Capítulo 1: Vientos de cambio
Desde que ella había vivido en Tokyo, nunca había tenido necesidad de salir de la ciudad, sin embargo, el distrito Shinjuku ya no llenaba sus expectativas. Realmente dudaba que existiese ese lugar donde cupieran sus cargas y problemas. Hace tiempo que se habría ido de una ciudad tan agitada para vivir quizás en una zona rural o costera. El ajetreo nunca fue de su agrado. Con regularidad pensaba que no había nacido para eso, pero sí para llevar a cabo sus metas, y estas estaban justamente en Tokyo.
Era eso lo que ella pensaba mientras veía el sucio piso del metro. No se detenía demasiado en pensar a qué se debía esas manchas oscuras y pegajosas. También marcas parecidas a arañazos en las paredes, así como los asientos rotos. Se hacía una idea bastante lógica, era por eso que los vagones del metro no eran ni la sombra de concurridos de lo que eran antes.
Solo se podía ver a oficinistas en trajes baratos, obreros de construcciones y estudiantes tomándolo una vez al día, todos los que pensaran que su trabajo fuera más importante que sus vidas. Al fin y al cabo, lo realmente peligroso aguardaba a la oscuridad de la noche y aun no eran pasadas las tres y media de la tarde.
Entre los estudiantes que iban en el vagón, un par de chicas uniformadas notaron el extraño comportamiento de la chica. Con su cabeza prácticamente metida entre sus piernas y su larga melena oscura cayendo sobre su rostro. Una de ellas susurró a la otra, fijándose en que además ésta llevaba entre sus manos un frasco de plástico, vacío, similar a esos donde comúnmente las farmacias entregan las pastillas con prescripción médica. Asimismo, su mirada se veía perdida y sus ojos estaban rojos e hinchados.
"...Golemannn Biotech, te da una mano. Porque devolverte tus sueños, es nuestra meta" se escuchaba el slogan de una empresa en las pantallas del metro.
"Ojala una prótesis pudiese devolverme los mios" −pensó.
No se dio cuenta de en qué momento habían llegado a la estación hasta que los demás abandonaron uno a uno el vagón. Perezosamente esta se levantó cubriendo su cabeza con la capucha de su suéter. La estación, igual de sucia y apestosa, se veía aún más solitaria. Muchas de las lámparas de techo se habían dañado y las bombillas titilaban dando un aspecto escalofriante. Grandes grafitis pintarrajeados en las paredes con mensajes como "La O negativo es la nueva weed", "Cambio mi teléfono por una chupada" y cosas por el estilo.
En ese momento sintió como vibraba su teléfono en su bolsillo, apenas lo tomó pudo leer un mensaje de texto que decía:
"¿Qué diablos pretendes hacer? Vuelve a casa en seguida o llamaré a la policía" . Mensaje seguido por una fotografía donde podía verse un trozo de papel donde se leía en kanjis, "si quieres seguirme, estaré en Aokigahara". El remitente no se hallaba entre sus contactos, pues solo se podía ver un código numérico. Esta sonrió, aunque hubiese eliminado el contacto aun recordaba de memoria el número.
–Vete a la mierda, Kei. –susurró con rencor mientras subía las escaleras del metro, las que fueron en algún momento eléctricas, pero llevaban años apagadas. —No se para que mierda escribí eso...
Llegó a casa lo más rápido que le permitieron sus temblorosas piernas, pronto caería, pues sus ojos ya se estaban cerrando y sentía un intenso escalofrío dentro de la piel, así como su lengua dormida, pronto perdería el conocimiento, pensó. Aunque no se arrepentía de haber hecho lo que hizo, si se arrepentía de no haberlo hecho bien. Abrió la puerta de uno de los departamentos de aquel viejo edificio y encendió la luz a la par que dejaba sus zapatos en la entrada.
–Ya estoy aquí, Kei, no tienes que llamar a la policía...– exclamó justo antes de abrir los ojos desmesuradamente ante la escena frente a ella.
Tirado en el suelo, yacía el cuerpo de un hombre de unos treinta años con heridas de bala en el pecho, sentado sobre un charco de sangre, habiendo dejado un rastro de esta en la pared, donde también se podían observar las marcas de las balas.
Si segundos antes sentía que su cuerpo temblaba producto de la sobredosis en su organismo, los síntomas habían pasado a segundo a plano cuando la impresión de la escena hizo que su cuerpo entero se paralizara y su garganta se secara. Si minutos antes sus piernas temblaban, ahora lo hacían por motivos diferentes. No obstante, aun así, armándose de valor como pudo, esta se acercó al cuerpo, un paso a la vez, para así comprobar sus signos vitales. Colocó sus dedos en el cuello, y tal como lo sospechó, no había pulso.
Fue así como notó la amputación de su dedo meñique. De inmediato supo lo que había sucedido, llamar a la policía sería una pérdida de tiempo entonces si se trataba de una deuda cobrada por la mafia japonesa.
Sintió un vuelco en el estómago que la hizo recostarse de la pared más próxima. Tenía que salir de inmediato antes que la policía llegara, los vecinos ya habían podido llamar al oír los disparos, aunque sus ojos se cerraban y sus piernas respondían cada vez menos se puso en marcha hasta su apartamento, el de al lado.
Apenas llegando hasta este, cruzó el pasillo hasta el baño para expulsarlo todo de su estómago. Sosteniendo su cabeza dentro del inodoro y sus cabellos pegándose de su cara por el sudor. No pasó mucho tiempo para que el efecto de los sedantes y el mareo le hicieran perder la consciencia en el piso del baño.
A la mañana siguiente, apenas logró recuperar el conocimiento, vio la hora en la pantalla de su teléfono, "¡Que tarde!" —¡Pero que mierda pasa contigo!—exclamó levantándose del suelo donde había pasado la noche.
Lavó su cara, pensando en la noche anterior y percatándose de las horribles secuelas de su locura. Su cuello dolía y sus ojos se cerraban solos. Un vistazo en el espejo la hizo sorprenderse de sí misma y su aspecto, con sus parpados hinchados y el labio partido tal vez al haber caído inconsciente. Esta dejó salir una risa amargada negando con su cabeza. —Ahora sí que tu aspecto combina con tu locura...—chasqueó su lengua antes de desquitarse con el espejo con un manotazo.
Se apresuró a ducharse, su cabeza no dejaba de palpitar, aun así, ya habían sido suficientes las pastillas en su cuerpo como para seguir ingiriendo. Dejó el agua correr sobre su cabeza. Sus pensamientos la ahogaban y llenaban de una sensación aún más fría que el agua. No dejaba de pensar en lo sucedido el día anterior, recordando además el cuerpo de Kei tirado en el suelo, siempre creyó que si alguno de los dos moría, sería por ser devorado por un "monstruo".
"Que patética, ni esto pude terminar —pensó para sí misma. "Para qué escribí esa carta de despedida? ¿A quién pensabas informar sobre mi muerte? Como si alguien fuese por mí a convencerme de lo contrario..." —rió con amargura, observando como una a una las gotas de agua de la regadera caían sobre sus pies, y sus lágrimas eran rápidamente borradas por estas, sin dejar evidencia.
Al finalizar buscó dentro de sus gavetas algo de ropa limpia, recordando que toda se encontraba en el cesto de ropa sucia y solo le quedaba la que llevaba puesta el dia anterior. Hacía semanas que ya ni siquiera le daba importancia a su aspecto, o si lo que llevaba puesto combinada. Un suéter color berenjena, unos jeans anchos y roídos, zapatillas converse y por último, sobre la mesa de la entrada, cogió unos lentes de sol junto con un pan de chocolate que había comprado el día anterior en la mañana y justo antes de salir, tomó del perchero una cinta de la cual guindaba una tarjeta al extremo, su carnet estudiantil el cual rodeó en su cuello y colocó sobre su pecho.
Solo llevaba con ella un bolso con su teléfono móvil, al salir de inmediato notó una banda amarilla policial rodear la puerta de su vecino. Se tomó un segundo para darse cuenta que no había sido un sueño, su vecino estaba muerto producto de la mafia Yakuza, quien sabe por qué motivo. Ella tan solo podía hacerse una idea, de inmediato una fría sonrisa se dibujó en su rostro, la cual ella misma se reprochó.
Había metido las manos en el interior del bolsillo de su suéter, pues a pesar de hacer treinta grados ese día de verano, estaban heladas por el sudor, por más que intentara ir despacio sus piernas se movían rápido a pesar de que aun tambaleaba haciendo que por el camino no dejara de recordar una y otra vez el motivo que la había empujado a tragar todo el contenido de aquel frasco de medicinas.
Dr Kishimoto Sojiro decano de la facultad de biología evolutiva y antropología forense
A nombre Yukari Kan
Por motivos de la presente, la facultad señala a la alumna, incapaz de cumplir con el requerimiento básico para continuar en nuestro programa. El orden natural de las cosas suele ser injustamente inesperado, rogamos para que su corazón pueda comprender nuestra decisión, por su bien y el de la humanidad.
Una carta tan corta como para no superar un párrafo de cuatro líneas, contundente como para no olvidar ni una sola palabra, entre estas, "incapacidad". El solo recordarla la hacía apretar su puño y apurar el paso entre los transeúntes de las aceras. Shinjuku era una metrópolis concurrida que pocas veces se tomaba el tiempo para descansar de sus arduas labores, cualquiera hubiera creído que por la ciudad no sucedía absolutamente nada, pero incluso con la gran cantidad de personas en la calle, se percibía menos personas que en otros tiempos.
Las grandes pantallas de los edificios con los noticieros al aire narrando los informes mundiales y relojes digitales en cada esquina indicando la hora, 3pm. Ni siquiera se dio cuenta de cuanto había dormido, apenas y había desayunado aquel bollo de chocolate que hasta hace poco llevaba entre sus labios por el camino.
—Supongo que fue por su propia condición que empezó sus estudios en biorrobotica...—mencionó una entrevistadora en uno de los programas reflejados en las pantallas
—Así es. Una mañana pensé, si he podido mejorar mi vida, ¿por qué no ayudar a los demás? Creo fielmente que todos tenemos derecho a recuperar nuestros sueños, sin importar nuestras condiciones físicas.— contestó un hombre rubio de sonrisa contagiosa. Albert Golemann, ingeniero en biorrobótica, se podía leer en el título del programa.
Los lentes de la chica reflejaban las pantallas de la ciudad, los relojes también indicaban un cronometro en cuenta regresiva de menos tres horas y media para el toque de queda. Sin embargo, fue una pantalla de noticiero la que llamo de mala gana su atención.
–...Por lo tanto, el día de hoy queda suspendido el servicio de metro y transporte público a partir de las seis de la tarde por el establecido toque de queda, pedimos volver a sus casas antes de la hora prevista para prevenir inconvenientes. Tu seguridad es importante para todos...—comentó una reportera por otra de las pantallas televisivas.
–Maldición...–susurró apretando sus manos mientras observaba la pantalla con atención.
—¿Pero ahora lo dicen?
—¡¿Cómo se supone que vuelva a casa?!
—¡Tenía que ser la zorra del canal 11!
Se quejaban los transeúntes en grupo señalando y maldiciendo a la chica de las noticias, inconformes.
No obstante, aquel era el mejor método para mantener la seguridad de los ciudadanos, al menos eso decía el presidente en las entrevistas. Los demás distritos ya habían establecido aquellas regularizaciones y los accidentes habían disminuido por lo menos un 20%, cifra nada cuestionable, no obstante, aquella regularización también servía para maximizar los nervios de una población de por sí nerviosa, que cada día no sabía que esperar de las decisiones de sus políticos.
Para la suerte de otros, el aeropuerto seguía funcionando regularmente. Las pantallas de televisión en el aeropuerto mencionaban una y otra vez todas las indicaciones y recomendaciones a tomar en cuenta durante el toque de queda, a pesar de lo difícil que era oír las noticias por todo el alboroto, los subtítulos en inglés facilitaban las cosas.
—¿Suspendidos los servicios de transporte? ¿Tan duras están las cosas en la ciudad? —intervino retóricamente la figura de un hombre quien apenas acababa de llegar al aeropuerto.
—Esta ciudad se fue al diablo hace un año aproximadamente. —contestó una anciana quien acababa de llegar al mismo tiempo arrastrando su maleta. –Es la única forma de que las personas tomen seriedad sobre el toque de queda, sino hay servicios ni tiendas, no tendrán pretextos para salir a la calle a arriesgar sus vidas.
—Ya veo.— mencionó observando a la anciana con una mueca divertida.
—No entiendo qué viene a hacer a esta ciudad un muchacho extranjero, ¿no sabes que esta es la cuna de los desastres? Sino se trata de un sismo o un tsunami nos azotan esas criaturas desgraciadas —se quejó mientras se despedía con una reverencia. —A ustedes los jóvenes les encanta arriesgar su vida en estupideces...
No pudo evitar reír al oír la palabra "joven" provenir de la boca de una anciana que seguro era setenta años menor que él. Aunque cualquiera que lo hubiese visto creería que de eso se trataba, pero alguien con unos ojos más detallistas sabría que él no correría ningún peligro. Con esa estatura y tono de piel... era imposible no llamar la atención de los japoneses, además de ir vestido íntegramente de blanco, con una bata medica sobre su camisa y apenas unos lentes de sol estilo aviador que servían para cubrir sus iris de los más curiosos.
No era normal ver esas criaturas durante el día expuestos a la luz del sol, pensó uno que otro de mentalidad muy ágil, bien pues solo hizo falta esperar al siguiente paso del recién llegado a las afueras del aeropuerto. Entonces cualquier sospecha se disipó al ver como tranquilamente este caminaba bajo la luz solar sin ningún tipo de sombrilla que lo protegiera de los rayos del sol.
No llevaba equipaje, no pensaba quedarse más de un día. Salió caminando del aeropuerto como si conociera la ciudad de toda la vida. La conocía, así es, hace tiempo que la había visitado y aun con todos sus cambios podía sentir que todo seguía igual, la ciudad olía igual que siempre y el movimiento era prácticamente el mismo.
De pronto, la vibración de su teléfono en el bolsillo de su bata lo sacó de sus pensamientos. Ni siquiera tuvo que ver de quien se trataba la llamada, apenas contestó mencionó con tono irónico.
–¿Que te había hecho tardar tanto? ¿No me digas que pudiste relajarte como te aconsejé? —rió.
Esta sólo expulsó un resoplido, hastiada, del otro lado de la línea telefónica.
—¿Dónde estás ahora?
–Saliendo del aeropuerto.
– ¿A qué distancia te encuentras del edificio?
Por un momento, el vampiro aguzó su oído sin siquiera retirar el teléfono de éste, solo para concentrar su atención en todas las vibraciones de la ciudad, visualizando todo a su alrededor en negativo. Los números de las calles, las personas caminando por estas, la entrada del metro, los autos de un lado a otro en las calles y a pocos kilómetros del centro de la ciudad, una gran estructura arquitectónica moderna se alzaba, la cual solo había visto en artículos científicos y en las noticias. De ventanales azules polarizados y ladrillos blancos tan pulidos como mármol, protegiendo los siete pisos enteros. Nadie entraba ni salía de él, pero se sentía cómo fuertes vibraciones eran emitidas fuera de este.
–Cinco kilometros...—calculó. –No estoy muy lejos, pero debo colgar, el tráfico colapsará por el toque de queda.
–Muy bien, date prisa e infórmame de todo.—ordenó.
—¿Lo sientes Karen?—dijo suspirando con una expresión relajada.
—Que cosa?
—Los vientos de cambio. ¿Puedes sentirlos?
—¡No te pongas poético ahora! Termina tu trabajo y vuelve cuanto antes.—ordenó frunciendo su rostro con poca paciencia.
Apenas colgó, este paró el primer taxi que consiguió, la suerte estaba de su lado, pues la afluencia de tráfico era menor incluso que en su natal Viena. Este abordó y pidió que lo llevasen hasta el instituto científico.
—Que locura todo esto...—pensó en voz alta a punto de cerrar la puerta del vehiculo.
—Si, así es.—musitó el taxista después de suspirar con pesadez.
El solo se disponía a ver a través de la ventanilla con el tobillo recargado de su rodilla y sus dedos entrelazados. Aunque llevara lentes de sol podía ver con total normalidad, fijándose en los altos edificios con luces de neón, pantallas gigantes publicitando shampoo y otros tipos de producto para el cabello de parte de lindas modelos de piel pálida y cuerpos delgados. Sonreía al pensar que, a pesar de todo, la economía aún seguía luchando por mantenerse de pie. Los establecimientos estaban abiertos, aunque eran pocas las personas que compraban.
—Hacia mucho que no venia a esta ciudad, parece que hubiera sido en otra vida.
—Si, las cosas han cambiado mucho desde hace algunos años...—agregó el conductor.
El taxista no pudo dejar de sentir cierta curiosidad por el extraño y alto individuo que había pedido su servicio. No había hecho ningún otro comentario, solo se limitaba a reír para si mismo encerrado en sus pensamientos, y por la pinta tan extraña, no era difícil imaginar qué tipo de criatura se había subido a su auto. De forma disimulada trató de ajustar el espejo retrovisor para verlo mejor, o ponerlo en descubierto si es que no tenía reflejo.
Pudo haber funcionado, de haber sabido que tenía a sus espaldas a un hombre precavido con habilidades fuera de las comunes, pues, una densa bruma empañó el espejo antes de que el chofer pudiese fijarse en él. Sonrió al notar la impresión y frustración del hombre, de haber estado las calles más transitadas habría sido un peligro no ver nada por los retrovisores.
—Me parece desconcertante que incluso los hospitales deban cerrar por causa del toque de queda. Aun si se presentase una emergencia...—Aquella última frase pareció calarse en los huesos del chofer, como una corriente gélida que entrara en su boca justo antes que pudiese decir alguna palabra.
Sus pupilas se dilataron y sus manos tomaron con fuerza el volante, catatónico. Si bien llevaba tiempo sin hacer uso de tantas de sus habilidades en un día, a Adam le pareció más práctico hipnotizar al chofer y evitar retrasos en sus asuntos.
—Es verdad...En una emergencia no habría donde recurrir...
Satisfecho volvió a sonreír.
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