5. Helado de vainilla

«A ver si hago que te derritas para luego lamerte.»
David Sant




Ochaco abre la puerta a mi segundo toque, recibiéndonos en su cuarto con una expresión preocupada y con el cabello recogido en un moño... despreocupado. Varios pelitos se le escapan del peinado, otorgándole un aspecto inocente y sensual.

Eijiro silba desde mis espaldas con los ojos de un depredador hambriento. Mi amiga le sonríe con timidez —aunque apuesto mi alma a que el resplandor de sus ojos es de pura lascivia— y nos invita a pasar.

—¿Estás bien? —le pregunto inquietado

Me siento en su cama en tanto los dos humanos vacilan en su próxima acción.

—Siéntense donde gusten —indica ella, tomando asiento a mi lado—. Estoy bien, solo que... no es muy agradable encontrar a un estudiante decapitado en tu propia Academia, ya saben —Lanza una risita nerviosa—. Creo que no podré entrar a ese salón por un largo tiempo... demonios.

—Podemos utilizar otras salas de descanso o ir al jardín, no te preocupes. —La comprendo. Mi estómago también quedó algo revuelto.

—No sabía que los vampiros eran sensibles a esas cosas —manifiesta Kiri, sentándose frente a nosotros en la cama de Tsuyu, la compañera de cuarto de Ochaco.

Hitoshi se apoya sobre la pared, mudo y con una mímica aburrida.

—¡Por supuesto que nos sensibiliza ver a uno de los nuestros sin su cabeza! —chilla Ochaco, ofendida por el comentario—. Bueno, yo creía que los humanos eran sensibles a los asesinatos, pero ustedes no se ven muy afectados...

—Pues... la víctima no es uno de los nuestros, después de todo —El deje de frialdad en el tono de Kiri me provoca un estremecimiento—. Y nuestra especie no se lleva muy bien con la suya. ¡Aunque ustedes dos me caen bien!

Eso desentierra fácilmente el mohín de la cara de Ochaco.

—Será difícil erradicar el odio que nos tienen los humanos —considera—, pero realmente espero contribuir a la causa.

Sonrío, es absolutamente sencillo sentirse cómodo y a gusto con estos dos. La atmósfera que flota a su alrededor es primaveral, cálida como un rayo de sol y apacible como los ocasos.

Quisiera poder decir lo mismo de Hitoshi.

Tengo la osadía de observarlo por un escaso segundo y juro que en ese lapso minúsculo caigo al Infierno, atravieso tempestades y me siento desnudo de pies a cabeza. Aparto la vista, abrumado por la intensidad de las sensaciones.

Qué aura tan potente... quiero mirarlo de nuevo.

Me muerdo el labio y reúno una vez más el coraje para hacerlo, pero me quedo pasmado ante su desaparición. Bien... no desapareció exactamente. Se sentó a mi lado en algún instante fugaz. Doy un pequeño bote por la sorpresa, chocando contra el hombro de mi amiga. ¡Este tío es un puto ninja!

—¡Hey! —se queja la anfitriona, pero enseguida modifica su gesto ceñudo por uno pícaro.

La diablilla entorna los ojos antes de apearse del colchón para sentarse con Kiri en la cama de al lado. El sudor me humedece las manos y el acaloramiento se encarga de colorear mi rostro cual cereza confitada.

¡¿Para qué necesito enemigos si tengo una amiga como ella?!

Ochaco nos ignora olímpicamente y se pone a platicar con Eijiro, que se complota con ella. ¡¿Qué demonios?! Acabo de cambiar mi opinión sobre ellos, ¡pésimo servicio!

—¿D-Dónde está Tsuyu? —inquiero en un chillido deshonroso.

Ochaco apenas me dirige la palabra, como si estorbara en su conversación.

—En Dublín visitando a su familia.

Vale... Tsuyu se encuentra en otro país, en otro continente, al otro lado del océano. ¡Nadie llegará para salvarme!

¡Nyx! ¡Tú eres mi única salida! ¡Ayuda! ¡Piedad!

—¿Por qué estás tan nervioso? —quiere saber Hitoshi. Casi nunca abre la boca, pero cuando lo hace siento que mi Windows se reinicia y pide actualización, completamente desfasado del aquí y ahora.

Desfallezco bajo su voz ronca y sedosa. Diablos, ¿no podía hacer de cuenta que nada sucedía? ¿Ignorar mi estúpido sonrojo y mis movimientos ansiosos?

Mortificado al haber sido puesto en evidencia, me encojo sobre mi mismo y espero a que alguna fuerza divina me haga desaparecer. No obstante, empiezo a olisquear ese sublime néctar relajante procedente de su piel y mi tensión mengua, cediendo lugar a una especie de calma excitante. Suena ambiguo, incoherente, pero no hallo mejores palabras para describirlo. Su aroma me acaricia como si fuesen manos invisibles, erizándome la piel.

Levanto la barbilla y lo miro sedado y a gusto.

—¿Mejor?

Afirmó con la cabeza. Me siento mucho mejor, dejando de lado las ansias poderosas de frotarme contra él y robarme toda su esencia. Si pudiese lamerlo como a una paleta, comprobaría que es igual de dulce... o tal vez me sorprendería con un sabor totalmente diferente. El recuerdo de su cuerpo expuesto al salir de la ducha descompagina mi lábil equilibrio, elevándose mi temperatura al punto de ebullición.

Mis ojos se deslizan atrevidamente a su entrepierna, alarmados y atraídos por el prominente bulto. Mis labios se separan por el asombro. Santo Cielo... ¡Esa montaña promete ser gemela del Everest! Si tan solo no estuviese aprisionada bajo su uniforme...

Una brizna de autocontrol emerge de la brea de deseo, devolviéndome la conciencia perdida. Arranco los ojos de la hermosa vista, avergonzado en demasía por mi descaro.

—L-Lo s-siento. Debería marcharme —farfullo y me levanto para huir a la Antártida si es necesario, pero un jalón en mi brazo coarta mis intenciones y me deja sentado sobre el regazo del humano.

Específicamente sobre la impresionante protuberancia que devoré con la vista.

Su perfume me rodea y embriaga, sus labios rozan mi nuca. Es enloquecedor.

—¿Q-Qué haces? —Giro el cuello hacia atrás, esperando encontrarme con las caras de Pikachus asombrados de Ochaco y Kiri, pero... la sorpresa me la llevo yo. ¡No están!

—Se marcharon hace un momento, pequeñito, mientras tú te entretenías con mi polla.

Mis ganas de chillar de la pena escalan al nivel Dios. Reprimo los gritos pero mis ojos se enlagunan en consecuencia, como si me hubiese atragantado con mi propia humillación.

—¿Por qué lloras? —cuestiona desconcertado, posando una mano en mi espalda baja para atraerme contra su firme torso.

No soy capaz de contestarle. Hitoshi me evalúa a conciencia, alcanzando mi alma con esos irises de sueños y leyendas.

—Tu cuerpo me pide a gritos que lo tome, pero da la impresión de que te aterra oírlo clamar por su deseo.

Agacho la mirada.

—Lo siento... no me di cuenta de que estaba... viendo ahí...

Como mi disculpa salió entre sollozos, no estoy seguro de si logré pronunciar con claridad las palabras. El rostro del humano luce consternado y algo impresionado luego de escucharme gimotear.

—Realmente no tienes idea... de qué eres... —susurra lentamente, como si fuese asimilando su descubrimiento a medida que su boca lo pronuncia.

—S-Sí la tengo... yo... soy un bicho raro —admito, permitiendo que su aroma me arrulle de nuevo—. Y-Y... no quiero ser así... soy inestable y siempre estoy enfermo... y soy detestable...

Joder, no es momento para hacer catarsis con mi compañero. Apenas lo conozco y estoy sentado en su... ¡en eso!

—¿A que te refieres con que siempre estás enfermo?

—N-No importa... solo estoy desvariando...

—No, dime —insta, haciéndome estremecer. Es complicado no ceder ante sus órdenes.

—Nací con una enfermedad crónica... los vampiros no se enferman, pero eso lo heredé de mi madre, me dijeron...

—¿Qué enfermedad?

—Pues... me duele el estómago... y cuando olvido tomar la medicina... uhm...

¿Cómo se supone que debo explicarle un hecho tan bochornoso?

—¿Te duele la zona baja del estómago? —indaga.

Dejo de juguetear con mis manos, sorprendido.

—¿Cómo lo sabes?

—Y cuando no tomas la "medicina" solo piensas en tener sexo.

Mi pulso se congela a la par que mi sangre se convierte en lava volcánica.

—¡A-Ah! ¡¿C-C-Cómo...?! —¡Acaba de descubrir mi más grande y oscuro secreto con un par de simples preguntas! Acaso... ¿él también sufre de la misma enfermedad?

Los músculos de su rostro se muestran tensos como elásticos a punto de cortarse. ¿Está enfadado? ¿Dije algo malo?

—No estás enfermo, Izuku. Lo que te sucede es normal cuando no tienes un compañero que te ayude con tu celo y en su lugar te envenenas con inhibidores todos los días.

Me le quedo viendo patidifuso.

—No estoy celoso... —musito, sin terminar de entenderlo.

Me contempla durante un minuto sin alegar más, luego voltea la cabeza hacia un lado, presionando sus labios en una línea recta, para finalmente volver a dirigirse a mí. Sus orbes destilan un sentimiento demasiado complejo.

—¿Qué sabes de los licántropos? —suelta de imprevisto.

Los pelos se me paran instantáneamente.

—¿L-Licántropos? ¿P-Por qué preguntas?

—Solo quiero informarme un poco sobre ellos... Los vampiros se han hecho un lugar en la sociedad humana, incluso algunos eligen vivir... con nosotros. Pero no es así con los lobos. Tampoco se habla mucho de ellos, son un tema tabú.

—Oh... ya veo —Suspiro, un poco más tranquilo—. Bueno, yo tampoco sé mucho de ellos... aunque me dan muchísimo miedo...

—¿Alguna vez has visto uno? —Niego con la cabeza de inmediato, sintiendo escalofríos—. ¿Y cómo sabes que te dan miedo?

—¡A todos les dan miedo! Son bestias sin conciencia cuando se transforman y se comen a los de nuestra raza. Y... ¡he visto fotos! —agrego—. ¿Tú no has visto fotos? Son enormes y peludos y-y... ¡y feos!

Hitoshi alza ambas cejas en una expresión indescifrable.

—Ya veo... ¿Qué más sabes aparte de esas ridiculeces?

—No son ridiculeces... —replico amohinado—. Sé que se transforman cuando quieren, sea de día o de noche y que son más fuertes durante la luna llena... y ellos odian a los vampiros... no sé por qué, pero les gusta matarnos sin piedad, a pesar de que son hijos de Nyx como nosotros... Uhmm... —Trato de hacer memoria sobre lo que nos habían enseñado en clases—. Pueden morir solo si les cortas la cabeza o los quemas, como nosotros. Las balas de plata de las cuales hablan las leyendas son puras patrañas. Tampoco hay antídotos que curen la licantropía, ya que no se trata de una maldición. Son otra especie dentro las criaturas mágicas, solo es posible convertirse en lobo si naces con el gen. No se propaga a través de las mordidas, como se suele creer.

Mi compañero oye con atención, aunque no tengo mucho más que explicar. Mis conocimientos son bastante precarios.

—Su temperatura corporal es más alta que la humana... y pueden ser alfas, betas u omegas. Los alfas son muy fuertes. Siempre son cambiaformas y procrean con los omegas, quienes llevan la cría en su vientre, aunque ellos no mutan completamente a lobos; son pequeños y ágiles. Algunos solo poseen ciertos rasgos lobunos, como las orejas o la cola. Los betas vendrían a estar entre medio. Es decir... son fuertes y agresivos, pero no tanto como los alfas. Algunos son cambiaformas y otros no y también se aparean con los omegas. Tanto alfas, como betas y omegas pueden ser de ambos sexos. ¿Puedes imaginar a un hombre embarazado? —digo entre risas, la imagen mental me causa mucha gracia.

—Por supuesto... y te has visto precioso en mi imaginación.

Mi risa va amainando hasta ser un rotundo silencio. ¿Debería reírme de ese chiste?

Sus palmas trazan un circuito desde mi trasero hasta mi cintura, ciñéndose a la sutil curvatura que delinea mi figura. En su paseo provocativo se inmiscuyen debajo de mi camisa en un erótico roce piel con piel. La sensación es extraña y deliciosa, el tacto caliente infunde vigor a mi inocente curiosidad sexual, invocando recuerdos sobre lo que aconteció en su habitación horas atrás.

Me dejo caer en la fantasía de esa caricia, absorto en la novedad de un hombre que desea mi cuerpo tanto como mi cuerpo lo desea a él.

—Puedo ayudarte a calmar esos dolores... —murmura contra mi oreja, robándome un suspiro.

—¿Cómo? —pregunto desde la nebulosa que me abstrae.

—Acostándote conmigo.

Mi sistema responde al instante constriñéndose entero, incrementando la temperatura en anticipación. De manera inversa, mi capacidad volitiva disminuye a una velocidad inquietante. Qué fácil es dejarse llevar por su voz, por sus toques labiosos y su aroma hipnótico.

Ladeo la cabeza para permitirle depositar una cadena de besos húmedos y mordiscos suaves por mi cuello, y mi razón se embarra más con cada uno de sus ataques.

Debería... detenerlo... ¿debería? Huele tan bien... y sus manos saben exactamente a dónde ir y cómo volver. Se amoldan a cada ondulación que colonizan... con tanto profesionalismo que el terreno de mi cuerpo se vende solo.

—¿Te gusta? —ronronea al ras de mis labios. Libero un jadeo cuando pellizca mis pezones para posteriormente disculparse por la excitante agresión, acariciándolos circularmente con sus pulgares.

Tengo... que parar esto... pero no sé si quiero hacerlo realmente.

Estando a horcajadas de su regazo, su endurecida entrepierna ejerce presión entre mis nalgas cada vez que me retuerzo fruto de las descargas de placer que le dispensa a todo mi torso, generando más y más goce.

Hitoshi se quita la chaqueta y la camisa y la fricción no se interrumpe en ningún instante, pues he comenzado a frotarme contra él por propia iniciativa. A estas alturas mis jadeos se equiparan a los de un perro sediento, desesperado por el líquido de su cuerpo... uno en especial ha logrado obcecarme. Uno blanquecino y caliente.

Trago ríos de saliva en tanto Hitoshi se encarga de despojarme de las prendas superiores para liberar mi dermis bañada en sudor.

Un sudor con aroma a vainilla, tal como lo describió Eijiro.

Mi abdomen plano y levemente marcado queda en vergüenza ante el recio del humano. Además, mi tez es tan pálida que en contraste con el color dorado de la opuesta luce casi enfermiza. Me entran impulsos vehementes de taparme para prohibirle a mi compañero admirar mi contextura; abrazo mi pecho y mi barriga con renuencia, pero Hitoshi me avienta al colchón y rápidamente quedo enjaulado entre sus brazos cuando se cierne sobre mí.

—No te tapes —gruña lúbrico y demandante.

Agito la cabeza de un lado a otro, cubriéndome con mayor afán.

—Me da vergüenza.

Sus ojos, ahora del color negro del abismo por el agrandamiento de sus pupilas, se estrechan intimidantes ante mi negativa. Flexiona sus extremidades en una media lagartija para reiterar la orden, tan cerca de mi rostro que me besa mientras la pronuncia.

Quita los brazos.

Subyugado por el poder ligado a su inflexión obedezco, dejando expuesto mi pecho agitado y el resto de mi torso inerme. Apenas dejo mis manos temblorosas sobre la cama, la sensación arrebatadora de su lengua lamiendo la zona bajo mi ombligo me impele a cubrirme nuevamente. Retengo el impulso hundiendo mis dedos en su cabello.

Ah... Hitoshi...

Planeaba apartarlo, pero el placer me gana la batalla y acabo sujetándolo contra mi piel para que me derrita como un helado en el horno.

Una vez más mi mente y cuerpo se hallan en guerra con una cruel ventaja del segundo. En cada lametón Hitoshi consume el sudor azucarado que glasea cada uno de mis poros. Por momentos se relame, como si en verdad estuviese disfrutando de un postre. La cadena plateada que pende de su nuca hierve y me hace cosquillas cada vez que el humano cambia de objetivo en el plano de mi torso. Mi espalda se ondula cuando detiene su boca en mi pecho, comenzando a succionar mis pezones erguidos con poco cuidado. Su forma de entreverar caricias tiernas y rudas de a poco va desajustando los nudos en las cuerdas de mi recato.

Me muerde y el dolor serpentea a la par del placer por cada recóndito espacio de mí organismo hasta dejar mi pene rígido y erecto como el tronco de un árbol. Chupa con brío uno de mis pezones para luego incorporarse sobre sus rodillas, regocijándose con el desastre que está provocando en su presa.

—Eres tan sensible... muero por oír el grito que darás cuando te la meta.

Dejo escapar un largo y sonoro gemido por culpa de su vulgaridad.

¿Este soy yo? Ni siquiera me reconozco.

—Ce...Cerdo... —gimoteo, ahogado en magníficas sensaciones.

Hitoshi suelta una carcajada, sorprendido por mi inesperada intrepidez.

—Te equivocaste de animal.

—¿Uh...? —enmudezco al despistarme con sus bíceps. ¡Por el amor de Nyx! ¡Si no ha hecho un pacto con el Demonio para tener ese físico no se explica! Mis ojos descienden maravillados, hasta que me quedo sin halito al verlo desabrocharse el único botón del pantalón—. ¡E-Espera!

Salto de la cama aspaventado, escabulléndome a la esquina más alejada del cuarto. Mi compañero me contempla por encima de su hombro con aparente tranquilidad. Su nariz comienza a arrugarse en algo similar a un gruñido.

Da la impresión de que quiere arrancarme el cuello de un mordisco.

Me hago una bolita por el temor, apoyando el trasero en el suelo mientras quedo bien adosado a la pared del cuarto.

—¿Por qué huyes, cachorrito?

De refilón admiro su barbilla angulosa y su espalda desnuda, sintiéndome estúpido. Lo deseo más allá de un beso o un manoseo. Si tiene o no la capacidad de ayudarme a paliar mis dolores, no puedo saberlo, pero la atracción mutua es innegable, límpida como el agua de manantial.

¿Por qué huyo? ¿Por qué me resisto a un deseo implacable?

—Nunca... he sentido algo así —confieso por lo bajo, experimentando el calor que me transmite con solo mirarme—. Me da un poco de miedo...

Sus rasgos se suavizan, cediéndole lugar a un semblante pensativo. A pesar de que su miembro permanece bien despierto en una erección férrea, dejando la parte inferior de su uniforme al borde de estallar, se las arregla para abotonárselo nuevamente. Una vez lograda la complicada tarea, se sienta al borde del colchón.

La excitación perla su musculatura convirtiéndola en una trampa en la que cualquiera se arrojaría con gusto. Su molestia se evidencia cada vez que se revuelve en su sitio, intentando acomodarse a sí mismo.

—Yo... siempre deseé que mi primera vez fuese con alguien que me quiera —develé. Siento la necesidad de brindarle una explicación, aunque dudo de que le importasen los valores pasados de moda de un marginado—. Siendo sincero, esa es mi utopía... es decir, no el hecho de tener... s-sexo... en sí. Pues... agh, lo siento, no quiero agobiarte... —Y me da una inmensa vergüenza hablar de mis sentimientos... con mi nuevo compañero humano y su bulto titánico.

—Está bien... —dice ronco, poniéndose de pie para caminar hacia mí. Mi corazón salta como las bocinas en una discoteca al malinterpretar sus intenciones, pero luego se apacigua, solo un poquito, cuando Hitoshi se hace un lugar a mi lado para sentarse—. Me gustaría saber más de ti. —Su boca se tuerce en una sonrisa preciosa, marcando ese perfecto hoyuelo próximo a la comisura—. Y lamento mucho que mi polla te inquiete. Realmente tengo ganas de follarte. No se calmará tan fácilmente.

—¡A-Ah! ¡N-No me inquieta! Bueno, s-sí me inquieta... un poco... pero n-no te preocupes —Me reconcome mucho más su forma burda y directa de expresarse.

—Entonces... ¿eres un romántico empedernido?

—N-No sé si así pero... la esperanza es lo único que tengo. Quizás solo debo seguir esperando... si soy paciente tal vez algún día alguien llenará el vacío y... no me enfermaré tanto...

Me encojo, amarrando mis piernas con ambos brazos, apesadumbrado al exteriorizar un granito de mi desazón. A veces prefiero que se quede todo adentro, oculto entre gruesas murallas que no permiten a nadie ver mis debilidades. Las malas experiencias me enseñaron que esos puntos débiles pueden ser usados para hundirme un poco más.

—El único que tiene que llenar tu vacío eres tú. Confiarle ese trabajo a alguien más es estúpido... y peligroso.

—No quiero dejar de creer en los demás...

Hitoshi niega con la cabeza, tensando su mandíbula por los sentimientos contenidos. Parece decepcionado de mi forma de pensar.

Tal vez no somos tan diferentes después de todo...

—Lo siento —se disculpa. Lo miro con un cariz de confusión en mi rostro—. No volveré a acercarme a ti de esa manera. Bien... lo intentaré, al menos. —Su voz denota visos de arrepentimiento, aunque también de rabia y pesar—. ¿Que hay con esa sonrisa? Si te alegras, que no se note tanto —bufa ofendido.

—¡Ah, no es lo que crees! M-Me ha gustado... que me toques... —Uf, no puedo creer que acabo de decirle eso—. Es solo que... das miedo. —Diablos, voy de mal en peor—. ¡E-Es decir...! Siempre estas con esa cara... de lobo solitario. Pero eres distinto a lo que demuestras.

Su sonrisa regresa, convirtiendo el hilo de mis pensamientos en una lluvia de estrellas, brillante y cautivadora.

—Ya me estabas asustando. Me llamas feo, cerdo y ahora aterrador... casi destruyes mi autoestima.

—¡Jamás te he llamado feo! —protesto enfurruñado—. ¡No tergiverses lo que quiero decir! ¡O-Oye! ¡Deja de reírte de mí!

—No me estoy riendo de ti —replica, claramente aguantando la risa. Si continúa enseñándome ese hoyuelo me tendrá saltando a su yugular en un sucinto segundo. Y a otros sitios que me apetecen mucho más...—. No hay manera de que sea rudo contigo. Me derrites de mil maneras...

El calor rojo del azoramiento retorna a mi rostro para quedarse, pero trae consigo sentires hermosos que desbocan mi ritmo cardíaco.

—Eres cruel... —se queja, resollando con fuerza—. Si continuas reaccionando así, definitivamente te marcaré.

Pongo los ojos como platos, recayendo en el acoquinamiento.

—¡¿Q-Qué?!

¿Marcarme qué? Imagino a Hitoshi atizando mi trasero con una yerra en forma de H y me estremezco.

Mi compañero se levanta, estirando los brazos perezosamente. La imagen de la tirantez de su espalda fibrosa hace que me pregunte qué demonios hago hecho un bollo en el suelo y no dejándole arañazos en esa piel de bronce.

—Te acompaño a tu habitación. Debo ir a comprobar que Eijiro no esté follando en mi cama.

—¡¿Follando?! —grito, probablemente espantando a varias bandadas de cuervos a las afueras del edificio.

—¿Siempre te sorprendes así ante temas sexuales? —Agacho la cabeza, clásicamente avergonzado, porque la respuesta es —. Ojalá pueda demostrarte algún día lo que te pierdes por miedo.

Tomo la mano que me tiende, dándole mil vueltas a lo que acaba de decir. Si lo que quería lograr era hacerme morir de la intriga y el deseo, lo está consiguiendo.

Ya de pie, me apresuro a enfundarme la camisa, que toda arrugada yace al lado de una de las patas de la cama. De soslayo avizoro a Hitoshi en la misma labor, vedándole a mis ojos el arte de su cuerpo. Cojo la chaqueta, que también se halla tirada por ahí, y arreglo la cama de Ochaco antes de dirigirme a la puerta.

—Izuku... espera.

Me volteo con la interrogación en mi expresión, reparando en la contraria un tinte de inquietud.

—¿Qué sucede? —inquiero, siguiendo la dirección de sus orbes hasta dar con mi entrepierna.

Podría morir ahora mismo si no fuese porque la magia me condena a una relativa eternidad. Hay una enorme mancha de humedad en mi pantalón, desde mi zona íntima hasta poco más arriba de mis rodillas.

Abro la boca impresionado, atemorizado y apenado en extremo.

—¡Y-Yo... no me he orinado! —Mi voz tiembla por la maraña de ideas catastróficas que se me cruzan por la cabeza—. No sé por qué... no sé qué me sucede. Debe ser por mi mala salud... ¡lo siento!

Necesito desaparecer en este mismo instante y no regresar hasta obtener un cuerpo nuevo. No pido músculos, ni altura, ni ningún otro detalle estético. ¡Solo quiero ser normal! ¡Dejar de ser un híbrido ominoso!

Me tapo como puedo sin encontrar una manera digna de mirar a mi compañero. Inevitablemente me entraran ganas de llorar por la embarazosa situación. Mi primer lágrima es atajada por el índice de Hitoshi, quien no me deja continuar balbuceando disculpas e intentos fallidos de explicación.

—Tranquilo, pequeño. Nada malo sucede contigo. —Su mano asciende hasta mi cabello para peinarlo en una suave caricia, redimiéndome con ello de una buena parte de mi zozobra.

Bato mi cabeza hacia ambos lados, incapaz de verle lo "positivo" o "natural" a la circunstancia.

—Te dije que soy raro... siento que hayas tenido que verme así.

Mi frase acaba siendo parte de un sollozo lastimero.

—Hey... escúchame. —La elevación de su tono refrena mis quejidos. Lo miro a los ojos para complacerlo—. Te prometo que no estás enfermo. Tampoco eres raro o desagradable como piensas. De hecho... verte así me vuelve loco.

Su aroma está cargado de notas dulces, penetrantes y seductoras, como si estuviese confirmando sus palabras.

—Pero... a nadie más le sucede esto...

—Que tu trasero se lubrique es sano y normal, Izuku —suelta sin rodeos. Otro secreto que desentierra con facilidad.

Gesticulo, buscando que las palabras fluyan en lugar de estancarse en mi garganta.

—Entonces... ¿les sucede lo mismo a... a los humanos?

Sin contestar a mi pregunta, me aúpa en sus brazos y lanzo un gritito de sorpresa. Se mete conmigo al baño y luego a la ducha, mas no adivino sus intenciones hasta que una lluvia de agua fría nos empapa el cabello, la piel y la ropa. Doy una bocanada de aire por el violento choque entre mi alta temperatura corporal y la gélida de las gotas, que se llevan los vestigios de sudor y placer.

—¡Está helada! —chillo, buscando refugio en su piel caliente. Enrosco mis brazos en su cuello, percibiendo la fantástica vibración de su risa.

—Justo lo que necesitaba —suspira con un retintín hilarante. No sé si se refiere a la ducha o a mi abrazo, pero como no puedo permitirme la esperanza, me decanto por la primera opción.

Hitoshi me deposita con cuidado en el suelo de cerámica blanca pero deja ambas manos en mi cintura. Para prevenir que me dé un hostiazo, imagino.

Su cabello le enmarca el rostro hasta los hombros, aplastado por el peso del agua. Luce tan extraño sin los pelos parados que linda lo cómico y me despierta una carcajada medicinal.

—Pasaré por alto que te estas burlando de mi cabello.

—Joder, ¿acaso lees mentes o algo por el estilo?

—Algo por el estilo.

—Acabo de confirmar que das miedo —declaro, extrañado pero divertido. Siempre está la posibilidad de encontrarse con brujos o hechiceros que controlan la mente con su parapsicología. Hitoshi tiene más ribetes de brujo que de humano corriente a decir verdad.

—No soy un brujo.

Mi sonrisa se desvanece por la impresión.

—¡¿Qué demonios?! ¡Eres un brujo!

—No te escandalices, chiquitín —dice con sorna—. Solo intuyo lo que piensas.

Lo escruto con el ceño matizado de reticencia. Lo dejaré pasar, solo por hoy, porque sus manos en mi cadera me producen sensaciones que merecen toda mi atención. Por poco no rodea mi cintura en todo su perímetro con sus largas falanges.

—Tus manos son muy grandes —señalo. Y me gustan muchísimo.

—Son para tocarte mejor.

Agradezco que el agua mantenga a raya el rubor en mis pómulos. Sin embargo, mi alivio momentáneo se fue a su puta madre cuando la puerta del baño se abre de golpe, dejando a la vista a una Tsuyu desconcertada. Lleva el uniforme y una lata de refresco en la mano, desmantelando la vil mentira de Ochaco.

Nos contempla con curiosidad, deteniendo sus ojos negros en las enormes manos de Hitoshi en mis curvas. Mis piernas brincan automáticamente, sobresaltado como si me hubieran pescado in fraganti.

—¡T-Tsuyu! —grito en tanto una retahíla de insultos hacia mi amiga embustera danza por mi cabeza.

Y gracias a mi movimiento incauto y desesperado por apartarme de la escena del crimen, me resbalo. La gravedad me envía directo a un hostiazo seguro, ese que Hitoshi quiere evitar. El humano atina a salvar mi vida y mi —inexistente— orgullo al rodearme por la cintura con el brazo, pero mi estúpido instinto de supervivencia ya me había instado a coger la cortina de la ducha para utilizarla como sostén.

Evidentemente, un sostén tan endeble no soportaría un jalón de tales magnitudes. La barra se descuelga y aterriza en la nuca de mi compañero, culminando la eventualidad con un castañazo doble y agravado por una barra asesina.

Adolorido por el golpe y aún tendido en el suelo, me desembarazo de la cortina con la que me estoy enredando, perturbado por la posible muerte de mi compañero. Suspiro al verlo vivo y coleando, de rodillas a mi lado mientras se soba el cuello.

Uhm... ¿se encuentran bien? —indaga la vampira—. Lamento no haber golpeado. Oí el agua de la ducha corriendo y me pareció extraño, pues hace un momento vi a Ochaco caminando con un chico pelirrojo en dirección al ala A. No esperaba encontrar gente aquí...

—Casi muero desnucado, pero estoy bien —asegura Hitoshi. Para mi asombro, sonríe con donaire.

Vale, recibir un palazo es súper divertido, ¿verdad?

—Lo siento... —musito por enésima vez.

—Los dejaré a solas. Sigan en lo que estaban, no molestaré. Tengo que ir a hacer algunas cosas...

Tsuyu se apresura en desaparecer, cerrando la puerta tras sí. El sonido constante del agua que aún cae desde la flor de la ducha acompaña nuestro silencio. No es incómodo, solo... singular. Insólito como los acontecimientos recientes, como el contacto extraordinario entre nuestras pieles y nuestros aromas fundiéndose en un perfume afrodisíaco.

—Vale... arreglemos esto y salgamos de aquí —dice, recogiendo la barra que atentó contra su vida para reacomodarla en su sitio.

Me levanto del suelo con dos kilos extra por la ropa mojada para ayudar a la causa. Al menos la mancha bochornosa en mi entrepierna se ha difuminado.

La idea de Hitoshi no fue tan mala después de todo. Experimento un hormigueo naciente en el pecho, el cual habla de mis ganas peligrosas de zambullirme en el esoterismo de Hitoshi para conocer y ejecutar todas sus ideas inusitadas.

Caminamos hasta nuestros dormitorios sin pasar desapercibidos. Los ojos de lince de los estudiantes que nos cruzamos siguen nuestros pasos como si estuviesen imantados. No es de extrañar. Vamos completamente calados y las prendas se adhieren de una forma espectacular al cuerpazo de mi compañero. Apuesto a que a nadie le molestaría verlo mojado todos los días. Gracias a Nyx no nos topamos ni con Shoto ni con Kacchan, por lo que me libero de tener que brindar excusas estúpidas que ninguno de los dos se tragaría.

Una vez llegamos a nuestra ala, otro aroma familiar, fuerte y dulce, se cuela por mis fosas nasales. En el cuarto piso se torna mucho más penetrante, al punto de exaltarme... y calentarme. Por el rabillo del ojo capto a Hitoshi arrugando la nariz. Él también lo olfatea.

—Será mejor que enciendas un sahumerio y... no te acerques a mi cuarto —conmina cuando llegamos a mi cuarto.

—¿Sahumerio? ¿Por qué? No tengo sahumerios. ¡Pero tengo palo santo! Aunque me hace estornudar mucho...

—Ya lo creo... —manifiesta con otra mueca de desagrado—. Solo hazme caso, ¿sí?

—¿Pero por qué no puedo acercarme a tu habitación? —insisto.

Me observa durante algunos segundos en los que parece estar debatiendo en su fuero interno.

—Porque si lo haces te follaré. Sé un buen cachorrito y ve a dormir. Y enciende ese palo de mierda.

Hago un puchero en reproche, ahora con más incógnitas atiborrándome. No obstante, quiero demostrarle a Hitoshi que soy un buen cachorrito, por lo que asiento con la cabeza y abro la puerta para encuevarme obedientemente en mi cuarto.

—¿Kiri... está haciendo eso?

Hitoshi se detiene en la habitación contigua y en su rostro idílico se asoma una sonrisa.

—Sí.

Me sonrojo.

—¿Quieres pasar? Supongo que no irás a tu dormitorio...

—No es una buena idea —espeta, reanudando su camino hasta las escaleras.

Baja un escalón y se voltea hacia mí. El calor que me agita crece en una onda expansiva mientras me sumerjo en el profundo rosa-púrpura de sus orbes.

—Cuídate.

Dicho esto, aparta su mirada rocambolesca y continúa descendiendo por los escalones hasta desaparecer. Sus palabras me llenan de una calidez distinta, más amena y menos arrebatadora.

Cierto... un estudiante acaba de morir. Lo había olvidado. Es interesante la manera en que Hitoshi logra hacerse un lugar en mi cabeza, un espacio tan grande que hasta de mis recuerdos me despoja.

Una vez encerrado en mi zona de confort, me doy un baño antes de acostarme. Estoy jodidamente cansado. Es agotador luchar contra mis instintos, especialmente luego de haber pasado tanto tiempo a prueba bajo las caricias de ese humano.

Enciendo el palo santo luego de mi ducha, acatando las instrucciones de Hitoshi y estornudo diecisiete veces. El humo es tan intenso y áspero que cubre aquel otro olor que me causa sofocones.

—Ah... debo tomar la medicina... —me recuerdo.

Dos segundos después, oigo un siseo a mis espaldas, similar al bufido de un gato. Un repeluzno trepa por mi columna.

Me giro abruptamente y suelto el palo santo. Frente a mí, a solo un par de metros, Hanta Sero se encuentra de pie con una costura sanguinolenta a la mitad del cuello y el uniforme manchado con su propia sangre.

Reculo en alerta roja. En un principio deduzco que viene a cobrárselas por lo sucedido en el comedor, pero me lo replanteo cuando observo un par de cuencas negras allí donde deberían estar sus ojos.

El vampiro, o lo que sea que fuese, sigue emitiendo esos sonidos espantosos que me ponen los pelos de punta.

—¿Hanta? ¿Qué sucede? ¿Qué... haces aquí?

En lugar de pronunciar una respuesta coherente, Hanta rechina los dientes, gruñe y chilla de una forma horrísona. Sus piernas avanzan hacia mí en un movimiento enrarecido, rígido y forzado. Trastabillo hacia atrás con el corazón en la boca, preparando mis puños para darle otra zurra si la situación lo amerita. Me quedo tieso cuando Hanta se frena de repente y lanza más bufidos, mostrándome su dentadura filuda. En un veloz análisis de la situación, me percato de la posibilidad de que el palo santo le estuviese obstaculizando sus fines. Retazos sinuosos de humo se elevan desde el trozo de madera que se quema en el suelo, entre medio de ambos. El vampiro denota repulsa y se revuelve enardecido.

En cuanto a mí, no consigo relajar mi gesto contorsionado por la impresión. ¿Qué diablos con ese aspecto siniestro? Aspiro todo el aire necesario para, de un movimiento fugaz, agacharme y recoger la maderita sagrada para confirmar mi hipótesis. Aprovechando el desconcierto de Hanta por mi agilidad inesperada, me incorporo con la misma rapidez y le aproximo el palo ardiente a su macabra cara.

Retrocede lanzando otra serie de quejidos amenazantes.

—Ha-Hanta... dime qué demonios te sucede...

El vampiro continúa retrocediendo hasta toparse con la pared. Mi mano ha comenzado a temblar como los vibradores de Ochaco, pero no pienso dejar caer el palo santo ni por putas.

Realmente tengo que agradecerle a Hitoshi por la sugerencia de encender un sahumerio. Si es que Hanta no me descuartiza antes. Tengo la certeza de que ese es su deseo frustrado.

Aúno toda mi valentía para tratar de entablar una "conversación" con él, pero antes de que pudiese hacerlo, abre su boca y grazna con una voz espectral:

El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes de que venga el gran y espantoso día del Señor.

Sus palabras penetran hasta en mis huesos, poblándome de escalofríos. Para rematarla, el cabrón se mete al baño en dos zancadas.

La densidad de la atmósfera se aliviana en cuanto desaparece de mi vista.

—¿Hanta?

Silencio.

Mierda. ¡Ni drogado entraré allí! ¡Ni aunque me esté cagando!

Me muerdo con fuerza el labio, amedrentado hasta la punta de los dedos del pie, y camino con extrema lentitud hacia la puerta abierta del recinto. Por el resquicio solo se entrevé una oscuridad impenetrable.

No lo pienso ni un segundo más. Cambio mi trayectoria y salgo cagando leches de mi habitación, con el palo santo encendido en la mano, humeando todo el pasillo.

A veces uno tiene que obedecer a su instinto... y mi instinto grita que lo que acabo de presenciar es un gran y considerable mal augurio.

Espero que Toshinori esté despierto para recibirme en su habitación.

Joder... olvidé mi medicina.

Otra vez.




☾ ☾ ☾

Yo también hubiese salido cagando de mi habitación si se me aparecía un bicho así jajajajajaj

Qué tal bebis? Qué creen que está pasando? Quieren más ShinDeku o tododeku?

Espero que les haya gustado el cap ✨💜

«El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes de que venga el gran y espantoso día del Señor» aparece en la biblia, específicamente en Joel 2:31

✨ Hasta el próximo ✨

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