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Después de despedirme de Miguel, caminé hacia mi departamento. El día había sido largo, pero lo único en lo que podía pensar era en el dojo y la posibilidad de retomar algo que había dejado atrás. Al llegar, me quité las zapatillas y me dirigí a la cocina para prepararme algo rápido de comer. Saqué lo que quedaba de la ensalada de la noche anterior, y añadí algunos ingredientes frescos. Me senté en el sofá con mi plato y, como todos los días, encendí uno de mis episodios de Gossip Girl. Siempre había algo en esa serie que me ayudaba a desconectar, a olvidarme de todo lo que pasaba a mi alrededor.
Mientras veía uno de los episodios, mi teléfono vibró. Era un mensaje de mi padre. Lo abrí con desgana, esperando lo de siempre.
"No sé por qué sigues con esas tonterías, Anneliese. Estás perdiendo el tiempo con estas cosas y no sé qué esperas lograr aquí. Deberías empezar a pensar en algo más serio, en tu futuro. No es tiempo de seguir con fantasías."
Dejé el teléfono en la mesa y miré la pantalla sin saber bien qué pensar. No era nada nuevo, claro. Mi padre siempre había sido así, criticando cada cosa que hacía, obligándome a ser alguien que nunca quise ser. Aunque no lo dijera en voz alta, siempre sentía que algo en mí se desgarraba cada vez que leía uno de esos mensajes.
Suspiré y apagué la televisión. No tenía ganas de seguir viendo Gossip Girl ahora. Fui hasta la ventana, me apoyé en el marco y miré hacia la ciudad, pensando en lo que realmente quería. Sabía que no podía vivir bajo las expectativas de los demás, pero… nunca era fácil dejar de hacerlo.
Me tiré en la cama para descansar un rato. Estaba cansada, pero no podía dejar de pensar en lo que había hablado con Miguel. Después de un rato, me quedé dormida. Mis sueños eran algo caóticos, pero tranquilos al mismo tiempo, hasta que el sonido de la alarma me despertó. Miré la hora, y ya era hora de encontrarme con Miguel en el dojo.
Rápidamente, agarré mi teléfono y vi el mensaje de él con la ubicación del lugar. Le respondí con un rápido "Ya voy", antes de levantarme de la cama. Me cambié de ropa, algo cómodo pero práctico para entrenar, y me recogí el cabello en una coleta alta. Miré al espejo una última vez y salí con prisa. No quería llegar tarde, aunque no sabía qué esperar de todo esto.
Cerré la puerta de mi departamento y me dirigí hacia la dirección que Miguel me había mandado, pensando en lo que pasaría una vez que llegara allí.
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El dojo no era más que un gimnasio con paredes blancas y grises, con colchonetas en el suelo y algunas pesas apiladas contra una pared. No había nada de lujos, solo lo esencial para entrenar. Cuando llegué, vi a Miguel de pie cerca de un lado, con su camiseta amarilla que lo hacía destacar entre el ambiente tan sencillo del lugar.
—¡Eh, llegaste! —dijo Miguel al verme, señalándome con la cabeza mientras sonreía.
Me acerqué a él y ambos nos saludamos con un gesto rápido. De repente, Miguel gritó algo.
—¡Sensei! ¡Venga a ver!
Desde el fondo del gimnasio, un hombre alto y corpulento apareció. Tenía una ki negro y se acercó con paso firme, observándome con una expresión neutral. Me detuve y me cruzé de brazos, ya preparada para cualquier cosa.
—¿Y esta chica? —preguntó Johnny, mirándome de arriba abajo con aire curioso.
Miguel, sin perder la compostura, respondió con una sonrisa confiada.
—Es una nueva aspirante. La he traído para sumar alumnos a Cobra Kai, se llama Anneliese
Johnny frunció el ceño, claramente algo escéptico.
—Las chicas no practican karate —dijo con tono burlón.
No me impresionó y respondí rápidamente.
—Yo entrené toda mi vida en donde nací. Y mi sensei siempre me dice que soy muy buena. Así que si piensas que solo por ser chica no puedo, te equivocas.
Johnny la pensó un momento, luego sonrió levemente, como si estuviera interesado pero sin querer admitirlo del todo.
—Bueno... No prometas mucho. —respondió en tono desafiante, dando un paso hacia atrás—. Pero te veré entrenar.
Johnny se quedó de pie frente a nosotros, su mirada fija en Miguel mientras empezaba a hablar con voz firme.
—Primero lo primero. No pueden golpear primero si no saben golpear. No se trata de hacer daño por hacerlo, se trata de saber cómo hacerlo, ¿entienden?
Miguel asintió, mientras yo observaba con atención. Johnny continuó, poniéndose en una postura más centrada, como si estuviera preparado para mostrar un movimiento.
—El ataque de una cobra se compone de dos partes. La estocada, que es cuando usan todo su cuerpo para avanzar con fuerza. Y la mordida, que es el impacto, lo que pasa después de hacer contacto.
Johnny levantó la mano, formando un puño cerrado, y lo movió rápidamente hacia un muñeco de entrenamiento que estaba cerca de una pared. Golpeó el muñeco con un sonido seco.
—Bueno, no te detienes cuando el nudillo golpea el hueso. Golpean a través del hueso, como si la persona que estás golpeando estuviera al otro lado de la pared. ¿Lo ven? Golpeas aquí y la nariz sangrará. Y aquí le romperás los dientes. Y aquí le causarás graves daños en la tráquea. —Johnny mostró cada parte mientras hablaba, demostrando el lugar exacto al que se dirigían los golpes.
Miré a Miguel, que parecía haberlo entendido perfectamente, aunque su expresión mostraba algo de duda.
—Eso suena bastante... intenso —dijo Miguel, con una sonrisa nerviosa. —¿Eso es solo para situaciones extremas?
Johnny asintió, sin perder la seriedad.
—Exacto. Es un golpe letal si se usa mal. Solo lo usas si la situación lo requiere, no lo hagas por capricho.
Se dio la vuelta y, con una voz más animada, dijo:
—Muy bien, vamos a practicar. Formense.
El sonido del celular de Johnny interrumpió la quietud del dojo, y él lo miró rápidamente, levantando la mano para indicarnos que siguiéramos practicando.
—Ustedes sigan, yo tengo que atender esto —dijo, mientras miraba la pantalla de su celular y comenzaba a caminar hacia un rincón del dojo.
Miguel me miró y luego volvió a enfocarse en el muñeco de entrenamiento. Pero sus movimientos no eran precisos, al contrario, sus golpes parecían débiles y poco coordinados. Estaba girando demasiado el brazo, lo movía de una forma demasiado relajada. Los golpes no tenían fuerza ni dirección, y parecía que dudaba en cada uno de ellos.
Me acerqué a él, no podía dejarlo así. Lo observé un momento, luego le toqué el hombro para que me mirara.
—Miguel, mira —le dije, tomándome un momento para explicarle—. Tienes que poner el brazo rígido. El golpe tiene que ser directo, sin dudar, sin frenar. No se trata de hacerlo suave ni de empujarlo, se trata de pegar de una vez, de un solo toque. Si quieres que el golpe cuente, no puedes titubear.
Él asintió, pero no parecía tan convencido. Entonces, tomé mi posición frente al muñeco de entrenamiento, concentrándome en mi técnica. Moví el brazo rápidamente, manteniéndolo firme, y golpeé con toda mi fuerza, justo en el punto que Johnny me había mostrado antes. El muñeco vibró un poco por el impacto.
—Mira —le dije, sonriendo mientras le mostraba el movimiento—, así es como debe ser. Ahora inténtalo tú.
Miguel me observó con atención, y aunque parecía algo nervioso, se acercó al muñeco de entrenamiento y comenzó a imitar lo que le había mostrado. Esta vez, su golpe fue mucho más firme, más enfocado, y su brazo se mantuvo recto, sin movimientos innecesarios.
—Eso está mucho mejor —comenté, dándole una ligera palmada en la espalda mientras Johnny terminaba con su llamada y volvía a nuestra práctica.
Yo observaba en silencio, apenas respirando, mientras Johnny se acercaba a Miguel, cortando la llamada de inmediato. Lo miró fijamente, y yo sentí la tensión en el aire, como si de repente todo se volviera más pesado.
—No, no, no, no, no —dijo Johnny, su voz baja y tajante—. Lo estás haciendo mal. ¿Qué quieres? ¿Que sigan arrojando cosas en tu cabeza? ¿Es que quieres que las chicas piensen que eres un bobo sin verga?
Miguel quedó quieto, sorprendido por la dureza de Johnny. Pero no dijo nada. Yo podía ver cómo algo en su rostro se endurecía. Johnny no lo estaba dejando escapar tan fácilmente.
—Puedes dejar de entrenar, irte de aquí y dejar que todos sepan que eres un perdedor —continuó Johnny, como si no le importara si lo escuchaba todo el dojo—. O puedes afirmar tus pies, mirar a tu enemigo a los ojos y golpearlo en la cara. Visualízalo. ¿Qué harás?
Era como si Johnny lo desafiara a levantarse, a no dejarse vencer por la crítica. Y Miguel, de alguna manera, lo entendió. No vaciló ni un segundo, se preparó y, con los ojos fijos en el muñeco, golpeó. El impacto fue fuerte, más controlado que antes.
—¡Otra vez! —ordenó Johnny, sin dar tregua.
Miguel asintió, su respiración se volvió más pesada, pero esta vez no se detuvo. Golpeó nuevamente, con una fuerza más firme, y lo vi, lo vi en su rostro: algo estaba cambiando en él. Estaba entendiendo lo que significaba pelear de verdad, lo que requería de él.
Johnny lo miró con dureza, sin ningún tipo de sonrisa, pero algo en su mirada decía que estaba viendo el progreso, aunque era una pequeña victoria.
—¿Eres un perdedor? —preguntó Johnny, más desafiante que nunca.
—¡No, sensei! —respondió Miguel, su voz ahora más fuerte, más decidida.
—¡Otra vez! —gritó Johnny, como si aún no estuviera conforme.
Observé todo en silencio, sonriendo para mí misma. No podía evitarlo, algo en la forma en que Miguel estaba dando lo mejor de sí me impresionaba. Había algo más en él de lo que yo pensaba. Algo que, tal vez, Johnny sabía sacar a relucir, aunque su estilo fuera tan brusco.
Los minutos pasaban lentamente mientras Miguel y yo estábamos limpiando la ventana que daba hacia la oficina de Johnny, o más bien, hacia lo que parecía ser su espacio personal. Johnny estaba en su escritorio, firmando unos papeles, sin prestarnos mucha atención. De vez en cuando levantaba la mirada para asegurarse de que lo que estábamos haciendo era lo que esperaba.
—¿Lo limpiamos de alguna forma en específico? —preguntó Miguel, mirando la ventana, sin saber si debía hacerlo de alguna manera especial.
—No, no, no me importa —respondió Johnny, sin levantar la vista—. Lo que sea más fácil.
Suspiramos en silencio, y seguimos limpiando, hasta que de repente, Johnny, que parecía haber tomado una decisión en ese momento, levantó la voz nuevamente.
—Mejor vayan y limpien el retrete, con eso terminaremos por hoy.
Miguel y yo nos miramos en silencio, y sin decir una palabra, empezamos a caminar hacia el baño, un tanto resignados. No era lo que habíamos imaginado hacer, pero bueno, lo que Johnny decía era ley.
—Que sea sobre sus manos y rodillas —dijo Johnny, riéndose de manera burlona.
Nos arrodillamos frente al retrete, mirándolo con el mayor de los ascos. Sabíamos que lo teníamos que hacer, pero realmente no podía evitar la repulsión. Aun así, nos pusimos a trabajar, limpiando todo lo que podíamos, hasta que de repente escuchamos el sonido de una puerta abriéndose.
Al principio, no le dimos importancia, seguimos con lo nuestro, hasta que escuchamos voces. Finalmente, terminamos de limpiar, y cuando nos levantamos, Miguel se adelantó y preguntó:
—Sensei, ¿quiere que hagamos algo más?
Miré a Miguel mientras él hablaba, y al instante, ambos nos quedamos sorprendidos. Delante de Johnny había un hombre, que estaba conversando con él. El hombre nos miró de arriba a abajo antes de hablar.
—¿Sensei? Chicos —dijo, dirigiéndose a nosotros—, no le crean nada de lo que dice. Van a terminar como él o peor.
Johnny nos miró en silencio, como si ya estuviera acostumbrado a este tipo de comentarios, y luego, el hombre, señalando el dojo, agregó:
—Tú y yo, esto —y miró alrededor, señalando el lugar—, no termina aquí.
Se dio la vuelta, y justo cuando estaba a punto de salir, Johnny lo detuvo:
—Adelante, estoy aquí —dijo, sin apartar la mirada de él.
El hombre, antes de salir, solo se dio la vuelta y soltó una risa antes de sacudir la cabeza y marcharse hacia su auto. Johnny lo observó hasta que el coche arrancó y se alejó del dojo.
—Perdón por interrumpir —dije, volteando a verlo después de un momento de silencio.
Miguel, siempre rápido para seguir el ritmo de Johnny, miró al sensei y le preguntó con algo de humor en su voz:
—¿Quiere que hagamos 20 flexiones?
Johnny soltó una risa, sin apartar la mirada del coche que se alejaba.
—Como si pudieras —respondió, mientras veía al auto desaparecer por la calle.
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