XXIII. Fuego

Sus palabras me golpearon como si alguien lo hubiera hecho físicamente. El corazón se me retorció dentro del pecho de manera dolorosa al repetirse en mis oídos las últimas palabras de Admes; lo miré estupefacta, incapaz de poder creerme lo que me había insinuado.

Sin embargo, el rostro hundido y derrotado de Admes me disuadió de seguir creyendo que todo, o al menos la mayoría, no había sido todo fingido; el vampiro se removió con un gesto de dolor y sus cadenas sonaron, sacándome de mi trance.

-¿Por qué me estás haciendo esto? –musité, dejándome caer de rodillas frente a él.

Antes de enfrentarme a Admes lo había tenido claro; había llegado a una conclusión que me ayudaría a seguir adelante. Había pensado elegir a Oren, ya que había sido la opción más estable y más conveniente para mi circunstancia; mis padres jamás se negarían si les expusiera que había decidido elegir a Oren, quien se había arriesgado para sacarme del castillo de los vampiros y me había llevado de vuelta a casa.

Pero, ahora... ahora no tenía nada claro.

-No me queda mucho tiempo –observó-. Al alba estaré atado a un poste mientras un nutrido grupo de licántropos estará pidiendo a gritos mi muerte...

Admes conocía demasiado bien el destino que le esperaba y, también, que su trato no iba a ser el mismo que pudieran tener el resto de presos de mi padre; no tendría un juicio, sino que sería condenado a muerte directamente.

Ni siquiera tendría la oportunidad de defenderse o de que valoraran que había sido él quien nos había ayudado a salir, traicionando su propia gente. A su propio padre.

Agarré mi vestido con fuerza, pues ya había tomado mi decisión.

-No morirás, Admes –afirmé-. Al menos, no de esta forma.

Escuché el sonido del hierro al chirriar cuando los soldados regresaron, indicándome que mi tiempo había terminado. Me puse en pie con resolución, dándome un par de palmaditas en la tela del vestido para quitarme la suciedad que se había pegado de estar sentada en el suelo; Admes me observaba con tristeza desde su posición en el suelo.

Le di la espalda y comencé a avanzar hacia la salida.

-Sé que es muy repetitivo –sonó la voz de Admes a mis espaldas-, pero lamento de verdad todo el daño que te he causado.

Negué con la cabeza varias veces mientras esquivaba a los guardias de mi padre y regresaba de nuevo a la planta baja; por el camino me encontré a mi hermano Daren, que venía del piso de arriba con aspecto bastante animado.

Cuando me vio en mitad de la entrada, sus ojos se iluminaron y se acercó trotando alegremente hacia mí.

-¡Lyllea! –exclamó, jovial-. He ido a buscarte a tu habitación pero no te he encontrado allí.

Miré hacia todos lados, incapaz de poder mirarlo fijamente. Mi hermano mayor me conocía demasiado bien y podría sospechar de mis intenciones; lo que me trajo a la mente la propuesta que tenía Oren para mi padre y Daren.

Daren me rodeó los hombros y me dio un amistoso apretón. Reanudamos la marcha, siendo yo guiada por mi hermano mayor.

-Todo el mundo te está esperando –me confesó Daren.

Lo único que pude hacer fue sonreír.

El salón al que fuimos estaba repleto de caras familiares que, cuando nos oyeron, se giraron a la par para observarme. El peso de todas aquellas miradas me dio ganas de dar media vuelta y echar a correr; mis hermanos y mi madre me observaban atentamente, como si tuvieran miedo de que pudiera hacerles algo.

Recelaban de mí porque sabían que me había convertido en uno de ellos finalmente. Y sabían que mi control dejaba mucho que desear.

La primera en vencer esa barrera y dirigirse hacia mí fue mi madre que, con una sonrisa amable y cuidada, alzó ambos brazos en mi dirección para que pudiéramos fundirnos en un emotivo abrazo de reencuentro; Daren me dio un leve empujoncito en la espalda para que echara a andar hacia nuestra madre.

Me quedé paralizada cuando los brazos de mi madre se enroscaron con timidez en torno a mi cuerpo, tratando de pegarme a su cuerpo; las muestras de afecto por parte de mis padres se habían agotado hacía tiempo, mostrándose con cierta distancia. Recordándonos que no éramos como el resto.

Que debíamos aprender nuestras posiciones.

-Oh, Lyllea –suspiró mi madre contra mi pelo-. Creímos que te habíamos perdido para siempre...

Tardé un segundo en reaccionar y en devolverle el abrazo. Se me hacía raro estar en una postura tan cercana con mi madre, que desde niña se había encargado de vigilarme desde la lejanía, desde su trono de reina; espié por encima del hombro de mi madre para observar las distintas reacciones que tenía el resto de mi familia: mi hermana Herta estaba abrazada a mi hermana Zavia mientras ambas derramaban lágrimas silenciosas; Kebia estaba junto a Jukka y me miraban fijamente con los ojos brillantes; por el contrario, Daren se había acercado hacia la chimenea encendida, donde su esposa le aferró de la mano para infundirle ánimos.

Trinity estaba al lado de nuestro padre, susurrando algo que no logré distinguir.

Mi madre se separó y me cogió por las mejillas, frotándomelas con los pulgares. Sus ojos estaban cargados de miles de emociones que me abrumaron.

-No dejaremos que esa criatura quede impune de todo el daño que te ha causado –me aseguró mi padre, desde su posición al lado de la chimenea.

Tragué saliva mientras mi madre me acompañaba hasta donde me esperaba el resto de mi familia. Todos a una, se abalanzaron sobre mí para ahogarme en un emotivo y necesitado abrazo; por unos segundos dejamos de ser la familia real para convertirnos en una simple familia que había logrado conectar después de mucho tiempo de habernos centrado en nuestras respectivas obligaciones.

La mano de mi padre se quedó sobre mi hombro mientras el resto se separaba para dejarme un poco de espacio; me dio un fuerte apretón.

-He ordenado que ese vampiro sea quemado mañana –me confesó mi padre, ganándose una mirada malhumorada por parte de mi hermano Daren; el resto de mi familia se había quedado boquiabierto por su decisión, como yo.

Me separé unos centímetros de mi madre para poder observar mejor a mi padre. No parecía decepcionado o nervioso con su decisión: por unos segundos me recordó escalofriantemente al padre de Admes.

-Pero, padre... Creo que es necesario que tenga un juicio –me atreví a llevarle la contraria-. ¿No es así el procedimiento?

Daren me miró decepcionado mientras que mi padre parpadeó varias veces, tratando de digerir lo que había dicho; debía resultarle sorprendente que me pusiera del lado del vampiro que había secuestrado y retenido como una esclava más dentro de su territorio. Sin embargo, no podía evitar la promesa que me había hecho a mí misma, ni siquiera podía olvidar lo último que había dicho Admes sobre renunciar al amor.

-Sí, así es –coincidió mi padre-. Pero no voy a permitir que esa criatura tenga un procedimiento después de lo que ha hecho. Secuestrar y maltratar a la princesa es algo que se pena con la muerte.

De todas formas, por ser vampiro tampoco iba a conseguir la piedad de mi padre de brindarle, al menos, la oportunidad de defenderse; decidí no contrariar más a mi familia y centrarme en lo más importante: cómo sacar a Admes de las mazmorras antes de que lo ejecutaran.

Había logrado colarme apelando a mi derecho de hablar con mi captor para poder afrontar la situación, pero no iba a tener tanta suerte de hacerlo una segunda vez; mis padres habían comenzado a hablar sobre la cena, preguntándole a Nile cómo se encontraba. Recordé que mi hermano me había anunciado que su esposa había conseguido quedarse embarazada y me sentí culpable por no haberla felicitado por semejante noticia.

Nos dirigimos todos hacia el comedor para disfrutar de mi primera cena en condiciones después de haber regresado a mi hogar, junto a mi familia, pero Kebia me interceptó en el camino y tiró de mi muñeca para que relajáramos el ritmo, quedándonos algo rezagadas.

Cuando la miré comprobé que tenía los ojos brillantes.

-No sabes cuánto me alegro de tenerte en casa –fue lo primero que dijo, dándome un fuerte abrazo-. ¿Has estado con Oren todo este tiempo?

Su pregunta no me tomó del todo desprevenida; desde el primer momento en el que Oren puso un pie en el castillo, mi hermana Kebia había mantenido toda su atención centrada en el licántropo. Y Oren también había parecido conforme con las atenciones por parte de mi hermana mayor.

Me separé de ella.

-Sí, estuvo conmigo –le confirmé.

No entendía a qué venía esa curiosidad por saber si Oren había estado conmigo o no.

El rostro de mi hermana se ensombreció cuando respondí a su pregunta. Sus manos se retorcían con nerviosismo y pude oler una brevísima cantidad de temor que su cuerpo empezó a desprender.

-¿Tú y él...? –empezó a preguntar mi hermana, afectada.

Abrí la boca, pero Oren apareció en las escaleras de piedra y llamó nuestra atención; Kebia se apartó de mi lado, adoptando un aire inocente que muy pocas veces había visto, y le dedicó una amplia sonrisa al licántropo. Yo, por mi parte, le lancé una inquisitiva mirada, intentando adivinar si había conseguido hablar con mi padre y mi hermano sobre su idea.

Oren se acercó hacia nosotras sin perder la sonrisa, ignorando por completo la mirada elocuente que le estaba lanzando; mi hermana Kebia estaba exultante de alegría por haber monopolizado la atención de Oren y yo tenía ganas de abofetearlo.

-¡Oren! –chilló Kebia, lanzándose a sus brazos de improviso.

Los observé con los entrecerrados, preguntándome desde cuándo su relación se había vuelto tan «cercana». Oren me dedicó una sonrisa de disculpa mientras le devolvía el abrazo a mi hermana, pero yo me di media vuelta dispuesta a reunirme con el resto de mi familia en el comedor, brindándoles a esos dos un poco de intimidad.

Abrí y cerré mis puños, centrándome en mi respiración. Durante el tiempo que habíamos pasado en manos de los vampiros, después de mi primera transformación, había tratado de aprender por mi cuenta a cómo mantener el control; estaba agotada de transformarme por cualquier sobresalto y quería ponerle freno a eso, precisamente.

Cogí aire y cerré la puerta a mis espaldas con suavidad mientras mi familia conversaba animadamente, ya sentados; ocupé alegremente la silla que siempre había cogido desde niña y sonreí abiertamente.

No iba a permitir que la extraña, y sorprendente, relación que parecían mantenían mi hermana y Oren pudiera distraerme.

Kebia no apareció durante lo que duró la cena y aquello me pareció demasiado sospechoso; me excusé de quedarme un rato con mi familia y salí del comedor en dirección a la biblioteca. Necesitaba aprender todo lo que pudiera sobre mi nueva vida como un licántropo completo para poder utilizarlo aquella misma noche, si se dieran las circunstancias.

Durante mi trayecto hacia la biblioteca no pude evitar espiar cualquier pasillo oscuro, esperando encontrarme dos siluetas fundidas. Pero no encontré nada sospechoso, lo que me alivió en parte.

Miré las altas estanterías que contenían el pasado de los licántropos y de los vampiros, preguntándome por dónde debería comenzar; me acerqué a la primera estantería que tenía más cerca y comencé a leer los títulos, esperando encontrar algo que pudiera ayudarme.

-Deberían distribuir todo esto de manera más eficiente –bufé mientras sacaba un pesado volumen que parecía contener alguna pista sobre lo que buscaba.

Transporté el libro hacia la mesa y lo dejé con suavidad, levantando una leve nube de polvo que había acumulado sobre sus cubiertas; lo abrí con cuidado, dirigiéndome inmediatamente al índice. Una vez hube localizado el capítulo que buscaba, pasé las páginas hasta encontrarlo.

Los primeros párrafos se convirtieron en una tortura para mí al recordar los síntomas que había llevado aparejado la primera transformación; las ilustraciones que los acompañaban tampoco me ayudaron mucho, logrando que se me revolviera la cena en el estómago.

Mis dedos se detuvieron en un párrafo que me llamó especialmente la atención.

Una vez pasada la primera transformación, el nuevo licántropo apreciará que, además de un aumento en sus habilidades, su apetito sexual incrementará. Esto se manifestará cuando esté en presencia de otro congénere de distinto sexo, al que verá como posible candidato para su cortejo. La función, como es evidente, es perpetuar la raza, buscando al posible candidato que mejores descendientes pueda proporcionarle.

Tuve que tragar saliva varias veces saliva, intentando tranquilizarme; no pude evitar remontarme a la noche en la que Oren se tuvo que hacer cargo de mis heridas en mi espalda, dos días atrás. Me había comportado de una forma irracional y ahora entendía el motivo, lo que me llevó a hacerme miles de preguntas. ¿Oren sabría que había sido ese el motivo por el cual me había abalanzado hacia él como una perra en celo? En tal caso, ¿por qué no me lo había explicado?

Mi cabeza empezó a dar vueltas al comprender que mi impudoroso comportamiento había sido a causa de mi transformación, no teniendo nada que ver con lo que había creído yo como «amor». Era cierto que valoraba a Oren y que había una pequeña parte de mí que había gritado al ver que Oren parecía corresponder lo que yo había creído que era amor.

¿Cuántas más cosas me habría ocultado Oren para usarlas en su propio provecho?

Cerré el libro y lo devolví a su sitio mientras trataba de dar con alguna respuesta plausible. Salí de la biblioteca meditabunda y fui directa a mi habitación, esperando no encontrarme a nadie; lamentablemente, Oren parecía haberse apostado en la puerta, montando guardia.

Mis ojos lo recorrieron de la cabeza a los pies, buscando cualquier signo que me hiciera desconfiar. Los ojos castaños de Oren brillaron al verme aparecer y se acercó trotando hacia mí; di un paso atrás, guardando las distancias, ahora que sabía qué era lo que me provocaba que me volviera loca en su presencia.

-¿Dónde has estado todo este tiempo? –quiso saber alegremente.

Desvié la mirada hacia la pared de piedra. Estaba demasiado molesta con él, pero no quería echar a perder el plan que había trazado para liberar a Admes.

-En la biblioteca –respondí con un hilo de voz.

-¿Acaso echabas tanto de menos los libros que no has podido evitar correr como una rata de biblioteca para reunirte con todos ellos? –bromeó a mi lado Oren.

Frené de golpe y lo fulminé con la mirada.

-¿Y tú, Oren? –le espeté-. ¿Tú también te has divertido?

El licántropo me miró como si le hubiera hablado en otro idioma. Apreté los puños y reanudé la marcha, pasando por su lado sin tan siquiera dirigirle una simple mirada; sabía que aún teníamos una conversación pendiente, la decisión que había tenido que tomar, y me parecía el momento propicio para darle una respuesta.

Giré en redondo cuando alcancé la puerta de mi habitación y lo contemplé parado en el corredor, con aspecto perdido.

-Dijiste que, cuando llegáramos aquí, aceptarías mi decisión sobre nosotros –Oren se irguió, dándome el valor necesario para continuar. Tomé aire antes de hacerlo-. No quiero tener nada que ver contigo, Oren; no estoy preparada para tener... -me detuve para humedecerme los labios-. Es mejor que dejemos las cosas aquí.

Los ojos de Oren se abrieron como platos, incapaz de creerse mis palabras; solté el aire lentamente y me di la vuelta para entrar en mi habitación. Tenía que mantenerme fresca para esa misma noche si quería que todo aquello saliera bien; se me escapó un gemido de sorpresa cuando le di la espalda a Oren y él me cogió por el brazo, reteniéndome.

Ladeé la cabeza para mirarlo.

-¿Por qué? –me exigió saber, con la mandíbula tensa-. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

«Tus mentiras», me dije mentalmente. Sin embargo, me encogí de hombros.

-Las circunstancias –respondí en su lugar.

-¿Circunstancias? –repitió con confusión.

Di un tirón a mi brazo para soltarme, lográndolo.

-Eso he dicho, Oren –asentí-. Y ahora, si me disculpas, me gustaría pasar un tiempo a solas –hice una breve pausa-. No quiero que sigas vigilando mi puerta; creo que soy lo suficientemente mayorcita para necesitar niñeras.

Abrí la puerta de un tirón y la cerré de un portazo sin darle la oportunidad a Oren para responderme; me quedé unos segundos apoyada en la madera de la puerta, esperando que el licántropo llamara a ella para explicármelo todo. Sin embargo, y para mi decepción, no lo hizo y sus pasos resonaron mientras se alejaba de allí.

El estómago se me retorció dolorosamente cuando comprendí que no iba a regresar.

Respiré y espiré varias veces, manteniendo a raya las lágrimas. ¿Cómo había podido estar tan ciega? ¿Cómo era posible que no hubiera aprendido aún la lección? Primero Admes me había estado utilizando o, mejor dicho, conservando para que su hermano Aiden pudiera usarme; ahora descubría que Oren me había estado ocultando información sobre nosotros, fingiendo que la respuesta que tuve aquella noche, y siempre que estaba cerca de mí, era debido a los fuertes sentimientos que sentía hacia él.

Me obligué a moverme hacia mi armario y empecé a rebuscar cualquier prenda de ropa que pudiera serme lo suficientemente cómoda para lo que tenía planeado. También debía ser amplio para si tenía que transformarme.

Escondí las prendas que había seleccionado debajo de mi almohada y abrí la cama para poder fingir que había decidido irme a dormir temprano; estaba segura que alguna de mis doncellas vendría a comprobar si estaba en mi habitación para informarles a mis padres.

Solamente debía esperar a que llegara la medianoche, ya que no podía aguardar más tiempo. Al amanecer sería quemado vivo, sin juicio previo, y yo pensaba evitarlo a toda costa.

Cerré los ojos y esperé en silencio a que pasara el tiempo; tal y como había predicho, dos doncellas decidieron pasarse por mi habitación para echar un vistazo. Cuando el reloj que había en la planta baja empezó a sonar a las doce en punto; las sonoras campanadas retumbaron en mi pecho como si fueran mis propios latidos y tragué saliva mientras me cambiaba rápidamente de ropa.

Conocía lo suficientemente bien el castillo para comprobar que las guardias seguían haciendo las mismas rondas, permitiéndome llegar hacia el pasillo que bajaba hacia las mazmorras sin problemas; con el corazón en un puño, descendí mientras trataba de calmarme. Por lo que pude escuchar, allí abajo solamente había dos guardias cuidando del prisionero.

Quizá pudiera salir todo bien, me dije mientras continuaba bajando hacia la mazmorra donde estaba prisionero Admes; los murmullos excitados de aquellos dos guardias me dieron ganas de vomitar ante la emoción que les suscitaba quemar vivo a un vampiro. Era posible que fuéramos criaturas distintas, pero no me parecía nada humano quemar a alguien vivo y verlo morir sufriendo.

De todas formas, tampoco es que los licántropos y los vampiros fuéramos muy humanos.

Las voces se callaron cuando escucharon mis pasos vacilantes por el pasillo de piedra; yo ya me había metido de lleno en mi plan y trataba de parecer desesperada, algo que no me fue difícil dadas las circunstancias. Los guardias se quedaron perplejos de verme aparecer con aquellas ropas viejas que había escogido y con aspecto de haberme metido en problemas.

-¿Alteza? –se atrevió a preguntar uno.

Ninguno de aquellos dos guardias eran los mismos que los de aquella tarde.

Caí de rodillas y ambos se acercaron a toda prisa hacia donde había caído. Apreté las palmas de mis manos contra la piedra hasta que conseguí cortarme y hacerme algo de sangre; las lágrimas se me saltaron.

-¡Vampiros! –grazné y mis palabras tuvieron el efecto deseado-. ¡En... en mi habitación! Están tratando de colarse en el castillo...

Los guardias compartieron una mirada alarmada.

-Yo iré arriba a ver qué sucede –decidió el mismo guardia que me había reconocido-. Tú quédate aquí con la princesa.

Observamos cómo el guardia daba media vuelta para subir apresuradamente los escalones en dirección a la planta baja del castillo; no contaba con mucho tiempo antes de que alguien descubriera mi engaño. Aferré al guardia que había decidido quedarse por la muñeca y se la retorcí, guiando su brazo hacia la espalda.

El hombre trató unos segundos en darse cuenta de lo que estaba sucediendo, quizá sorprendido de mi comportamiento, pero lo golpeé con fuerza en la nuca con el primer objeto que tuve a mano, evitando que pudiera dar la voz de alarma.

Dejé el cuerpo inconsciente del guardia escondido en una de las celdas vacías y me apresuré a abrir la puerta de la mazmorra en la que estaba Admes; el vampiro se quedó sorprendido de verme allí, pero no le di tiempo a que hiciera comentario alguno sobre lo que había sucedido allí fuera.

Conseguí quitarle las cadenas y liberarlo. El vampiro se frotó las muñecas con el ceño fruncido, como si estuviera haciendo una valoración sobre si debía seguirme o no; lo miré con exasperación mientras notaba cómo estaba agotando mi tiempo.

No quería saber lo que podría sucederme de pillarme allí.

-¡Vamos! –le urgí-. Tenemos que salir de aquí ya.

El ceño de Admes se hundió más.

-¿Por qué me estás ayudando? –quiso saber.

Cuadré mis hombros.

-Porque tenías razón –respondí-. Estoy renunciando a todo.

«Estoy renunciando a ti», completé en mi cabeza. Ni siquiera sabía cuándo había comenzado a ver al vampiro de otro modo; quizá hubiera sido cuando me sacó de la celda para que pudiera acicalarme, o cuando decidió ponerse en mi lugar para que su padre no siguiera azotándome más.

No lo sabía, pero el dolor por la traición y las mentiras de Oren me habían hecho que cambiara mi decisión.

Admes parpadeó varias veces y supe que había estado más que atento a mis pensamientos. Gruñí y le propiné un empujón en el hombro para que echara a andar; al comprender mis intenciones, Admes empezó a moverse, ganando velocidad conforme avanzábamos por el pasillo de piedra.

Había conseguido salir victoriosa de la primera parte, pero ahora nos quedaba con la más difícil: huir del castillo sin que nadie nos viera.

No sería la primera vez que me veía en tal situación, aunque jamás acompañada de un vampiro sentenciado a muerte, pero siempre había logrado escapar por la ventana de mi habitación. Esa opción, sin embargo, no me iba a servir en absoluto en estas circunstancias.

En tal caso, lo único que se me ocurría era huir por el portón que conducía a los jardines y, desde allí, dirigirnos hacia el hueco que había escondido en la muralla.

Miré a Admes por encima del hombro y vi que asentía en mi dirección. Dentro de lo malo, era toda una suerte que pudiera comunicarme con él de aquella forma tan silenciosa.

Abrí la puerta del castillo y observé el exterior; en los pisos de arriba podía escuchar un fuerte estrépito, lo que nos reducía considerablemente el tiempo de actuación si queríamos salir de allí sin que nadie nos descubriera. Echamos a correr hacia los jardines a la par cuando tuve la sensación de que algo iba mal; obligué a Admes a que modificara su trayectoria y ambos nos internáramos en el laberinto de rosales mientras trataba de averiguar qué iba mal.

-Alguien nos sigue –me informó Admes con voz neutra.

Si nos alcanzaban, podíamos darnos por perdidos. Miré hacia las rosas, buscando la forma de salir de allí.

-¿Sabes cuántos son? –pregunté a media voz-. ¿Y a qué distancia están?

Admes arrugó la nariz.

-Es solamente uno.

Tuve la sensación de que sabía más sobre nuestro perseguidor pero no me iba a decir nada más. Cogí aire, tratando de encontrar una salida; no me dio tiempo siquiera a poner en funcionamiento mi cabeza, ya que Admes me alzó en volandas y echó a correr hacia un punto cualquiera del laberinto.

-¿Confías en mí? –me dijo lo suficientemente algo para que lo oyera a través del viento.

-¿Tendría que hacerlo? –pregunté con temor.

Dejé escapar un largo chillido cuando me encontré en el aire, aún en brazos de Admes, sobrepasando el largo seto que formaba parte de las paredes naturales del laberinto; Admes aterrizó limpiamente al otro lado y siguió corriendo hacia las murallas que bordeaban el castillo.

-¿Hacia dónde? –me preguntó sin un ápice de cansancio en la voz.

Señalé la dirección que debíamos tomar si queríamos llegar a nuestra salida. Admes no bajó el ritmo y, supuse, que nuestro perseguidor tampoco; conseguimos alcanzar nuestro destino en un par de minutos y fue entonces cuando decidí que era mejor que caminara por mí misma.

Le señalé una oquedad que había en el muro y le pedí que pasara primero; ahora que había conseguido cumplir con mi objetivo no estaba muy segura de qué debía hacer. Una buena opción sería regresar por donde habíamos venido pero, si alguien me descubría, ¿qué podía decirles?

-Los vampiros podemos manipular mentes con facilidad –me dijo Admes, que iba unos pasos por delante de mí-. Quizá es una buena opción fingir que has caído en las redes de algún vampiro y que no eras consciente de lo que hacías.

Solté un largo suspiro mientras lo seguía por la espesura del bosque, deseando alcanzar La Frontera. Una vez allí... bueno, una vez allí ya vería lo que hacía sobre la marcha.

Sin embargo, me detuve cuando un ligero aroma a humo me llegó, poniéndome alerta. Admes me imitó, escrutando el bosque para descubrir de dónde procedía ese fuerte olor.

-Fuego –murmuró Admes.

Al principio no fui capaz de verlo. Sin embargo, conforme iban moviéndose, sus siluetas se hicieron mucho más nítidas y tuve que reprimir un gemido de horror; una procesión de personas armadas y con antorchas avanzaban por el bosque. No reconocí en ellos a nadie conocido y tampoco podía asegurar que se trataban de vampiros.

-Son humanos –me explicó el vampiro, entre dientes-. Los humanos de la Ciudadela han decidido que ha llegado su momento...

Tragué saliva con esfuerzo cuando comprendí a qué se refería exactamente Admes. Había escuchado los rumores que rodeaban ese sitio resguardado de los licántropos y vampiros, de las armas que estaban fabricando entre sus muros. Pero jamás había llegado a creerlo.

No realmente.

-Van a incendiar el bosque en su camino hacia tu castillo –me confió Admes, que parecía nervioso-. Tenemos que salir de aquí ahora.

Escuché la urgencia en su tono de voz y no pude evitar ponerme nerviosa. El fuego era fatal para los vampiros, pero los licántropos no lo temíamos como a ellos... Sin embargo, quedarme atrapada en un bosque en llamas no era una idea que me atrajera. En absoluto.

-Demasiado tarde –dijo una voz a mis espaldas.

Tanto Admes como yo nos giramos a la par. Oren nos observaba a ambos con el ceño fruncido junto a un árbol; retrocedí unos pasos mientras me lamentaba de que hubiera sido precisamente él quien nos siguiera.

-Has creado un buen revuelo en el castillo, Lyllea –me regañó Oren-. ¿Y todo por... -miró con absoluto desprecio a Admes- por ayudar a un asesino y a un mentiroso? Te creía más inteligente.

Rechiné los dientes ante su acusación. Y decidí que había llegado el momento de devolverle el golpe.

-Al menos él y tú tenéis algo en común –contraataqué, dejándolo momentáneamente sorprendido-. Porque tú también eres un maldito mentiroso. ¿Cuándo tenías pensado decirme que parte de mi necesidad de estar contigo era debido a mi transformación? –el rostro de Oren perdió color ante mi acusación.

Admes nos miraba a ambos sin saber muy bien a qué se debía todo aquel cruce de acusaciones.

-No fue mi intención –trató de excusarse-. ¡Tenía pensado decírtelo!

Dejé escapar una sonora y amarga carcajada.

-Oh, por supuesto –me mofé.

Le di la espalda deliberadamente mientras me dirigía exclusivamente a Admes.

-Vayámonos de aquí antes de que quemen todo esto –le pedí.

Sin embargo, todos nos pusimos tensos ante un intenso olor a quemado que no auguraba nada bueno.

Un instante después, las llamas avanzaron hacia donde nos encontrábamos, tratando de cerrarnos cualquier vía de escape.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top