Capítulo 10: Órdenes inquebrantables
En el salón, Kan seguía sentada en el mueble esperando mientras recordaba lo hablado minutos antes.
"...La segunda etapa son los cambios de humor, la tercera es cuando comienza la sed de sangre y una vez que pruebas sangre, se acaba todo..." Se repetía para sí misma sosteniendo su cabeza entre sus manos.
-Me gustaría verle la cara a ese miserable ahora mismo...-musitó refiriéndose al vampiro que la había transformado.
Viendo sus pies descalzos, observó como uno de los gatos corrió en dirección del otro salón, cruzando el marco de madera. Pudo oír como el animal gruñía de forma desafiante a un punto exacto del pasillo. Al notar que el felino no volvía, no pudo evitar la curiosidad de saber qué había pasado con el él.
De la sala entraba un fresco aire proveniente quizás de una ventana, así como la tenue luz pálida de la luna que se filtraba entre las cortinas.
La estancia era igual de hermosa y clásica como la anterior. A simple vista era una sala de estar que no se había tocado hace tiempo ni siquiera para asearla. Dentro había de pared a pared un enorme librero de madera de ébano reluciente, llena de principio a fin con libros de lomos decorados con filigranas doradas. En el suelo una alfombra vinotinto llena de polvo, pero con detalles tan bellos que incluso así eran visibles. Seguro en otros tiempos era en ella donde se sentaban a leer bajo la luz de las velas. Otro objeto visiblemente antiguo y hermoso que llamó su atención fue un gran piano de cola, negro, arrumbado a una esquina de la estancia. Al cabo de fijarse de todos los detalles pudo voltear a la última pared y lo que hasta ese momento era para ella lo más espectacular que había visto en esa casa.
Casi de dos metros de alto, tan extraordinario como escabroso, una pintura al óleo con un marco barroco dorado con infinitud de detalles, con dos figuras como protagonistas. Una bella mujer de larga cabellera dorada y un esqueleto que evidentemente se asemejaba a la parca, ambos besándose con frenesí con un fondo oscuro casi infernal. No pudo evitar mirarlo con fascinación, como lo que era, una escabrosa obra de arte. Tan erótica como grotesca, hermosa como tétrica. Las figuras, que le hablaban de un evidente romanticismo, la hicieron preguntarse quién sería el autor.
-¿Un Goya quizás? -se preguntó a sí misma. "Nah...las pinceladas están demasiado limpias"-pensó.
-De hecho, es un Marie Malkavein original...-respondió una voz a sus espaldas.
De pronto, sus ojos se abrieron sorprendidos, sintió un escalofrío recorrer su espalda. La voz se le hizo de inmediato conocida, seria y masculina. Sin embargo, un fuerte olor a cigarro noqueó sus pensamientos de momento. Volteó lentamente adivinando de quien se trataba, era la misma sensación que sintió en el puente, pero esta vez, no llevaba su navaja con ella. Eso era pues lo que había terminado por asustarla más, se vio desprotegida, su única y confiable arma no estaba con ella, aunque palpara inútilmente su escasa ropa.
Detrás de ella, con el gato de hace un momento entre sus brazos se hallaba parado un hombre casi de dos metros de alto, prácticamente idéntico al vampiro del puente.
Viéndolo de arriba hacia abajo, la criatura iba vestida con lo que era un uniforme de policía, totalmente negro, con botas de cuero y un chaleco sobre su camisa, sus manos con guantes de motociclista. Este soltó al animal en el acto, llevando sus manos dentro de sus bolsillos, no obstante, su rostro era el vivo retrato del otro.
A pesar de su cabello largo sujeto en una cola de caballo y una oscura barba que cubría toda su mandíbula, su rostro era igual de pálido, y a pesar de estar escondidos detrás de unos anteojos de pasta negra, sus ojos, de iris dispares, heterocrómicas, no se le hacían familiares, ahora que lo pensaba, no había visto los ojos del otro aquel día, pues este nunca se removió los lentes de sol.
Este se acercó con sus manos dentro de los bolsillos mirando fijo hacia el cuadro sin darle importancia a la pequeña figura que lo veía con insistente confusión.
Teniéndolo a pocos centímetros cerca, pudo apreciar mejor sus facciones. Aunque hubiese estado oscuro en el callejón, esas facciones se habían quedado tatuadas en su memoria y eran exactas a las de aquel pelilargo.
Entonces quizás fue su insistente mirada o sus pensamientos lo que hicieron que a a verla, este rascó su nuca con incomodidad.
-Hmm, no soy quien crees. Seguro te recuerdo a mi hermano. Yo soy su gemelo...mucho gusto. -se excusó tendiéndole la mano.
Aquella había sido la presentación más espontanea que pudo haber esperado, miró con desconfianza su mano. Su expresión por el contrario era muy relajada. Arqueó una ceja con desconfianza antes de estrecharla.
-Alexander Bloodmask. -indicó.
Ella solo parpadeó un par de veces aún sin entender sus intenciones, no obstante, contagiada de su serenidad esta musitó.
-Kan.
Una vez más miró al hombre con confusión. Este solo sacó un cigarrillo dando la conversación por terminada, se dedicó a jalar una bocanada de humo mientras seguía viendo el cuadro con lo que entonces comprendió, era una mirada de nostalgia.
-Aquí estas. -afirmó Karen entrando a la sala. - ¡Sabes que está prohibido fumar aquí! ¡Llenarás de cenizas la alfombra!-retó, causando que el vampiro diera un brinco-Y tú Kan, ven conmigo...
La chica no opuso resistencia a la orden, solo miró como el vampiro se encogió de hombros fastidiado y apagó su cigarro contra la suela de su bota para guardarlo entre la correa de su pantalón, probablemente para más tarde.
Tal como lo esperaba, Karen había traído varios uniformes, todos de diferentes tallas, algunos muy ajustados y otros más grandes. Esta la escoltó hasta el segundo piso, específicamente a su habitación, para que esta pudiese cambiarse.
Karen la vio con cierta gracia, la chica escogió simplemente el que se le había hecho más cómodo, no le preocupaba verse bien para el trabajo, y era esa la actitud que necesitaba en sus científicos.
Hecho esto, la pelirroja invitó a la japonesa hasta su oficina, la cual se hallaba en el mismo piso. Esta, haciendo juego con el resto de la casa, también tenia un estilo clásico, sin embargo, la presencia de la computadora y el escritorio moderno, rompían con esa sensación de antaño al instante.
Albert se hallaba parada al lado del escritorio, quien le dio la bienvenida con una sonrisa mientras la pelirroja tomaba asiento, acto que la hizo avergonzarse recordando lo ocurrido en los laboratorios.
-Toma asiento por favor.-indicó la pelirroja
Encima del escritorio, se hallaba un papel y un bolígrafo al lado de este. Antes de que pudiese leer de que se trataba, Karen ya había disipado su duda. Aquello era un contrato por sus servicios.
"Tiempo es lo que no tenemos" fueron las palabras de la directora momentos antes, y vaya que lo había demostrado. Ciertamente, según la explicación de esta, su presencia en aquel lugar no era solo por casualidad. La intención de establecer una unión con el instituto Fukushida y contar con el apoyo de uno de sus profesionales iba en serio, y al ser ella la única "superviviente" ...
Leyó unas tres veces aquellos párrafos. Deseó entonces tener un abogado a su lado quien pudiese explicar a fondo de que se trataba aquel contrato y sus cláusulas. Sintiéndose ingenua, recordando que su experiencia laboral era nula, a pesar de sus años de estudio.
-¿No crees que deberíamos darle un poco de tiempo para que piense sobre qué decisión tomar? -comentó Albert al verla tan dubitativa.
-¿Tú que dices Yukari...?-preguntó Karen un tanto preocupada.
-Disculpen, entiendo su posición. Pero aún no me hago la idea de todo esto...-musitó con la mirada fija en el documento. -Es tan rápido. Todo esto ha sido muy rápido. Para ser sincera, aun no se si deseo irme de vuelta a mi país.
La pelirroja y el rubio voltearon a verse la cara uno al otro, preocupados y un tanto desilusionados.
-Comprendo. -comentó la pelirroja jugando con un bolígrafo entre sus manos. -No obstante, este es un puesto que miles de científicos desearían tener. Como científica, puedo apelar a tu curiosidad en que deseas más que nada estudiar estas criaturas. Para eso te preparaste por tanto tiempo. ¿no es verdad?
La pelirroja le había dado una clase gratis de persuasión profesional. Ciertamente aquellas palabras habían logrado remover su orgullo. Recordó entonces sus días de carrera, las largas noches de estudio, todos aquellos sacrificios que le habían costado incluso parte de su salud. No obstante, al mismo tiempo no podía hacer de lado sus pecados y aceptar aquel trabajo como una recompensa a su acto terrorista. El hecho de pensar que la directora pudiese enterarse de lo que había ocurrido en Shinjuku había sido por su mano y obra le generaba un terror que le oprimía el pecho.
La pelirroja y el rubio guardaron silencio, a la expectativa de la respuesta de la chica.
-Apenas acabo de graduarme y no tengo experiencia además de la universitaria. Tampoco me acostumbro a la idea de que soy un vampiro. ¿Cómo un vampiro puede estudiar a los de su especie y hacer experimentos con ellos? ¿Qué hay si en alguna de mis fases llego a salirme de control y a atacar a alguien? O a atacar al eslabón en plena operación
-Eso lo sabemos de sobra cariño. Pero, ¿que otro lugar piensas ir? ¿crees que puedes ir a cualquier sitio a partir de ahora con tu condición? ¿de que trabajaras sino puedes salir a la luz del sol? No busco persuadirte por las malas, pero esta es tu nueva realidad, y me disculpo que tengas que pasar por esto cuando no fue nunca tu elección, pero creo que seria mejor si todas tus fases las pases estando aquí, junto a profesionales, y en cuanto al cargo, quizás mas adelante puedas tomar una decisión, pero me encantaría que nos colaboraras al menos con un poco de información sobre el área de investigación, no debes sentirte presionada.
La pelinegra guardó silencio. Si bien no olvidaba que ahora era un vampiro, si había olvidado el hecho de no poder salir a la luz del sol. ¿Dónde pasaría el dia si dormía en las calles? tendría que compartir hábitat con los eslabones y pelearse por la "comida"con ellos. No estaba preparada para nada de eso.
La pelirroja parpadeó esperando su respuesta, volvió a ver la cara del rubio quien en cambio sonreía encogiéndose de hombros.
-Hay suficiente espacio en esta casa para que puedas quedarte, si es tiempo indefinido el que necesitas, pues podría dártelo...
Kan solo agachó su cabeza insegura, nuevamente pensativa. Pero algo dentro de ella gritaba y lloraba por aceptar la oferta. Había visto la calidad de los laboratorios y todo el empeño que aquel centro le prestaba a la investigación, el mismo empeño que por años le había quitado el sueño. La oportunidad estaba servida para una chica como ella.
-Daré mi mayor esfuerzo.-se inclinó haciendo una reverencia. -Doctor Golemann, le pido por favor me disculpe por mi comportamiento la otra noche.
-No tienes de que preocuparte. -se excusó. -Todos tenemos nuestros embarazosos recuerdos de la segunda fase.
- ¿Por qué no te das un paseo por la habitación de al lado y te relajas? A esta hora ya debieron haber servido el café, es nuestra sala especial para estar a solas y meditar sobre estos asuntos, darnos un trago de café o de algo más si es necesario...-comentó la pelirroja con picardía
Kan había entendido completamente aquella referencia. Sin más que agregar tomó la orden y salió de la oficina.
Por otra parte, ambos vampiros estaban apenas dando los primeros sorbos de sangre en sus respectivas tazas en la sala poco alumbrada, con nada más que sillas y una pequeña mesa de café en el centro. Recordando anécdotas y hablando de un tema en particular que al mayor aun lo inquietaba.
-...Estaba abajo hace un momento...-comentó Alexander recostado de la pared dándole un sorbo a su taza.
-El mundo es un pañuelo...-añadió Adam mirando el interior de su taza. -Hacía más de diez años que no viajaba a Shinjuku. No es ahora ni la mitad de lo que recordaba entonces. Que locura este mundo.
-Quizás solo sea una coincidencia y ya. Japón es bastante grande. Y si así fuera, no tiene por qué preocuparte.
El menor estaba más elocuente que de costumbre, fue lo que pensó.
-Como si ese fuese el problema...-rió.
Kan se había acercado hasta el cuarto vecino, oyendo las voces provenir de la sala. Su expresión se endureció al oír lo que le pareció se trataba de la voz de "aquel que la había metido en ese lio".
Al escuchar aquella risa, no le quedaron dudas por su mente. Una fuerte corriente de furia invadió su cuerpo. Ahí estaba él, sentado, riéndose relajadamente después de haber arruinado su vida, o, mejor dicho, haber acabado con ella. Ya ella no estaba viva, pero, aun así, por sus venas corría fuego. Se había quedado parada en el marco de la sala con su cabello cayendo sobre su rostro, aun así, ellos no la habían notado, quizás, ella tenía esa cualidad desde niña de pasar fácilmente desapercibida.
No supo ni en qué momento ocurrió, ni qué fue lo que lo causó, solo sabía que estaba en el suelo, con su cuerpo sobre él y una mirada tan llena de odio que logró hacerlo recordar sus días en el infierno. Ésta en un abrir y cerrar de ojos, había corrido hasta tirarse encima de éste, tirándolo de la silla. Apareció frente a sus ojos con su rostro esculpido en una terrible expresión de odio y furia, una expresión que nunca antes había visto, al menos no en alguien a quien él consideraba no lo conocía lo suficiente.
Clavó sus dedos en el frio cuello del vampiro, fúrica. Apenas había entrado a la "sala de relajación" sus instintos enloquecieron sacando de si toda la frustración e ira que le causaba su nueva naturaleza gracias a él. Con sus piernas había apretado su cuerpo debajo del suyo y la falta de aire le limitaba los movimientos.
Sus instintos habían aflorado nuevamente. Aquella descarga de cólera no se habría hecho presente de no ser por su nueva condición física, no obstante, no le dio importancia a esto, si hace un momento sentía vergüenza de haber perdido los estribos con el amable Albert, daba gracias de que sus nuevos instintos fuesen los que mantuviesen a su némesis bajo su merced en ese momento. Después de todo, era él, el responsable de esas nuevas habilidades.
-¿QUÉ FUE LO QUE ME HICISTE?-gritó ahorcándolo de su corbata.
-¡ADAM!- Alexander instantáneamente corrió a quitársela de encima, no obstante, el vampiro hizo una señal con su mano deteniéndolo.
El rostro de la mujer había enrojecido y sus colmillos habían aparición dentro de su boca. Su cabello caía sobre la cara de él, quien con algo de trabajo buscó dentro del bolsillo de su pantalón, la navaja que era de nada menos que de ella. Como pudo acercó el filoso borde hasta el cuello de la joven quien de inmediato al reconocerla se paralizó. Él sonrió satisfecho.
-Sabes de lo que es capaz esta cosa si toca la piel de un vampiro, ¿cierto? -musitó con voz ronca. -Ahora, suéltame...
De repente, una presión en la frente de la vampiresa se hizo presente. "Sueltame" fueron las palabras que resonaron dentro de su mente como un eco ensordecedor. La presión, que entonces solo la habia hecho fruncir el seño como una molesta migraña, pronto comenzó a bajar por el resto de su cuerpo como un ardor que hacía temblar sus músculos. No podía entender lo que estaba ocurriendo.
"Suéltame" volvió a resonar en su mente. Sin saber si había sido la voz del vampiro o un eco dentro de su cabeza, pronto fueron sus brazos los que comenzaron a temblar. Como por arte de magia sus manos cedieron de la corbata.
No daba crédito a lo que había ocurrido, no sabía cómo ni por qué, solo que, una fuerza dentro de ella la había obligado a soltarlo, aun en contra de su voluntad y la de sus músculos.
-¿Qué pasa? -Mencionó el vampiro poniéndose de pie- ¿No piensas quitarme lo que es tuyo? -provocó con una sonrisa vil balanceando la navaja entre sus dedos-Vamos, quítamela...
Ella seguía ensimismada dentro de sus pensamientos, aterrorizada por lo que había ocurrido, convenciéndose de que todo había sido parte de alguna terrible casualidad, o un hechizo impuesto por el vampiro, aunque aquello ultimo no mejoraba nada.
Este rió entre dientes mirando la escena con ironía, la joven estaba quieta. Se le hacía imposible creer lo rápido que lo había soltado a la primera orden.
-Mírame. -ordenó.
Tal como antes, una fuerza extraña invadió todo su cuerpo, por más que intentara evitarlo, un terrible dolor aparecía en el medio de su frente como enterrándose en su cerebro, sus músculos se movían solos. Su cuello cedió con mucha resistencia, subió su cara para ver al vampiro a ésta. Esos terribles y perturbadores ojos de diferente color, era la primera vez que podía verlos. La miraban con una ceja arqueada aun con escepticismo. Con paso lento y buscando provocarla, el caminó a su alrededor, y ella, sin poder evitarlo, lo siguió con la mirada hasta que él, volvió a pararse frente a ella, esta vez con una sonrisa de satisfacción y malicia.
"Las órdenes del vampiro mayor no se pueden romper..." fue la frase que invadió su mente traída directamente desde su pasado. Obedecer sin objeción debía ser una de las torturas más duras que se le puede aplicar a alguien.
Cómo última prueba para probar su teoría este añadió...
-No puedes romper mis órdenes. -sonrió sádicamente, Alexander veía la escena confundido e incomodado. -Entonces...
En ese momento, sin mover un solo dedo, la silla que yacía en el suelo se levantó, dirigiéndose hasta su mano, dándole una demostración de sus habilidades telekinéticas. Éste la acomodó detrás de sí con un ágil movimiento, sentándose en ella con calma. con una pierna cruzada sobre la otra.
El brillo en sus ojos solo reflejaba una cosa. A pesar de no tener aun dominio de sus habilidades telepáticas, aquel brillo en sus ojos acompañado de esa terrible sonrisa traducía por completo sus pensamientos.
-Ya que eres tan audaz con tu lengua...-añadió posando su mejilla sobre su puño ¿Por qué no me lames el zapato? Hazlo, y déjalo reluciente...
Tanto ella como su hermano abrieron los ojos, uno sorprendido, ella, aterrada. Su expresión no podía ser otra que de pánico.
-¡ADAM!- intervino Alexander incrédulo.
-Silencio-volvió a ordenar, esta vez dándole una severa mirada al menor- Las órdenes del amo son inquebrantables, ¿a qué te suena eso?
Alexander no le quedó más remedio que fruncir el ceño, tragando grueso, comprendió que se trataba de un experimento de parte del otro, un mórbido experimento de una vieja teoría. Aun así, no podía evitar sentirse incómodo, siempre había razones para temer cuando se dibujaba aquella sonrisa maquiavélica en los labios del doctor Bloodmask.
Por mayor fuerza que la chica hiciera para impedirlo, poco a poco sus músculos se movían por su cuenta, aunque esta peleara en contra de la fuerza sobrenatural que los movía como los cables de un titiritero, aunque su cuerpo temblase por parte de la resistencia que esta hacia para impedir los movimientos, aquellas palabras habían servido de orden, inquebrantable como el vampiro había expulsado hace un momento, su cuerpo lentamente iba arrastrándose de rodillas hasta el vampiro, con el cabello cubriendo parte de su rostro, tratando así de disimular la expresión de horror que dominaba su faz y al mismo tiempo seguía peleando por ganarle la batalla a sus músculos, más aun así, el esfuerzo era inútil.
Por un momento comprendió que su vida nunca había tenido sentido, que todo lo que con tanto esfuerzo había tratado de construir para sí misma había sido una ilusión estúpida y que ahora solo era una marioneta de un "maldito monstruo", al que más despreciaba desde que tenía memoria.
Pronto su cara estuvo a pocos centímetros de su zapato, aunque mordiera fuertemente sus labios, estos se abrieron bajo sus órdenes, sacando de este modo su lengua, acercándola a la punta de su zapato. Tan solo cerró los ojos a tal humillación esperando lo peor.
-Ya basta...-volvió a ordenar el vampiro con expresión seria. Los ojos de la chica se abrieron, ni siquiera había estado cerca de lamer el cuero de su zapato cuando él había dado por finalizado el cruel experimento.
Kan no entendía qué pasaba por la mente del sádico vampiro, solo podía verlo con impotencia y cómo negarlo, desconfianza, desconfianza de cuáles serían sus intenciones, ¿Qué sería lo siguiente? ¿Qué más tendría que hacer estando sujeta a sus órdenes? El tan solo pensarlo la enloquecía, aunque estuviese muerta, no por ello dejaba de sentir que su respiración se aceleraba, aterrada, por primera vez sentía miedo de esas criaturas que había jurado acabar.
Aquellos pensamientos solo sirvieron de chiste al mayor quien posteriormente de sonreír sardónicamente dejó escapar una risotada habiendo leído el sinfín de paranoias de la japonesa.
-No puedes romper mis órdenes...-insistió. -¿Sabes lo que eso significa? Debe ser para ti como estar viviendo una pesadilla. -inquirió mirándola por encima de su hombro. -En tu lugar, yo tendría mucho miedo...
-Muérete...-susurró con odio sin verlo a los ojos.
-Lo haría con gusto, pero quien pone las ordenes soy yo, pequeña...más te vale cuidarte de mí entonces.
-¡¿Qué es lo que quieres de mí, para qué deseas humillarme?!-vociferó impaciente.
-¿Que ganaría yo con humillarte? -se encogió de hombros con sonrisa sarcástica.-No me divierte hacerle la vida más miserable a una mujer a la que doblo en estatura.-dijo con tal suavidad que solo hizo que esta se sintiera peor. -Ya no hay nada que puedas hacer, si tienes algún método que te quite lo vampiro entonces dínoslo y podrás irte, después de todo eso es lo que busca este centro. Hasta entonces será mejor que te comportes, ésta es mi casa, si intentas atacarme de nuevo, no seré tan benévolo.
A pesar de la amenaza, no podía dejar de pensar en las palabras del vampiro. Ni siquiera éste sentía satisfacción en torturarla, así de insignificante era su existencia que ni siquiera su enemigo la percibía como una amenaza. A ojos de esa figura espectral de dos metros, no era mas que una cucaracha, aunque estas incluso daban algo de asco, en ese caso ella era menos que eso, una hormiga tan fácil de aplastar que no ofrecería ninguna diversión el hacerlo.
Este rió por lo bajo leyendo sus pensamientos. Alexander por su parte solo exhaló hastiado, comprendiendo que, a pesar de los años, el mayor seguía siendo el mismo mocoso pretencioso que siempre amaba de intimidar a sus enemigos, aunque este fuese una vampiresa neófita que no superaba el metro sesenta de estatura.
-"Has perdido tu libre albedrío. Ahora, tus acciones me pertenecen..."-comunicó telepáticamente a la chica antes de irse.
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