XIX. Aiden.

Me desperté a causa de la espalda. El efecto del ungüento que me había dado Sirvard parecía haber llegado a su fin, haciendo aparecer de nuevo aquel quemazón en las heridas que me había hecho el padre de Admes.

Me escondí bajo las mantas de nuevo cuando recordé lo que había sucedido la noche anterior cuando la vieja Sirvard nos había dejado solos a Oren y a mí. Las mejillas comenzaron a arderme cuando fui consciente de hasta dónde había estado a punto de llegar.

Oh, cielos, quería morirme ahora mismo.

No me reconocí a mí misma y me avergoncé por la imagen que había dado de mí frente a Oren. Oh, Dioses, aquello era tan humillante y desconcertante... ¿Qué era lo que me había pasado anoche? Había notado un intenso ardor en el vientre y había sido como si hubiera apagado el interruptor de la racionalidad; una parte de mí que no conocía había pasado a tomar el control de mi cuerpo y de mis decisiones.

Alguien llamó a la puerta y me apresuré a cambiarme la destrozada prenda que llevaba por otra con un aspecto más decente. Me aclaré la garganta, que la notaba seca, antes de abrir la puerta.

Un malhumorado guardia me recibió al otro lado; sus ojos me estudiaron de arriba abajo con un gesto de descontento total. De inmediato pensé que había hecho algo de nuevo mal y que me iban a llevar ante la presencia del padre de Admes para que pudiera castigarme otra vez.

Me eché a temblar ante esa simple idea.

-Fuera –ordenó el vampiro y yo cerré la puerta de la habitación a mi espalda con una nueva oleada de miedo recorriendo mi cuerpo.

Sin darme ninguna pista más, echamos a andar por el pasillo hacia la planta superior, que aún no había visto. Por el camino veía rostros conocidos, mujeres que se habían burlado abiertamente de sus señores y que habían intentado enseñarme sus "artes"; supuse que habría llegado a los oídos de todos los que vivían en el castillo lo que había sucedido. Incluso me esperaba las miradas de desagrado por parte de aquellas esclavas.

No me dio tiempo a comprobar mi teoría porque el guardia tiró de mi brazo hacia una habitación que apestaba a humo y a una sustancia exótica que no supe reconocer.

Miré al guardia con desconfianza.

-El príncipe ha ordenado verte –me comunicó con desagrado.

El corazón me aleteó dentro del pecho ante la posibilidad de que Admes estuviera esperándome en aquella habitación. Ahora que sabía el motivo por el cual Admes se había mostrado tan protector conmigo no sabía cómo comportarme con él; nuestra extraña relación había dado un vuelco, convirtiéndola en algo demasiado incómodo.

No quería que pudiera meterse en mis pensamientos. No quería que supiera lo que había estado a punto de pasar entre Oren y yo por motivos que aún desconocía.

Cogí aire y empujé con el hombro la puerta, provocando que una nube de humo acre me golpeara de lleno en la cara, mareándome.

Aún tenía que agradecerle a Admes lo que había hecho por mí...

Pero no era Admes el vampiro que me esperaba en el fondo de la habitación, rodeado de humo y con una sonrisa que me dio escalofríos.

Era uno de sus hermanos. El que daba más miedo y cuya sonrisa parecía estar diciéndome que podía destrozarme con las manos sin problemas; me quedé paralizada en la puerta, con la espalda apoyada sobre ella.

-Ah, qué rápido –comentó el vampiro, sin perder la sonrisa-. Supongo que ha sido una grata sorpresa para ti ver que, efectivamente, no soy me querido hermano.

Se me quedó atascado un gemido en la garganta. ¿Para qué había ordenado ese vampiro que fuera a su encuentro? Las posibilidades que pasaban por mi cabeza no eran de lo más halagüeñas.

-Y también supongo que te estarás preguntando qué estás haciendo aquí –prosiguió, frotándose las manos-. Es sencillo, preciosa: mi padre ha dispuesto que mi hermano esté separado por completo de ti y, aprovechando esta oportunidad, he decidido pedirle a mi padre que te conviertas en una de mis chicas.

Una de sus chicas. Me recorrió un escalofrío al creer entender cuáles iban a ser mis funciones allí; noté un ardor en las mejillas debido a la vergüenza que me golpeó al asquearme profundamente por tener delante de mí a un tipo así. Un vampiro que parecía ser un monstruo, nada parecido a Admes.

La sonrisa del vampiro se hizo mucho más amplia.

-Oh, cielos, cielos... qué mente tan sucia la tuya –se carcajeó, empeorando mi enrojecimiento-. Hace tiempo que no comparto cama con una de las tuyas, demasiado calor desprendéis. Además, me parece interesante ver hasta dónde son capaces de llegar esas inocentes humanas con tal de probar un mordisquito mío...

Aquello no ayudó ni mejoró en absoluto la imagen que tenía de él. Me parecía repulsivo que utilizara a las mujeres como sus propios juguetes que, cuando se aburriera de ellas, las desechaba y escogía una nueva.

-De ahora en adelante te referirás a mí como "señor" o "amo", me encanta cómo suenan... Ah, y solamente hablarás cuando yo te lo diga –sus ojos castaños me atravesaron-. ¿Lo has entendido?

Agaché la cabeza.

-Sí, señor –asentí.

Escuché al vampiro chasquear la lengua.

-Me gusta más amo –dijo y me pareció un niño caprichoso-. Suena muchísimo mejor.

Rechiné los dientes.

-Por supuesto, amo –murmuré-. Como guste, amo.

Me sentía patética. Los humanos que vivían con nosotros, cuando aún estaba junto a mi familia, jamás nos habían llamado de esa forma; era cierto que comprendían y respetaban la jerarquía, pero jamás habíamos abusado de ellos de esa manera tan degradante.

Alguien llamó a la puerta y el vampiro sonrió con malicia. Chasqueó los dedos y señaló el hueco que había a su lado; entendí que quería que me colocara allí y eso hice. El vampiro invitó a pasar a la persona que esperaba fuera y el corazón me dio un vuelco cuando me topé con los ojos de Admes.

Su hermano, por el contrario, parecía encantado con aquella coincidencia. Hizo que Admes avanzara hacia él y soltó una breve risita, que ahogó con una falsa tos.

-Aiden –lo saludó con rigidez su hermano.

Me sorprendí de escuchar el nombre del vampiro que se había convertido en mi nuevo amo. Admes se irguió, sin apartar la mirada del rostro de su hermano; Aiden, al igual que Admes, mantenía la vista clavada al frente.

-Querido hermano, ¡qué agradable sorpresa! –en absoluto le parecía agradable, parecía molesto por su interrupción.

El pecho de Admes se hinchó cuando cogió aire.

-Veo que no has perdido el tiempo –observó, desviando la mirada hacia mí por primera vez desde que había aparecido en la habitación.

Aiden se encogió de hombros.

-La chica es una gran oportunidad, no lo podrás negar –comentó.

El labio inferior de Admes tembló.

-Esto no tiene por qué ser así...

Su hermano enarcó una ceja.

-Debo reconocer que me sorprendió verla aquel día –se refería al mismo día que me comunicaron que me convertiría en una esclava y que Admes había insistido en que formara parte de su séquito. Lo había visto de refilón y Aiden me había mirado con cierta sorpresa, como si me conociera de antes-. Pero creí que eran imaginaciones mías hasta que la vi entrar en el salón del trono porque nuestro padre quería hablar con ella sobre tu comportamiento, Admes. Creo que eso es jugar sucio y no nos ha gustado, hermanito.

Tragué saliva ante la discusión que se avecinaba entre ambos hermanos.

-No dije nada por una buena razón, Aiden –suspiró su hermano-. Eso tú, más que nadie, lo entenderás. ¿Verdad, hermano?

Aiden dijo algo entre dientes que no logré entender.

-Estás diciendo que todo esto era para protegerla –creyó comprender-. ¿Protegerla de quién, Admes? Creo que meterla directa en este nido de víboras no encaja en absoluto con la idea de "protección".

Admes se frotó el puente de la nariz.

-Es posible que no haya actuado de la mejor forma –reconoció, lanzándome una rápida mirada-. Pero no podía permitir que estuviera allí cuando estallara la confrontación entre licántropos y vampiros; es obvio que creí que aquí estaría a salvo, hasta que descubrí que nuestro padre y tú suponéis una amenaza directa hacia ella.

Alterné la mirada entre Admes y Aiden, sintiéndome cada vez más perdida. Admes me había explicado el plan de su padre que, al haberse enterado de que mi padre iba a lanzar un ataque suicida contra ellos, había decidido atacar él primero; el rey de los vampiros buscaba la extinción de los licántropos o la supremacía sobre ellos.

Y yo me había convertido en su mejor baza.

Miré hacia Aiden, que me miró de soslayo con un brillo divertido, y el vampiro esbozó una sonrisa que le hizo parecer un auténtico lobo.

-Las cosas no iban a ser así –continuó Admes-. No tienes por qué hacerlo. Por favor, Aiden...

De nuevo algo se me escapaba. Algo que Aiden no lo había dicho en voz alta y que Admes lo había adivinado debido a que podía escuchar los pensamientos de quien lo rodeaban sin necesidad de mirarlo directamente a los ojos.

Su hermano no parecía estar dispuesto a darse por vencido. O a ceder a la petición de Admes.

-Si no recuerdo mal –empezó Aiden, con maldad-, nuestro padre te advirtió que no te quería cerca de ella –su pulgar señaló en mi dirección-. Y creo que no estás cumpliendo con lo que le prometiste a nuestro padre.

Admes entrecerró los ojos.

-Te estás equivocando, Aiden –le advirtió-. No lo hagas.

Su hermano chasqueó la mandíbula.

-Lárgate de mi vista, Admes –le ordenó y sonó a amenaza velada-. No hagas que me arrepienta de cualquier cosa.

Admes exhaló y hundió los hombros, derrotado.

-Te estás equivocando –repitió su hermano-. Y, cuando te des cuenta, será demasiado tarde.

Aiden enarcó una ceja y esbozó una sonrisa burlona.

-¿Me estás amenazando, Admes? –preguntó, divertido.

Admes le respondió la sonrisa, pero la suya fue escalofriante.

-Te estaré vigilando.

Aiden estalló en carcajadas cuando Admes salió de la habitación y se secó una imaginaria lágrima de la comisura de su ojo. Fue entonces cuando recordó que aún seguía ahí, arrodillada a su lado y con las manos unidas en mi regazo; me encontraba perdida, sin saber a qué se refería Admes con todas aquellas advertencias en el aire que le habían arrancado a su hermano una sonrisa.

-Creo que nos vamos a llevar bastante bien tú y yo –dijo-. Jamás había visto a mi hermano tan obcecado por alguien –sus ojos me evaluaron y pude ver de nuevo, en el fondo, algo que no supe cómo calificar. ¿Añoranza? ¿Pérdida? ¿Dolor? ¿Una mezcla de los tres?-. Tendremos que cuidarte bien si no quiero que me arranque la cabeza mientras duermo, ¿eh?

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