XXV. Reuniones familiares

Observé la máscara que cubría su rostro y me pregunté a qué se debía. No sabía qué había hecho para acabar allí y por qué su existencia parecía ser tan secreta; la chica avanzó unos pasos más hasta que quedamos a una poca distancia la una de la otra. Sus ojos me tenían hipnotizada, ya que eran idénticos a los míos.

La mujer se llevó ambas manos hacia la máscara que llevaba y la palpó con cuidado.

-Ayúdame a quitarme esto –me pidió y parecía realmente ansiosa por ello-. Llevo demasiado tiempo conviviendo con esto.

Entrecerré los ojos.

-¿Por qué llevas eso puesto? –quise saber, con demasiada curiosidad.

Estábamos encerradas allí abajo y, hasta que Admes o alguien decidiera sacarnos de allí, teníamos tiempo suficiente para que pudiera encontrar una respuesta a ese misterio; la chica siguió palpándose la máscara, buscando cualquier resquicio que pudiera usar para quitársela.

Se le escapó un bufido de frustración al no lograrlo.

-Para que nadie supiera quién soy –respondió y su voz bajó hasta convertirse casi en un susurro-. En el pasado hice algo... algo que nos puso en peligro. Pero yo... ninguno de los dos sabíamos que alguien más sabía nuestro secreto...

No entendí lo que quería decirme con esas frases inconexas, así que me centré en quitarle la máscara. No podía imaginarme el tormento que debía haberle supuesto acabar en una celda escondida como si fuera una criminal y con esa horrible máscara puesta encima.

Busqué la ranura donde se unían ambas caras de la máscara e hinqué las uñas allí. Ella me imitó y ambas tiramos con fuerza, tratando de abrirla; después de varios intentos infructuosos y con las uñas completamente destrozadas, logramos que se abriera con un chirrido que demostraba lo oxidada que debía estar por dentro.

Retrocedí unos pasos mientras la chica se retiraba la máscara y dejaba escapar un largo suspiro de alivio.

A mí, por el contrario, se me escapó un grito de horror.

La chica tenía el cabello rubio platino como yo, pero su rostro estaba demasiado demacrado y delgado, como si no se hubiera alimentado correctamente en mucho tiempo; sus ojos, demasiado grandes para un rostro demasiado delgado, me observaban con igual sorpresa que yo a ella.

Por muy delgada que estuviera, ese rostro era inconfundible.

-Lyllea –gimió.

-Odina –dije yo al mismo tiempo, llevándome ambas manos a la boca.

Mi hermana, o lo que quedaba de ella, se tapó la cara con las manos, tratando de ocultar su rostro que había sido maltratado durante aquellos años que había estado encerrada en aquel inhóspito lugar; todo mi cuerpo se había quedado entumecido por semejante reencuentro, con una persona a la que todos habíamos creído muerta mucho tiempo atrás.

Mi hermana Odina había muerto porque alguien había descubierto su relación con un vampiro, con un príncipe vampiro; recordé entonces las palabras de la bruja que había asesinado Aiden por no haber encontrado el espíritu de Odina para que éste pudiera introducirse en mi cuerpo. Por ese mismo motivo la bruja no había podido cumplir con su cometido: Odina siempre había estado viva, allí encerrada.

Lo que no lograba entender era cómo era posible. Qué había sucedido.

-Tú... tú estabas... muerta –balbuceé-. Trajeron tu cuerpo completamente calcinado...

Odina se destapó la cara y me observó largamente.

-Como puedes comprobar estoy vivita y coleando –respondió ella, recuperando su antiguo sarcasmo-. Me temo que alguien creía que yo les era más útil viva que muerta.

La miré sin comprender. Ahora que la tenía delante de mí, viva, podría exponerle todas mis dudas; me parecía demasiado irónico que yo también estuviera repitiendo su misma historia. ¿Qué pensaría de mí? ¿Me apoyaría?

-¿Por qué, Odina? –pregunté, apoyándome en la pared para mantener el equilibrio-. Lo dejaste todo por... por un vampiro.

Odina puso una mueca cuando escuchó la palabra «vampiro».

-Estaba enamorada, Lyllea –me explicó-. Ese vampiro se convirtió en una parte fundamental de mi vida y, de volverme a poner en la misma situación, repetiría sin duda alguna. Aiden era... era todo lo que yo buscaba: era divertido, se arriesgaba en los momentos justos y, sobre todo, me quería. Ambos nos queríamos –añadió en voz baja.

Algo se retorció en mi estómago al escucharla. Recuperada ya de la sorpresa de saber que estaba viva y que siempre había sido la mordaz chica que no había dudado ni un segundo en meterse conmigo, seguía sorprendida por ver que los sentimientos que habían existido entre Aiden y Odina eran reales.

Era posible que un vampiro y un licántropo vivieran en paz y armonía.

Existía la posibilidad de que ambas razas pudieran enamorarse sin importar sus respectivas condiciones.

-¿Qué te sucedió, Odina? –pregunté, con un nudo en la garganta-. ¿Qué pasó ese día?

El rostro de mi hermana se ensombreció cuando hice mención al día en que todos nosotros creímos que Odina había muerto, el desencadenante de la guerra de desgastamiento que duraba hasta estos mismos días; aguardé pacientemente que Odina decidiera responderme por iniciativa propia.

Mi hermana se mordió el labio inferior.

-Aiden y yo teníamos pensado huir para poder establecernos en algún sitio cerca de la Ciudadela; nadie sospecharía de nosotros porque los humanos creían firmemente que los vampiros y los licántropos nos odiábamos y, cuando nos vieran, verían a una pareja normal y corriente. Sin embargo, tuve que adelantar los planes antes de tiempo... Yo, yo... yo me había quedado embarazada y tenía miedo de lo que podría sucederme si alguien se enterara de ello; papá y mamá, ni siquiera Daren, lo comprendería y no quería que le pasara nada a mi bebé –hizo una pausa para evaluar mi reacción. Yo estaba muda del asombro-. Le mandé una nota a Aiden pidiéndole que nos reuniéramos para poder explicarle nuestra nueva situación... -sus ojos se abrieron desmesuradamente al recordar lo que sucedió a continuación-. Pero allí no me esperaba Aiden, sino una vampira que me atacó sin motivo alguno y logró dejarme sin sentido; desperté en esta celda y la vampira se pasó en un par de ocasiones para comprobar que todo siguiera en orden. El paso de los meses hizo más que evidente mi embarazo y la vampira se asqueó cuando lo descubrió; esperó a que mi embarazo llegara a término y... -su voz se quebró, además de caer de rodillas-. Cogió a mi bebé y se lo llevó. La siguiente vez que vino a visitarme, poco después de dar a luz, para regodearse de mí... Me confesó todo lo que había hecho con mi bebé y yo enloquecí.

»Fue entonces cuando aquella vampira trajo consigo la máscara. Dijo que aquello me mantendría bajo control y me la puso; al parecer, está hecha de un tipo de aleación que tenía plata, lo que me impedía poder transformarme. Además, le ponía algún tipo de ungüento para que estuviera medio drogada.

»Con el tiempo, la vampira dejó de venir a visitarme y me dejó aquí olvidada... Sin embargo, hace poco vino a verme de nuevo; parecía preocupada por algo, como si creyera que yo había huido. Vino dando voces hasta aquí, acompañada de un vampiro de alto rango que la llamó Euphemia; cuando comprobó que seguía en mi celda, pareció calmarse y volvió a desaparecer.

Nos miramos fijamente durante unos segundos, con los ojos cargados de lágrimas. Me dolía el pecho fuertemente después de haber escuchado la desgarradora historia que había tenido que vivir mi hermana tras caer presa de los vampiros y todas las penurias que había tenido que soportar; no pude soportar más estar tan lejos de ella y crucé la distancia que nos separaba para poder abrazarla con fuerza.

Odina rompió en llanto y escondió su rostro entre las capas de ropa que llevaba. Me destrozó verla tan hundida al recordar su pasado. ¿Estaría destinada yo a seguir sus mismos pasos?

-¿Aiden...? ¿Crees que Aiden lo sabía? –tuve que rectificar mi pregunta.

-No lo sé –respondió con voz trémula-. Pero él no hubiera dejado que me pasara nada de esto.

Me mordí la lengua y evité contarle todo lo que había hecho Aiden, tratando de recuperarla; me pregunté qué pensaría Aiden si supiera que Odina seguía viva y todo lo que le había sucedido en estos años.

-Tenemos que salir de aquí, Odina –le dije-. Tenemos que encontrar a Aiden...

Odina me miró fijamente, asombrada por la calma y tranquilidad con la que me había referido al vampiro. Era posible que el vampiro no fuera santo de mi devoción, pero no podía obviar que tanto mi hermana como él tenían el uno hacia el otro unos sentimientos fuertes y reales.

No pude evitar sentir una pizca de envidia por ellos dos.

-¿Cómo has terminado aquí? –preguntó entonces Odina, entornando los ojos.

Su drástico cambio de tema y del hecho que no sabía cómo iba a responderle hicieron que el corazón comenzara a latirme con fuerza; Odina se separó de mí y me observó con atención.

-¿Lyllea? –inquirió mi hermana.

Desvié la mirada.

-Un vampiro me ayudó –le confesé a regañadientes, sin querer desvelar nada más.

Los ojos de mi hermana se abrieron desmesuradamente y me observó con una mezcla de horror y fascinación; noté que mis mejillas comenzaban a arder debido a todo lo que me había callado, pero no estaba dispuesta a hablar de mis temas con Admes por temor a que Odina me juzgara.

-Tenemos que salir de aquí –insistí, deseando que dejáramos el tema-. Los humanos han decidido atacar tanto a vampiros como a licántropos. En estos mismos momentos...

«En estos mismos momentos, Admes podría estar muerto», dijo una voz insidiosa dentro de mi cabeza. Me vi incapaz de terminar la frase debido al nudo que se había formado en mi garganta ante la posibilidad de que el cuerpo de Admes estuviera ardiendo en cualquier pira o por ahí, desmembrado.

Odina debió intuir que algo me pasaba, pero no insistió.

-Si nos transformamos quizá tendremos alguna posibilidad de echar la puerta abajo –opinó, con ánimos renovados.

Dicho esto, echó la cabeza hacia atrás y su cuerpo empezó a temblar, dando comienzo su transformación; la contemplé en silencio, boquiabierta, hasta que Odina se dejó caer sobre sus cuatro patas.

Al igual que yo, Odina era una perfecta ejemplar de loba albina.

Los ojos de mi hermana me observaron y un brillo de urgencia hizo que buscara desesperadamente a mi lobo en mi interior para poder transformarme; apreté los dientes con fuerza, aún no acostumbrada a los dolores que acompañaban a la transformación, pero ésta no duró mucho.

Sacudí mi cabeza y contuve las ganas de aullar de alegría. Odina se dirigió entonces hacia las escaleras que ascendían a la puerta y me miró por encima del lomo para que la siguiera; obedecí en silencio y contemplé la puerta cerrada con un gesto de desconsuelo. Odina había dicho que podíamos tirarla abajo pero ¿qué pasaría si eso no funcionaba? ¿Cómo íbamos a lograr salir?

Tenemos que empujar con toda nuestra fuerza, Lyllea, me explicó mi hermana, con los ojos clavados en la puerta.

Odina fue la encargada de dar la señal y, cuando lo hizo, intenté echar todo mi peso contra la madera. A mi lado, escuché a Odina jadear por el esfuerzo que había supuesto su transformación y empujar; imprimí más fuerza, pero la puerta crujía simplemente, sin moverse.

Mi hermana me pidió que parara y, mientras recuperábamos el aliento, fuimos conscientes de los gritos que parecían escucharse al otro lado; nos miramos unos segundos al entender qué significaba eso: que la lucha parecía haberse extendido hasta allí abajo.

¿Y si probamos a tomar carrerilla?, le propuse a mi hermana. La desesperación de seguir allí encerrada un segundo más me ponía enferma, por no hablar de los recuerdos que había despertado después de haberlos mantenido tanto tiempo a raya.

Odina asintió y retrocedimos unos pasos para, después, chocar brutalmente contra la madera. Tuvimos que repetirlo varias veces hasta que, finalmente, los goznes no pudieron soportar más los golpes y la puerta se abrió con estrépito; dejé a mi hermana que recuperara de nuevo el aliento mientras yo me asomaba tímidamente fuera para comprobar cómo estaba la situación.

En aquella planta, cuyas celdas estaban todas vacías, parecía estar desierta; le informé a Odina de ello y salimos de allí. Avanzamos por el pasillo con el oído centrado en buscar cualquier sonido que indicara peligro y mi hermana dejó escapar un largo suspiro; en el piso de arriba, no obstante, nos esperaban un nutrido grupo de humanos, vampiros e, incluso, licántropos.

Escuché en mi cabeza a mi hermana maldecir y yo quise huir de allí. Los humanos trataban de deshacerse de los vampiros y licántropos mientras éstos se defendían como bien podían; era la primera vez que veía que las dos razas no trataban de matarse mutuamente y que, de una fuerza nacida por la desesperación, parecían ir sacándoles ventaja.

No te enfrentes a ellos hasta que no sea necesario, me recomendó mi hermana, lanzándose de cabeza hacia ese grupo. La seguí con el corazón en un enorme puño y me quedé sorprendida cuando los vampiros nos ignoraban por completo y los licántropos, a pesar de no conocernos, trataban de limpiarnos el camino de aquellos humanos.

Conseguimos alcanzar la planta baja del castillo ilesas y nos quedamos mudas de horror ante la carnicería en la que se había convertido aquella incursión en el castillo; los vampiros no llevaban todas las de ganar y, por si fuera poco, había algunos licántropos allí que no hacían más que entorpecer.

Ha habido una sublevación en las minas de plata, me informó Odina mientras atravesábamos como una exhalación aquella planta esquivando cuerpos y pequeños fuegos en dirección a la salida.

De repente, un grupo de humanos nos salió al paso, enarbolando sus armas y cortándonos la retirada. Mi hermana frenó bruscamente y yo la imité; jamás había tenido que enfrentarme a nadie y sabía que todo aquello era a vida o muerte. Planté mis patas en el suelo y me incliné, esperando a que hicieran el primer movimiento.

Solamente eran cuatro humanos, armados hasta los dientes, lo que no nos supondría muchos problemas; uno de ellos, cansado de esperar, se abalanzó hacia mí y yo traté de esquivarlo. Me aferró por el pelaje y trató de hundirme la daga que llevaba en la mano libre; giré la cabeza en un movimiento reflejo y le hinqué los dientes en el brazo, provocando que soltara el arma y dejara escapar un alarido de dolor.

Me despisté unos segundos echándole un vistazo a mi hermana Odina, que se desenvolvía mejor contra sus dos contrincantes que yo. Conseguí desembarazarme del humano al que había herido y me dirigí hacia el otro, que estaba sacando una flecha del carcaj que llevaba a la espalda; salté sobre él, provocando que su cuerpo cayera al suelo, aplastado bajo mi peso.

Lo que iba a hacer a continuación era nauseabundo, pero era necesario. Me centré en ese único pensamiento: de no hacerlo, era muy posible que fuera yo la que acabara muerta; después abrí la boca y hundí mis dientes en el cuello del humano, desgarrando su piel y arrancándole un grito ahogado que no tardó en apagarse.

Algo me golpeó por la espalda y mi cuerpo se cayó hacia un lado; ladeé la cabeza hacia la persona que me había atacado y comprobé que era el humano al que había atacado antes. Me sorprendió el odio con el que me contemplaba.

-Maldito monstruo –masculló, levantando de nuevo el objeto con el que me había golpeado.

Aguardé el golpe cuando mi hermana apareció de la nada y se encargó del humano. Todo el cuerpo me temblaba y estaba cubierta de sangre; Odina me miró con compasión y reanudamos la marcha. Observé que mi hermana cojeaba, pero ella no hizo mención alguna a su herida.

Conseguimos salir hasta la parte trasera del castillo sin toparnos con ningún grupo de humanos que nos cerrara el paso; arrugué el hocico cuando me llegó un aroma de carne quemada y mis oídos captaron los gritos agónicos. Me puse tensa ante la posibilidad de que Admes hubiera caído.

El bosque me parece una zona segura, comenzó a explicarme mi hermana Odina; no pude evitar mirarla fijamente al escucharla sonar tan cansada. Allí hay cuevas naturales que podrán servirnos de refugio.

Asentí con un solo movimiento de cabeza e imprimí más celeridad a mis pasos; nos quedaríamos por la zona y, después de que las cosas se tranquilizaran, saldría para buscar a Admes. El resto era un completo misterio incluso para mí.

No sabía cómo iba a encontrar mi mundo después de aquella cruenta batalla; no sabía si iba a encontrar a mi familia, si podría regresar a casa y suplicar el perdón de mis padres; ni siquiera estaba segura de si podríamos sobrevivir.

Todo mi mundo se estaba desmoronando sobre sus cimientos.

No pienses en eso, Lyllea, me recomendó mi hermana, que parecía haber escuchado mis pensamientos. Saldremos de ésta, como siempre hacemos.

El cansancio empezó a hacerse presente cuando logramos encontrar un pequeño recoveco en la muralla para poder salir a la seguridad del bosque; allí comprobamos que los humanos también habían incendiado alguna parte. Odina parecía ser dónde dirigirnos y me guiaba hacia algún punto que solamente ella conocía.

Relajó el ritmo hasta detenerse en un pequeño claro que conducía a una cueva que tenía aspecto de ser profunda.

Pero una vampira apareció de la nada y cayó elegantemente en mitad del claro; sus ojos oscuros nos observaban con animadversión y, a mi lado, Odina dejó escapar un gruñido bajo de aviso.

La vampira recién llegada negó varias veces con una sonrisa en el rostro.

-Me has dado muchos quebraderos de cabeza, Odina –la regañó-. Quizá tendría que haberte matado, de todos modos.

Euphemia, gruñó mi hermana, reconociendo a la mujer que había sido la causante de todo el sufrimiento que había tenido que vivir.

Miré a la vampira fijamente, evaluándola con la mirada. Era bella, sin duda alguna, pero ese rostro tan angelical poseía una belleza cruel, al igual que sus intenciones; cualquiera que se cruzara con ella por primera vez no pensaría jamás que una criatura tan extraordinariamente dulce como ella pudiera contener en su interior tanto veneno y maldad.

La aludida sonrió.

-¿No vas a transformarte en humana para que podamos hablar? –preguntó con un edulcorado tono adulador-. No hagas que me confunda al matar a tu amiga... ¿O ya os habéis puesto al día?

Miré a mi hermana, esperando que me indicara qué debía hacer ahora. La sangre me hervía al tener delante de mí a la persona que había maquinado todo lo que le había pasado a mi hermana; Odina no había sido culpable de haberse enamorado de Aiden y aquella vampira se había encargado de borrar del mapa a mi hermana, haciéndonos creer a todos, incluido Aiden, de que había muerto.

Escuché un gemido ahogado y vi que mi hermana había regresado a su cuerpo humano; tenía la vista clavada en el rostro de Euphemia y no parecía darle importancia alguna al hecho de que estaba completamente desnuda... y herida. A pesar de su más que evidente estado de desnutrición y poca energía, podía notar las ansias que tenía Odina por hacerle pagar a esa criatura traicionera todo el daño que le había causado.

Temblaba de ira mientras que la sonrisa de Euphemia se hizo muchísimo más amplia.

-Eso está mucho mejor –canturreó la vampira, deleitándose.

-¿Has abandonado a tu propia familia para venir a por mí, Euphie? –le preguntó Odina, con la mandíbula tensa-. Me parece vergonzoso que dejes en la estacada a las personas que te han hecho quién eres por algo tan mísero... ¿No has tenido suficiente conmigo?

El rostro encantador de Euphemia se contrajo en una mueca de enfado al escuchar las duras acusaciones que le había lanzado mi hermana. Cualquier rastro de falsa amabilidad había desaparecido, dejando ver su verdadero yo interior.

-Quizá debía haberte matado –replicó la vampira, sin responder a las preguntas de Odina-. Después de todo, fuiste un error de Aiden que nos puso a todos en peligro. Vuestra inconsciencia y ganas de jugar fueron demasiado lejos.

Supe que había tocado un tema sensible cuando mi hermana contrajo su rostro en un gesto de ira. Pero consiguió mantener el control, manteniendo así su forma humana.

-Nos queríamos, Euphemia –declaró Odina con seguridad-. El bebé que asesinaste a sangre fría fue la prueba. ¿Acaso es eso? –comprendió mi hermana entonces-. ¿Fue por eso por lo que me odias tanto, por lo que hiciste todo eso?

Miré a mi hermana, incapaz de seguir la línea de pensamiento. El rostro de Euphemia, por el contrario, se ensombreció más, dándole la respuesta que tanto ansiaba por conocer mi hermana.

-¡Vosotros jamás debíais haberos conocido! –estalló la vampira-. Un vampiro cayendo tan bajo con el enemigo... Aiden estaba destinado a otra persona, alguien que sí estuviera a su nivel; vuestra aventura fue un duro golpe para nuestro padre y para nuestra familia. Sin embargo, mi padre y yo conseguimos mantener en silencio la parte de tu... embarazo.

La verdad me golpeó como una maza: aquella vampira, Euphemia, era una de las hermanas de las que me había hablado Admes en una ocasión; recuerdo que me dijo lo mucho que las amaba y lo que haría por ellas. Me pareció repugnante que alguien como Admes pudiera defender y morir por una criatura como Euphemia.

No pude evitar soltar un gruñido.

-Calma, Lyllea –me convino Odina, sin mirarme.

Los ojos de Euphemia, por el contrario, sí que se clavaron en mí con un brillo de curiosidad y comprensión.

-Entonces fuiste tú la persona a la que vi –dijo para sí misma-. Creí que alguno de mis hermanos había descubierto el secreto de mi padre y el mío propio, sacándote de tu celda... pero no. Era tu hermana menor –sus ojos me contemplaron con desprecio-. La pequeña loba que se encargó de poner a sus pies a Admes, repitiendo la historia.

Odina se giró hacia mí con un gesto de sorpresa. Yo no le había hablado de mi historia con Admes, ni siquiera le había podido hablar de mis sentimientos contradictorios que habían despertado en mí Admes y Oren, además de la decisión que había tomado al respecto; los ojos azules de mi hermana me observaron con pesar y comprensión, pues ella también se había visto en mi mismo lugar tiempo atrás.

Sin embargo, aquel gesto, el hecho de darle la espalda a Euphemia, fue un completo error: la vampira aprovechó el despiste de mi hermana para abalanzarse sobre ella; mi cuerpo se movió por sí solo, poniéndose en el trayecto de Euphemia para recibirla con las fauces abiertas y evitando que la vampira pudiera alcanzar a Odina. El impacto contra su cuerpo fue brutal; salimos ambas despedidas por el suelo, siendo arrastradas por la fuerza del impacto hacia un tronco, donde chocamos contra él.

Sacudí la cabeza, tratando de despejarme y poniéndome de nuevo en guardia; Euphemia me enseñó los colmillos y lanzó sus manos hacia mi cuello, dispuesta a partírmelo. Se me escapó un gemido de horror cuando sus manos se cerraron en torno a mi cuello, privándome del aire.

Me revolví con energía, tratando de sacudirme de encima a la vampira, que imprimió más fuerza a su estrangulamiento; conseguí quitármela con un zarpazo directo a su hermoso rostro. Euphemia gimió de rabia y se apartó unos centímetros, tratando de evaluar una herida que pronto se le cerró; sus ojos llameaban con odio.

Trató de llegar hacia mi cuello, pero Odina apareció de la nada y aferró a Euphemia por su perfecto cabello castaño.

-No voy a permitirte que le pongas una mano encima a mi hermana menor, Euphemia –le advirtió Odina, tirando de la vampira.

Euphemia se revolvió, chillando y sacudiendo los brazos al aire, tratando de liberarse. Inspiré en varias ocasiones, llenando de oxígeno de nuevo a mis pulmones; me quedé un tanto perpleja, sin saber muy bien cómo actuar, mientras que Odina había pasado a golpear salvajemente a Euphemia en la cara.

-¡Esto es por todo el daño que me has causado, maldita sea! –gritaba mi hermana, fuera de sí-. ¡Por mi bebé y por Aiden!

Un segundo después, en un momento de descuido de mi hermana, Euphemia lanzó su brazo hacia delante, directo al cuerpo de mi hermana; ni siquiera me dio tiempo a avisarle de ello, ya que el brazo de la vampira se hundió limpiamente en el pecho de mi hermana. Los ojos de Odina se abrieron desmesuradamente debido a la sorpresa y miró a una Euphemia triunfal; después, su cuerpo cayó pesadamente al suelo, entre convulsiones.

Euphemia se puso en pie, cubierta de sangre y me observó con burla; se llevó los dedos ensangrentados a la boca y los chupó uno a uno con deleite, burlándose de mí.

Algo en mi interior estalló. Toda mi visión se había vuelto completamente negra y mi mirada únicamente enfocaba un solo punto: Euphemia; unas ganas asesinas me instaban a que la hiciera pedazos. A que la destrozara.

Y eso hice.

Mi cuerpo volvió a ponerse en marcha como si estuviera en piloto automático y Euphemia me recibió con un brillo de macabra alegría en sus ojos castaños; volvimos a chocar como la primera vez pero, en esta ocasión, estaba preparada: abrí las fauces y busqué el cuello de la vampira. Ella me respondió con un bofetón que me hizo aullar de dolor y escupir mi propia sangre; Euphemia trató de volver a asfixiarme, pero yo me defendí con un nuevo zarpazo.

Tuvimos que separarnos para poder recuperar el aliento. Evalué a mi enemiga con actitud crítica, buscando una forma de vencerla: era una criatura escurridiza y veloz, que buscaba cualquier hueco para poder atacar.

Si trataba de hacerlo frente a frente, mis posibilidades eran casi nulas.

Euphemia no tardó en volver hacia mí, dispuesta a dar por zanjada allí la pelea. La recibí con las fauces abiertas y la vampira fintó, tratando de despistarme; la observé por el rabillo del ojo rodeándome, buscando un punto ciego.

Alcé mis patas traseras y la golpeé con fuerza en el estómago, lanzándola contra la pared de piedra de la cueva; aquello pareció confundirla unos segundos que aproveché para aplacarla con todo mi peso, dejándola más fuera de juego aún. Observé sus comisuras manchadas de sangre reseca y su rostro marmóreo perfecto; me recordé que, aunque fuera una de las hermanas de Admes, había sido ella la que más daño nos había causado... no solamente a mí, sino a mi hermana y a su propio hermano adoptivo, Aiden.

«Esto es por ti, Odina», dije para mis adentros mientras bajaba la cabeza directa al cuello de Euphemia, que lanzó un alarido de horror cuando sintió mis dientes abriendo su carne; traté de profundizar más mi mordisco. La vampira se resistió, lanzando más gritos que me helaron por dentro debido al sufrimiento que demostraban, pero mis dientes consiguieron perforar más aún, hasta dejar la cabeza de Euphemia colgando de su cuerpo.

El regusto a su sangre hizo que tuviera náuseas y me aparté del cadáver, dejándome caer el lado del cuerpo de mi hermana; recuperé mi cuerpo humano en una velocidad récord y abracé a mi hermana, a quien descubrí que aún seguía viva. A duras penas, pero su corazón aún seguía funcionando.

Mis ojos se llenaron de lágrimas.

-Odina –sollocé, llamándola.

Los ojos de mi hermana temblaron y se abrieron un milímetro.

-Lyllea... lo siento mucho –fue lo primero que dijo-. No... no lo sabía...

Sorbí sonoramente.

-¿El qué? –me atreví a preguntar.

Odina esbozó una sonrisa triste.

-Que... que tú también... -no pudo continuar porque un ataque de tos hizo que volviera a convulsionarse y que de su boca saliera sangre.

No pude seguir conteniendo más las lágrimas. Estreché a mi hermana más contra mi cuerpo, como si así consiguiera mantenerla con vida un poco más.

-No... no te culpes, Lyllea –prosiguió mi hermana, con esfuerzo-. Es... es tu decisión... y sé que... que es una buena decisión... Aiden me habló.... habló siempre muy bien de su hermano. Sé... sé feliz...

Sus ojos se habían vuelto vidriosos y ya no desprendían ese brillo cálido que siempre los había caracterizado; mi hermana había muerto en mis brazos y, en esta ocasión, podía dar fe de ello.

Ya había vivido una primera vez lo que se sentía tras la pérdida de mi hermana, pero aquella vez fue devastadora; fue como si algo se rompiera en mi interior. Había hecho lo imposible por salvarla, pero no había servido de nada.

Odina había muerto en mis brazos y ni siquiera había podido ver a Aiden por última vez. Aquello me hizo sentir peor aún. ¿Qué hubiera pasado de haberse visto, de descubrir el vampiro toda la verdad?

Euphemia les había robado aquella segunda oportunidad.

Pero ella ya estaba muerta y su muerte no me había aportado nada.

Escuché a mis espaldas los pasos renqueantes de alguien y me giré hacia esa dirección con todo el cuerpo en tensión; aún tardé en divisar a la persona que se movía hacia donde me encontraba y, cuando lo vi, me quedé sin aire.

Admes avanzaba con esfuerzo entre los árboles, usando sus troncos como apoyo; en apariencia no parecía herido, pero estaba segura que había sido una cruenta batalla donde no había salido del todo ileso.

Deposité con cuidado el cuerpo de mi hermana sobre el suelo y me lancé en su dirección, rodeándolo por la cintura y ayudándole a mantenerse en pie. Los ojos del vampiro estaban clavados en los dos cadáveres, uno de ellos perteneciente a su hermana.

-Admes –casi supliqué.

Seguimos avanzando lentamente hacia el claro sin que él pronunciara palabra alguna. ¿Me odiaría? ¿Me creería cuando le explicara los motivos por los que me había visto en la obligación de hacer eso?

Sus manos estrecharon mis brazos con fuerza cuando contempló el cadáver decapitado que pertenecía a su hermana Euphemia. Los ojos se me volvieron a llenar de lágrimas ante la posibilidad de haberlo perdido para siempre.

Él era lo único que me quedaba ahora.

-Por favor, dime algo. Lo que sea –supliqué-. Dime que me odias, si te hace sentir mejor...

Los ojos de Admes se desviaron hacia mi rostro, contemplándome con un brillo de sorpresa en ellos.

-¿Por qué tendría que odiarte? –me preguntó, dejándome a mí ahora sorprendida.

-Bueno... yo... yo he... -no pude continuar ante la devastación que me causaban las palabras.

Nos dejamos caer sobre el duro suelo y nos miramos largamente durante unos instantes hasta que Admes desvió la mirada y soltó un largo suspiro.

-Tienes que perdonarme, Lyllea –me pidió-. Hasta esta misma noche no he podido adivinar la verdad.

Lo miré sin entender.

-He descubierto, demasiado tarde, que la persona que había traicionado a Aiden y a Odina vivía bajo el mismo techo que yo –prosiguió Admes-. Mi hermana Euphemia se había vuelto esquiva conmigo y, por eso mismo, me ha impedido descubrir lo que había sucedido con tu hermana...

-¿Nunca te preguntaste por qué había una persona atrapada en una celda en semejantes condiciones? –lo interrumpí.

Admes negó con la cabeza.

-No supe de la existencia de esa presa hasta que no te traje aquí, a nuestro castillo –me explicó-. Con las prisas por ocultarte, uno de los consejeros de mi padre me habló de un ala escondida dentro de las mazmorras y ahí fue cuando descubrí que allí había atrapada una persona que, supuse, había sido escondida por algún motivo por parte de mi padre. Nunca me dio alguna pista sobre quién era, Lyllea; ni siquiera con sus pensamientos –especificó-. Además, mi hermana nunca pensaba en lo que había sucedido aquella noche, por lo que no he podido adivinar qué fue lo que realmente sucedió hasta hoy mismo.

»Esta misma noche, cuando he ido a buscar a mi familia, Euphemia parecía bastante nerviosa por algo. Sin poderlo evitar, he podido ver en su mente lo que ocultaba la celda tan celosamente guardada y escondida; cuando he comprendido lo que realmente sucedía, he bajado a toda prisa para sacaros de allí a las dos pero, cuando he llegado, la puerta estaba destrozada y ambas habíais desaparecido.

Me encogí más sobre mí misma el recordar cómo me había sentado descubrir que la persona que se había burlado de mí mientras estuve en aquella celda había sido mi propia hermana, sin habernos reconocido la una a la otra.

Admes me estrechó con más fuerza.

-Al tratar de alcanzaros, pues he supuesto que habríais huido, los humanos y licántropos de las minas de plata me han cerrado el paso; tras conseguir librarme de ellos, he visto cómo mi hermana Euphemia salía del castillo y he decidido seguirla... consiguiendo que me retrasaran de nuevo. Y aquí estoy, llegando demasiado tarde y fallándote de nuevo –concluyó.

Sus ojos estaban cargados de pesar, además de un ligero poso de dolor, quizá por la pérdida de su hermana o de haber descubierto su traición.

Lo que me trajo a la mente otra cosa.

-¿Aiden...? –aquel nombre únicamente fue necesario para que Admes supiera qué es lo que quería decir exactamente.

Admes negó con la cabeza de nuevo.

-Cayó cuando me despejó la zona para que pudiera seguir a Euphemia; le preocupaba que pudiera pasarle algo –añadió con amargura.

Cerré los ojos para contener las lágrimas. Me pareció injusto todo aquello, ni mi hermana ni Aiden se merecían nada de ello; a ambos les hubiera gustado reencontrarse de nuevo y descubrir la verdad, por mucho daño que pudiera causarle a Aiden descubrirla.

Sin embargo, en el fondo, ambos habían podido reunirse allá donde fuéramos cuando moríamos. Las mejillas se me humedecieron cuando las primeras lágrimas comenzaron a caer: Aiden había creído hasta el final a su hermana Euphemia, incluso sacrificándose a sí mismo para darle una oportunidad de vivir a ella. ¿Qué pensaría de haber adivinado la verdad?

-Mi hermano era una persona demasiado temperamental –hizo notar Admes, recordándome cómo se había comportado con aquella bruja-. No se lo habría perdonado, Lyllea: Odina era su vida.

-Ella... ella estaba embarazada –le confié a media voz-. Tu hermana mató al bebé...

Admes respiró con fuerza y, después, soltó un gruñido.

-Euphemia cometió muchos errores en su vida –me confesó-. Sus orígenes y cómo se encontró con nuestro padre son un auténtico misterio, pero estoy seguro de que pagará allá donde esté por todo el daño que ha causado.

Me aferré con fuerza a él.

-¿Qué ha pasado, Admes? –le pregunté, cambiando por completo de tema-. ¿Está todo bien?

La mirada que me dirigió Admes fue abrasadora y cargada de dolor.

Sentí que toda esperanza que hubiera dentro de mí se esfumaba.



Este es el último capítulo del primer libro, quizá hoy, más adelante, suba el epílogo y el prólogo del siguiente libro. ¡Gracias por haber estado ahí!

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