hija aproximadamente.
—Lamento decepcionarlos, pero el doctor Golemann tiene mucho trabajo pendiente.—se excusó haciendo una reverencia.
—Me lo imagino—rio—¿Cómo va ese asunto del "inhibidor de instintos"?—susurró acercándose hasta su oído.
El tono de aquel hombre la había puesto en alerta de inmediato. Su primera noche en el centro, la doctora Malkavein le había hablado acerca de aquel experimento que estaban llevando a cabo, no obstante, aquello era a luces un secreto de su centro, era para eso que se estaban ingresando eslabones para los experimentos, y era también para eso que era importante su participación.
—L-Lo siento, señor...—hizo una pausa para recordar el nombre de aquel hombre.
—August.—intervino.
—Señor August. Pero no me compete a mi desvelar los estudios de la empresa de mi jefe. Solo soy una subordinada, ni siquiera poseo información sobre ello.—se excusó agachando su cabeza en señal de disculpas. —No obstante. Estoy segura de que sería un honor que usted y el doctor Golemann se reunieran a hablar de sus temas de interés sobre la empresa.
Aquel robusto hombre solo arqueó su ceja con escepticismo. Así es, había puesto a la orden a Albert para dar una entrevista a aquel hombre que no conocía. No obstante, era mejor mantener a los posibles enemigos "cerca" y no mostrar ni un dejo de inseguridad. "estoy segura de que a la doctora Malkavein le interesará saber lo que este hombre sabe de su centro..."pensó.
—¡Ya la oíste August! Este no es un lugar para hablar de trabajo. Si quieres información, ¡paga un periodista!—exclamó Fausto posando su mano sobre el hombro de Kan, interrumpiendo la incómoda escena.
Algunos invitados no pudieron evitar soltar una risotada, algunos chocando sus copas. Entre estos, fue otro hombre, uno de tes morena y traje blanco, quien intervino en la celebración.
—¡Tú no te quedas atrás, viejo charlatán! Me prometiste que habría buffete. ¿A qué hora comienza el buffete en esta cosa?—dicho esto, algunos otros secundaron a su pregunta levantando sus copas, sus voces se mezclaban, y otros chiflaron y festejaron ante la idea.
—¿Cómo? ¿Aun no van por el postre? ¡En ese caso déjenme guiarlos!— se ofreció, posando su mano en la espalda del moreno—La segunda estrella a la derecha ¡ya saben a qué me refiero!
Aquello era una obvia referencia al país de nunca jamás, pensó la pelinegra con expresión hastiada viendo como media docena de ricos seguían al vampiro de seda subiendo las escaleras con emoción. Por su parte, recordó la razón principal por la que había bajado. Debía hallar a los gemelos.
Del otro lado del telón, en el backstage del escenario, ambos vampiros esperaban la próxima contienda, observando como limpiaban el resto de la sangre del pulido escenario, así como cambiaban el telón por uno color negro con detalles en dorado.
—Que irónico todo esto, ¿no crees?—soltó el mayor, aun transformado en el cuerpo de la japonesa.—Antes aplaudían nuestros conciertos, cuando aparentábamos ser humanos, ahora nos aplauden por matar, sin miedo de demostrar lo que somos en verdad...—podía sentirse un tanto de melancolía en sus palabras, razón que su hermano entendió.
—Hace un momento pensé exactamente en eso mismo. Como han cambiado los tiempos.—mencionó el menor tras soltar un suspiro. —Debo admitir que me siento impotente de ver como destruyen este lugar. Quisiera llamar ahora mismo a la guardia nacional y sacarlos a balazos de aquí.
—Si eso es lo que quieres, pues dame la orden y con mucho gusto, terminaría todo este asunto del coliseo con todo y sus sádicos invitados bajo los escombros.
—No. Seguimos encubiertos, no debemos tomar ninguna decisión hasta que sea Karen quien hable con el ministro de defensa...
—Que aguafiestas...—se quejó el mayor arrugando el entrecejo, sosteniendo su mejilla sobre su puño. —Como en los viejos tiempos, te reúsas a participar de la diversión.
—¿Te refieres a esas "visitas de relajación" que te daban tus admiradoras antes de cada concierto? Ni entonces ni ahora me llamaba la atención esas cosas.
El mayor solo rió, esta vez negando con su cabeza, de no conocer perfectamente bien al otro ahí parado tal vez habría caído en el juego y sentirse ofendido, pese a aquello, no eran sus rituales pre-conciertos lo que más extrañaba de esos días.
—Había olvidado por completo eso hasta que lo mencionaste. Pero debo admitir que no me he aburrido nada esta noche...
—¿Ya olvidaste que tenias una funda de almohadas llena con pantaletas de tus víctimas? Si claro...
Dicho esto, el mayor no pudo evitar abrir los ojos, tropezando al tratar de ponerse de pie a hacerle cara a aquel comentario.
—¡TIRÉ ESA FUNDA HACE MÁS DE UN SIGLO! ¡¿Quieren superarlo de una vez?!
—Lo que tu digas, casanova...—sacudió su mano en señal de incredulidad.—Tu solo termina con todo esto para poder salir de aquí—dicho esto palpó sus bolsillos en busca de su caja de cigarros, hallándola en el bolsillo trasero de su pantalón. De un solo y ágil movimiento sacó un cigarrillo y lo sujetó entre sus dientes mientras lo encendía. Adam respondió poniendo sus ojos en blanco, el menor se disponía a irse, justo cuando recordó una última cosa. —Pero no gastes mucha energía, no sabemos en qué momento tendremos que echar a correr fuera de este lugar...—mencionó con el cigarrillo entre los dientes.
Adam solo se limitó a arquear una ceja y encogerse de hombros, su hermano no obstante solo dispuso a salir hacia el pasillo, terminaría de fumarse su cigarrillo antes de que diera inicio la pelea. Recordó aquellas palabras que a su hermano le habían causado gracia, el mismo no lo reconocería, pero sabía que no se sentía cómodo, su sangre ardía, del mismo modo debía sentirlo el mayor, ver las butacas donde solían sentarse en sus días de concierto ocupadas por un grupo de asquerosos burgueses sedientos de sangre era inconcebible, la butaca que ocupaba su padre y su prima eran tan sagradas para el cómo el mismo patio de su casa donde reposaban sus cenizas. Aunque en ese momento vacías, solo faltaban algunos minutos para que volvieran a sus asientos. Solo pensarlo lo hacía perder la paciencia y escupir el cigarrillo para así pisarlo, no estaría pisando realmente a aquellos pseudo-vampiros fanáticos de la sangre, pero al menos podía imaginarlo y sentirse mejor.
Por otra parte, Kan había estado caminando por los alrededores, observando minuciosamente cada lugar, deduciendo donde podrían estar los vampiros, pues si bien, Adam aun esperaba por la última pelea, su hermano no estaría lejos, el backstage era el lugar más lógico para ambos entonces, después de un rato de escabullirse de las miradas, subió por las escaleras en busca del ala que diera a la parte trasera del escenario. Pudo oír voces cercanas a su posición, voces jóvenes, ¿de los peleadores tal vez? Si era así, en ese caso, el backstage estaba en esa dirección. No obstante, a medida que se iba acercando, pudo oír también algunas voces adultas, y risas. Se acercó lentamente por el poco iluminado pasillo, salvo por la luz que salía de una de las puertas, entonces lo entendió mejor. Aquellas risas eran evidentemente de los invitados, y lo que había creido eran voces de jóvenes, en realidad, se trataba de llanto.
Su marcha paró el seco al reconocer lo que sonaba como gimoteos, sonidos de narices escurriéndose y llantos ahogados, así como frases de voces adultas. "Cuando haces esa cara no puedo evitar ponerme así". Aunque el miedo la había hecho congelarse en el pasillo, no pudo evitar acercarse a observar de cerca, esperando que sus sospechas fuesen falsas y en aquel lugar, lo más escabroso que ocurría eran nada menos que las peleas.
Pues, para su decepción, sus sospechas resultaron ser ciertas, al comprobar con sus propios ojos como un par de chicos de no mas de quince años estaban amordazados y maniatados, arrodillados frente a los invitados. Algunos seguían bebiendo y riendo, mirando como el otro acariciaba la mejilla de uno de los chicos chico.
Viéndolo con detenimiento, no le calculaba ni siquiera unos dieciséis años, de tes pálida, con algunas pecas, cabello negro lacio que cubría toda su frente, y sus ojos, de un tono azul celeste tan hermoso que la hizo pensar en un cielo despejado al verlos. Con gentileza, aquel hombre bajó la mordaza de la boca del adolescente, quien agachó la cabeza para no verlo a la cara. Kan trató de diferenciar su rostro entre aquellos de quienes habia conocido hace un momento, sin embargo, al verlo con atención sintió un terror inimaginable subiendo por su nuca, al darse cuenta que estos sobre sus rostros llevaban mascaras, pero no cualquier tipo de mascaras, sino unas hechas con los rostros de los peleadores derrotados .
Pudo oír como claramente como éste bajó la cremallera de su pantalón. El chico volvió a sollozar, dejando caer algunas lágrimas sobre la alfombra.
—¡Ya lo hiciste llorar de nuevo! —se mofó una mujer a juzgar por su voz.
—La próxima serás tu sino te callas!—amenazó haciendo que la mujer soltara una carcajada.—Ahora es tu turno, abre la boca...—ordenó clavando los dedos en las mejillas del chico.
Dicho esto, no pudo evitar cubrir su boca y salir corriendo de ese lugar. Su estómago había dado un vuelco aun peor que hace unas horas durante la primera pelea. Sus manos temblaban y si hubiera sido posible, su rostro probablemente habría palidecido, pues aunque no fuese posible, podía jurar que sentia la piel más helada que nunca.
La segunda estrella a la derecha, resonó en su mente. Tomando en cuenta la ubicación de aquel camerino, la segunda puerta en el ala derecha del primer piso. De eso se trataba el tan esperado bufette que los invitados reclamaban. El postre como lo habían llamado. No les bastaba con verlos matarse entre ellos y beber su sangre, también abusaban de aquellos pobres diablos. Corrió sin pensar a donde, con tal de alejarse lo mas que podia del eco de aquel llanto en su mente. Sin darse cuenta, esta tropezó con algo, o mejor dicho con alguien, cayendo sentada sobre el suelo alfombrado.
—¿Estas bien?—oyó una voz masculina conocida.—¿Pasó algo Yukari?
Al abrir los ojos pudo ver el rostro preocupado de Alexander quien tenia su mano extendida ofreciéndole su ayuda para levantarse. Esta trató de calmar su respiración, tomando la mano de éste, poniéndose de pie. Tragó saliva en un fracasado intento de sonar más calmada a lo que tenía que decir, pero nada podía hacerla olvidar lo que había visto.
"Si alguien sabe lo que vi ahí dentro, será mi cabeza la próxima que ruede, y no en el escenario"...
—Tenemos que salir de aquí en cuanto antes.—soltó como pudo.
—Si, eso lo se Kan, pero ahora mismo va a dar inicio la ultima pelea, si nos vamos ahora levantaremos mas sospechas, debemos saber que mas oculta esta gente con este espectáculo, quienes son los responsables de la logia y como es que esos niños se están convir...
—Ya tengo una idea de cómo es que se están volviendo vampiros...—interrumpió casi sin respirar.—Es imposible saberlo desde el escenario, la respuesta no la tienen los niños de la logia, las peleas solo son parte del espectáculo. Los invitados, ¡son ellos los que convierten en eslabones a los que aún conservan su humanidad!
—¿C-Cómo dices? Pero...
—La pelea final tiene que ser lo mas sanguinaria posible. Ansían sangre, sino se las damos como todos los demás participantes, puede que todos esos millonarios le prendan fuego a este lugar, o peor...quieran saciar su sed de "otro modo"...
No obstante, un bullicio se oía del otro lado, así como la voz del narrador anunciando por el micrófono, Kan sentía la necesidad de salir a tomar su asiento antes de que la pelea comenzara, sentarse al lado del mismísimo dueño del coliseo no iba a hacer que la imagen de lo que acababa de ver, desapareciera fácilmente.
—Por favor confíe en mí, mientras mejor salgan las cosas más rápido saldremos de aquí, temo que hay mucha información que la doctora Malkavein necesita conocer...
Dicho esto, la joven hizo una reverencia con su cabeza antes de irse, dejando al vampiro extrañado, sin más que decir solo entró nuevamente tomando su lugar, y esta, corrió hasta su asiento en el palco, antes de que su anfitrión sospechara de su ausencia.
Una vez llegando a su asiento pudo percibir la mirada curiosa de su anfitrión quien en esa oportunidad bebía de su copa con una pajilla y una sombrilla de papel a un lado, esto evocó nuevamente el recuerdo de aquel llanto, haciéndola fruncir su rostro, hasta que el vampiro lamió sus labios y exclamó en voz alta.
—¡Mon cher! Por poco me dejas esperando para ver la final yo solo, me había hecho la idea que te habías ido, ¿una llamada importante? O...—inquirió levantando una de sus cejas con picardía. —¿...Un novio en el backstage? —intuyó con tono sensual justo antes de que esta tomara asiento, haciéndola abrir los ojos en el acto.
¿La había visto? ¿Cómo? ¿La había escuchado? ¿Qué tanto habría visto y escuchado entonces? Por un momento creyó que su corazón volvería a funcionar tan solo para paralizarse, y si no era sudor frio lo que sentía que atravesaba su frente entonces el terror la estaba haciendo alucinar, así como sentir ese hormigueo molesto en la base de la nuca. Si aquel hombre pudo oír alguna palabra compartida entre ella y Alexander todo se habría acabado.
Este rio desenfrenado posando su mano sobre su hombro apenas ella pudo sentarse.
—¡Estoy jugando! ¡No te pongas así! Aquí no hay leyes que prohíban coquetear con los peleadores—guiñó el ojo. —Ya está a punto de comenzar la pelea, por favor ponte cómoda. —invitó.
Ésta sujetaba el brazo de su asiento con firmeza dándole una última mirada de reojo a Fausto justo antes de sentarse, mirada que tuvo que ser suficiente para que el vampiro se percatara de su indiscreción y devolviera una misma mirada viperina acompañada de una sonrisa.
—¿Por qué te niegas a beber?—interrogó meneando la pequeña copa de sangre entre sus dedos con el meñique extendido.
No había una respuesta válida para aquella pregunta. "Porque me niego a acabar con mi humanidad si lo hago", esa era la respuesta. Por su parte, afirmar eso frente al dueño de un matadero era declararle la guerra en su cara, razonar cualquier respuesta no sería suficiente para que aquel tipo de aspecto estrafalario se sintiera satisfecho. Este solo cruzó una pierna sobre la otra y llevó su dedo índice a sus labios antes de agregar.
—¡Claro! ¡Como no lo pensé antes!
Estaba acabada. La mirada escudriñadora de aquel vampiro la miró de arriba abajo con especial atención.
—Trabajas en la empresa del doctor Golemann donde se encargan de pacientes mutilados, debes tener acceso a la más deliciosa clase de sangre que existe ¡La de las personas con miedo!—exclamó aplaudiendo y dejando escapar una risotada emocionada, por poco tirando su bebida sobre si mismo.
Por más mórbida que le parecía la idea de aquella última frase, sintió alivio de que su identidad aun permaneciera en el anonimato. De esta forma se encogió de hombros, afirmando la aseveración del vampiro.
—No eres la primera ¿sabes?—comentó.
—Es decir, ¿que aquí han venido más médicos?
—Uy, ni te imaginas.
Ya nada parecía sorprenderla aquella noche, solo se limitó a mirar sus manos, enfrascada en sus pensamientos, de cómo el mundo había cambiado. Aquellos tiempos, de cuando los médicos se encargaban de salvar vidas ya habían pasado, esas mentes geniales de corazón generoso habían muerto quizás de la misma forma que su padre. No obstante, tal vez esos genios nunca habían existido. Había conocido hace un segundo varias clases de talentos, futbolistas, actores y empresarios, todos con las mas caras ropas y accesorios, y los había visto hacer fila para abusar de un par de chicos.
—Tú...no eres como los demás.—aseveró el rubio, frotando su dedo sobre el borde de su copa, sacándola de sus pensamientos de golpe.—¿Qué tanto escondes en esa pequeña cabeza tuya?
Sus músculos se contrajeron debajo de su ropa, sin entender el punto del vampiro, ¿acaso había sido tan obvia? Este no dejaba de mirarla, pero esta vez con tanta seriedad que, aunque no pudiese leer sus pensamientos, pudo adivinar que pronto seria ella la que estuviese en la "segunda estrella a la derecha" sino lo convencía con sus intenciones.
—Dime una cosa. ¿Por qué el doctor Golemann no ha venido esta noche?
—Sin ofender, ya se lo había explicado, señor...—hizo una pausa dándose cuenta de que solo había oído su nombre en el corredor.—Lo siento pero, aun no se su nombre ahora que lo pienso.
Fausto rio por lo bajo apartándose algunos mechones de cabello de su cara.
—Mi nombre... mi nombre es bien sabido por mis más importantes invitados, con gusto se lo habría revelado al doctor Golemann, pero lamentablemente, el no está aquí. Así que, si deseas saber mi nombre, tendrás que contarme la verdad. Un secreto por otro me parece justo.
—Pero ya le he dicho que el doctor Golemann esta en...
—Si, si, si, ya se me ese cuento, está ocupado...—mencionó con tono impaciente.—Pero no te he pedido que me digas tu excusa, quiero, que me digas la verdad. Tu no estas aquí para suplantar la presencia del doctor Golemann, estás aquí por algo mas y puedo leerlo en esos pequeños ojos de canario. Así que, se buena chica y comienza a cantar, comenzando por decirme tu nombre.
Se sentía entre la espada y la pared. Aquel hombre, aun en su asiento, había acercado su rostro a pocos centímetros de distancia del suyo, sin apartar su mirada de la suya. Se sentía acorralada, claro está, su mirada debia reflejar inseguridad o tal vez miedo, no obstante, dudar no era una opción, pero decir una mentira, tampoco lo era.
—Es usted muy perspicaz...—mencionó la japonesa con tono sereno, asintiendo con su cabeza. —Mi nombre es Helga Honeygan. Trabajo en la misma institución que el doctor Golemann. Lo cierto es que no soy más que otra científica a su disposición. Cierto día, el doctor recibió su invitación en un sobre, y yo me enteré de este lugar. Lo cierto es que no llevo mucho tiempo en Viena, pero debo admitir que siempre me he sentido atraída por el arte. Cuando supe que se trataban de unas entradas al teatro, me ofrecí a venir en su representación, deseaba ver con mis propios ojos todo esto del coliseo, y por supuesto, ansiaba ver a mi hermana pelear en este, y ver hasta donde era capaz de llegar. Debo admitir, que en el fondo esperaba que no fuese tan fuerte, pero me he llevado una sorpresa con todo este espectáculo. Ha rebasado mis expectativas en todo sentido...
Aquel discurso no había sido otra cosa sino una verdad muy bien disfrazada. Fausto observaba a la chica con total atención, con una sonrisa satisfecha en sus labios. Tenía a su lado a una joven interesante tal y como lo había dicho hace rato. Una jovencita dispuesta a ver su aberrado espectáculo y poner en jaque su sentido de moral con tal de satisfacer su curiosidad.
—Bueno, lo más justo entonces, es que yo ahora contesta tu pregunta.—mencionó cruzándose de piernas.
Posteriormente sacó del interior de su pantalón una tarjeta de presentación con su nombre escrito en esta. La japonesa la tomó con delicadeza, leyendo el nombre con curiosidad. Vivienn "Herodus" Faust. Tal como lo había escuchado hace un momento, Fausto era parte de su nombre, más bien, su apellido, pero era aquel nombre entre comillas lo que había hecho que levantara una ceja, haciéndose una clara idea del por qué la referencia a aquel rey judío.
—Mi nombre es Vivienn Faust.— añadió levantando su copa.—El "Herodus" te estarás preguntando a que se debe. Se trata de una pequeña referencia que comúnmente suelen hacer mis amigos y colegas, no es un apodo que suela usar por mi cuenta, mas bien, es como un nombre que se me ha otorgado por...
—El rey judío que ordenó asesinar a miles de niños en tiempos de cristo...—agregó la japonesa.
El rubio no pudo evitar reír, "la perspicaz es ella" pensó. Aunque no le desagradaba ser llamado por aquel apodo, no era necesariamente uno que el mismo hubiese ideado.
—La vida es maravillosa, señorita Helga. Demasiado maravillosa como para no decir lo que pensamos cuando en el fondo nuestros sentimientos luchan por ser expresados. De eso se trata venir a este lugar.
La voz del hombre nuevamente volvió a sentirse delicada y femenina, viendo como este mismo rozaba la punta de sus huesudos dedos desde lo largo de su cuello hasta su pecho lampiño. Degustando cada palabra que salía de sus labios, como saboreándola con placer en el paladar.
—Puede que parezca que estas paredes están diseñadas para las más monstruosas atrocidades, para reírse y burlarse del sacrificio y el dolor de unos pobres jóvenes que no tienen un lugar en este mundo. Pero la realidad, es que, este teatro está hecho para que las personas sean realmente lo que son, sin temor a ser juzgados por aquellos que, en secreto, desearían satisfacer sus más viscerales fantasías, está hecho para que esos jóvenes puedan soltar toda la violencia y el dolor que han estado reprimiendo por años, y para que los demás, puedan gozar de esta, como expectadores. ¿O crees que los clérigos y los creyentes no desearían estar sentados en tu lugar en este momento? — volvió a reir. —Cariño, he visto como los más fieles seguidores de dios se turnan para ver morir a un hombre, como mordían sus uñas con excitación al ver un ahorcamiento público, en como gritaban frenéticamente viendo a una mujer quemarse por "hereje"... el mundo ¡SIEMPRE HA ESTADO PODRIDO! ¡Y no soy yo quien lo pudrió! ¡Solo soy un juglar encargado de llevar entretenimiento al mundo! Ellos piden, y quien soy yo mas que un hombre con los medios para hacer sus sueños realidad...
La expresión de aquel hombre no era otra más que de éxtasis al haber recitado aquel distópico monologo. ¿sueños? ¿entretenimiento? Sonrió de tan solo pensar, que existía un mesías proveedor de entretenimiento para la pobre elite sádica en la que nadie pensaba. Pobres ricos sedientos de sangre, ¿alguien podría pensar en ellos?
—Supongo que, los niños son un buen sacrificio para complacer a estas pobres personas incomprendidas que nunca podrían ser quienes son frente a la sociedad...—murmuró con una sombría sonrisa.
—Efectivamente. La sangre de niños es la moneda más apreciada en nuestro infierno, hermosa. Por eso, quédate a mi lado, y relájate. Se tu misma y enséñame esa hermosa sonrisa. Aquí nadie te va a juzgar. Y por favor, una vez que salgas de este lugar, no temas ser tu misma, ni de expresar lo que sientes. Recuerda mis palabras, la vida, es hermosa...
Aquella última frase había salido con tanta seriedad a pesar de llevar dibujada una sonrisa en todo su rostro, que pudo reconocer que la había dicho de todo corazón. Sentía escalofríos, viéndose tal vez descubierta por el padre del coliseo, pero no como la espía del centro de investigaciones sentada a su lado, sino como la asesina que cargaba con el peso de las vidas terminadas aquel día en shinjuku, bajo los escombros del instituto Fukushida. Ellos no eran del todo diferentes, matar adultos no era mejor que matar niños, había visto dentro de ella. Dicen que, si miras fijamente la oscuridad, esta te devolverá la mirada y era exactamente lo que ocurría con ese vampiro frente a ella.
Le quedaba claro, las escabrosas intenciones de ese ser desaliñado y excéntrico a su lado. Ya no habían más preguntas que hacer, temiendo recibir otra respuesta cargada de su filosofía retorcida. De todos modos, la algarabía ya daba inicio una vez más, apenas el presentador salió de atrás del telón. Daria inicio la ultima pelea de la noche.
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