Capítulo 12: Cachorro Deutscher Schaferhund


Por otra parte, Karen meditaba en las palabras de Alexander. Hace rato el pelilargo la había dejado sola, inmersa en sus pensamientos, "debes interrogarlos", pero, ¿cómo se puede convencer a un vampiro callejero de abrir la boca? ¿preguntas? Esas sí que le sobraban, pero obtener las respuestas no sería sencillo sin un buen incentivo. Es por eso que en sus labios se dibujó una sonrisa, recordando donde podía conseguir lo que necesitaba, ese as bajo la manga que la ayudaría a interrogar al chico de forma efectiva.

Entrando en su oficina nuevamente, pudo ver a Albert sentado frente al computador, con la luz de este reflejando en los cristales de sus lentes. No obstante, esto no la distrajo de su búsqueda dentro de las gavetas de mesita de caoba en frente del escritorio.

—El ministerio de salud y seguridad nacional volvieron a escribir...—mencionó el rubio con tono cansado sin quitar la mirada del monitor.

—¿Otra vez? ¿No tienen calendarios esas momias? ¡Les pedí que me dieran un mes! ¡El plazo de tiempo aún no ha pasado!

—Dicen que, para las emergencias nacionales, treinta días es condenarnos al apocalipsis.

La pelirroja suspiró con pesadez masajeando sus ojos debajo de sus anteojos. Negando con su cabeza. "Lo sé, lo sé" repetía para sí misma.

—¿Qué fecha decían los boletos del teatro?— mencionó recordando lo hablado con el vampiro minutos antes.

El rubio subió sus cejas, había olvidado por completo aquella invitación, pero haciendo algo de esfuerzo pudo responder.

—Agosto 18.

—Dentro de dos días...en ese caso, cítalos para el veinte de agosto. Dentro de cuatro días, el país entero sabrá lo que está ocurriendo, y espero que estén felices con eso.—sentenció justo antes de encontrar lo que venía buscando, apretándolo dentro de su puño y saliendo de la oficina.

Ahora más que nunca necesitaba respuestas, con paso presuroso se dirigió hasta el ascensor, meditando en las palabras del ministro de salud y el jefe de seguridad nacional. Treinta días eran suficientes para que el apocalipsis comenzara, pero, ¿no se habían dado cuenta de que estaban viviendo en el prólogo de este? Aquello ultimo la hizo sonreír, recordando lo contado por Adam, quien había comprobado con sus propios ojos lo vivido en la metrópolis japonesa.

Sin darse cuenta, sus pasos de dirigieron solos hasta la zona de los laboratorios. Dos cubículos separados por una pared de cemento y con un vidrio antirreflejo por el cual podía observarlos a ambos. Cada uno acostado en una camilla respectivamente. Maniatados con cadenas que se enredaban al resto de sus cuerpos. Apenas se les podía ver respirar, casi inertes, uno con la mirada fija hacia la pared, otro, con sus ojos cerrados en lo que parecía ser un profundo sueño. Además, sobre sus labios, pegada una cinta para así evitar sus gritos, y por sus conductos nasales, una manguerilla que suministraba el gas acetileno cuando este hiciera falta.

Viéndolos con detenimiento no pudo evitar sentir algo de culpa. La única diferencia de ese par de chiquillos y Kan, era el titulo universitario, chicos que estaban en ese momento como objeto de estudio porque la vida no les ofreció un mejor destino. De pronto, vio como uno de ellos movió uno de sus dedos, despejando su duda si dormía o no, de este modo, sacó una tarjeta colgada de su cuello y pasó su banda magnética a la puerta, dándole acceso al cubículo.

Un gélido aire proveniente del interior se escapó hasta tocar su piel, si bien llevaba años como una reina de la noche, aun podía sentir los cambios de temperatura sobre su carne.

Al oír el bip de la puerta, automáticamente el eslabón cambio la dirección de su mirada, de inmediato volteó a verla con los ojos abiertos como platos. Su figura a contraluz no podía verse del todo bien, causando que el chico parpadeara incomodado por tanto brillo proveniente del pasillo.

—Buenas noches—intervino con voz amable mientras juntaba sus manos. —Soy la doctora Karen Malkavein, dueña y directora de este centro de investigaciones.—continuó, esta vez acercándose más hasta la camilla.

El chico había vuelto a ver en dirección hacia la pared, su respiración era irregular, como si quisiera jalar aire hacia sus pulmones. Sus pupilas dilatadas, fijas en un punto exacto de la pared.

—Probablemente te estes preguntando a que he venido a este lugar. —continuó a pesar del silencio.—He venido, porque como buena científica que soy, mi deber es la búsqueda del conocimiento, y para eso, tengo una serie de preguntas que hacerte.

El chico apenas la miró de reojo, de arriba hacia abajo lo más que su posición se lo permitía, con la misma inseguridad que una presa ve a su depredador. Aquello último, trayéndole un recuerdo a la pelirroja la cual sonrió con una dulce mueca, justo antes de arrancar la cinta de los labios del chico de forma rápida y brusca, quien, al instante dejó escapar un grito de dolor, y al instante sus colmillos se asomaron en sus fauces, dándole una mirada cargada de furia típica de las primeras fases. Habría podido ser mas cuidadosa, claro que sí. Pero, quitar la cinta con delicadeza implicaba tener que hacerlo lentamente, y acercar su mano a la boca de un vampiro, lentamente, era un error que no pensaba cometer.

El eslabón la miraba cargado de furia, gruñendo, escurriendo saliva de sus labios, pero eso sí, con una mirada llena de miedo.

La pelirroja volvió a sonreír, haciendo una bola con la cinta en su mano, acercándose nuevamente a la camilla, trayendo nuevamente ese recuerdo de su infancia.

—Una vez hace años, recuerdo que mi padre trajo un hermoso perro a casa, un lindo cachorro Deutscher Schaferhund, tan fino y pura raza que incluso traía un certificado de pedigree. Recuerdo muy bien ese día, pues fue uno de los pocos momentos donde vi a mi padre y a mi hermano sonreír...

Su pecho subía y bajaba exaltado como un animal nervioso. Sus ojos, destellaban un brillo común en los de su raza, como los ojos de un gato en la oscuridad. Su piel, pálida y amoratada producto quizás de su captura, así como también su rostro estaba arañado, era extraño que para ser una criatura como ella sus heridas aun no sanaran siendo tan superficiales, de un humano era comprensible, pero no de ellos. Fue lo que pensó mientras caminaba alrededor de la camilla.

—Su nombre era Johann, en alusión al escritor favorito de mi padre. No obstante, al poco tiempo de llegar a casa, nos dimos cuenta, de que por mucho pedigree que tuviese, Johann no era un perro común.

La tensión del muchacho iba subiendo a medida que Karen iba sacando del bolsillo de su falda, lo que era un frasco de perfume con un líquido dentro, sin saber de qué se trataba, podía sospechar en su situación que no seria nada bueno para él. De ese modo, comenzó a retorcerse sobre la camilla, y a emitir jadeos nerviosos.

—Cada vez que oía un ruido fuerte, Johann se orinaba en su lugar. Cuando nos acercábamos a jugar con él, este lloriqueaba, siempre alerta, siempre nervioso, una vez que se hizo mas grande, su inseguridad lo hacia gruñirnos y ladrarnos, incluso cuando le servíamos su comida. Nunca entendimos por qué. Mi madre y yo consideramos que tal vez en el pasado, pudo ser víctima de algún maltrato, pero aun adulto seguía orinándose incluso sobre la alfombra cada vez que sentía miedo. Un día, cansado de su mal comportamiento, mi padre intentó acercársele para obligarlo a salir, no obstante, esta vez Johann no ladró. Al contrario, se abalanzó sobre mi padre, mordiendo su mano, provocándole una herida de diez puntos. Cansado de su mal comportamiento, al instante, lo llevó hasta el patio trasero, donde todos oímos un disparo seco, y el ultimo quejido de Johann...

–¡YO NO TENGO INFORMACIÓN PARA USTEDES!–gritó despavorido el vampiro sin poder mover más que su cuello.

—Vaya, así que sabes hablar.

El muchacho no aparentaba más de dieciséis años, con un oscuro cabello largo sucio que caía sobre su cadavérica piel grisácea, su rostro era fino y delgado, como de quien pasa años desnutrido en una celda sin ver la luz del día, así lucían la mayoría de vampiros que se veían por las calles nocturnas de la ciudad. Sus ojos irradiaban un tono amarillo como un semáforo en una avenida oscura de invierno.

–¿Q—Que quieren de nosotros? ¿Por qué estamos aquí? –tartamudeó, con sus pupilas dilatadas temblando, meciéndose de un lado a otro.

–Este es un hospital, todos ustedes están enfermos y tienen que ser atendidos. –comentó con tono amoroso cuan enfermera experta, desenroscando lentamente la tapa del frasco.

El chico comenzó a removerse sobre la cama en un nulo intento de escapar de las intenciones de la peligrosa mujer a su lado.

–¿Cual es tu nombre?–dejó escapar con el mismo tono tranquilo.

El muchacho no apartaba la mirada del frasco moviendo su pecho de arriba abajo hiperventilando, una delgada línea de sangre brotó de uno de sus ojos, llevaba días llorando de la desesperación, se podía notar por el rastro de sangre seca a lo largo de sus mejillas.

–B—Brendam...–titubeó. –Brendam Ashmith...

–Ya veo, Brendam. –continuó. – ¿De dónde provienes? ¿Quién eras anteriormente? ¿Dónde están tus padres?

­–N—No lo sé...–se excusó.

La pelirroja arqueó una ceja con escepticismo cambiando completamente su expresión.

–Ya veo. Entonces, Brendam Ashmith, ¿quién te ha dado ese nombre? Debes tener al menos a alguien en alguna parte que te esté esperando allá afuera, de otro modo, ¿para qué deseas irte?

–¡POR MAS PREGUNTAS QUE ME HAGA UNA MALDITA BRUJA COMO TÚ, NADA SALDRÁ DE MIS LABIOS!

La pelirroja bufó un tanto harta, arqueando una ceja. En seguida dejó caer un rastro del líquido del frasco sobre su piel desnuda, de inmediato su piel ardió brotando ampollas sobre esta y un humo con olor a carne quemada. Era la reacción típica del agua bendita sobre la piel de los vampiros.

Como lo había esperado, el muchacho dejó escapar un horroroso alarido, convulsionándose sobre si mismo, en un intento en vano por calmar el dolor.

—Ahora escúchame bien Johann...—dijo entre dientes tomándolo con fuerza del cuello, acercando su rostro hasta el suyo lo más que pudo. —Vas a ladrar, y lo vas a hacer cuando te lo diga, y más te vale que obedezcas, o terminaras con una bala en tu linda frente y tu cráneo esparcido en estas cuatro paredes. Tienes dos opciones, o colaboras, o no volverás a ver la luz de la luna.

Aquello ultimo había dejado al muchacho con un sentimiento de angustia en el pecho. Era obvio que se trataba de una manipulación, no había forma de que pudiese salir de ahí, no obstante, rechazar la oportunidad y quedarse para ser objeto de sus estudios le aterraba aun más que lo que pudiese ocurrirle en las calles una vez que este saliera libre después de aquel interrogatorio.

—M—Mi hermano...—susurró mirando hacia la pared vecina. Ahora tenía sentido, aquello que con tanta fijación observaba desde que entró, era la pared que lo separaba del otro vampiro. —Si es información la que desean, el no debe oír nada. Su oído es excelente.

—¿Temes a que si te oye te mate? ¿Crees que tu hermano pueda desatarse de sus cadenas y venir a hacerte algo? —rió efusivamente— Dulzura, en mi institución nadie se escapa a no ser que yo así lo desee. Y tú podrías ser el siguiente en irte, pero solo tú decides. O ladras para mí, o te orinas en esta camilla y yo comienzo a rociarte con mi perfume...—indicó agitando la botella entre su mano.

Las lágrimas seguían corriendo por el rostro de Brendam, su demacrado rostro similar al de cualquier chico vagabundo estaba tan desencajado y adolorido que ella comenzaba a suavizar su temple.

A pesar de ser los depredadores tenían más pinta de víctimas y sufrían por lo que eran ahora. Era solo un chico con mucho miedo, era la cara de la sociedad y el mundo moderno, donde las personas cada vez sufrían menos enfermedades y eran más temerosas. Los monstruos dormían dentro de ellos y los obligaban a hacer cosas que no deseaban como cazar incluso a su propia familia y devorarlos, eso ultimo era lo que había pasado específicamente con ese chico quien se negaba a soltar prendas de su pasado, posiblemente por vergüenza o por miedo a ser torturado aún más.

—¿Tienes mas hermanos? ¿Dónde están ellos?

—Decirle la cantidad exacta sería mentirle. La logia es numerosa, y nunca nadie ha contado la cantidad exacta, ya que el numero siempre varia.

—Es decir...

—Nuestras vidas son prescindibles. Es por eso que nadie vendría a rescatarnos, aun si supieran donde estamos. Un cazador menos no es problema para mis hermanos.

Después de un rato de entrar en confianza con preguntas superficiales, pronto la lengua del chico comenzó a soltarse con más confianza, incluso su respiración comenzaba a regularse, aun así, de vez en cuando sus lágrimas brotaban a caudales, con la mirada fija en el techo, intentando sentirse menos culpable si evitaba ver el rostro de su interrogante. Justo antes de decir una sola palabra, este tomó aire en sus pulmones.

—La logia se compone de niños de entre 5 a 18 años. V—Vivimos para defendernos mutuamente, pero también, para sobrevivir, para ello, nos hacemos pasar por niños indefensos de la calle, pidiendo ayuda, limosna, información. —Los labios de chico estaban resecos y blanquecinos, producto tal vez del miedo y el estrés, constantemente volteaba a ver la pared del otro cubículo— Los más pequeños lloran porque no encuentran a sus padres. De esto modo seducimos a los adultos más incautos, quienes caen en la trampa y de inmediato alguno de nuestros hermanos mayores ataca, mordiéndoles el cuello para quitarles la vida.

Hizo una pausa para tragar saliva y tratar de normalizar su respiración. Los recuerdos venían a su mente. Cuando su orfanato de repente se incendió y varios de los niños que habitaban en este despertaron en un extraño lugar, solo recordaban las llamas y que un dolor en el cuello no los dejaba hablar.

—Otros se encargan del secuestro de otros niños y de volver rehenes a los que aun conserven a sus padres o seres queridos...

—¿Donde habitan? Debe haber un lugar donde puedan refugiarse del sol y descansar.

—No puedo darle esa información. Desconozco el nombre de ese lugar, pero todos lo conocemos como "El coliseo rojo".

Automáticamente, la pelirroja frunció su ceño, intentando imaginarse que clase de lugar en la ciudad pudiese llevar ese nombre.

—Ese lugar no solo sirve para resguardarnos durante el día. Para ganarnos un lugar en él, tenemos que pelear, más bien, matarnos los unos a los otros.

Nuevamente los recuerdos llegaron a éste. Un lugar que solo podía definir por el miedo que le provocaba. Tan hermoso como espeluznante. Prefería quedarse en la parte trasera de este, donde no pudiese ver como morían los otros o les partían la cara, acto seguido de aplausos y algarabía. Sabía cómo se sentía el dolor, pues los mayores también habían hecho el intento de entrenarlo, recordando también el sabor de su propia sangre la cual escupía cada vez que un puñetazo en su estómago lo noqueaba en el suelo del callejón. Aún no había podido subir al coliseo, pero él lo prefería así.

La pelirroja había tomado asiento justo al lado del chico, quien mientras seguía hablando, solo podía verlo como la pobre criatura que era. Peleando contra sus propios pensamientos, y esos sentimientos que se aglomeraban dentro de su pecho, tratando de digerir tan surrealista historia.

—Los mayores entrenan a los más pequeños para la pelea, y una vez que cumplen la edad necesaria, pueden entrar a pelear. Los ganadores de las contiendas tienen más derechos, pueden quedarse con las victimas que deseen, incluso con parte de las ganancias. Los luchadores no pueden superar los 18 años. No obstante, los perdedores que no mueren deberán salir a cazar en las calles. La edad para comenzar a pelear es a partir de los 13 hasta los 18 años. Sin embargo, la mayor parte de las ganancias, va a manos de nuestro "padre"

—¿A qué se refieren con eso?

—No lo conozco, pero es el dueño del coliseo, quien nos acoge y nos ofrece un lugar donde dormir. Todo se lo debemos a él. Es el vampiro más fuerte que hayan conocido, al menos eso es lo que mis hermanos mayores han dicho.

Una nueva razón por la cual preocuparse surgió en la mente de la directora. No solo se trataba de una secta de niños peleadores. Pero claro estaba, debía haber algún adulto detrás de tan sádica organización. Niños que pelean como perros pitbull para entretener un público. La clásica fantasía de algún hombre enfermo con mucho poder

"Sienten debilidad por los niños, una sociedad diferente que utiliza a los menores de edad para llevar a cabo atrocidades insospechadas, cazan para sobrevivir y viven para seguir arrepintiéndose de sus errores..." aquello no era vida. ¿Para qué pagar ese precio por la inmortalidad?

Sintió pena por él, posó su mano sobre su cabeza al mismo tiempo que sacaba un pañuelo de su chaqueta y limpiaba sus lágrimas como esa madre que siente compasión por el llanto de su hijo herido.

–Ya, ya...–susurró.

–Déjeme ir...–sollozó por última vez.

–Primero, debes de rehabilitarte. ¿Para que deseas irte? No hay nada en las calles para un chico como tú.

—¡Ya le dije lo que deseaba oír! ¡prefiero morir en las calles que esperar que pongan cosas en mi cuerpo! Al menos afuera podré ver las estrellas mientras me parten la cara. ¡Aquí s-solo p-puedo contar los minutos p-para que vuelva otro tipo con bata a i-inyectar cosas raras en mi cuerpo!

—Dos días. Ese fue mi trato. Información por libertad. Dentro de dos días, volverás a tener tu libertad...

—¿Y mi hermano?

—¿Deseas que te asesine? Tu mismo lo has dicho. Probablemente habrá escuchado todo, no dudará en matarte una vez que tenga la oportunidad.

Nuevamente, Brendam volvió a sollozar, esta vez tragándose sus propias lágrimas. Justo antes de que la pelirroja saliera, devolvió su mirada al adolescente.

—Buenas noches, Johann.

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