Capítulo 11: La habitación de los relojes
"Tus acciones me pertenecen"... fueron las palabras que salieron de esa amplia y terrorífica sonrisa, si lo recordaba con detalle también le había echado una mirada llena de arrogancia que la hizo desesperar aún más aterrada en ese momento, ni siquiera la había mirado de frente como a una criatura digna de cuidarse sino más bien de reojo y por encima de su hombro.
Aquella expresión de satisfacción como si hubiese visto al bicho fastidioso que por tanto tiempo ansió atrapar, caer al fin en su trampa. Qué repulsión sintió por sí misma y por lo que era ahora, solo podía verlo con una mezcla de impotencia e irrealidad.
Adam en cambio sonrió con legitima diversión antes de salir, aun sus poderes no estaban desarrollados, pero si se quedaba para seguirla provocando quizás desarrollaría la habilidad de matar con la mirada.
Alexander por su parte, seguía sin poder dar crédito a lo ocurrido, como es que la chica casi toca el zapato de su hermano con la punta de su lengua, todo por una simple orden de este. La misma chica que tenía la mente hecha un maremoto, tirada en el suelo, observándolo con impotencia, apretando sus puños sobre la alfombra, mordiendo sus labios hasta que estos perdieran el color.
—¿Estas bien? –intervino acercándose, extendiendo su mano para ayudarla a levantarse.
No obstante, esta solo hizo una señal con su mano, levantándose por su propia cuenta. Con los puños apretados y la mirada oscurecida, echó a correr detrás de este saliendo de la sala.
¨Miserable¨, ¨malnacido, fueron algunas de las palabras que aparecieron en su mente a punto de encontrarlo no muy lejos en el pasillo. La alta figura delgada, de andar arrogante. Le quedaba claro que para el esa orden no había significado nada.
—Vampiro...—llamó con severidad a sus espaldas.
Al instante, llena de rabia, haló a este del brazo, obligándolo a voltear a mirarla.
Como lo esperaba, una expresión de sorpresa se dibujó en su cara. Acaso no le había quedado claro el precio a pagar por su atrevimiento y aun así ¿tenía la intención de continuar su rencilla?... Este arqueó una ceja mirándola con escepticismo, leyendo nuevamente la innumerable cantidad de ofensas atumultuándose en su mente.
—¿Tienes algo que decirme?...—insinuó con tono irónico.
Al borde de su paciencia y con las palabras en la punta de sus labios –"Te asesinaré apenas tenga la oportunidad y me volveré humana antes de lo que piensas..."— la puerta de la oficina de Karen se abrió, viendo a ambos vampiros frente a ella mirándose con seriedad.
En el acto Kan soltó el brazo del vampiro, viéndose frustrado su plan para encarar al cínico pelinegro.
—Que bueno, por lo visto ya están aclarando las cosas.—exclamó sarcásticamente. –Justamente estaba a punto de dar una vuelta por la sala para ver como manejaban la situación entre ustedes.—Dijo chocando sus manos una contra la otra y entrelazando sus dedos, todo con una sonrisa de ironía que pretendía impacientar al vampiro mayor.
—No hay nada que aclarar.—comentó él.—Ustedes dos son las que deben hablar y cuadrar las cosas...—comentó metiendo las manos entre los bolsillos de su pantalón justo antes de irse.—Me voy a mi cuarto, cualquier cosa que necesites, Alexander te atenderá...
—Respecto a eso.—intervino la pelirroja.— Kan dormirá en tu ataúd por el día de hoy o hasta que el suyo esté listo.
En el acto, los ojos de amo y sirviente se abrieron casi al mismo tiempo, por el mismo motivo. Kan volteó a ver a la pelirroja de inmediato quien solo miraba la ancha espalda del vampiro quien se había quedado estático, por los años que llevaba conociéndolo probablemente ya estaba apretando los puños y mordiéndose los labios, sin pensar en nada como especie de remedio para no caer en la impaciencia. Le divertía ver a aquella imponente figura reventarse de rabia de vez en cuando, lo más chistoso era ver que siempre lo disimulaba respirando con tranquilidad y después se retiraba a dormir a su cuarto, pero ahora no tendría donde retirarse.
—Fue tu idea, Adam, no deberías sorprenderte.
—N—No creo que haga f...—intervino Kan siendo interrumpida.
—Entiendo que estas cosas no se las enseñen en la universidad a los humanos, pero lo cierto es, que para un vampiro no hay nada más importante que reposar en un sitio cerrado y oscuro, un ataúd de preferencia, con polvo y tierra de tu lugar natal. Parece una vieja creencia absurda, pero sino lo haces no lograrás descansar bien, en esta fase temprana es primordial que descanses o perderás la cabeza, en parte es por eso que creemos que los vampiros de hoy en día son todos unos desequilibrados.
—¿Y yo donde voy a dormir?—comentó el vampiro cruzándose de brazos, haciéndose una idea de la respuesta de la pelirroja.
—Me tiene sin cuidado, por unas cuantas noches fuera no te vas a enloquecer, dile a Alexander que te haga un poco de espacio en su sarcófago y planean una pijamada como en los viejos tiempos.
—D—De verdad no me importa dormir en el laboratorio...—se excusó la chica nerviosa.
—Olvídalo, te necesito con energía y sobretodo lúcida para este trabajo. Que no te intimide este espantapájaros, aquí quien manda soy yo...
Kan ya comenzaba a aprenderse de memoria las baldosas del corredor, al menos fue lo que se le ocurrió a Karen al notar que la joven no retiraba la vista del suelo cada vez que algo la incomodaba., Por otro lado, el otro vampiro miraba a un punto exacto de la oscuridad evitando mirar a la jefa, aunque esto lo hiciera como acto de molestia, le resultaba curioso como ambos compartieron esa reacción en común. Volvieron a encontrarse sus miradas, la de Kan apenas podía vislumbrarse debajo de su fleco, rencorosa, y la de él, viéndola de reojo con la arrogancia que lo caracterizaba.
El vampiro apenas hizo un mohín con su cabeza, ladeándola justo antes de darle la espalda, como una evidente indicación de que lo siguiera. La otra ni siquiera hizo esfuerzo en rechazar el gesto. A un par de metros de separación uno del otro, entraron en la oscuridad del pasillo, a la pelirroja solo le quedó la agradable ironía de una escena nunca imaginada por ella. Con una sonrisa burlista se dirigió rápidamente a la sala para dejar expulsar una risotada mientras limpiaba sus lágrimas y apartaba el pelo de su cara.
Cuantas cosas raras habían pasado esa noche, fue lo que pensó el pelilargo quien apenas había encendido su tercer cigarrillo, vio como su jefa se tendía en la silla más cercana sin dejar de reír, repitiéndose a sí misma, que debía ser una fortuna tener la oportunidad de humillar a un vampiro "todopoderoso" y a una "cerebrito millenial". Lentamente, él deslizó la taza servida con sangre hacia la mano de ella quien apenas terminó de volverse a poner los lentes sobre el tabique, dispuso el borde de la taza sobre sus labios.
—Que noche tan entretenida...—afirmó en un intento de romper el hielo mientras expulsaba el humo del cigarro.
—¿Que pasó aquí hace un momento?—cuestionó conservando aún la sonrisa.
—¿Recuerdas esa vieja creencia de que los vampiros pueden controlar a sus subordinados tan solo con una orden?—continuó, observando el papel tapiz de la pared mientras jalaba nuevamente una bocanada de humo y sus mejillas se hundían.
La pelirroja guardó silencio, observándolo con seriedad, la calma con la que expulsaba el fuerte olor del humo haciendo una o con sus labios, su paciencia era muy limitada para cualquiera que la mantuviese expectante, pero la voz y los movimientos de ese vampiro siempre la relajaban. Posando su dedo sobre su mejilla, ya se hacía una idea de lo que iba a decir.
—Es real...no te imaginas lo perturbadoramente real que es.
Aunque su tono era tranquilo, su mirada había cambiado. Era como si una de las maravillas que encerraban sus misteriosas existencias se hiciera presente esa noche, una epifanía que hacía cobrar sentido a una vieja duda que el pasado les había dejado respecto a las tragedias que habían vivido.
Su sonrisa se desdibujó casi inmediatamente. Según había leído en los diarios de campo de su bisabuela y tatarabuelo, ambos, gracias a los estudios realizados a los hermanos vampiros, habían teorizado que, dentro de su raza, existía una especie de jerarquía, muy común dentro de las criaturas de la noche y otros monstruos. Muchos relatos hablaban de amos y esclavos, esposas y discípulos, pero nunca lo habían comprobado con sus propios ojos, puesto que, al vivir toda su vida en una sociedad de humanos, no tenían conocimiento de esto. Aun asi, según lo escrito en el diario de Andrew, su tatarabuelo, no por esto la conducta del mayor era menos prepotente desde niño, siempre orgulloso de ser "el mayor".
Todo aquello le resultó más bien escalofriante. Pensar que aquella pobre chica científica, no solo tenia que aceptar la idea de haber sido transformada en contra de su voluntad, sino que, además, debía cumplir también en contra de esta, cada una de las órdenes del vampiro. Visto por ojos humanos, aquello ciertamente era monstruoso, humillante e injusto. No obstante, para criaturas como ellos, era como tener una mascota. A diferencia claro está, que las mascotas reciben cariño.
—Eso podría explicar muchas cosas. Su expresión era de furia cuando la vi, una frustración digna de un animal enjaulado...
—Repito, no debemos bajar la guardia, no estamos al cabo de saber en qué podría parar esta organización por culpa de un vampiro desequilibrado, ya nos basta con tener dos cautivos en los laboratorios, no fue tarea fácil conseguirlos, pero por desgracia, las calles no están tan despobladas de ellos como pensábamos.
Karen guardaba silencio mordiéndose las uñas. Alexander en cambio solo hizo un rápido movimiento entre sus dedos para que las cenizas del cigarrillo cayeran dentro del cenicero. Era su culpa, su actitud tan relajada daba la ilusión de que en las calles no ocurría absolutamente nada, ellos dos estaban tan acostumbrados a lidiar contra las adversidades desde jóvenes que cuando ocurría algún improvisto simplemente exhalaban y se encogían de hombros.
—A propósito de eso, otra razón por la que necesitaba hablar contigo, es esta. —Dicho esto, la pelirroja sacó de su chaqueta, un sobre con sello, poniéndolo en las manos del pelilargo. —Si mal no recuerdo, me dijiste que habían conseguido a esos dos eslabones cerca del teatro la otra noche ¿no es verdad?
La única luz en la habitación, perteneciente a la colilla encendida entre sus dedos, se reflejaba en los cristales de los lentes de ambos.
—Tiene el sello del teatro de ópera— comentó para sí mismo observando aquel sobre, el cual no era otro mas que el que Albert había dado a la pelirroja.—¿Son entradas? Pero, el teatro lleva meses cerrado...
—Este sobre llegó a Albert sin remitente, como invitación a asistir a esa función. Lo curioso es, que en la pagina del teatro no hay publicada ninguna función para la fecha de las entradas, y como veras, los boletos solo marcan la fecha y la hora.
Sacando el contenido del sobre, estaban dos boletos, totalmente negros con tal solo algunas letras y números impresos en tinta roja indicando la fecha y la hora de la función. También, en el borde superior del boleto se podía leer el nombre "Albert Golemann".
—Que curioso...— comentó recorriendo los pelos de su barba con su dedo índice y pulgar.— En ese caso, tenemos una función que ver...
Ella sonrió afirmando con su cabeza, era lo que quería escuchar, Alexander tendió su mano ofreciéndole un cigarrillo encendido a lo que ésta accedió a darle una aspirada. Su siempre fiel capitán, sabía resolver sus problemas como siempre.
Por otra parte, ambos habían llegado a la habitación, situada en el tercer piso, solo limitándose a recordar por el trayecto la reveladora noticia de que su libre albedrío se había perdido junto a su vida y ahora esa alta figura, tan macabra como arrogante, mandaba sobre sus decisiones.
Ciertamente el pasillo correspondiente a esa habitación daba la ilusión de ser más oscuro que el resto de la casa, quizás porque además de no contar con buena iluminación tampoco tenía ningún tipo de decoración a diferencia del resto de la casa, la cual contaba con un particular decorado de gustos muy femeninos y de antaño de dos siglos de antigüedad, pero en ese pasillo apena había una incipiente lámpara con una tenue luz, encima de un gran reloj de pie, negro con un péndulo dorado desgastado, a algunos metros de la puerta, además de una puerta de ébano barnizado y con manilla de bronce, la cual este sujetaba con firmeza viéndola con detenimiento antes de abrir. Aunque había prestado atención a todo a su alrededor, no dejaba de sentir irritación, una sensación de comezón en su cuerpo que la invitaban a dar un paso atrás y largarse de aquella casa.
No solo le intranquilizaba tener que forzar su propia voluntad quedándose en un lugar desconocido, tener que conocer el lecho de quien en primer lugar la había convertido en contra de su voluntad era indignante, era por eso que su mirada se mantenía dura y fija mirándolo por debajo de su flequillo con tal fuerza que al vampiro no tuvo más remedio que devolverle la mirada incomodado.
—¿No piensas entrar? —inquirió con ironía. Ella permaneció callada con la misma expresión de impaciencia. Solo bastó con girar la manilla para sentir que se escurría un gélido aire por la ranura de la puerta, además de un extenuante aroma a humedad y...
—Ni loca iré ahí adentro —añadió con severidad al notar que el otro olor correspondía al olor de la sangre. –Volveré a los laboratorios, no me quedaré aquí ni un minuto más. —comentó volteando a punto de marcharse.
—¿Y crees que así de fácil puedes ignorar una orden de la directora de este centro?—inquirió con aun más ironía el vampiro, haciendo que ella se detuviese en el acto. –Yo me cuidaría más de su genio que de mis ordenes, tampoco encuentro prudente que te vayas sola hasta los laboratorios junto a los demás vampiros, eso sí levantaría aún más sospechas de las que necesitas ¿Quieres ver como todo el plantel toma medidas para hacerte reaccionar?
Aquellas palabras le resultaron agrias en su mente la cual accedió a darle la razón, no estaba en condiciones de tomar decisiones, y si algo le aterraba más que ser estudiada o incluso fusilada a quemarropa, era cualquier idea de orden que pudiese surgir de la mente del tétrico vampiro a sus espaldas para hacerla obedecer, de por si verse inmersa en la oscuridad entrando a un cuarto igual de oscuro con esa figura espectral era impensable, nunca, ni en las noches más oscuras en la ciudad se había atrevido a estar a ese nivel de cercanía con un vampiro. Ni siquiera ahora que ella era uno lo consideraba prudente.
Sin más que objetar accedió a entrar en la habitación, la sensación helada seguía tropezando contra su piel la cual aún no perdía del todo su calor. La habitación, aunque amplia y aun menos iluminada que el pasillo, era fácil de observar y detallar. Si bien se imaginó un calabozo con paredes bañadas en sangre o algún quirófano improvisado donde este pudiese jugar al cirujano con sus víctimas antes de devorarlas, su sorpresa no fue menor al observar el interior.
Un escalofrío invadió su cabeza por un momento, como si cientos de hormigas caminaran por su cuero cabelludo y la sensación se extendiera por su nuca, se sintió dentro de una de sus incomodas y bien conocidas pesadillas. Un cuarto oscuro de paredes manchadas y escarapeladas en algunas zonas, con decenas de relojes pegados a las paredes de diferentes tamaños y formas, todos parados a diferentes horas. El suelo de madera desgastada y roída con los años, un antiguo librero junto a un escritorio y una silla de madera torneada igual de antigua que todo lo demás.
A pesar de haberle llamado la atención lo más excepcional de la habitación; al detallar con más esfuerzo pudo notar algo aún más escabroso que correspondía a la pintura de las paredes, al menos lo que se podía ver detrás de aquellos relojes que acaparaban gran parte de estas.
Grandes imágenes pintadas a mano de figuras anatómicas, órganos, huesos, partes del cuerpo humano incluyendo un gran cráneo con todos sus huesos faciales en vista frontal y axial. Un ojo bien detallado pintado en el techo que parecía mirar en dirección a ella, muy similar al ojo que decoraba el nudo de su corbata. Una columna vertebral que tenía más bien forma de ciempiés... era como se imaginaba podía ser la habitación de un asesino serial, toda la decoración que podía necesitar un vampiro para acompañarlo en su lecho. Y este, no podía ser otro que un ataúd, en este caso más bien, un sarcófago.
En el centro de la habitación, pegado del suelo se hallaba una especie de ataúd hecho completamente en cemento de apariencia rustica y manchado por la humedad, con una tapa igualmente de piedra, de unos dos metros de largo y apenas tan ancho como para que su cuerpo se refugiara dentro, se imaginó que dentro apenas podría hacer cualquier movimiento y tendría que adoptar posición de momia para poder descansar, ¿cómo es que ese vampiro dormía en una cama hecha de piedra? Al acercarse pudo notar que el interior estaba forrado en una especie de colcha de terciopelo negro y nada más.
Al voltear en su dirección para dedicarle su mejor expresión de incredulidad y un "estás de coña", se encontró con su brazo extendido sosteniendo una caja metálica en su mano, ofreciéndosela con su tan bien conocida expresión seria y fría.
—No podrás descansar sin esto.
Por mucha desconfianza que el objeto le inspirara, pudo reconocer que se trataba de la caja donde yacía la muestra que el rector le había ofrecido aquella noche en el callejón. Apenas la tomó entre las manos con fijación, abrió ésta.
Se trataba de una mezcla de polvos, algo de tierra y lo que parecía ser polvo de la calle del callejón, su último lugar de descanso en vida y donde pudo nacer como el ser que era ahora. Según contaban algunas leyendas, los vampiros deben descansar en lugares oscuros y cerrados, con polvo y tierra de su lugar de nacimiento, solo así, pueden descansar. En ese caso, su "lugar de nacimiento" se trataba del lugar de su muerte.
Volvió a cerrarla con lentitud para evitar que cualquier partícula volara fuera de la caja, no tenía intenciones de pasar la noche en ese lugar o dormir en un ataúd de piedra con paredes dibujadas bajo lo que parecía ser los efectos del LSD o cualquier opiáceo. Justo a punto de entregarle la caja de vuelta, pudo percatarse de que en efecto el vampiro se había ido.
Esta solo se quedó sola en la oscuridad, rascando un poco su cabeza. Ciertamente sí se sentía un poco cansada, pero no lo suficiente como para poner un pie dentro de aquel nido de arañas.
Volvió a caminar en la oscuridad con una audacia que parecía que había nacido con la capacidad de ver como un gato en ésta sin ningún problema. Tomó asiento en la silla del escritorio recargando su frente en su mano, observando el ataúd de piedra frente a ella, imaginándose cómo esa criatura podía dormir ahí dentro. Siguió el rastro de este hacia el librero a su lado. A pesar de que todos lo llamaban doctor, no era sino entonces que reconocía que el titulo era verídico, el librero estaba repleto de gruesos libros de medicina además de revistas y un sinfín de artículos científicos de diferentes autores y fechas incluyendo los más actuales a juzgar por las bien conservadas portadas.
—O eres un verdadero salvavidas o eres un Hannibal Lecter con mayor gusto por la sangre humana que por su carne...— comentó para sí misma con tono aburrido, su cabello caía desordenado sobre su cara al haberse rascado la cabeza observando tanto material bibliográfico. De hecho, siguiendo con la mirada a lo largo del librero pudo notar algo que se ganó su fascinación. Si de por sí en el primer momento sintió una fuerte corriente impidiéndole entrar, quizás se debía al objeto que reposaba en lo alto del librero.
Sus ojos y sus labios se abrieron con incredulidad, sintiendo arder su sangre por la emoción. Lo que veían sus ojos era algo que solo había visto en libros de historia y múltiples documentales en la televisión, la peste negra era un tema que por mucho tiempo le generaba interés y tenía frente a ella a un par de metros de altura lo que parecía ser una máscara de doctor de la peste genuina.
Como si su "amo" se lo hubiese ordenado, sus piernas se movieron solas, encimándose sobre el escritorio y estirando lo más que pudo su brazo, hasta que con un poco de esfuerzo logró cogerla entre sus manos, se sintió como una niña quien consigue su regalo de navidad escondido en lo más alto del armario de sus padres. Al tenerla de frente a ella solo fue cuestión de segundos para que la maravilla apareciera en su rostro, sus ojos resplandecieron de tan solo sentir el cuero genuino en sus manos y su sonrisa dejó relucir sus nuevos colmillos.
—Tsugoi... (asombroso)—susurró conservando la misma expresión lunática de fascinación. Era imposible no sentir ese grado de emoción considerándose ella misma una fanática de lo extraño.
Era tal como siempre la había imaginado, incluso aun olía a cuero y a especias aromáticas, que tentación tan grande era ponérsela sobre su rostro.
"¿Será posible que haya tenido que usarla en algún brote de la plaga? ¿Tan antiguo es este vampiro?"—cuestionó para sí misma arqueando una ceja. —O será que tal vez...—después de una pausa, su entrecejo se arrugó, recordando para sí misma algo leído en sus días de estudio, algo con el titulo de "El doctor de plaga. Austria, 1897"
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