Prólogo



—¡Ah! ¡No!

Corro sobreexigiendo mis cortas piernas, con la vista puesta en el portón de rejas de hierro negro, grueso y ensortijado que se cierra tal como mi oportunidad de asistir a clases hoy.

Me quedé dormido. Una vez más.

—Joder... —Resollo, intentando recuperar el oxígeno con miras a la entrada imponente y majestuosa de la Academia.

Las espirales y demás intrincadas formas del portón parecen devorarme en cada curva férrea, haciéndome sentir pequeño y estúpido, y débil, para variar. Vale, prescindiendo de la ironía, de eso ya estoy bastante acostumbrado. Siendo un híbrido vampiro-humano entre un montón de purasangres y vampiros de buen linaje, uno se habitúa a los ninguneos y a valer menos que la peor escoria.

Ahora, gracias a mi ineptitud, también me ganaré una reprimenda de Aizawa frente a todos mis compañeros. En otras palabras, les daré más huesos que roer, otra razón para molestar al mestizo llorón.

Una lágrima resbala por mi mejilla, evidenciando lo de llorón. Ni modo, debo aprovechar la oportunidad, nadie anda cerca para verme lloriquear.

O eso creí.

—¿Otra vez llorando como marica?

Me giro abruptamente por el susto y la sorpresa.

—¡K-Kacchan! Buenas noches... —farfullo, frotándome rápidamente la cara con la manga del uniforme en un esfuerzo inútil por quitar rastros de debilidad.

Sin embargo, mi dignidad ya voló hace mucho tiempo al país de Nunca Jamás. Cuando reparo en el segundo par de ojos heterocromos que me observaban impasibles, la sangre caliente colorea mis mejillas con un tono rojizo.

—Sh-Sho-t-t-o... buenas no-noches también...

Me muerdo los interiores de mi boca, mortificado. ¿Justo Shoto tenía que verme así de deplorable?

—Buenas noches, Izuku —saluda ceremoniosamente, esbozando una sonrisa discreta.

Mi cerebro entra en colapso emocional y me quedo en blanco como consecuencia.

Tsk, aparta condón defectuoso, estorbas —ladra Katsuki.

Ignoro la ofensa pero no la orden, quitándome del medio para dejarlos avanzar.

—Llegamos tarde... —murmuro atemorizado—. Creo que deberíamos...

—¡Cállate! —Katsuki se acerca a las zancadas al portón y le asesta una patada que lo arranca de las bisagras.

El imponente gigante de metal cae miserablemente levantando una nube de polvo, dejándome boquiabierto y con un pánico incipiente.

—Eso era innecesario —comenta Shoto, su expresión ilegible.

—Tu opinión me suda la polla —espeta Katsuki, sorteando el portón caído con un salto grácil.

Shoto suspira y lo sigue, dando otro salto digno de un purasangre. Me gustaría imitarlos, pero temo no tener la suficiente fuerza como para que el brinco me impulse al otro lado. Desvariando sobre un fracaso inminente en el que mis pies se enredan en un rulo de hierro y me doy un deshonroso hostiazo, opto por atravesar el enrejado cuidadosamente, ubicando el pie en los agujeros que creo más convenientes.

Cuando supero exitosamente la misión, ya no hay rastros de Kacchan y Shoto. Tardé más de la cuenta, ellos ya deben de haber llegado a sus respectivos salones.

Cabizbajo, camino presuroso hasta el edificio gótico de Vampire Academy, o V.A. como reza la insignia grabada con hilos de plata en los uniformes de los estudiantes y profesores.

Además de entrar al área principal del campus de manera ilegal, voy veinte minutos tarde a clases, genial. Aun así, me detengo durante unos minutos a admirar la luna llena que tiñe mi rostro y los solemnes alrededores de la V.A. de un delicado color platinado, similar al del logo en mi uniforme, pero mucho más sublime y deliciosamente energético.

Nyx se encuentra más cerca de nosotros en noches limpias y estrelladas como esta, haciéndose presente en la refulgente luna y bendiciendo a todos sus hijos con la impecable y trascendental luz lunar.

Gracias a mi parte humana, también poseo el privilegio de disfrutar del cálido sol sin sentir molestias como los demás vampiros. No obstante, siempre preferí la palidez refrescante del astro que brilla alto en el nigérrimo firmamento.

Extiendo mi mano hacia la circunferencia que me ampara como si pudiera tocarla y llenarme de su exquisita energía, como si pudiese tomarle la mano a Nyx, dejándome llevar hacia su divino templo, ese que todos degustaremos cuando nuestras vidas lleguen a su fin.

Por un momento casi siento que puedo alcanzarla, pero un escalofriante aullido provoca que mis músculos se contraigan y paralicen por el pavor. Llevo mi mano hacia mi corazón frenético.

Licántropos.

Tal aullido no puede pertenecer a un canino corriente.

Reanudo la marcha, ahora un poco más ligera por el miedo.

Me aterran los hombres lobo.

¿Y si alguno se infiltró en la Academia? ¿Y si en este preciso momento me encuentro en la mira de unos ojos hambrientos y unas fauces asesinas? ¿Y si la bestia me degolla para espetar mi cabeza con una lanza para luego exhibirla a toda la V.A. como declaración de guerra?

Lanzo un soplido trémulo, convenciéndome de que solo estoy fabulando, como es usual. Sin embargo, mis vellos siguen crispados. ¡¿Por qué tengo que ser tan cobarde?! Puedo defenderme y hacerlo, a pesar de nunca demostrarlo.

Subo los escalones de mármol negro en tres saltos y traspaso el umbral de entrada del edificio, embargándome de una sensación de seguridad.

No comprendo muy bien por qué nuestra diosa bendijo con su magia a dos razas tan opuestas. La luna achispa almas de vampiros y licántropos por igual. La noche vela con su manto de estrellas a vampiros y licántropos por igual. La magia impregna las células de vampiros y licántropos por igual.

Entonces, ¿por qué somos tan diferentes? ¿Por qué vampiros y licántropos se odian por igual? ¿Acaso Nyx nos tiene algo preparado? ¿Algo que nos llevará a forjar la paz y a dejar de matarnos entre nosotros?

Lo dudo. No soy quién para opinar sobre los ideales de la noche personificada, pero me cuesta creer que algún día un vampiro estreche la mano de su antagonista y viceversa.

Los humanos prefieren mantenerse al margen y resguardarse tras los contratos que se ven obligados a pactar con sus "peores pesadillas". A duras penas logramos convivir todos en el mismo planeta sin hacerlo explotar por el odio mutuo.

Sí... vivimos en un mundo complicado.

Voy tan ensimismado en mis divagaciones que, al entrar al salón, ni percibo la fulminante mirada del profesor, un tipo severo, perezoso y de poca paciencia.

Midoriya.

Me detengo a mitad de la ancha escalera de roble, amedrentado. La sangre se drena de mi rostro.

—¿S-Sí?

—¿Te parece que estas son horas de llegar? —me increpa Aizawa con un tono acerbo.

Por el rabillo del ojo advierto que Kacchan se encuentra despreocupadamente arrellanado en su sitio, dos niveles más arriba de mi asiento. Me contempla con una mezcla de desdén y arrogancia.

—A-Ah, lo siento... yo... bueno... —balbuceo, rascándome el cuello.

—Se quedó dormido por pasarse todo el día despierto como el humano vulgar y estúpido que es —bufa Katsuki.

Agacho la cabeza, algo dolido a pesar de que solo dijo la verdad. Me agrada disfrutar un poquito de la claridad y el calor del sol, aunque a veces las horas corren sin que lo advierta y el arrebol del atardecer me toma por sorpresa, señalándome que derroché mis horas de sueño.

—Tú también llegaste tarde, Bakugo —le recuerda Aizawa, alzando las cejas.

—Eso fue porque el imbécil de Todoroki tenía que entregarme un mensaje de su padre para mi familia —se ataja.

Aizawa lo evalúa escéptico, aunque no ahonda más en el tema. Ni siquiera los profesores se atreven a meter sus narices en los asuntos de los purasangre. Pero como yo no gozo de la suerte de ser respetado gracias a mi condición de mestizo, sí me ligo una reprimenda. Ahora debo perderme la hora del receso para ayudar a Aizawa a transportar montañas de papeles al estudio del director.

Me apresuro para terminar cuanto antes con el castigo endilgado para poder ir a por una cajita de jugo de tomate a la máquina expendedora del comedor.

De vuelta a la próxima clase, me encontré con Shoto en el pasillo. La tenue iluminación del corredor, y en general de la Academia, le confieren a todos un aspecto misterioso y cautivador, especialmente porque el brillo característico de los irises vampíricos es mucho más vívido a horas nocturnas.

Los ojos dispares de Todoroki Shoto son un fenómeno digno de alabanza. Cuando se voltea para esperarme y caminar junto a mí, mi parte humana me traiciona una vez más, haciéndome hervir la sangre que en estado normal permanece fría como la del resto.

Sí, soy el único vampiro que se ruboriza, otro motivo más para burlarse del pobre Deku.

—Sh-Shoto... buenas noches... —¡Ah, eso ya se lo dije!— E-Eh, bueno... ¿como va tu día? ¡Es decir, tu noche!

Hace apenas un año que fui transferido a V.A., y eso después de convivir con humanos en preparatorias diurnas. Aún no consigo acostumbrarme del todo a la vida nocturna.

Shoto me observa fijamente con sus penetrantes orbes y está a punto de darme un patatús.

—Aburrida. Mi clase es una mierda —masculla.

—Lamento oír eso... ojalá estuvieras en mi clase. —Sonrío y de inmediato me abochorno por mi transparencia—. ¡E-En nuestra clase! —aclaro—. Con Kacchan, Ochaco... y-y los demás...

Lo cierto es que no me relaciono demasiado con mis compañeros. Mejor dicho, ellos evitan relacionarse conmigo. Aunque a Kacchan lo conozco desde niño —mi padre era amigo del suyo—, no puedo acercarme mucho a él sin terminar con su puño en mi cara. Kacchan me repudia. Al menos Ochaco, una vampiresa proveniente de una buena familia de condes, se acercó a mí desde el primer día que me vió asustado y paralizado en el medio del campus. No sé si fue por lástima o curiosidad, pero al poco tiempo nos volvimos cercanos y se convirtió en mi mejor y única amiga.

—Sería agradable que fuésemos compañeros —conviene. Su voz es suave, meliflua. Provoca que mis piernas se aflojen y tiemblen como gelatina.

Me mordisqueo el labio. Tengo ganas de morderlo.

Otro punto a destacar de mi persona: mi parte vampiro es sumamente inestable. Me es más difícil que los demás controlar la sed de sangre, aunque con un mayor esfuerzo he aprendido distintas estrategias y técnicas para apañármelas. Sin embargo, hay ciertos días que las ganas me arrasan, días en los cuales me veo obligado a encerrarme en mi habitación, como en cuarentena.

Por suerte llegamos a mi salón de clases. No es que desee despedirme de él, solo quiero salvaguardar su divino cuello.

—Te veo luego —murmuro, despidiéndome con un ademán.

Shoto se limita a asentir con la cabeza y luego sigue su camino.

Largo todo el aire que había estado conteniendo y permanezco por unos segundos admirando su esbelta figura, aprovechando que me da la espalda.

No debería fijarme en él. ¡Por Nyx, me hallo a años luz de estar a su altura!

—Quisiera ser un poco menos estúpido... —me reprocho a mí mismo.

—¡Izuku!

Doy un respingo, arrancando de mala gana mi mirada de Shoto. Es Ochaco. Mi amiga se aproxima risueña por el pasillo, cargando con dos cajitas de jugo en sus manos.

—Compré tu jugo favorito, pensé que quizás no habías tenido tiempo para comer algo... —Su voz se va extinguiendo en cuanto repara en la cajita que sostengo.

—¡Ah, gracias! Recién compré este pero ya me lo acabé... la verdad es que sigo teniendo sed. —Y no es pura condescendencia. Realmente sigo con sed. El purasangre que me acompañó segundos atrás secó mi garganta y espoleó mi instinto.

—¡Menos mal! Ahí viene Nemuri, deberíamos entrar antes de que te sancionen de nuevo —sugiere.

Mh. Estoy de acuerdo.

Otro módulo transcurre lentamente mientras reviso cada cinco minutos el reloj ubicado sobre la amplia pizarra. A la una debo tomar mi segunda dosis de sangre. La mayoría solo requiere de una cada un par de días, pero yo soy un caso particular. Dividir las dosis y repartirlas a lo largo del día es una de mis estrategias para mantener la compostura y evitar saltar al cuello de Shoto.

Nunca he bebido la esencia de un vampiro de sangre pura. Eso es privilegio de pocos, en general de sus parejas. Las cuales —para mi desgracia—, suelen ser también sangrepura. Por lo menos puedo mantenerme con la sangre humana que V.A. obtiene del banco de sangre y de los hospitales humanos. No es tan malo.

—Bien, recuerden investigar el tema para el viernes —avisa la profesora de cuerpo curvilíneo y cabello negro azulado, dándole fin a la segunda hora.

Mientras mis compañeros comienzan a salir a estirar las piernas, yo me quedo enganchado a la luna fulgente. Su resplandor frío me baña a través del ventanal y por primera vez en la noche puedo relajarme.

¿A cuántas otras criaturas acobijará la oscura noche?

Mi piel vuelve a erizarse cuando recuerdo el aullido de hace un rato. Me dispongo a salir en busca de mi tentempié, esperando poder alejar de mi cabeza el eco de aquel faunesco sonido en el trayecto. No puedo contar con Ochaco para distraerme, pues se ha marchado a una reunión de su aquelarre con el de su supuesta futura pareja, un tipo de buen linaje y bastante agradable según lo que ella me relató. Es un alivio saber que se llevaban bien. Muchas familias obligan a sus herederos a unirse con los vástagos de aquelarres prestigiosos para escalar en la pirámide social o bien mantenerse en un alto nivel de la jerarquía. Los humanos lo llamarían "matrimonio arreglado", aunque para los vampiros la unión no es exactamente el equivalente de lo se entiende por matrimonio.

En la unión hay magia y sangre de por medio. Además, un vampiro macho o hembra puede tener más de una pareja y las uniones con el mismo sexo se equiparan a las heterosexuales. Los vampiros no tienen ningún tipo de prejuicio estúpido en cuanto a orientación sexual se refiere. ¡Punto a favor! Siempre me gustaron más los penes, hehe. Sin embargo, no estoy de acuerdo con las uniones arregladas. Supone ir contra los principios de nuestra diosa y muchas parejas no prosperan por ello, pues el amor nunca tocó su puerta ni sus almas.

Mordisqueo la pajita de mi jugo, cavilando. ¿Podrá un mestizo como yo encontrar el amor? Dudo que exista un predestinado para mí. Dudo siquiera poder cumplir con los estándares de alguien.

Los humanos me tienen pavor, he perdido la cuenta del número que ha intentado espantarme con crucifijos y collares de ajo, los cuales claramente no funcionan. Para los vampiros, en resumidas cuentas, tengo el mismo valor que una bolsa de basura. Kacchan adora molestarme diciendo que a mi padre se le rompió el condón en una calentura momentánea con una humana y tuvo la mala suerte de tener que criar a la dulce bendición que resultó de aquel acto: yo.

Dejando de lado a Toshinori —mi padre adoptivo—, pocos me tienen aprecio. Soy consciente de ello, pero aun así duele cada vez que lo recuerdo. A pesar de todo, siempre he mantenido mi optimismo y nada ha logrado impedir que sigua avanzando, por mas caídas que he sufrido.

Quizás Nyx me reciba en su templo cuando la muerte me abrace. Pensar en ello es un alivio momentáneo, pero suficiente como para ayudarme a ponerme de pie después de un tropezón, comentario desdeñoso o rechazo directo.

Despego los ojos de la luna y casi me da algo al mirar el reloj. ¡Esta a punto de comenzar la tercera clase! ¡Y aún no me alimento! Puede llegar a desatarse una hecatombe si no aplaco mi sed de sangre cada tanto. ¿Cómo es que el tiempo pasó tan rápido? Maldigo por lo bajo y desciendo a toda velocidad los amplios peldaños de la escalera. Tomando ventaja del impulso zumbo hacia a la puerta, arrojando la caja de juguito vacía a la basura antes de atravesar el umbral y girar hacia el pasillo, sin ver.

Me estrello contra algo durísimo, como un bloque de hormigón, y retrocedo atolondrado hasta que mis pies tropiezan entre ellos y caigo de culo al pulcro y espejado suelo.

—¡Ah! —me quejo, sobándome la frente—. ¿Qué...?

Boquiabierto, contemplo desde el suelo la "muralla" que atropellé. Una muralla con ojerosos y misteriosos ojos violeta en una expresión imperturbable.

—¡Hey, Toshi! ¡Eres un maleducado! —Un sujeto pelirrojo aparece desde atrás de la muralla y me sondea con preocupación—. Tío, ¿te encuentras bien?

Me cuesta infiernos apartar la vista del semblante anguloso e intimidante del tal Toshi para enfocarme en su mano tendida. Arrobado y titubeante, acepto la ayuda que el extraño me ofrece. El tacto cálido me desconcierta.

—L-Lo siento... estoy bien, fue mi culpa por salir corriendo sin mirar —sostengo, dirigiéndome al chico de ojos carmín.

Me levanto ignorando el dolor en mis nalgas. Ambos chicos llevan el uniforme negro con repulgos blancos y plateados de la Academia, aunque no los he visto jamás por aquí... ¿se habrán transferido recientemente?

Un apretón en mi mano logra que mi mente retorne al aquí y ahora, un presente en el que aún tengo felizmente apresada la mano del sujeto-montaña que atropellé. Lo suelto de inmediato, azarado.

—Pe-Perdón... —reitero.

No estoy acostumbrado a los tactos cálidos... vale, no estoy acostumbrado a ningún tipo de contacto físico en sí. ¡No es mi culpa que mi piel reciba gustosa cualquier oportunidad como esta!

—¿Esta es la Clase A? —inquire el de cabello violeta.

Su voz ronca y recia me hace sentir más diminuto de lo que soy. Una sensación inusitada me embarga, instándome a agachar la cabeza.

Debe de ser un purasangre, no hay duda.

S-Sí... e-es... es... —¡Coño, Izuku! ¡Deja de ser tan gilipollas!—. ¡Es aquí!

—¡Wow! Se ve... genial... —susurra embelesado el pelirrojo, pasando a mi lado y posicionándose en el umbral de la puerta para admirar el interior de la clase. Una amplia sonrisa surca su rostro resplandeciente, exhibiendo dos hileras de filosos dientes—. ¡Toshi, ven a ver esto!

Intimidado, levanto la vista hacía el aludido solo para volver a ser doblegado por sus orbes quiméricos. El peso de su mirada se esfuma cuando decide dejar de tantearme para entrar al salón.

—¿Cómo te llamas, arbolito? Yo soy Kiri —proclama el pelirrojo, ampliando inexplicablemente su sonrisa.

El otro sujeto, en cambio, pasea su mirada adusta por el salón. Su cara es, uf, fogosa, pero su expresión sombría la vuelve un poco siniestra.

—Izuku... —revelo con timidez—. U-Un gusto...

—¿Eres de esta clase, verdad? ¡Seremos compañeros!

—¿Compañeros?

Mi incógnita es ignorada, pues el simpático Kiri se ha volcado completamente a hacer turismo Sus exclamaciones entusiastas reverberan entre los bancos vacíos.

¡Parece un coliseo griego! —chilla con fervor.

Una campanada secunda sus exclamaciones, retumbando por todo el perímetro académico.

—¡Joder! —mascullo. Ya es hora de la próxima clase.

Mis compañeros comienzan a regresar del receso conversando animadamente e ignorándome como si fuese un simple potus decorativo.

Atisbo a Kacchan aproximándose y tomo aire, preparándome para encararlo.

—K-Kacchan...

—¿Qué mierda quieres, zopenco? —brama con un desagrado sin revestimientos—. Me obstaculizas la vida.

—Por casualidad... ¿no tienes aquí una dosis? ¡Te la devolveré en cuanto termine la clase! Es que...

Me agarra del cuello del uniforme. Mi nariz queda a centímetros de la suya y mis pies pendulan sobre el suelo. Trago saliva.

—Vuelve a cruzarte en mi camino y te daré el lujo de acabar con tu asquerosa existencia, ¿entendido? —escupió como un perro rabioso y

Me suelta con un zamarreo y reanuda sus furibundas pisadas, metiendose al salón. Entonces... ¿eso es un no?

Hago un mohín. Bien, puedo soportar un periodo más sin beber, ya lo he conseguido antes. No hay problema. Inhalo un poco más de oxígeno y me sumo al flujo de estudiantes que se incorporan a la clase. Mis piernas titubean por el pasmo cuando veo a mis, aparentemente, nuevos compañeros sentados uno a cada lado de mi lugar.

—¿Quién coño son estos? —bufa agriamente Katsuki.

—¡Yo soy Kiri! —se presenta animado.

Kacchan chasquea la lengua y se encamina a su sitio, pasando de los nuevos. Siento un poco de lástima por Kiri, alguien tan agradable no se merece la actitud de mierda de mi amigo de la infancia. Me obligo a seguir caminando y le pido permiso a Kiri para llegar a mi lugar. En el momento en que mi culo se apoya en el banco, la ansiedad me ofusca la mente. La presencia de estos tíos es algo... asfixiante.

Los purasangre son asombrosos, reflexiono en mi fuero interno.

—Oye Izu, ¿qué clase toca ahora?

Me volteo hacia Kiri con una amalgama de timidez, asombro e ilusión. ¿Podría ser que al fin haré un amigo hombre? Descarto la idea esperanzadora al instante. Es inútil. Seguro me evitará cuando se entere de que soy mestizo.

—Tenemos idioma con el profesor Yamada...

—¡Suena de puta madre! —Su optimismo me saca una sonrisa.

—Estamos aprendiendo griego y te aseguro que no es tan genial como suena —refunfuño.

—¡Oh! Bueno, qué suerte que tenemos a Toshi al lado para que nos eche una mano, ¿verdad, Toshi?

Tomo provecho de la situación para girarme hacia el aludido. Toshi se encuentra inmerso en sus pensamientos, su codo apoyado en la mesa mientras descansa el mentón en su palma. Sus orbes no se mueven de la luna. Su perfil destila parsimonia y fuerza. Tengo que hacer un esfuerzo astronómico para no suspirar. Es algo contrdictorio que una imagen tan impactante transmita tanta calma.

Καληνύχτα! —chilla Yamada, presentándose en el salón con sus típicas entradas llamativas.

—¿Eh?

—Dijo "buenas noches" —le traduzco a Kiri.

—¡Oh!

El profesor se acomoda en el robusto escritorio. Su maleta y tres pesados libros de aspecto anticuado hacen un ruido sordo al caer sobre la madera grusa. Yamada examina la sala iluminada solo por el brillo natural que entra a raudales por los amplios cristales hasta dar con sus objetivos.

—No sean tímidos, pasen a presentarse —azuza encantado.

Mis compañeros silencian su cotilleo, mudos y a la expectativa.

Kiri se incorpora con brío, encaminándose denodado al frente. El de cabello violeta aparta renuente la vista del exterior y camina tras Kiri, llevando su rostro hermético, las manos en los bolsillos y la espalda recta.

Casi me atraganto con saliva. ¡Qué espalda!

Por un momento agradezco ser un cero a la izquierda, así nadie notará el rubor en mi rostro.

—¡Soy Eijiro Kirishima! —se presenta efusivamente el de irises color sangre—. Tengo dieciocho, me gustan los deportes y soy bi.

—También eres ridículo —alega malhumorado Kacchan.

El profesor Yamada, por el contrario, aplaude con entusiasmo.

—¡Muy bien! ¿Y qué hay de ti, grandulón? —ronronea, acercándose descaradamente a Toshi, que continúa impertérrito al lado de Eijiro. Yamada rodea uno de sus bíceps con sus largas falanges y lo tantea con un apretón—. ¡Wow, sensational!

Esbozo una mueca perpleja. ¡Qué desvergonzado!

—Hitoshi Shinso —dice sin más.

Yamada saca partido de la situación y lo palpa un ratito más antes de quitársele de encima.

Escruté a los nuevos con detenimiento.

Son altos, muy altos, de hombros anchos y cintura estrecha. Mmm. Estoy seguro de que bajo sus chaquetas y camisas esconden un pack de seis... u ocho. Me recreo casi tan descaradamente como el profesor. Es curioso, ya que los vampiros poseen cuerpos estilizados y gráciles, pero no desarrollan mucha masa muscular por la misma anatomía vampírica. Frunzo el ceño al reparar en otra cosa. Las mejillas de Kiri están teñidas de un leve sonrojo.

—Primores —Yamada eleva la voz matizada con sus tendencias homosexuales—. Eijiro y Hitoshi serán sus compañeros de aquí en adelante. Fueron transferidos de la W.D.C.A.; espero que sean buenos con ellos y que den una buena imagen de nuestra grandiosa Academia, pendejos.

—¿Qué?

—¿Vienen de la W.D.C.A.?

—No jodas...

—Debe estar bromeando.

Yo me encuentro lo suficientemente atónito como para siquiera recordar respirar. No, el profesor Yamada puede ser descarado, pero raras veces se equivoca...

—No es una broma —replica, reafirmando mi axioma—. Sus nuevos compañeros vienen de una Academia de humanos porque son humanos.

Una nueva cacofonía de voces alteradas anega la clase.

Hu...

¡¿HUMANOS?!

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