XIV. Combate tus propios miedos
El mismo vampiro que había hecho esa pregunta que consideraba tan ingeniosa fue el encargado de sacarme casi a rastras de la celda; en aquella ocasión me debatí, pero me fue inútil. De nuevo el hecho de no haber conseguido transformarme me hizo darme cuenta de lo poco valiosa que podía resultar... de lo frágil que era.
Volví a ser cargada como un mero petate al hombro del vampiro y vi cómo un grupo de vampiros se adentraban en la celda para arrinconar al lobo y llevárselo de allí; fulminé con la mirada a Admes, pero él parecía más interesado en cómo conducían a Oren por los pasillos hasta su nueva celda.
El lobo intentó morder a uno de los vampiros, pero éste le golpeó con fuerza con el dorso de la mano en el hocico; se me escapó un gruñido bajo y cerré el puño, descargándolo contra la espalda del soldado que me llevaba.
Aquella criatura soltó un siseo bajo de dolor y sus manos se cerraron con fuerza contra mi cintura, estrechándomela hasta que creí que me la iba a partir; le golpeé de nuevo y un jadeo de dolor y auténtico salió por mis labios, llamando la atención del lobo.
Los ojos de Oren relucieron de compresión y rabia antes de que consiguiera liberarse de los vampiros que estaban intentando reducirlo; chasqueó las mandíbulas en tono de advertencia y se abalanzó sobre el vampiro que me llevaba.
Salí despedida hacia el suelo, golpeándome la cabeza en el trayecto y chocando contra una pared, que frenó mi avance. Los ojos de Admes relucían de furia asesina y parecía haber perdido definitivamente el control cuando se abalanzó sobre el lobo y sus manos se dirigieron de manera directa al cuello de Oren; se me saltaron las lágrimas cuando traté de ponerme en pie y noté que la caída me había provocado un par de daños que tardarían un poco en curarse.
Me dirigí hacia la espalda de Admes sin que ninguno de los vampiros pudiera detenerme, ya que todos ellos habían terminado fuera de juego, y agarré con toda la fuerza que fui capaz de reunir el brazo del vampiro.
-¡Para! -le pedí, haciéndome daño en la garganta-. ¡Admes, por favor!
Mis palabras parecieron surtir efecto. Su cabeza se giró hacia mí, con sus ojos abiertos de par en par y con una mirada enloquecida que no reconocí; Oren no nos quitaba la vista de encima y, cuando las manos de Admes lo soltaron, comenzó a convulsionarse.
Observé la regresión de Oren a humano mientras Admes se apartaba de nosotros y apoyaba la espalda contra la pared, llevándose las manos a la cabeza y tratando de recuperar su propio control.
Oren soltó un exabrupto y yo lo aplaqué, tratando de mantenerlo pegado al suelo y a una suficiente distancia de Admes. Aún temblaba bajo de mí y sus ojos seguían clavados en la figura inmóvil de Admes.
Dejé escapar un gemido bajo al comprender que Oren había arriesgado tanto por venir a por mí. A salvarme.
-Estás aquí -musitó Oren, centrando toda su atención en mí.
En aquellos momentos tuve ganas de llorar. La presencia de Oren allí significaba que le importaba a alguien, que no estaba tan sola como había creído en un principio; sin embargo, había empujado a Oren a que cayera en la trampa.
Lo había condenado a mi lado.
Negué con la cabeza varias veces, notando cómo la alegría y esperanza de haberlo visto allí desaparecía, dejando en su lugar un profundo vacío.
-No tendrías que haber venido -las palabras pasaron por mi garganta como si tuvieran puntas afiladas.
Los ojos de Oren se ensombrecieron, aunque no supo entenderme. Alcé la mirada y me topé con la barrera que formaban los ojos de Admes; había vuelto a poner su máscara inexpresiva, pero no había logrado hacerlo con sus ojos.
En esos momentos parecían dos brasas ardiendo y, por un instante, me temí que pudiera hacernos daño. Que todo aquello fuera una simple fachada.
Un segundo después llegué a creerme que quizá tendríamos una verdadera oportunidad de huir, pero el movimiento seco que me dirigió Admes con la cabeza fue suficiente para apartarlo de mi cabeza. Además, dos de los vampiros habían recuperado el sentido y estaban cerrando a filas frente a Admes.
-Bajadlos a los dos -murmuró Admes y se marchó hacia la superficie, dejándonos a merced de aquellos dos.
No opusimos resistencia alguna; Oren parecía agotado y yo tenía bastante claro que no iba a ser capaz de hacer nada de provecho. De nuevo me sentía una completa inútil, alguien que no merecía tanta atención siquiera por esos vampiros.
Oren y yo dimos de huesos contra el suelo y a él se le escapó un gemido de dolor. No era la primera vez que lo veía completamente desnudo, pero no era cuestión que siguiera así con el frío que hacía allí; cogí la manta que reposaba sobre el camastro que había dentro de nuestra celda y se la eché sobre los hombros.
En la celda de al lado resonó una risotada cargada de maldad.
-Has sido llegar y llenar todo esto de actividad, preciosa -se burló la mujer.
-Créeme que no ha sido mi intención -repliqué de malas maneras.
Se repitió la misma risa.
-¿Quién es el recién llegado? -se interesó entonces-. Puedo olerlo desde aquí...
Me sonrojé sin poderlo evitar.
-Alguien que ha venido a por mí -respondí, evasiva.
Oren me miró fijamente mientras yo rezaba para que aquella mujer no siguiera haciendo uso de esos comentarios tan ácidos y pesimistas; no quería que hiciera preguntas comprometidas y no quería darle la satisfacción a la mujer de hundirme más debido a ellas.
La mujer adivinó mi estado de humor porque no dijo ninguno de sus habituales comentarios. Se hizo una larga pausa entre nosotros, en las que solamente era capaz de escuchar la respiración forzosa de Oren, que no parecía muy recuperado de su enfrentamiento con aquellos vampiros.
O quizá fuera porque no se había recuperado de mi cortante respuesta, en la que le había demostrado lo poco que me alegraba de verlo allí.
Pero es que no comprendía que acababa de meterse en una tumba; casi había cavado su propia tumba.
-No sabe dónde ha decidido meterse -dijo entonces la mujer, sobresaltándome.
-Creo que me he hecho una idea -masculló Oren.
A todos se nos escapó un respingo cuando escuchamos una puerta abrirse y unos pasos, demasiado numerosos, comenzaron a bajar; en la celda de al lado escuché cómo la mujer se movía de un lado a otro, arrastrando lo que parecían como unas cadenas. No tuve tiempo de preguntarle al respecto porque unos nuevos caballeros irrumpieron allí abajo y nos contemplaron con desagrado.
Uno se encargó de abrir la puerta mientras el otro le lanzaba al regazo de Oren unas prendas bastante viejas y malolientes.
-Así tapará un poco mejor tu olor -se mofó.
Su compañero comentó algo que solamente el otro vampiro escuchó, ya que éste se echó a reír entre dientes. El vampiro que había hecho el comentario me hizo una seña para que me pusiera en pie y yo obedecí en silencio; su compañero instó a Oren a que se pusiera las prendas que le habían tirado.
-El príncipe los quiere arriba -comentó el primer vampiro, con el ceño fruncido-. ¿No crees que es sospechoso que quiera tener dos esclavos licántropos? ¿Y aún más que quiera a un hombre?
El vampiro que estaba junto a Oren soltó un bufido.
-Quizá tenga gustos especiales -respondió, con segundas intenciones-. Pero es algo que a nosotros no nos interesa.
No siguieron discutiendo más sobre los gustos de Admes, pues estaba segura que era él a quien se referían, y nos hicieron salir de la celda. El camino hacia la superficie se me hizo eterno; nadie cargó conmigo en ninguna ocasión y tampoco nos metieron prisa para que fuéramos más rápido.
Aún no estaba del todo acostumbrada a esos cambios bruscos en la iluminación, ya que tuve que llevarme una mano a los ojos para evitar que siguiera deslumbrándome la poca luz que se colaba por los ventanales y las velas.
Admes nos esperaba en una planta diferente a la primera vez. Despachó con un simple movimiento de cabeza a los vampiros y les pidió que se quedaran fuera, a modo de precaución por Oren. Yo no suponía ningún tipo de riesgo para ninguno de ellos.
De nuevo esa sensación amarga de inutilidad me embargó.
-Creo que no hemos tenido oportunidad de poner las cosas claras -fue lo primero que dijo Admes, con un tono helado.
Oren hizo un ademán de dar un paso hacia él, pero yo lo detuve por la muñeca. En cuanto decidiera lo que iba a hacerle a Admes, éste lo sabría y le sería imposible; esa habilidad de Admes era una desventaja enorme.
Los ojos de Admes relucieron de una macabra diversión. Supe que había estado demasiado atento de mis pensamientos... o de los de Oren.
-A ti no te necesito aquí -le espetó entonces Admes, dirigiéndose a Oren-. Ni siquiera entrabas en mis planes.
-¿Planes? -bufó Oren-. ¿Qué planes?
Me mordí el interior de la mejilla, dudando entre decírselo todo o no.
Admes se echó a reír con una risa carente de humor. Sus ojos se habían vuelto de hielo y taladraban a Oren como si fuera un molesto insecto que tuviera que eliminar; Oren lo miraba de la misma forma, con un cariz de odio.
-Unos planes que no te incumben en absoluto -respondió y se hizo el silencio durante unos momentos en los que parecía estar pensativo-. Creo que te enviaré a trabajar a las afueras, con el resto de licántropos. Así sí que nos resultarás útil -resolvió.
-Eres un maldito... -empezó Oren, temblando de la cabeza a los pies.
Admes alzó un dedo que lo silenció de golpe.
-Veo que aún no te han enseñado las reglas -comentó con desdén-. Pero, por si no lo sabías, debes dirigirte a mí como tu señor.
-Tú no eres mi señor -escupió Oren con osadía.
Admes le dirigió una fría sonrisa.
-De ahora en adelante, lo soy. Si quieres seguir vivo, por supuesto.
Su tono sonó bajo y amenazador. Tenía ganas de hablar con Oren a solas para poder contarle todo lo que había descubierto y para poder advertirle de cómo funcionaban allí las cosas. Ahora estábamos en un mundo completamente distinto donde los papeles se habían invertido.
Donde nosotros ahora éramos perseguidos y utilizados.
-Las cosas han cambiado -prosiguió Admes-. Ándate con ojo, lobito... de lo contrario acabarás decorando cualquier salón.
Admes chasqueó los dedos y los vampiros que esperaban fuera hicieron su entrada; la audiencia había terminado y nos llevaban de vuelta a la celda hasta cuando ellos quisieran. Bajé la cabeza automáticamente cuando pasé al lado de Admes y escuché cómo suspiraba antes de que nos hicieran salir de la habitación; Oren parecía demasiado alterado a mi lado y podía ver cómo abría y cerraba los puños, tratando de calmarse.
Los ojos de mi amigo recorrían cada centímetro del lugar, casi de manera frenética. Los vampiros que nos escoltaban no parecían darse cuenta, pero yo sospeché que todo aquello era para encontrar una salida.
Oren estaba buscando una vía de escape.
«Jamás lograrás salir de aquí», había dicho aquella misteriosa mujer. Y quizá tenía razón: los vampiros sabían organizarse, funcionaban como un enorme engranaje de un reloj donde cada uno conocía cuál era su papel, sin ponerlo en duda.
Eso es algo que los diferenciaba de nosotros.
No me permití que aquel pensamiento me hundiera; estaba segura que, como en cualquier situación, existiría algún tipo de brecha que podríamos usar a nuestro favor para salir de allí. Entonces podríamos avisar a mi padre de las intenciones de los vampiros y estaríamos a salvo...
Seguía confundida por las intenciones de Admes de retenerme allí contra mi voluntad para evitar que siguiera el mismo destino que mi familia y que el resto de licántropos.
No me dio tiempo a seguir indagando más, ya que habíamos alcanzado la planta más baja de las mazmorras y nuestra nauseabunda celda nos esperaba; había mala iluminación y ninguna ventana que diera al exterior. Estábamos en lo más profundo del castillo, como si allí nadie supiera de nuestra existencia.
A mis espaldas se oyó una risita, procedente de uno de los vampiros que nos escoltaban; miré a Oren, pero parecía sumido en sus propios pensamientos. Un escalofrío me recorrió toda la columna vertebral, anticipándome que algo malo iba a pasar.
Un segundo después mi espalda golpeó brutalmente la pared de piedra mientras una mano se cerraba en torno a mi garganta; veía lucecitas debido al golpe y aún estaba aturdida por la cogida por sorpresa.
Llevé mis manos automáticamente a la muñeca del vampiro que me había agarrado por el cuello y boqueé, tratando de coger aire. Oren gruñó, pero el segundo vampiro colocó bajo su garganta un puñal de plata reluciente que persuadió a mi amigo de hacer cualquier locura.
No entendía qué estaba sucediendo.
Ni siquiera sabía si Admes había añadido algo a su orden de llevarnos a la celda.
-Mira qué adorable -se burló el vampiro que me tenía atrapada contra la pared-. Tan pequeñita y apetecible...
Me rebatí inútilmente.
-¿El príncipe habrá decidido probarla ya o no? -preguntó el mismo vampiro a su compañero.
El vampiro que retenía a Oren se echó a reír.
-No lo sé, ¿vas a comprobarlo personalmente? -le retó.
Algo me quemó por dentro cuando entendí a qué se estaban refiriendo aquellos dos. Al igual que había sucedido en aquella ocasión con Oren, mi cuerpo empezó a temblar descontroladamente mientras mi sangre comenzaba a arder dentro de mí; una náusea me subió por el esófago, dejándome un sabor amargo.
Iba a vomitar.
Sin embargo, aquello no pareció resultarle de importancia al vampiro, ya que me sonrió con maldad y apretó con más fuerza; alzó la mano que tenía libre y me abofeteó con energía. Los temblores de mi cuerpo empeoraron, lo que le hizo creer que estaba atemorizada.
Quizá fuera así...
Pero, en el fondo, supe que algo estaba sucediéndome. Algo que no iba a poder detener a tiempo.
Tal y como me había temido, vomité sobre el vampiro. Escuché un gruñido de asco mientras mis ojos se llenaban de lágrimas y mi garganta se contraía para vomitar de nuevo; el vampiro que detenía a Oren se rió con más fuerza, divertido con el espectáculo.
-Jamás había sido testigo de lo que despertabas en las mujeres, amigo -se burló.
Aquello pareció enfadar aún más al vampiro, ya que me abofeteó de nuevo y me arrastró por el cuello hacia la celda, poniéndomelo más difícil; me escocía la garganta y tenía la vista nublada a causa de las lágrimas.
Por no hablar de la próxima, que notaba que estaba cerca.
No me quejé mientras el vampiro me arrastraba de vuelta a la celda, ya que estaba usando todo mi control para evitar vomitar de nuevo encima del vampiro; Oren, por el contrario, parecía bastante nervioso por algo que yo no lograba entender.
Lo cierto es que estaba bastante ocupada con los cambios que se estaban produciendo dentro de mí que apenas fui consciente de cómo me empujaba el vampiro al interior del habitáculo, seguida de Oren; caí de rodillas y fue como si hubiera chocado brutalmente contra la pared.
En mis oídos persistía un molesto pitido que me tapaba bastante la conversación que mantenían los vampiros y la risa que soltaron para, después, marcharse apresuradamente de allí.
Vomité de nuevo y se me escapó un gemido de horror.
-Ah, qué buen momento para transformarse, ¿verdad? -escuché la voz cargada de sarcasmo de la mujer misteriosa.
-Es su primera vez -gruñó Oren en respuesta, arrodillándose a mi lado.
Quise empujarle para que me dejara más espacio. Mi cuerpo se estaba quedando más pequeño... había algo dentro de mí que pugnaba por salir y en mi cuerpo no había espacio suficiente; volví a gemir y escuché un chasquido.
Al principio no lo relacioné con ningún hueso... hasta que llegó el dolor.
Tenía la necesidad de hacerme un ovillo y dejar que el lobo tomara el control por completo. Mi espalda se combó como si fuera un simple palo de madera y probé el sabor de mi propia sangre al notar cómo mis colmillos se alargaban y se clavaban en mi labio inferior.
No tenía ni idea de cuánto iba a durar esa agonía pero, por unos segundos, deseé estar muerta. Los huesos crujían cuando cambiaban, dando forma a mi cuerpo de lobo; notaba un ardor en la garganta y lo veía todo en rojo.
Qué estúpida había sido al desear transformarme.
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