Capitulo 15: La madriguera

Dieciocho de agosto, era la fecha que ponía el calendario en su mesa de noche, así como al lado de este, un reloj digital que titilaba, con los números diecinueve y diez. Trataba de no darle importancia al tiempo, aunque realmente estaban sobre la hora, lo hacía para no desviar su atención del maquillaje de la japonesa. Ya había aplicado una base unos cuantos tonos más saturados que su actual tono de piel agrisado, y ahora colocaba algo de rubor en sus mejillas. Helga Honeygann era una mujer responsable y complaciente, al menos eso era lo que se repetía en su mente ya entrada en su papel, pero lo más importante, la asistente del doctor Albert Goleman era una humana, una de unos veintiocho años con muy buena reputación en su empresa.

-Parece nombre de un personaje de comic...-pensó en voz alta mientras la pelirroja terminaba de aplicarle una tinta de labios color cereza.

-¿Helga Honeygann? ¿Te parece muy caricaturesco?

-Es que, eso de combinar la letra del nombre con la del apellido se ve mucho en el mundo del comic.- La pelirroja sonrió dándole la razón y un ultimo vistazo a su disfraz. Aunque representara una falsa asistente, la verdad es que aquel traje de dos piezas color gris le iba a la perfección para la ocasión, así como la cola de caballo alta que le había hecho para que luciera más elegante. Debía admitirlo, tanta atención hacia ella la hacían sentir incomoda, aunque tuviese un papel que interpretar, no dejaba de sentirse apenada por tener que usar un conjunto de la directora. No obstante, a pesar de lo orgullosa que se sentía la pelirroja por su creación, se detuvo un momento a fijarse en sus zapatos.

-Esos zapatos deportivos arruinan todo el estilo. ¿Qué mujer de negocios va al teatro con converse?

-Una que podría correr sin problemas si la situación lo amerita. -comentó Albert entrando a la habitación.

-Si, eso ya lo se.-suspiró la directora cruzándose de brazos.

El rubio se había acercado hasta ella con su usual sonrisa bonachona y un estuche entre sus manos.

-Primero, quiero darte eso. Recién lo imprimí esta mañana. Con esto no habrá problemas para identificarte.

Lo que el rubio se había sacado del bolsillo de su saco, era nada menos que una tarjeta con el logotipo de su empresa y el nombre de Helga Honeygann troquelado en el medio de este, además del subtitulo "asistente general" debajo del nombre. Así como una foto de la chica, quien se preguntó en qué momento la había tomado. A ver que había hecho muy bien su tarea...

-Y con esto, no habrá problema en que te relacionen conmigo. -El rubio automáticamente, abrió frente a ella el estuche en sus manos. Dentro podía verse nada menos que un broche de oro, con el logotipo de la empresa del rubio. Un pequeño brazo robótico.

Debia costar una fortuna, de eso no le cabia duda, más si pensó si seria correcto usarlo. El rubio solo rió negando con su cabeza mientras clavaba este en la solapa de su chaqueta.

-Helga Honeygann representa todo lo positivo de mi empresa, no lo olvides, siempre muestra una sonrisa. ¿sí?-dicho esto, no pudo evitar contagiarse de la sonrisa del rubio, quien depositó su mano protésica sobre su hombro..

En ese instante, la puerta de la habitación se abrió, dejando ver a Adam, quien intervino.

-El eslabón ya está sedado y esperando a ser liberado. Vámonos antes de que recupere al cien porciento su consciencia. -mencionó antes de percatarse de la japonesa, a quien dio un vistazo de arriba abajo antes de volver a mencionar.

-Vámonos.

Sin esperar que repitiera la orden, sus piernas se movieron solas, siguiendo su rastro como su sombra fuera de la oficina.

Lo mejor de tener piernas largas era lo rápido que llegaba a cualquier sitio, era fácil dejarla atrás por el pasillo, aunque si hubiese continuado con su ritmo común al caminar quizás hubiera sido más fácil alcanzarlo, pero, no obstante, a la distancia que llevaba a la pequeña japonesa también había decidido cortar camino entrando en la sombra de la pared, desvaneciéndose en el acto, cosa que hizo que la chica cortara la marcha en seco, sin dar crédito a lo que había visto.

La pared de tapiz oscuro era completamente plana y aun así este había podido atravesarla, haciéndose uno con la sombra, eso era algo que nunca le habían explicado en sus clases de física.

"¿Un atajo a Hogwarts?"-Pensó, habiendo recordado esa escena de la estación de trenes de la primera película. Habría estado evaluando la posibilidad de repetir el truco unos segundos preguntándose una y otra vez cómo. Y el, con la poca paciencia que lo caracterizaba se limitó a estirar el brazo fuera de las sombras, frente a ella, extendiendo la palma de la mano enguantada.

"¿Te vas a quedar ahí parada toda la noche?"-oyó decir como un eco dentro de su cabeza.

"No estará pensando en serio"-pensó. A pesar de su escepticismo debía reconocer que era tentador descubrir hasta donde era capaz de llegar con sus nuevas habilidades, ya era fácil ver perfectamente en la oscuridad y distinguir sonidos a la perfección a kilómetros. Extendió su mano con la intención de posarla sobre la del vampiro, de no ser porque este jaló de su antebrazo con rapidez logrando introducir su cuerpo entero en la sombra.

De no haberse sentido tan impresionada tal vez se habría quejado del brusco jalón, pero era imposible no sentir asombro por lo que acababa de pasar y lo que podía ver. Si bien no tenía problema para ver en la oscuridad aquella era una oscuridad infinita sin ningún espacio para el más mínimo rayo de luz. De eso se trataban las sombras y entrar en ellas a voluntad, su cuerpo se había desvanecido en el simple contacto con ésta como una gota de agua sobre una servilleta, absorbida, formando parte de los entretejidos de la tela entre partículas microscópicas. Sintió temor, pues la oscuridad era tan sofocante que sentía que dar un solo paso en falso la haría caer a un abismo aún más profundo.

-¿No vas a salir?-mencionó retóricamente el eco de la voz del vampiro quien ya se hallaba aparentemente del otro lado-Para salir de la oscuridad solo debes dar un paso hacia delante...

Por primera vez sus palabras se oían como un consejo y no como una orden. Apenas puso su pie frente al otro, y en un parpadeo, se vio nuevamente fuera, esta vez lo que parecía un garaje oscuro con un auto aparcado, el estacionamiento de la casa, pensó. No podía dejar de sentirse perpleja por lo ocurrido. Por su cuenta el vampiro seguía parado de brazos cruzados al lado de un vehículo, junto a Alexander, quien como de costumbre aún fumaba. Kan veía para todas partes intentando comprender como era posible ese método de "teletransportación"

-La teletransportación como lo dice la palabra implica el uso de la mente, en este caso nos transportamos por las sombras. Por tu propia cuenta no habrías sabido donde quedaba el estacionamiento-mencionó abriendo el capó del auto.

-¿Aun tiene ese ruido?-Interrogó el pelilargo acercándose a mirar.

-Si un carro viejo no hace ruidos es porque no funciona...-mencionó con ironía.

Viéndolo con atención, el carro combinaba muy a la par con la personalidad del vampiro.

Aquel era un auto evidentemente de modelo antiguo, de un pulido y brillante color negro. No obstante, parecía que los años no habían pasado en lo absoluto para aquel "semental" de cuatro ruedas, la carrocería se veía intacta, sin ningún tipo de abolladuras o rasguño, con el código DULL4H4N en la placa. Se había estado haciendo una idea de qué modelo era, hasta que pudo ver el logotipo de un caballo.

-¿Un mustang?-preguntó con expresión irónica.- De que año es, ¿los setenta?

La ironía en su rostro era producto de lo predecible del vehículo que tenía frente a ella. Un hombre como él, que parece pavonearse arrogante por donde camine, no podía tener sino un carro deportivo, tan pasmado en el tiempo como el mismo vampiro, un auto clásico tan llamativo como el dueño. Un vehículo nuevo también era digno de presunción, pero no hubiese combinado con el de por sí estilo clásico de su dueño.

-Este es un Mach 1 de 1969-Contestó sin apartar la mirada del interior del vehículo.

-También conocido como Mustang Eleanor.-Añadió el pelilargo, ganándose una mirada asesina de parte del mayor.

-¡Este NO es el Mustang Eleanor! El Mustang Eleanor salió dos años después que este modelo...-dijo en tono amenazante. Tal vez esa era la primera vez que veía al vampiro perder su paciencia de ese modo.

El pelilargo solo se limitó a dar la espalda, ignorando sus gritos, pudiendo observar la expresión de confusión de la japonesa quien observaba callada cómo una simple pregunta había desembocado una pelea entre hermanos.

-Eleanor es el nombre de su ex...-susurró al oído de la japonesa quien no pudo evitar abrir sus ojos, cubriendo su boca ahogando una carcajada.

-Un tema delicado... ¿no?-musitó retóricamente.

-Ni te imaginas...

El pelinegro había acabado con la conversación cerrando el capó de un golpe, llamando de nuevo la atención de estos dos.

-¿Le pasa algo al motor?-Cuestionó la chica.

-No. Porque este auto, no tiene motor...

Aquella noche parecía que la pelinegra no dejaría de hacerse preguntas, frunciendo su ceño con escepticismo. El vampiro volvió a abrir el capó, invitándola a observar. Efectivamente, como había mencionado antes, dentro del capó se podían ver todas las partes del vehículo, y un gran espacio vacío donde debía estar el motor. Antes de que esta pudiese hacer alguna pregunta, el vampiro sacó de su bata una bolsa de transfusiones, a la cual, le arrancó el seguro con los dientes, para luego exprimirla en el interior del tanque de gasolina. Antes de que la japonesa pudiese decir algo, este añadió.

-Este auto siempre tuvo un defecto de fábrica, por el cual nunca pudieron ponerlo a la venta, ningún motor le funcionaba por una extraña razón. Hoy día, es el espíritu de mi caballo Dullahan quien habita dentro de él y lo hace funcionar, pero para eso, debo "alimentarlo"...

Dicho esto, el vampiro entró al vehículo, girando la llave para encenderlo. Aunque toda aquella explicacion le habia parecido nada menos que una tomada de pelo por parte de él, el motor dio un rugido caracteristico de los autos deportivos con motor v8. Esta simplemente permaneció callada, tratando de comprender como una criatura podía romper las leyes de la física de tantas maneras en una sola noche. El vampiro hizo un movimiento con su cabeza invitándola a montarse.

Por su parte, Alexander había posado un casco sobre su cabeza el cual le cubría toda la cara, encendiendo una motocicleta. Ver al siempre serio vampiro menor montado sobre esta ciertamente la sorprendía, no parecía la clase de personas que manejaría una moto.

-Vayan ustedes en el auto, yo me iré por mi cuenta, nos encontraremos a las afueras del teatro, unas cuadras antes.

Dicho esto, no le quedó de otra que sentarse en el asiento del copiloto, aunque sentarse al lado del vampiro no le hacia mucha gracia, no tenía más remedio. Como lo esperaba, por dentro tampoco parecía envejecido ni por un día, la tapicería de los asientos negros aun olía a cuero, así como el tablero también lustrado, si en algún momento se preguntó como seria el carro de un proxeneta con complejos de mafioso posiblemente sería exactamente como ese, pensó.

-Este proxeneta no suele montar a nadie que no sepa comportarse, te podrás imaginar que mi carro no está en estas condiciones por arte de magia, así que no quiero ni un solo cabello sobre los asientos-sentenció tomando asiento y ajustando el retrovisor. De no ser por lo concentrado que estaba viendo hacia el frente, habría visto la cara de la japonesa, poniendo sus ojos en blanco y dedicándole un disimulado gesto con el dedo.

Poco a poco frente a sus caras el garaje se abrió, el auto rugió nuevamente, encendiendo las luces, esperando pues la señal del gemelo quien estaba a punto de dejar salir a la presa. El plan era simple, dejarlo escapar y llegar a la guarida. Una sonrisa ladeada se dibujó en su pálida mandíbula apenas visible bajo la sombra de su nariz perfilada. Era un espectáculo bizarro de comportamiento animal, como si estuviese viendo frente a ella el comienzo de un documental de depredadores de la sabana, de fondo en su mente podía escuchar la música de fondo de esos documentales de national geographic, pero no cabía duda que se sentía tensa de pensar lo que estaba a punto de ver con sus ojos, la jefa de la mansión había dado una orden clara, pero el trabajo de campo no era algo para lo que ella ni ninguno en los tiempos modernos estaban acostumbrados con esa especie.

Apenas se oyó un disparo en el aire a kilómetros pisó el acelerador, podía ver como la luz de las farolas del jardín hacían brillar el cuero negro de sus guantes apretando el volante. Su expresión era la misma que había visto en el callejón, tan pétrea y espeluznante como el de un monstruo que ama su trabajo. Eso la hacía pensar entonces, ¿que estarían a punto de hacer que pudiese parecerle tan excitante?

Justo en el portón de entrada estaba Alexander, el auto solo frenó bajando los vidrios para oír lo que éste tenia que decir.

-Como lo pensamos, apenas abrimos las rejas el vampiro se desapareció entre las sombras-comentó subiéndose el cristal del casco-pero apenas debe estar a un kilometro de distancia.

-¿Tienes todo?

-Municiones, gas acetileno y mis esposas. Espero no tener que llamar refuerzos.

-Dejemos a los policías fuera de esto.

Dicho esto, volvió a acelerar, dejando atrás el extenso jardín con varias hectáreas de árboles. Aún no amanecía, pero no tenía demasiada curiosidad por saber qué ocurriría si su piel se quedaba un rato bajo el sol, ya lo había comprobado. No obstante, sospechaba que los gemelos no le daban importancia a aquello, con sus propios ojos había visto como en Japón el vampiro estaba afuera durante plena luz del día, probablemente su gemelo era igual de inmune a los rayos del sol.

El vampiro le había demostrado su destreza al volante sin embargo para su gusto era demasiada velocidad, de hecho, comenzaba a marearse. Ambos seguían un camino fijo, al salir del vecindario con casas casi tan antiguas como la mansión Malkavein, pudo ver con total normalidad la ciudad como si fuese de día, lo que esperaba desde un principio. La capital Austriaca tal como siempre se mostraba en fotos, muy diferente a cualquier ciudad japonesa Con sus clásicos edificios de época típicos de la arquitectura europea a un lado del Danubio, tan grande y bonito como en las fotos, brillando con mil destellos reflejados de las luces de la ciudad. No obstante, las calles estaban igual de desoladas que las de Shinjuku, quizás un poco más, y eran muy pocos los negocios abiertos, las pocas personas que se veían caminando quizás saliendo de sus trabajos para tomar el metro lucían apresuradas con bufandas alrededor del cuello.

-En esta ciudad se extendió la leyenda urbana de que si llevas una bufanda alrededor del cuello es menos probable que te ataquen los vampiros, creen que la piel del cuello es lo que los enloquece y la bufanda actúa como protección a esto, a pesar de que estemos en verano y el calor sea insoportable...-explicó sin quitar la vista del camino.

Ella no pudo evitar chasquear su lengua negando con su cabeza. Pensó en lo lamentable que era el miedo que sentían las personas a nivel mundial y todas las estupideces que eran capaces de hacer con tal de no perder las esperanzas de llevar una vida "normal" junto a la plaga. Los vidrios iban abajo dejando entrar la brisa en el interior del vehículo, ya no se veía rastro del gemelo, probablemente habiendo llegado ya a su destino, sin embargo, como si fuese un GPS, no era difícil ubicarlos, siguiendo como rastro el aroma del eslabón recién liberado, al cabo de unos segundos de persecución disimulada el carro paró la marcha.

-¿Llegamos?-comentó la chica.

Ninguno se había dispuesto a salir del auto y veían desde el otro lado de la calle, ocultos en la oscuridad, la guarida, como bien habían llamado los vampiros a su hogar.

Frente a ellos estaba nada menos y nada más que el teatro de ópera de Viena, iluminado con las antiguas luces y farolas negras de metal en la calle, tan clásico y hermoso como siempre, como si el tiempo y las circunstancias nunca hubiesen influido en aquel barroco edificio que tantos recuerdos les traía a los gemelos sobre su infancia, era difícil no sentir nostalgia cada vez que se acercaban a lo que consideraron por mucho tiempo su segunda casa. Nada parecía haber cambiado.

En la entrada se podía ver una considerable fila de autos de lujo dejando fuera a los espectadores de lo que parecía ser una aclamada obra o un concierto de un conocido compositor europeo. Como si pudiesen viajar en el tiempo, la escena le recordó nada menos a sus noches de fama, donde damas refinadas asistían con sus más vaporosos y coloridos vestidos de chifón, razo, terciopelo, combinados con sus tocados y estolas, acompañadas de sus elegantes maridos vestidos de trajes y sombreros de copa quienes apenas entraban, encendían un puro o se servían copas de champagne, todos murmurando lo ansiosos que se sentían por comprobar el talento de los hijos del doctor Malkavein.

La escena parecía revivida, a diferencia de que en esta oportunidad los coches no eran tirados por caballos sino relucientes vehículos lujosos como Audis último modelo, camionetas Land rovers que se notaba eran blindadas, incluso Rolls-royce con lo que se podía sospechar, además de personas adineradas, también parte de la nobleza europea asistía al espectáculo.

-Vamos.-ordenó el mayor sacando de sus pensamientos a Kan quien seguía observando la escena con especial atención.

Salieron del auto para ir hasta la cajuela de este donde se encontraba gran cantidad de municiones y bombas de gas, también algo de ropa, por lo que esta pudo adivinar que se trataba de disfraces para colarse a la entrada. No obstante, pronto se daría cuenta que ese no era el plan.

El menor se había acercada desde las sombras, hasta el vehículo. Curiosamente era una de las pocas veces en las que no llevaba un cigarro encendido entre sus labios.

-La teoría era cierta después de todo... este lugar es el famoso "coliseo rojo"

-¿No se supone que estaba cerrado al público?-intervino Kan viendo como ambos vampiros metieron sus cabezas a la cajuela del auto.

Adam comenzó desatando su corbata y quitándose la bata, por su parte Alexander desató su cola de caballo. Ella simplemente se limitaba a ver la escena con confusión. Iban a entrar por la puerta trasera, supuso.

-Si intentan colarse entre los demás vampiros no les servirá cambiarse de ropa, ¿recuerdan lo que dijo el otro en el interrogatorio? Solo los menores de edad participan en estas peleas.

Ambos miraron sus caras, Adam por su parte con una sonrisa.

-Tu descuida. -comentó el menor.

-Ahora que lo pienso, tu deberías hacerte pasar por uno de esos niños-mencionó Adam viéndola de arriba abajo por lo que de inmediato no pudo evitar sentirse nerviosa.

-¿Y-Yo?-tartamudeó.

­-Pues de los tres eres la que no aparenta tener más de dieciséis. -rio.

-Olvídalo, su trabajo es representar a Albert ahí dentro, además de prestar atención con lo que ocurra en la pelea.

La chica ya comenzaba a perder la paciencia, la seguridad con la que el mayor había dado su idea le abrumaba, por poco se veía a sí misma peleando a puños y colmillos contra un sinnúmero de chupasangres callejeros, la sola idea le hacía sentir nerviosa, aunque ella misma ya no era humana.

-Ve hasta la taquilla de la entrada y muéstrale los boletos. Si te piden la identificación, enséñales la tarjeta que Albert te dio, si te llegan a preguntar algo, invéntales que Albert tuvo que salir del país por una emergencia de último momento...-Indicó Alexander justo a tiempo de terminar de cambiarse su ropa por una más cómoda, pero igual de negra que la que acostumbraba a usar siempre. -Y una última cosa...- intervino antes de que la chica se alejara.

La japonesa volvió sobre sus propios pasos esperando la última orden del pelilargo.

-Ten mucho cuidado ahí dentro. -comentó el vampiro justo antes de perderse en las sombras.

Aquello ultimo sonó mas como una orden que como un consejo, sin embargo, no pudo evitar sentir escalofríos gracias a la mirada y el tono tan serio que había empleado.

Por su parte el mayor sonrió con macabra diversión, a la expectativa de lo que ocurriría esa noche.

Ambos se dirigían desde las sombras hasta la entrada trasera, la conocían bien, no era la primera vez estando en el teatro. Por su parte ella solo caminó hasta la entrada. Por su mente pasaba un centenar de excusas a referir en caso de que el portero le negara la entrada, ciertamente se sentía ansiosa, vería con sus propios ojos el comportamiento y la naturaleza de esos seres que por años se dedicó a su estudio desde los textos. Visto desde cerca el teatro era aún más bello que de lejos, como retroceder en el tiempo hasta una época olvidada y más tranquila.

Al acercarse a la taquilla la cual lucia como esas viejas boleterías de los cines antiguos. Los invitados hacían fila para enseñar sus boletos, una vez ratificados, les indicaban sus asientos y podían acceder. No entendia muy bien como funcionaba aquello. ¿Todos esos ricachones eran invitados privados? ¿O acaso habían pagado por esos boletos? De ser invitados igual que Albert, ¿Cómo se ubicaban en sus asientos? ¿Acaso tenía que ver lo gordas de sus cuentas bancarias? ¿El poder político? ¿El prestigio de sus empresas? ¿Habría una zona vip donde estuviesen los más opulentos? Pues lo que todos tenían en común era el mismo perfil empresarial de Albert, hombres con trajes tal vez Giorgio Armani, con relojes rolex dorados en sus muñecas, algunos acompañados de bellas mujeres de largas piernas y vestidos ceñidos a sus cuerpos esculturales. Ahora que lo pensaba, ella era la única chica joven en la fila, además de ir sola. Todos aquellos pensamientos la ayudaron a no sentir pasar el tiempo hasta que fue su turno de enseñar su boleto.

-Albert Golemann...-mencionó el boletero. Se trataba de un chico joven con una cicatriz en su mejilla izquierda, con el cabello largo y sucio, y unos evidentes colmillos resplandeciendo en su boca. Era la primera vez que se acercaba tanto a un eslabón consiente.

-Helga Honeygann. Asistente de personal del doctor Golemann. Lamentablemente, el doctor no pudo asistir por motivos de trabajo, espero que no haya inconveniente en que venga en su representación.-mencionó enseñando la tarjeta de presentación, con un tono tan serio que ni ella misma daba crédito de que todas aquellas palabras habían salido tan fluidamente de sus labios.

El taquillero miró a la chica con escepticismo, observándola de arriba hacia abajo. Sin embargo, su mirada se detuvo por un segundo en el broche de oro en la solapa de su cuello, el broche con el logotipo de la empresa del rubio. Al cabo de un par de minutos, tecleó rápidamente el nombre del rubio, justo antes de mencionar.

-Palco lateral derecho, asiento número 15.

La chica exhaló para si misma sin que el eslabón se diera cuenta, justo antes de dar un paso a la entrada, este volvió a intervenir.

¿Desea apostarle a algún peleador ahora?

-¿A-Apostar?-parpadeó un par de veces.

-Ya sabe, por algún luchador.

La chica solo apretó el puño recordando que debía mantener la autoconfianza. "Siempre muestra una sonrisa" recordó

-No gracias.-dijo haciendo una reverencia.

-En ese caso, disfrute la pelea.

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